El hombre de mi vida

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Tres años después de sus andanzas en Quinteto de Buenos Aires, vuelve Carvalho. Y también vuelve Charo, tras haberse marchado a trabajar a un hotel de Andorra para un buen cliente suyo en 1991, cuando las aventuras de El laberinto griego, con la intención de orientar el futuro del detective.

Ahora, en el verano de 1999, vuelve enamoradísima de Carvalho y su ex cliente le monta una tienda de dietética en el Puerto Olímpico, retratado en la portada del libro. Pero el ex cliente de Charo, influyente político de la administración autonómica catalana, quiere también ayudar a Carvalho a reorganizar su vida y para ello lo introduce en los ambientes de los Servicios de Inteligencia catalanes, como Vázquez Montalbán viene prometiendo desde hace años

A pocos meses del final del milenio, Carvalho vivirá una historia de amor, sectas, espionaje y muerte. Convocado para seguir un curso de espía y reclamado por una extraña mujer que primero le envía fax enigmáticos, luego enamorados, Carvalho convive con la sospecha de que ha sido elegido para una finalidad que no puede controlar. A Carvalho esto parece inquietarle al principio y luego gustarle: Charo no consigue alelarlo con su vuelta.

Bajo el peso del eterno diseñador del mundo, el poder del dinero, el detective hace suya la ansiedad de Beckett: Esto no es moverse, esto es ser movido y, por primera vez en su ya larga vida literaria, asume su condición de instrumento para la tragedia.

Ojo con los faxes que recibe Carvalho: se parecen mucho a los del extraño cuento Una lectora corrige a su escritor preferido que Vázquez Montalbán publicó el verano pasado. Se supone que en la entrega siguiente, Milenio, Carvalho y Biscuter dan la vuelta al mundo y esto está anunciado almenos desde 1988: «…será un homenaje a La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, realizada por Biscuter y Carvalho, y ahí se producirá el desenlace de la historia, y eso será todo.» dijo entonces Vázquez Montalbán en una célebre entrevista con José F. Colmeiro. Pero en una reciente larga entrevista en México ha dicho de Carvalho: «o lo jubilo luego de dar una vuelta al mundo que hará con Biscuter, algo que está anunciado desde hace 25 años y lo cual pienso cumplir en una novela de título Milenio, o bien lo reconvierto».

Las situaciones de esta novela son exclusivamente literarias y la implicación de personajes de la política y de la cultura realmente existentes debe considerarse como préstamo del imaginario creado por los medios de comunicación.

Padre nuestro que estás en los cielos

santificado sea tu nombre

venga tu reino

hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra

el pan nuestro sobresubstancial dánoslo hoy

y perdónanos nuestras deudas así como nosotros

perdonamos a nuestros deudores

y no nos dejes caer en la tentación

pero líbranos del mal

porque tuyo es el reino

el poder y la gloria

Padrenuestro de los cátaros

Cuando Charo se echó a llorar, Carvalho se dio cuenta de que habían pasado siete años y probablemente ella no era la misma persona. La Charo de antes hubiera llorado vencida por las lágrimas, la Charo de ahora las interpretaba, las sentía pero las interpretaba en el marco de una dramaturgia previamente imaginada. El escenario era el de siempre, el despacho de Carvalho, Biscuter también era el mismo. Carvalho no se había permitido la más mínima automodificación en los últimos treinta años. Charo. Charo sí había cambiado. Aunque cuando se marchó en 1992 ya no era una muchacha, lo parecía, pero ahora podía pasar por una señora acomodada que regresa de una larga ausencia en la que cambió de estatus y de silueta. Algo más gruesa. No mucho más. Quizá el óvalo de la cara se había redondeado, tenía más mejillas que pómulos, menos ojeras, como si hubiera reposado siete años del cansancio de toda una puta vida, en su caso, nunca mejor dicho.

– Qué guapa está.

Declamó Biscuter que sí lloraba, como siempre, por los ojos y por la punta de la nariz. Ahora los dos contemplaban a Carvalho regalándole o demandándole una emocionalidad que no sentía. Necesitaba quedarse asolas con Charo para saber si realmente ansiaba aquel reencuentro. Recuperar un espacio para los dos por si acudían los actos reflejos del pasado y Charo volvía a ser necesaria. Pero le molestaba Biscuter como testigo y a la vez director escénico que le apuntaba el papel. Charo le señaló buscando la complicidad de Biscuter.

– Como si hubiera llegado una prima del pueblo.

– El jefe lo siente, pero es muy suyo.

Por un momento Carvalho pensó decir algo que ayudara a crear un clima de efemérides, bienvenida a casa, por ejemplo, pero fue rechazando fórmulas líricas y épicas y estuvo a punto de echarse a reír cuando se le ocurrió decir: desde estas paredes te contemplan siete años de soledad. Afortunadamente se contuvo y finalmente coordinó sonidos y silencios lo suficiente para decir:

– ¿Cuándo regresas a Andorra?

Fue estupor lo que se intercambiaron las miradas de Charo y Biscuter.

– ¡Me está echando!

Biscuter dio un manotazo en el aire como tratando de recoger las palabras para que las de Carvalho no llegaran a los oídos de Charo y viceversa. Pero ya era inútil. Ha sido un malentendido, pensó Carvalho, y debo aclararlo, pero le molestaba verse en la obligación de aclararlo y prefirió dar las gracias por algo.

– Gracias por el radiocasete que me enviaste hace unos años.

– En Andorra salen muy baratos.

Tenía que sacrificar a Biscuter para poder hablar con Charo.

– Necesito que vayas a la gestoría Fuster para que te den unos papeles que yo no puedo pasar a buscar.

El gozo volvió a las facciones de Biscuter, convencido de que a solas Carvalho y Charo volverían a encontrarse, y en dos minutos se despidió y se marchó, dejando en la mejilla izquierda de Charo un beso, succionador, de hocico más que de boca humana, y la mujer se puso en pie, se alisó la falda sobre los muslos y los dos hombres se prepararon para el mutis. Charo tomó el bolso y luego se encaró con Carvalho, fue a por él, le cogió por un brazo, lo atrajo hacia sí y le besó en los labios superficial pero húmeda, densa, ruidosamente. El beso había sonado. Hombre y mujer se miraban. El golpe de la puerta al cerrarse tras Biscuter separó a la pareja, como si los dos cuerpos recelaran de permanecer tan juntos en soledad.

– ¿Todavía me quieres?

Carvalho no contestó. Pensaba si alguna vez le había dicho a Charo: te quiero. No. Nunca se lo había dicho. Ella no respetó el silencio.

– Yo te sigo queriendo. Eres el hombre de mi vida.

Carvalho fue a por su sillón giratorio y se escondió en él mientras la mujer examinaba uno por uno todos los detalles de la habitación. Se le divirtieron los ojos cuando censó el fax en el inventario.

– Todo está igual, menos el fax. Te modernizas.

– Biscuter se moderniza. Yo no tengo por qué hacerlo. No creo en la modernización. Todo es siempre moderno. Hoy es un día más moderno que el de ayer. Mañana, no te digo. Te veo muy moderna, por cierto.

– ¿Más que antes?

– No es cosa de referencias, insisto. Pero te veo muy moderna. Se puede ser moderna, como todo el mundo,muy moderna o modernísima, y no me pidas un ejemplo porque no se me ocurre. Estoy improvisando.

Se ha sentado Charo y narra siete años de su vida. Me fui arrastrándome, Pepe, porque tu encoñamiento con aquella francesa me reveló cuan poco te interesaba. En Andorra no tenía contactos, menos el de Quimet, un notario de Barcelona con residencia andorrana, y ya aquí, desde hace años, era mi cliente todos los días de San Esteban, cuando le cogía la modorra del segundo banquete de Navidad, pretextaba que le había llamado el presidente Pujol, dejaba a la familia y se venía conmigo. Un caballero. Mejor aún, una persona. No te rías por lo de Pujol. Quimet es muy catalanista y ya de adolescente subía montañas con el presidente de la Generalitat. Eran catalanistas, católicos y excursionistas. En Andorra me echó una mano y me consiguió un trabajo como recepcionista de hotel y para mí fue la hostia, Pepe, porque de la noche a la mañana trabajaba en plan normal y ya no tenía que abrirme de piernas para comprarme Poison de Dior o para tomarme una tortilla a la francesa con mucho perejil. Luego Quimet me hizo socia en lo del hotel, pero ya en plan de medio mestressa [1] y así fueron pasando los días, los años. Te envié un radiocasete. Algunas cartas, que tú no contestaste, como si gozaras con tu libertad, con haberte librado de mí. Pero Biscuter me animaba cuando hablábamos por teléfono: No te desanimes, que te quiere, Charo. Por lo visto, Biscuter y Charo se tuteaban, una modernización más. Ya apenas quedaba relato para desembocar en el presente. Carvalho levantó las cejas y quedó a la espera de las palabras, pero ella permaneció en silencio contemplándolo con progresivo, embarazante cariño.

– ¿Y bien?

– Y bien ¿qué?

– Me envías una nota, te vas y no apareces durante siete años, lo lógico es que te pregunte: ¿Y bien?

– ¿Leíste la nota?

Carvalho ha abierto un cajón. Sabe el lugar exacto donde guarda la nota y hace ademán de recuperarla pero se contiene.

– La leí.

– ¿La conservas?

– No creo.

– Ya no tengo clientes. Quimet es un amigo. Un amigo importante, pero no es propiamente mi hombre. Sólo tengo un hombre en mi vida y ese hombre eres tú. No tienes buen aspecto.

Había emitido su crítica con la voz más tierna que había encontrado y Carvalho creyó oír que hablaba del paso del tiempo, de que ya somos mayores, de que aunque tú no lo sepas yo ya he cumplido mis años, una plática que le incomodaba, que le retorcía la columna vertebral y le empujaba a saltar del asiento, pero no quería volver a la frialdad de los primeros minutos y escuchó pacientemente la reflexión filosófica de Charo sobre el paso del tiempo.

– Y un día le dije: Quimet, aquí estoy muy bien considerada y me gano la vida. Pero no puedo vivir sin Barcelona y sin mi Pepe, porque él sabe todo lo nuestro.

– En Andorra, ¿cómo podía cumplir el rito de San Esteban? No se puede dejar a la familia en la mesa e irse a Andorra.-Ya no celebran el día de San Esteban porque se murieron los suegros, que eran muy viejecitos, los hijos han formado nuevas familias y Quimet y su mujer no se pueden ver ni en el ascensor.

– ¿Se ha separado?

Charo necesitó toda la cabeza y mucho espacio para negar aquella posibilidad. No. El presidente Pujol le pidió, como un favor personal, que no diera ese escándalo político.

– Resumiendo, Pepe. He vuelto a Barcelona y Quimet me ha puesto un negocio.

– ¿Un estanco?

Ahora Charo no quería enfadarse y se dedicó a desacreditar los negocios relacionados con el tabaco. Cada vez se fumará menos. Quimet ha trabajado en un plan catalán antitabaco que va a superar al de los norteamericanos. Tiene un lema precioso: Som sis milions però cap fumador [2]. Pasó por alto la mujer que Carvalho escogiera el momento para encender un puro Hoyo de Monterrey que sacó casi encendido del cajón y recuperó los andares mientras sacaba del bolso una tarjeta de visita.

– Me ha puesto una boutique de dietética alimentaria y cosmética biótica. Mis señas. No rompas la tarjeta. He pensado en ti. Te haces viejo. No tienes porvenir, ni dinero suficiente para vivir el poco porvenir que te queda. Quimet puede ayudarte. Ya lo hemos hablado.

Ahora Charo, impetuosa y volcada sobre la mesa, le metió la lengua en la boca, como orientándose o reconociendo los recuperados rincones de la cavidad, y en

sus ojos había promesas cuando se retiró de espaldas hasta la puerta.

– Pepe, aún podemos ser felices y solucionar los problemas, tener donde caernos muertos.

– ¿A ti te interesa dónde te vas a caer muerta?

– Me interesa el cómo y ahí interviene el pensar en el futuro.

– Pensar en la muerte no es precisamente pensar en el futuro.

– ¿Cómo vas a envejecer tú, Pepino? Yo me hice la misma pregunta ante el espejo de mi habitación del hotel de Andorra: ¿cómo vas a envejecer tú, Charo? Una cosa es morirte de frío por no tener ni un duro y otra cosa es además llevar el frío dentro por no tener ni un afecto, ni siquiera la propia estimación. ¿Quién te quiere a ti, Pepe? ¿Te guardas autoestima?

Autoestima. El lenguaje de Charo había mejorado. Autoestima. Siempre había hablado bonito pero popular, jamás se había atrevido a pronunciar en su presencia palabras como autoestima. Sería una palabra inculcada por el Quimet ese.

– ¿Quimet siente mucha autoestima?

– Se la merece. Se lo debe casi todo a sí mismo. Quimet es un hombre importante en Cataluña, de los que «hacen país», aunque casi nunca aparece en primer plano. Gracias a él pude tirar adelante y ahora vuelvo porque me ha ayudado a montar ese pequeño negocio y ya me siento segura de mí misma. ¿Puedes decir tú lo mismo de ti?

Charo pertenecía pues a dos sectas, la de la Teolo gía de la Alimentación y la de la Teología de la Segu ridad.

– ¿Qué relaciones tienes con la OTAN?

– ¿Qué tiene que ver la OTAN con los alimentos biológicos?

– Sólo puedes sentirte segura si tienes buena relación con la OTAN.

– No te entiendo. Me parece que te quieres quedar conmigo, pero comprendo que unos minutos no compensan siete años. Sólo quiero que te grabes una cosa en la cabeza: Quimet me ha ayudado y quiere ayudarte a ti.

No le dio tiempo a organizar un sarcasmo verbal, ni siquiera gestual. Charo, ligerísima, dejó una tarjeta de visita sobre la mesa, le dio la espalda y, desde la puerta, la espalda de la mujer le habló.

– Tendrás noticias mías.

Cuando Carvalho asumió que volvía a estar a solas, que tenía una tarjeta de Charo en la mano y una erección entre las piernas, de pronto el fax se puso en marcha.

Comprendo que no es responsable de lo que se dice de usted, pero no ignorará que lo han convertido en héroe social o antihéroe para más exactitud. Me sorprendió su sorpresa, pero usted debe estar acostumbrado a que le paren por la calle y le pidan un autógrafo. No me atreví a pedírselo yo y le envié a mi hijo mayor para que lo hiciera. Yo estaba muy cerca para decirle: Mira, es aquel señor, y comprendí que a usted no le gustaba la demanda, por el gesto y por la dedicatoria, en la que no decía casi nada, pero la acompañaba con una firma desmesurada. «Para complacer al cliente…», escribió. Definición. CLIENTE: respecto del que ejerce alguna profesión, persona que utiliza sus servicios. Respecto de un comerciante,comprador habitual. Me consta que no le hacen falta las definiciones, eso lo hace más lamentable, es de suponer que usted sabe lo que dice. Pues sí, estoy ofendida, el término me parece incorrecto, un cliente devuelve el género cuando no le satisface y yo, sin embargo, guardo con cariño su autógrafo, porque en cierta ocasión descubrí que Pepe Carvalho era un ser humano, que puede equivocarse y que por eso tiene, quizá, más mérito todo cuanto hace bien, muy bien, «divinamente». Y lo comprendí a pesar de que la experiencia, lejana, que compartimos, no me pareció demasiado humana, por su parte, ¿o la falta de humanidad o de madurez debo atribuírmela yo sola?

No siempre soy yo la que está pendiente de lo que usted hace. Todos a mi alrededor, mi marido y mis dos hijos son mi alrededor fundamental, conocen la afición que le tengo, por ello frecuentemente me tienen al corriente de lo que se dice de usted, personaje del que muchos hablan y pocos conocen. Para que vea que soy generosa, le diré que no sólo estoy ofendida por mí, también lo estoy por usted. No creo, en absoluto, que sea un «comerciante» (el comerciante compra para vender, El Corte Inglés, por ejemplo), ni que ser un detective privado sea una «profesión» o al menos una profesión solvente. Bueno, ya veo que he empezado a bajar la guardia, se deberá, seguro, a la «afición desordenada» que le tengo. De cualquier modo, ahora cada vez que contemplo el autógrafo y veo el tamaño de su firma me entristezco. Conmover no, conmoción sí; cuanto usted me sugiere es siempre así de exagerado.

Pienso que debo aclararle que he perseguido su dirección (electrónica, telefónica, postal…) por todas partes, por lo que cabe dentro de lo posible que, desde algún medio, le den cuenta de ello. Y todo para descubrir que usted está donde estaba cuando le conocí. No sé por qué me extrañó que usted no contase con e-mail (en la búsqueda no se libró ni Internet); en realidad, dadas sus circunstancias, era más fácil pensar que su medio de comunicación estaría más cerca del tam-tam, por lo que tiene de mágico, arcano. En fin es obvio que yo le adoro. No tiene más remedio que cargar con esa responsabilidad, le ha tocado.

MORGANA (la Bruja)

Nada más acabar la lectura no reprimió la tentación de los ojos de indagar el fax emisor, unas siglas, «SP Asociados» y un número de telefax que a Carvalho no le interesaba retener. No quería contestar. No quería intrigarse por la personalidad de la corresponsal de sí misma, ni preocuparse por la supuesta «… experiencia, lejana, que compartimos»: La Morgana legendaria de la leyenda artúrica no había sido propiamente una bruja, era una hada sin cursilerías o quizá una hada y una bruja sean el blanco y el negro de la misma transgresión. Se imaginó a la bruja vieja y gorda, cúbica, una casada frustrada y letraherida en busca de héroes de papel ya que no podía obtenerlos de carne y hueso. Al fin y al cabo la prensa había hablado alguna vez de sus investigaciones, pero entre Carvalho y Julio Iglesias habitaban millones de héroes de papel que se merecían que una vaca fofa y neurótica les enviara un fax. Se sorprendió de no querer romper el mensaje. También de meterlo en el cajón que podía cerrar con llave, como protegiéndolo de miradas indiscretas, que no podían ser otras que las de Biscuter. No quería recordar todas las experiencias compartidas con mujeres y sólo las más dotadas para la fabulación y la sintaxis podían hacerse responsables de la carta.

Salió a la calle con el malhumor aplazado en un rin-con de su cerebro, no tan aplazado como creía porque de vez en cuando se detenía para preguntarse: ¿Por qué estás de mala leche?, y no tardaba en responderse: La tía del fax. Con la tarjeta de Charo entre los dedos buscó el emplazamiento de su boutique de dietética y cosmética biótica situada en la Vila Olímpica, y Carvalho encaminó hacia allí sus pasos en un deseo de releer la ciudad, de reconciliarse con la voluntad de Barcelona de convertirse en una ciudad pasteurizada y en olor a gamba de las frituras que salían de la metástasis de los restaurantes de la Vila Olímpica. No habrá suficientes gambas en los mares de este mundo para todas las que se cocinan en Barcelona y así cambiar el aroma de pólvora, axila e ingle de la ciudad de los pecados por el de una mezcla de ambipur de pino y gambas a la plancha. Todas las metáforas de la ciudad se habían hecho inservibles: ya no era la ciudad viuda, viuda de poder, porque lo tenía desde las instituciones autonómicas; tampoco la rosa de fuego de los anarquistas, porque la burguesía había vencido definitivamente por el procedimiento de cambiar de nombre; ahora se llamaba «sector emergente» y ¿cómo se puede poner una bomba o montar una barricada al «sector emergente»? Barcelona se había convertido en una ciudad hermosa pero sin alma, como algunas estatuas, o tal vez tenía una alma nueva que Carvalho perseguía en sus paseos hasta admitir que tal vez la edad ya no le dejaba descubrir el espíritu de los nuevos tiempos, el espíritu de lo que algunos pedantes llamaban «la posmodernidad» y que Carvalho pensaba era un tiempo tonto entre dos tiempos trágicos. Pero estaba reenamorándose de su ciudad y especialmente debía reprimir la tendencia ala satisfacción cuando bajaba por las Rambles, desembocaba en el puerto y al borde del Molí de la Fusta comenzaba un recorrido junto al mar en busca de la Barceloneta y la Vila Olímpica. A pesar de las nuevas construcciones de centros comerciales y lúdicos, el mar le pertenecía, por fin se integraba como uno de los cuatro elementos de la ciudad: Gaudí, las gambas a la plancha, la torre de comunicaciones de un tal Foster que tenía avión privado y estaba casado con una sexóloga española y el mar. Quimet había ubicado el negocio de Charo en una de las naves mal comercializadas del centro de negocios del Port Nou, a la sombra de la Torre de les Arts. Estaban acabando las obras de acondicionamiento y permaneció a una prudente distancia para observar cómo se movía Charo entre ebanistas y electricistas, con unos planos en una mano, la otra sobre la osamenta de la cadera izquierda de unos pantalones téjanos muy bien llenos. Por un instante la edad de Charo le pasó por el centro del cerebro como un rótulo en movimiento, pero se negó a leerlo. Seguía teniendo silueta de muchacha aunque se le había redondeado la cara y era evidente el teñido de sus cabellos blancos, transmutados en el caoba de moda en muchas cabezas femeninas. En las playas cercanas que crecían a su izquierda hacia la escollera, las playas de su infancia, y hacia el Maresme a su derecha, la Copacabana barcelonesa heredada de los Juegos Olímpicos, los cuerpos consumían Mediterráneo y sol gratis, y entre esos cuerpos evocaba la silueta grácil de la Charo que había conocido, para convenir que la actual Charo llenaría más los biquinis, más y bien, y sería necesario acercarse mucho a ella para verle el tango o el bolero de una vidaen el rostro. No quería ser sorprendido en su condición de voyeur, pero cuando dio la vuelta se topó con un hombre delgadito, de reducidas proporciones, canoso, super-vestido, encarnación de lo pulcro, que olía demasiado bien y le miraba con ojos excesivamente perspicaces.

– ¿Carvalho, supongo?

Original el hombre, pensó, pero no se entregó a su curiosidad, incluso dio un paso atrás para aumentar la distancia hacia la mano que se le tendía.

– Joaquim Rigalt i Mataplana, aunque Charo le habrá hablado de mí como Quimet.

Se lo imaginaba más alto, más gordo, más anodino, más obvio, pero tuvo que darle la mano mientras le estudiaba.

– ¿Ha quedado citado con Charo?

– No exactamente.

– Pero es una magnífica oportunidad de que nos veamos los tres.

Iba a poner reparos pero Charo los había visto y corría hacia ellos con la sonrisa franca, aunque los ojos ya estaban estudiando el continente de Carvalho y le pedían por favor que la ayudara. Besó en la mejilla a Carvalho, le dio la mano a Quimet, mientras miraba a derecha e izquierda por si su gesto era observado. Retuvo Carvalho la gestual prudencia de la mujer y se dejó llevar hasta el Port Nou para tomar una copa en una coctelería que olía a gamba como todo lo demás, mientras ponían al día el triángulo. Quimet dejaba que ella hablara para crear un ámbito propicio a los tres y Carvalho fingía escuchar mientras consideraba qué le iban a pedir y qué podía pedir a aquellas horas de la mañana: un dry martini con gamba. Recuperó la palabra

Quimet en su condición de Joaquim Rigalt i Mataplana, socio de doña Rosario, Charo para los amigos, en la explotación de Bio-Charo, un negocio más de los muchos que tenía, para el que había contado con una experta.

– Hay que diversificar el riesgo.

Guiñó el ojo a Carvalho y no fue correspondido. Luego se inclinó hacia él y le preguntó con voz de tenor lírico:

– ¿Qué piensa usted de Cataluña?

– ¿A quién se refiere?

– A Cataluña.

– No acabo de entender su pregunta. ¿Quién es Cataluña? Una entidad geográfica, administrativa, emblemática, simbólica…

– Nacional. Cataluña es una nación.

– No lo pongo en duda. Un sujeto colectivo, vamos, colectivo y virtual. Usted también es una nación. Todos son una nación. Lo que tengo muy claro es que yo no soy una nación. Bastante me cuesta ser un individuo y no confío en los pueblos. Los individuos pueden tener compasión, los pueblos no. Ser una nación me complicaría demasiado la vida. Pero adoro las naciones de los otros.

Charo le aplaudió con los ojos.

– Empezamos bien, Carvalho. Pero anem per feina [3], no desperdiciemos el tiempo. ¿Cómo le va su trabajo como detective privado?

– Son malos tiempos. La globalización nos ha afectado mucho. Las multinacionales controlan el negocio de las policías privadas y los detectives artesanos empezamos a ser considerados como una curiosidad antropológica. Nunca ha habido tanta Teología de la Seguri dad ni tanto chorizo y asesino en el mercado, pero la competencia de las multinacionales de la represión es desleal. Lo de la OTAN ya no tiene nombre. Ahora bombardean con misiles inteligentes, pero en el futuro van a detener y encarcelar con imanes sensibles a la carne humana vencida y a distancia.

– Es decir, no le va bien.

Carvalho se encogió de hombros y Quimet se consideró dueño del escenario.

– ¿Qué piensa usted de los servicios de información?

– ¿Se refiere usted a la CÍA, al KGB, al CESID y todo eso?

– Me está usted hablando de entidades concretas marcadas por circunstancias históricas concretas: la guerra fría o la transición democrática española. Me refiero a los servicios de información del futuro, a una nueva concepción de servicios de información adecuados a nuevas estrategias, a nuevas expansiones, a la nueva conflictividad regional de la globalización. El problema del espía moderno al servicio de las grandes potencias es saber a quién espiar. En cambio, el espía posmoderno al servicio de nuevos centros de poder fragmentarios ha de espiarlo todo. Usted perteneció a la CÍA o al menos eso se dice, ¿perteneció usted a la CÍA?

– Hace tanto tiempo que es tan probable como improbable.

– En cualquier caso retiene una experiencia que puede sernos muy valiosa.

– ¿A quién?

– A Cataluña.

Los ojos de Carvalho divagaron hacia una tienda de productos de espionaje que se abría al pie de la Torre de les Arts y Charo le siguió la mirada para después atrapársela e insistir en su demanda de moderación, de atención, que lo hiciera por ella, que no se precipitara. Carvalho se recostó en el respaldo de la silla para oír el razonamiento de Quimet sobre la necesidad de que Cataluña tuviera su propio servicio de información.

– Nos consta que están operando en nuestro territorio no sólo los servicios de información del Estado español o los de Francia, e incluso enviados de la Padania de Bossi, sino también los que se han constituido en otras comunidades autónomas, muy especialmente en el País Vasco, donde el PNV ha dispuesto de servicios de información desde hace más de cincuenta años, cuando Irala y Galíndez colaboraban con los norteamericanos.

– ¿Qué espían los vascos a los catalanes?

– Les interesa saber qué espiamos nosotros.

– De seguir con esta lógica, sin duda, todo el mundo tendrá que espiar a todo el mundo para saber qué espía.

– No lo reduzca al absurdo. Es probable que esa situación acabe por cuajar. Pero, en el terreno de lo concreto, nosotros hemos detectado la actuación de espías al servicio de poderosos grupos de presión económicos que podrían desvirtuar la idea misma de Cataluña: ¿Ha oído usted hablar de «Región Plus»?

– No lo suficiente.

– No es el momento, pero le adelanto que estamos ante una conspiración diabólica de la internacional popular, de la internacional socialista, en respaldo del nacionalismo español, aliadas con poderosos sectoresfinancieros para crear una nueva entidad regional multinacional que pueda competir con y arruinar incluso la identidad de Cataluña: la creación de un poderoso triángulo económico Toulouse-Barcelona-Milán que pasará por encima de los límites emocionales y nacionales de Cataluña. A eso se le llama Región Plus. El gobierno francés y el italiano colaborarían con el español en el proyecto con tal de arruinar el potencial escisionista de la Padania de Bossi y de la Cataluña Norte, por no mentar ya lo que sería una reivindicación occitana. Ni la Padania de Bossi existe, ni Occitania tiene posibilidad de emerger, pero Cataluña es y está, es y está en peligro. Lo que no consiguió el franquismo puede conseguirlo el economicismo apatrida. De prosperar, esa nueva base y territorio de intereses económicos puede inutilizar la idea misma de Cataluña. Destruir nuestra identidad. ¿Cómo podemos sentirnos miembros de un triángulo? ¿Vamos a inaugurar el patriotismo geométrico? Necesitamos hombres como usted, Carvalho.

Ahora era el detective el que escrutaba a Charo para que le ratificara las buenas intenciones de Quimet. ¿Se está quedando conmigo? ¿Es un vacileta? Y los ojos de Charo le contestaban: No. Va en serio, por favor aguanta. Quimet le tendía una tarjeta.

– Acuda a esta dirección y piense que las apariencias engañan. Cuando llegue enseñe la tarjeta y diga simplemente: De bon matí quan els estels es ponen… [4] .

– ¿No lo podríamos dejar en: Patufet, on ets? [5] .

Los ojos de Charo le estaban riñendo. Quimet reía.

En la tarjeta se anunciaba otra tienda, ésta de biodietética y salud llamada: «Lluquet i Rovelló.» Pretextó una urgencia y dejó a los dos socios sacando conclusiones. Era la hora del almuerzo y quiso localizar La Estrella de Plata, donde se servían tapas vanguardistas ideadas por un tal Dídac López, tapas milenaristas. Dejó la Villa Olímpica entregada a sus ciclistas, a sus bañistas tan partidarios del mar como de lo gratis y sus restaurantes de gambas, con la excepción del Talaia, donde se podía comer una síntesis de la nueva cocina metafísica de Ferran Adriá y neococina étnico-mediterránea, y marchó en dirección al Pla del Palau. Tuvo que luchar como en sus mejores tiempos de karateka para conseguir un lugar en la barra de La Estrella de Plata y pedir un repertorio de un corazón de alcachofa con un huevo de codorniz y caviar o un buñuelo de flor de calabacín relleno de foie-gras homologado. Si bien cuatro canapés exquisitos le habían abierto el apetito, al mismo tiempo le impedían seguir agrediendo su mezquina economía planteándose siquiera una comida modesta. Ya no se trataba de ahorrar para la vejez, sino de ahorrar insuficientemente para la nada. Una reciente consulta de sus finanzas le arrojaba el balance de diez millones de pesetas que a plazo fijo le rendían quince mil pesetas al mes. Eso era todo lo que tenía, a no ser que se vendiera la casa de Vallvidrera y se fuera a vivir bajo un puente con las quince mil pesetas de renta mensual. Así que se lió el presupuesto a la cabeza y marchó hacia el restaurante Sr. Parellada, donde Ramón, en otro tiempo héroe del rock catalán y ahora responsable también de la Fonda Europa de Granollers, le hacía precios especiales o al menos le invitaba a una copa. Quería comer cocina catalana, empezar a identificarse totalmente con la causa y pidió escudella barrejada [6] y peus de pare amb cargols [7], consciente de que la escudella barrejada es la resaca de las mejores escudellas, los restos de sus esplendores y que los pies de cerdo con caracoles son anticalóricos y nulos portadores del colesterol.

– ¿Algún caso entre manos?

Preguntó Ramón antes del postre de rodajas de naranja al jugo de naranja con fragmentos de corteza confitada.

– Debo terminar de encontrar al asesino del testigo de Luzbel. No sabe usted en qué lío me he metido. No creo en la religión verdadera y me meto en una religión falsa. Por otra parte puedo tener otro caso mayestático: salvar una nación.

– ¿Qué nación?

– No tiene el nombre puesto al día. Una nación errante por el desierto durante siglos acaba perdiendo hasta el nombre.

Al entrar en el despacho vio que la suerte estaba echada. Biscuter le había dejado sobre la mesa el parto de una llamada del fax.

Basta ya de pelar la pava, no tenemos tiempo que perder (temo que inicie sus vacaciones, y nos quedemos en «suspenso»; eso de tener que trasladar a septiembre lo que pudo haber sido y no fue no va conmigo). No me gustó su autógrafo.

Cuando se ha podido pintar Las Meninas -las de Velázquez-, uno no puede conformarse con haber hecho un chiste de Mingote, por buenos que sean el chiste y su autor. Pero es que, por lo que sé o me han dicho, su vida ha penetrado en las dimensiones del simulacro y me consta lo mal que lo pasó usted en su investigación de Madrid sobre el asesinato del financiero mecenas, y no digamos ya durante su larga estancia en Buenos Aires, una huida hacia adelante. Lo de Madrid lo juzgo más criticable. Usted vivió aquella experiencia y la contó a quienes le interesaba contarla, jugando con la singularidad de transgredir el principio de Pauli (dos cuerpos no pueden ocupar, a la vez, el mismo espacio al mismo tiempo). Un crimen que según usted comete «El autor» de una novela que se presentaba a un concurso literario; el tema: los entresijos económicos, políticos, literarios en el fallo de un premio. Un espejo perfecto en el que puedes caminar hacia dentro o hacia fuerasin apenas darte cuenta: genial. Un remedo de cómo Velazquez concibió Las Meninas; haciendo que el autor, incluso el espectador sean parte de la composición; un planteamiento insólito con resultado de: espléndido. Es «el cuadro», ni Vermeer merece con Delft tanto elogio. En cuanto al planteamiento: 10.

Estoy pensando que… salvo que me lo permita, expresamente, no puedo continuar, mi buena educación me lo impide; ¿es mucho pedir que responda con un sí o un no, simple y llanamente?

Cuánto me gustaría que su fax emitiera en vez de ese impertinente sonido música de bolero, le convendría mucho a mi «negocio», será más fácil que usted ceda si suena.

adoro las cosas que me dices,

adoro nuestros ratos felices…

Alicia (detrás del espejo)

¿Qué se había creído aquella imbécil? Allí estaban las siglas SP Asociados y el número de teléfono. Quedaba a su merced para una réplica contundente. ¿Qué derecho tenía a meter la crítica en su vida? ¿Era responsable Carvalho de cuanto se especulara a su costa? ¿A qué podía contestar sí o no? Señora, envíeme una foto y juzgaré si vale la pena proponerle que nos vayamos a la cama. Pero, todavía irresoluto sobre qué hacer con el fax, de nuevo se puso en marcha la máquina trituradora del silencio y otra vez SP Asociados y el teléfono de referencia como cabezas de un nuevo texto.

Volviendo a la actuación en Madrid que me ocupa, a mí, porque por lo que veo usted ni caso. Usted se hizo, como siempre, una composición de lugar a partir de un boceto de los personajes que ya tenía en la cabeza, como en su día hizo conmigo: yo debíacoincidir con el diseño elaborado por todos sus prejuicios. Ya me imagino cómo aparecieron ante usted los presuntos implicados. Usted siempre utiliza la técnica goyesca, es decir: pinceladas gruesas, resueltas, seguras, que, con la precisión de un bisturí, hacen aflorar la individualidad de cada uno. Cromático. Usted es un voyeur que se pinta la realidad a su medida. ¿En qué colores me tiene descrita en el archivo de su memoria? ¿En qué momento me abandonó del bolero in crescendo de su historia sentimental, como el de Ravel, in crescendo pero roto en cuanto a usted le interesa coger el disco y destrozarlo? Musical. En las mejores piezas musicales la clave está en el contrapunto, con él se armoniza la composiáón; Carvalho, el personaje ficticio, es, precisamente, el encargado de darle visos de realidad, de hacer «digestible», ligero, un paisanaje denso, casi intrincado. Sabroso.

El caso del asesinato de Lázaro Conesal tiene en su desarrollo vocación polifónica, trata de ejecutar a la vez distintas melodías, esboza por un lado la trama económica, por otro la político-social y finalmente la literaria; como lo haría un compositor: solapando un tema con el otro, el primero que suene en solitario, luego se fusione con el siguiente, lo abandone para que luzca, solo, este último que se imbricará con el tercero…., y vuelta -ouroboros- a empezar. Sinfónico.

Pero en algún momento empieza a deslavazarse la sinfonía; los sones persisten y los tiempos se respetan, es cierto, pero… el resultado es una amalgama de temas que suenan dispares, estridentes…, eso sí -y para más inri-, con frecuencia. Cacofónico. No quise preocuparme (me dije: Es seguro que lo hace a propósito), que todo lo ha vivido con voluntad de que la vida sea un gallinero con esa escalera que es una metáfora, la vida es como la escalera de un gallinero, corta pero llena de mierda. Supe que usted había recuperado en Madrid a una mujer de la que estuvo encaprichado y no le supongo más interesadoporque usted con las mujeres nunca pasa del escalón del capricho. Y en la relación con esa mujer sonó el primer inarmónico. Usted contempla como un epifenómeno a un chaval de dieciocho años, el hijo de Carmela, cuando le hablaba en argot despectivo de los códigos de su madre y de usted mismo, un muchacho capaz de juzgar que su madre sigue a Julio Angui-ta como si fuera Michael Jackson, y que Anguila tiene algo de Jackson, es un rojeras blanqueado o un blanco enrojecido. Y ridiculiza a su madre porque según él está apuntada a todas las sociedades secretas del rojerío: SOS Racismo, Derechos Humanos, Fuera las manos de Chiapas… He hablado con el muchacho. He seguido sus pasos, Carvalho, incluso provoqué una conversación desinteresada con Carmela para ver qué papel ocupaba usted realmente en su vida. Puedo adelantarle que en dos ocasiones, a comienzos de los años ochenta y afínales de los noventa, Carmela estaba esperando que usted se bajara del avión y se quedara con ella. No le conoce. Carmela no le conoce, señor Carvalho. Comprendo que le preocupa saber que yo he investigado sobre sus investigaciones, como a veces se pinta un cuadro sobre otro cuadro, se llama pentimento, o se escribe en las partes en blanco de un libro ya impreso. Sospecho que esta revelación le ha sentado fatal.

La música que, ahora, debería emitir su fax:

Adiós barquita de vela

galeón de mi querer.

Tu bandera y mi bandera

ya no han de volverse a ver.

Reply please.

Tentetieso

(sigo, detrás del espejo)

Posdata: La recuperación de Carmela estuvo a punto de lograrse, sólo a punto. ¿ Qué ocurriría si intentara recuperarme a mi? ¿ Tan difícil es reconocerme, rescatarme de entre las páginas de su memoria? ¿No ha coleccionado los pétalos de todas las flores que ha tronchado? Perdone la cursilería. Es una cursilería controlada.

¿A qué pétalo se refería la vaca del fax? No podía ser otra cosa que una vaca acechante con sus cuernos desportillados y tetas cargadas de leches con sabor a peladillas, leches en technicolor barato, technicolor para niños postal souvenir. El contacto con los testigos de Luzbel lo tenía a las cinco de la tarde en el nuevo Zurich de plaza de Cataluña, una reproducción clónica del antiguo, del mismo modo que el Liceo lo era de sí mismo. Tiempos de ingenierías del simulacro y la nostalgia, farfulló Carvalho, predispuesto a una sesión de espiritismo delante de una horchata o de un granizado de café. Rambla arriba, sus ojos y el verano desnudaban los cuerpos de las muchachas, incluso el de algunas mujeres, y Carvalho se hizo el test de la edad. ¿Quiénes le atraían más, las muchachas o las mujeres? Las mujeres. Respiró aliviado.

La horchata le parecía escarcha abierta y pobre y trató de recordar de dónde salía la metáfora hasta que le vino un vómito poético, los versos de Miguel Hernández escritos en la cárcel, mientras su hijo se amamanta con leche materna a su vez fruto de cebollas de posguerra: «La cebolla es escarcha cerrada y pobre.» El sociólogo Anfrúns no se retrasó en exceso, varios lustros más viejo que cuando se conocieron en el caso de la gogo-girl, con las mismas melenas lacias mayo del 68, ya envejecidas en los ochenta y diríase que no muy limpias, pero ahora, al final de los noventa, canosas y recogidas en una coleta. Su alta estatura compensada por unos hombros vencidos hacia delante, de tanto como había tenido que inclinarse para hablar con una humanidad más baja.

– De la sexología a la teología, un carrerón.

– Son tiempos teológicos, Carvalho, cualquier afirmación sobre el futuro es teológica porque nadie lo ha diseñado y el neodeterminismo capitalista se ha cargado la esperanza, es decir, el futuro como religión, tal como lo proponía Bloch. Por eso el gran mercado del próximo siglo será el religioso. Aparecerán religiones de marketing. Lo de las sectas es mera prehistoria.

Pidió Anfrúns un whisky con mucha agua o mucha agua con un whisky y Carvalho un whisky corto de Malta y sin hielo si tenía más de diez años. Divagaba Anfrúns sobre lo sensato de que aprendiera a orientarse en la selva de las nuevas religiones y a Carvalho se le entretenía la mirada en la observación de los cuerpos femeninos, así como en la adivinanza de la procedencia de los extranjeros, convertida la ciudad en un mito europeo por su condición de ciudad mediterránea habitada por seres que, según las encuestas, cifraban su máxima aspiración antropológica en ser suizos o japoneses en el caso de no poder seguir siendo catalanes. Era lógico que ciudadanos con tales expectativas merecieran la curiosidad universal. Pero Anfrúns había pronunciado la palabra Luzbel y con ella le obligaba a volver a su lado.

– ¿Qué decía usted de Luzbel?

– Que es una secta disuasoria.

– No lo entiendo.-La ha creado un grupo de presión contra otro. Al parecer hay negocios futuristas por medio y se juegan unas cantidades que se acercan al concepto de infinito. Jugadas de fondo de alta ingeniería geoeconómica. Todo empezó cuando el hijo de un industrial poderosísimo montó una secta para poder follarse a unas cuantas chicas y su padre le retiró el dinero porque no le gustaba que su hijo le saliera antipapa y además follando. El padre era del Opus Dei, fracción sin cilicio. Nada menos que Pérez i Ruidoms. De la noche a la mañana al chico le empezaron a llover remesas de dinero, al parecer de adictos y simpatizantes, pero era dinero del grupo Mata i Delapeu, ya les conoce, lo son todo, y nada bueno si les aplicamos un decálogo de capitalismo constructivo. Desarmadores de fábricas y negocios que se han hecho multimillonarios. Compran empresas a la baja con el personal ya despedido, las racionalizan mínimamente o venden lo que queda, solar, edificios. Un negocio limpio. Fíjese. Todo el planteamiento es coherente. Pero resulta que Albert Pérez i Ruidoms, satán, liga para la secta y para la cama a Alexandre Mata i Delapeu, precisamente el chico muerto. El asesinato de un miembro de Luzbel, al parecer en un ritual, coloca a la secta bajo el reflector y la personalidad del gurú implica a su padre y a todo lo que representa. Aparecerán dobles contabilidades, recuerde lo que le digo, se acercan las elecciones autonómicas, en otoño, hay serias posibilidades de que los nacionalistas pierdan frente a las izquierdas y el escándalo salpicará incluso a altos cargos del gobierno autonómico.

– ¿Por ejemplo?

– Ventolrá, Sitjar, Rigalt i Mataplana.

Retuvo con los oídos el nombre completo de Quimet Rigalt i Mataplana; con los ojos cerrados para aumentar la impasibilidad de su rostro, calculó la próxima pregunta.

– ¿Tiene algo que ver esta operación con Región Plus?

Anfrúns estaba demasiado alarmadamente sorprendido como para fingirlo.

– No me haga caso, en esto de las teologías soy un recién llegado. De esos que me ha nombrado me interesaría saber quién es quién.

– Ventolrá es uno de los príncipes herederos del gobierno nacionalista, uno de los delfines de Pujol, aunque lo peor que le puede ocurrir a un catalán ambicioso es que todo el mundo lo considere delfín de Pujol. Ninguno ha sobrevivido políticamente para contarlo. Sitjar lo sabe todo sobre las finanzas del presidente y su familia. Y Rigalt i Mataplana lo sabe todo y de todos. Es un hombre de gran habilidad, muy fiel al presidente desde que eran adolescentes. Un gran conseguidor. Se hizo rico en Andorra y riquísimo en las islas Caimán pero nadie se lo recuerda. Nunca se le ha relacionado con ninguna corruptela. Está casado con una Fatjó, no sé si le dice algo el apellido. De los Fatjó de cementos Pols, recientemente vendidos a una multinacional. No le digo lo que han cobrado porque no me cabe en la boca, ni a usted en el cerebro. Por la cara que pone usted no sabe nada del quién es quién de este país. Es como si usted fuera un marciano.

– Estoy de paso.

– ¿Desde cuándo y hasta cuándo?

– Desde siempre y para siempre. Concretemos, Anfrúns. Me resulta extraño hablar con usted de religiones y poder. Le suponía un señor de las tinieblas del sexo y ahora le veo como intermediario de una secta satánica.

– Soy el intelectual orgánico del grupo. Lo mío es ser intelectual orgánico. Lo fui del PSUC. Luego de la sexología orgánica, como usted recuerda, y ahora trato de seguir siendo un gran urdidor, pero no soy el que era. Concretemos si quiere. El chico asesinado era un neófito en la secta, pero muy bien escogido porque se dice tenía relaciones sexuales con el profeta.

– ¿No era un follica de chicas el profeta?

– Está saturado de heterosexualidad. Era lógico que quisiera probar otras cosas. A mí me pasó. ¿A usted no?

– Si me molestan las mujeres mal afeitadas, imagínese los hombres.

– No sólo se dice que se acostaba con el profeta sino que es un Mata i Delapeu.

– ¡Cono, Anfrúns! Aquí todo el mundo suena a muy importante y tiene dos apellidos unidos por una conjunción copulativa. Sea maricón o no, sea el profeta o su padre o el asesinado.

– Este país, al igual que España y como sucedió en Europa después de la segunda guerra mundial, ha creado una nueva clase y ha asumido las oligarquías anteriores. Usted sabe que yo empecé de sociólogo y sé lo que digo. No me eternice la tarde. Estoy llegando al final de lo que sé. El chico Pérez i Ruidoms sigue imputado pero está en libertad bajo fianza. El crimen bien pudieran haberlo cometido un grupo de sicarios balcánicos que se alquilan a buen precio y a estas horas estarán otra vez en su país cortándose los cojones losunos a los otros. Ahora se llevan mucho las cuadrillas de sicarios kosovares porque de algo tienen que vivir y los mejores sicarios vienen del hambre y de las guerras. Pronto vendrán sicarios chechenos. Los pobres del mundo son pobres pero no tontos y ya saben que los ricos del mundo necesitan asesinos.

– La petición de que investigue el caso me ha llegado desde el arzobispado de Barcelona.

– Si el arzobispado de Barcelona ha recurrido a usted para que investigue es porque las sectas se han especializado en llenar de grafitti los muros del arzobispado y porque lo ha solicitado la madre de Mata i Delapeu, Delmira, de soltera Rius i Casademont, que es una beata metida en todas las ONG católicas para olvidar que su marido la engaña hasta con muñecas hinchables, hinchadas o deshinchadas.

– Me convenía saberlo antes de hablar con el señor obispo. De hecho, la llamada me llegó de Caritas.

– No hablará con él. La cosa quedará más abajo. Además no es sólo obispo o arzobispo, es cardenal. ¿Qué haría usted si le recibiera el cardenal? Me descojono imaginando su reacción.

– Si llevara sotana le pediría un baile. Lo leí en alguna parte. Una vez un gamberrillo le pidió un baile a un obispo seducido por lo bonitas que eran sus faldas. Pero hagamos un resumen del organigrama oligárquico-satánico de Cataluña y corríjame si me equivoco: un chico Pérez i Ruidoms monta una secta satánica para poder follar y con el tiempo aparece el cadáver de un chico Mata i Delapeu, que al parecer jugaba a papas y mamas con el chico Pérez i Ruidoms. La madre de Mata i Delapeu, que sigue utilizando los apellidos del marido aunque él se acueste con muñecas hinchables, me pide que investigue el caso y usted, intelectual orgánico de Testigos de Luzbel, me informa que aunque las apariencias acusen a Albert Pérez i Ruidoms, todo es un montaje de oligarcas para hundir a otro oligarca, el todopoderoso Pérez i Ruidoms, Gran Oriente o Gran Rabino del Opus Dei y padre del profeta satánico. Oriénteme en la selva del sectarismo y de los sicarios.

Anfrúns le hizo un resumen de las sectas en presencia, una broma subdesarrollada si las comparamos con las sectas norteamericanas, por ejemplo. Los neonazis se van metiendo en las sectas porque no saben dónde meterse. El capitalismo de momento no les necesita y hay que ser de algo, del Barca, del Español, del Real Madrid o de la Iglesia de Satanás o de Ordo Templi Orientalis o de Orde Illuminati. Derechas. Derechas tradicionales o anarcoderechas.

– La más notable es la Iglesia de Satán, fundada por un diplomático del PP y con algunas vinculaciones con la secta Moon a través de sus dirigentes. La secta OTO-Auténtica tiene como líderes a un taxista y a un guardia jurado. Hay algo de misas negras y de venta de cuchillos de sacrificios rituales pero, que se sepa, sólo matan gallinas, gatos y borreguitos, tal vez algún perrillo. La nuestra es una secta modesta, pero con mucha capacidad creativa, que sin modestia alguna me atribuyo, porque yo soy un profesional de la imaginación teórica y me gusta izquierdizar un poco la propuesta, no porque espere hacer la revolución a través de la religión, sino para tocarle los cojones a la burguesía. Aunque a veces la mejor manera de tocarle los cojones a la burguesía sea hinchárselos y que se crea que tiene cojones. Recuer-de mis teorías sobre la sexualidad orgánica. Estuvimos a punto de hundir el sistema predicando la libertad sexual. Todo el mundo se apuntaba, pero llegó el sida y el papa polaco. Se me acaba el tiempo. Tenga una lista y molésteme lo menos posible.

Le dejó un papel en una mano y se marchó: Corrent 93, DV 69, Fundació del Gen Sagrat, Grupo Astaroth, Germanes d'Halo de Beelsebul, Germans de Changó, Macho Cabrío, Templo de Seth… Carvalho apenas se entretuvo en la lectura del resto de la lista y saltó en seguimiento de la estela de Anfrúns, que caminaba con andares de sociólogo con poco tiempo para acabar una investigación de campo. El sociólogo atravesó la plaza de Cataluña, tomó hacia la Via Laietana y descendió por la acera de la derecha a paso rápido hasta llegar al edificio de la Central de Policía, para entonces atravesar la calle, como si no le gustara pasar por delante de la puerta de la antigua cheka franquista, actitud que Carvalho frecuentemente compartía y esta vez le agradeció. Anfrúns ganó el mercado de Santa Catalina, del que sólo quedaba la fachada a la espera de la reconstrucción de los interiores y se metió en las calles de la Barcelona gótica hasta llegar a un viejo caserón medieval en el que se introdujo por el procedimiento de dar un empujón al portón. Cerrada la puerta ante sus narices, Carvalho buscó en el marco, en la fachada alguna indicación sobre la función del edificio, pero no la había y decidió meterse en el bar El Xampanyet, situado frente al callejón, desde el que podía ver quién entraba y quién salía. Sobre la barra, correctamente alineados, montaditos a la vasca que se habían expandido por Barcelona como una epidemia de tapeo posmoderno, «collage y eclecticismo», había leído en una nota de La Vanguardia a cargo de una tal Carme Casas. Al segundo montadito su seguimiento y expectativa tuvieron compensación. Quimet se introducía por la misma puerta que había engullido un cuarto de hora antes al socio-logosexual reciclado en intelectual orgánico de Satán, Jordi Anfrúns.

A partir de la percepción, casi cabalística, que me sugiere su vivencia del asesinato de Lázaro Conesal, andaba yo a caballo de distintas y encontradas emociones… Las ecuaciones de segundo grado (¿ recuerda?), esas que resuelven las expresiones matemáticas que admiten 2 resultados, son triviales para mí y, al parecer, también para usted.

Siempre me parecieron las matemáticas un producto etéreo, seráfico, sujeto a los más estrictos preceptos, sin mácula, sin fisuras, virginal, tan sólido y consistente que… daba asco; hasta que aparecieron por el horizonte, para rescatarlas de ranciedad, de rigidez, de olor a virtud (¿polillas?), las mencionadas ecuaciones (como el séptimo de caballería, en panavisión y la banda sonora acorde con el momento), convirtiendo esta disciplina en: mágica, imprevista, sorprendente, indeterminada, ambigua; en una palabra: desconcertante. El plural con el que se las nombra ya pronostica tan mudable naturaleza.

Me consta que usted siempre sabe quién es el real asesino, y que tolera que la soáedad asuma el asesino necesario, incluso con el acuerdo más total del entregado. Una personalidad tan intrincada como la suya es capaz de astucias sibilinas capaces de idear, fraguar, objetivos que le permitan seguir siendo un voyeur, como siempre, de la historia y de la vida.

Una pericia, por otra parte, ampliamente demostrada entodos los trabajos en los que participa. Incluso en el que aparecía yo. ¿Sigue sin identificarme? ¿Por qué no quiere identificarme? ¿Será tanta su indiferencia o su soberbia que no tiene ningún interés en reconocerme? Puede localizarme a través del fax remitente. ¿No es usted un detective? ¿Por qué no lo hace? ¿Me tiene miedo? Quiero ocultar mi personalidad para obligarle a descubrirla. Pero volvamos a mi desguace de su aventura madrileña escenificada en ese hotel convertido en el misterio de la habitación cerrada. Por lo que me han contado de lo ocurrido allí dentro antes de que se convirtiera en dominio público, allí hubo una farsa barroca y entrecortada, como si de estertores se tratara, prolongada y fatigosa. Usted, como siempre, o como últimamente, lo vivió todo pasivamente, mirón, mirón, supongo que la misma actitud que demuestra ante mis fax, la misma que demostró ante mí misma. Yo soy capaz de «perdonarle» y defender su causa en casi todas las circunstancias, también ahora lo haría ante mí, pero la condición necesaria no se da, que usted diga, haga algo. Espero que entienda mi disgusto, aunque éste no depende de su grado de comprensión, es inmutable.

No, no hay música.

TORQUEMADA

(¿era un hombre?, ¿seguro?)

Los fax se sucedían y, una vez agotado el caso Conesal, ella se dedicó a analizar otras andanzas, como si hubiera espiado su trayectoria profesional y se hubiera convertido en detective de otro detective. Quizá lo mejor sea llamarla y proponer un encuentro, pero el verano se ultima como un balance de la verdad del invierno, con su falsa promesa de cambiarlo todo, y cuando pase, la vaca del fax ya habrá olvidado su obsesión. El cadáver del hijo de la señora Mata i Delapeu ha recibido cristiana sepultura pese a su satanismo y la madre reclama de la sabiduría privada de Carvalho lo que no espera recibir de la policía pública.

– Justicia y paz de espíritu. Hasta que pueda mirar al fondo de los ojos del asesino de mi hijo no podré dormir en paz.

Debía ir al encuentro de aquella viuda de su hijo. Otra madre culta y rica engendrando un desplazado rico, culto y tonto. Un tema de satanismo ayuda a pasar el verano, además debía reunirse cuanto antes con Charo para clarificar lo que pudo haber sido y no fue o lo que ya no podría ser, aunque se asumía a sí mismo por primera vez molesto ante la idea de que Charo dependiera de otro hombre, porque ya no ejercía un oficio, sino que se había consagrado como amante o concubina de un señor respetable que le había puesto un negocio. La vaca del fax. Satán, Charo. Quimet y el espionaje catalán. Demasiado para una rentrée. Tiró de uno de los cajones de su mesa de despacho y junto al radiocasete que Charo le había enviado desde Andorra tenía el traje de baño. Biscuter en la cocina trajinando guisos que olían a azafrán, en el lavabo Carvalho se puso el traje de baño a guisa de calzoncillos, se volvió a vestir y bajó hasta el parking en busca de su coche, al que le regalaba la condición de cabina de playa. Condujo Ramblas abajo hasta el puerto y luego fue a la Vila Olímpica a por el parking situado a la sombra de la Torre Mapire. En el interior del coche se quedó en traje de baño y camisa, guardó su ropa en el maletero y subió hasta el Port Olímpic para avistar la lontananza de playas sucesivas y gratuitas donde los cuerpos depredadores asumían el regalo del mar recuperado tras varios siglos de murallas y contaminaciones. A su izquierda la Vila Olímpica empezaba a enmascararse de árboles y se hacía perdonar su escasa ambición arquitectónica, y a la derecha el mar rutilante y ciudadanía en sus mejores y peores cueros, pero dispuesta a gozar del paraíso. Era de nuevo el mundo de su infancia, cuando las playas «libres» por gratuitas de la Barceloneta le regalaban la condición de bañista y la sorpresa de su propio cuerpo liberado por las aguas. Ahora las playas se sucedían y de seguir andando llegaría hasta la frontera francesa sin perder el favor del mar, pero lo que le interesaba era comprender la nueva ciudad, el sentido de aquel añadido urbano junto a la voluntad de supervivencia del cementerio cerrado y romántico del Poblenou, los caserones cúbicos reciclados por la cirugía estética de la cultura del simulacro, las chimeneas desesperadas, acorraladas en su condición de obsoletos testimonios de lo que había sido a la vez Manchester e Icaria, tan acorraladas como las viviendas en otro tiempo baratas, protegidas, mal construidas que de pronto se convertían en un lacerante Harlem alzado junto a Malibú, en viviendas para pobres milagrosamente erguidas sobre el suelo más encarecido de la ciudad. ¿Qué bisagra unía su imaginario de Barcelona con esta atlántida de pronto emergente de los mares? Una huida hacia adelante o un nuevo sentido de ciudad definitivamente abierta y profiláctica, pasteurizada, al tiempo que la piqueta le rompía las ingles del Barrio Chino y las fantasmales barricadas de la memoria de la ciudad de la rabia y de la idea de la subversión, de la ciudad franquista, la ciudad de rodillas, Señor, ante el Sagrario, que guarda cuanto quedade amor y de verdad. Tal vez la bisagra fuera el olor a gamba, la venganza de los olores de aceites envilecidos, refritos, aceites incorrectos en contra de la ciudad más correcta del Mediterráneo, un aceite sólido cargado de memoria, evocador de posguerras y derrotas.

Decidió sumergirse en la playa previa a la de los nudistas, porque era tópico que allí las aguas eran más limpias y que incluso se salvaban del retorno de la mierda desde los colectores cuando soplaba viento de levante. Estaban las parejas de siempre, las mujeres solas de siempre, los maricas de siempre, todos ellos en olor a una especial acracia, como si fueran descendientes directos de teósofos vegetarianos y anarquistas adoradores del sol, y convencidos de que la cebolla o el ajo, y sobre todo el agua de mar, lo curan todo. Y fue gozo lo que sintió cuando se puso de acuerdo con el frescor de las aguas y pudo nadar como había nadado la primera vez en que se sintió dominador del mar tras un cursillo infantil de natación en el Club Natación Montjuic, como si las aguas le devolvieran consciencia de aprendizaje y de ciudad, añoranza de aquellas escapadas hacia el otro elemento, a manera de huida de la solidez de los días y los barrios laborables, escapadas a bordo de tranvías jardineras, tranvías desvestidos, tranvías con escote y falda corta, sólo aptos para recorridos de verano y para muchachas convocadas por desnudeces precarias de posguerra, los sobacos sudados y entre los senos el resplandor de humedades profundas porque les llegaban hasta el sexo. Ganó pie otra vez sobre el fondo y con el agua hasta los hombros contempló los árboles jóvenes inmediatos, la púber Vila Olímpica, los ciclistas, los adolescentes surfistas, las parejas diríase que ácratas,los maricas en tanga y en régimen de jornada intensiva y se sintió fresco, feliz, reconciliado con la ciudad aunque sentía ganas de llorar porque sabía que no podía volver a casa, que nunca volvería a casa y que además era imprecisa la casa a la que no podía volver, como si fuera sólo un muro blanco donde el recuerdo reconstruía apenas los esbozos de los muertos que sólo él recordaba.

– Las deudas están pagadas y ya enterré a mis muertos. Perfecto fin de milenio y de vida.

Musitó y al tiempo que lo musitaba pensó que debía llamar a la vaca del fax, que era lo único nuevo que le había pasado desde el viaje a Buenos Aires o probablemente desde el paso de Claire por su vida o más lejos, mucho más lejos, desde el momento en que decidió no dejarse sorprender por nada que pudiera hacerle consciente de su fragilidad. Le molestaba tomar el sol como un león marino varado en la arena y apenas lo resistió diez minutos para volver a zambullirse y solearse diez minutos más antes de acudir a la ducha pública, es decir gratuita. Gratuita, pensó, repensó, Pepe, se dijo, empiezas a tener alma de jubilado. Caminó de regreso al parking mientras se secaba al sol y seleccionaba cuerpos de mujeres tendidos y las piruetas deportivas de niños y muchachos que jugaban a fútbol o a voleibol, evocadoras de fugas infantiles motivadas por el impulso del cuerpo a buscar espacios libres en la naturaleza libre. Le vino a la memoria ¿o de la memoria? una montaña de Montjuïc menos ordenancista que la actual, llena de solares abiertos por las bombas o ganados por el derrumbamiento de pabellones de la Expo del 29. Y si no en Montjuïc, en infinitos extrarradios tan próximos enton-ees y ahora sepultados por las construcciones. ¿Por qué recordaba tanto la infancia últimamente? Ya en el parking se vistió sobre el traje de baño ya seco y recompuso su aspecto de detective vestido con rebajas de El Corte Inglés para merecer una mirada aprobadora de la madre viuda de su propio hijo.

Delmira Mata i Delapeu le esperaba en un importante ático de una calle con arbolado atípico, acacias, y entradas de servicio, un apartamento a la medida de cualquier separada del marido que no necesita al marido para comprarse un ático de más de cien millones de pesetas. Tenía la mesa del living room llena de novedades editoriales: La estructura de la realidad de David Deutsch, Sara y Simón de Erick Hackl, El orden político en las sociedades en cambio de Samuel P. Huntington, La era de la información de Manuel Castells, la revista Realitat del Partit deis Comunistes de Catalunya, publicaciones y folletos de Sal Terrae y En el mismo barco de un tal Sloterdijk, librito de proporciones humanas que Carvalho tomó por su reducido tamaño y abrió para leer: «La posmodernidad es la época "después de Dios" y después de los imperios clásicos y de todas sus sucursales locales. Con todo, el huérfano género humano ha intentado formular un nuevo principio para la coperte-nencia de todos en un nuevo horizonte de unidad: los derechos humanos.» No tuvo tiempo Carvalho de seguir leyendo para establecer la conclusión de si Sloterdijk creía o no en los derechos humanos, porque la madre trágica y más anciana cada día había aparecido vestida con la sobriedad agrisada que su luto interior requería y las arrugas acentuadas en su rostro. Se pasó Carvalho una mano por los ojos para quitarse el filtro irónico que juzgó exagerado, mientras con la otra mano sostenía En el mismo barco. La madre habló.

– Es un pequeño gran libro.

– ¿Decía usted?

– El libro que tiene en la mano es un pequeño gran libro sobre el desorden, sobre el nuevo caos.

Soltó Carvalho el libro como si le quemara en la mano y secundó el asentamiento de Delmira Mata i Delapeu en un sillón de terciopelo crema. Realmente había envejecido en los tres días que le separaban del primer encuentro y le salía la voz mal entonada, como inmotivada.

– ¿Sabe algo nuevo?

– Lo que sé me desconcierta y agrava la situación. Al parecer el asesinato de su hijo puede formar parte de un montaje para desacreditar al padre de Pérez i Ruidoms. Según parece es fácil contratar sicarios en estos tiempos.

Delmira cerró los ojos poco a poco, como si le doliera el simple roce de los párpados sobre los ojos despellejados de tanto llorar.

– Ni siquiera ha sido un asesinato humano.

– ¿Qué quiere decir humano en este caso?

– Por amor, por celos, por pasión. Ha sido un asesinato de probeta, de laboratorio financiero.

– Aún no sé nada. Quizá se había hecho usted ilusiones sobre la visita. He creído conveniente tenerla al día.

– No se justifique. Me gusta que haya venido. Me gusta la voz humana. Usted tiene una voz bonita. Grave.

Mantenía los ojos cerrados y cuando los abrió a Carvalho le parecieron tristes, viejos, hermosos. El detective perdió la urgencia de marcharse, dejó de sentarse en el canto del sofá y se dejó caer sobre el respaldo mientras le contaba a la mujer cuanto había captado durante el día que guardara relación con la muerte de su hijo, buscando palabras que no evocaran crudamente las relaciones que mantenían los dos jóvenes satánicos. Al llegar a este punto Delmira sonrió, tendió una mano llena de venas y de manchas para tocar apenas un brazo de Carvalho y luego retirarla.

– Gracias por la corrección de su lenguaje, pero yo sabía que mi hijo era homosexual. Varias veces lo comentamos y él creía que, desde luego, era el resultado de una elección libre de sexualidad, pero también una reacción contra su padre.

– ¿Complejo de Edipo?

– No. Era mi hijo pequeño. Yo era una madre vieja, de esas que no inspiran complejos de Edipo. Simplemente era un muchacho sensible que no podía soportar a su padre. ¿Ha visto usted El silencio de los corderos ¿Esa película sobre un criminal caníbal que siempre lleva mordaza para que no pueda matar y comer carne humana?

– Sí.

– Pues a mí y a mi hijo nos pareció una metáfora de mi marido.

Regresó a Vallvidrera con la compra recién hecha en la Boqueria. También el mercado estaba en obras y Car-valho temía que cayeran sobre él las mismas fumigaciones que habían eliminado todas las bacterias y todos los virus de la ciudad. Se había hecho deshuesar musli-tos de pollo, había comprado butifarra para rellenarlos y guisárselos con la tecnología punta de la pepitoria con nueces picadas acompañada de un paisaje de alcachofas. «Las nueces van bien para el colesterol bueno y disminuyen el colesterol malo», había dicho ante las cámaras de televisión un sabio con aspecto de estar severamente enfermo, tal vez porque no había comido nueces ni alcachofas a tiempo. Sobre las alcachofas todo lo sabía Carvalho, si las estofas se aprovechan todas sus propiedades y sabores, y, según pregonaban sus apologetas, es un alimento completo y poco tóxico para las personas de edad. ¿Qué puede ser más tóxico para la edad? El carecer de dinero. Las alcachofas son diuréticas, antirreumáticas, antiartríticas, depuradoras de la sangre y, sin embargo, se pueden comer e incluso cocinar. Le evocaban aquellos arroces individuales de su abuela, con una alcachofa sólo una, con un calamar sólo uno, un tomate, un pimiento, como si el uno fuera la expresión misma de su soledad y de la impotencia de comunicarse o simplemente de lo miserable de la pensión que cobraba como viuda de un guardia de la porra jubilado por la Ley de Azaña.

No quería complicarse la vida cosiendo los muslitos sobre su relleno e hizo una farsa de carne de cerdo, de pollo y jamón más algo de miga de pan, huevo y una trufa. Rellenó los muslos, los salpimentó, los untó con aceite con un dedo y los envolvió en papel metálico para hacerlos en papillotte. Mientras tanto tramó el sofrito, le añadió vino blanco, la picada de huevo duro, ajo, perejil y nueces y corrigió la salsa con un chorrito del coñac que conservaba las trufas. Una vez cocidos los muslitos, les quitó la mortaja, estaban perfectamente ensimismados y los dejó cocer cinco minutos con la pepitoria que bien podía nominar como si fuera suya. «Pepitoria Pepe Carvalho.» Todo ser humano debería poder tener un hijo, escribir un libro, plantar un árbol y patentar una receta de pollo en pepitoria.

Estaba cociendo arroz al caldo corto para acompañar el guiso cuando llamaron a la puerta y hacia ella fue no sin antes tomarse medio vaso de vino tinto Aillón. Charo era quien llamaba y Carvalho la hizo pasar con la naturalidad de un reencuentro inmediato, como si sus relaciones no hubieran tenido un aplazamiento de casi siete años. Ella había conservado los reflejos con los que se metía en la casa y reaccionaba ante evidencias que la obligaban a admirarse por más que las hubiera asumido a lo largo de tantos años: que Carvalho estuviera cocinando, que tuviera la botella de vino abierta, y ya echó una ojeada sobre la biblioteca como tratando de adivinar qué libro iba a quemar Carvalho en la chimenea por encender como último resplandor del verano. Al retenerle esta mirada, Carvalho tuvo que plantearse por dónde entraría en contacto con el cuerpo de Charo y qué libro podría quemar para encender la chimenea. Probablemente ella esperaba el abrazo ahora mismo, cuando caminaba delante de Carvalho y era previsible que él la abrazara por detrás y la asumiera toda, entera, pero precisamente por la condición de abrazo total y recuperativo, Carvalho lo consideraba excesivo. Tal vez cuando ella le diera la cara podría darle un beso en cada mejilla o quizá Charo lo consideraría un protocolo banal y esperaba que él la abrazara de frente, que la besara, que la besara profundamente. Más difícil que un primer encuentro, el reencuentro empeoraba el cálculo estratégico porque no estaba claro qué grado de recuperación querían Carvalho o Charo y era de temer el desencanto al que podría llevarles una dramaturgia mal calculada. En el primer encuentro el deseo ayuda a la imaginación, pero en el reencuentro son inevitables las ruinas del sentimiento y de las sensaciones que asisten al acontecimiento como un paisaje correlato de destrucciones. En cuanto Charo hablara, su tono de voz marcaría el de la recuperación, y la mujer se volvió de pronto, tenía lágrimas en los ojos y se lanzó a detener el andar calculador de Carvalho para abrazarlo, besarle una, diez, cien veces en todos los lugares del rostro donde le alcanzaban los labios, y él asumía el asalto con los ojos cerrados, sintiendo los besos como picotazos blandos que trataban de romper una coraza de tiempo y distancia. Maquinalmente tomó la iniciativa, la inmovilizó mediante el abrazo y se besaron con las lenguas como avanzadillas del cerebro. El hijo predilecto de Carvalho se inquietó entre las piernas y fue la señal de que la noche podía ser afortunada, porque era indeseable quedarse en la superficie del recuento de lo no vivido y no acceder a la verdad de la penetración. Hubiera sido no lograr el grado cero de la recuperación. Ya estaba roto el hielo o lo que fuera y lo urgente era que lo banal los liberara de la teatralidad excesiva, pasar del drama sentimental a la ligereza de una alta comedia y, para conseguirlo, Carvalho llenó dos vasos de vino e iba a proponer un brindis cuando se contuvo, consciente de la responsabilidad excesiva del brindis, o demasiado comprometedor o demasiado distanciados ¿Por nosotros? ¿Por el reencuentro?

– Porque siempre podamos besarnos con ilusión.

Había proclamado Charo y Carvalho secundó el brindis temeroso de que brindaban excesivamente. Pero ya le convocaba la voluntad del anfitrión y calculó si los efectivos de la cena para uno cumplían como cena para dos.

– Es plato único.

– Qué mal suena eso y en cambio qué rico debe de estar.

– Te haré un postre.

Limpió Carvalho dos manzanas, las cortó en gajos y las pasó por una sartén apenas untada con mantequilla. Cuando ya estaba casi vencida la resistencia de la carne, añadió medio vaso de Grand Marnier y fructosa y esperó a que las frutas cedieran en su resistencia sin ablandarse del todo. Batió un huevo, harina, tres claras a punto de nieve, fructosa y colocó el líquido en el molde caramelizado para distribuir luego los gajos de manzana simétricamente. Cuando ya estaba la composición dentro del horno, Charo se interesó por el empleo de la fructosa.

– ¿Tienes diabetes? Biscuter no me ha dicho nada.

– Biscuter no lo sabe todo sobre mí. No, no tengo diabetes, pero la tendré. Bromuro tenía razón. El enemigo está dentro de nosotros mismos y el muy hijo de puta estudia cada día por dónde puede jodernos y llega un momento en que se da cuenta de que envejecemos, de que se nos ha debilitado la defensa y entonces nos ataca por todos los frentes y si puede lo más que nos permite es agonizar bebiendo agua con una pajita o alimentándonos por la nariz.

– ¡Qué hombre éste!

Y aprovechó la vieja jaculatoria para volver a abrazarle, buscarle los labios, obtenerlos, empujarle hacia otro espacio, sin duda en dirección a la cama. Carvalho consideró las posibilidades que tenía de estar a la altura y a tiempo de que no se le quemara el postre, sin incurrir en la grosería de abandonar a una mujer entregada con la motivación de apagar el horno. Por otra parte, si lo apagaba ahora frustraba el cocimiento, ¿qué era peor, que se quemara o que no se cociera? Se fue desnudando abrazado a Charo, mientras ella avanzaba de espaldas hacia la habitación, y luego ella amortiguó las luces y se quitó la ropa con pudor, como siempre se la había quitado, no fuera a pensar Carvalho que se comportaba con él como con sus clientes. Ahora se desnudaba con temor a los años que había acumulado y Carvalho no quería verlos, se negaba a aceptar las erosiones, no fueran a conducirle al fracaso y así cuando Charo desnuda se frotó contra su cuerpo estaba convencido de que era la Charo de la primera vez y, cuando cambió de postura para la penetración, los juegos previos le habían ilusionado y se sintió poderoso, sin abrir los ojos o sólo entreabriéndolos para ver en la penumbra las facciones de Charo gozosa. Y así pudo sentirse contento consigo mismo cuando se desengancharon y Charo se apretó contra él para prolongar el abrazo y musitaba una, cien veces, como siempre, como siempre, como siempre.

– He soñado tantas veces en este reencuentro.

– Tú te marchaste.

– Pero nadie te ha sustituido. Ni Quimet. Él me ha dado una seguridad diferente, pero no es mi hombre. Tú eres el hombre de mi vida.

– Ya no me necesitas.

– ¿Por qué me dices eso?

– Has cambiado de oficio. Antes necesitabas un protector emocional y además te salía gratis. Ahora eres una mujer de negocios.

– ¿Tú pensabas de mí que era una puta?

– No.

– Yo tampoco pensaba que tú eras un protector, ni que salías gratis. Eras mi hombre. Lo sigues siendo.

Ya vestido, Carvalho llegó a tiempo de retirar el pastel de manzanas antes de que padeciera quemaduras de tercer grado. Charo seguía con su discurso. Quería poner sobre la mesa siete años de ausencia y todo el futuro que esperaba. Carvalho no contestaba. Tocaba libros. Los escogía y los desechaba. Por fin se quedó con uno en las manos, La vie quotidienne dans le monde moderne de Henri Lefebvre. Leyó como siempre una frase pretexto para la quema o para el difícil indulto: «la théorie du métalangage se fonde sur les recherches des logiciens, des philosophes, des linguistes (et sur la critique de ees recherches. Rappelons la définition: le métalangage consiste en un message (assemblage de signes) axé sur le code d 'un message, un autre ou le meme». Demasiada gente para llegar a la conclusión de que quemar un libro en una chimenea era un acto metalingüístico, por lo que descuartizó el libro y lo colocó en la base de la futura hoguera.

– ¿Por qué lo quemas?

– Porque todos recurrimos al metalenguaje sin necesidad de que nadie nos lo explique. También porque Lefebvre descubrió tarde el papel de lo cotidiano frente a lo histórico, descubrió tarde que siempre tienen razón los días laborables.

Charo elogió la cena y habló repetidamente de Quimet, de lo buena persona que era, de lo mucho que había hecho por ella y de lo mucho que podría hacer por Carvalho.

– ¿Recuerdas aquel tipo, Anfrúns, aquel sociólogo follica que apareció cuando yo investigaba el caso de la gogo-girl?

– Cómo no lo voy a conocer. Es un asesor de Quimet en asunto de religiones.

Charo amaneció a su lado y la acompañó hasta su tienda en la Vila Olímpica para trasladarse después al despacho de las Rambles. Durante todo el trayecto de descenso por la Ronda de Dalt, en busca de la Ronda del Litoral, la mujer no dejó de cantar y de preguntar, maravillada por todos los cambios de la ciudad. Parece otra, ¿verdad, Pepe? Como nosotros. También parecemos otros, ¿verdad, Pepe? Charo había prolongado el beso de despedida y luego le había retenido la mano de despedida, la mirada de despedida, había convertido la despedida en un final de capítulo de culebrón lleno de inquietantes premoniciones. Pero él sabía dónde estaba su norte desde el comienzo del día y no quería superar la ambigüedad con que acogía el intento de Charo para restablecer las relaciones de dependencia y por eso cuando llegó al despacho buscó los fax de la vaca y seleccionó el número de teléfono que figuraba junto al del fax.

– Perdone. He recibido varios fax de ustedes, de SP Asociados, pero no precisan quién me los envía. No. No puedo dar más detalles.

El interlocutor debía recorrer toda la oficina preguntando quién había enviado fax a un tal Pepe Carvalho. Notó el ruido del teléfono al moverse, también el sonoro silencio voluntario que se cernía al otro lado de la línea y de pronto brotó una estudiada voz de mujer, como si hubiera preparado lo que iba a decir durante mucho tiempo.

– ¿Carvalho? ¿Es usted? ¿Seguro?

– No lo ponga en duda. No aumente mi sensación de inseguridad.

Los Reyes Magos existen, ya lo sé.

Su llamada telefónica ha sido «una experiencia religiosa», todavía estoy aturdida, sorprendida y balbuceante (como habrá percibido). Yo le recordaba tímido, muy tímido, pero aparentemente prepotente (conmigo ejerció su prepotencia), además de muy ocupado. Por ello supuse que, como mucho y con suerte, me enviaría mediante el fax un lacónico Sí o No.

Me ha sorprendido del todo, no sólo por el medio, también sus explicaciones y mas aún que no supiera a qué debía responder. Yo, de momento, sólo le habría hecho una propuesta que, en el caso de resultar positiva, se traduciría en una aportación a su paladar (unas recetas de cocina, un vino…, ¿recuerda?); todo ello con el ánimo de compensar su generosa atención hacia mí. Debería estar cumpliendo ya con mi compromiso, pero ahora no puedo centrarme en contarle, pormenorizadamente, los secretos de mi «empanada de bonito en hojaldre» y mi «ensalada de naranjas con ajo». Usted no me recuerda cocinera, al contrario, pero gracias a usted lo soy. ¡En tantos aspectos ha sido usted el hombre de mi vida! Quisiera enviarle unas botellas de vino blanco del Empordá que mi familia elabora, está de moda lo de meterse en negocios de vino. Necesitaré que me indique si puedo hacérselo llegar a su despacho ¿Sigue Biscuter con usted?¿Sabe que tiene una voz más cálida que la de antes?, también retórica, y un punto «suficiente»…, ¿en el Olimpo, todos los dioses hablan como usted? Todavía bajo los efectos de su llamada de ayer, es decir deslumbrada, en las nubes, nubes, nubes… (¡ojalá! pudiera sonar esto, como suena Alberti con sus olas, olas, olas…). Quedo en estado de gracia, vamos.

Compré un vestido precioso, estoy (me siento)' guapíííííísi-ma con él; todo fue ayer absolutamente perfecto.

Ríase cuanto quiera, en casa había una cena familiar y era tal mi estado de enajenación que decidieron poner un cubierto en la mesa para usted, de ese modo resultaba más «natural» que yo siguiera mi/nuestra alelada, e íntima, conversación; es decir: cuando miraba hacia su plato nadie debía interrumpirme/nos; soporté bromas de todos los colores y tuve que darles cuenta de qué era lo que usted había opinado acerca de «la sopa fría de melón» y del «bacallá a la llauna»…, ¡lo que hace la envidia!, les dije. Era el menú de la cena y usted como siempre, aunque no lo sepa, asiste a mis cenas, a mis comidas, cuando las hago, cuando compro lo que necesito para hacerlas u ordenarlas a la asistenta. Usted está presente en lo que vivo y en lo que sueño y mi familia lo sabe, porque Mauricio, mi marido, conoce que gracias a usted nos casamos y tuvimos dos hijos espléndidos.

La cosa tuvo su gracia, más, cuando me retiré a descansar (ellos están, ya, de vacaciones y alargaron la sobremesa), con todas las historias que sobre usted se cuentan, incluida la que me afecta. No fue un: ja, ja, ja, no, el carcajeo general sonó: jua, jua, jua.

he notifico todo esto porque es justo que conozca los resultados de su buena obra de ayer. A estas alturas no será preciso que le diga que yo no soy ni tímida ni prudente, y como en el pedir no se debe ser tacaño, a la vuelta de vacaciones, tal como usted precisó, le propondré una cita: Boadas, El Viejo Paraguas…, pero escoja usted el sitio, seguro que me gustará (no, no tiene alternativa).

Escarlata

(sentada en las escaleras

y llenando un librillo de bailes)

Olvidaba decirle que me voy de vacaciones algo tardías. Voy a fragmentarlas en dos, porque me encanta tomarme unas semanas de descanso en Navidad y otras en primavera. Podría tomarme los días que quisiera como esposa del dueño y copropietaria, pero he de dar ejemplo. A mi vuelta le daré, en mano, el final de mis apreciaciones críticas por su pasmado comportamiento en Madrid a raíz del asesinato de Conesal, espero que sea posible, que esté de acuerdo en que nos veamos. Usted y yo somos cómplices, compartimos un secreto, o al menos eso creo yo. No sabe lo bella que me parece la vida, me encantaría hacerle sonreír (tiene siempre una expresión tan adusta y retraída…). ¿Dónde pasa usted sus vacaciones? Seguro que las fragmenta o tal vez vaya a recuperar algún paisaje de la memoria. Yo misma experimento esa necesidad. Dejémonos de boleros por un momentito (aunque a mí me parecen preciosos) y oiga lo que está sonando en mi radio ahora: canta Azúcar Moreno:

dale a tu cuerpo vacilón

¡ay! ¡caramba!

sólo se vive una vez

sólo se vive una vez…

Ya puede volver a poner a Vivaldi (si eso es lo que quiere), pero para estar en el cielo oyendo el rumor de las aguas y lostrinos de los pajarMos… ya habrá tiempo, algo así como una eternidad.

Nota: espero no estar dejando sin papel su fax; pero sobre todo lo que más me preocupa es resultarle tediosa, cargante. Sólo puedo liberarle de su caballerosidad y pedirle que no se abstenga de decirlo claramente, le pondré remedio de inmediato (pensándolo mejor… sólo insinúelo, o me moriré de vergüenza).

Lluquet i Rovelló estaba más cerca de ser una herboristería a la antigua usanza que una tienda dedicada a la nueva salud, llena de pastillas de fibra contra el estreñimiento y de hierbas medicinales contra el colesterol, la hipertensión y la glucosa en la sangre. Las paredes eran pura estantería en marrones de coro catedralicio, para tarros de cerámica antiguos o falsamente antiguos, en cualquier caso trataban de escenificar una supuesta edad de oro en la que los seres humanos eran casi inmortales gracias a las hierbas medicinales. La tienda se parecía a la que se abría en la calle Botella en los años cuarenta y desapareció en los cincuenta para convertirse en un negocio tan anodino que Carvalho ni siquiera lo recordaba, ¿o era una mercería cuyos propietarios se mostraron solidarios cuando la policía le detuvo por primera vez? El nombre de la tienda era transparente para Carvalho, pero quizá no decía nada a las nuevas generaciones, ni siquiera a las no tan nuevas alejadas de las ambientaciones culturales del catalanismo de posguerra. Lluquet y Rovelló eran los nombres de los personajes centrales de Els pastorets de Folch i Torres, comedia con villancico incluido sobre la hipótesis, en cierto sentido no descartable, de que el niño Jesús na-ció en Cataluña y que los dos principales pastores que fueron a adorarle eran los pusilánimes Lluquet y Rovelló, dos cobardicas que no pueden con la maldad del diablo. En la época de inicio de una tímida recuperación de la lengua catalana, el franquismo había tolerado la representación de la pieza en teatros dependientes de centros parroquiales y los actores solían permitirse algunas morcillas subversivas. Carvalho recordaba la indignación del diablo, una vez más vencido por el arcángel san Miguel, de tan mala manera que estaba postrado en el suelo y el arcángel mantenía el pie sobre su cerviz y el pobre Belcebú levantaba apenas la cabeza para gritar:

– Miquel! Miguel! Sembles el Real Madrid, que sempre vol guanyar [8].

Denominar Lluquet i Rovelló a una tapadera del espionaje patriótico traicionaba la memoria cultural del propietario, fuera un particular o una institución. No quiso Carvalho quemar la consigna ni el contacto y se metió en la tienda a curiosear, agobiado por serias dudas sobre las hierbas medicinales que podía respaldar con una antigua lectura del Dioscórides, el libro sacramental sobre las plantas que no se quitaba de los ojos un tío abuelo anarquista vendedor de cacahuetes en la plaza de toros Monumental. La dependienta principal tenía el aspecto de viuda nacionalista y mediterránea del norte, bien alimentada y pulcra, emprendedora pero no con la prepotencia de las viudas agnósticas liberadas del peso de su marido, sino con la modestia de una viuda que siempre supone que su marido está en el cielo de los catalanes bailando sardanas todos los domingos y escuchando la retransmisión de los partidos del Barca a cargo de Joaquim M.a Puyal. Carvalho siempre había tenido la secreta convicción desde la infancia de que no había viudas como las catalanas, si las comparaba con las viudas inmigrantes, las catalanas eran mediterráneas pero a lo nórdico, ya liberadas de la obligación del luto y de plañir. Le comunicó Carvalho una antigua curiosidad por ver de cerca y conocer las virtudes de la cizaña, planta maldita en la cultura judeo-cristiana, que servía como imaginario del mal en contraposición con el imaginario del bien, como la planta maligna que crece más que el trigo y hay que esperar a que crezca para distinguirla y arrancarla.

– No podemos tener cizaña, es una hierba tóxica.

– ¿Ni para eliminar ratones?

– La cizaña es rica en temulina y con un gramo de cloruro de temulina podría usted matar a un gato de dos kilos.

– Ni siquiera tengo un gato.

La mujer se impacientaba y Carvalho mientras tanto reconocía la tienda, toda ella abarcable salvo a partir del pasillo que se perdía en un fondo de oscuridades. Entró una pareja de muchachos que sin apenas mirarse con las dependientas se adentraron por el corredor hasta ser engullidos por sus sombras. Imaginó que debajo de los mostradores podía haber magnetófonos siempre en marcha o frasquitos llenos de curare con el que los mejores espías han conseguido siempre matar a distancia.

– El nombre de la tienda me recuerda una pieza de teatro que yo hacía de niño en el centro parroquial.

La mujer empezaba a mirarle con interés.

– Menos mal que alguien se ha dado cuenta. Muy pocos son los que caen en la relación entre el nombre y Els pastorets. ¿Qué papel hacía usted en la obra?

– De diablo. De diablillo, mejor dicho. De diable golut, es decir, goloso, porque yo de niño era gordito y salía vestido de diablillo diciendo más o menos: Jo sóc el diable golut / i amb les meves temptacions / no es poden comptar / oh, no! / els homes que jo he perdut [9] .

Cada diablillo representaba un pecado capital y el lujurioso, por ejemplo, debía poner cara lasciva, pero sin pasarse, porque el director escénico, el señor Solé, era muy meapilas, usted perdone. Eran tiempos oscuros. A mí me bastaba con estar algo gordo.

– Yo había hecho de virgen María y mi marido, en paz descanse, que ya era joyero, siempre hacía del arcángel sant Miquel, porque ya de joven era muy hombrón y le sentaba muy bien el traje de romano, en cambio yo era una pluma y tenía cinturita de avispa. Los arcángeles salían vestidos de romanos y eso me sorprendía siempre. ¿Por qué iban a salir los arcángeles vestidos de romanos, que eran los tiranos de los judíos, de Cristo mismo? Era como si hubieran salido vestidos de guardias civiles, ¿no le parece?

– Eran épocas muy militarizadas. Cada cual tenía un uniforme u otro y hasta los arcángeles catalanes debían tener un cierto aspecto franquista.

Pero ya salían los muchachos y Carvalho se despidió de la viuda como si le asaltara una repentina prisa.

Siento no poder satisfacerle en lo de la cizaña, que por cierto en catalán se llama zitzània o jull o càgola. Recuérdelo para otra vez.

Los muchachos le llevaban sólo media manzana de ventaja pero se encaminaban hacia dos motos que tenían aparcadas sobre la acera. Se metió Carvalho en un taxi oportuno y le dijo al taxista que esperara a que las motos arrancaran para seguirlas o al menos a una de ellas.

– ¿De película?

– Soy espía.

El taxista le examinaba con la ayuda del retrovisor.

– Hoy el espionaje ha cambiado mucho. Me dedico a seguir a la gente que llega tarde al trabajo, por ejemplo, para que los puedan despedir sin indemnización.

– Pues vaya cabronada.

– Así es la vida. Así es la modernidad. Así es el capitalismo salvaje.

De pronto le había venido a la cabeza el villancico que cantaban en la apoteosis de Els pastareis o L'adveniment de l'infantJesús: El mes de maig ja ha vingut, sense ser-hi encara [10], que los díscolos muchachos del barrio apuntados a la Acción Católica para poder jugar a ping-pong convertían en un blasfemo: El desembre congelat / m'ha glaçat la fava / al matí quan m'he llevat / no me la trobava [11].

– Me parece que uno se para -informó el taxista.

– Pues pare usted también.

Uno de los motoristas echó pie a tierra en la plaza de Sant Jaume y Carvalho le secundó. Caminó tras él por la calle Ciutat, pero dobló hacia la plaza de Sant Just y siguió en línea recta por un callejón para meterse en un palacete medieval de grueso portón abierto de par en par. El antiguo zaguán para carruajes daba lugar a dos escaleras, una se iba hacia la derecha y otra hacia la izquierda. Aunque el silencioso calzado deportivo del seguido no señalaba por qué escalera subía, Carvalho percibió presencia humana, algo así como el vacío en el aire que dejaba un cuerpo al desplazarse, y subió por la de la derecha. El muchacho le llevaba dos rellanos de ventaja y ya se estaba metiendo en un apartamento, por lo que Carvalho forzó la marcha y llegó ante otra puerta que permanecía abierta. Tanteó con una mano hasta qué punto estaba realmente abierta y metió la cabeza en el interior oscuro. Una fuerza contundente le empujó desde atrás y lo introdujo en la oscuridad sin control sobre su cuerpo hasta el punto de caer al suelo, con tiempo sólo de protegerse la cabeza de un posible golpe. Pataleó en la oscuridad por si alguien recibía las patadas, pero sólo las recibía la oscuridad, que no duró mucho. Una potente luz cenital le reveló de rodillas mientras trataba de izarse rodeado de cuatro hombres jóvenes disfrazados de motoristas de verano: camisetas Calvin Klein, pantalones téjanos y calzado deportivo. Uno de ellos tenía un bate de béisbol en las manos, pero alguien quitó el seguro de una pistola y Carvalho esperó a que el cañón se le pusiera en la sien o en el cogote. Era previsible y así ocurrió. Cuando notó el contacto de la o metálica en su sien preguntó:

– ¿Puedo levantarme?

Nadie dijo lo contrario y la punta de la pistola secundo sus movimientos. Esperó a que alguien dijera algo,pero no fue así, por lo que se consideró en la obligación de presentarse.

– Me llamo Pepe Carvalho y soy detective privado.

Permanecían mudos y así estuvieron hasta que una puerta se abrió en el lateral izquierdo y apareció un hombre con cara de enfadado y vestido con un chándal. Se le acercó y le examinó desde una expresión situada en el justo término medio entre la neutralidad y el asco.

– ¿Por qué ha seguido a estos chicos? ¿Es usted maricón?

– No sé de dónde saca usted que les he seguido.

– Les ha seguido desde Lluquet i Rovelló, donde ha entrado a interesarse por una hierba, la cizaña. No es muy común ese interés.

– Tuve un tío abuelo anarquista, vendedor de cacahuetes en la plaza de toros Monumental, muy aficionado a las plantas. Me parece que era vegetariano y teósofo.

– ¿Quién le dio la referencia de Lluquet i Rovelló?

– De bon matí quan els estéis es ponen.[12].

Había conseguido desconcertar al hombre del chándal.

– Usted no dijo eso en la tienda. Usted se limitó a fisgonear. ¿Quién le dio la consigna?

– Quien puede dármela. De hecho quise asegurarme de la situación y en una primera visita quise hacerme cargo del lugar, de sus puntos débiles posibles. Por ejemplo, que entren dos chicos y sin decir nada se metan dentro, como si fueran de la familia.

– Son de la familia.

Pero el del chándal estaba cabreado y no con Carvalho, porque se puso a jurar en catalán y acusar a alguien de ser un metementodo que no respetaba el territorio de los demás, que no sabía delegar trabajo y así no… així no anem enlloc [13] . Uno de los presuntos motoristas trataba de tranquilizarle.

– Son coses d'en Quimet. Ja el coneixes [14].

– Quin collons de servei d 'informado és aquest? [15].

Consciente de que había informado demasiado recuperó la contención e invitó con un gesto a que el coro desapareciera, y ya a solas con Carvalho le propuso seguirle hasta una salita sin ventanas ni otro elemento extraño a las dos sillas que la ocupaban que un mapa de Els Palsos Catalans que abarcaba la mitad de una de las paredes.

– ¿Desde cuándo le han coaptado?

– Estoy en ello.

– ¿No habla usted catalán?

– No habitualmente. Pero usted puede hablarlo.

– No. También me va bien hacer prácticas de castellano. Mi padre era de Jaén y si usted lo oyera es más catalanista que yo. Estamos embarcados en el mismo barco. Cada vez hay más gente en ese barco, señor… ¿Cómo ha dicho que se llama?

– Carvalho.

– ¡Claro! Usted es Pepe Carvalho. Luego le pediré un autógrafo, porque si no, mi mujer no se va a creer que he estado con Pepe Carvalho. Pues, como le iba diciendo, cada vez somos más los que estamos embarcados en el mismo barco, pero ¿adonde nos lleva?

– Vivimos tiempos de incertidumbre.

– Usted lo ha dicho. Viviremos transformaciones asombrosas. Yo preveo hasta la caída del imperio americano y sería horroroso porque nos quedaríamos sin un elemento fundamental de disuasión y la anarquía más total se cernería sobre el planeta. Para cuando llegue ese momento tienen que estar muy bien trabadas las nuevas estructuras nacionales. La crisis del gran capitalismo se salva si funciona la pequeña empresa, ¿no cree usted? Igual puede decirse de la crisis de las grandes potencias, de la caída de las naciones-Estado hegemonicas durante más de cuatro siglos. Entonces llegará el momento de las pequeñas naciones reprimidas y aplazadas.

Se oían voces altas en la sala de recepción y al tiempo Quimet se metió en la salita para contrariedad del hombre del chándal que pronto superó acogiendo al recién llegado como a un jefe. Quimet propuso a Carvalho que le acompañara. Salieron a la calle y se metieron en el primer bar que encontraron seguidos por uno de los muchachos motoristas. Quimet pidió un bíter sin alcohol y Carvalho un jerez fino, con alcohol, subrayó. Si en el fondo de la voz de Quimet quedaban restos del naufragio del reproche, el tono era apacible cuando le recriminaba no haber respetado el ritual de la consigna. Es mi manera de trabajar, objetó Carvalho. Quiero conocer exteriores antes del rodaje de la película y además me ocupa sobre todo el caso del asesinato del chico Mata i Delapeu y estaba de paso. Otro día iré expresamente y daré la consigna.

__¿Por qué no me lo había dicho? Sobre sectas tenemos un servicio espléndido: sectas religiosas, extrema derecha, drogas y corrupción preventiva.

– ¿Cómo puede ser preventiva la corrupción?

– Al margen de la policía del Estado y de la policía autonómica, investigamos, vamos a decir, por cuenta propia. Investigamos casos que pueden poner en nuestras manos la conducta de altos cargos, pero sin hacerla pública para no desprestigiar la escasa estructura de soberanía, de poder nacional. Casi todos son asuntos de relaciones extramatrimoniales, débil es la carne. Los trapos sucios hay que lavarlos en casa. Las elecciones se acercan y podemos perder, todo depende de que no hagamos tonterías y no entreguemos bazas al enemigo. Los corruptos no deben provocar el efecto de que tiremos piedras sobre nuestro propio tejado. Pero sobre lo del chico Mata i Delapeu podemos ponerle en el buen camino.

– ¿Conoce usted al señor Jordi Anfrúns, sociólogo?

Quimet podía fingir que estaba radicalmente sorprendido y así lo hizo algunos minutos mientras trataba de enterarse cómo Carvalho había podido llegar a relacionarles.

– Bueno. Ya veo que a usted, Carvalho, le gusta moverse por su cuenta. Anfrúns es un experto en cuestiones religiosas y me valgo de sus conocimientos. Eso es todo. A propósito, ¿tiene algún inconveniente en viajar de paquete en una moto?

Carvalho negó con la cabeza y Quimet le abandonó unos instantes para dialogar con el motorista que había quedado a prudente distancia tomándose un zumo de tomate. Volvió acompañado por él.

– Aquí tiene a su motorista. Le llevará a buen puerto.

El motorista pertenecía a la secta de kamikazes regateadores, capaces de rebasar cualquier tipo de coches, en cualquier situación, aun a costa de llevarse por delante todos los espejos retrovisores y los insultos de los automovilistas. Carvalho dejó de anticipar y contemplar las pequeñas destrucciones y se concentró en el paisaje fugitivo que venía a su encuentro, mientras cavilaba sobre la condición carvalhiana de la vida que puede llevar a un prejubilado respetable a la posición teórica de paquete de una Suzuki conducida por un espía catalán casi adolescente, y probablemente adolescente sensible y puritano sin otro vicio que el zumo de tomate, el pan con tomate y la ensalada de tomate. Curioso que las dos señas de identidad de la identidad catalana, el pan con tomate y la sardana, no se convirtieran en fenómenos sociales hasta bien entrado el siglo xix. Tanto la sardana como el pan con tomate formaban parte de la comunión emocional de Carvalho con el país, impresionado desde niño por la majestad de la danza y por la propicia inteligencia del pan untado. La moto se fue a por el barrio de Horta para detenerse en una calle donde sobrevivían algunas torres con jardín, a veces acompañadas ya del rótulo de la empresa demoledora. Pero fue un chalet con posibles el escogido por su conductor y sobre la puerta un rótulo se convertía en invitación al enigma: Enigma S. A. ¿Cómo es posible que el enigma se constituya en sociedad anónima?

Superaron media docena de escalones de mármol castigado por las erosiones y se metieron en un largo pasillo al que se abrían habitaciones rotuladas: Ejército de Salvación, Pentecostés, Testigos de Jehová, Darbistas, Cienciología y Rosacruz, Cristian Science, Espiritistas, Cuáqueros, Niños de Dios, Satánicos, Nuevo Diseño, Catarismo, Islámicos, Orientales y EPC. Sin duda estaba en algo parecido a la planta dedicada a religiones de El Corte Inglés, Macy's o Galerías Lafayette. Le pidió el motorista que le esperara y se metió el muchacho en el departamento de EPC. Salió poco después acompañado de un cura con clergyman, pequeñito, gordito y enfurruñado que mascullaba algo ininteligible pero que Carvalho suponía dirigido a él. Escogió el cura el departamento satánico y franqueó la puerta a Carvalho. En el interior sólo había dos sillas, una mesa con el imprescindible ordenador y el resto eran archivos. Sentada en una de las sillas trabajaba una chica con un notable parecido físico con el cura aunque ella era pelirroja, tanto que no podía ser otra cosa que su hija o su sobrina, circunstancia que el cura debía tener muy detectada porque dijo:

– La señorita Neus, mi sobrina.

Neus trabajaba con una eficiencia extrema a juzgar por la dedicación con que trataba de meter o sacar algo del ordenador.

– Imprímeme el caso Ruidoms.

Los dedos de Neus no se desengancharon del teclado hasta que de la máquina de imprimir empezaron a salir hojas según el impulso de una tos asmática. Una vez impresas las hojas, las tomó el cura como si se tratara de un informe trascendental sobre el bombardeo de Iraq

0 de Kosovo en las próximas horas, lo repasó con ojos sagaces y con un lápiz rojo fue trazando círculos. Luego hizo una seña al detective para que se le acercara y en muy baja y continuada voz, como si rezara, le fue dando algunas explicaciones.

– Puede leer el informe entero, porque así me lo ha indicado Manelic.

¿Manelic? ¿Quién era Manelic? Pero el cura no pareció impresionado por el evidente desconcierto de Carvalho.

– Ponga especial cuidado en los círculos en rojo. Si tiene alguna duda que Neus pueda resolverle, recurra a ella. Y si ella no se las resuelve, me viene a buscar donde me ha encontrado.

Se sentó Carvalho mientras el mosén se iba y captó una pequeña atención de Neus dirigida a abarcarle y valorarle. La muchacha tenía ojos bonitos y dióptricos de pupilas acentuadas por las lentillas, la piel pecosa. Leyó Carvalho dos veces el breve informe y tomó algunas notas que le ayudaban a hacerse un resumen personal: Testigos de Luzbel. Secta satánica fundada por Albert Pérez

i Ruidoms a partir de la teoría de que la luz del mundo se extinguió con la caída del llamado Ángel Malo, Luzbel, y que sólo volverá cuando una nueva negación niegue una civilización negativa en la que lo propuesto como Bien sólo sabe definirse como lo contrario al Mal, que es lo único realmente existente. Luzbel adquiere una consistencia simbólica subversiva, por lo que la secta pregona la creación de una red de desobediencia civil y trata de estar presente en los movimientos okupas y neoanarquistas en general. Tras señalar a Pérez i Ruidoms como el único responsable importante de la secta y a la víctima Alexandre Mata i Delapeu como su compañero sentimental, despachaba el asesinato como un ajuste de cuentas entre grupos empresariales y dejaba la clarificación del asunto en manos de un tal Manelic. ¿Quimet? ¿El hombre del chándal? ¿El cura? Si estos apartados estaban liquidados en unos cinco folios, los diez restantes se ocupaban de la posición de Testigos de Luzbel con respecto a la reivindicación nacionalista catalana y las naciones sin Estado. En ocasiones el sujeto referido era estrictamente el nacionalismo catalán pero, a medida que avanzaba el documento, el redactor hablaba teniendo en cuenta el movimiento internacional de las naciones sin Estado y la disposición de Testigos de Luzbel. Y siempre citando a Manelic como una autoridad. Es decir, la pieza clave era Manelic.

– ¿Conoce usted a Manelic?

– ¿Decía usted?

La pelirroja y pecosa se había sobresaltado por el simple hecho de la interpelación.

– En el informe que me ha dado el mosén, aparece un tal Manelic y le preguntaba si usted podría ponerme en contacto con él.

– No sé quién es. Yo me limito a mantener la red de Internet.

– Le conviene salir de esa red. Está usted muy pálida. Yo en cuanto me entere de quién es Manelic me voy a dar un baño en la Barceloneta o en la Vila Olímpica. ¿No le apetece?Una de dos, pensó Carvalho, o te mira con la distancia que merecen tus años o se ruboriza y se echa a reír. Se había ruborizado y rió brevemente.

– Sale gratis y es tonificante. Tal vez no sea hoy, porque sospecho que me va a costar llegar hasta Manelic, pero mañana… ¿A qué hora sale?

– No tengo horario fijo.

– Póngaselo usted misma, ¿las dos?

– Bueno.

La muchacha parecía muy sorprendida de lo que estaba saliendo de sus labios.

– Vendré a buscarla.

– No. No. No estamos autorizados a dar citas a extraños en esta sede. Iré yo a donde usted me diga.

– Al pie de la Torre Mapire a las dos. Traiga el traje de baño puesto, debajo de la ropa, se entiende, de lo contrario tendría que cambiarse en el parking. Yo le cedería mi coche con mucho gusto. ¿Se llama usted?

– Margalida.

– Su tío me ha dicho que usted se llamaba Neus.

Ella se había llevado una mano a la boca y reía sofocadamente.

– Neus es mi nombre de guerra.

Seguía conteniendo la risa.

– Presiento que si usted no se llama Neus, su tío tampoco es su tío, aunque tienen cierto parecido. ¿Cómo lo han conseguido? ¿Tienen en el sótano un departamento de ingeniería genética? Pero celebro que se llame Margalida. Muy bonito. En mis tiempos de persona culta me sabía una canción en catalán en la que se habla de una Margalida muy desafortunada. Luego dejé de ser culto y sólo me gusta ir en verano a la playa y en invierno cocinar hasta altas horas de la madrugada. ¿Le gusta a usted comer bien?

– Y cocinar. Seguí los cursos de la escuela Hoffman y he asistido a varios congresos de cocina catalana.

La pelirroja se merecía un respeto, pero probablemente su tío era el más indicado para informarle sobre Manelic. Llamó a la puerta de EPC y la voz del cura le invitó a entrar. Ya no iba de cura o al menos no iba vestido de cura. Llevaba algo parecido a una guayabera, pantalones téjanos de verano y sandalias como si las hubiera llevado toda la vida. Aquel hombre tenía cierta capacidad de transformación y Carvalho recordó a un personaje de cómic que se llamaba Mortadelo, capaz de convertirse en una farola o en una lombriz si era necesario para proseguir su investigación.

– Lo tengo todo más claro, pero según se desprende del informe he de encontrar a Manelic.

– ¿Para qué lo quiere?

– Ya es cosa sabida que el asesinato del joven Mata i Delapeu se debe a una conjura entre grupos de presión, pero la madre de la víctima me pide que descubra quién mató a su hijo, quiere verle la cara para preguntarle ¿por qué mataste a mi hijo? La mujer participa del sentimiento trágico de la vida, una tendencia española que yo creía superada, sobre todo en Cataluña. Según parece el asesino ha sido un sicario, pero yo no puedo volver ante mi cliente y decirle: Señora, a su hijo le mató un profesional. He de decirle algo más. Causas. Culpables por instigación. Supongo que Manelic podrá ilustrarme.

– Manelic no está visible. Como usted comprenderá esto no es un centro excursionista y bastante cachondeose ha hecho a costa nuestra en el pasado. Queremos ser un servicio de detección de corrientes espirituales serio. Pero procuraré ayudarle. Le haré llegar alguna señal que le pondrá en el camino de Manelic.

La audiencia había terminado y ya con medio cuerpo en el pasillo, Carvalho señaló con un dedo el rótulo que se manifestaba sobre el cristal biselado.

– EPC. ¿Es algo relacionado con impuestos?

El transformista gruñó y contestó escuetamente.

– Església Països Catalans. Y si no lo entiende se lo traduciré: Iglesia Países Catalanes.

No había recibido ninguna señal del responsable de EPC, ni tampoco de la extraña corresponsal del fax. Se había ido de vacaciones de verdad y no tenía por qué informarle de que él no iba a disfrutarlas. Al menos quince días de silencio y de olvido. Tal vez las vacaciones sirvieran para que dejara de molestarle. Se puso el traje de baño y evitó responder a la pregunta de Biscuter de si se había visto con Charo.

– Le ha llamado tres o cuatro veces.

Era un reproche. Biscuter temía que Carvalho frustrara su trabajo de celestina.

– No conviene forzar las cosas.

– Lo comprendo, jefe. He de informarle de que, cuando termine el curso que estoy haciendo sobre «globalización y subdesarrollo», me voy a matricular en otro sobre los cátaros.

– ¿Sobre qué?

– Una religión muy ferma [16] que es muy antigua y defiende a los pobres contra los ricos y está en contra de las jerarquías. Además los cataros se bañaban más que los demás cristianos, eran más limpios y ya sabe usted, jefe, que a mí lo de la limpieza me chifla. Además odiaban matar a los animales y si veían que habían caído en un cepo, abrían el cepo, los dejaban escapar e indemnizaban al cazador. ¿Qué le parece esta religión?

– Una religión es una religión. Tu quoque, Biscuter!

– Pero a esta religión le horroriza el mal más que a las otras, eso me han dicho. Sería algo así como un anarquismo religioso avant la lettre. Me ha dado un folleto en el metro una chica catara, rubia y con trenzas, pero ya se sabe: … ne touchez pas la femme blanche.

A Biscuter le encantaba utilizar expresiones en francés desde que había seguido en París, en 1992, un curso especializado sobre sopas y salsas.

– Ahora que ya no hay comunismo, jefe, que ya no podemos esperar que vengan Kruschev y la Pasionaria en moto a liberarnos, tal vez haya que espabilarse de otra manera. ¿Se acuerda usted del Lausín? ¿Aquel atracador que conocimos en la cárcel? Sí, hombre, aquel que era como un hombre araña capaz de subir paredes y que siempre decía: un día van a venir Kruschev y la Pa sionaria en moto y nos van a sacar a todos de aquí.

Recordaba. Lausín tenía una extraña fe en que Kruschev y la Pasionaria le sacarían de la cárcel o de la condición de chorizo. Lo que era y seguía siendo un misterio es por qué habían de llegar en moto hasta las puertas de la cárcel Modelo. Especialmente la Pasionaria, siempre con las faldas tan largas.

– Pues Lausín ahora está muy mayor pero se ha hecho cátaro.

– Por mí como si te quieres hacer «Ciudadano para el cambio».

– También me he apuntado a eso, jefe, a ver si le ganamos las elecciones a Pujol y a los catalanistas. Yo soy más catalán que nadie, pero ya me cansa tanto nacionalismo. ¿Por qué los nacionalistas son tan nacionalistas? ¿Por qué son tan pesados y unidimensionales?

Carvalho se encogió de hombros desde la voluntad de que aquella respuesta sirviera para todo lo que le había propuesto Biscuter. La nariz le olía a incienso y a azufre a la vez. Todos se habían vuelto locos, como si el mundo recuperara un maniqueísmo esencial entre Dios y el Diablo, como si hubiera fracasado cualquier otra explicación del horror o de la estupidez de sobrevivir para morir que no pasara por el esencialismo religioso o tribal. La atracción del mar de verano le transmitía una ilusión laica para la que no necesitaba ningún entusiasmo ideológico. Buscaba una pura satisfacción táctil, una profunda satisfacción a través del sol y del agua, cada vez más convencido de que lo más profundo en el hombre y en algunas mujeres es la piel. Allí estaba la falsa sobrina del falso cura. Pelirroja pecosa como hacía veinticuatro horas, pero liberada del disfraz de espía a la paisana y por lo tanto dotada de hombros desnudos, de escote, de minifalda. Buscaron las rampas que conducían al paseo asfaltado que bordeaba las arenas de las diferentes playas, excitada ella por la aventura de bañarse en un mar tan socializado, rodeada de gentes tan comunes, las gentes más bilingües que había visto en mucho tiempo. Cuando Carvalho le instó a que descendieran hacia la playa de la Mar Bella, ella le secundó y nada más tender la toalla sobre la arena se quitó la minifalda y luego la blusa para quedar en slip y tetas, porque sus dos tetas imponían una presencia blanca y sin pecas, redonda aunque altiva que no pasó desapercibida ni siquiera a los homosexuales de jornada intensiva. Demasiado joven, se dijo Carvalho. Debe parecer mi nieta. No pudo evitar comprobar de reojo si efectivamente todos los que miraban a Margalida habían llegado a la conclusión de que era su nieta o una enfermera especializada en geriatría.

– No puedo tomar mucho sol porque tengo la piel muy blanca.

Dijo mientras se untaba de un protector que le abrillantó la piel y especialmente aquellas tetas para las que la muchacha no tenía manos suficientes. Bien protegida se tumbó satisfecha y compuso una sonrisa con los ojos cerrados, como si estuviera contándose algo que le complacía. Carvalho se había echado a su lado, apoyado sobre un codo, y trataba de mirar en otra dirección hasta que la voz de ella le forzó a volverse. Ahora tenía los ojos miopes abiertos.

– ¿Qué querías que te dijera?

Le estaba tuteando.

– ¿A qué te refieres?

– No había otro motivo para invitarme a venir a la playa contigo. Querer saber algo. Mira, tío, si quieres que yo sea legal contigo, tú has de ser legal conmigo. Yo no voy de tonta por la vida.

– ¿Todo el mundo que pasa por tu santuario te invita a ir a la playa para sacarte algo?

– Poca gente entra en aquel santuario. Si a ti te han dejado entrar es por algo.

– ¿Tú que haces allí? ¿Patria?

– Me gano la vida.

– No eres una patriota.

– Soy una empleada contratada por tres meses. Silo hago bien, me renuevan. Si no me porto bien, a la calle.

No es manera de tratar a un miembro del servicio de información, pensó Carvalho, luego pasa lo que pasa, agentes dobles y triples, despechados que se venden los papeles al espionaje napolitano o andaluz o gallego o serbio o etíope. Demasiada caricatura. Era imposible que se correspondiera con lo real.

– Tienes una intuición yo diría que femenina. Estoy muy interesado por Manelic. ¿Quién es Manelic?

– Yo no puedo decírtelo, porque sólo tengo una sospecha. Allí nadie se llama como dice llamarse, ni es lo que dice ser. Teóricamente somos un servicio de información sobre sectas en relación no explícita con la policía autonómica, pero tampoco estoy segura de que seamos sólo eso.

¿Por qué le había resultado tan fácil todo? ¿Sólo se explicaba por el nexo Charo-Quimet? ¿Porque somos un país de seis millones de personas en el que todos nos conocemos y es imposible esconder nada, ni siquiera a los espías? La muchacha no tenía un criterio formado sobre la razón y escuchó a Carvalho desde la más absoluta neutralidad. Margalida estuvo más rato en el agua que tomando el sol y Carvalho la siguió cuando se fue a la ducha pública y luego aceptó tomarse un arroz con bogavante en la Barceloneta, en Can Solé, un restaurante que había respetado la estética de un barrio pescador y los precios del poder adquisitivo de diez años atrás. A veces el dueño le telefoneaba cuando tenía espardenyes [17] porque propiciaban el aroma final de un arroz sólido en el sofrito con sepia y cebolla tostada. Margalida tenía buen diente y buen beber. Contemplaba divertida los esfuerzos de Carvalho por beber poco y en cambio llenar la copa de ella en cuanto mediaba.

– Tienes un no sé qué de ligón antiguo.

– ¿En qué lo notas?

– En que quieres emborracharme. Para que hable. ¿Tal vez para que nos vayamos a la cama?

Demasiado resabida.

– Me parece que tú y yo no nos vamos a ir a la cama.

– ¿Por qué?

– Porque pareces una chica demasiado sana, de esas que antes de que te desabroches la bragueta ya te han puesto el condón. Yo exijo hacerlo sin condón.

Estaba desconcertada.

– ¿Tú lo haces sin condón? ¿Y el Sida?

– Si el amor es una ruleta rusa, ¿por qué no ha de serlo el sexo? Cuando me ponen un condón me distancian tanto que no se me levanta. Es como si le hubiesen puesto un estigma a mi picha. Comprendo que para los atletas sexuales de tu edad sea importante no pillar ninguna infección para poder seguir votando durante elecciones y elecciones y hacer patria y tener niños y agitar banderas hasta que la muerte nos separe. Pero ya no tengo patrias trascendentales, ni voto, ni me quedan banderas. Prefiero comer y follar peligrosamente. Cuando puedo.

Le parecía que era cariño lo que había asomado a los ojos de Margalida.

– No es que seas antiguo, es que eres un numulites.

Carvalho se encogió de hombros.

– Debes saber muchas cosas.

– Lo mío son los satánicos.

– Entonces, lo sabrás todo sobre el caso Pérez i Ruidoms o Mata i Delapeu.

– ¿Has oído hablar de Monte Peregrino?

– No.

– El hijo, aunque sea satánico, es un bendito. El padre es rancho aparte. Pérez i Ruidoms padre forma parte de un grupo que se llama Monte Peregrino. Son empresarios, profesores de univesidad, banqueros, políticos y se les supone conectados con una secta o algo parecido llamada Trilateral. Monte Peregrino aparentemente es un club privado selecto, no sólo de hombres de negocios, sino incluso familiar. Allí celebran hasta fiestas alto standing. De cincuenta mil pesetas por cabeza. Pronto celebrarán una de fin de verano. Es una tapadera. Como es una tapadera el Club Milton Friedman, compuesto por gentes equivalentes pero opuestos radicalmente a los Pérez Ruidoms, es decir, por Mata i Delapeu. Luchan por el poder allí donde se dé: en los partidos políticos, en las entidades bancarias y hasta en el Barcelona Fútbol Club. El asesino de Alexandre Mata i Delapeu está al caer, pero no será el asesino. ¿Has oído hablar de Dalmatius? No has oído hablar de nadie. ¿De dónde sales tú?

– De la Transición.

– Del Diluvio, vamos. Dalmatius es el gran tratante de violencia a sueldo. No es una sola persona. Es otra organización que controla sicarios reclutados generalmente en el este de Europa. Los hace venir. Pegan una paliza. Matan. Violan. Incendian un negocio y se van. Pero si la policía necesita detener a alguien para cubrir el expediente, Dalmatius tiene un servicio de desgraciados dispuestos a comerse el marrón para que no los expulsen del país. Mientras los encausan, los juzgan, se quedan aquí aunque sea en la cárcel y van ganando tiempo. He hablado demasiado. ¿Me tomas por una agente doble?

La tomaba por una agente fácil. Demasiado fácil. La acompañó caminando hasta el parking de Torre Mapfre donde ella había dejado su moto y en la despedida Margalida le acercó la cara para besarle los labios y meterle la lengua, abundante, como las tetas, y a Carvalho no le gustaban demasiado las lenguas abundantes. Le habían parecido siempre lenguas blandas, comestibles, más propensas para un estofado caníbal, incluso para un carpaccio de lengua, que para el beso. Esperó a que ella se metiera dentro para correr hacia la rampa de salida. Con una mano convocaba a un taxi, pero con el cuerpo vuelto hacia el control del tiquet a la espera de que Margalida apareciera sobre su moto. No lo hizo. Entonces Carvalho despidió al malhumorado taxista tras pagarle la bajada de bandera, fue veloz hacia la escalera mecánica que ascendía hasta el nivel donde estaba el restaurante Talaia y llegó a tiempo de ver cómo Margalida salía del ascensor y se encaminaba a pie primero hacia la playa y luego en busca de la Vila Olímpica. La siguió Carvalho hasta las taquillas de la red de cines Icaria y allí estaba el inevitable Anfrúns esperándola.

Hubiera jurado que Anfrúns le había visto y que le dedicaba una sonrisa aparentemente no transferida. Luego la pareja se metió en una de las cinco mil salas cinematográficas.

Trató de agarrarse al niño volador que avanzaba por el espacio hacia los cohetes, en una mano llevaba «mistus Garibaldis» y en la otra una piedra forrada de pólvora. Era él mismo medio siglo antes. Noche de San Juan. Olor a pólvora barata de posguerra. Cohetes lejanos y cerca los correcames [18] perseguían las piernas delgadas de las chicas, los mistus Garibaldis se limitaban a arrancar chispas de las paredes, algún volcán de madera o cartón en los balcones y en la encrucijada de calles sin tráfico, las hogueras. La música de la radio.

El gitano Andrés

se volvió furioso

cogió a su mujer

y la tiró al pozo

preguntóle el juez

por qué hiciste el daño

y él le respondió

para darle un baño.

¡Ay, señor Colón!

Ay, señor Colón!

Fíjese como está el mundo.

¡Ay, señor Colón!

Los gitanos del bar Moderno no le ponían reparos a la canción. Sabían que habían perdido la batalla contra el blanco, el payo para ellos, en años paralelos a la derrota del negro, del lobo y de la hormiga. Sudores de los sobacos, gaseosa con cerveza, el olor a pólvora podía ser un resto de aroma de la propia guerra civil. Ahora, en 1999, hasta Vallvidrera llegaba un estruendo de verbena de la parte del Valles, los cohetes salían de entre los bosques que le quedaban a Sant Cugat y no podían ser otros que los de la verbena de despedida del verano del señor Pérez i Ruidoms. Pero superpuesta estaba la verbena de su infancia y olía a coca barata del horno de la señora María o tal vez a una coca hecha por su madre con la receta de una vendedora del mercado de Sant Antoni o de la pastelería Petitbó. Abandonó la terraza mirador de la ciudad y se metió en la habitación. Charo dormía. Sobre la mesilla de noche de su lado quedaba una copa de champán mediada y Carvalho fue hasta el comedor para recuperar la botella de Bollinger metida en un cubo con agua y hielo. Bebió directamente de la botella y la devolvió a su encantamiento helado, luego salió al jardín y a la carretera para subirse al coche y descender hacia la plaza de Vallvidrera. Al pasar ante la casa de Fuster vio luz encendida y tocó la bocina. Fuster se asomó con más sueño en la cara que juerga.

– De juerga.

– De fingir que estoy de juerga. ¿Adonde vas?

– Trabajo.

– ¿Trabajo a estas horas?

– El mal no descansa. Un día de estos pasaré para hablar contigo de religión.

Dejó a Fuster perplejo y se fue en busca de la carretera que descendía hacia Les Planes y el Valles. Los cohetes reventaban de vez en cuando siempre en el mismo cielo, como estrellas de Belén señalando el camino, los perros aullaban inquietos y con el oído roto por las explosiones, Carvalho tenía en la sangre casi una botella de Bollinger. Descendió hacia el apeadero de Vallvidrera y luego fue a buscar la autopista en dirección a Sant Cugat, pero no entró en la ciudad. No respetó el rótulo «Camino particular» y se metió abriendo con los faros un túnel de noches y vegetaciones blancas, en el que de vez en cuando aparecían los deslumhrados indicadores «Can Borau». El camino asfaltado descendía y vio inmediatamente una explanada habilitada como parking para un centenar de coches y más allá una iluminada residencia masía con almenas de las que salían cohetes con ambición de Vía Láctea. Dos del servicio de seguridad se pusieron junto a la ventanilla.

– ¿Trae usted invitación?

– La he olvidado pero estoy invitado por el señor Pérez i Ruidoms.

– Su nombre, por favor.

– Pep Carvalho i Touron.

No parecían impresionados por la catalanización de su nombre y hablaban con alguien a través del walkie-talkie. Luego le pidieron que aparcara fuera de las hileras de los demás coches, le invitaron a que bajara y abriera el maletero y el capó. Para entonces ya había llegado hasta ellos un guardaespaldas más alto y más gordo vestido de mayordomo de película de ricos de vacaciones en el Caribe. El señor Pérez i Ruidoms le estaba esperando. Pero no era cierto. El mayordomo le sumergió en un salón de baile donde una veintena de parejas de mediana edad bailaban según la pauta de una orquestina bajo un cielo de guirnaldas de papelotes de colores, y allí le dejó mientras le prometía volver con Pérez i Ruidoms. Ni éxtasis ni siquiera entusiasmo verbenero en las caras, como si los hubieran contratado para bailar a un ritmo correcto canciones correctas, por más que de vez en cuando alguien tirara un puñado de papelitos purpurina o hiciera tururú con una trompeta de cartón. Pero de algún lugar salían las copas y los pedazos de cocas variadas, por lo que siguió el rastro de un camarero de retorno y pasó a un recibidor donde estaba la intendencia: una mesa alargada cubierta de bandejas con pedazos de coca y botellería de licores y aguardientes flanqueada por dos cubos donde se iban sustituyendo las botellas de cava, un cava de apellidos desconocidos, uno de esos cavas que salen cada quince días, fruto del entusiasmo cosechero de algún optimista con voluntad de fundar una dinastía avalada por la antigüedad, la tierra y el vino.

Pérez i Ruidoms sin presentarse, Carvalho se metió por un pasillo que llevaba al sillón de la quietud en el que cuartetos y parejas dialogaban sobre el efecto 2000 y el lugar donde pasarían el tránsito del siglo.

– Yo quiero viajar al lugar donde se ve el sol por primera vez, para ver la primera luz del milenio.

– ¡Maravilloso!

Gritó una dama arrastrando el oso con el entusiasmo con el que suelen arrastrar los calificativos las personas muy difíciles de sorprenderse. Demasiada normalidad para tanta mansión y tanta cita. Vio una escalera a su derecha con baranda de granito rosa y la subió hasta acceder a un distribuidor con balaustrada sobre la pista de baile al que se abrían cuatro habitaciones cerradas. Abrió una de las puertas e interrumpió una reunión de seis personajes de los que suelen salir siempre con luz verde en los semáforos valorativos de los periódicos conservadores. Pero ninguno de ellos se identificó con Ruidoms mientras sus ojos le expulsaban, tal vez porque les había sorprendido con los pies desnudos metidos en sendas palanganas con agua. Utilizó la balaustrada como observatorio y vio al mayordomo caribeño salir de detrás de una columna buscando a alguien. A él probablemente. Bajó la escalera y esperó a que el mayordomo se apartara de donde estaba para moverse en busca del camino utilizado para llegar allí. Detrás de la columna partía un pasillo y al final una iluminada escalera que Carvalho descendió con sigilo creciente a medida que aumentaban las voces que subían desde las profundidades. Se detuvo en el último recodo para observar la escena. Hombres en penumbra y en esmoquin sentados en círculo en torno a un sillón en el que permanecía el Pérez i Ruidoms que salía en la televisión como un poderoso entre poderosos, ahora con la mirada elevada hacia el cénit del habitáculo circular culminado por un lucernario, como si de allí le fuera a llegar la voz excelsa. Pero lo que allí había era una pequeña cámara de un circuito de televisión que hasta ahora Carvalho no había descubierto. El hombre tenía cara de máscara, como si su calavera delgada, casi afilada, y su boca en forma de pico fueran falsas, y estaba tan concentrado en lo que iba a decir que absorbía la atención de los reunidos hasta que bruscamente volvió la cabeza hacia donde estaba semiasomado Carvalho y exclamó:

– Adelante, Carvalho, le estábamos esperando.

Y como si se tratara de una consigna, todos los esmoqúines se volvieron hacia Carvalho y todos parecían estar avalados por la misma cara, porque ellos sí llevaban una careta, la misma careta. Carvalho avanzó hasta el centro del semicírculo y se quedó de pie frente a la mesa de Pérez i Ruidoms, sonriente y a la espera de que Carvalho se pronunciara sobre la escenografía.

– ¿Qué le parece el montaje?

– Me recuerda algo que vi de teatro independiente, en los años de mi infancia ideológica. O quizá me evoque una representación del Ramayana en Bali, hace treinta y algunos años. Una asamblea de monos, creo recordar, que se pasan toda la representación gritando taca, taca, taca, taca.

Los mascaritas se pusieron en pie y entonaron el taca, taca, taca, taca del Ramayana hasta que Pérez i Ruidoms les invitó a sentarse y a callar.

– Usted me ha pedido que le hable de Monte Peregrino y aquí los tiene. Estos señores y yo somos Monte Peregrino.

El mayordomo había aparecido portador de una silla y la situó junto al sillón giratorio del anfitrión para que Carvalho pudiera sentarse. Así lo hizo y el silencio general le instaba a que tomara la iniciativa humana en aquella asamblea que había calificado de monos y el disgusto latía detrás de las caretas, un disgusto de personas importantes temió Carvalho, por lo que no quiso aumentar su indignación.

– Como ya informé al señor Pérez i Ruidoms, la señora Mata i Delapeu me ha encargado que investigue el asesinato de su hijo Alexandre, del que está acusado en primera instancia su hijo, señor Pérez i Ruidoms, en libertad bajo altísima fianza. Por lo que sé, el crimen lo ha cometido una banda de sicarios para desacreditarles a ustedes, porque según parece estoy en presencia de un sujeto colectivo que está luchando por conseguir el dominio del mundo o la presidencia del Barcelona Fútbol Club, es casi lo mismo, y éste es un país donde nadie tiene límites precisos ni ambiciones patrióticas mensurables.

– No hemos venido aquí para que se burle de nosotros.

Se había levantado un esmoquin enmascarado y el anfitrión le calmó con un gesto al tiempo que invitaba a Carvalho a proseguir. Pero el mascarita se había lanzado a la declamación:

– Jo sóc català i porto barretina / i a qui em digui res / li tallo la sardina [19].

Volvió a sentarse disciplinadamente el rapsoda y Carvalho pudo proseguir.

– Yo había solicitado un aparte con usted. Nunca se me habló de que vendría a una verbena fin de verano.

– No es estrictamente una verbena, mientras nuestros familiares y subalternos están arriba viviendo la verbena, nosotros debatimos lo complicado de la situación. No es una batalla inocente, señor Carvalho, y nuestros servicios de información advierten que podemos estar próximos a otra provocación.

– A la que ustedes responderán un día de estos, supongo. No sé si me divierte o me aburre el carácter coral que está tomando esta farsa, pero tal vez me divierte más que me aburre. Necesito un culpable con rostro. Necesito volver a mi cliente para decirle a su hijo lo han matado éste y aquél por orden de éste y aquél.

– ¿Sólo eso? Por orden de quién nunca podrá demostrarse. En cambio, lo primero que ha pedido es posible conseguirlo a cambio de que usted deje de fisgar. Sabemos por dónde se mueve, Carvalho, y nos parece que está usted pisando territorios que desconoce.

– Me he dado cuenta de que todos pertenecen a alguna secta. Hay dos clases de sectas, las destructivas, como las satánicas, y las constructivas, como ustedes o la Iglesia católica o el Opus Dei.

Las máscaras se miraban las unas a las otras y sólo Pérez i Ruidoms no miraba a nadie. Las máscaras empezaron a cuchichear en una lengua que a Carvalho le pareció aún más exótica que el coreano, en el supuesto caso de que alguna vez hubiera oído hablar en coreano. Pérez tenía los ojos retenidos por un fragmento de la penumbra, ensimismado y preocupado. Luego los devolvió sobre Carvalho y le salió una oratoria fría y acuciante.

– Resumiendo. Esto no es propiamente una secta, sino un club de amigos y simpatizantes con la memoria de Frederic Hayeck, nombre que no le dirá nada a usted pero que ha sido uno de los hombres más relevantes de este siglo, uno de sus ideólogos y estrategas más preclaros. En mil novecientos cuarenta y siete reunió auna serie de sabios y políticos en Monte Peregrino, en Suiza, y allí trazaron las líneas maestras de la reconstrucción del orgullo capitalista frente al alud marxista y keynesiano que estaba aplastando la libertad de iniciativa, la libertad más preciosa del hombre. Hoy podemos encontrar clubes en honor de Hayeck en todo el mundo y marcan la geografía de la resistencia y de la reconquista primero, y ahora de la victoria contra las tinieblas marxistas y keynesianas. Monte Peregrino sólo es eso.

Otro mascarita se levantó y declamó, como si se tratara de una décima de felicitación navideña.

– ¡Dos fantasmas recorren Europa, el comunismo y el keynesismo, y los dos tratan de auyentar el espíritu de iniciativa del género humano, el espíritu que ha hecho del hombre el ser hegemónico de la creación! ¡Por el comunismo llegaríamos a la hegemonía del cerdo y por el keynesismo a la hegemonía de las bacterias!

Carvalho aprobó con la cabeza el buen estilo del declamante y se inclinó hacia Pérez i Ruidoms para que sólo él oyera lo que iba a decirle.

– ¿Qué tiene que ver Monte Peregrino con Región Plus?

Por primera vez la máscara viviente se descompuso y se inclinó a su vez para contestar a Carvalho sin que los demás oyeran lo que contestaba.

– Tiene usted razón. Hemos de hablar a solas.

Luego Pérez i Ruidoms dio una palmada que provocó la muerte de cualquier murmullo y concentró la atención de los reunidos.

– Caballeros, quítense las caretas.

Así lo hicieron y ninguno de aquellos rostros traducía la pertenencia a nada que pudiera ser exclusivo de nada. Uno de ellos preguntó con acento cubano:

– Oiga, ¿aquí a qué hora dan café?

Otro fue más lejos y preguntó con toda la impertinencia de la que fue capaz:

– ¡Mamá! ¡Dime qué quiere el negro!

– No volvamos a las andadas. ¡Rusia es culpable! ¡ETA es culpable!

Le increpó otro de los presentes revestido de pronto de una radical indignación, mientras otro de los simios fingió hacer un aparte con Carvalho para informarle:

– ¿Sabía usted que en el Cretácico muchos mamíferos habían dejado de poner huevos y eran capaces de dar a luz vivos a sus pequeños? Otra innovación vital de los mamíferos fue la variedad y eficacia de sus dientes con diseños especializados en despellejar, triturar, roer y triturar, así como en sujetar y procesar la comida mediante novedosos procedimientos. Las bases biológicas del liberalismo ya estaban sentadas.

En los labios de Pérez i Ruidoms bailaba una sonrisa.

– ¿No los reconoce, señor Carvalho? ¿Tampoco reconoce a todos los comparsas que ha visto arriba?

Carvalho estaba a la espera de acontecimientos, pero no esperaba la carcajada que rompería todo el cuerpo de Pérez i Ruidoms, carcajada fingida, porque nada más emitida, el risueño había recuperado la compostura para decir:

– Casi todos forman parte del elenco de La Cu bana, una compañía de teatro de animación y comparsería.

Carvalho se puso a aplaudir y continuó haciéndolo cuando se dio cuenta de que era el único que aplaudía. Los comparsas se habían vuelto a poner la máscara y roncaban con esa extraña sincronización que sólo consiguen los mejores monos cuando roncan.

Pérez i Ruidoms evitó mezclarse con los bailarines y Carvalho le siguió hasta un despacho donde permanecía en funcionamiento para nadie el aparato de televisión conectado con la CNN. Pérez i Ruidoms le quitó el sonido pero dejó el flujo de las imágenes como un paisaje de sombras rotas proyectado sobre la pared. Sacó una botella de champán de un frigorífico disfrazado de mueble importante y enseñó la etiqueta a Carvalho, es más, la enunció:

– Roederer Cristal Rosé.

Él mismo abrió la botella, llenó dos copas controlando sagazmente la espuma y tendió una a Carvalho. Paladeó con deleite, chasqueó la lengua contra el paladar.

– La estaba necesitando. ¿Por dónde íbamos? Por Región Plus o por el asesinato del chico Mata i Delapeu. En las dos cosas supongo, ¿qué sabe usted de Región Plus?

– Lo que alguien quiere que sepa. Estoy metido en una historia llena de informaciones aparentemente encontradas, pero que contribuyen a una misma ceremonia de la confusión. Tal vez todos sean actores de La Cubana o se comporten como actores de La Cubana.

Descubro que me cuentan lo que interesa que yo sepa y que me están llevando hacia algo.

– No se mueve usted, le mueven. Interesante que se haya dado cuenta. Y le mueven hacia Región Plus, una simple operación económica que trata de establecer una conexión Toulouse, Milán, Barcelona y el negocio consiste en establecer una infraestructura de comunicaciones y en la combinación de revalorización de suelo urbano e industrial. Ese triángulo es como una Nueva Frontera, Carvalho, y ya ha sonado el disparo para que las carretas de pioneros se pongan en marcha. No le niego que estoy interesado en esa operación que, si bien inicialmente fue apoyada por el gobierno autonómico, ahora le ofrece cierta resistencia. Alguien le ha metido en la cabeza al presidente que ese proyecto daña la identidad catalana porque establece una región de diseño que puede desvirtuar el proyecto nacionalista. A mí el proyecto nacionalista catalán me importa un pepino, señor Carvalho, pero no me interesaría meterme en algo que me enajenara la buena relación con el gobierno autonómico.

– Pero se acercan elecciones.

– Imagínese que pierde el presidente Pujol. Eso significaría que el pancatalanismo pasaría a la oposición y se radicalizaría, con lo cual un proyecto como Región Plus sería demonizado y suscitaría una cruzada del radicalismo catalanista. Prefiero la injusticia al desorden. No. El proyecto tiene que avanzar e imponerse como un hecho consumado. Pero yo no soy el único interesado y tengo todos los teléfonos intervenidos y todos los telescopios de espionaje se ciernen sobre mi casa y sobre mis empresas. Lo sé porque yo hago lo mismocon los competidores y no se quejan. Pero usted Carvalho está disperso. Me interesa que se concentre en el descubrimiento de las causas del asesinato del amigo de mi hijo. Le puedo pagar de mi bolsillo aparte de lo que le pague Delmira.

– Nunca cobro de dos clientes por un mismo caso.

– Pero me aceptará esto.

Del cajón más inmediato sacó un sobre y lo ofreció a Carvalho, que lo tomó, lo abrió y contuvo en una mano las fotos que habían salido de él y un par de folios. La primera foto correspondía a una cara redonda, una verdadera bola de grasa sin huesos con los ojos pequeños y como engarzados. Las otras dos las ocupaban un hombre con aspecto de gitano y una mujer blanquísima con la cabeza ovalada culminada en un peinado escarola rubia. En el papel constaban sus referencias: Dalmatius, jefe de la red de choque Sarajevo, Mohamed Stepanovich, Silvia Rossler, también de la red de choque Sarajevo. Dalmatius había recibido el encargo de un atentado personal y se lo había pasado a Stepanovich y la Rossler sin saber quién iba a ser el asesinado. El informe añadía que Dalmatius estaba dispuesto a colaborar para resolver la situación y a entregar a los dos sicarios. Adjuntaba la referencia de la casa de seguridad donde estaban escondidos. Carvalho estudió los tres rostros, la mujer era bonita pero tenía una quietud estúpida en el fondo de sus ojos, tenía cara de animal obediente. Mohamed llevaba un cuchillo en cada ojo y cerraba su boca cruel bajo un bigotillo de violinista eslavo antiguo. Dalmatius obligaba a ser mirado. Tenía una cara asquerosa pero imán e inquietante.

– ¿Le interesa la información? Le acerca al final de la partida.

– Pueden ser actores de La Cubana.

– Puede ser. Me encantan los trompe-l'oeil. Si usted viera mis residencias están llenas de falsas paredes, falsas ventanas, falsos cénits, falsos firmamentos, falsos descensos a sótanos que existen o no existen, ya lo he olvidado. ¿Le interesaría hablar con Dalmatius?

Carvalho asintió.

– Sígame.

Parecieron desandar lo andado y volver a la cripta de Monte Peregrino pero pasaron de largo y Pérez i Rui-doms se detuvo ante un fresco en la pared que reproducía una habitación de hotel, una cama, una palangana, un hombre sentado al borde de la cama, sin rostro o al menos no interesaba escudriñar para adivinárselo.

– Es una espléndida imitación de un Hopper.

Pérez i Ruidoms tocó con un dedo la cabeza del hombre del cuadro y el muro se volvió blando, se replegó sobre sí mismo y ante ellos apareció una habitación donde la única iluminación era un reflector cenital delimitando a un individuo sentado en una silla. Cuando se acercaron a él, Carvalho vio que estaba esposado, que era Dalmatius y le habían reventado las cejas, la nariz, un párpado le colgaba sobre una ojera violácea y su rostro doblemente hinchado estaba cubierto de morados, de piel rasgada hasta mostrar la carne. Pérez i Ruidoms paseó rítmicamente en torno a Dalmatius observándole.

Ya le queda poco, Dalmatius. Luego se irá a casa al infierno. Confírmele a mi amigo que éstos son los asesinos de Mata i Delapeu.

Instó a Carvalho a que tendiera las fotos a Dalmatius. Así lo hizo y la torturada cabeza ascendió y descendió tres veces ratificando. Pérez i Ruidoms estaba satisfecho. Acercó su cara a la de Dalmatius.

– Quiero que vuelvas a verme la cara y que la anotes en tu cerebro. Tú trabaja en lo tuyo, pero no te cruces en mi camino. Tú vive en tus cloacas, pero no se te ocurra meterte en las mías. Mis reglas del juego pueden ser las tuyas y por cada matarife que emplees yo puedo contratar diez.

Pero Dalmatius estaba entero a pesar del castigo físico. Carvalho percibía que le estaba estudiando, situando, que tal vez incluso ya sabía quién era. Era de la clase de hombres que asimilan incluso en las situaciones más desfavorables y Dalmatius ya sabía lo que podía esperar de Pérez i Ruidoms pero no de Carvalho, por lo que mantuvo la mirada fija en él mientras se retiraban.

– Puede hacer el uso que quiera de la información que le he dado. A estas horas la policía ya ha recibido una confidencia sobre el lugar donde se esconden los sicarios.

– ¿Han sido ellos?

– Dalmatius los ha señalado.

Sin que añadiera ni una palabra, el anfitrión se despegó de Carvalho, salió de la masía a la explanada donde ya le esperaba un coche en marcha con chófer y dos guardaespaldas. Carvalho se fue a por el suyo, que permanecía separado de los demás, como si hubieran querido señalar su condición marginal de coche viejo para un detective previsible, tan previsible que le habían preparado la fiesta sin perder detalle, como una gran ceremonia del simulacro. ¿Y si era falso Dalmatius? ¿Y los dos chivos expiatorios? Según los informes se escondían en un piso del Poble Sec, en la calle Salva esquina Paral-lel y la policía iba a por ellos. Carvalho lanzó su coche por la carretera a una velocidad que le pareció casi cinematográfica y se fue en busca de Barcelona y del Poble Sec. Se agotaban los tráficos entre los fugitivos del centro de la ciudad y los que trataban de ganarla. Llegó a la plaza de España y fue a buscar el Poble Sec a lo largo del Paral-lel, metió el coche en un parking situado junto al teatro Condal y le separaba una manzana apenas de la ubicación de Mohamed y la mujer pálida. El escenario ya estaba tomado por la policía y un reflector enfocaba una ventana del tercer piso de la casa. Carvalho permaneció detrás de la hilera de curiosos que la policía alejaba a voces e incluso empujones del círculo que había establecido en torno a las presas.

– Hay un muerto.

Dijo un hombrecillo tan anocturnado que tenía piel color de luna y venas color de noche. Sonaron una continuidad de disparos dentro de la casa y la presión de la policía contra los curiosos se hizo más extrema. Carvalho trató de acercarse a la primera fila y dos hombres se pusieron a su lado.

– Lifante quiere verle.

Flanqueado por los dos agentes, Carvalho fue conducido hasta el inspector Lifante que seguía con ojos de estudioso la luz del reflector y lo que le estaban diciendo por un auricular incrustado en una oreja. Observó a Carvalho con una curiosidad deferente y se fue hacia la casa seguido del detective al que nadie le impedía el paso. Subieron dos pisos cruzándose con policías vestidos de Rambos hasta llegar a un apartamento cuya puerta de entrada colgaba como si se le hubiera roto el hombro. Los agentes estaban cansados y Lifante pasó entre ellos sin que le molestara el seguimiento de Carvalho. Los dos cuerpos yacían en el living, la mujer en el centro tenía las piernas abiertas escapadas de una corta minifalda, un tiro en la boca y los cabellos rizados diríase que petrificados. El hombre parecía un muñeco roto derrumbado sobre sí mismo y la sangre le salía de detrás del cuerpo, como si se le escapara por el culo.

– ¿Resistencia?

– Claro.

Lifante se encogió de hombros y el gesto iba dirigido a Carvalho. Dio órdenes de que se esperara al juez como siempre y sin mirar a su espontáneo acompañante le dijo:

– Tiene usted una manera muy curiosa de adivinar finales felices.

– He oído los tiros.

– ¿Los ha oído desde Vallvidrera?

– Pasaba por aquí.

Lifante parecía cansado y frustrado. Probablemente ni ha cenado, pensó Carvalho, y alguien iba a pagarlo.

– Hemos de hablar, Carvalho. Ahora.

Aún estaba abierta la horchatería de la Ronda de Sant Pau, la única donde se podía tomar en verano horchata de avellana, aunque la horchatería preferida de Carvalho era la de la calle Parlament que su madre le había traspasado como herencia. Dos días antes de morir, Carvalho le había preguntado retóricamente:

– ¿Qué te gustaría que te trajera?

Aplazó su deseo de morirse cuanto antes para pensar y volvió del remoto territorio donde había escondido sus últimos deseos para pedir:

– Horchata y melocotones.

No era tiempo ni de lo uno ni de lo otro, aunque durante años y años, cada vez que recordaba aquella escena, Carvalho se había reprochado no haberse echado a la calle a buscar horchata y melocotones o violetas, si le hubiera pedido violetas en diciembre. Además hubiera podido encontrar horchata y melocotones, pero le pareció demasiado triste secundar algo que quizá ni siquiera era un último deseo, sino una última respuesta. Lifante estaba sorprendido de la existencia de horchata de avellana y su sorpresa llenó diez minutos de conversación hasta que le salió el policía y avisó a Carvalho de que su fidelidad a su cliente, la señora Mata i Delapeu, que lo sé Carvalho, que lo tenemos bajo control, no le impedía informarle de cómo había ido a parar allí, aquella noche precisamente, en el momento en que la policía estaba interviniendo.

– Y ahora usted me dirá: Una corazonada, porque usted, Carvalho, es esclavo del personaje y el personaje le obliga a contestarme: una corazonada.

– Usted me gusta, Lifante, porque es un policía intelectual y nunca dice cojones, por ejemplo. El viejo Contreras ya me habría echado el aliento a la cara y me habría dicho que me iba a capar o que no le tocara los cojones. Usted iba para semiótico.

– Semiólogo.

– Una cosa de enjundia.

– Insisto en la pregunta, Carvalho. ¿Qué hacía usted en el lugar adecuado en el momento adecuado? ¿Qué hacía usted en la tienda Lluquet i Rovelló? ¿Y merodeando en torno al Vaticano de Horta?

– ¿Vaticano de Horta?

– Así llamo yo a esa central de indagación religiosa que han montado servicios más o menos controlados por el gobierno de la Generalitat.

– O sea que se vigilan estrechamente.

– Vigilar es nuestro oficio.

– ¿Contra quién?

– A favor del ciudadano.

– ¿De un ciudadano concreto? ¿Tienen el prototipo en algún museo del Hombre?

– Todos los Estados tienen a un ciudadano como referente, a veces se le llama Bien Común o Interés General, pero nos referimos a un ciudadano común, al común denominador de los ciudadanos, del ciudadano español, por supuesto.

– Es decir, lo más parecido que hay a usted.

La ventaja de Lifante era que no se impacientaba. Ahora bebía su horchata a sorbos y de pronto interrumpió la bebida para echarse a llorar. Pero sólo le lloraba un ojo y se presionó una fosa nasal con un dedo.

– Esto duele la hostia. El frío cuando se mete en las fosas nasales.

Se mostró comprensivo Carvalho y recordó sufrimientos similares. Le costó al inspector reponerse y volvía a retomar su discurso cuando Carvalho consideró que la mejor respuesta es una pregunta.

– ¿Tanta resistencia han opuesto esos dos que han tenido que matarlos?

No le había gustado la pregunta a Lifante, prueba evidente, pensó Carvalho, que no es cierto el axioma de que no hay respuestas malas sino preguntas tontas.

– ¿Sospecha usted que los hemos asesinado?

– Usted no estaba allí.

– Sospecha entonces que mis hombres matan por su cuenta, obedientes de un poder que yo no controlo.

– Pasa en las mejores policías. Lo he visto en el cine. Ahora siempre voy a los cines Icaria de la Vila Olím pica. Me va muy bien porque bajo de Vallvidrera por la Ronda de Dalt, empalmo con la del Litoral y en diez minutos en la playa o en el cine. ¿Se baña usted en las nuevas playas de Barcelona?

Lifante se miró los brazos como en busca o comprobación del color lechoso de su piel de animal de oficina poco ventilada. Pero volvió a por Carvalho con un dedo de advertencia por delante. No se meta en juegos excesivos para usted, Carvalho. De esta misa usted no sabe la mitad. Deje estas cosas para los profesionales. Asistimos a un desafío a tres o cuatro bandas y con lo de esta noche ni siquiera está resuelto del todo el caso Mata i Delapeu. Carvalho escuchaba muy interesado, como si fuera un alumno que toma apuntes mentales de una lección no sólo conveniente sino incluso magistral. Lifante estaba aumentando la sensación de disgregación que lo rodeaba. ¿Quién era quién? ¿Qué era qué?

– Carvalho, el Estado de las autonomías es un gran invento, pero como todo gran invento depende del uso que se haga de él. La energía atómica, por ejemplo. Un gran descubrimiento, pero ¿qué uso se ha hecho de ella? El Estado de las autonomías puede ser el principio del fin de España o la posibilidad de una nueva España armonizada, ¿comprende? Por otra parte hay una seria preocupación internacional por movimientos como Pueblos sin Estado o Naciones sin Estado, porque eso puede ser la termita de Europa en un momento delicado de la construcción europea, especialmente la construcción de la unidad militar que llevará un paisano nuestro, Javier Solana. ¿Cómo va a contar Europa con una fuerza disuasoria si ha de tener que emplear su propia milicia como una policía interior contra nuevas subversiones? ¿Coge la onda? ¿Se da cuenta de lo complejo del asunto?

– ¿Y por qué hay tanta religión por medio?

Era la pregunta que esperaba Lifante y no podía ocultar la satisfacción desde sus ojos risueños que parecían pertenecer a aquel cuerpo orondo retirado para encontrar la patria del respaldo de la silla.

– Porque la religión es el opio del pueblo.

Captó inmediatamente el escándalo que había asomado a los ojos de Carvalho y se puso serio.

– Cuidado, la religión que no es religión, se entiende. Me refiero a las supersticiones, las sectas, todo eso. Las religiones como Dios manda son otra cosa.

Se le acababan las ganas de escuchar a Lifante, consultó el reloj y el policía también parecía carecer de estímulos para seguir educando a Carvalho. Se despidieron, con un simple arqueo de ceja Lifante, y Carvalho trató de componerlo con la otra ceja para no ser acusado de mono de imitación. Compró una botella de litro de horchata y se fue a rescatar el coche. Cuando llegó a Vallvidrera, Charo estaba despierta. Era alta madrugada, ella vestía un viejo albornoz de Carvalho del que se le escapaba una teta llena pero algo vencida, surcada por venas lilas en busca de un pezón tímido. Charo se tapó la teta y contempló a Carvalho con ojos de sueño y tristeza.

– ¿Dónde te has ido?

– Me he ido a ver un espectáculo de La Cubana. Un espectáculo múltiple. Ha empezado en Sant Cugat y ha terminado en una horchatería de la Ronda de Sant Pau.

– ¡Horchata! ¡Me tomaría una horchata!

Carvalho le tendió la botella y la ilusión volvió a los ojos de la mujer. Siempre llevaría horchata encima. Nunca más volvería a defraudar a nadie por culpa de una horchata. Horchata y melocotones. Charo bebía su vaso despacito.

– Olvidaba decirte que Quimet está muy interesado en que mañana vayas a Lluquet i Rovelló.

Cuando Carvalho entró en Lluquet i Rovelló otra vez le pareció recuperar la herboristería de su país de infancia y sus ojos se fueron hacia las alacenas repletas de tarros cerámicos con rótulos de hierbas medicinales. No estaba la dependienta viuda de buen ver, sino una punki discreta, rubia pero alguna mecha lila denunciaba su voluntad subversiva y musitó: De bon matí quan els estéis es ponen. La dependienta habló por un walkie-talkie y a los pocos minutos de detrás de una cortina emergió Quimet sonriente y tan recién duchado como siempre. Por la puerta de la calle entró el hombre del chándal, sudado como si acabara de correr contra sí mismo, y aparentemente oteaba algunos tarros como si le interesara su contenido. Era el jefe de los motoristas con los que había tenido tan breve encuentro. Hizo una señal Quimet para que la dependienta se fuera a cerrar la puerta de la calle, tiró de una cortina vertical que impedía la visión de lo que ocurría en el interior y le pidió a Carvalho que se dejara poner una capucha. Desde la oscuridad trató de percibir algún movimiento indicativo, pero sólo un brazo le ayudó a dar unos diez pasos hacia adelante y de pronto, cuando le quitaron la capucha, habían atravesado el muro de la botica lleno de tarros de porcelana con indicativos medicinales. Una mesa redonda, una docena de personas que saludaron con respeto a Quimet, quien condujo a Carvalho hasta el asiento predestinado para que fuera observado por los rostros paralizados de los presentes. Ni pestañeaban. Desde detrás de Carvalho se deslizó el hombre del chándal, que se sentó también en una silla que parecía ser amiga suya o en cualquier caso se la calzó más que se sentó en ella. Quimet se plegó aún más sobre sí mismo, sobre su esencial pulcritud e instó a que el hombre del chándal hablara.

– Escuche con interés, Carvalho, porque va a enterarse de cosas fundamentales para la tarea que podríamos asignarle. Le presento a Xibert, confórmese con ese apellido y no vaya más allá. Él le informará sobre los antecedentes de nuestro proyecto.

Xibert tenía la mandíbula y los hombros acentuados y los ojos tristes. Contemplaba a Carvalho sin demasiado entusiasmo y puso las cosas claras desde el comienzo.

– El nacionalismo catalán no tiene sentido de Estado.

Contempló el efecto de sus palabras entre los reunidos y Quimet cerró los ojos instándole a seguir.

– Sólo así se entiende que jamás se haya planteado seriamente montar un servicio de información adecuado a la voluntad de conseguir un Estado catalán. Cuando de un político catalán se dice que «tiene sentido de Estado», se quiere decir que tiene sentido de Estado español. No podemos tener ejército, ni política exterior, pero ¿quién nos priva de tener unos servicios de información? Los vascos nos llevan sesenta años de ventaja. Nada más perder la guerra civil ya montan un servicio de inteligencia que se mueve a dos bandas, hacia la Alemania nazi y hacia Estados Unidos, a ver cuál de los dos puede facilitar la independencia de Euzkadi. Aguirre, el lendakari durante la República y la guerra civil y el exilio, se perdió unas semanas por Berlín negociando con Hitler o con quien fuera el apoyo nazi a la independencia de Euzkadi, e Irala y Aguirre, con Galíndez como intermediario, trabajaron con el departamento de Estado norteamericano en los años cuarenta, cincuenta y prácticamente hasta el retorno de la democracia a España. Puedo decirle que cuando se puso en marcha el Estado de las autonomías, me trasladé a Euzkadi, por órdenes superiores y el Partido Nacionalista Vasco ya tenía montada una ertzainza, una policía antes de que se la autorizaran desde Madrid y ya disponía de redes de información metidas en los aparatos del Estado español. Los dos modelos referenciales que teníamos los patriotas catalanes eran los vascos, porque ambos padecíamos el mismo Estado opresor, el español, y los israelíes, porque es el mejor servicio de información si tenemos en cuenta la relación entre inversión y calidad y la dificultad del frente que cubren, algo así como la relación entre calidad y precio. Además, Israel siempre ha sido para los catalanes el referente del pueblo escogido y a la vez perseguido, como en cierto sentido lo ha sido el pueblo catalán. Cuando hablaba con los vascos me daba cuenta de que no eran cuatro jovenzuelos nacionalistas como nosotros, sino gentes con graduación militar, algunos provenientes del País Vasco Francés, ex paracaidistas vascofranceses, por ejemplo, de la OAS, que habían traspasado su saber a la causa nacional vasca. Allí sabían lo que era interferir los teléfonos, tanto en Euzkadi como en España, y se sorprendían al saber que nosotros no teníamos infiltrados en los aparatos del Estado español. Aquí no teníamos nada de eso y cuando yo le informaba a nuestro presidente autonómico de todo ello, se echaba a temblar y me decía: Xibert no se meta en esos líos. Se lo prohibo. Con la manía que nos tienen a los catalanes, sólo faltaría que nos pillaran mirando por la cerradura. A los vascos se lo perdonan todo, Xibert, porque todos hablan castellano. ¿Qué le parece, Carvalho? Aquí nadie tiene sentido de Estado, no lo olvide. Cuando se me ocurrió plantearle la necesidad de montar un servicio de información, una escuela de policía, cuadros expertos en seguridad, una élite muy escogida de superagentes preparados para todo, la necesidad de acordar unos fondos reservados, tenía que haber visto usted la cara del señor presidente. Para no hablar del presidente de transición, el famoso Tarradellas, que ante esta problemática sostenía que lo único que interesaba al gobierno catalán era tener autoridad sobre la Guardia Civil y la policía española de ocupación, que se le cuadraran los guardias civiles, que se le cuadraran antes de fusilarle, supongo, porque los cuerpos de seguridad operantes en Cataluña, incluso los mandos de la policía autonómica son españolistas y obedecen las órdenes de la cúpula de seguridad española. Le contaré una anécdota. Cuando se produjo el golpe del coronel Tejero en 1981, el jefe de la policía autonómica ¡de Cataluña! telefoneó al capitán general desde el Palacio de la Generalitat y le preguntó: ¿Qué hago con estos payasos de aquí arriba? Y se refería a los representantes políticos del pueblo catalán en aquel momento reunidos en torno al señor presidente. Éste era el estado de la cuestión ycuanto hicimos para que las cosas cambiaran se ha concretado en la formación de una policía autonómica en parte controlada por mandos explícita o implícitamente obedientes a Madrid y al CESID, el servicio de información del Estado español, una escuela de policía técnicamente perfecta que ha producido profesionales formidables, un sindicato policial catalán de confianza y poca cosa más, bueno, el diseño del traje de nuestros policías que es obra de Toni Miró, el Armani catalán, porque a diseño sólo nos ganan los italianos y en cambio la policía italiana no viste según los diseños de Armani, el Toni Miró italiano. Pues bien, nada de esto nos sirve, por razones fáciles de entender. Necesitamos un servicio de información para las formaciones políticas esencialmente nacionalistas y un servicio de información institucional vinculado a la Presidencia del Gobierno, pero ambos movimientos darían que pensar y que recelar a Madrid y por extensión a la Unión Europea, que quiere monopolizar el control superior de la red de seguridad de toda Europa. Por todo ello hay que montar ese servicio de información fuera del sistema, pero sirviendo al sistema, y es ahí donde empieza a explicarse el papel de algunos de los que estamos aquí.

Tomó respiro por protocolo, pero sus pulmones no lo necesitaban. Xibert no había quitado ni un momento los ojos de Carvalho.

– La policía autonómica no puede investigar delitos específicamente políticos o que rebasen el área geopolítica catalana. Concretamente tienen una buena red infiltrada en las sectas, las drogas, la extrema derecha y la corrupción institucional, pero esta última dedicada a los pequeños chorizos, no se han podido meter hastaahora con la alta corrupción. Durante una etapa determinada operó un grupo llamado «los mortadelos» que acabaron buscando informaciones de bragueta para desacreditar a éste o a aquélla y pusieron sus informaciones a veces al servicio de una trama judicial económica que sólo contribuyó a crear nuevos ricos en conexión con el poder. Detrás de algunas dimisiones sonadas había dossiers, pero como objetivo sólo se trataba de ver quién se llevaba el mayor botín. Los tiempos van a cambiar. El señor presidente está políticamente herido de muerte y cuando él se retire pueden ganar formaciones políticas, no diré yo que anticatalanas, pero sí anacionalistas, que jamás se plantearán el papel de unos servicios de información pancatalanes y en tensión dialéctica no sólo con el Estado español, sino con las restantes comunidades autónomas que pueden tener intenciones contrarias a nuestros intereses. Por no hablar de nuevas estructuras de poder en el interior de la globalización que en Europa están larvadas, por ejemplo, la Padania, una Italia del Norte que más tarde o más temprano romperá con Roma y se escindirá del Sur. Y quien habla de la Padania habla de la nueva geografía nacional de Europa derivada de la ruptura del bloque socialista y de Yugoslavia. Nadie está a salvo de una redivisión, ni Suiza está a salvo, y no digamos ya los frentes de indagación que necesitamos con respecto a las intenciones de la estrategia económica global, de la estrategia ecológica y del intento de desvirtuación del Estado nacional por parte de las multinacionales, que si inicialmente nos conviene porque debilita a nuestro enemigo principal, el Estado español, a la larga busca también el aniquilamiento o la sumisión de todo hecho diferencial. ¿Se imagina usted una Cataluña sin servicios de información que puedan indagar las intenciones francesas o españolas con respecto al equilibrio de las reservas acuíferas? Aquí se propone sin más hacer un trasvase del Ródano a Cataluña, pero ¿qué relaciones de dependencia se inauguran con este paso? ¿Qué ocurrirá el día en que el Estado español no sea capaz de repartir las aguas del Ebro entre todas las regiones ribereñas pasando por encima de la tozudería de los aragoneses?

Carvalho tenía respuestas graciosas para tantas preguntas, pero era consciente de que Xibert se extendía a la espera de una pregunta mayéutica o de una pregunta substancial en boca de un reputadísimo, así se decía, ex agente de la CÍA.

– Bien. Si me permiten, puedo completar el cuadro de necesidades, habida cuenta de que desde la percepción de la aldea global, es decir, de la globalización, según he leído, brotarán nuevas guerras civiles por motivaciones hoy ya latentes.

Xibert asintió y repitió su asentimiento hacia Quimet, con el mismo rigor con el que el público educado asiente entre sí valorando la excelencia de un cantante. Carvalho esperó a que la intensidad del silencio subrayara la expectación y preguntó.

– ¿Saben ustedes cuántos conflictos hay en el mundo de hoy?

No estaban dispuestos a comprometer una cifra y Carvalho se arriesgó a suponerla:

– Una cincuentena de conflictos armados, desde Bosnia a Sri Lanka, pasando por Argelia, Sudán, Las Molucas, México, y buena parte de ellos afectan a la unidad de diversos Estados y de esa fragmentación se derivarán nuevos conflictos.

Carvalho recapacitó para recordar lo que necesitaba recordar. Actuaba desde una nueva personalidad que tal vez alguna vez había sido suya. La del experto jefe de comando que da la clave de la situación.

– Cada vez hay más diversidad de motivos y más autonomía para iniciar conflictos, incluso armados, y la reacción global para detenerlos o atemperarlos tarda en llegar el tiempo suficiente como para que el que pegue primero pegue dos y tres veces.

El asentimiento ya era clamor. Acababan de descubrir a un líder.

– Los servicios de información empiezan a ser necesarios para toda estructura de poder, desde una empresa hasta lo que queda del Estado, desde un poder de barrio hasta la relación entre un gobierno regional y las multinacionales, a través de frentes tan diversos como el financiero, el económico en el sentido más amplio, el estratégico con el armamentístico incluido, el étnico vinculado con lo lingüístico y todo lo diferencial, el ecológico. Pero las pautas culturales a seguir para tener un servicio completo se siguen basando en afirmaciones elementales: la voluntad de defenderse desde una identidad y ningún escrúpulo para conseguir los fines propuestos. Si quieren ustedes un servicio de información propio o pagan muy bien, muy competitivamente, o se basan en patriotas dispuestos al juego sucio, desde matar a prestaciones sexuales.

Lo de matar lo habían encajado sin pestañear, las Prestaciones sexuales en cambio hicieron que todos cerraran los ojos menos Xibert, que empezaba a considerar a Carvalho casi un dirigente del espionaje israelí.

– Por ejemplo, en la CÍA te enseñan a matar y a torturar utilizando mendigos, marginados que nadie va a reclamar.

Esta vez hasta Xibert, brevemente, cerró los ojos.

– Si se quiere tener soberanía hay que aprender a torturar, a no ser que ustedes se inventen una nueva manera de demostrarla, a no ser que ustedes concedan a otro Estado la práctica de la tortura de sus propios detenidos.

Había tanto desconcierto en los presentes que Carvalho detuvo el caballo de la imaginación irónica.

– Lo cual sería inconcebible. A no ser que se llegara a un acuerdo europeo, en primera instancia, de delegar las funciones torturadoras en un estado o comunidad concreta, para que las demás no se contaminaran éticamente. Tal vez Turquía, en el caso de que entrara en la Comunidad, podría torturar y ahorcar para que no lo hicieran los alemanes o ustedes, pero en cualquier caso, los mejores instructores de tortura son los norteamericanos. Ellos divulgaron la tortura científica por toda América Latina a partir de los años sesenta.

Quimet parecía alarmado por el giro que tomaba el discurso de Carvalho. También lo estaba el propio Carvalho, que atendió la señal de Quimet como una liberación.

Ya a solas a Quimet no le llegaban las palabras con fluidez, pero los gestos anunciaban la reconvención y finalmente encontraron los términos adecuados. Ha sido usted demasiado crudo y nadie va a torturar ni a prostituirse, al menos mientras yo sea responsable de todo esto. Tenemos un estilo diferente, ¿comprende? ¿Cómo un pueblo que ha sido torturado, asesinado, sometido a un genocidio sistemático puede ser torturador, asesino, genocida?

– Había quien me escuchaba con mucha atención.

– ¡Claro! Es que hay mucho patriota al que le falta un tornillo, que carece de seny [20] . ¿Lo dice usted por Xibert? Se equivoca. Xibert es un posibilista. En cambio, ha de saber usted que hubo quien propuso colorear a los catalanes para aumentar su diferencia con respecto a otros pueblos y sobre todo a los españoles.

– Repítamelo.

– Pues una vez estábamos bromeando, hace más de veinte años, al comienzo de la Transición y alguien dijo: Lástima que los catalanes no seamos negros porque nos distinguiríamos más de los españoles y de los franceses, nuestros opresores. Y un joven profesor no numerario de la universidad y de ciencias, nada menos, dijo: Se puede conseguir. ¿Ha oído usted, Carvalho? Según aquel loco, mediante un condicionante alimentario diluido en materias de consumo obligatorio, por ejemplo el agua, se puede cambiar la pigmentación de la piel.

– ¿Qué color hubiera sido el preferido?

– El instigador opinaba que debía ser un color realmente diferencial: ni negro, ni amarillo, ni cobrizo.

– Un color de piel fucsia con lunares amarillos, por ejemplo.

– Ríase usted si quiere, pero cuesta encontrar el punto de equilibrio entre el todo y la nada, ¿me comprende? Yo desde joven sigo al presidente, desde los tiempos de las Congregaciones Marianas. Confío en él. Tiene el don de la medida, pero una causa como la nuestra necesita radicales, sobre todo en épocas de excesiva normalidad, como la que ahora acabamos. Es lo que pasa en el fútbol, Carvalho. Los fanáticos sirven para crear afición, pero han de ser controlados. Usted está aquí para eso. A usted le respetarán porque significa la época heroica del espionaje duro y de la guerra fría dura. Nos es muy necesario. Debería vincularse regularmente a las clases que hemos establecido en un cursillo, pero antes quiero que le quede claro algo: no somos un servicio oficial, no tenemos vinculación con la policía autonómica, ni con el Consejero de Seguridad. Seremos un servicio paralelo.

– ¿Al servicio de qué o de quién?

– De Cataluña.

– Concrete un poco más.

– Es posible que perdamos las próximas elecciones o que si las ganamos sea en estado muy precario, incluso transitorio. Pero después hay que dejar redes estables de poder catalán que no puedan ser desmontadas por la nueva mayoría, sin duda alguna y por más que lo disimule, españolista. Ahora no necesitamos tanto un servicio de información como lo necesitaremos en el futuro. Hágame caso y participe en el cursillo. Estamos dispuestos a pagárselo, pero sobre todo no pierda el contacto conmigo. Ya recibirá instrucciones.

Marchó Carvalho en dirección a Horta en busca de el Vaticano catalán, por si podía coincidir con la salida de Margalida sin necesidad de pasar por el teléfono intervenido. Pero a la hora lógica del almuerzo la muchacha no apareció, por lo que sacó del coche el informe que le habían entregado sobre Testigos de Luzbel y puso cara de ir a devolverlo disciplinadamente. No había servicio de seguridad en la puerta, pero sí percibió los ojos de un circuito cerrado de televisión que le siguieron a lo largo de su recorrido hasta el despacho dedicado a Satán y sus derivados. Abrió la puerta maquinalmente, como si no esperara encontrar a nadie en su interior, pero allí estaba Margalida, con el cuerpo vencido sobre la mesa de trabajo, la cabeza cubierta por sus dos brazos y tratando de contener los sollozos. Esperó Carvalho a que los suspiros sustituyeran a los sollozos y de pie desde la puerta carraspeó. El rostro de Margalida emergió húmedo, enrojecido desde los ojos hasta la punta de la nariz, incrédulo de la presencia de Carvalho, finalmente alarmado.

– Venía a devolver el informe.

– ¿Qué informe?-El de la secta Testigos de Luzbel.

– Nadie te pidió que lo devolvieras.

Carvalho se encogió de hombros, avanzó hasta la mesa vigilado por la hostilidad de Margalida y dejó la carpeta sobre el tablero.

– No quiero correr la responsabilidad de quedarme con un informe tan claramente incompleto. Por cierto, conocí al señor Pérez i Ruidoms. Es un gran actor.

– Es un gran hijo de puta.

Se le había escapado con odio, con rabia, con toda la violencia con la que las palabras traspasan los dientes más apretados. No parecía la muchacha tener un disgusto profesional, pero por si acaso, Carvalho le preguntó si la habían despedido. Rechazó la pregunta desde la seguridad que le daba a Margalida la certeza de que nadie, nadie ni nada podían despedirla. Incluso sonreía prepotente.

– Tenías razón, entonces. Aquí nadie es lo que parece. Tal vez ni siquiera Pérez i Ruidoms sea lo que parece. Un actor. Un hombre riquísimo. Un padre protector.

– Lo que no es, sin duda, es un padre protector. Ha sido un padre castrador.

Parecía hablar Margalida con conocimiento de causa. Carvalho le señaló melancólicamente el informe abandonado.

– Me encantaría asistir a un acto ritual de Testigos de Luzbel. Tú debes saber cómo conseguirlo.

Los ojos de Margalida le estaban estudiando. La muchacha parecía un arbolillo zarandeado por huracanes interiores.

– Tú el otro día me seguiste y viste cómo me encontraba con Anfrúns.

– Desde hace unos días tengo la sospecha de que todo el mundo sigue a todo el mundo.

– Es lógico que yo conozca a Anfrúns. Soy especialista en satanismo. Siguió calculando lo arriesgado que era satisfacer los deseos de Carvalho y finalmente afirmó con la cabeza. -Vale, tio, però no et passis de rosca ni de llest o a la primera bajanada, s'ha acabat el bròquil [21].

Era evidente que Margalida las verdades absolutas sólo las decía en catalán. Hablaron de los placeres del verano, de lo estimulante que había sido el tiempo pasado en la playa, pero Margalida se bajó la blusa para enseñarle los hombros y la huella que le dejaba el tirante del sostén sobre la piel quemada por el sol. Los sostenes parecían poderosos para tetas tan rotundas como las de la muchacha, sostenes de señora mayor en contraste con la carita de doncella de Orleans dispuesta a morir en la hoguera de las pasiones personales y nacionalistas. Carvalho le señaló las cuatro paredes, el informe, el ordenador, el ojo del televisor supuestamente secreto.

– ¿Vocación? ¿Necesidad de trabajar?

Margalida rebuscó en una mochila y sacó un paquete de puros San Julián, ofreció uno a Carvalho, que rechazó tal muestra de retroceso en la escala del gusto del fumar pero cuando vio que ella encendía uno se lo pidió.

– He cambiado de opinión. No se debe dejar fumar sola a una mujer.

Eres más viejo que mi padre. Mi padre no dice estas gansadas, tío.

Carvalho volvió a repetir la pregunta: ¿Vocación antisatánica? ¿Necesidad de trabajar?

– Soy catalanista y trabajo por la independencia de Cataluña. Hoy me toca aquí, mañana quién sabe. Lo llevo en la sangre, tío. A mi abuelo paterno lo mataron los franquistas, mi abuela materna tuvo que exiliarse con su marido enfermo y cuatro crios. Cuando volvió los fachas del pueblo la acusaron de separatista y le hicieron la vida imposible. Aceite de ricino. Le mataban los perros. Era un pueblo de eso que llaman la Catalu ña profunda donde cuatro fachas podían meter en cintura a todo el mundo con la ayuda de la guardia civil. Y el catalán prohibido y pobre de ti que te examinaras en el Instituto de Balaguer hablando un castellano con demasiado acento catalán. Eso me lo contaba mi padre. ¿Entiendes, tío? Franco estuvo en todas partes pero aquí estuvo dos veces, contra los rojos y contra nosotros, y además mi familia era roja por si faltara algo. ¿Lo vas entendiendo?

– Por vocación, entonces.

Admitió Carvalho. Tenía ganas de abrazar a la muchacha secretamente, sin que ella se diera cuenta, un abrazo sin entusiasmo, como de colega no de ideología sino de memoria o de paciencia histórica, pero se limitó a enviarle una mirada de complicidad.

– No soy independentista. No creo en las independencias, pero detesto las dependencias. No sé si me explico, Margalida.

– Si te parece muy largo llámame Marga.

– Llamándote Margalida no te dejes llamar nunca, por nadie, Marga. Si te llamaras Margarita sería diferente. Pero Margalida es un nombre absoluto.

– ¿Te gusta?

Ella tenía los ojos iluminados.

En la oficina de Caritas destinada a la inmigración, Delmira Mata i Delapeu aún se llamaba Delmira Rius, no utilizaba el segundo apellido, Casademont, ni la copulativa, y Carvalho experimentó un cierto alivio al no tener que arrastrar tantas palabras. Delmira llegó con las manos llenas de carpetas, las gafas colgantes sobre el pecho y el aire ausente, por lo que tardó en respirar la misma atmósfera que Carvalho. La habían dedicado a la tutela de los niños magrebíes que vagaban por las calles de Barcelona tras introducirse en el país ilegalmente o los hijos de familias rotas por la muerte o la delincuencia.

– En algunos casos los padres se fueron a Francia a ganarse la vida y no saben siquiera si aún están vivos.

Las consultas que pasaban por Delmira Rius eran atendidas con los cinco sentidos de la mujer, como si se sintiera puesta a prueba por sí misma antes que por los demás, y Carvalho confirmaba en silencio las primeras vibraciones positivas que le había enviado su cliente, en cuanto consiguió liberarse del armazón de prejuicios con el que la había aprisionado. Estaba muy atareada o trataba de ganar tiempo antes de que Carvalho hablara y dejara su tristeza vista para sentencia. Aspiró todo el aire que soportaron sus viejos pulmones e invitó con un gesto a que Carvalho se explicara. Empezó por la secuencia de la noche de la falsa verbena, es decir, por el final, y a estas horas suponía que su marido ya habría recibido el informe de la policía según el cual los asesinos de su hijo habían muerto al hacer frente a la orden de detención. Ella estaba sorprendida al comprobar que Carvalho se sorprendía de su sorpresa.

– Mi marido y yo no nos hablamos ni para darnos el pésame. Vivimos en casas separadas. En países separados. No quiero que mi país sea el suyo. No quise tampoco que fuera el de mi hijo y no pude conseguir que no le afectara el país de su padre. De ese territorio salieron para matarlo. Mi pobre hijo. Como si fuera un chivo expiatorio escogido sin razón ni piedad.

– En resumen, señora. La verdad oficial está cerrada. Pérez i Ruidoms enviará a su hijo a estudiar al extranjero y empezará una nueva vida para algún día vivir como su padre, ser como su padre. Lo satánico no está en las sectas satánicas. Está en todas partes. El otro día vi un reportaje de televisión en el que unos hombres enseñaban a un perro de pelea a destrozar a un pobre perrillo de lanas, todavía de buen ver, al que sin duda acababan de robar o secuestrar por la calle. Como el perro de pelea no tenía muchas ganas de morder al perrillo en zonas vitales era la voz humana la que le guiaba: el cuello, las patas, los cojones, y el perro de pelea cumplía las órdenes y el de lanas perdía la voz para gritar, y cuando trataba de escapar se encontraba con una barrera de hombres que se lo impedían. Allí estaba lo satánico. La voz humana era satánica. Los cuerpos humanos eran satánicos.

– Yo esos cuadros los veo o los leo cada día. Perosustituya usted al perro de lanas por niños y viejos y mujeres, todos maltratados a dentelladas.

– Dos mil años de educación cristiana, ciento cincuenta años de racionalismo emancipatorio, marxismo, anarquismo… para nada. La Creación fue una paparrucha, los sermones un doble lenguaje y la selección de las especies una chapuza. Ganó el más cruel. Bien. ¿Damos el caso por cerrado?

– ¿No ha llegado usted al fondo?

– Incluso dudo que esos dos muertos sean los verdaderos asesinos. En cualquier caso han sido víctimas de una encerrona.

– ¿Quién es el culpable?

– Su marido, señor Mata i Delapeu, y su antagonista, Pérez i Ruidoms, han sido advertidos a través del drama de sus hijos. Matan a un hijo de Mata i Delapeu para culpabilizar al hijo de Pérez i Ruidoms. Detrás de esto hay alguien que quiere asustarles.

– ¿Asustar a mi marido? ¿No sabe usted quién es?

– Sé que preside todo lo que no preside Pérez i Ruidoms y gana todo el dinero que no gana Pérez i Ruidoms o a la inversa. Pero esto se complica, señora. Hay jugadas de fondo que relacionan esta operación con intereses extranjeros o no, pero que implican una concepción multinacional del chantaje y del crimen de altura.

– Mida sus fuerzas.

– ¿Y las suyas?

– Yo me limito a pagar. ¿Y usted?

– ¿Podría hacerme un seguro de vida? Si me muero dejo dos huérfanos ya muy mayores que no podrán reciclarse.

– Procure ir a una compañía de seguros en la que no sean copropietarios o mi marido o Pérez i Ruidoms. Si usted sigue yo sigo.

Carvalho salió de Caritas con una nota donde constaba un agente de seguros de la confianza de doña Delmira y marchó al despacho para destinar a Biscuter a algunas indagaciones complementarias.

– Me interesa que te metas en alguna secta, Biscuter. ¿Qué tal va eso de los cátaros?

– Un amigo mío, el Cachas Negras, ¿se acuerda usted del cocinero de la cárcel de Lérida? Igual que Lausín. También está metido en una secta.

– Te interesabas por los cátaros.

– Hay que creer en algo, jefe.

– Me interesa que vayas a por una que se llama neocatarismo o Universo Cátaro. Compóntelas como puedas.

Biscuter se fue a la cocina mientras se encariñaba con la palabra cátaro.

– Suena bien, jefe, se parece a cateto y a catéter.

Carvalho hojeó el plan de estudios que le había pasado Quimet y en las semanas siguientes asistió al cursillo organizado para los aspirantes que aprovechaban las vacaciones de agosto. Era como volver a la escuela de agentes de la CÍA al final de los cincuenta, comienzos de los sesenta, cuando el concepto de investigaciones subterráneas se imponía al de simple servicio de información preventivo. La CÍA ya había derrocado entonces a Jacobo Arbenz en Guatemala y había tratado de hacer lo mismo con Sukarno en Indonesia, sin olvidar las técnicas de guerra sucia empleadas en algunos conflictos periféricos de la guerra fría. Al joven Carvalho le había impresionado la alianza entre espionaje y superstición cuando le contaban la técnica para que los campesinos filipinos rechazaran a la guerrilla comunista y la hostigaran. La CÍA divulgó que los comunistas habían traído a la región espíritus del mal vampirescos que chupaban la sangre, los asuang, y para demostrarlo secuestraba guerrilleros comunistas, los huk, los mataba y les abría dos orificios en las venas del cuello para demostrar que había sido cosa del vampiro mítico. Lo más duro para Carvalho había sido el entrenamiento de tortura con cobayas humanas vivas, generalmente mendigos sin familia que pasaban por los laboratorios de tortura para dar ejemplo a los agentes, pero sobre todo a militares del tercer mundo reclutados por la CÍA para defender la civilización occidental de la amenaza del comunismo. Si todo lo vivido le parecía vivido por otro, ahora en esta cripta de la Teolo gía de la Seguridad catalana, la liviandad, el voluntarismo, la mimesis de discípulos de Badén Powell con la que se empleaban los profesores le suscitaban una especial melancolía, así como la disposición del alumnado, dividido entre desempleados dispuestos a trabajar en cualquier cosa y patriotas auténticos que habían hecho de la independencia de Cataluña la causa de su vida y, si era necesario, de su muerte.

Las asignaturas eran escasas. Historia de Cataluña. El nuevo orden internacional. Servicios de Información descompuesta en Historia, Teoría y Práctica. A su vez la práctica se descomponía en tres seminarios: Legislación e Información, Utillaje para la Información y Deontología de los Servicios de Información. El jefe de estudios era un tal señor Piferrer, que el primer día del cursillo les conminó a comprarse un cuaderno de apuntes y agenda de tapas color negro y marca Myrga, sin especificar el porqué de tanto detalle. Carvalho observó que sus catorce compañeros de clase habían llenado la portada y contraportada del cuaderno con pegatinas de la bandera catalana, del Barcelona FC, de Sharon Stone, de la top model catalana Judit Mascó, y las tres muchachas se autocaracterizaban por llevar la efigie del motociclista Álex Crivillé, del futbolista Josep Guardiola y una se había atrevido a enganchar una fotografía del subcomandante Marcos, líder intelectual del neozapatismo.

La Historia de Cataluña que les explicaban era la historia de un aplazamiento entre la falsa unificación de los Reyes Católicos y el Gobierno de Jordi Pujol. Se insistía mucho en el relanzamiento nacionalista de los años setenta ligado a los encuentros de las Naciones sin Estado y al papel del CIEMEN, Centro Internacional Escarré para las Minorías Étnicas y Nacionales. De la filosofía del CIEMEN derivaba la propuesta de un nuevo orden internacional que de momento pasaba por la Europa de las Regiones, tesis elaboradas por un político francés, Edgar Faure, un ex monje de Montserrat llamado Aureli Argemí y ratificadas por el pensamiento político de Jordi Pujol. Se pregonaba la formación de un frente europeo de Naciones sin Estado, fortalecido por los pequeños estados nacidos de la nueva geopolítica derivada de la caída del Muro de Berlín. Había que conseguir una asamblea de naciones europeas sin Estado y se convocaba a gallegos, vascos, corsos, padanos, friulanos, nacionalistas del Alto Adigio, bretones, galeses, occitanos para que llevasen adelante los acuerdos tomados a comienzos de los años ochenta en elmonasterio benedictino de Sant Miquel de Cuixà. Las lecciones sobre nuevo orden internacional y naciones sin Estado partían de la historia del movimiento regionalista, especialmente de la lucha por el reconocimiento de las lenguas regionales o minoritarias, como el danés superviviente en Alemania, la de los frisones, el serbio superviviente en Alemania Oriental, el gaélico en sus diferentes divisiones, el catalán, la lengua albanesa de algunas comunidades italianas, el croata, el friulano, el franco-provenzal, el griego aún hablado en el sur de Italia y Sicilia, el occitano, el sardo. Cada país tenía un enclave lingüístico no oficial reprimido y en algunos casos esas lenguas traducían la voluntad de afirmación nacional, como en el caso de Cataluña o Euzkadi, en España, en menor medida el gallego porque la reivindicación nacional gallega estaba convirtiéndose en simple regionalismo, controlada por la derecha españolista. Los cursos de verano de la Universidad de Prada o el Monasterio de Cuixà habían mantenido estas reivindicaciones en tiempos del bajo franquismo y, contra lo esperado, la democracia y la autonomía no habían impulsado la lucha reivindicativa de los pueblos sin Estado.

– ¿Qué querían esos pueblos sin Estado? ¿Tener Estado?

Tal vez porque la pregunta de Carvalho fue hecha en castellano, le pareció a su autor que el silencio era doblemente espeso.

– Quieren la suficiente soberanía para decidir si quieren constituirse en Estado o no. Hay cincuenta millones de europeos que viven en situación de minorías reprimidas o tuteladas.

En los textos originales que les pasaban aparecía con frecuencia el nombre de Aureli Argemi, el ex monje benedictino de Montserrat que desde el monasterio de Sant Miquel de Cuixà impulsó el movimiento durante la década de los setenta y los ochenta. Argemi era un decidido partidario de las ONG como el instrumento para construir un nuevo orden desde abajo y una cultura de la solidaridad. Una Europa de los pueblos crearía un referente para un nuevo orden internacional. Si bien el gobierno español no se había colocado frente a estos movimientos, de hecho los había obstaculizado, así en España como en los foros internacionales.

Testigo de los progresos de Carvalho era una Charo atareada en los preparativos de su negocio, dispuesto a irrumpir en Barcelona con la rentrée, y nada de su reciclaje profesional comunicó el detective a la única cliente que le quedaba, Delmira, a la que enviaba de vez en cuando algunos datos sobre los escasos progresos de sus indagaciones. Y así cayó agosto del calendario y con el cambio del mes Carvalho decidió que debía culminar de una vez por todas el caso Mata i Delapeu, pero no tenía demasiadas ganas e, interrogándose severamente a sí mismo, Carvalho llegó a la conclusión de que añoraba los fax.

Cumplida la primera fase de estudios históricos y geopolíticos, las clases se dedicaron a la teoría y técnica de la información. Primero se trataba de cómo organizar una oficina destinada a la red de lecturas de medios de comunicación y a elaborar resúmenes, así como a canalizar información confidencial y aprender a filtrarla. La expresión «acción encubierta» explotó un día en clase y a Carvalho le pareció como llegada por el túnel del tiempo, desde aquella escuela de la CÍA en la que los eufemismos demostraban la inmensa capacidad del lenguaje para enmascarar la realidad. Una cosa es el servicio de información que puede hacerse a la luz pública y otra el que se obtiene por «acción encubierta».

– Entendiendo por acción encubierta aquellos actos no oficiales y a veces no legales que tienden a conseguir información o situaciones propicias para la causa que nos mueve. No les estoy enfocando la cuestión desde un punto de vista ético, sino desde un punto de vista pragmático y normalmente vinculado a razones colectivas que están por encima de las razones individuales.

Hubo aquí un cierto debate, porque un muchachoenfermo de neoliberalismo discutió las razones colectivas.

– No hay otras razones que las individuales.

– Entonces, ¿qué sentido tiene una causa nacional? ¿y social?

– La nacional aún, si entendemos nación como la voluntad de identidad común de un conjunto de individuos, pero la social presupone un sujeto colectivo privilegiado que está por encima del derecho de la persona, del individuo.

El profesor estaba y no estaba de acuerdo. De hecho, pensó Carvalho, el alumno le daba miedo. Era como si le hubiera pillado en falso, convencido de que estaba instalado en una parcela de sentimiento o de saber obsoleto, y el muchacho, desde la más correcta modernidad, estuviera en condiciones de meterlo en un asilo de ancianos. En cambio, dos chicas salieron al paso del perverso individualista y reivindicaron el derecho del grupo e incluso de las clases, sobre todo el derecho a la legítima defensa de las clases sociales oprimidas.

– Ya no hay clases sociales.

Opuso desdeñosamente el profeta y una de las muchachas se le encaró:

– ¿De qué probeta sales? Sólo deberían ser individualistas los seres humanos que midieran dos metros, fueran guapísimos, riquísimos, fortísimos, inteligentísimos, y me parece que tú no eres tan alto, ni tan guapo, ni tan fuerte, ni tan inteligente, aunque quizá seas rico.

– Lo seré.

El espía individualista siguió la clase con las orejas y las mejillas rojas. Era un neófito del liberalismo que acababa de librar su primera batalla con militantes feministas de ONG, de qué ONG no importa. Los rojos ni se crean ni se destruyen, simplemente se transforman. Quedaban pocos días de cursillo y no habían dado ninguna clase sobre instrumental de información, como si todo se redujera a enviar fax o meterse en la red de Internet, pero una mañana se presentó Piferrer para anunciarles que en los últimos días el curso daría un giro inesperado y que recababa de su madurez ética para entender el sentido que pueden adquirir las «acciones encubiertas».

– Pero en aras de su información, conviene que ustedes estén al día en materias como el espionaje económico y el espionaje político.

No hubo aspavientos. Todo el mundo era maduro éticamente, de lo contrario no se hubieran matriculado para ser espías desde la pretensión de no saber espiar. Al espía el espionaje se le supone, como al militar el valor. El primer profesor se presentó con una gran maleta y les dio la primera clase a hurtadillas porque parecía un economista en apuros que sobrevivía dando clases de espionaje económico basado primero en material publicado y documentos públicos, o bien mediante material cedido por empleados de la competencia. El capítulo de indagación legal terminaba con las «legítimas entrevistas para dar empleo a personas que trabajan en la competencia». Si se atravesaba la frontera de lo legítimo se podían cometer pecados veniales y mortales. Entre los veniales los más eficaces eran espiar los ciclos secretos de producción del observado, ofrecer trabajo falso a los empleados para sonsacarles, fingir negociar con competidores para que revelen sus pro-pias negociaciones. A partir de aquí empezaban pecados mortales como encargar a un profesional que se entere de todo por los procedimientos que sea, sobornar a la competencia y a los empleados, colocar un espía en la nómina de la competencia, recurrir al espionaje electrónico, al robo de planos y finalmente a la extorsión y las amenazas. Carvalho creyó percibir un suave jadeo en el profesor cuando propuso la extorsión y las amenazas como mal menor final.

– Las acciones encubiertas disponen hoy día de una gran variedad de material y cuando terminemos el cursillo les daré unos catálogos y una dirección por si quieren comprarse algún equipo audioelectrónico más o menos completo. Si van de mi parte les harán un diez por ciento de descuento.

Sin más preámbulos abrió el maletón y sacó un teléfono.

– He aquí el padre de todos los espionajes.

¿Cómo se pincha un teléfono? ¿Y un fax? Lo importante no es pinchar por pinchar, sino disponer de una estación receptora donde escuchar o almacenar grabaciones. Éste sería el uso incruento, porque hoy día hay una técnica muy avanzada que, una vez conseguida la información deseada, produce una explosión fulminante que acaba con el espiado, técnica que hay que emplear sólo en el caso de que no interese seguir sacándole información al desgraciado. La telefonía móvil es captada mediante coches o furgonetas convertidas en estaciones de radio que interceptan las conversaciones y al final de curso ya darían una vuelta en una de ellas para espiar conversaciones en algún barrio de Barcelona. Cada alumno tenía sus preferencias y Carvalho sospechó que cada cual arrimaba la sardina a su ascua, a su barrio; la curiosidad humana siempre empieza por lo inmediato. Después del teléfono, la grabadora es la madre de todos los espionajes. No lo olviden, el padre y la madre.

– Buena parte de la pacificación del movimiento obrero se debe a que mediante grabadoras colocadas en las reuniones de comités de empresa, los patronos han conseguido saber por dónde iban a ir las negociaciones y podían espiar los puntos débiles de los negociadores. Hoy día hay grabadoras que pueden ir dentro de un bolígrafo.

Y se sacó un bolígrafo de carga no recambiable, ni siquiera era un bic y aquel miserable bolígrafo no había visto una grabadora en su vida. Pero más allá de los prolegómenos, el educador de espías demostró ser mucho más profesional y competente de lo que señalaban sus gestos atemorizados, como si alguien le estuviera espiando la clase. ¿Cómo espiar al aire libre? ¿Cómo introducirse en los archivos informáticos ajenos o crear una guerra de guerrillas de información distorsionadora mediante Internet? Cada interrogante iba seguido de un nuevo artefacto que sacaba de la maleta sin fondo y enseñaba a los alumnos, incluso dejaba que lo tuvieran en las manos para que percibieran lo pequeño que puede ser todo lo que transmite saber. Afortunadamente la industria y la técnica del espionaje económico progresa tanto que no hay año en que no salgan utillajes y contrautillajes, es decir…

– Señoras y señores, atiendan lo que voy a decirles porque he aquí una clave de la cuestión. No hay espionaje sin contraespionaje. No hay sofisticadas técnicas deinterceptar teléfonos sin no menores sofisticadas técnicas para contrarrestar esa intercepción. También en el espionaje se produce el principio fundamental de la competencia y de que todo genera su contrario. Piensen que yo les he hablado de un mundo que mueve la riqueza o la pobreza de los individuos o de las naciones, pero han de estar preparados para intervenir en decisiones políticas que afectan a la vida de los individuos y los pueblos…

Carvalho no se apuntó a clases prácticas porque recordaba vagamente lo que había aprendido más de treinta años atrás y esperaba llegar a las clases decisivas sobre el espionaje político y el cuerpo a cuerpo. Con todo salió de aquella clase más preocupado de lo que había entrado, como si hubiera descubierto que la vida y la historia iban en serio incluso en Barcelona, capital absoluta de un imaginario llamado Cataluña y capital relativa de una comunidad relativamente autónoma. Llegó al despacho a tiempo de recoger antes que Biscuter la hoja que estaba emitiendo el fax:

¿Qué tal sus vacaciones?, las mías las he pasado a trompicones conmigo misma, es decir, tropezando conmigo misma. Una torpeza que sólo puedo atribuir a la impaciencia por el encuentro que nos espera. Reencuentro realmente. Estaba muy nerviosa y concebí la idea de que si volvía conseguiría verle antes. Intenté comunicar con usted. En un principio me sorprendió que su teléfono/contestador/fax no gozase de tan amplias virtudes, ya que nada, ni nadie, respondía (incluso temí ser la causa de tanto silencio), al poco insistí, entonces un caballero, Biscuter supongo, me informó de que hacía dos días que no le veía. Hace unos minutos he comprobado que se ha vuelto a habilitar su teléfono como fax, le envío esta nota y espero que mañana comunique conmigo sea por fax o por teléfono, hágalo por el medio que guste, pero dígame cuándo y dónde puedo verle.

Era como el anuncio del final del verano, como si le recordaran un aplazamiento ya demasiado demorado y, entre la curiosidad y la exasperación, Carvalho telefoneó a SP Asociados. ¿Por quién preguntaba? ¿Escarlata? ¿Fata Morgana? ¿Escarlata O'Hara quizá?

– Escarlata O'Hara por favor.

– Se equivoca.

– Escarlata O'Hara me envía fax desde este teléfono. Fíjese bien. Igual le ha pasado desapercibida. Diga usted en voz alta: ¡Pepe Carvalho pregunta por Escarlata O'Hara!

– No estoy para bromas.

– Hace algún tiempo llamé, di referencias parecidas y alguien se puso.

– Un momento.

Reapareció la voz de la vaca del fax pero ahora a través del sonido, Carvalho la supuso asténica y pulcra, con un tonillo de burócrata importante de algún ministerio y no podía ser así, al contrario, él deseaba que fuera gorda, chaparra, obsesa y pedante. La voz le decía:

– Por fin. Los sueños a veces se realizan.

– ¿Escarlata O'Hara?

– ¿Rhett Butler?

– ¿Por qué no Ashley?

– Veo que ha visto usted la película o ha leído la novela.

– Las dos cosas, pero sólo pude quemar la novela.

– Sospecho que usted me llama para que nos veamos.

– ¿Qué le parece Can Boadas o el Ideal Club? Son escenarios idóneos para dejar de desconocernos. O quizá el Café de la Ópera si hay que tener una conversación.

– Yo a usted le conozco perfectamente y usted a mí imperfectamente.

– Veremos. ¿Mañana?

– ¿A las siete?

– ¿De la mañana?

– A esa hora me odio a mí misma. Ni siquiera tengo la cara puesta. Prefiero que sea a las siete de la tarde y en el Café de la Ópera. Hemos de tener una conversación.

La mujer sentada tras un velador del Café de la Ópera le hacía un gesto con la mano y era una mujer obligatoria, cien veces habría entrado Carvalho en cualquier lugar donde ella hubiera estado y cien veces la habría descubierto y contemplado. Era una bella mujer, demasiado bella para poder creer que fuera la vaca del fax, pero se fue acercando y se estrecharon las manos estudiándose. Cuando Carvalho se sentó y la tuvo frente a frente como un busto silencioso, desde la memoria le vino la silueta de otra mujer que trataba de inscribirse en la de la que tenía delante. Parpadeó varias veces por si el silencio de la mirada le ayudaba a perpetrar el recuerdo, desde la memoria a la realidad.

– ¿Todavía no recuerdas quién soy?

– Te recuerdo pero no sé de dónde.

– Me llamo Jessica Stuart-Pedrell.

Ahora la silueta del pasado coincidía totalmente con la del presente. Yes. Era Yes. La hija del empresario que nunca consiguió llegar a los mares del Sur, la vio de pronto, muchacha fugaz acariciando a un cachorrillo de perro, Bleda, Bleda la perrita, una herida en el corazón de Carvalho. Pero esa estampa fugaz era sustituida por otra más construida, la misma muchacha de espaldas, antes de volver el rostro, en la casa de los Stuart-Pedrell. Recordaba cómo la había visto la primera vez, una cintura, una cintura estrecha subrayada por un cinturón rojo que dividía su dorso de mujer joven. Las nalgas forradas de tejano reposaban su juventud redonda y tensa sobre el taburete. La espalda crecía desde el vértice de la cintura con una delicadeza construida hasta llegar a la melena rubia con mechas que caía desde la cúspide de una cabeza echada hacia atrás. Cuando se volvió, Carvalho percibió en una fracción de segundo que tenía los ojos grises, tez de esquiadora, boca grande y tierna, pómulos de muchacha diseñada, unos brazos de mujer hecha sin prisas y sin pausas, quizá exageradas las cejas, demasiado pobladas, pero acentuaban su carácter fundamental de chica para anuncio americano de la década de los setenta, de la chispa de la vida, Coca-Cola naturalmente, o de leche: everybody needs milk.

De pronto se dio cuenta de que era la misma muchacha con veinte años más y cada una de sus señales, dentro de un sistema de señales de mujer hermosamente acuarentada, seguía siendo la de entonces, especialmente los ojos grises y claros, la boca grande ya no tan tierna y enmarcada por arrugas que la entre comillaban, los cabellos rubios, ahora cobrizos y cortos destacaban aún más los pómulos que la ayudarían a envejecer en estado de belleza. Era como si esta mujer encajara en aquella muchacha y no al revés.

– ¿Se acabó el enigma?

– Este enigma. Quedan otros.

– ¿Por ejemplo?

– ¿Por qué ahora?

– He tardado en darme cuenta de que necesitaba reencontrarte. Era un problema de crecimiento. De madurez tal vez. Has sido una larga ausencia, ausente pero presente, como si estuvieras allí donde yo estaba, en cualquier rincón de mi vida cotidiana. ¿Recuerdas esta nota?

Allí estaba la nota, su letra:

Tal vez te convenga hacer ese viaje pero sola o mejor acompañada. Búscate un muchacho amable, al que le hagas un favor con ese viaje. Te recomiendo un muchacho sensible, con cierta cultura y no mucho dinero. Los encontrarás a montones en la Facultad de Filosofía y Letras. Te adjunto las señas de un profesor amigo mío que te ayudará a buscarlo. No le abandones hasta que lleguéis, al menos a Katmandú, y déjale el suficiente dinero para que pueda volver. Tú sigue tu viaje y no vuelvas hasta que te caigas de cansancio o vejez. Aún volverás a tiempo de comprobar que aquí todo el mundo se ha vuelto o mezquino o loco o viejo. Son las tres únicas posibilidades de sobrevivir en un país que no hizo a tiempo la revolución industrial.

Ella estudiaba con ansiedad cómo recuperaba Carvalho su propio texto y respetó el silencio con el que el hombre trataba de ganar tiempo y capacidad de sanción mientras le crecía un dolor sólido en el pecho, como si de pronto hubiera descubierto su culpabilidad en un desastre, incluso en un desastre propio.

– Cumplí todos tus encargos. Busqué a tu amigo Sergio Beser y le dije: Ayúdeme a encontrar un estudiante pobre con cierta cultura, capaz de venirse conmigo a Katmandú. Sergio me dijo: Tendrás cola, perome ayudó a encontrar a uno que era de su tierra, más o menos, no exactamente de Morella. Soporté su corpora tivismo.

– ¿Te duró hasta Katmandú?

– Es mi marido. El padre de mis dos hijos.

Y donde había estado el papel con la infamante despedida estaba ahora una foto con dos muchachos casi veinteañeros.

– El mayor nació en Afganistán. Después de Katmandú hicimos la ruta de la seda.

Los ojos de Carvalho preguntaban: ¿Todo va bien? Pero nada dijeron los labios porque en los ojos de Yes se había instalado la melancolía.

– Tuviste razón al echarme de tu lado. Era una niña pija y drogadicta insoportable.

No, pensó Carvalho, no. No te creas lo que te decían mis ojos. Eras una muchacha maravillosa, generosa, la muchacha absoluta, la muchacha dorada que yo había estado esperando desde la infancia, pero…

– ¿Qué pensaste de mí la primera vez que me viste?

– La primera vez que te vi pensé: pon un Gary Cooper en tu vida, chica. Estabas como esperando a Gary Cooper y tenías las piernas bonitas y largas.

– Estabas desfasado. Gary Cooper ya no se llevaba.

– Lo sé, pero tenía que defenderme del impacto que me habías causado, reducirte a una muchacha dorada de película, a una realidad en technicolor.

– Es curioso, pero a veces cuando te recuerdo entonces, hace veinte años, junto a nosotros aparece aquel cachorro que tenías.

– Bleda.

– Bleda, sí. ¿Qué fue de Bleda?

– Me la mataron.

Los dos cerraron los ojos como si les doliera la muerte de un perro, ahora, y era cierto, Bleda acababa de volver a morir, recuperaba Carvalho el tacto de cartón de la piel del animal degollado y la secuencia de su sepultura en la tierra del jardín de Vallvidrera, allí estaban sus restos, ante los que se detenía a veces y pronunciaba el nombre del animal como se pronuncia el nombre de una ausencia y se recuerdan las más irremediables injusticias, las biológicas.

– ¿Tu madre?

– Más vieja y más insoportable. Lo que quedó de los negocios de mi padre lo gestionan entre ella y mi marido. Yo me he dedicado a cultivarme, a leer todo lo que no había leído cuando te conocí y me horrorizó tanto que quemaras libros. Hago algo en la oficina de SP Asociados, cosas relacionadas con los contactos exteriores, me fascinan. Desde allí te envío los fax.

SP Asociados era Stuart-Pedrell Asociados. Se sorprendió a sí mismo contemplándola, tenía los ojos enrojecidos, tal vez las lentillas, aunque desde la perspectiva de Carvalho no era posible saber si llevaba lentillas o no.

– Conjuntivitis. Tengo conjuntivitis.

Dijo ella adelantándose a cualquier conclusión. Como un fogonazo apareció de pronto en la cabeza de Carvalho una escena de cama con Yes, dos, una convencional, la otra la borró inmediatamente, no fuera ella a coincidir en la evocación, de tal como estudiaba al hombre, sin perder la sonrisa, ni la humedad en los ojos. A Carvalho le dolía el corazón de gozo. Pidió un whisky y otro y otro y le parecían maravillas todo lo que salía de los labios de Yes y recordó un bolero que empezó a tararear sin darse cuenta hasta que la voz de ella desveló de pronto la canción que expresaba su mal disimulada euforia.

– «Hay campanas de fiesta que cantan en mi corazón.»

Y fueron los labios de ella los que recitaron:

Solamente una vez se entrega el alma

con la dulce y total renunciación

y cuando este milagro

realiza el prodigio de amarse

hay campanas de fiesta

que cantan en mi corazón.

– ¿Quién es el mejor espía hoy día?

El silencio de los alumnos alentaba la satisfacción del profesor, verdadero éxtasis cuando exclamó con cierta precipitación, no fuera a adelantársele alguien:

– El satélite de espionaje. Un satélite puede captar conversaciones, hacer seguimientos, pero fundamentalmente se utiliza para conjuntos humanos importantes, si bien es cierto que es capaz de interceptar un infinito de comunicaciones interpersonales. No obstante, el hombre sigue siendo fundamental como agente de información para las llamadas acciones encubiertas y hoy dispone de un instrumental sofisticadísimo que, por consiguiente, ha requerido la invención de otro tipo de material sofisticadísimo para detectar los aparatos invasores. Es un juego constante de toma y daca del que conviene conozcan las piezas más esenciales y hay que empezar por el principio: cómo escuchar a distancia, cómo ver a distancia, cómo agredir, si es necesario, a distancia. Comenzaremos por la técnica de las escuchas que se divide según las vías: cable, ventosa magnética, radio, haz óptico o luz coherente o aire, es decir, desde el pinzamiento de un teléfono hasta los micrófonos o los cañones microfónicos, pasando por elláser. Hoy disponemos de una juguetería excepcional, pero conviene un entrenamiento humano muy adecuado porque, no lo olvidemos, es la oreja humana la que escucha y el ojo humano el que ve y hay que saber desde intervenir un teléfono hasta meterse en el correo virtual, desde saber analizar las papeleras y vertederos del objetivo espiado hasta aprender a camuflarse para estar junto al espiado sin inspirar sospecha mediante técnicas de mimesis que implican una gran dosis de inteligencia. Hay que aprender a disfrazarse sin que parezcamos disfrazados. Hemos de espiar sin inspirar sospechas, es decir, por consiguiente, no hemos de ser sospechosos. Ante todo no se pongan nunca una gabardina para espiar.

Había quien tomaba apuntes. El profesor estaba dotado del don de la obviedad y a veces se ponía lúdico y les hacía ver películas de espionaje, las comentaba, se formaba un cine fórum. A Carvalho le impresionó La Conversación , sobre todo por una secuencia inicial en la que los espías escuchan a una tierna pareja compadecida por la vejez desvalida.

– Pero para darles una prueba de que lo fundamental es el factor humano les voy a proponer un ejercicio práctico individualizado, es decir, cada uno de ustedes va a tener un objetivo de espionaje, van a cubrirlo y van a traer las consecuencias.

Pasó lista el profesor y hubo quien salió hacia la Di putación de Barcelona para enterarse de la estrategia socialista con respecto al tren de alta velocidad o quien debía descubrir, siempre sin ser descubierto, el grado de infiltración de los cuerpos de seguridad del Estado en la policía autonómica. A Carvalho le tocó enterarse de los movimientos preparatorios de la próxima reunión de Naciones sin Estado, dónde se iba a celebrar y cuál iba a ser el orden del día. Salieron los alumnos disfrazados de sí mismos, repasando concentradamente cuanto habían asimilado y con la obligación de no utilizar ninguna herramienta que no fueran los cuatro sentidos.

– Piensen que Picasso antes de ser Picasso tuvo que demostrar que sabía dibujar un gato.

¿Por dónde empezaba a dibujar el gato? Carvalho aprovechó la soledad de la clase para departir con el profesor sobre el cambio de los paradigmas del espionaje y cómo la naturaleza misma de lo espiado significaba el cambio de estrategias. Yo que he actuado, por ejemplo, en la década de los sesenta vigilando la evolución de los jóvenes hacia la radicalización, ahora para acercarme a los movimientos de los agentes de las Naciones sin Estado debo adoptar una actitud bien diferente. El profesor estaba totalmente de acuerdo.

– Sobre todo tenga en cuenta que no se trata de una reunión protocolaria, dentro de la liturgia habitual, sino que muy bien podría ser clandestina, no aireada públicamente.

– Tal vez ni siquiera en Cataluña.

– Evidente. Lo más probable es que sea en algún lugar de la Padania, que puede ser la locomotora del movimiento en Europa en los próximos años.

– ¿Qué relación tiene la Padania con el proyecto Región Plus?

– La política genera extraños compañeros de cama. De hecho la Padania, el movimiento de Bossi, no es estrictamente nacionalista, sino economicista, y por lo tanto lo de Región Plus no les molesta. En cambio para el nacionalismo catalán o vasco puede ser una catástrofe.

De proseguir la conversación el profesor se lo habría contado todo y a Carvalho empezaba a divertirle la idea de retornar al ABC del oficio y con las manos vacías, a cara descubierta. Se fue a Lluquet i Rovelló y esta vez estaba la viuda de buen ver que acogió a Carvalho con íntima satisfacción cuando le oyó decir: De bon matí quan els estels es ponen y a continuación que era imprescindible encontrar al señor Xibert, antes de que se fuera a Italia. La viuda se lamentó de que el viaje a Italia creara tantos problemas, porque todo iría a un ritmo de vértigo y llegar hasta Grinzane Cavour a tiempo no era cosa fácil.

– Pero aún quedan días, señora… No me ha dicho cómo se llama.

– Madrona, Madrona Campalans. Sí quedan días. Imagínese, hasta comienzos de diciembre.

Le invitó a entrar en un saloncito contiguo y al poco rato se presentó con una capucha.

– Oi que es posarà la caputxeta? Oi que será un bon minyó? [22].

Le encantaba ponerse la capucha y que el abundante pero todavía torneado brazo de la viuda fuera su conductor, con el valor añadido de que el antebrazo de Carvalho percibía el contorno exterior de uno de sus pechos contenido por un sostén enérgico. Cuando le quitó la capucha estaba en la habitación del encuentro anterior y el hombre del chándal le examinaba con estudiada agudeza.

– ¿Y bien?

– Quisiera que habláramos de su próximo viaje a Italia para la reunión de las Naciones sin Estado.

– ¿Cómo sabe usted que me voy a Italia y para eso?

Carvalho estaba asombrado.

– ¿Acaso es un secreto la reunión en la Padania?

Estaba colérico Xibert y empezó a dar los paseos permitidos por el reducido perímetro del zulo. De su boca salían toda clase de improperios. ¿Quién incumple las normas de seguridad? Esto jamás será un Estado, no hay sentido de Estado, Carvalho, no lo hay. Carvalho estaba de acuerdo, no, no había sentido de Estado, pero quizá reuniones como la de Grinzane Cavour sirvieran para ir adquiriéndolo poco a poco. Ahora Xibert estaba muy triste, diríase que herido.

– ¿Sabe qué pienso, Carvalho? A veces pienso que el único que se toma estas cosas en serio soy yo. Después de la muerte de Franco la política se ha llenado de advenedizos que no saben lo que es pasar ni una hora detenido ni haber recibido una hostia de la policía. Dentro del nacionalismo nos pasa lo mismo. Se han apuntado a esto porque hemos ganado en Cataluña y Euzkadi, pero si un día perdemos, adiós, Cataluña, adiós.

– Pero tal vez la reunión sirva para mucho. Una red de servicios de información de países sin Estado, por ejemplo.

Xibert le miró valorativamente.

– Usted tiene un cerebro deductivo e inductivo, Carvalho. De eso se trata.

¡Estoy tan feliz…!

Dice el farmacéutico que mi conjuntivitis es producto de un exceso de luz, lo ha dicho serio y circunspecto mientras yo disimulaba a duras penas el acceso de risa, resulta curioso que mi «deslumbramiento» pueda curarse con un colirio, estoy en ello.

Presiento, mejor dicho: barrunto problemas, ahora además de ser un mito sin fisuras te has revelado como un hombre cálido, asequible, entrañable, inquietante, turbador, singular, imprevisible. Al peso que supone la constante tiranía del mito (los dioses nunca se sienten saciados en cuanto a sacrificios y ofrendas) debo añadir el yugo, la opresión de un hombre tan interesante, tan atractivo.

Una última cosa, en cualquier momento que quieras llamar, hazlo pensando en ti, no soy una ingrata insensible a las muestras de interés por mi bienestar emocional, aprecio realmente tu buena disposición, pero de ahora en adelante si hemos de mantener algún tipo de relación deberá ser desde el equilibrio de un interés mutuo, aunque no tiene por qué ser de la misma naturaleza, claro.

Estoy feliz, feliz, feliz. Pon la música que quieras, me siento así de generosa. De todos los infortunios que afectan a la humanidad, el más amargo es que hemos de tener concienciade mucho y control de nada. La conciencia no nos impide cometer pecados, pero desgraciadamente sí disfrutar de ellos.

Una sola palabra pronunciada en aquella noche serena, me colocó entre mi pasado y mi futuro, cual embarcación entre la profundidad de los mares y las cimas del espacio. Yes, sí soy Yes y el secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer siempre lo que se hace.

Probablemente lo más inesperado fueron tus manos. Recordar tus manos. Es curioso que sean las mismas manos que tenías de niño, porque siguen pareciendo manos de niño, en las que he percibido los estragos de los dientes en las uñas y constatado, al despedirnos, el tacto cálido y tierno; las mismas manos con las que te trazas siluetas de asesinos o ladrones antes de descubrirlos; las mismas manos con las que ensayas cocimientos aderezados con hongos, ¿Merlín?; unas manos disciplinadas que en ningún momento trascendieron el espacio diagonal, sesgado, oblicuo, diametralmente opuesto en el que se ubicó. Todo el galimatías intrincado de tu chocante personalidad se atisba en la contemplación de tus manos y no me había dado cuenta entonces, cuando yo era Yes, la hija guapa, ¿ o sólo estaba buena?, del oligarca Stuart-Pedrell.

Tu naturaleza es el resultado de un suma y sigue; no parece haber dejado nada atrás, no es la habitual evolución del que deja de ser algo para pasar a ser otra cosa. Tengo la impresión de que no renuncias al pasado, no te resistes al presente, y que estás expectante ante cualquier porvenir.

Asumes la Historia, la haces, y además la acechas.

Me encanta tu modo de preguntar, lo haces del modo más llano, las preguntas -un montón- que no hiciste, las obviaste con una elipse perfecta, de tal modo que me consta qué fue lo que quisiste saber y qué no. Es que eres un detective. Un detective perturbador.Dicen que uno de los mayores placeres que hay en la vida es el de ponerse límites a uno mismo. Después de reflexionar un poco -muy poco- sobre ello he llegado a la sabia conclusión de que si ha de haber coto, o cualquier otro tipo de frontera, en mi comunicación contigo, no seré yo quien me la imponga.

Así pues, donde dije digo digo Diego; hubiera querido que me llamase usted esta semana pasada, pero ya que no fui tan afortunada no voy a añadir a mis males la desazón que me produce inhibirme de escribirte/llamarte yo.

Cuando se sentía tantas veces deprimido a lo largo del día trataba de saber por qué y siempre encontraba el motivo de fondo o el inmediato que había provocado la caída del ánimo. Ahora estaba deprimido porque tenía campanas de fiesta en el corazón y deseaba constantemente que el fax se pusiera en marcha, era una manera de hilvanar la relación. El rostro de Yes trataba de imponerse a su alrededor, como si desde una fuerza parasicológica consiguiera estar en la esquina del despacho, en el papel que acercaba a sus ojos, al borde de la bandeja en la que Biscuter le había servido un gazpacho de fresas.

– De fresas, sí, jefe. La receta de la Ruscalleda, esa chica de Sant Pol que cocina tan bien, y yo me he hecho ya un pan con tomate pero con fresa en lugar de tomate, su sal, su aceite, como siempre.

Yes estaba en aquella fresa con la que Biscuter trataba de untar una rebanada de pan y Carvalho reprimió el gesto de impedírselo, como si temiera que la misma Yes fuera la frotada. Y esa relación de dependencia le sublevaba, dependencia hasta en el pensar, porque lo hacía para que ella leyera sus pensamientos y a veces se encontraba hablando a solas para que Yes le escuchara. Pero no quería llamarla para no entregarse demasiado y le dolía que tantas veces como evocaba a Yes construía la ausencia de Charo de la que tenía tres llamadas de atención, la última en nombre de Quimet: Te están esperando. No hay manera de que consigan hablar contigo. También un reclamo de Margalida. Se limitaba a decirle: ¡Satán!, y le daba un número de teléfono móvil. Asociaba a la muchacha con los últimos baños del verano y la imaginaba volviendo a salir de las aguas nada más insinuarse los primeros calores y pudieran recuperar la patria del mar. Se agotaban los días de octubre, pero no se daba cuenta del paso del tiempo, ni siquiera de las estaciones, a las que era más sensible en los últimos años, como si las contara una a una, a medida que se le gastaba la esperanza de vida. Como si todo se hubiera vuelto plano a su alrededor y sólo alcanzara carácter tridimensional el túnel por el que le llegaría la llamada de Yes y por el que iría a su encuentro. Margalida le citó en el café Velódromo de la calle Muntaner, uno de los únicos bares por los que no había pasado la piqueta de la desmemoria y en el que aún se conservaban billares y camareros de toda una vida o al menos de toda una nostalgia. Llegó vestida de motorista con el casco en la mano y la cabellera pelirroja ahora compacta y agrupada sobre uno de sus pechos.

– Ven conmigo, si no te importa ir de paquete en una moto.

– No hago otra cosa últimamente.

Bajaron calle Muntaner abajo y Margalida condujo la moto hasta la plaza de la Garduña, luego se pusieron a caminar para llegar al jardín del antiguo hospital dela Santa Cruz y se sentó en un banco esperando que Carvalho la secundara en todo momento. Una vez sentados, ella abarcó con una mirada todo su campo visual de instalaciones góticas y jardines con ancianos e inmigrantes multirraciales en paro. Pareció relajarse.

– No te confíes. Pueden estar observándonos y escuchándonos mediante un telescopio.

– He tomado mis precauciones y mi móvil no está interferido. No tenemos mucho tiempo. No me has comentado lo que ocurrió durante la verbena este verano.

– Intimé con el señor Pérez i Ruidoms.

– De eso se trata. ¿Qué piensas de su hijo?

– Nada. Que es inocente, como una buena parte de la humanidad.

– Mucho más inocente de lo que puedes creer.

Volvía a notar un interés no esperable en la muchacha por el hijo de Pérez i Ruidoms.

– Albert y yo somos amigos desde que éramos niños. Estudiamos en los mismos colegios hasta llegar a la universidad y podía decirse que había algo entre nosotros hasta que a él le entró la chaladura de las sectas y de probarlo todo, absolutamente todo. Era una víctima de su padre, como también lo era Alexandre Mata i Delapeu, y va a seguir siendo una víctima de su padre como no hagamos algo.

– ¿Qué me toca hacer a mí?

– Hablar con él. Su padre lo tiene secuestrado y le está programando el futuro, pero hay que salvarle de ese futuro.

¿Por cuenta de qué o de quién actuaba Margalida? Parecía una mujer excesivamente enamorada empeñada en salvar a alguien que probablemente no quería salvarse.

– Te interesa hablar con él no sólo para hacerle un favor, sino para hacerte un favor a ti mismo. No sé si te das cuenta de dónde te has metido. ¿Te has preguntado por qué te han metido en esto?

– Se mezclan una serie de factores. Algunos espontáneos, digamos que positivos, y otros muy calculados. Lo que me interesa saber es dónde empieza el cálculo y para qué.

– No olvides lo que te digo, todo pasa por el tiburón Pérez i Ruidoms.

Ella mantenía los ojos muy abiertos, como si fuera el gesto más adecuado para transmitir sinceridad.

– ¿Te has metido en esto por ese chico, por Albert?

– Sí.

– ¿Y has conseguido engañar a todo el mundo?

– No. Algún día te lo contaré, pero necesito estar más segura de ti. Si no te opones, te facilitaré el encuentro con Albert, pero no te garantizo cuándo. Está muy vigilado. No te sorprenda si pasan varias semanas. Ahora mismo ni siquiera sé dónde lo tienen.

No fue un fax, sino la voz en directo de Yes la que se metió como una sustancia propicia, adaptada a la soledad de su oído y era una cita lo que le proponía, en un bar, El Zigurat, adonde fue Carvalho con la esperanza de superar la situación de bustos parlantes y salir a la calle, a pasear, a sentir el cuerpo total de Yes a su lado, habitantes por fin de un espacio propicio, sólo para ellos, sólo por ellos delimitado por la simple operación de caminar juntos. Pero Yes se mantuvo tras la mesa, desplegando su seducción pasiva y hablando constantemente de su marido, de Mauricio, al que se refería como si fuera familiar para ambos, como si no advirtiera que para Carvalho era como meter a un intruso en un ámbito sólo para dos o al contrario, como si lo hiciera ex profeso, al igual que esas muchachas que se protegen los pechos con libros sobre los que han cruzado los brazos. Y junto al prodigioso Mauricio, comprensivo, sagaz, lugarteniente inseparable de la viuda Stuart-Pedrell que confiaba en él mucho más que en su hija, los dos muchachos absolutamente superdotados para la belleza, los estudios y el amor filial. En nada se parecían pues a la propia Yes cuando Carvalho la conoció, flotante, desintegrada, invertebrada, puerilmente drogadicta, trazando rayas de coca hasta sobre los espejos manuales del lujoso lavabo de porcelana inglesa de la mansión de los Stuart-Pedrell. ¿Comprendes cuan perfecto es el mundo que me rodea? ¿Puedes pensar que yo voy a desarmonizarlo o que tú tienes el derecho a hacerlo? ¿Eran falsas preguntas o eran preguntas reales que esperaban una decisión de Carvalho? Muy perfecto no será cuando has necesitado recuperarme y decirme que soy el hombre de tu vida.

Tras la cita de El Zigurat cambió Yes el escenario por el Hemiciclo, otro bar para bustos parlantes, aunque en éste, si llegaban a tiempo, se sentaban de lado y Carvalho podía valorar el perfil hermoso y sedimentado de Yes, la ligereza de sus formas rotundas y su gesticulación de actriz sabia en el control de su propio sistema de señales, ni una imperfecta, la mujer diez, la hubieran calificado años atrás, cuando aún quedaba en el mundo algo de optimismo histórico y biológico.

– Un día podríamos ir al cine, juntos.

Veinte años después de haber hecho el amor en la cama de Carvalho ir al cine juntos era casi una transgresión, incluso Carvalho consiguió precisar la imagen que rechazaba, aquella en que estuvo a punto de encular a Yes y no lo hizo por lo que tenía de simple afirmación de prepotencia y de humillación social, dar por culo a una señorita de casa bien. Sólo recordarlo le hacía daño en algún lugar del cuerpo, donde habita el sentimiento de culpa, aunque no podía evitar que cuando Yes caminaba ante él le miraba el culo por si le recordaba aquel luminoso objeto de su deseo. Cuando se separaban, Carvalho se prometía a sí mismo cortar la relación, pero su capacidad de distancia se limitabaa esperar que ella tomara la iniciativa y era agónico el tiempo que Yes tardaba en convocarle, siempre justificado por el trabajo o por actividades sociales o familiares cuya simple mención molestaban a Carvalho y le mortificaban cuando se convertían en completa descripción de una dimensión de vida que le negaba, que no le pertenecía. Mientras ella era capaz de proseguir su vida fundamental, alimentada con la ligera transgresión de recuperar su mito de juventud, a Carvalho le resultaba imposible concentrarse en su vida cotidiana. Tenía descuidada a Delmira, la viuda de su hijo, a Charo la rehuía, apenas estaba al día sobre los avances de Biscuter en su intrusión en el mundo de las sectas, aunque veía aumentar la bibliografía sobre la que se inclinaba aquella cabecita maltratada por el fórceps: El fenómeno de las sectas fundamentalistas, Nuevo diccionario de sectas y satanismo, Las sectas entre nosotros, Magie et sorcellerie en Europe, Atles deis càtars, Las sectas destructivas, El veritable rostre deis cátars, Els templers catalans, Guía de los cátaros, El legado secreto de los Cátaros, Diccionario de las religiones y varios libros del principal experto local, solvente a pesar de tolerar que le llamaran Pepe Rodríguez. Biscuter estaba fascinado, especialmente, le decía, por el potencial positivo del satanismo.

– Para los cátaros Satán no es en sí mismo positivo, pero a mí me interesa, jefe. Si el mundo creado por el Dios oficial es tan lamentable, ¿por qué no suponer en Satán a un rebelde necesario?

Carvalho le prometió que un día hablarían de todo ello, pero ese día no llegaba, como no llegaba el de hablar con Quimet para recoger los frutos de su cursillo terminado cum laude tras la presentación de un juzgado espléndido trabajo de investigación de campo sobre el movimiento de las Naciones sin Estado. Esperaba la convocatoria para pasar al curso superior, donde se recibía instrucción sobre armamento y técnicas de ataque y defensa, a cargo del coronel Migueloa, un vascofrancés ex miembro de la OAS, residente en Barcelona porque tenía una hija casada con un filólogo suizo especialista en el uso del salar [23] en el habla de ampurdaneses y mallorquines. Pero esos cursos serían muy restringidos y en lugares muy seguros, habida cuenta de que debían permanecer al margen de los circuitos habituales de seguridad para que no los detectaran los del CESID o la policía autonómica. La añoranza de Yes le rompía el tiempo y le convertía la distancia en una sustancia repugnante que le producía el malestar de estar donde estuviera si no estaba ella. Y por eso la imaginaba presente en cuanto hacía y se descubría a sí mismo dialogante con Yes sobre todo cuanto le afectaba, desde la compra de media docena de calcetines hasta la elección de morro de bacalao en la Boqueria o la adquisición de un molde para frituras a la japonesa, consistente en un tubo ancho de lata, de una altura de unos veinte centímetros, a introducir en el aceite hirviendo y meter por el orificio de arriba la masa que deseaba freír homogéneamente. Lo encargó en una hojalatería tradicional de los traseros de la Boqueria, frente al restaurante Turia, en el que solía comer buena cocina de mercado a un precio de prejubilado dispuesto a gastarse lo poco que le quedaba. Carvalho había descubierto otro restaurante interesante en la plaza Real un día en que trató de recuperar la tienda del taxidermista y vio que dentro ya no había aves disecadas sino tartaleta de sardinas, terrina de foie-gras con membrillo reducido al Pedro Ximénez, arroz con almejas, brick de verduras. El restaurante se llamaba El Taxidermista y lo llevaba una mujer que parecía una muchacha asombrada de que la plaza Real fuera como un ensayo general de purgatorio de la globalización y su madre, Nieves de nombre, que silabeaba como si acabara de salir del Madrid de 1936, capital de la Gloria, republicana de toda la vida y toda la posguerra y toda la Transición, según le confesó tras hacerle especialmente un arròs amb fesols i naps [24]. Tal vez algún día llevaría a Yes a El Taxidermista.

A Yes no le convencía lo de los tubos de lata. ¿Dónde vas a meterlo? Son cosas que se compran y luego no se utilizan. Ya verás. Esta noche voy a utilizarlo. Preparó verduras cortadas en tiras, uniformadas por una masa de harina ligera, agua, huevo y gambas peladas. Puso aceite en el fuego hasta el hervor, introdujo el molde y por el orificio superior vertió dos gruesas cucharadas de la farsa. Cuando tomó consistencia retiró el tubo y el islote de fritura navegó sobre el aceite hasta alcanzar consistencia suficiente como para poder darle la vuelta. El buñuelo así formado estaba exquisito con una salsa de soja, sola o acentuada por el rábano picante y el jengibre. ¿Lo ves, mujer de poca fe? Yes probaba el plato y le daba la razón con los ojos entusiasmados que sólo ella podía componer, con esa capacidad de asombro que sólo pueden fingir los ricos simpáticos como Yes o que sólo pueden sentir los pobres solidarios como Charo. Pero pasaba el encantamiento y en la soledad de su comedor de Vallvidrera la no presencia de Yes significaba un vacío superior al espacio que había ocupado su absoluta presencia.

Tuvo que salir de su ensimismamiento compartido porque Delmira reclamó una explicación en unos términos muy taxativos, no quería morir sin saberlo todo sobre la muerte de su hijo.

– Estoy esperando un encuentro con Albert Pérez i Ruidoms, pero no es fácil. Él podrá aclararme muchas cosas.

– ¿Por qué no es fácil? ¿No está en libertad?

– Su padre lo tiene escondido.

Delmira se echó a llorar abundante pero silenciosamente y Carvalho hizo lo imposible para desaparecer hundiéndose en el sofá y cerrando los ojos.

– ¿Por qué son tan crueles los hombres? ¿O sería más justo preguntarse por qué es tan cruel el hombre?

– Cierto.

– Lea.

Delmira le tendía un papel y Carvalho leyó para sí:

Delmi, querida. He pensado mucho sobre nuestra vida en común después de la muerte del chico y no tiene sentido, aunque tampoco concibo que nos separemos jurídicamente dada la complejidad de los intereses comunes, soledades compartidas, líos de herencia que un día deberemos discutir porque tú tendrás tus herederos entre los predilectos de tu familia y yo es posible que trate deformar otra familia, tener hijos que compensen la ausencia del nuestro. Mis enemigos me han herido en lo más sensible y he de recuperar fuerzas para machacarlos. De momento parto para un largo viaje y volveré cuando se me acaben las ganas de huir. Compréndeme como yo te comprendo a ti.

– ¿Podría usted enterarse de con quién se va?

– ¿Utiliza alguna agencia de viajes habitual?

– Avionjet. Lleva sus asuntos la señorita Fina.

Era lo menos que podía hacer por la doble viudez, la doble virginidad esencial de Delmira que podía permitirse el lujo de viajar a donde quisiera pero tal vez no de formar otra familia y tener hijos. En Avionjet estaba media ciudad negociando los viajes de fin de año, fin de siglo, fin de milenio y Carvalho escuchaba las más exóticas proposiciones de huida.

– Calculando por dónde saldrá el primer sol del 2000, ¿qué punto me recomienda para ser los primeros en verlo?

Preguntó por la señorita Fina y habló con el trasero de un ordenador lleno de redondeces, voluptuoso en comparación con la muchacha que lo manipulaba, Fina, que estaba al otro lado y era tan delgada que no desbordaba el espacio de la máquina.

– El señor Mata i Delapeu quiere estudiar el itinerario del viaje y me pide que usted le confirme el croquis.

– ¿Se lo envío por fax?

– No. Démelo a mí y yo mismo estaré en condiciones de comentarlo con él.

Fina asomó una esquina de cara, la suficiente para que su ojo pudiera ver a Carvalho, porque era tan estrecha ella, tan estrecha su cara que sólo le cabía un ojo.

– Nunca había venido usted por aquí.

– Es que el señor Mata i Delapeu quiere llevar las cosas a un nivel muy reservado.

Le pasó una carpeta sobre el viaje a las Seychelles de Madrona Campalans Martínez y Joan Mata i Delapeu.

– Es la primera escala, ya quedamos que era opcional el salto a Sri Lanka y las Maldivas o el crucero desde Penang hasta Bali.

– Permítame un segundo. Consultaré las notas del señor Mata i Delapeu y estaré en condiciones de ratificarlo.

Se sacó del bolsillo un cuaderno con direcciones, lo consultó con gravedad y condescendió:

– Sea. Me parece correcto.

– ¿Correcto?

– Correcto.

– ¿Necesita que se lo pregunte por fax?

– No es necesario.

El nombre de Madrona Campalans le vino desde un pliegue de su memoria y le provocó una sonrisa. Pero para ratificarlo se acercó a Lluquet i Rovelló y al ver a la viuda dependienta le preguntó:

– ¿Señora Campalans?

– Sí, Madrona Campalans, ¿pero cómo sabe mi nombre de soltera?

– Una viuda tan guapa como usted recupera inmediatamente la condición de soltera.

Pretextó la necesidad de verse con Xibert. No estaba y Carvalho insistió en que se le localizara. Luego fue al encuentro de Delmira. Le dio el parte del viaje.

– ¿La conoce usted a ella? ¿Es la clásica putilla joven? ¿Un bollicao, como le llaman ahora?

– No. Es una viuda. Una espía viuda. De hecho viaja para sonsacarle.

– ¿Dinero?

– Información.

Necesitaron varios encuentros para recuperar veinte años de distancia y así como Carvalho trataba de preservar su espacio vital, como si le ofreciera a Yes construir uno nuevo al margen de veinte años de soledad, ella seguía superponiendo su vida cotidiana, su marido, sus hijos, como si los llevara como guardianes de las fronteras de sus encuentros con Carvalho. Mauricio, aquel muchacho tan sensible que ella se llevara a Katmandú, había resultado ser un hombre de negocios formidable. Los dos hijos no tenían competencia posible. Estudiosos, deportistas, sensibles ante las preocupaciones del mundo, miembros de ONG, como su abuelo sin duda sería ahora miembro de ONG. De la ONG de Empresarios sin Fronteras, pensó Carvalho, pero se arrepintió de su sarcasmo, porque Stuart-Pedrell había pertenecido a la única y última promoción de empresarios con complejo de culpa. Yes parecía no haber sido nunca aquella muchacha que esnifaba por todos los orificios del cuerpo, que se hacía rayas de coca para desayunar, y presumía insistentemente de tener una vida equilibrada, completamente llena por su marido y sus hijos. Estaba empeñada en que Carvalho la llevara al país de su infancia, como si quisiera tomar posesiónde él desde los orígenes y al recorrer lo que había sido Barrio Chino o Distrito V o Raval como le llamaban ahora, se entristecía cada vez que Carvalho le decía que el bulldozer había derribado los cines de su infancia, los colegios de su infancia, las gentes de su infancia, sustituidas por una inmigración de otro sur más lejano, como aquellos niños coreanos, latinoamericanos o pakistaníes que jugaban a fútbol a la sombra blanca de un museo de arte modernísimo casi adosado a la antigua Casa de la Caridad.

Tal vez le regalaba el interés por su pasado a cambio de imponerle su propia vida cotidiana. La décima vez que ella mencionó a su Mauricio y a los chicos, Carvalho se sintió existencialmente mortificado y la envió mentalmente a la mierda. O estaba disuadiéndole para que respetara una parcela que nunca había intentado invadir o estaba rodeándose ella misma de una zona de seguridad. Le obligaba este planteamiento a hablar no sólo del país ya casi fantasma de su infancia, sino también de «los suyos», de su extraña familia. Yes había prohijado a Biscuter. Le parecía un amor, decía, casi portátil. Me lo llevaría a casa. En cambio, no se molestaba en ocultar cierta antipatía por Charo, como si ella tuviera derecho a molestarse por una rival en la propiedad de Carvalho y en cambio él tuviera que aceptar como lo más normal a su Mauricio y a sus dos chicos maravillosos, prendados de su madre, edípicos, sin duda, como no podía ser de otra manera. Aunque de pronto ella podía dar un salto imaginativo y proponerle:

– Porque tú y yo somos amantes, ¿no es cierto? Es como si fuéramos amantes.

– Nos ocultamos como si fuéramos amantes.

Supongo que no le contarás a tu marido que nos seguimos viendo.

– Podría contárselo perfectamente.

Dijo ella tajante, como si el asunto no mereciera más consideración. Pero Carvalho estaba irritado de tanto marido perfecto, inteligente, comprensivo y tanto hijo prodigio, como si fueran tres intrusos en un reino afortunado que sólo debería pertenecer a Yes y a él.

– Pero no se lo has contado.

– Digamos que no he querido crear «alarma social».

Y se echó a reír, cada vez con más ganas hasta aproximar su cabeza a Carvalho y rozar con su frente uno de sus hombros. Carvalho salió por un momento de la situación de amigos y residentes en Barcelona que juegan a ser amantes platónicos y se sintió ridículo. Veinte años atrás se habían ido a la cama y probablemente ella y, desde luego él, tenían ganas de volverse a ir a la cama.

– No. No somos amantes. Los amantes no tienen límites. No se parapetan detrás de mesas de café, no hablan de maridos o de esposas o de hijos o de padres porque construyen un mundo sólo para ellos, dure lo que dure, cinco minutos, una hora, toda una vida. Los amantes tienen otras lenguas aparte de la de kilómetros y kilómetros de papel de fax. Si te besara ahora mismo te morirías. Te desmayarías.

– Pruébalo.

Dijo ella y le ofreció la cara desafiante. Carvalho le cogió la cabeza por la nuca y la acercó leyendo la progresiva alarma de sus ojos hasta que se cerraron cuando notó el ariete de la lengua de él abriéndole los labios y buscándole los rincones más secretos de la boca. Cuando se separaron ella tenía los ojos cerrados y suspiró profundamente. Luego se recostó y le miró desde una distancia agrandada por una fingida sorpresa.

– Me has besado.

– Lo recuerdo.

– Es decir, ya somos amantes.

– Muy superficialmente.

– ¿Quieres decir que necesitamos acostarnos para ser amantes?

– Por ejemplo.

– Pero yo no puedo asumir una sexualidad doble. Yo no puedo irme a la cama contigo y por la noche irme a la cama con Mauricio.

– Lo entiendo perfectamente. Estamos en una etapa de involución sexual. Hace veinte años lo que acabas de decir te hubiera parecido una estupidez.

Ella ahora se había volcado sobre él y le ponía una mano sobre el brazo.

– En cambio, estoy dispuesta a irme contigo. Para siempre. No lo olvides, eres el hombre de mi vida.

Ante Carvalho había desaparecido Yes y se abría un abismo imantado que le atraía al tiempo que le dolía el esternón.

– A mi edad sería un para siempre muy breve. ¿Y tu estupendo marido, y tus maravillosos hijos? No te perdonarían. Quedaría destruido tu ecosistema.

– Me daría igual, siempre que lo tuvieras tú muy claro. O todo o nada.

Tenía en las manos el problema. Ella se lo había traspasado y le contemplaba entre la angustia y el orgullo. No me rechaces, le pedía, pero de los labios de Carvalho salió una cinta de fax más que una oratoria comprometida. La edad marcaba una excesiva distancia, no podía romper su ecosistema porque rompía el ecosistema de Charo, de Biscuter y sobre todo no podía romper el ecosistema de ella. ¿Te imaginas una vida sin los seres que dependen de ti? ¿A qué niveles de complejo de culpa llegarías?

– ¿A qué complejo de culpa te refieres? ¿Al mío? Estoy tan enamorada de ti que no tengo complejo de culpa, pero me niego a vivir dos vidas en dos camas. Sólo quiero una vida y una cama. Contigo. La tuya. Pero sólo una cama.

No contestas mis llamadas, ni las cartas que te mando por telefax. ¿ Ya no te quedan paisajes de la memoria por enseñarme?

Quieres que te deje en paz. Las más bellas historias envidiarían un final tan espléndido, sin muertos, sin lágrimas; un remate elegante -de cabeza, por supuesto- que sublimó, hasta gasificar, cualquier argumento de continuidad.

No quieres jugar a destruir mi ecosistema, dijiste. Todas y cada una de las consistentes razones, tan inapelables como ineludibles, jugaron a tu favor, ni tan siquiera yo -la reina de la improvisación- fui capaz de sortear, o distraer, una maniobra tan impecable. Perfecta la posición en el campo, exacto el cálculo de la distancia, oportuno en la elección del momento, escrupuloso en la ejecución. Esta ignorante -y humilde- mujer sólo estaba en posición de presentir la derrota, aturdida y desconcertada.

Tener razón es muy importante y tú tienes razón, toda la razón… y nada más que la razón. A mi edad -540 años- no me interesan las razones, les he rendido pleitesía mucho tiempo; he llegado a la conclusión de que la pasión no es lo más importante, es: lo único importante. Por otra parte no concibo cómo se puede pretender, a estas alturas, hacerle un regate a la emoción, atendiendo a cuestiones tan prosaicas comola incomodidad de los horarios, costumbres, el marido realmente existente, los hijos…; cuando los dioses nos regalan algo tan escaso como es la ilusión, es un acto de soberbia -imperdonable- rehusar.

Alguien a quien adivino vasallo de la estética tiene que, al menos, estar en un dilema; me explico: parece muy difícil que puedas renunciar a un espectáculo como yo, tanto como difícil renunciar a tu solvencia, comodidad y paz moral. Se me olvidaba decirte que en el primer plano final, justo antes de rendir la cabeza y marchar -¿desfilar?-, besé tu frente, tus mejillas y tus labios con mis ojos, demorándome lo menos posible. No me gusta molestar. No trato de deshacerme del ídolo, puedo asumir sus -si los hubiere- pies de barro, mi adoración es incuestionable, ha superado el paso del tiempo, todas las modas.

Reconozco mi error al proponer una «aventura», no sólo por lo ambiguo del término, también porque oculté nuestro encuentro a Mauricio, no sé por qué lo hice, no era preciso, probablemente me dejé impregnar por la atmósfera que se había creado. Y para colmo EL ANÓNIMO QUE SE HA RECIBIDO EN CASA, puede que esté rodeada de gente a la que no le soy simpática, soy la dueña y los dueños nunca somos simpáticos. Seguramente me pasará pronto la necesidad de referirme a ti de un modo tan compulsivo.

Se me ocurre que la perfumería, o lo que sea, que, a su vuelta de Andorra, tiene que montar Charo -las putas siempre encuentran el modo de hacerlo todo práctico y provechoso- debería llamarse: «En Esencia», «Esenciales»… En mi opinión te mereces que este personaje vuelva con la frente marchita, pero dispuesto a trocar en transparente y positivo todo lo que hasta el momento era sórdido en su vida. Este negocio le va a permitir reconvertir sus antiguos clientes en clientes de nuevo, y también en clientes a sus compañeras; Pepe Carvalho participará ahora de la misma condición de cliente que todos ellos, ¿revancha? Clientes todos pero de un negocio transparente, socialmente presentable, de buen tono, chic.

He sido una insensata, una ilusa y además una pesada. Está bastante claro que tú no me necesitas para nada, me atiendes cuando te llamo o te escribo pero son actos reflejo de los míos. Había pensado conocerte, divertirme, jugar un poco, sin que ello supusiera daño alguno para nadie; que tú recibieras un millón de halagos y alguna que otra cita entretenida, no parece perjudicial. Por mi parte materializar mi relación contigo (en mis sueños siempre hemos discutido mucho) era un proyecto demasiado atractivo, en sí mismo inocente y por tanto irrenunáable.

Al recibir el anónimo considero que no tengo nada que ocultar, por eso se lo he contado todo, todo a Mauricio. Se lo he podido contar todo porque no ha pasado nada. Puedo asumir y hasta controlar cualquier tipo de enamoramiento, no son más que emociones pasajeras, distracciones, que no tienen por qué ser desestabilizantes, simples escaramuzas sin ningún tipo de trascendencia, ejercicios de adiestramiento, que no traspasan los límites de la esgrima verbal. Con cierta frecuencia surgen a mi alrededor episodios galantes, que se conocen y asumen en casa sin ningún tipo de crispación, al contrario incluso, a mi marido y mis hijos les hace cierta gracia que gente de su entorno muestre un particular interés por mí; se habla de «mis víctimas» de «esa nueva víctima» y de lo contenta que estoy con mi cosecha de triunfos, dicen que no tengo piedad, que soy una casquivana, una coqueta sin remedio y me «riñen» pero sin demasiado énfasis. Todos saben que, por otra parte, a mí no me da ni frío ni calor, es pura gimnasia, y que además nunca soy yo quien promueve esas situaciones; digamos que por un lado me halagan, y por otro lo llevo con resignación.

Al parecer, ha resultado premonitorio que firmase algunas cosas con: Alicia, detrás del espejo, porque estar al otro lado del espejo es lo que estoy haciendo ahora. Es una nueva perspectiva nada cómoda, pero resolveré sin duda todas estas inquietudes, procuraré no ser demasiado molesta y, a la vez, que no me «molestes» -confío plenamente en que entiendes lo que digo- no permitiré que nada de todo esto afecte a mi equilibrio emocional, ni al de los míos. Mis excusas, también mis respetos.

Alicia

Tal vez todo sería mejor así. Considerar el reencuentro con Yes una peripecia del espíritu que acabaría pareciéndole irreal, como si hubiera pasado de la evocación al espejismo o como si hubiera vivido la fantasmagoría de La mujer del cuadro de Fritz Lang. Los días pasaban sin nuevos mensajes, hasta que de pronto:

Morosa máscara mágica

Aturdida, azorada, alarmada.

Nigromante, nuevo Nibelungo,

Ulises, urdiendo utopías.

Eres esperanza exacta

Loca lengua libertina.

Demasiado corto para ser grave. Carvalho se quedó al pie del fax esperando una continuación, pero pasaron dos, tres horas y Biscuter desfilaba ante él sin decir nada, de sus compras a la cocinilla, preparando un soufflé mediterráneo, jefe, de atún con alcaparras, porque no hay nada como la cocina mediterránea, jefe. Tuvo tiempo de comerse el soufflé con un vino albariño gallego bien frío, masticando improperios contra los que beben champán, cavas y vinos blancos un grado por encima del frescor auténtico. También hubo tiempo de salir a la calle con Biscuter empeñado en que le acompañara al centro cultural de los jesuitas de la calle Caspe, donde iba a darse una conferencia que podía interesarle mucho a cargo de Guifré González, sobre neocatarismo. Título de la conferencia: «Entre el Opus Dei y los cátaros» a cargo de Guifré González. A Carvalho le sonaba a uno de esos personajes a los que siempre presentan diciendo que no necesitan presentación, tal vez de la radio, tal vez era una estrella de tertulias o le habían hecho alguna entrevista que él había captado al paso. Estaba el salón lleno y Biscuter le había reservado un asiento situado detrás de la cabeza pelirroja de Margalida la Ben Plantada, la Donzella del Valles, que se volvió para sonreírles. En el escenario, sobre la pared de fondo una pantalla de proyección cinematográfica o de vídeo. Un vistazo por la sala le permitió a Carvalho descubrir al hombre del chándal, al joven neoliberal de los cursillos y a Anfrúns rodeado de chicos y chicas que en todo momento estaban pendientes de sus palabras, sus cuchicheos, sus humoradas. El corruptor de menores de siempre. Aparecieron sobre el escenario Francesc Marc Alvaro, Guifré González y un jesuita que presentó a Francesc Marc Álvaro como uno de los más brillantes y equilibrados jóvenes intelectuales y en cuanto Francesc Marc Álvaro tomó la palabra se dedicó a elogiar irónicamente, la única forma civilizada de elogiar a alguien, a Guifré González, que podría ser considerada la cabeza pensante más importante de Cataluña y una de las mejor amuebladas de Europa. ¿Cómo se amuebla una cabeza sin reducir el espacio interior?, se preguntó Alvaro como remate de su corta y brillante presentación, dejando la duda de si la cabeza de Guifré estaba demasiado amueblada. El conferenciante, ahora llamado Guifré González, no era otro que el falso cura, falso tío de Neus, que en realidad se llamaba Margalida. Sin clergyman y sin guayabera, ahora parecía un miembro confortable del star system de la inteligencia. Tras merodeos de agradecimiento por la amplitud liberal, en el mejor sentido liberal, que demostraban los jesuítas, sus anfitriones, habló de la crisis de modernidad de la Iglesia católica y de los duros años de competencia que se avecinaban, por ejemplo, en el caso de los Países Catalanes, la Iglesia católica había sido incapaz de dar el paso de la autonomía eclesiástica con el riesgo de desvincularse de una feligresía que exigía en religión el derecho a la diferencia. La Iglesia católica vaticana sólo considera una apuesta segura, el Opus Dei como nueva fuerza defensiva, capaz de conectarla con la estrategia del dominio temporal a través del dominio material y viceversa, pero el Opus Dei no había dado el paso necesario para adecuarse al futuro nuevo orden internacional de una globalización basada en los pueblos identificables. ¿Qué hacer? Tal vez había llegado el momento de dejar a la Iglesia católica en su camino hacia la obsolescencia, puesto que el Vaticano se había empeñado en recorrer ese «camino» en compañía del Opus Dei, y plantearse una religiosidad de diseño para los Países Catalanes. Más que enojosas actitudes cismáticas, tal vez sería más interesante buscar en la memoria colectiva un sustrato religioso que ya en el pasado hubiera intentado dar respuesta a una nueva espiritualidad, y la nueva Europa debería tener en cuenta lo que había sido el catarismo como una religión solidaria y fundamentalista, muy en la línea del viejo, moderno, eterno deseo de retorno al cristianismo primitivo, de base, humanista, que, desde la institucionalización constantiniana de la Iglesia, había inflamado Europa desde Bulgaria a Toulouse, desde Coblenza hasta la Cataluña Norte de los siglos xII y xIII. Fue en este momento cuando se oscureció la sala y sobre la pantalla apareció el mapa de la extensión del catarismo en los siglos xII, xIII y xIV, mezclado a veces con los albigenses o los valdeses, aunque sería necio relacionarlos, liquidado todo el catarismo aparentemente en 1321 con la cremación en Vila-Roja, Termenes, de Belibastre, último prefecto cátaro conocido. Es más, se envalentonó Guifré, hay quien sostiene que los cátaros querían constituir el principado de Septimania y quien añade, como Javaloys, que ese principado estaba inspirado por el poder judío y en la persecución de los cátaros se aliaron el rey de Francia y el Papado para acabar con unos herejes escisionistas, políticamente incorrectos. Pero los cátaros, aunque se desperdigaron, prosiguieron siendo cátaros y muchos se establecieron en la Cataluña del Sur, ocultando su pasado para evitar la represión y alguna semilla dejaron. Profetizaba Guifré González una nueva religiosidad no de diseño tal como podía concebirse desde la ingeniería religiosa en ciernes, sino entendiendo diseño como una religión reconstruida a partir de sus ruinas, como si hubiera estado esperando una nueva sensibilidad y las condiciones objetivas y subjetivas se hubieran producido.

– Pobreza, solidaridad, compromiso frente al capitalismo salvaje construido con la complicidad de toda clase de establishments. Aquella religión afectó a parte de Cataluña Norte, contaminó personas o zonas de la Cataluña Sur, y los pueblos estructuralmente aplazados como los Países Catalanes podrían hacer un uso evangélico y a la vez vertebrador de una territorialidad del espíritu y de la emoción emancipatoria, frente a los intentos economicistas de crear nuevas territorialidades por razones estrictamente económicas. No hay que olvidar que en su tiempo a los cataros se les conocía por «los hombres buenos», porque de ellos emanaba, al menos, la voluntad de la bondad y la caridad, tal como se demuestra en el estudio fundamental de Jordi Ventura i Subirats. ¿Y ahora? ¿Aquí? Sólo una corriente mística controlada por la inteligencia laica podría contrarrestar los efectos de la dictadura economicista que se cierne especialmente sobre Cataluña como una amenaza. Cataluña puede desaparecer como proyecto si el poder económico español y multinacional con la ayuda de los botiflers, de los catalanes renegados, la destruyen como imaginario unitario y la sustituyen por un triángulo de poder económico.

Margalida aplaudía con un entusiasmo sin límites, silbaba, aullaba, como si Guifré González fuera un héroe del rock y no su tío, su falso tío y Anfrúns apacentaba las reacciones de su rebaño y estudiaba a distancia las no reacciones de Carvalho. Ya estaban en el turno de preguntas del público y Anfrúns pidió la palabra.

– Querido Guifré, tu apuesta por un neocatarismo pancatalán controlado por un cerebro laico, ¿incluso ateo?, me conmueve. Si de verdad se cierne una amenaza economicista, ¿qué impide a los que están diseñando una alternativa al imaginario catalán convertir el neocatarismo en una religión del triángulo Región Plus?

Porque aunque no se haya manifestado esta locución, al hablar de conspiración economicista te estabas refiriendo a Región Plus. Fíjate en la figura geométrica que compone el territorio cátaro.

– No es un triángulo.

Opuso González, y Alvaro y el jesuita lo ratificaron. El jesuita fue más allá:

– Es un rombo algo aplastado.

Se impacientó Anfrúns:

– Sean triángulos, sean rombos, qué más da.

Guifré pasó a mayores:

– Una nueva espiritualidad, inteligentemente laica, es lo que se necesita para que prospere un nuevo humanismo que ya no puede construirse desde proposiciones estrictamente racionales como intentó la Ilus tración o el Marxismo.

Anfrúns se alzó sobre las puntas de sus pies y rezó en voz alta:

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra. El pan nuestro sobresubstancial dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en la tentación. Pero líbranos del mal porque tuyo es el reino, el poder y la gloria.

No bien repuesto el público, entre la chacota y el recogimiento, del efecto del recitado, Anfrúns adoptó maneras de tribuno y se dirigió a todos los presentes por encima de la dedicación a los ponentes.

– Acabo de recitarles el padrenuestro en versión cátara, una religión que en efecto podemos relacionar con el sustrato espiritual de muchos catalanes antes de la pérdida de soberanía. Pero ojo con el maniqueísmo cátaro. El diablo ha creado el cuerpo humano y Dios el espíritu. Fijémonos en el final del padrenuestro: «Tuyo es el reino, el poder y la gloria.» No se refiere a un reino tangible, sino al conjunto de los espíritus, aunque Jesucristo con su sacrificio nos liberó del mal. Jesucristo ha redimido el reino para dárselo a Dios Padre y es obligación de los catalanes darle geografía a ese reino. En cuanto al poder se ha visto degradado y abatido por toda clase de flaquezas y es obligación de los catalanes que las flaquezas se vuelvan fuerzas. ¡Y la gloria! El señor dice a través de un salmo: «¡Despierta gloria mía, despertaos arpa y cítara!» El reino, el poder y la gloria representan el espíritu, la vida y el alma de cada ser individual. ¿Cómo transmigra esta naturaleza individual a la colectiva de un pueblo?

Ahora sí que Anfrúns retaba a Guifré González a que le contestara, y lo hizo:

– No asumo el catarismo como una revelación simbolista nutrida del catastrofismo del apocalipsis, sino como una ética de la rebelión y la participación en clave religiosa, ética que conviene a un proyecto de catalanidad popular, liberada del pactismo, de la servidumbre pequeño-burguesa a lo nacionalmente correcto según el estilo tendero del señor Jordi Pujol Soley, que espero sea derrotado en las inminentes elecciones para que podamos entrar en el posnacionalismo. Pero ojo. Que los que tanto pregonan el posnacionalismo no se equivoquen. En todo fin hay un principio y es necesario que termine el nacionalismo necesario pero vergonzantea la manera del pujolismo o del PNV en el País Vasco para que posnacionalismo signifique neonacionalismo.

Una potente combinación de silbidos y aplausos sancionó las palabras de González y, contra lo que Carvalho esperaba, Anfrúns estaba muy satisfecho cuando se dejó caer en su butaca y, al iniciarse la retirada de los presentes, el capitán de los Testigos de Luzbel se situó tras Carvalho y bisbiseó junto a su nuca:

– Acaba de tener la oportunidad de ver a Manelic en su propia salsa.

Para ratificar su insinuación señaló hacia Guifré González, que departía con Alvaro y el jesuita, y luego pretextando prisas dejó a Carvalho en plena retirada y se llevó a su rebaño a los verdes prados de Satán. Margalida le murmuró que pronto tendría noticias «nuestras» y volvió a repetir el insinuante plural, «nuestras». El detective eligió volver al despacho antes de regresar a Vallvidrera y allí estaba la lengua continua del mensaje de Yes, ausente otra vez Biscuter, que empalmaba el catarismo con alguno de sus cursos nocturnos de rearme cultural, inglés posiblemente o cualquier conferencia sobre globalización o actividad voluntaría pro Chiapas.

Mi profundo malhumor recae sobre todo el mundo, me he ocupado expresamente de que así sea, no he cejado hasta amargarles la vida a todos cuantos me rodean; un acto deplorable que, incluso, justificaría si me hubiera sido de alguna utilidad. Estoy frustrada, irritada, perpleja, consternada…: furiosa.

Con un enojo arbitrario, seguramente desmedido, que me corroe.Nadie es responsable de mi tristeza, al contrario, yo he debido ser penosa para ti, te he cercado, acorralado, obligado a gestos, expresiones a las que nunca te hubieras encaminado por ti solo, además de todo eso no sólo no me doy por satisfecha, sino que te recrimino que no sientas lo mismo, con la misma intensidad que yo. Lo cierto es que mi adoración por ti me hizo creer que tenía derecho a exigir la misma respuesta; cuando sentí la distancia, te hubiera abofeteado. Fue mucho más tarde cuando intuí hasta qué punto te has sentido obligado; sin duda, yo he sido quien se ha lanzado al abordaje de un barco (que navegaba con rumbo fijo, no en paz y felicidad, pero sí con el horizonte adivinado) sin haber sido invitada, asaltándote por sorpresa reclamando -exigiendo- tu atención, tu dedicación.

No creo confundirme al pensar que también ha ayudado a desconcertarme cierta dosis -lógica- de vanidad por tu parte, el deseo de querer prolongar la sensación placentera del que se siente admirado; si a eso se añaden el atractivo de la diferencia de edad que a ti te habrá halagado (cada minuto que pasa es menor, me siento envejecer por momentos) y el aliciente de mi buena presencia (deja que presuma de envoltorio) acabo por explicarme el motivo por el que me animé a pensar que tus gestos, tu inclinación hacia mí, nacían de la necesidad de compartir emociones más serias. Mi estómago es un «matasuegras» cuando me encuentro contigo; mi más importante objetivo no es saber de las inquietudes de Mauricio.

Tienes una necesidad de cariño que nunca consigues saciar, a ese problema se añade tu generosidad -entrañable- que te obliga a corresponder -¿agradecer?- a los que te quieren. Este comportamiento acaba siempre en un atasco que pocas veces consigues resolver, te obligas a mantener una puesta en escena de reciprocidad a las muestras de afecto que se tedan, como un modo de compensar y, a la vez, propiciar que te sigan queriendo. Ya que hablamos de cariño y de afecto parece apropiado decir que estableces una dinámica de «abrazo mortal», es decir, te haces trampas a ti mismo, te eres deshonesto. No me extrañaría que cuando te sientes -porque te sientes- tiranizado por tus Charos y tus Biscuters, demuestres tu enojo para, acto seguido, tratar de remediarlo dando nuevas muestras de cariño, con su consabido eco. Tienes mi admiración, mi afecto, mi respeto, me has devuelto la ilusión, los sueños, las quimeras, las dudas, todas las dudas. Celebraré si eso te reporta cualquier felicidad pero: ná te debo y ná me debes.

Estoy en estado de gracia, tú has sido el catalizador, como tal, puesta ya en marcha la reacción, no te necesito para nada.

Tú, a mí, sácame de la lista de los agradecimientos.

Ausente

Ausente máscara mágica

Utilitaria azorada alarmada.

Santero nuevo nibelungo,

Eres esperanza exacta loca lengua libertina.

Niégalo, niégame, niégate

Toma mi voz en el desierto.

Excusa mi dolor, es de este mundo.

Por cierto, Ausente. De otro desierto me llega el segundo anónimo. Creo saber de quién se trata. Un desgraciado al que en el pasado, no me preguntes por qué, le hice alguna confidencia sobre nuestra relación y que se relaciona con los círculos de mi marido, concretamente su abogado.

He conseguido un salvoconducto temporal, entre las 3 y las 3.30 de una madrugada atormentada y tormentosa parareponer la música de tu voz -salmodiante, invocante- como muecín que invita/apremia a la pagana oración; entre sombras y relámpagos sonaba a Una noche en el Monte Pelado. Constaté que tú habías estado solo sin mí, que sin ti yo estaba sola. Todo este interminable fin de semana, salpicado de, accidentes telefónicos que interpreté como fallidas o insinuantes llamadas tuyas, estuve rodeando mi soledad de presencias familiares como yugos. Tratando de concordar mi cariño hada ellos, de acomodarme al espacio/tiempo, de responder con honestidad a los «pero… además de estar creciendo, qué es lo que te está pasando?». No encuentro la clave para ser honesta y no hacer daño; no se puede rondar la verdad. Tratar de renunciar a escenificar, materializar lo que siento, dudo que nadie haya sido capaz, pero puedo intentarlo; tampoco sé cómo han podido enfrentarse al rostro de un ser querido y causarle dolor sin paliativos; ignoro cómo se puede llegar al

– ¿ cómodo?- fingimiento escudándose en el argumento de no hacer daño. De repente me olvido de todos los problemas y me encuentro instalada en el paraíso, en una sesión doble, interminable, continua, de besos; de esos besos maravillosos que tú das, apabullantes, sorprendentes, perturbadores: esdrújulos, no importa si el termino no existía, ahora existe. Pues eso, de repente en lo alto, en todo lo alto para a continuación descender al infierno del marco que me rodea, que yo he construido, paso a paso, con ilusión, con cariño, con dedicación, es como un sabotaje a mí misma, un autosecuestro, puro terrorismo. No me extraña que a la gente mayor se le ponga la cara que se les pone, en mi caso me temo lo peor.

No respondió Carvalho al fax de Yes y Fuster llamó a tiempo a su timbre portador de potes de cristal con vino rancio y trufas de Villores, a la espera de la cosecha de fines del 99 y comienzos del nuevo milenio. Junto a las trufas, la inevitable conversación sobre por qué las trufas blancas españolas no tienen nada que ver con las italianas. Las españolas son como patatas algo aromatizadas, en cambio un tartufo bianco de Alba es una joya de la naturaleza, exclamaba Fuster, que era trufero de familia y por lo tanto de nacimiento.

– Una subasta de trufas en Morella es un espectáculo y ver cómo los yacimientos de trufas son secretos campesinos como si se tratara de minas de oro es una comprobación de que la teoría del valor tiene que ver con la escasez de lo valorado. La trufa tiene un valor simbólico, saturnal. Pero tú querías hablarme de religión.

Carvalho le ofreció una cata de tres whiskies nuevos que había comprado en la vinoteca de la calle Agullers. Fuster se inclinó por un Linkwood y en cambio Carvalho le opuso un Springbank añejo, como siempre. A Fuster le gustaban los whiskies más sueltos.

– No entiendo demasiado, pero los que te gustan a ti se parecen a un coñac o un armañac.

Carvalho le expuso sus nuevos horizontes religiosos y su sorpresa de que estuvieran tan conectados con reivindicaciones nacionalistas. Fuster levantó los ojos al cielo y exclamó: ¡La madre, la Tierra y Dios! La virgen María como nexo entre Dios y la Tierra y los curas ofician como celestinas en todo nacionalismo. Les parece que la nación sacraliza la existencia, la acerca a las verdades esenciales y de ahí que los pueblos escogidos por Dios sean tantos como curas dispuestos a apadrinar la elección. El internacionalismo ha sido siempre ateo.

– ¿Y el ecumenismo?

– Ésa es otra historia. Ése es el imperialismo católico, cada vez más en retroceso. El catolicismo no crece. Es una religión poco útil desde que ha desaparecido el latifundismo y ha aumentado la red de carreteras y la televisión. Ni siquiera ha preparado a los católicos para la lucha por la hegemonía material como ha hecho el protestantismo.

Carvalho creía que el catolicismo es una religión de acumuladores primitivos y de rentistas. Mal asunto en tiempos en los que bajan los tipos de interés. Por otra parte, la racionalidad ascendente ha puesto en crisis los misterios católicos, en general todos los misterios cristianos, pero especialmente los de lectura católica.

– No me gusta hablar así, porque tengo miedo de pasar por un anticlerical convencional y no es eso. ¿O es eso?

Fuster le opuso:

– ¿Y las corrientes neocristianas solidarias? ¿ La Teo logía de la Liberación?

– Me suena a marxismo a lo divino. Lo más moderno que ha encontrado la Iglesia católica es el OpusDei, imagínate, el cristianismo pasado por un maquiavelismo barato empresarial a lo Dale Carnegie. Un cristianismo de Reader's Digest. Me encantaría que volvieran los ritos antiguos. La religión sin teatralización no vale nada, no es nada.

Carvalho necesitó otros dos whiskies para hacerle un resumen a Fuster de la situación, de su situación. Fuster meditó y decidió:

– Deja lo de las religiones y haz caso a Charo. Soy tu gestor y sé lo que me digo. Con toda la crudeza, no tienes dónde caerte muerto y un empleo fijo, con un poco de blindaje, podría ser algo así como una jubilación asegurada. Liquida lo de esa madre. Pásale un informe racionalista, creíble y no te metas en más honduras.

– Lo quiera o no lo quiera yo, el nexo existe. Aquí se está cociendo algo oscuro, complejo, y tengo la sospecha de que si yo no quisiera meterme, igual me meterían. Pero ¿para qué?

Fuster no tenía la respuesta y la almohada tampoco. Al día siguiente comprobó que el whisky de calidad no propicia resacas y salió de casa con el propósito de hacer caso a Fuster. Nada más llegar a su despacho comenzó la redacción del informe para Delmira:

El punto de indagación en el que me hallo me invita a plantearle la necesidad de dar por terminado mi trabajo, habida cuenta de que nada me conduce a evidencias nuevas. El deseo de implicar al financiero Pérez i Ruidoms en un escándalo hace que X contrate a unos sicarios para que asesinen a su hijo, teniendo en cuenta las relaciones de todo tipo que le unen con el hijo de Pérez i Ruidoms. El asesinato aparece rodeado de una atmósfera de crimen pasional, fruto del despecho, hasta que alguien, vamos a llamarlo Z, desvela la motivación real y pone en la pista de un crimen mercenario tramado por un grupo de presión antagonista de Pérez i Ruidoms, sin que pueda atribuirse al grupo Mata i Delapeu porque lo encabeza el padre del asesinado y no parece que se trate de una confusa tragedia griega o judía, el sacrificio de Isaac por ejemplo. La manera como la policía fue conducida hacia los sicarios supuestos autores materiales del delito es sospechosa, así como la ejecución de los asesinos en el momento de la detención, aunque como testigo presencial del asalto policial sospecho que ni siquiera el inspector Lifante controlaba los hilos que movieron a la ejecución de los sicarios. Movido por sus indicaciones, me predispuse a despejar las dos incógnicas: X y Z. X sería el urdidor de la ejecución y Z el desvelador de los verdaderos motivos. Mis medios para despejar estas dos incógnitas son nulos…

Al llegar a este punto del redactado, Carvalho se detuvo. No. No era cierto. Podía ir más allá, pero sentía por primera vez inseguridad, miedo a ir demasiado lejos, a tener noción de excederse, una noción que más bien le había estimulado que reprimido. Hasta ahora. La angustia de estar angustiado. El miedo de tener miedo. Hizo una bola con el papel escrito y la tiró a la papelera, pero se arrepintió, la recuperó, la alisó y se la metió en un bolsillo.

Y de pronto otra vez el fax:

Bárbaro, cruel, tosco, rudimentario, salvaje, feroz e inclemente parcelas tu corazón y tus pensamientos minuciosa, estratégicamente, apartas de un manotazo todo aquello que no conviene al exacto concepto de utilidad; lo confiesas fría y cínicamente sin inquietud. Con total desvergüenza, descaro y procacidad presumes de haber encontrado la fórmula magistral. Lo cierto es que lo has hecho, el diseño de tu plan es perfecto salvo que te has quedado sin corazón con que vivirlo.

Tú no sientes, no te impregnas de amor, deseo, necesidad… esos sentimientos los ejercitas, los despliegas, los pones a producir como utilidades fabriles, y mientras los ejecutas, los perpetras, también los vas secando, agostando hasta la extenuación, como emociones. No es una educación encorsetada la principal causa de desavenencia entre tus gestos y lo que dices sentir; tus gestos -escasos- están en perfecta concordancia con lo que realmente sientes -poco-. Eres demasiado inteligente para no darte cuenta de que algo falla en el esquema, te sabes impotente para apreciar que: el encanto de lo inútil es necesario.

Bueno, no, los besos sí, los besos aquellos que ya habrás decidido que son mi cuota, dámelos todos, dámelos suaves, húmedos, lentos, poderosos, azules, y… contados; es lo que he venido a reclamarte, por favor: bésame mucho. Mientras te escribo desde mi ordenador personal, casi borracha y en una noche, más noche que ninguna, me cruzan de parte a parte dos canciones: bossanova en tu mirada, Bossanova…; y: Somos. No puedo organizarme, no sé cómo hacerlo, me siento inútil para todo, para todos, para mí; mis piernas no me obedecen, suenan como carracas oxidadas y sin embargo tengo que salir corriendo como sea, tu recuerdo indica un camino que a veces me parece conocido, mejor dicho, lo estoy conociendo… Yo que había imaginado caricias en el arpa de tus venas… que había inventado besos nuevos.

No contestas, pero está tu voz. Acabo de hablar contigo, me impresiona tanto tu voz, pareces saber qué es lo que voy a decir.Es así de grave, te quiero, te quiero, te quiero. No estoy jugando contigo, no quiero jugar con nadie, no quiero ser un peligro público, un día estaré completamente sola, lo sé.

Tengo otras sensaciones físicas, también muy sorprendentes, no te cuento porque no creo que estés en edad de entender.

Tú, que todo lo sabes, ¿ no podrías pasarme ese manual de instrucciones tan operativo que empleas1? Yo sé que no te soy indiferente, sé que te gusto un montón.

Es suficientemente agradable saber que altero de algún modo tus hormonas, y que conversar conmigo te distrae, te apetece, que te acuerdas de mí. Es una relación desigual. Yo te necesito fundamentalmente. Cuando te fuiste, después de mi ultimátum sobre las dos camas, te seguí, alcancé a verte bajar las escaleras del parking, luego me aposté (¡vaya expresión!) en una esquina para verte salir con el coche. Se alejaba la pieza, mejor dicho: yo me alejaba de ella y me quedé aturdida, sola, ridicula. No sé si tú habrás sentido nunca una atracción, tan desmedida, como la que siento yo por ti, intuyo que sí pero aunque para satisfacerla también tuvieras escollos, dependencias que salvar, me consta que cogiste tus escrúpulos, tus lealtades, tu nobleza, los envolviste convenientemente y los lanzaste a la luna.

Luego cuando se pasó «el episodio», te diste la razón a ti mismo, llegando a la conclusión de que había sido muy conveniente no perturbar la paz familiar; a partir de ahí el número de veces que ocurra no te altera en nada, tomas el manual de instrucciones y ejecutas las maniobras impunemente. Mauricio es excepcional, no hay nadie como él, ni tan siquiera mi estado de enamoramiento hada ti me impide reconocer su superioridad; debo serle absolutamente sincera, debo hacerlo del único modo limpio que se me ocurre, participando de la soledad y la tristeza que le causaré, es decir: triste y solatambién yo. Ya alguna vez te he dicho que no creo que nadie se avergüence de sus sentimientos, nacen sin pedir permiso. Lo siento mucho, Oso Cavernario, debes estar agotado y apesadumbrado, para alguien que pretendía algo lúdico, placentero e intrascendente, todo esto debe ser una lata. Si te sirve de consuelo te diré que debe haber un montón de mujeres guapas a las que puedes orientar en la vida, aunque ya no sea posible enviarlas a Katmandú.

Las elecciones autonómicas volvieron a dar la victoria al nacionalismo moderado, pero fue tan precaria que las expectativas de final de un período no desaparecieron, al contrario, se acentuaron y mientras los socialistas y ex comunistas se preparaban para unas elecciones anticipadas, los diferentes nacionalismos velaban las armas para el combate en disputa por la túnica sagrada del pujolismo, mientras la vida continuaba y las setas se ofrecían al fervoroso caminar de Carvalho por la Boqueria en un año en el que abundaban los ous de reig, la bien llamada «ammanita de los césares», la reina de las setas en opinión de Carvalho, contra el patrioterismo micológico defensor del níscalo o rovelló como una seta nacional metafísica y los paladares claustrofóbicos clitoriales que elegían la colmenilla o los cosmopolitas que se inclinaban por los ceps. Rompió algunos fax de Yes sin leerlos, confiado en que la destrucción le ayudara a construir la voluntad de desencuentro y acogió con alborozo la llamada de Margalida, que apareció sobre su moto y volvió a exigirle que subiera a ella como paquete. Esta vez no estaba dispuesto a pasar frío y Margalida le puso periódicos doblados sobre el pecho, la edición en catalán de El Periódico, contenidos por la chaquera. Tampoco estaba dispuesto a mantenerse en vilo mientras ella regateaba taxistas y le pasó los brazos por el estómago pegándose a la espalda de la muchacha. No sólo sorteaba coches, sino que observaba por el retrovisor si algo les seguía y giraba bruscamente por las calles menos esperables para ir hacia Hospitalet y continuar el viaje interminable en dirección hacia el mar, cuando la ciudad ha perdido definitivamente su nombre y los últimos campos que la separan del aeropuerto decoran su escasa nostalgia campesina. Todavía las frutas del Prat y los basureros del Prat con sus carros y percherones poblaban la infancia de Carvalho, cuya memoria últimamente con tanta fuerza reclamaba coexistir con la premonición de vejez. Los caminos ya no estaban asfaltados y la moto se orientó hacia una masía aislada en un pequeño palmeral y noria, muy próximo el río Llobregat. La moto se detuvo ante la erosionada casa. Echaron pie a tierra, ella bajó la cremallera de su cazadora de cuero, sacó una linterna de la cartera adosada al sillín y se puso en marcha hacia la puerta. El haz de luz fue desdeñando habitaciones erosionadas que olían a humedad y descubrió una escalera que descendieron hasta encontrarse ante una puerta cerrada. Margalida golpeó con los nudillos según una clave rítmica y la puerta la abrió un joven con aspecto de príncipe hindú en el exilio, efecto tal vez acentuado por la chilaba blanca que le ocultaba los pies y lo convirtió en una figura alabastrina deslizándose más que caminando por la moqueta de la única habitación que parecía tan habitada como habitable, con compacto incluido, moqueta y mueble bar. Albert Pérez i Ruidoms buscó el centro radial de la habitacióny se sentó sobre sus piernas dobladas como si fuera a iniciar ejercicios de yoga, se había concentrado pero no tardó en salir de sí mismo para reparar en sus visitantes. Margalida seguía los movimientos del joven con respeto y Carvalho con la fascinación que siempre le habían despertado las teatralizaciones aplicadas a la vida cotidiana. El silencio de Albert era una invitación a que hablaran y Carvalho no estaba dispuesto a actuar de telonero, ni de discípulo de Sócrates preparándole al maestro preguntas mayéuticas.

– Albert, el señor Carvalho está de nuestra parte y quisiera una explicación tuya de cuanto ha sucedido, especialmente el asesinato del pobre Alexandre.

Albert se dirigió a Carvalho.

– Supongo que usted estará al corriente de la idea de la muerte de Dios derivada de Emmanuel Kant.

– Me parece que sólo estoy al corriente del pago del recibo de la luz.

El desconcierto de Albert obligó a la intervención de Margalida.

– El señor Carvalho tiene mucho sentido del humor.

Albert cerró los ojos para expresar su radical desdén por el sentido del humor.

– En fin, no nos remontemos a Kant, pero debo decirle que el fracaso del racionalismo lo comparten todos los integrismos totalitarios, sean de corte llamado revolucionario, sean de corte capitalista conservador. El irracionalismo no es la negación de la capacidad humana de comprender, sino un universo lleno de posibilidades negadas por el racionalismo. Yo no soy Satán. El Satán que nos han descrito está hecho a la medida de la afirmación del Dios cristiano y jamás existió.Satán es la otra mirada y tal como nos han dejado la Tierra, la vida y la Historia, la luz, Satán es la luz de la negación. Testigos de Luzbel tenía un carácter reivindicativo de otro orden.

– ¿Tenía? La secta aún existe. Ahora la dirige Anfrúns.

– Satán también puede tener sus Judas y Anfrúns es uno de ellos. Anfrúns es un títere en manos de mi padre.

Ahora Carvalho buscó en Margalida la ratificación de lo que estaba diciendo su amigo y ella estaba arrobada en la contemplación de Satán, como si ya hubiera llegado a la beata eternidad infernal y la felicidad consistiera en la contemplación infinita de un Satán infinito. Prosiguió Albert:

– Desde que tengo quince años he tratado de buscar alternativas a todo lo que representa mi padre, como lo había hecho también el pobre Alexandre. Él tenía al menos la suerte de tener una madre sensible e inteligente, yo no. Cada vez que yo me he descolocado y me he situado al margen del universo de mi padre, él se ha apoderado de mi espacio, porque el espacio me implicaba a mí. Yo creía que Testigos de Luzbel quedaba definitivamente en otra galaxia a la que él nunca llegaría. No ha sido así.

Un ruido exterior lo suficientemente considerable quebró el discurso de Albert. Margalida saltó y se dirigió a una ventana a ras de suelo para tratar de ver lo que ocurría en un exterior ya definitivamente oscurecido.

-Són ells! [25]

Albert se había puesto de pie y estaba paralizado, pero Margalida le obligó a salir de la parálisis empujándole.

– Surt per la cava i agafa la meva moto. Nosaltres ja ens espavilarem [26]

Margalida tenía una confianza ilimitada en sí misma o en Carvalho, pero no tuvo tiempo el detective de rebatir tanta seguridad, porque la salida precipitada de Albert de la habitación precedió a la entrada de cuatro mocetones con las cabezas rapadas y armados con barras de hierro y gritos disuasorios que a veces alcanzaban la estructura de amenaza inteligible.

– ¡Hijos de puta! ¡Os vamos a capar!

Fue sorpresa lo que provocó la reacción de Margalida, que arremetió con un spray contra dos de los intrusos y se revolvió a tiempo como para dar una centelleante patada en la bragueta de un tercero. Consideró Carvalho que a él le correspondía arremeter contra el cuarto y a por él fue lanzándose de cabeza para no darle tiempo a adquirir distancia, pero la adquirió, por lo que el detective trastabilló y cayó de rodillas al suelo donde recibió una patada de su antagonista en el costado. Se revolvió para poder izarse y ya estaba Margalida como una fiera con las cuatro garras tomando posesión del hemisferio norte del cuarto hombre, ojos e ingles incluidas, las uñas en los ojos y las patadas en las ingles. Los afectados por el spray habían salido fuera en busca del supuesto bálsamo del aire, Carvalho llegó a tiempo de rematar de dos puntapiés en la cabeza al afectado por la primera agresión de Margalida y el cuarto hombre soportaba una lluvia de golpes de kárate que a la muchacha le salían del alma, del cuerpo y de una rabia fría, asesina. Los de fuera habían puesto un coche en marcha y Margalida no pudo impedir que los de dentro salieran corriendo. Se oyó la voz de uno de ellos:

– ¡Se ha escapado en una moto!

Margalida fue en su persecución pero cuando llegó a la explanada, el coche ya culebreaba por el camino en busca de una lucecita distante sobre la que cabalgaba Albert. Se revolvió furiosa hacia Carvalho.

– ¡La pistola! ¿Por qué no has sacado la pistola?

– Casi nunca llevo pistola.

– ¡Pues vaya detective privado! En este juego hay que llevar pistola. Ahora cogerán a Albert.

Tenía ganas de llorar y no se contuvo. Carvalho reprimió el gesto de consolarla tocándola, aunque sólo hubiera sido con la punta de los dedos. Margalida volvió a la casa y se dejó caer al suelo. Carvalho se quedó de pie a su lado. Ella miraba las paredes, la decoración, el deshabitado confort.

– Estuve semanas preparándole este refugio para que pudiera esconderse de su padre. La masía había sido de mis abuelos maternos y estaba casi abandonada y ahora…

– ¿Quiénes eran?

– Sicarios de su padre. Tiene un repertorio completo. Unos días recurre a los de Dalmatius, otro, a los cabezas rapadas. Hay como agencias para estas cosas.

– ¿Qué sentido tiene lo que ha dicho de Anfrúns?

– ¿Tan difícil es adivinarlo? Anfrúns es el hombre que el todopoderoso Pérez i Ruidoms ha infiltrado en el mundo de las sectas.

– ¿Y el asesinato de Alexandre Mata i Delapeu?

– Albert cree que lo instigó su padre.

– Hay que salir de aquí. ¿Llevas teléfono móvil? Alguien debería venir a buscarnos.

– No me fío. Igual tienen una furgoneta de interferencia por aquí. Caminemos hasta una fonda que aún queda por aquí cerca.

Siguieron el camino recorrido por la moto y sus seguidores en pos de un caserío lejano iluminado y de pronto algo vio en el camino Margalida que la hizo correr. Cuando Carvalho consiguió llegar hasta ella vio en el suelo la derribada moto y oyó decir a Margalida:

– Lo han cogido. Vuelve a estar entre las garras de su padre.

Yes no abandonaba la línea de reproches líricos y Carvalho no tenía otra línea de réplica que el silencio. Yes era excesiva para su pesimismo y para su optimismo.

Consuélate, a ti las estrellas nunca te verán volver con indiferencia. Me lo han dicho: Antares, Altair, Rijel y Aldabarán. Al parecer la diferencia más importante de mi momento presente estriba en que he pasado de la táctica, a la estrategia. De la táctica se dice que es aquello que uno pone en práctica cuando tiene mucho que perder, la estrategia es lo que uno hace cuando todo está perdido.

Nunca podré construir nada contigo, a pesar de eso me las voy a ingeniar para permanecer en ti, mucho más de lo que tienes previsto. Tú nunca has sabido qué hacer con esta historia, te da miedo creértela, pretendes reducirla como se reduce un consomé. No voy a permitir que me frecuentes hasta el punto de recordar lunares, o cualquier otra imperfección de la piel, no quiero encontrarme en tu desván junto a tanto juguete roto y arrinconado. Procuras una situación placentera, que te lleve a sonreír, intentas que el gesto sustituya al sentimiento, como una de esas fórmulas que aseguran que si frunces el ceño acabas por estar de mal humor y al revés, si sonríes es que eres feliz.A la vez que aspiras, en lo más íntimo de ti, a comprobar de nuevo, que sólo ha sido un espejismo y que para ese viaje no hacen falta alforjas. Ya sabes algo de mí que corrige la impresión de hace veinte años, y sé que no te disgusto. Eso ha sido mucho más de lo que podía imaginar que pasaría, pero mucho menos de lo que ahora quiero.

Me voy, así sin más.

Hundiré esta patera que debía llevarnos a un mundo nuevo y feliz. La construí estúpidamente pensando que te salvaría, te rescataría de vivir en un rascacielos de la isla de Manhattan y que te llevaría… bajo un puente de la ínsula extravagancia, es como para reírse, lo entiendo. Cuando todavía te consta que puedes averiguar muchas cosas de mí que te sorprenderían; más aún, cuando todavía estás interesado en hacerlo. Cuando todavía buscas, o inventas, referencias que nos sean comunes. Cuando todavía alguno de tus canturreos nace de la carga de ilusión que te he regalado. Cuando aún crees que soy una peculiar combinación entre el blanco y el negro, cierto olor, algún gesto, esta frase: «¿Sabes qué?» Cuando oír un bolero, este bolero, ahora todavía, te turba el alma.

Espera, aún la nave del olvido no ha partido no condenemos al naufragio lo vivido.

Reconócelo, como estrategia es perfecta porque, aunque naturalmente lo superarás, no me habrás consumido, en tu memoria estaré intacta. Todos los boleros te llevarán a mí, y el bolero siempre ha sido la distancia más corta entre dos seres humanos. Tú estarás conmigo como has estado siempre y nada ni nadie me quitará la gloria de saber que no eras sólo un sueño.

A ninguno de los dos nos queda mucho tiempo, lo he sabido siempre y siempre he vivido como si fuera a morir mañana. Es la manera más sincera, honesta y exacta que se puede vivir, por uno mismo y por los demás; ni yo, ni nadie por mi causa, debe perder el tiempo. He obrado en consecuencia, he asumido todos los riesgos, en todo y para con todos he actuado con rapidez, quizá demasiada, se me reprocha tanta precipitación, al parecer no saber para qué lo hago, es más importante que saber por qué lo hago; en ese cálculo no he sido muy inteligente y… parece mentira, me dicen. ¿Quién me lo dice? Los ojos de mi marido que lo ha intuido todo y la boca de mi madre que no cesa de reñirme por mi locura. Dice que tienes su edad. Que qué se puede esperar de un hombre de su edad. Mi madre ha concebido el absurdo proyecto de hablar contigo, de recurrir a ti para que me dejes, como si tú aún tuvieras cabeza y yo la hubiera perdido irreversiblemente. No he conseguido disuadirla. Con que, prepárate a lo peor.

Yo no soy perfecta pero si soy auténtica, todo el que se relaciona conmigo tiene siempre la garantía de que está con el original y en vivo, no soy una foto dedicada que congeló la imagen en un momento. No tengo nada que reprocharle, incluso ahora todo cuanto dice y hace es la demostración de que se resiste a creer que me pierde, desde la falsa conciencia de creer que alguna vez la sentí como una madre. Cualquier día comprenderá que no está ni en su mano ni en la mía.

Cada vez me gusta más la idea de que hagamos un picnic.

La cita con la viuda Stuart-Pedrell le llegó como si fuera una multa anunciada. Su primera reacción fue romperla y escribirle unas líneas recomendándole que metiera a su hija en un reformatorio de monjas o que fuera a buscarla todos los días al trabajo para llevarla sin falta a casa. Pero también le atraía la idea de asumir el papel de vampiro avejentado que se cierne sobre la tierna garganta de una rica heredera y pasa por la experiencia de discutir el futuro con la madre protectora. Yes quedaba al margen del juego, sólo se trataba de tentar las carnes y las neuronas de la señora viuda. Aceptó el envite no por entrar en la disputa sobre lo sensato o insensato de sus relaciones con Yes, sino por la curiosidad de reconocer o desconocer para siempre a una mujer que creía recordar se parecía a Jeanne Moreau. De todo han pasado cuarenta años o casi y menos mal que de la última conversación con la viuda Stuart-Pedrell sólo han pasado veinte. Recuerda la propuesta de la viuda alegre: ¿No ha estado usted nunca en los mares del Sur? ¿Me acompaña? Quiero hacer un viaje a los mares del Sur. La mujer le recordaba entonces a Jeanne Moreau y le parecía morbosamente mayor, como le parecía morbosamente mayor Jeanne Moreau, con sus ojeras patrióticas y sus labios extracorporales, un cuerpo dentro de otro cuerpo, lo más provocador dentro de un conjunto provocador. Pero le dijo que no, que no quería irse a los mares del Sur con ella, aunque fuera con todo pagado. La casa seguía protagonizando el más alto Pedralbes, el jardín parque aún era uno de los mejores jardines parque que había visto en su vida, sólo el mayordomo multiuso había cambiado y varios criados asiáticos evidenciaban que la globalizacion servía para mantener bajos los sueldos del servicio doméstico. No es que la viuda hubiera envejecido mal, pero había envejecido, especialmente evidente en el desesperado estirado de piel que le había dejado mejillas de muñeca, achicados los ojos y reducidos los poderosos labios a una hendidura rodeada de colágeno, tan dramática como los ojos opacos. Nunca había sido amable y seguía sin serlo.

– ¿Sabe usted por qué le he convocado?

– ¿Algún crimen en la familia o en el negocio? Ya no quedan empresarios con complejo de culpa como en los tiempos de su marido. En 1978 podían pensar que debían pedir perdón por haber sido franquistas. Ahora han recuperado la moral. El mundo es suyo.

– Me lo esperaba. Sigue usted siendo tan desagradable. No voy a hacerle perder el tiempo. Hace veinte años le insinué que dejara en paz a mi hija.

– Fue más delicada. Me dijo que Yes buscaba un padre que sustituyera al padre muerto y le di la razón. Le dije casi textualmente que aún no había llegado a esa edad en la que la pederastía se encubre de deseos de rejuvenecer o al revés. Usted no sabía que yo ya me había sacado a su chica de encima y la había enviado a Katmandú.

La viuda le acusó con un dedo tan afilado como su mirada.

– ¿Así que fue usted el que la metió en aquella locura? ¿Qué quiere ahora? ¿Romper el matrimonio, la familia, la empresa? Su marido lo sabe todo y está destrozado. Ahora usted ya tiene edad para hacer de vampiro pensando que va a rejuvenecerle la sangre joven.

– Su hija es una mujer de más de cuarenta años. No. Ya no tengo complejo de vampiro, pero sé que soy mayor, que incluso estoy menos joven cada día, aunque no acepto la palabra viejo y no me gustan los compromisos absolutos.

– ¿Cuánto?

La viuda se había dirigido al mismo mueble del que sacó el cheque con el que le había pagado la investigación del asesinato de su marido. Carvalho le dio la espalda y se marchaba mientras escupía:

– Es usted una imbécil.

Ya en el jardín se fue en busca de un seto y, ante la sorpresa orientalmente disimulada por un criado filipino, se desabrochó la bragueta y se puso a orinar contra el seto de mirtos, mientras por el rabillo del ojo comprobaba que la viuda le miraba desde detrás del visillo de una habitación del primer piso. Le esperaba un rosario de compras prometedoras: una cesta de picnic en Vincon con copas de champán incluidas, caviar, blinis, salmón macerado y champán francés en Seamon, donde también se encaprichó de una botella de Gevrey Chambertin, un excelente vino para picnics adúlteros. Esperaba que Yes aportara parte sustancial del atrezzo y en efecto trajo una manta, cubiertos de plata, vasos de cristal de roca, un mantel para picnics del Far West y una colección completa de dulcería. Se trajo a sí misma, como iluminada por una larga vela de las armas que iba a entregar. Estaba guapa y culpable.

– ¿No te da miedo que el misterioso espía que te envía anónimos nos vea?

– Debe de ser un candidato despechado. Los tengo a miles.

Carvalho pensó que los anónimos no habían existido nunca. De todos los itinerarios posibles, Carvalho había desechado los alrededores de la ciudad y enfiló la carretera hacia Manresa en busca del Parque Nacional de Sant Llorenc, lo más parecido a un paisaje del Far West doméstico, roca roja y verduras mediterráneas, a manera de pórtico alzado sobre el Valles y abierto hacia el Bages. Como en una representación teatral de pareja que se esconde de sí misma, dejaron el coche aparcado en una entrada del bosque y buscaron un claro protegido por el arbolado y muñido por la pinaza y las hojas muertas. Fue Yes la que desplegó el mantel y la manta y convirtió el ámbito en un dormitorio tan prohibido como el comedor, la que se apoderó del brindis y de sus labios, la que se entregó como si buscara la puerta del pecho de Carvalho que la llevaría a las tinieblas interiores que tanto la asustaban, la que lo poseyó como se recorre la distancia más corta entre dos puntos, sin darse a sí misma tiempo de tener pudor, vergüenza, ni remordimiento, por el procedimiento de entregarse sin ninguna reserva ni posibilidad de retorno. Había dejado de ser la muchacha dorada restallante e inocente y la mitómana que alimenta durante veinte años la obsesión por el primer hombre con el que se había acostado en su vida, sin recuerdo ya para los adolescentes sensibles que le enseñaron a tomar rayas de cocaína y a perder la virginidad entre dos arremetidas. Ahora era una mujer sin pasado y sin apellidos, una propicia extraña desparramada en el bosque sobre una manta de cuadros escoceses, en el rostro la duda de su propia presencia, de lo adecuado de su vencimiento, un pecho al aire, el otro cubierto, sin bragas, en los ojos la desesperada demanda de que los ojos, si no los labios, de Carvalho le hablaran de amor. Carvalho contemplaba las desnudeces selectivas, exactas, marfileñas o cárdenas, tersas o también hendiduras que se hicieron heridas amoratadas por el roce y el frío, aquel sexo lila que parecía los labios de Jeanne Moreau, que le recordaban estúpidamente la cara de la madre de Yes. Cerró los ojos Carvalho para evitar la asociación y cubrió el cuerpo con la manta, como si lo cobijara y le restituyera una identidad perdida. Abrazó aquel bulto lleno de humanidad, lo meció, estaba a punto de decirle te quiero como quien se lanza al vacío, pero pensó que al fondo de aquel abismo ya estaba dibujada la silueta de la víctima. Era la suya. Cuando Yes consiguió sacar la cabeza despeinada de la envoltura tenía una expresión tan feliz que Carvalho temió haberse excedido, por lo que se levantó y se puso a encender un Rey del Mundo frente a una quebrada que dominaba el camino ascendente y fingió distraerse contemplando el tránsito de coches y camiones, espaciados, a lo lejos, a la medida de un universo que nada tenía que ver con el que habitaban él y Yes. Canturreaba una canción:

solamente una vez se entrega el alma / conla dulce y total renunciación / y cuando este milagro realiza el prodigio de amarse / hay campanas de fiesta / que cantan en mi corazón.

Los brazos de ella lo rodearon por detrás.

– ¿En qué piensas? ¿Qué canturreas?

– Recordaba una película que el otro día vi por la tele.

– ¿De crímenes?

– No. Más o menos de amor. Se titula Nelly y el señor Arnaud.

– Qué título tan raro.

– Nelly es una muchacha y el señor Arnaud es eso, un señor mayor. Ella le ayuda como mecanógrafa a hacer un escrito y él se enamora, mientras ella se siente atraída por él, pero los dos son conscientes de que no pueden amarse por la diferencia de edad, de mundos, de códigos.

– ¿Acaba mal?

– Según se mire. Se separan con la inquietud de pensar que tal vez no se han dicho lo que ambos querían oír.

He visto, por fin, Nelly y el señor Arnaud, realmente bonita, inquietante y, por algunas coincidencias, sorprendente. El es así de hermético, de intenso, programado y calculador, apegado a las ensoñaciones tanto como a las costumbres, mundano, distinguido, sabio pero frágil, precisamente por eso: sin otro remedio que la de ser cobarde -en adelante: prudente-, como tú. Y ella necesita hacer coincidir siempre, como sea, el sueño con la realidad. Hace que las cosas ocurran acto seguido, tal cual, de como ha imaginado que deben ser, laboriosa y atractiva; es sabia pero fuerte, precisamente por eso: sin otro remedio que la de ser valiente, como yo.

La película crea una situación equilibrada: él ya es mayor pero además de ser hombre (ahora aún todavía eso es un privilegio) tiene una sólida posición y aunque ella es joven, además de mujer (ahora aún todavía es un lastre) está en una situación precaria. No es nuestro caso. ¿O te aterra la perspectiva de que yo sea relativamente rica y tu absolutamente pobre"?

Nelly y el señor Arnaud son como son, porque son así; si uno es prudente lo es en cualquier circunstancia, si es joven porque está inseguro, si es mayor porque ya no está a tiempo, si tiene mucho porque teme perderlo, si tiene poco porque aún tendrá menos. Al osado le pasa exactamente igual, si es jovensu inexperiencia le lleva a situaciones temerarias, si es mayor porque piensa que lo que le queda de vida debe vivirlo a tope, si tiene mucho porque eso lo hará todo más fácil y si tiene poco porque no hay mucho que perder.

Las dos escenas finales ponen de manifiesto lo único que tienen en común, y es que los dos son sabios, que los dos están solos y que saben que hubo un momento en que los dos se reflejaron en los ojos del otro. No estoy haciendo un amañado reparto de papeles, no es ninguna censura. Ya sabía de ti, y me seducía tu personalidad. Me seduce. Eres el hombre de mi vida. Sí, ya sé, y ahora ¿qué?, pues es fácil, seguirás solo como siempre has estado, esta vez sin cadáver que estrangular. Eso sí, notarás algún tiempo que la soledad te crece como crece un vals, el mismo que ha empezado a sonar para mí. Qué historia tan extraña está siendo ésta. Estoy totalmente desconcertada, ningún sistema de ecuaciones me explica todo esto, mucho menos me lo resuelve; que mi razón no encuentre argumentos para despejar tanta incógnita no es lo más grave -aunque me intranquiliza mucho-, lo peor es esta sensación de vacío, esta tristeza recurrente y hasta ahora desconocida, que se ha convertido en mi sombra. Voy a llenar mi agenda de actividad, de obligaciones, de compromisos, no sé si para acabar de colmar el vaso con un colmo, que lo sea tanto, que me ayude a ver claro que sólo hay una cosa peor que estar contigo: estar sin ti; o para darle a la vida la oportunidad de distraer mi atención, de aliviar mi alma, de acallar esta frustración, no sé cómo ni con qué, pero como sea.

No sabes cuánto valor hace falta para decir, del todo sinceramente: ¡te quiero! y a la vez sustraerme a la posibilidad de materializar mis sueños, tú no te lo imaginas ni remotamente. No podrías hacer por mí, un acto tan solidario como la descripción del miedo, de la soledad que siento al leer alguanas novelas escritas por quienes han vivido el miedo y la soledad.

Te pediría un acto solidario como… no sé, decir algo que me consolara, algo con lo que sentirme acunada, quizá querida, como pude sentirlo el día del picnic (sí, eso es demasiado, deseada ¿tal vez1?, bueno, también vale); en fin…, déjalo, ya me las arreglaré yo sola. Por una vez en mi vida lamento no suscitar compasión, al parecer ese sentimiento es el síntoma de que estás enamorado cuando de una mujer de carne y hueso se trata, y tampoco, aunque el cartero siempre llama dos veces, me ha llegado ninguna carta -divina- que me eleve a los altares; lo de la carta ya es más que un síntoma de enamoramiento, toda una reglada declaración. Enamorarme de ti es lo más solitario que he hecho en mi vida.

Y se acerca la Navidad y el fin de año y el fin de siglo y el fin de milenio.

¡Felices fiestas!

Mantenía la última carta ante los ojos de la memoria cuando Yes, la mismísima Yes, se metía en el jardín de su casa de Vallvidrera, la recuperaba allí al cabo de veinte años desde una sonrisa que expresaba una conversación secreta consigo misma. Entre el primer beso, la primera oración compuesta rota por otro beso y la desnudez total en la cama aplazada durante tanto tiempo, apenas mediaron minutos, minutos más largos sin embargo que los minutos normales. Y fue ella la que tomó la iniciativa, dispuesta a demostrarse a sí misma de lo que era capaz, para quedar reflexiva pero sonriente mirando el techo, a veces a Carvalho, que no quería pensar nada, porque sobre todo sentía gratitud.

– Sería maravilloso. O todo o nada. Pero ¿te imaginas el todo? ¿No recuerdas las descripciones de la Glo ria? Decían que allí no habría necesidades, que nos bastaría con la contemplación de Dios. Día a día, todos los días. Tú y yo. ¿Qué más podemos necesitar?

La expresión de Yes parecía tan propicia como su cuerpo en cuclillas entre las sábanas. Le acariciaba la nuca con los dedos mientras hablaba y contemplaba el futuro que construía en su mente como si ya formara parte de la habitación.-Rompamos con todo. Yo estoy dispuesta a dejarlo todo. Ahora. Pídemelo ahora. Hoy. A las siete y diez, telefoneo a mi casa y les digo: No vuelvo. Es que lo haría. ¿Lo hago? No. No vuelvas a engañarme. No vuelvas a enviarme con otro a Katmandú.

– Aquel Katmandú ya no existe. Probablemente tampoco existía entonces.

– O todo o nada, José.

José era él, recuperado para un nombre que sólo su madre había usado desde el principio hasta el final de un insuficiente conocimiento. Jamás Pepe. José. José! La madre vestida. José. José! Ahora la madre desnuda que da de mamar a un hombre que ya es sobradamente responsable de su cara y de sus décadas. Le recordaba la secuencia final de Las uvas de la ira de Steinbeck, cuando la joven con los pechos llenos de leche da de mamar a un pobre viejo moribundo muerto de hambre. O todo o nada. Recomponer su vida desde el amanecer hasta el anochecer durante los años que le quedaran, obligado a una capacidad de autoengaño que le ayudara en los momentos de terror, cuando el espejo le devolviera la imagen de su decrepitud y los médicos le acorralaran como sólo se acorralan los cuerpos vencidos y a la espera de la puntilla y el lo siento final. Demasiado auto-engaño necesario para cohabitar con su propia salud, esa catástrofe largamente anunciada que esperaba su gran oportunidad para destruirle y por fuera adoptar las cortesías suficientes como para atravesar los desiertos helados de una familia cercenada: mamá se ha ido con un anciano borde huelebraguetas y ahora quiere que pasemos la Navidad juntos. La Navidad junto a unos muchachos heridos hasta la crueldad y el odio. Ella sometida a la felicidad temporal de gozar sólo con la presencia de Carvalho y Biscuter, tal vez de Fuster, ni siquiera de la de Charo, a la que sin duda no volvería a ver. Para Yes poco cielo para tanta eternidad, porque tal vez ni siquiera el vértigo de la felicidad precipitara la muerte de Carvalho, al contrario, le alargara la no vida hasta convertirlo en un amante insoportable y sin embargo soportado. Lo que peor se arruga es el sexo y el carisma. Se arruga tanto el carisma de los viejos que o se vuelven horrorosos para sí mismos o invisibles para los demás. Y no me digas que el amor lo puede todo y que bastaría la dicha de ocupar un único ámbito, como se ocupa la mismidad, porque la literatura te ha hecho fuerte, Yes, hablas con propiedad, pero no posees las palabras. Las palabras siempre nos poseen, Yes. Una mañana, al cabo de tres meses, un año, dos, sumarías las pérdidas y los beneficios y juzgarías si yo había conseguido sustituir la nada por el todo amenazado. Descubrirías que vives junto a un hombre sin jubilación y sin fondo de pensiones, sin oficio ni beneficio, al que no se le levanta cuando es necesario y que un día u otro iba a necesitar una sonda para orinar sin molestar a los demás, y ese día no te parecerían misteriosos sus silencios sino idiotas y no succionarías sus palabras babosas con la pajita del gozador lento, sino que te las borrarías de las orejas como una sustancia pegajosa que no te deja oír lo que quieres oír. Si tuviera mucho dinero, Yes, me compraría una enorme residencia, nos rodearíamos de criados que me ayudaran a envejecer y que no fuera una carga para ti. Incluso tendría ascensores desde la cama a la piscina cubierta, donde los masajistas activarían la circulación de mi mala sangre y silla de ruedas con chips inteligentísimos que me darían las papillas con una paciencia de condenadas de la tierra obligadas a cuidar ancianos ricos y me limpiarían el culo cuando ya fuera incapaz de contener mis esfínteres, al tiempo que emitirían alguna melodía de prestigio pero pegadiza, algo de Brahms, por ejemplo, el leit motiv de Aimez-vous Brahms? ¿A cuántos viejos cagados has visto, Yes? Pasado un tiempo, cuando se consumara mi decadencia, te dejaría tener algún amante joven y discreto, algo así como un nieto incestuoso, recuerdo el cine de los años sesenta cuando los directores de vanguardia experimentaban con los límites de la conducta y estos problemas eran habituales, con mucho contrapunto, mucho contexto, mucho silencio. Yo podría asumir el papel de John Gielgud en Providence, un inteligentísimo anciano que se muere de cáncer de culo mientras bebe los mejores vinos blancos y las mujeres aún se sienten atraídas por su capacidad de recordar y de asociar el recuerdo con la vida, como si eso fuera vivir y no dejar migajas de memoria muerta para los pájaros más ávidos o los más ateridos o los más obligados a escucharte. Pero ni siquiera me ganaré la vida cuando se me sequen las neuronas de detective privado.

– ¿No me dices nada? ¿No te ha gustado mi sueño?

– Nunca creí que la contemplación de Dios por toda la eternidad fuera un plan ni siquiera tolerable.

Yes dio un puñetazo primero a las sábanas, luego contra el tórax de Carvalho.

– ¿Ni hoy puedes comprometerte con las palabras? Nunca dices nada en lo que alguien pueda creer.

A Carvalho se le venían las angustias y las salivas a los labios y sólo pudo decir:-Te quiero.

Pero rehusó el abrazo que llevaba al apoteosis y se levantó para irse al cuarto de baño y mirar en el espejo el rostro de un imbécil generoso que acababa de salvar de sí misma a la chica de la película a cambio de auto-condenarse a no vivir otra vida. Tal vez por eso fingió no darse cuenta de que Yes le pedía un beso cuando la dejó en una parada de taxis, con la cabeza vuelta hacia un problema de tráfico que sólo él veía.

Pero antes de salir de casa y de terminar una mañana que incluso podría calificar de feliz, se fue a la biblioteca, encontró una vieja edición de Las uvas de la ira y la quemó en la chimenea, sin poder evitar mirar de vez en cuando, a hurtadillas, los poderosos pechos de Yes.

La ruptura de su línea de conducta necesitaba un plasma constante para no ser consciente de ella y ese plasma eran los profusos mensajes de Yes y las no menos acuciantes llamadas de atención de Charo, mientras Biscuter sufría en silencio aquella agresiva indiferencia hacia lo que no fueran las cintas de fax llenas de reproches por su cobardía o de canciones exaltadas que trataban de recomponer un baile que apenas se había reiniciado. Yes era muy cancionera.

bossanova en tu mirada,

bossanova en tus palabras,

bossanova junto a ti.

puede ser que me recuerdes,

cada día más y más.

Este son, cadencioso y demorado que canturreo en Guadiana modo, es como una válvula de escape, geiser o fuma-rola, de mi alma. Cuando la presión interior amenaza con hacerme estallar, entonces: bossanova en tu mirada, bossanova. Puede que todo lo que he vivido no haya sido nada (¿recuerdas? tú utilizaste la expresión: a ti no te ha pasado nada), en cualquier caso debe haber sido inútil porque no me está sirviendo de nada útil. Y… sin embargo: lo sé todo. Ella, la que vive y reina, en tu corazón, Charo, ¿lo sabe? En cualquier caso lo sé yo, y sin que me anime nada de carácter subliminal -o eso creo- tienes también mi solidaridad.

No estés triste, a pesar de que la única canción que se me ocurre sea:.

Qué noches tan negras para la prisión,

lloran los candados

late el corazón.

No estés triste, porque triste estás guapísimo, Oso Cavernario.

A veces le daba por el poema escalonado.

Pasmada y anfibia

zarandeada en un mar

geométrico de gestos,

comunes, dispares y definitivos.

Azules, azules, azules gestos

peldaños, trechos, tramos de la travesía.

O le cubría de reproches que a Carvalho le sentaban como besos.

Tú eres el único capaz de estar en silencio desgranando el alma; recaudando impuestos; con artesanal y taimado zarpazo; aristotélico y exacto; embozado y cruel; moroso y desuñado acariciador. De todo superviviente. Qué fantástica intuición fue llamarte Oso Cavernario: omnívoro, solitario, hibernador quite al escollo, lamedor imperativo, cálido y feroz, feroz. ¡El lobo! ¡el lobo! ¡el lobo! Sin duda ya, tienen razón los días laborables y se descubre que los festivos son inútiles aplazamientos, falsificaciones del supuesto octavo día de la semana.

Adolescente o semiadulto estuviste buscando ese octavo día guiado por la melancolía de un magnífico y borracho escritor polaco, Marek Hasklo, por cierto, no rehabilitado ni por Wojtila ni por la CÍA. Quizá el octavo día de la semana sólo sea una tarde, un encuentro, una ausencia morbosa, aquel instante que será pétalo momificado entre las páginas tabiques del caserón de la propia memoria. Esa novela. La memoria.

A solas ya frente al año 2000, montaña de segundos, habrá que darles sentido antes de que sea el tiempo el que marque nuestra intención de vida e hipoteca de historia.

Tampoco será el año 2000 el octavo día de la semana, presiente la viscera del presentimiento del que suscribe, alertado Oso Cavernario. ¡Feliz año 2000! A riesgo de ser injusta con cuantos me rodean, el 6 de enero quisiera recibir el regalo más inesperado, impresionante, estremecedor, tú para mí, todo para mí, mío, sólo mío, mío, mío. Eres un Hedonista puro, que concienzudamente escoge -criba- dentro del saco del placer, eligiendo qué, quién, cuándo, cómo, dónde. Eres como un propietario de viviendas que alquilas al mejor postor, tienes algunos okupas… una bastante insubordinada, esa mujer que tiene la osadía de tumbarse en una gandula a la vista de todos en tu salón, y que te encuentras hasta en la sapa, se está pasando un montón: ¡ lo superarás! Dime, ¿ qué sería de ti si yo no te quisiera tanto?

Ciertamente, qué sería de ti, Pepe Carvalho si Yes no te quisiera tanto, si Charo no te quisiera tanto, si Biscuter no dependiera tanto de ti. Pero sobre todo erael amor de Yes el que le revitalizaba con tanta fuerza que debía oponerle un descomunal miedo al fracaso y al ridículo.

¿Sabes qué?, tengo unas ganas terribles de verte.

He pensado en discutir contigo sobre 3 o 4 cuestiones -cualesquiera-, para empezar. Imagino que debes de estar canturreando cualquier cosa, ¿lo haces frecuentemente?, si es así, por lo menos me gustaría pensar que, ahora, el repertorio es más romántico.

Cuando yo era una niña me enseñaron que un signo de interrogación era una pregunta que demandaba una respuesta. Contesta a la pregunta anterior y después a la que sigue. Ya sé que no podremos vivir nunca juntos, pero podríamos escribir algo juntos: ¿qué te parece una canción de amor? Por más que te empeñes, nunca volverás a casa. Yo ya me entiendo y tú me entiendes.

Sospecho que te estás sintiendo arrastrado a sentir algún tipo de enamoramiento hacia mí, y me preocupa. Te explico, para ti yo no soy el motor de tus pensamientos, sueños, ilusiones…, soy algo tan positivo como todo eso (no estoy haciendo juicios de valor) pero distinto: alguien nuevo, halagador, refrescante, puede que ingeniosa incluso, guapita. El giro que han dado tus expresiones hacia mí me hacen recordar aquello de: «Las mujeres para follar precisan enamorarse. Los hombres, si es preciso, para poder follar se enamoran…»

Estoy revisando todo, cuanto creía y practicaba, en mi relación de pareja; a mi desgaste personal, aunque sin intención, estoy añadiendo el de otros. Puede que debido a la piel que me estoy dejando en el camino, no me siento culpable, aunque no dejo en ningún momento de saberme responsable. Yo he hecho de Mauricio algo más que un marido. Le he hecho desde que me hizo caso cuando le hice la maldita invitación a Katmandú.

Cómo iba yo a imaginar todo esto, qué es lo que me sedujo, por qué se añora a alguien sin haberlo tenido antes, qué hace que conozcas sus miedos, sus (en mi opinión) maravillosas ilusiones, tan pueriles como pasajeras (en la suya). Le veo como un complejo y antagónico ser.

Nota: Conviene saber que las palomas mensajeras no saben ir a ningún sitio, sólo saben regresar.

Delante del espejo y probando camisones, pijamas, túnicas, clámides, quimono, chilabas, y demás trapos; con el único afán de presumir ante ti, fuiste muy generoso. Te limitaste a aprobar tanto cuando me los ponía, como cuando me los quitaba; finalmente me aconsejaste un pijama lindo, de estampados muy contrastados y de corte masculino. Me abrochaste hasta el último botón.

¿ Te das cuenta? Asistes a todos los momentos de mi vida y te veo hasta en las lechugas que troceo, no te enfades, porque eres todo cuanto desearía tocar y donde desearía estar. Esos momentos que acondiciono o escamoteo se han convertido en el objetivo del día, luego arrastro mis pies hacia la otra realidad, (tengo que arrastrarlos para apartarme de ti) y cuando llego a Mauricio y los chicos les mimo como si regresara de un viaje, trato de compensarles por mi ausencia aunque muy pronto se percibe que no he llegado y ya me estoy marchando.

Nunca volvería a casa. Tal vez Yes diseñaba la casa que les haría posible como pareja, la que habían construido en el bosque o en la sesión de tarde en una cama que les recordaba. O se refería a la cotidianidad, a la sofisticada cotidianidad de un detective, personajefronterizo y voyeur que jamás debería convertirse a sí mismo en materia de contemplación. O no volver a casa era una maldición más total, más esencial, a manera de pequeñas sensaciones, anticipos del gran fracaso final.

De momento decidió seguir sin contestar las misivas de Yes y ponerse al teléfono la próxima vez que le llamara Charo.

La voz de Charo sonaba llorosa.

– ¿Dónde te habías metido? Nadie me sabía dar señales de ti. Como si se te hubiera tragado la tierra. Pepe, vida mía. ¡Van a por Quimet! Está destrozado. Ya sabes. Los teléfonos.

¿Qué sabía de los teléfonos? Que estaban intervenidos. No había más remedio pues que conectar la radio, monótonamente insistente en las noticias repetidas desde las seis de la mañana y en este caso eran las emisoras en lengua catalana las que mejor reflejaban el acontecimiento. Se habían encontrado pruebas de que el financiero Joaquim Rigalt i Mataplana estaba implicado en un asunto de financiación ilegal de partidos políticos y de organizar tramas extralegales con propósitos prevaricadores. Así que la lucha por el pospoder se radicalizaba y, según decían las noticias, el presidente Pujol había declarado que Rigalt i Mataplana nada tenía que ver con las estructuras administrativas del gobierno autonómico, pero que personalmente era un amigo de más de cincuenta años y que esa amistad estaba por encima de cualquier complicación, aunque tampoco tenía por qué afectar a la vida política catalana. Rigalt i Mataplana no tenía ningún cargo oficial.A oscuras sobre el procedimiento para el derribo permaneció Carvalho hasta que a media mañana recibió en su despacho de las Rambles la llamada del inspector Lifante. Le convocaba a una reunión en la Jefatura Superior de Policía, aunque si lo prefería, enviaba a unos inspectores a por él. Carvalho prefirió caminar y meterse en la escalera de Jefatura con la presión sanguínea controlada, desde la evidencia de que en aquel edificio ya se podía entrar y salir sin que te pusieran las esposas ni la mano encima. Lifante merodeaba por los despachos y dejaba a Carvalho en la reserva de su dedicación a la espera de que se preocupara. Se encerró en su despacho y Carvalho vio cómo pasaba un camarero con una bandeja, donde bailaba un vermut rojo con sifón y un plato de aceitunas, y se metió en el cubil de Lifante. Calculó el tiempo necesario para consumir una docena de aceitunas como el que debía esperar para el encuentro, pero dependía de la voluntad masticatoria del inspector. Igual era un teólogo de la alimentación de los que mastican treinta y cuatro veces una aceituna o un grano de arroz. Algo de eso había porque aún pasó una hora hasta que se abrió la puerta y Lifante en persona le invitó a entrar. Sobre la mesa el vaso y el plato vacíos.

– Huelo a vermut. Me encantan los vermuts con sifón y con aceitunas.

– Acabo de tomarme uno.

– Huele el aire.

– Ordeno que le traigan lo mismo.

– Me encantaría además una ración de anchoas.

Sin inmutarse hizo el pedido Lifante por teléfono y quedó Carvalho a su merced.-Esto empieza bien, Carvalho, y que siga igual. Vamos. Explíquemelo todo.

– ¿Empiezo por Adán y Eva? Nunca creí lo de la manzana. Una de dos, o es la metáfora de la necesidad de matar para sobrevivir, es decir, el origen de la coartada de la cocina y sobre todo de la nouvelle cuisine.

– Se va a quedar sin vermut.

– Me han pasado cosas peores.

– ¿Sabe usted de dónde salieron los papeles que implican a Rigalt i Mataplana? Pues del caso de los eslavos que habían matado a Mata i Delapeu. No. No fue del registro del domicilio donde se atrincheraron, sino de una investigación derivada. De pronto llegaron a nuestro poder unos documentos que implicaban a Rigalt i Mataplana en un asunto de cobros de comisiones para el partido en el gobierno de la Generalitat e indirectamente se liga a Rigalt con la financiación de tramas nacionalistas ilegales. ¿Qué sabe usted de eso?

– ¿No le conmueve a usted tanta voluntad de esclarecerlo todo?

– No me chupo el dedo, Carvalho. Sé que me han puesto las pruebas en bandeja.

– Entonces, ¿por qué ha divulgado en seguida la implicación de Rigalt?

Lifante dio un puñetazo en la mesa, se puso en pie y gritó a Carvalho desde su instalación en las alturas.

– ¡No insulte mi inteligencia! ¿Quién controla el flujo de información? Nadie sabe quién ha pasado esa noticia esta mañana, a primera hora, a todas las emisoras de radio. La información sobre Rigalt me llegó de pronto mientras seguíamos el rastro que nos había llevado hasta los sicarios yugoslavos. Digamos que enun fondo que encontramos en un almacén de información, así, de pronto, zas, un dossier Rigalt i Mataplana. Entonces empecé a atar cabos. Usted se presentó en el escenario del asedio al piso de los yugoslavos, usted aparece en veinte informes sobre las idas y venidas de Rigalt i Mataplana, su chica, Charo, es una protegida de Rigalt i Mataplana. Carvalho no soy imbécil. Le pregunto quién mueve los hilos. ¿Quién le mueve a usted?

Carvalho se encogió de hombros. No nos movemos, nos mueven. ¿De qué le sonaba esta frase? De cuando creía en la cultura y muy especialmente en Beckett: «Esto no es moverse, esto es ser movido.»

– ¿A quién beneficia este crimen? ¿Quiere que yo tire de este hilo? Quizá lo tenga usted, Lifante, más cerca de lo que parece. Yo en este asunto de los nacionalismos me muevo como un pato en el Everest, pero practico la deducción o la inducción. La desaparición política de Rigalt i Mataplana deja al presidente de la Generalitat desguarnecido y en vísperas de acontecimientos importantes.

– ¿Se refiere usted a la reunión de jefes de información de las Naciones sin Estado o a otra reunión? La de Pueblos sin Estado o Estados sin Pueblo o como se llame la cojonada esa, no va a celebrarse. Puedo asegurárselo.

Lifante había destapado parte de sus cartas, pero se guardaba la mitad.

– Demasiadas reuniones para esta ciudad. Ya me lo temía. Con motivo de los Juegos Olímpicos construyeron un inmenso teatro y ahora no siempre encuentran espectáculo.-Carvalho, ni la reunión de los jefes de información de los Pueblos sin Estado, ni la de Región Plus iban a ser en Barcelona.

– De lo que estoy seguro es de que todo eso lo sabía el gobierno español y el francés y el italiano y el inglés y el alemán. Es decir, todos los que vigilan de cerca a los pueblos escogidos por Dios pero sin Estado. ¿Ha pensado usted alguna vez, Lifante, que quizá Dios los haya escogido para no darles estado? Dios es muy suyo. Suponga que a usted le intoxican con informaciones que vienen del CESID, es decir, del servicio de información del propio gobierno español. Al fin y al cabo usted es un policía periférico.

– Sin comentarios. Yo sólo tengo una patria y un estado.

Con el dedo alzado Lifante le estaba expresando su impaciencia, pero Carvalho se sentía a gusto en su propio juego.

– Yo mismo soy un instrumentalizado, pero todavía no sé por quién y para qué.

Había llegado el momento de enterarse, por lo que nada más ser liberado por Lifante, telefoneó a Charo pidiéndole una entrevista con Quimet.

Imposible. Insistió y Charo cedió. Pásate por aquí, pero sobre todo no se te ocurra comprar aquellas hierbas que te dije. No van bien. Insistió otra vez antes de colgar: no se te ocurra comprar otra vez las hierbas que te dije. Es decir, no debía acercarse a Lluquet i Rovelló. Se trasladó a la Vila Olímpica dispuesto a callejear a la espera de que expirara el plazo para el encuentro. Su paseo despertaba una curiosidad no normal, como si cuatro o cinco personas le confundieran con Julio Iglesias o con Sharon Stone. Perseguido por sus descarados vigilantes, Carvalho descendió hasta los muelles del Port Nou y curioseó las naves que estaban en oferta de segunda mano. Fue ante un viejo velero con bandera indescifrable cuando sintió una presión en los riñones y una voz junto a la oreja le instó:

– Suba al barco sin hacer cosas raras.

¿Puede haber algo más raro que subir a un barco de recreo en noviembre?

El hombre importante era el gordo sentado en el sillón giratorio del supuesto capitán del barco y dedujo que era yugoslavo o algo parecido porque hablaba igual que todos los entrenadores de fútbol preyugoslavos, yugoslavos o posyugoslavos que habían entrenado o entrenaban a clubes españoles. El hombre no ocultó llamarse Dalmatius, y Carvalho digirió la sorpresa de que aquel Dalmatius no era el que había visto torturado en Can Borau. Se parecían, eso sí, y el actual estaba decidido a impresionar a su retenido y los cuatro ayudantes aparentaban acabar de salir de la ducha de cualquier estadio de fútbol. ¿Por qué será que todos los jóvenes eslavos tienen aspecto de jugadores de fútbol o de baloncesto? No pudo responderse a sí mismo Carvalho porque los ojillos negros de Dalmatius estaban fijos en él, hundidos en una bola blanca a la que sus mejores amigos estaban decididos a llamar cara. Era el único que no tenía aspecto de jugador de fútbol yugoslavo y mucho menos de jugador de baloncesto, pero tampoco era el Dalmatius que le había mostrado Pérez i Ruidoms en su cámara privada de tortura. Un trompe-l’oeíl más.

– Le voy a hacer un regalo, amigo. Le voy a avisar y usted a cambio me va a decir para quién trabaja.

– Primero usted avíseme.

– Puede irse directamente de aquí a las aguas del puerto con el vientre abierto y lleno de piedras o puede arder usted dentro de su casa de Vallvidrera con alguna de las chicas que suelen acompañarle. Elija usted la que prefiera. La putita de Rigalt i Mataplana o Jessica Stuart-Pedrell. O todo puede quedar en simple aviso si usted nos ayuda a componer el cuadro. ¿Para quién trabaja?

– Para mí mismo. Soy detective privado.

– ¡Detective privado!

El tono de Dalmatius invitaba a la risa y todos rieron.

– ¡Detective privado! ¿De qué película sale usted?

Seguían riéndose y Carvalho dedujo que estaban mal informados.

– Ustedes son extranjeros y tal vez no me conozcan, pero soy un detective privado de bastante prestigio, el más conocido de Barcelona, sin duda. De hecho, los personajes más emblemáticos de la ciudad somos un mono albino que se llama Copito de Nieve y yo, Pepe Carvalho.

Alguien le había dado un puñetazo en la nuca y cayó de rodillas. Quiso demostrar elasticidad y casi lo consiguió al alzarse con prontitud y arremeter con la cabeza contra el primer cuerpo humano que sus ojos distinguieron. Fue como si su cerebro chocara contra la barbilla del otro y Carvalho sintió un dolor intelectual intensísimo, algo parecido al anuncio de una pérdida de conocimiento. Tuvo que revolverse para pegar primero al que se le echaba encima pero no lo consiguió. Su puñetazo quedó en el aire y en cambio los dos que le enviaron le dieron en el hígado y en una oreja. Volvió a repetir la hazaña de girar sobre uno de sus pies para dar una patada a lo que fuera, pero la pierna destinada a dar soporte a la proeza recibió una patada en la rodilla y de rodillas se quedó otra vez el detective abrumado por la evidencia de que iban a pegarle una paliza sin respuesta. Se dejó caer del todo y rodó para topar contra las piernas de uno de sus sitiadores, al que consiguió derribar y, en la confusión de la superposición de cuerpos, Carvalho logró levantarse y correr hasta los escalones que subían hacia la escotilla. Tenía un ojo anegado en sangre y con el que le quedaba no quiso comprobar si le seguían o no, pero la obertura de la puerta que iba a devolverle la libertad estaba ahora ocupada por un jugador de baloncesto posyugoslavo. Era altísimo y tenía en la mano algo parecido a un punzón. Se paralizó Carvalho, levantó los brazos y descendió hacia Dalmatius y sus muchachos que permanecían tensos pero quietos.

– ¡Detective privado!

Masculló el hombre gordo.

– Un tonto privado y muerto, un tonto muerto. Voy a darle otro aviso. Deje las cosas como están y dé por cerrado el caso Mata i Delapeu. Me ha pillado en un día bueno, pero piense en que las infidelidades se pagan y que a veces se pagan con la muerte. Siempre hay alguien dispuesto a matar y más ahora, en estos tiempos de ignominia.

Ya no había obstáculo en la escotilla, por lo que Carvalho salió tratando de sonreír con la media cara no inundada por la sangre que le caía de una ceja. El sicario alto le dio una toalla para que ganara el muelle con la cara limpia y la toalla le sirvió para taponar la brecha hasta que llegó a la tienda de Charo. Estaba atendiendo a unas clientas e hizo una señal para que Carvalho pasara a la trastienda. Contuvo un grito de alarma y se marchó corriendo para volver con gasas, esparadrapo y agua oxigenada.

__Límpialo y tapónalo de momento, pero tengo que ir a un ambulatorio. Me han de coser la brecha.

Charo llamó a un taxi y mientras iban hacia el ambulatorio de Peracamps lloraba en silencio. ¿Qué mal hemos hecho, Pepe? Lo de Quimet esta mañana. Nada más abrir los ojos ya me había enterado. ¿Qué va a ser de ti?

__Y de ti.

__La tienda está a mi nombre.

Charo había recuperado una tranquilidad profunda para decir la frase aliviante y ahora volvía a la congoja. Tanto como podía haber hecho Quimet por ti.

__Necesito verlo. Urgentemente. Sea donde sea.

Charo abrió el bolso y sacó un papel doblado. Se lo metió a Carvalho en una mano cuando descendieron del taxi. Carvalho lo leyó de soslayo mientras se metía en la cola de urgencias del dispensario de Peracamps, como él seguía llamando al ambulatorio situado en los traseros de su barrio. Cuando salió con la ceja cosida se despidió de Charo y ella le retuvo abrazándole.

__-Deberíamos pasar la Navidad juntos.

__-No me pide el cuerpo celebrar la Navidad.

__-La Nochebuena al menos. ¿Vamos a pasarla cada

cual en su casa? En Andorra he vivido todas las fiestas, todas, sola, durante siete años, Pepe, porque Quimet debía cumplir con la familia.

__-Nochebuena, quizá. Los otros dos días quiero

dormir mientras una parte considerable de la humanidad hace el ganso.Dejó a Charo esperanzada, volvió a consultar la dirección que constaba en la nota y caminó por la avenida abierta por los bulldozers hacia las entrañas del Barrio Chino, hacia las entrañas del país de su infancia del que ya no empezaba a quedar piedra sobre piedra. Sus labios recitaron unos versos que le vinieron de un poso de vieja memoria carcelaria. La Modelo. Los altavoces de discos solicitados. "Yves Montand. Loin tres loin de Brest, dont il ne reste rien.

Que Quimet se hubiera refugiado en una oficina de asistencia social del Raval demostraba que el barrio, a pesar de todas las reformas, le seguía sobrando a la ciudad instalada. Allí el ángel caído se sentía seguro, extramuros de su mundo, extramuros del reino, el poder y la gloria. Y como guardiana de su refugio aparecía una muchacha que podía ser la hermana gemela de Margalida, el mismo formato de voluntaria a prueba de avatares y dispuesta a marchar… de bon matí quan els estéis es ponen, hem de sortir per guanyar el pie gegant… [27].

Una girl scout patriótica que protegía a Rigalt, como el resto de jóvenes empleados afanados y conscientes de que guardaban algo más que un puesto de trabajo. Rigalt estaba al fondo de un pasillo, en un despacho sin ventanas ventilado por un molinillo extractor de aire que lo comunicaba con el exterior. Quimet no era un ángel caído, al contrario, parecía exultante, liberado de una opresión insospechada, y abrazó a Carvalho como si recuperara a un náufrago del mismo buque hundido. ¿Dónde se había metido usted? Tenía muy preocupados a todos. Ni siquiera pasó a recoger el diploma por el cursillo. Carvalho se limitaba a responderle con gestos resignados, como si le contestara, así es la vida, un día nos vemos y otro no. Y al permanecer en silencio el detective a la espera de que el ilustre procer, como le calificaban algunos diarios, se explicara, Quimet se concentró en el esbozo del discurso que iba a emitir. Usted se merece saberlo todo. ¿Qué le ha pasado en la frente? ¿Dalmatius? Las cosas se han desbordado. Si Dalmatius es capaz de tomar iniciativas, es que las cosas se han desbordado y me temo que Madrid haya entrado a saco. Como le pareciera que Carvalho no acababa de saber quién era Madrid o al menos el Madrid que había entrado a saco, Quimet precisó:

– El gobierno, a través del CESID. Buena parte de los trabajos del CESID se dedican a investigar lo que los estrategas llaman «guerras civiles potenciales», es decir, los focos conflictivos que pueden derivarse del impulso independentista de Euzkadi y Cataluña. Yo advertí que íbamos acelerando demasiado y de que en caso de que rebasáramos un timing muy estudiado, nos destruirían nada más nacer. Pero a mi alrededor se desataron fuerzas incontroladas y, lo que es peor, topos insospechados. Estamos rodeados de topos que han actuado como provocadores. El asesinato de Mata i Delapeu inició el engranaje. Hay una doble operación pactada por el gobierno español y consensuada con otros gobiernos europeos. Tienen dos objetivos claros: la desestabilización de la trama político-económica del gobierno autonómico de Cataluña y el proyecto Región Plus. Para atraer al sector de capital catalán interesado en el proyecto le exigieron que desmantelásemos efectivos del nacionalismo más duro y sobre todo la débil red de servicio de información que habíamos establecido. Iba a haber un encuentro de representantes de los servicios de información de las Naciones sin Estado y han empezado a producirse misteriosas coincidencias. Han detenido a algunos de los presuntos asistentes acusados de actividades contra presuntos Estados y a mí me han implicado en este sucio asunto. No puedo salir del país.

– ¿Qué pinto yo en esto?

– Es un caso personal. Charo me había hablado de usted.

– Qué más.

– Usted encajaba en lo que llamábamos «estrategia del fracaso». En su condición de outsider, de profesional no estrictamente catalán, ni nacionalista, si le implicábamos en la construcción de la red, de salir mal usted iba a pagar las consecuencias. No se preocupe, Carvalho. Yo tenía el colchón preparado. Usted, de caerse, hubiera caído sobre blando. Pero la ejecución sumaria de los sicarios que supuestamente habían matado a Mata i Delapeu fue una señal de alarma. Estaban forzando los acontecimientos. Pérez i Ruidoms estaba forzando los acontecimientos.

– ¿Se refiere al padre?

– Es el más interesado y el mejor colocado para el proyecto Región Plus.

– ¿Asesina al amante de su hijo para implicar a su hijo?

– La misma sorpresa que a usted le inspira se despierta en todos los demás. ¿Quién iba a pensar eso?

– Entonces, Pérez i Ruidoms es el topo.

– No. Es un empresario sin escrúpulos y un apatrida. Juega sus bazas para ganar y está bien respaldado políticamente en Madrid. Han constituido una sociedad de socorros mutuos. El topo no es Pérez i Ruidoms. No tendría sentido.

– ¿Quién entonces?

Quimet esperó tres minutos a que Carvalho estableciera conclusiones por su cuenta y cuando Carvalho insistió en callar y mirarle a los ojos, Quimet liberó el nombre al tiempo que suspiraba:

– Anfrúns. Jordi Anfrúns, tal vez. Pérez i Ruidoms le utiliza, pero Anfrúns nos utiliza a todos.

Carvalho le dio la espalda y le llegó la voz de Quimet:

– A pesar de lo mío, todos siguen contando con usted.

– Lamento que no haya podido usted viajar a Italia. En Grinzane Cavour hay un castillo muy interesante y los vinos son buenos.

No se volvió para no robarle a Quimet la cara del desconcierto.

Estamos en democracia. Alguien llama a la puerta de tu casa a las cuatro de la madrugada. En consecuencia, según dicen los politólogos, sólo puede ser el lechero. Pero Carvalho recuerda que no toma leche, que hace muchos años que no toma leche como no sea la utilizada para hacer la bechamel o el chocolate. Por lo tanto, no puede ser el lechero. Tiene la pistola olvidada en algún lugar de la casa que no quiere recordar y sale a la terraza a pesar de la dureza del viento frío en el diciembre de Vallvidrera y descubre ante su puerta a Margalida y a un embozado por el mucho abrigo y la mucha capucha que lleva lo que parece un hombre alto. Cuando les abre comprueba que su intuición no le ha engañado y el hombre alto es el joven príncipe Pérez en el destierro, a no ser que haya reunido los dos apellidos de su padre y ascienda a la condición de Pérez i Ruidoms.

– ¿Puedes tenernos aquí hasta que amanezca?

– Faltan apenas tres horas o cuatro.

– Quizá algunas horas más.

Le preceden y se zambullen en el calor de la casa, para acabar ante el rescoldo de la chimena, hacia la que tienden las manos abiertas como si estuvieran invocando el espíritu de la ceniza. Se sientan mientras Carvalho prepara en la cocina un café de urgencia y les pregunta si tienen hambre y como no le contestan saca de la nevera un pastel de queso que ha hecho con feta sobrante de ensaladas nunca hechas y pasas. Cuando le ven aparecer con el café y el pastel los ojos de Margalida le rinden homenaje, pero los del joven conservan la prevención, especialmente dirigida hacia el pastel.

– ¿Es usted satánico o macrobiótico?

– ¿Por qué lo pregunta?

– Porque mira el pastel como si fuera a colarle un gol macrobiótico. Me hago un lío con el Yin y el Yang, pero se trata de un inocente pastel de queso griego fresco y pasas.

– No soy macrobiótico pero tengo mi propia ideología sobre los alimentos.

– Si es usted satánico deben gustarle sobre todo muy hechos, a la brasa o al horno.

– Hasta el papa no cree en ese infierno de fuego y calderas.

– Este papa es un desconfiado. No se fía ni de los condones.

Bebieron y comieron, el hindú con la punta de los labios, y Carvalho les explicó lo que estaba pasando. No tenían dónde meterse, porque de lo contrario no habrían recurrido a él. Lo cual le llenaba de inquietud porque su casa no era un sitio seguro y de un momento a otro podía llenarse de asesinos posyugoslavos enviados por la OTAN o de cabezas rapadas excursionistas. Margalida se había quitado la cazadora de piel y asomaron sus tetas bajo un jersey ajustado y la culata de una pistola que llevaba en el cinto. Era una invitación a que Carvalho se tranquilizara.

– ¿Sigues pensando que necesito llevar la pistola encima?

– Sí.

Carvalho fue al cuarto de baño, removió todas las caducidades que había en su botiquín para conseguir correr la plancha del fondo. Apareció un nicho en la pared y en él un envoltorio de tela del que sacó una pistola Lüger. Volvió al salón y se la enseñó a Margalida que puso una cara de sorna.

– Ignoraba que tenías un museo en casa. Esa pistola es de anticuario.

– Dispara. Bien. ¿Qué planes tenéis?

Albert había conseguido escaparse y querían marchar al extranjero. Tenían un contacto y pasarían por Port Bou, era la frontera más inadvertida y si veían cualquier posibilidad de control de los hombres de Pérez i Ruidoms, alguien les llevaría desde Port Bou a un lugar de la costa francesa por barco. Margalida no podía recurrir a la red, primero porque era un asunto personal y segundo porque Pérez i Ruidoms disponía de infiltrados a todos los niveles.

– Juega en colaboración con el CESID y con las principales policías de Europa implicadas en este caso. Albert se ha enterado de cosas espeluznantes, Carvalho. Por una parte impulsan lo de Región Plus y por otra tienen estrategias alternativas alucinantes, por ejemplo focos guerrilleros desestabilizadores.

– ¿En España?

Albert tomó la palabra:

– Uno de los grupos que trabajan para mi padre son los Templarios 2000. Están en condiciones de comenzar acciones guerrilleras en la línea entre Cataluña y Aragón, so pretexto de un conflicto de aguas en el Ebro. Piensan que este foco puede generar un lío suficiente como para que intervenga el ejército español e iniciar así una balcanización. Las redes de tráfico de armas ya están diseñadas, y así nacieron algunos líos en Yugoslavia, no lo olvide.

– ¿Su padre juega a eso? ¿Seguro que no le ha montado a usted un show con los de La Cubana?

– No, de momento no juega. Se ha limitado a escucharles y de vez en cuando puede pedirles algún servicio. Tampoco nadie sabe quiénes son esos Templarios. No parecen de aquí y no me extrañaría nada que fuera un grupo desestabilizador quién sabe de qué servicio secreto.

– Si no me constara que usted no sabe quién era Fu-Manchú, pensaría que usted se inspira en Fu-Manchú para construir el imaginario de su padre.

– No dice tonterías.

Margalida había hablado con tal rotundidad que Carvalho empezó a tomarse en serio la nueva batalla del Ebro.

– Y quien dice el Ebro dice cualquier otro lugar. Los conflictos están latentes. Esperándonos. El mundo está tan mal hecho…

Satán se lanzó a un discurso que empezó denostando a Paul Claudel porque había asegurado que sólo el mal exige esfuerzo, porque está contra la realidad. No. No. La realidad es el mal y toda la juerga que la burguesía construye contra el satanismo tiene como aliados a los satanistas que hacen el gilipollas degollando gallinas y corderos.

– El satanismo es una fuerza espiritual que puede hacerse física, es como una homeopatía, porque, por ejemplo, en la sexualidad nos lleva a los hombres a la virilidad absoluta a través de la homosexualidad y a las mujeres a la feminidad absoluta a través de lo mismo. Eso ya supo verlo Jean Genet, san Jean Genet, pero yo me niego a asumir con André Gide que sirvo al «señor de las tinieblas», no, Satán no es tenebroso, es la luz de la negación y la palabra hebrea original quiere decir «acusador ante un tribunal», el señor de este mundo sería Dios y Satán el negador de la bondad de su creación, Satán es la inteligencia crítica, la cultura de la resistencia.

Se elevó el tono elegiaco del príncipe Pérez i Ruidoms:

– El satanismo moderno considera que Satán representa la indulgencia frente a la abstinencia, la existencia frente a las falsificaciones espiritualistas, la sabiduría frente al autoengaño hipócrita, la gentileza para el débil y la prepotencia hacia los fuertes, la venganza justa frente a la comedia de la otra mejilla, la responsabilidad de los responsables frente a los vampiros síquicos, representa la verdad del hombre en su condición animal, más peligrosa que la de los animales de cuatro patas, porque el desarrollo llamado «divino-intelectual» le ha convertido en el animal más feroz. Satán representa la duda gratificante y sólo hay que reprocharle que ha sido el principal socio de la Iglesia porque le ha ayudado a mantener el negocio durante siglos. A los satanistas nos une la necesidad de negar todo lo que las religiones institucionalizadas defienden.

Margalida sólo había puesto cara disidente cuando Albert exaltó la homosexualidad, pero en todo lo demás superaba el acuerdo para acceder a la condición del éxtasis.

– ¿Por qué huir? Conviértase en el príncipe heredero de su padre, el posible primer rey de Región Plus o de cualquier otra nueva patria de diseño.

– ¿Y mi alma?

Jodidos tiempos en los que Satán no quiere perder su alma y los socialistas quieren perpetuar el capitalismo, pero eran jóvenes y tenían toda una vida para irse curtiendo en el aprendizaje de la muerte. Les metió en un cuarto con dos camas bajo la protección de san Jean Genet, patrón laico de la homosexualidad, a no ser que los poderosos atributos de Margalida consiguieran contrarrestar la amnesia heterosexual de Albert. Era su problema y el de Carvalho conciliar el sueño porque no podía quitarse de la cabeza el plan de huida de los jóvenes. Es su problema, se repetía, juegan a las huidas porque ya no tienen edad de jugar a médicos y a él no le va lo de jugar a papas y mamas. Pero definitivamente no podía dormir y se encontró ante un mapa de carreteras estudiando las vías de huida propuestas por Margalida y luego se vio a sí mismo en la cocina ante el frigorífico abierto, con un inconcreto proyecto de hacer algo más que angustiarse. Por ejemplo, cocinar, y a aquellas horas de la mañana le apetecía algo fresco, como un tartar de pescado que tenía en la cabeza desde la mañana del día anterior, más o menos adaptación del tartar de ostras de Jean-Louis Neichel, pero sin ostras. No tenía ostras pero sí almejas frescas, erizos de mar, gambas, una latita de caviar ruso y no del mejor y lubina macerada al aceite de oliva virgen, sal, pimienta verde. Abrió los erizos con unas tijeras y separó las huevas, luego las picó junto a las almejas, las gambas y les añadió un majado de alcaparras, hinojo, escalonias, pepinillos y no tenía algas ni hinojo de mar, por lo que la receta no dejaba de ser una paráfrasis. Urdido el majado con aceite y limón aderezó con él los pescados picados, introdujo lo obtenido en el fondo de las cascaras vacías de los erizos y puso una cucharada de caviar sobre cada farsa. Abrió una botella de vino blanco Preludi y dispuso sobre una bandeja las tres cascaras, el vino, las copas, pan tostado y mantequilla. Cuando Albert y Margalida despertaron ante su reclamo y ella contempló la bandeja llena de tan extrañas naturalezas, tuvo que reprimir el gesto instintivo de buscar con una mano la pistola que había guardado bajo la almohada.

La sorpresa por lo mucho que les había gustado el erizo relleno entre otras cosas de sí mismo había conmocionado tanto a Margalida y Albert que se pasaron la primera parte del viaje reflexionando sobre el error de haber pasado casi toda una vida, aunque breve, reducida al horizonte gastronómico del pan con tomate y butifarra amb seques [28], ella, y de comida supuestamente higiénica, él. A veces los factores de desalienación son los más inesperados y Carvalho al volante del coche gozó de ese silencio que sucede a las desvelaciones más trascendentales y a partir de Llanca disfrutó de la Cos ta Brava terminal, intimista y de una belleza verde oscuro, gris y azul profundo a medida que se acercaba a Francia.

– La cita es en el Memorial Walter Benjamin, está junto al cementerio de Port Bou, encima de un acantilado muy bonito sobre el mar.

Recordaba Carvalho cuánto le emocionaba en su etapa de joven rojo sensible el suicidio de Benjamin, en Port Bou, judío fugitivo al que el franquismo negó la entrada en España y se suicidó en un retrete con el nazismo en los talones. «La tarea del materialista histórico es salvar el pasado para el presente», había dicho o escrito, no sabía dónde, Benjamin, una frase que flotaba en la nada en tiempos en que el pasado queda tan proscrito como el futuro. Por una historia sin culpables y un futuro que no tiene otra oportunidad que ser un presente consumido día a día. Filosófico estoy a pesar de que como y hago el amor últimamente como no lo hacía desde casi un lustro.

– ¿Puedo asistir al encuentro o me retiro a una prudente distancia?

– Debes asistir. Te llevarás una sorpresa.

– ¿Qué sabéis de Benjamin?

– Un marxista insuficiente o insatisfecho. Está por decidir.

Opinó Satán desdeñosamente. Margalida tenía una vaga idea de su suicidio y alguien le había dicho que Benjamin entendía mucho de fotografía o que hacía también fotografías o que había escrito sobre fotografía. Tal vez en una conferencia que había dado un fotógrafo que se llamaba Fontcuberta.

– ¿Y usted sabe quién era Benjamin?

– Lo sabía.

– ¿Lo ha olvidado?

– Probablemente no, pero no necesito recordarlo. No necesito recordar las vidas que he vivido y que no iluminan la que ahora vivo. Benjamin formaba parte de mi ecosistema de hace cuarenta años. Ahora ni siquiera me serviría como un canto rodado sobre el que pisar para subir una cuesta. Pero a veces me vuelven frases que significaron algo, incluso una como «el suicidio es una pasión heroica» que cuando la leí me inquietabaporque pensaba que el suicidio era poco revolucionario, ¿cómo puede un combatiente social pensar que el suicidio es una pasión heroica? Hoy sé que tenía razón. El suicidio es una pasión heroica. La única pasión heroica individual que sólo nos puede hacer daño a nosotros mismos. Todas las demás pasiones heroicas son peligrosas y las que se sienten en grupo, ésas son las peores.

En el marco de un túnel cuadrado inclinado hacia el mar, un hombre les esperaba y, fuera de contexto, Carvalho tardó algunos segundos en identificarlo en el álbum fotográfico de su memoria. Era Guifré González, Manelic, el falso tío de Margalida, el ángel profeta del catarismo. Margalida salió la primera del coche para ir a su encuentro y darle explicaciones que él escuchaba severamente y que digería mirando unas veces en dirección a Carvalho, otras hacia Albert. Margalida explicaba algo con mucha vehemencia y Albert cabeceó contrariado.

– Ya le he dicho que no saldría.

– ¿El qué?

– Manelic no sabía de quién se trataba. Margalida no le había dicho nada porque presumía que no me aceptaría. ¿Por qué tiene que ayudar al hijo de Pérez i Ruidoms?

Carvalho marchó en dirección a la pareja y se encaró con Margalida. Le habló con dureza:

– Hemos quedado en que todo se resolvería en minutos. No puedo esperar.

Ella estaba sorprendida de su reacción, conservaba en los ojos las lágrimas que no había tenido tiempo de secarse.-¿Qué pasa? ¿No la quieren ayudar los cátaros?

Guifré le miraba con curiosidad y mantuvo cierta entereza cuando Carvalho empezó a picarle el pecho con un dedo.

– Hay reglas de solidaridad que están por encima de los apellidos, amigo. Hay un derecho al trabajo y un derecho a la huida. Están rondando los sicarios del papá del niño y todos vamos a perder más si nos cazan.

Carvalho se sacó la pistola y la cargó.

– Un tiroteo en Port Bou va a ser noticia.

– Yo no he dicho que no quiera ayudarles, pero un asunto así no puede basarse en una falsa información y a mí ella no me dijo de quién se trataba. Además mi red no tiene por qué dedicarse a problemas personales.

– No se equivoque. Ustedes tienen enfrente al padre de este chico y es un tiburón. Lo mejor que puede sucederles es tener al lado al hijo, no sólo porque se trata del mismísimo Satán, sino porque lo sabe todo sobre su padre y puede serles útil. Además, un día heredará, dejará el satanismo y bien podría abrazar el nacionalcatarismo. Les cubrirá de millones.

En los ojos de Guifré González se leía la pregunta: ¿Y tú qué pintas en todo esto?, pero Manelic en cambio asintió con la cabeza y musitó un acuerdo que hizo brincar a Margalida y correr hacia el coche a comunicárselo a Albert.

– Bajad al puerto y preguntad por Eugeni de la Mar queta. Es mejor hacerlo por mar.

Él se quedó junto al Memorial como si formara parte de la instalación y Carvalho llevó a la pareja hasta el embarcadero. Margalida encontró a Eugeni, un hombre a la deriva de sus muchos kilos que les metió en una caseta donde debían esperar hasta que oscureciera. Carvalho se despidió de Satán mediante una mirada intencionada porque dedujo que al diablo no hay que darle la mano y mucho menos un abrazo. En cambio dejó que lo abrazara Margalida y que le besara las dos mejillas, retirando la boca por si acaso se le ocurría meterle aquella lengua ancha y carnosa, comestible.

– ¿Ya sabes con quién te la juegas?

– Es un chico muy inteligente pero muy tonto. Me necesita.

– Hoy sí. Mañana volverá a necesitar a su padre. Conozco esta raza de rebeldes. En mis tiempos eran maoístas ricos y volvieron a la casa del padre. Ahora son satánicos, pero volverán a la casa del padre.

Dejó a Margalida sin palabras o sin argumentos y regresó caminando hasta donde había dejado el coche. Allí le esperaba Manelic.

– ¿Todo en regla?

– Todo.

– ¿Regresa a Barcelona? ¿Le importa llevarme?

– ¿Cómo ha venido?

– Me ha traído Eugeni.

Subieron al coche y se mantuvieron en silencio mientras duraron las curvas hasta rebasar el cruce de Llanca y tomar la carretera hacia Figueres en busca de la autopista. Parece una historia antigua, como en los tiempos de la clandestinidad, ¿no es cierto? Carvalho asintió. Manelic miraba el reloj con frecuencia. ¿A qué hora calcula que podríamos llegar? Desde que entremos en la autopista, una hora aproximadamente. Muy justo, comentó Manelic. Sería muy, pero que muy conveniente que pudiera llegar al hotel Princesa Sofía antes de las 8.30.Contemplaba el paisaje como si en cierto sentido le perteneciera.

– ¿Sabe usted Carvalho que Cataluña es un yacimiento de religiosidad y ocultismo desde tiempos inmemoriales? De la misma manera que por el subsuelo circulan ríos secretos, en cualquier lugar donde usted ahora detecte un asentamiento religioso cristiano, lo hubo antes pagano, y antes mágico, como si la tierra, la mismísima tierra reclamara el lugar donde hay que adorar a los dioses. Puede percibirse aquí mismo, por donde pasamos, tierra de templarios y de ocultismo por lo tanto. ¿Sabía usted que en el monasterio de Sant Pere de Roda antes hubo un templo probablemente dedicado a Venus Urania o a Afrodita? Es un lugar tradicionalmente sagrado.

Guifré se quejaba de la ramplonería del presente, se había perdido el nexo entre lo mágico y lo real. Hay que asumir las cosas como vienen. Realmente son tiempos de clandestinidad para todo lo diferente, Carvalho, porque sólo se acepta lo que se considera políticamente correcto y todo lo que es excepcional debe trabajar en condiciones casi de clandestinidad.

– ¿Lo de resucitar la religión cátara lo decía en serio?

– No se trata de resucitar como se resucita una momia, sino de adaptar una fórmula de cristianismo primitivo a la nueva situación. La Teología de la Liberación es demasiado internacionalista en el sentido marxista de la expresión y hay pruebas de asentamientos cataros en la Cataluña Norte y en la Cataluña Sur, hubo cátaros en el Empordà hasta el siglo XIV e incluso una noble de la casa de Montcada, Guillermina de Montcada, fue cátara. Europa está superestructuralmente vertebrada, pero los pueblos están más desvertebrados que nunca y las grietas se van ensanchando día a día. ¿Ha seguido usted el cambio de fronteras en los últimos diez años? ¿Puede prever cómo van a seguir cambiando? ¿Sería tan amable de dejarme en la Diagonal, delante del Princesa Sofía?

– ¿Le espera una concentración cátara?

– Si llegamos a tiempo, aún podría ver el partido del Barça. Empieza a las 9 de la noche. Tal vez le parezca una frivolidad en este contexto.

– ¿Frivolidad, el Barça? Cuando yo era comunista había quien traía a las reuniones superclandestinas un transistor para seguir los partidos del Barça. Recuerdo una reunión especialmente memorable sobre si se abandonaba o no la lucha armada como hipótesis. De pronto me di cuenta de que el Barça había marcado un gol, porque el rostro del portador del transistor secreto se iluminó.

– Eran otros tiempos, claro. Sí, ya sé que no debería ir porque me destrempa [29] la situación de este equipo. Fue el brazo simbólico desarmado de Cataluña y ahora nadie sabe qué es y yo le diré lo que es, ¡una inmobiliaria! El presidente Núñez llegó a este club hace veinte años con los mismos propósitos que Franco, que dejara de ser más que un club, que dejara de ser un símbolo político y lo ha conseguido con la ayuda de ese siniestro holandés que ha contratado como entrenador, llenando el equipo de extranjeros y sacrificando aquella espléndida plantilla de jóvenes canteranos que había formado Cruyff. No hay derecho, Carvalho, pero tal vez necesitemos desalienarnos de esa dependencia emocional del Barça. A mucha gente le basta con ser del Barça y ya han pagado su cuota de catalanismo. Que no les vengas con puñetas luego. Todo demasiado simple, Carvalho, demasiado simple. No hay historia sin dolor, ni seremos soberanos sin dolor. Yo no hablo de independencia. Hablo de soberanía. Me parece que este tío, el Van Gaal, el holandés que entrena al Barça, va a dejar a Guardiola en el banquillo. ¿Comprende usted? El jugador emblema de Cataluña en el banquillo y los holandeses en el campo.

– La verdad, Manelic, no entiendo cómo se ponen ustedes a construir el nacional-catarismo teniendo ya el nacional-barcelonismo. Antes de edificar el estadio del Barcelona donde está, ¿qué cultos sagrados se celebraron allí?

Guifré le contempló desconcertado pero interesado.

– He de investigarlo, porque se alzó junto al cementerio de Les Corts y donde hay un cementerio, seguro, es un punto original de magnetismo mágico.

Había decidido seguir llevando la pistola encima pero no se le ocurrió emplearla cuando comprobó que su propia casa estaba ocupada por los jugadores de baloncesto posyugoslavos. Nada hay tan incómodo como matar en tu propia casa y aquellos tipos eran tan altos que sería muy difícil desprenderse de los cadáveres. Además no le habían insultado. Ni pegado. Ni siquiera le empujaron o le echaron el aliento en la cara. Le habían entregado una nota en la que se le invitaba a un encuentro en Can Borau, a muy pocos kilómetros de distancia. Sólo cuando sugirió la idea de hacer una llamada telefónica, el posyugoslavo más seguro de sí mismo arrancó el cable del teléfono sin mover un músculo de la cara y Carvalho fue invitado a descender hasta el coche que les esperaba en la puerta de la casa. Era un coche japonés muy caro, con esa voluntad de opulencia con que las grandes berlinas japonesas tratan de hacerse perdonar el haber llegado al mercado del automóvil después que el Rolls Royce. Era un coche diríase que encuadernado en piel por dentro y por fuera. Desde el asiento de atrás pudo comprobar que tenía mueble bar y pidió un dry martini sin que su petición fuera atendida. Cuando acabaron las curvas de Vallvidrera en dirección a Sant Cugat, el coche se fue por el camino de Can Borau y se detuvo ante la casa tan anochecida como la vez anterior pero menos iluminada. Bien pudiera tratarse de una residencia de SOS Racismo porque la criada que le atendió parecía una rosa del desierto, una de las metáforas que mejor cuadraba a las espléndidas bellezas magrebíes, y los posyugoslavos se quedaron a una prudente distancia mientras un camarero chino le servía el dry martini que había pedido en el coche.

– ¿Lo han hecho con Martini seco o con Noilly Prat?

El chino sólo sabía chino e imitar la gesticulación reverencial japonesa, dos códigos que le habían permitido llegar a donde estaba. Evidentemente el dry martini estaba hecho con Martini seco y con demasiado martini seco. Trató de explicarle a uno de los posyugoslavos que el vermut sólo ha de humedecer el hielo para que sea el hielo quien perfume la ginebra y cambie su aroma cualitativamente. Estaban en otro mundo. Tal vez pensaban en los Balcanes, en lo lejos que les quedaba la posibilidad de matarse entre ellos bajo la mirada conmiserativa de las grandes potencias. Llegó el mayordomo del día de la falsa verbena del fin del verano y le propuso que le siguiera hasta la cava donde había asistido a la representación del encuentro de Monte Peregrino. Pérez i Ruidoms ocupaba el mismo lugar, el mismo sillón, pero no tenía otra compañía que Anfrúns, un nervioso Anfrúns que daba vueltas a la cripta como si estuviera enjaulado. Detuvo su sentido giratorio de la huida cuando Carvalho quedó en el centro del ámbito frente al sillón donde le esperaba el anfitrión en una postura a medio camino entre el pensador de Rodin y el grabado donde se reproduce a Goethe pensante. Pérez i Ruidoms se sacó un pastillero de plata de bolsillo, lo abrió, escogió dos pastillas y se las tomó con la ayuda del agua contenida en un vaso situado sobre uno de los anchos brazos del sillón. Miraba fijamente a Carvalho mientras le hablaba sin elevar el tono.

– Lo que ha hecho usted ayudando a que mi hijo escapara con esa chica ha sido una torpeza más que una provocación. Estaba usted advertido. Lo tenía todo bajo control y ahora lo tiene todo descontrolado. Hemos estado hablando con su amigo el señor Anfrúns, creo que se conocen hace tiempo. Sería muy conveniente que usted nos ayudara a localizar dónde se han metido esos chicos. Más tarde o más temprano lo sabremos, pero mientras tanto la huida puede serles fatal. Hay mucha gente con ganas de hacerme daño. Recuerde el caso del asesinato de Alexandre Mata i Delapeu. ¿A quién querían dañar? ¿A mi hijo? En primera instancia sí, pero el objetivo final era yo.

Anfrúns se había recostado en la pared y escuchaba reconcentrado.

– ¿Sabe usted adonde les acompañé?

– Hasta la frontera de Port Bou. Todo estaba preparado para interceptarles, pero no pasaron la frontera. No la pasaron montaña arriba, montaña abajo. Díganos cómo fue.

– Mi ayuda no será mucha. Me limité a dejarles en un sitio que se llama Memorial Walter Benjamin, un monumento a un judío que se suicidó allí en 1940, creo. Perpetró el suicidio como pasión, se dice.

– Hay muchas maneras de suicidarse, Carvalho. Usted sabe que puedo convertirle en una partícula galáctica invisible, a la espera de la resurrección de la carne.

Carvalho suspiró asqueado.

– No me dirá que se ha hecho usted de alguna secta religiosa.

– Todas las sectas son religiosas. Bien, Carvalho. Debo coger mi avión particular rumbo a la isla de Lanzarote, donde quiero recibir el próximo milenio, en compañía de la plana mayor de Monte Peregrino, en una casa que tengo excavada en las rocas frente al mejor de los océanos. ¿Sabe usted cuál es el mejor de los océanos?

– Por la situación de Lanzarote deduzco que debe ser el Atlántico.

– ¡Diez en Geografía! Seguro que sabe usted dónde está mi hijo. Por la infraestructura de quienes le ayudaron a huir debe estar en algún lugar del sur de Francia, en uno de esos enclaves neocátaros que se están reconstituyendo. No puedo esperar más.

Pérez i Ruidoms se levantó y señaló a Anfrúns.

– Lo dejo en sus manos.

Al pasar junto a Carvalho decidió tenderle la mano y cuando Carvalho se la tendió se la apretó y le retuvo acercándole las palabras a la cara:

– No te pases de listo, hijo de puta. Me he criado en la calle y empecé llamándome Pérez a secas hasta que tuve el suficiente dinero como para llamarme Pérez i Ruidoms. Ya me he ciscado en los Mata i Delapeu, una pandilla de señoritos que nacieron señoritos. Me lo debo todo a mí mismo y nadie me va a quitar nada de lo que me pertenece. Yo no soy un señorito como Mata i Delapeu. Yo no he sabido lo que era cambiarme de ropa interior cada día hasta que cumplí los treinta años. En mi casa no había ducha.

Le pareció la mejor frase para iniciar el mutis y liberar la mano de Carvalho. Anfrúns reía suavemente con una mano en el mentón y la otra doblada detrás de la cabeza acariciándose la coleta.

– Me ha enternecido su jefe. Yo tampoco tenía ducha en mi casa y no me cambié de muda diariamente hasta muy tarde, incluso a veces, lo confieso, no me cambio de calzoncillos todos los días. Los calcetines son otra cosa. No podría soportar llevar los mismos calcetines más de dos días.

No conseguía que Anfrúns arrancara la conversación y decidió callarse. El otro le observaba y esperaba que el tiempo actuara como un resorte sobre la lengua de Carvalho. Pero el detective estaba tan cansado de callar como de hablar y tomó el camino de la salida.

– Si yo no lo autorizo, usted no va a salir de aquí. ¿Recuerda lo que le ha dicho el señor Pérez i Ruidoms? Le ha tocado usted su propiedad más sagrada, su propio hijo, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

– Deje la Biblia por una vez, Anfrúns.

– Hay frases bíblicas o del Nuevo Testamento que son inmejorables. Además, ¿ha pensado usted en que esta masía no es inocente y podría contemplarse como un castillo en el cielo o un castillo en el infierno? ¿Conoce usted la materia de Bretaña, la leyenda artúrica, el mito del Santo Grial? ¿No cree que esta masía podría ser esa isla blanca en la que vive el señor de los señores, el dueño del mundo, el rey Arturo, el Preste Juan, Fu-Manchú, el Doctor No, Pérez i Ruidoms? Si quiere le enseño la lanza ensangrentada que Perceval o Parsifal ve cuando llega al castillo en el cielo o en el infierno.

Podría ponerme molesto con usted. Vamos a decir que incluso podría ponerme borde, ya me entiende. Pero quiero darle veinticuatro horas para pensarlo y para darle alguna prueba de lo mucho que puede perder si no atiende a lo que le pedimos. Mañana en la capilla de la Colonia Güell a las diez. Mañana le enseñaré la lanza ensangrentada. Ahora vayase.

– No espere que vuelva a pie.

– Le acompañarán.

El coche estaba donde estuviera y el recorrido fue seguido por Carvalho con tensión y la mano sobre el pecho, lo más próxima posible a la ubicación de la pistola, pero los gigantes le dejaron delante de la puerta de su casa y uno de ellos hasta le abrió la portezuela. Nada más recuperar su madriguera, Carvalho buscó la nota que había empezado a redactar semanas atrás como balance final para la viuda Mata i Delapeu. Esta vez la escribió hasta el final:

Doy por terminado mi trabajo, habida cuenta de que nada me conduce a evidencias nuevas. Primero creí que el deseo de implicar al financiero Pérez i Ruidoms en un escándalo hace que X contrate a unos sicarios para que asesinen a su hijo, teniendo en cuenta las relaciones de todo tipo que le unen con el hijo de Pérez i Ruidoms. El asesinato aparecía rodeado de una atmósfera de crimen pasional, fruto del despecho, hasta que alguien, vamos a llamarlo Z, desvela la motivación real y pone en la pista de un crimen mercenario tramado por un grupo de presión antagonista de Pérez i Ruidoms, sin que pueda atribuirse al grupo Mata i Delapeu porque lo encabeza el padre del asesinado y no parece que se trate de una confusa tragedia griega o judía, el sacrificio de Isaac por ejemplo. Lamanera como la policía fue conducida hacia los sicarios supuestos autores materiales del delito es sospechosa, así como la ejecución de los asesinos en el momento de la detención, aunque como testigo presencial del asalto policial sospecho que ni siquiera el inspector Ufante controlaba los hilos que movieron a la ejecución de los sicarios. Movido por sus indicaciones, me predispuse a despejar las dos incógnitas: Xy Z. X seria el urdidor de la ejecución y Z el desvelador de los verdaderos motivos. Mis medios para despejar estas dos incógnitas se han enriquecido. Puedo decirle que el asesinato de Alexandre fue urdido por el propio Pérez i Ruidoms, aun a costa de que en primera instancia su propio hijo, Albert, fuera el imputado. ¿Para qué? Formaba parte de una estrategia disuasoria contra su marido. Hay mucho dinero, mucho poder en juego. Le escribo un rápido resumen de mis conjeturas, previo a un informe más largamente elaborado, por si algo me ocurriera en las próximas horas y usted quisiera sustituirme como indagadora para descubrir al causante de mis posibles desgracias. En cualquier caso, haga usted el uso que quiera de este balance y a la vez confidencia

Le costó llegar a la Colonia Güell donde Anfrúns le esperaba en el interior de la capilla de Gaudí de columnas vencidas, como si la iglesia estuviera a punto de caer, metáfora de una fe tambaleante o quizá el arquitecto monstruo había querido expresar lo contrario, que las columnas torcidas también son capaces de aguantar templos. Anfrúns estaba de espaldas al altar, con la mirada fija y sonriente en la entrada, el cuerpo descansado sobre los brazos apoyados en uno de los reclinatorios, y se mantuvo así mientras Carvalho se acercaba con la prevención del que teme si no pisar huevos, sí pisar el polvo de tanta hostia consagrada y deglutida. En un rincón de la breve nave resonaban las voces del párroco y una joven pareja en pleno acuerdo sobre el ritual del día de su próxima boda. Anfrúns invitó a Carvalho a que secundara su salida de la iglesia, la ascensión a un mirador a través de una escalera torturada y fue allí, a solas, cuando se cruzó de brazos y se entregó a la curiosidad de Carvalho.

– No me diga que lo sabe todo. Pregúnteme.

– No es necesario. Todo me conduce hacia usted: el asesinato de Mata i Delapeu, Monte Peregrino, Región Plus, Dalmatius, la defenestración de Quimet. ¿Le importaría componerme el puzzle? Un momento. Sólo un momento. Luego lo volveremos a deshacer.

Anfrúns aún elevó más los brazos cruzados sobre el pecho, para secundar el alzamiento de la cabeza y los ojos. Los mantenía muy abiertos y clavados en Carvalho. Luego descompuso el gesto y se pasó una mano por la coleta canosa reunida por un torcido de plomo que Carvalho no había vuelto a ver desde la infancia cuando su madre se peinaba a veces con la ayuda de torcidos y horquillas.

– ¿Por qué habría de colaborar?

– Por soberbia. Si un diablo no es soberbio no es nada.

– Usted ya parte del apriorismo de que soy el Diablo y no Dios. ¿Qué diferencia hay entre el uno y el otro? Si soy el diablo, yo me llevé la luz y dejé la creación a oscuras. ¿Quién es más Dios, el que gobierna a oscuras o el que posee la luz? ¿El que no puede instalar el bien o el que al menos puede iluminar el mal?

– Era usted mucho más entendible cuando era marxista. Ahora que es usted papa de una religión de diseño, ¿cree en Dios, en algún dios?

– ¿Papa? ¿Y por qué no Dios? Insisto. Sólo los que no creemos en Dios podemos asumir cierto grado de divinidad, un grado funcional, por descontado. El no creer en Dios es una suprema conquista humana y sin embargo esa gran conquista la están vendiendo como una limitación. Si no crees en Dios es porque no crees en ti mismo. ¿Se fija en la trampa? ¿Cómo se puede esperar que sea cristiana una persona que no es humana, que no sabe cómo vivir? La agonía del no creyente se interpreta como negación de sí mismo y no como he-roica entrega al abismo de no poder contestar a propósito de la causa última. Hay quien prefiere vivir al borde de ese abismo que contestarse idioteces o como hace Ernesto Cardenal y ese tipo de místicos de izquierdas, buscar a Dios en la mismidad y en la caridad, en la línea de san Buenaventura: la caridad nos diviniza. San Buenaventura dice que la conciencia es el heraldo de Dios y esa conciencia es la prueba de que Dios existe. Yo diría que la educación religiosa te ha construido una conciencia a la medida de la demostración de que Dios existe y que sólo cuando te liberas de esa conciencia religiosamente instrumental accedes a la lucidez. Como soy lúcido, Carvalho, puedo ser Dios, mayor o menor. De momento un dios menor al frente de una secta perfectamente ubicada en el ecosistema de poder. Yo construyo a los Testigos de Luzbel y Manelic el neocatarismo pancatalán y los dos formamos parte de un mismo departamento burocrático paralelo, incluso podríamos utilizar a la misma secretaria, la encantadora Neus o Margalida. Como soy Dios puedo darme cuenta de que la religión, como el nacionalismo, es un placebo y acabarán vendiendo religiones en las farmacias y nacionalismos en El Corte Inglés.

– Pero está usted integrado en una operación nacionalista.

– Posnacionalista, aunque vayamos con los nacionalistas a lo Manelic como compañeros de viaje. En la globalización los nacionalismos aplazados son puntos de partida para su propia autodestrucción. Hay que tener la audacia de construir neonacionalismos alternativos metabolizables por la globalización, a eso responde Región Plus. Las naciones emocionales serán un estorbo,Carvalho, y por eso hay que construirlas y desconstruirlas al mismo tiempo.

– Pero los nacionalistas catalanes o los de la Padania o los occitanos saben que Región Plus es una maniobra interestatal ligada por los departamentos de seguridad de la Unión Europea para hundir precisamente el escisionismo vasco, catalán o padano.

– En efecto, y yo acepto ese planteamiento porque me sirve. ¿No comprende usted el juego, Carvalho? Yo soy Luzbel y Manelic es el arcángel san Miguel, pero los dos trabajamos en la misma oficina, aunque el tonto de Manelic no sea consciente. Se está construyendo una nueva modernidad y por lo tanto una nueva síntesis entre Dios y Satanás. Piense usted en las claves de la Teología de la Seguridad: controlar el tráfico de drogas, controlar las sectas religiosas, controlar la extrema derecha y la nueva extrema izquierda anarquizante.

– ¿Y las guerras artificiales?¿Y el tráfico de armas?

– No sea idiota, Carvalho. ¿Quiere usted hundir la industria armamentista? Es como querer prescindir del petróleo. El hundimiento económico sería tan catastrófico que viviríamos, entonces sí, una nueva Edad Media llena de guerreros posindustriales y de canibalismos. ¿Le duele la cabeza?

– De momento me la aguanto con las manos. Todo empezó cuando intenté saber quién había matado a un joven de buena familia que quería ser un diablo, un diablillo, mejor dicho. Ha sido una víctima de la nueva modernidad construida por mafias.

– Cuando el Estado se hunde, ¿qué haríamos sin las mafias? Todo poder ha tenido un origen espúreo, guerrero o mafioso. No pierda el tiempo con ese recuerdo.

Piense en usted mismo. Quimet le ha metido en un berenjenal, en su propio berenjenal y usted no sabe muy bien qué papel le atribuye, pero usted se lo imagina. Quimet es un hombre fiel al gobierno autonómico y si permite juegos radicales, servicios de información, conexiones internacionales es porque piensa que así lo controla todo y cuando despacha con el presidente le dice: Son muy juguetones, pero tranquilo, Jordi, tranquilo, todo está bajo control. Y en cierto sentido lo está mientras se mantenga el actual poder, pero en cuanto termine, todo está preparado para conflictos de fondo en los que jugarán un papel relevante elementos foráneos que escapan a la capacidad de control de Quimet. ¿Cómo se puede llegar al siglo xxi llamándose Quimet? Aun así ha habido que acabar con Quimet. No volverá a hacer política durante todo el próximo milenio. Entonces quedaremos Manelic y yo frente a frente. Él encabezará el frente patriótico y no es el mío. Yo juego fuerte, quiero poder, el poder de urdir y decidir. Quiero ganar por una vez en mi vida. Por una vez estoy al lado de los que ganan, seguro. Necesito que en ese momento usted esté junto a mí y a quien represento.

– ¿A quién representa?

– Al economicismo internacional. A Pérez i Ruidoms, que es mi amo y es mi esclavo y viceversa. Ése es el poder subversivo contra el que nada podrán los políticos. Satán. El propietario del castillo en el infierno.

Se había echado a reír y esperaba que Carvalho cuestionara su satanismo para demostrárselo, pero Carvalho lo contemplaba como si estuviera recitando el monólogo de Hamlet o la romanza del barítono de Los Gavilanes.

– ¿Lo duda? ¿Piensa que me ha clasificado para siempre como un sociólogo obseso y no peligroso? ¿Quiere que le enseñe la lanza ensangrentada?

Se llevó una mano al bolsillo del abrigo y sacó un sobre que entregó a Carvalho. Lo tuvo el detective entre las manos como si calculara su peso y finalmente comprobó que no estaba cerrado y de su interior sacó un puñado de fotografías. Había la suficiente luz como para a primera vista verse desnudo, ver desnuda a Yes, en el lecho, en el bosque durante el picnic pecador.

– Las hay peores.

Advirtió la voz de Anfrúns. Carvalho se las devolvió y se encogió de hombros.

– Soy huérfano. No puedo por lo tanto dar un disgusto a mis padres. No estoy casado, es decir, no puedo dar un disgusto a mi mujer. Tengo muy mala reputación, usted no puede empeorarla.

– ¿Y ella? ¿Jessica Stuart-Pedrell es huérfana? ¿Le van a gustar estas fotos a su marido? ¿A sus hijos? ¿Sabe usted desde cuándo controlamos estas relaciones? ¿No le ha hablado Yes, porque usted la llama Yes, de unos anónimos?

Carvalho golpeó con un puño el ojo más cercano de Anfrúns y trató de asirle la cabeza con un brazo para intentar achicársela o quitársela de la vista. Fue un acto pueril y condenado al fracaso, porque sólo pudo cogerlo por una coleta resbaladiza. Anfrúns dio media vuelta y le pegó una patada a Carvalho en la cadera, luego se sacó una pistola y la acercó hasta que el cañón topó con la nariz de Carvalho.

– Tranquilo. Es una advertencia. No se puede ser un outsider. No queda sitio en este mundo para los out-siders

Aunque esté llorando,

aunque esté muriendo.

¿Sabes tú por qué, mi amor?

Siento deseos de acariciarte, de acariciarte mucho, de darte un montón de besos, besos suaves, ligeros, otros apretados, húmedos, intensos, largos… pero sobre todo: muchos. ¿Sabes qué?: estoy empeñada en ti.

Nada de cuanto te he escrito tiene el objeto de cuestionarte en nada, tú has dicho en todo momento, y muy claro, que tienes tu vida y que quieres seguir teniéndola; lo de menos es qué argumentos son los tuyos, no te juzgo ni bien ni mal, seguro que tienes tus razones, entre ellas no dudo que un cariño muy especial, grande y… conveniente (y eso no lo hace, necesariamente, desdeñable, te aseguro que, en esta ocasión, lo digo sin doblez) por ti mismo o por el imaginario que tienes de ti mismo, porque dudo que sea Charo, tu Charo lo que se interponga entre tú y yo.

Sí, cada día que pasa tengo más claro que voy a quedarme sola.

Biscuter se había empeñado en hacer el primer plato siguiendo una receta de la revista Sobremesa: terrina de foie-gras de pato con verduritas de invierno y yogur al mosto. Una propuesta de cocinero joven, vasco evidentemente porque se llamaba Bixente Arrieta.

– ¿Qué edad tiene ese cocinero?

– Veintiséis años y cocina en el restaurante del Museo Guggenheim de Bilbao.

– A esa edad no se sabe comer, menos se va a saber cocinar.

– No sea racista, jefe, que es usted un racista biológico.

Le enseñó la revista de donde copiaba la receta y un ramillete de jóvenes cocineros presentados como los novísimos y junto al Arrieta salían otros que Carvalho calificó de imberbes. Charo se había comprometido a traer los turrones y Carvalho había quedado a cargo de un segundo plato, un carre de cordero deshuesado, relleno de jamón de cerdo ibérico y braseado, acompañado con una guarnición de patatas fritas en láminas aromatizadas con hojuelas de trufa blanca. Biscuter disertó ante los ingredientes señalándolos con uno de sus deditos más afortunados.-Primero se cuece el foie en grasa de pato, a fuego muy lento, unos diez minutos y se deja enfriar. He improvisado las verduras porque no tenía a mi alcance las de la receta, pero coceré espárragos, puerros, coliflor y shitakis, setas chinas. Aparte hay que tener preparadas hierbas aromáticas como cebollinos, perejil, tomillo y menta. Se hace un marinado con cebolletas, aceite de oliva, coriandro, pimienta negra, vino blanco, zumo de limón, champiñón, uvas pasas, tomate picado. Todo ha de cocer junto menos las uvas pasas que se añaden una vez colado el cocimiento. Ya sólo nos falta ir a por el yogur al mosto, que se hace reduciendo el mosto a punto de caramelo y luego desglasándolo con los yogures batidos. Se le añade nata igualmente batida y como hay partes de la receta que no entiendo porque está más mal explicada que la guerra de Kosovo, yo me lo he resuelto a mi manera. Coloco las verduras cocidas al dente, le hecho por encima las hierbas aromáticas y luego el foie salado con sal gruesa y con el yogur de mosto haré un cordón de adorno que rodeará la construcción del foie.

Se presentó Biscuter en Vallvidrera con todos los ingredientes y se apoderó de la cocina con el pretexto de que el plato de Carvalho era muy fácil y muy rápido y en cambio el suyo necesitaba parsimonia y concentración de gran chef. Carvalho le dejó hacer mientras se aplicaba a organizar la chimena a partir de la quema de El hombre y la muerte de Edgar Morin, un texto que le había angustiado casi treinta años atrás, cuando de pronto calculó qué edad tendría en el año 2000 y le pareció caer a un pozo tan sin fondo que la caída era eterna, una caída para siempre. Recordaba todas las muertes que anuncia el envejecimiento y especialmente la degradación del cerebro, el principio del fin más profundo, frente a lo que es inútil siquiera escribir cuatrocientas páginas para llegar a la conclusión de que la única forma de vencer a la muerte es integrarla en la propia vida, mientras se espera un cierto grado de amortalidad basado en envejecer largamente, hasta cumplir cien, ciento cincuenta años con obstinación y con la ayuda de la estadística. ¿Y si dejaran de luchar contra la muerte y en cambio se enfrentaran a la calidad del envejecimiento? Pero al llegar a este punto el libro ya ardía y Biscuter le expresaba su perplejidad ante la receta.

– ¿Qué hago con el marinado, jefe? ¿A quién se lo aplico? ¿Al foie o a las hierbas?

– Sospecho que debe ir sobre las verduras, porque si no, ¿qué pinta la sal gruesa sobre el foie?

– Haré pruebas, jefe.

– ¿Por qué no telefoneas al autor?

Nunca creyó que Biscuter le hiciera caso, pero al rato ya había localizado el teléfono del restaurante del Museo Guggenheim utilizando su Biblia gastronómica actual, La guía de la gastronomía 2000 de un tal Rafael García Santos y no mucho después debatía con el cocinero en directo. Así que el marinado es para las verduras, de cajón, don Bixente, de cajón, disculpe a un amateur que le haya molestado en tan señalada noche. Luego Biscuter se frotaba las manos.

– La juventud nos empuja, jefe. Este plato no se le habría ocurrido a usted.

Charo llegó cargada de turrones, barquillos y mantecados así como de botellas de moscatel de Ribesaltes, al que dijo haberse aficionado durante su estancia en Andorra, y de una botella de cava magnum Milenario, porque al final del milenio había que beber cava especialmente preparado para meternos en otra dimensión.

– Entrar en otro milenio es como entrar en otro mundo. Es como llegar a Marte.

Venía dispuesta a que donde estuviera ella reinara la alegría y destapó la botella de cava Milenario sin respetar que Carvalho hubiera llenado el frigorífico de botellas de Gramona, el cava de su infancia. Al fin y al cabo la fiesta era de Biscuter y Charo y fueron ellos los que sacaron regalos para Carvalho, Biscuter pastillas combustibles para iniciar el fuego en la chimenea y Charo un extraño maletín que le ofreció con una sonrisa de complicidad.

– Las pastillas, jefe, son para que no tenga excusa para quemar libros. Arden mejor que los libros.

– ¿Quieres frustrar la parte fascista de mi alma, Biscuter?

Carvalho abría el maletín y quedaba frente al enigma de su contenido centrado en algo parecido al teclado y la pantalla de un miniordenador. Cuando se volvió hacia Charo en demanda de información ella dijo escuetamente:

– MVG 25.

Y le tendió un catálogo lleno de información sobre maletines semejantes destinados a contener equipos de vigilancia electrónica, vídeo y audio. El MVG 25 disponía de microcámara de color completamente oculta, videograbador personal y un potente micrófono estéreo escondido.

– Funciona con baterías recargables y también lo puedes tener en forma de mochila o bolso de señora, pero dudo que espíes en la montaña o que te prestes a llevar un bolso de señora.

– El año que viene me regalas un servicio de contraespionaje.

Charo estaba a prueba de sarcasmos.

– Ya lo había pensado. Tengo localizado un APC 99 que detecta cámaras ocultas, transmisores de ambiente, telefónicos, lumínicos, por subportadoras. Pero no me daban los ahorros para tanto.

Carvalho no había comprado nada para ellos y tal vez para compensar el silencio de Carvalho se lanzaron a cantar villancicos, Biscuter en catalán.

A Betlem m 'en vull anar

Vols venir tu rabada?

Vull esmorzar! [30] .

Y Charo villancicos rancios de su infancia sureña y campesina:

Pues mi Dios ha nacido a penar

dejarle velar

Pues está desvelado por mí

déjenle dormir

que quien duerme en el sueño

se ensaya a morir.

A Carvalho le vino a la memoria un villancico morisco que había aprendido en las clases de un profesor llamado Blecua: Bailar moresquillo, con el panderillo, que el bello chequillo, es hijo de Alá… Pero sólo lo cantó mentalmente y puso la sonrisa de complicidad con la juerga que estaban montando Charo y Biscuter mientras se iba al territorio común de encuentro con Yes, un ámbito flotante y medido por las dimensiones de los dos, como si existieran en la nada, como si dieran cuerpo a la nada. Carvalho dialogaba con Yes y le explicaba la estructura del villancico con el que algún morisco converso a la fuerza trataba de que le respetaran la mención de Alá como el Dios Padre de Jesucristo. Había esperado un fin de milenio sin supersticiones ni irracionalidades y estaba rodeado de viejas y futuras religiones que le cercaban como premoniciones. Con Yes avanzaba hacia una cocina interminable donde braseaba el cordero atado con hilo de bramante y ella ponía cara de aprobación.

– Rosado. El cordero me gusta rosado.

Yes estaba completamente de acuerdo. Como estaba de acuerdo con el Sauternes que escogió para acompañar el foie de Biscuter y se sorprendió cuando propuso un tinto Soneto de la Rioja para regar el cordero al jamón. Pero al salir de la cocina Biscuter con su foie al mosto de yogur, los aplausos y las exclamaciones de Charo le devolvieron a la realidad y se zambulló en ella a través de los sabores y de la frágil alegría de sus seres queridos, tan frágil que a la cuarta copa de cava milenarista, Charo se echó a llorar y se hizo rogar hasta confesar la causa de sus males.

– Cada vez que pienso en el pobre Quimet. Lo triste que pasa las Navidades y en cambio nosotros ¡qué alegría!

– ¿Podríamos invitar a Quimet a café y a una copa, jefe?

Los ojos de Carvalho fulminaron a Biscuter, en cambio los de Charo aparecían risueños a pesar de las lágrimas.

– ¡Tienes un corazón, Biscuter! Pero Quimet se ha ido con su familia a las islas Hawai a esperar allí el nuevo milenio. De todas maneras, gracias, Biscuter. ¡Qué corazón!

– ¡Si Dios me hubiera dado tanto cerebro como corazón!

– ¿De qué Dios hablas? ¿No eras ateo?

– Soy cristiano ateo.

– Si eres ateo no puedes creer en Dios.

– Alguna ventaja ha de tener ser ateo.

Y se quedó perplejo Biscuter, perplejo consigo mismo.

– Pienso, jefe, que hay dos dioses. El que ha hecho este mundo, que es un dios malvado, pero que en algún lugar espera el dios bueno que rehará la creación y todo lo que sabemos sobre el mal le servirá para construir el bien.

– ¡Qué bonito, Biscuter!

Jaleaba Charo. Carvalho estaba molesto sin saber por qué y les dejó troceando el turrón para salir al jardín y refrescar sus ensueños. La ciudad imponía sus luminarias sobre la concreción de las tinieblas y diseñaba la ruta de la luz como una red en torno a lo mejor de sí misma. La ciudad escogida. Pronto los días empezarían a crecer contra la noche hasta la llegada del verano ypodría ir a la playa, en otro siglo, en otro milenio. Pero ¿hasta cuándo? Charo y Biscuter habían planteado un dueto ideológico en voz alta y hasta Carvalho llegaba la exhibición de su imaginación teórica sobre la muerte, el milenio que terminaba y la vida, el milenio que llegaría al cabo de siete días. Se alejó de ellos hasta llegar al límite del jardín y dirigió la vista hacia el lugar donde estaría Yes cumpliendo con sus deberes de esposa y madre amantísima o tal vez ella también había distraído un momento sus fidelidades y había buscado la presencia de Carvalho en el espacio, el territorio de la nada que les determinaba y hacía reales, el uno en función del otro. Una caricia en la mejilla le hizo volverse ilusionado por si Yes se había encarnado a su lado y le convocaba al viaje total. Pero era Charo la que le estaba acariciando la mejilla, la que le embestía suavemente con la cabeza para que le dejara un sitio en su pecho.

– ¿Por qué estamos tan tristes, Pepe?

Luego siguieron bebiendo hasta caer dormidos en las camas o en los sofás y, durante el día de Navidad, Carvalho perpetuó su estado adormilado hasta que Charo y Biscuter se fueron a aburrirse en soledad, aunque antes le arrancaron la promesa de que celebrarían juntos la Nochevieja y a cambio pudo aguardar el segundo día de Navidad, el día 26 de diciembre, como el último obstáculo que se interponía entre él y la verdad de los días laborables.

Amanecía y por entre las ramas de los árboles, Barcelona, como una maqueta de sí misma, a los pies de la sierra de Collserola, le confirmaba dónde estaba y quién era. Rutinariamente puso en marcha la radio. En la COM alguien estaba recordando la guerra de Yugoslavia y lo injustos que habían sido algunos intelectuales y políticos con el ex secretario general de la OTAN, el español universal, Javier Solana. Sin duda los críticos de Solana procedían de la estirpe poscomunista, porque sólo a un poscomunista se le ocurre llamar criminal de guerra al secretario general de las fuerzas armadas del Imperio del Bien. El que hablaba era un profesional de la solidaridad internacional oficializada y eurodiputado, recientemente elegido jefe universal de Greenpeace tal vez porque algo quedaba en él de aquel diplomático atípico capaz de decir no ya cosas inteligentes, sino incluso estimulantemente sorprendentes, más sorprendentes que acusar de poscomunismo a los que no pensaban lo que él. Del discurso globalizador se pasó a las noticias sobre lo cotidiano y fue después de tomarse una pastilla digestiva que preparaba las otras pastillas cotidianas cuando escuchó, primero sin entenderla, la noticia de que había aparecido en un sendero de la sierra de Collserola el cadáver de Jessica Stuart-Pedrell, de SP Asociados, en extrañas circunstancias, más extrañas, podía intuirse, que las circunstancias normales en las que aparece un cadáver con un tiro en la sien. Cuando entendió la noticia tuvo ante sí la cabeza de Yes con un tiro en la sien y dialogó con ella: ¿Cómo es posible? ¿Qué te ha pasado? ¿Así que no vamos a volver a vernos?, mientras una música tristísima, la que tarareaba cuando creía despedirse de Yes para siempre, le inundaba todo el cuerpo, especialmente intensa en el cerebro, sentía los oídos taponados y algo le dolía especialmente en la ruta que une el corazón con el estómago. Carvalho se inclinó sobre el lavabo para vomitar lo que no había comido, pero sí lo que quedaba de la primera pastilla que acababa de tomarse y cuando se liberó de la angustia física se metió en la cama, se tapó todo el cuerpo, especialmente la cabeza para abrigarse los ojos y olvidarse de que le pertenecían. Ahora la radio comunicaba que las grandes potencias habían instado a Rusia para que dejara de machacar a Chechenia, aunque, según comentaba el especialista convocado, lo que estaba haciendo Rusia en Chechenia convenía a los intereses europeos porque Turquía e Irán podían estar detrás de todo intento desestabilizador utilizando las repúblicas islámicas del Cáucaso como kamikazes. Cuando Yes estuvo por primera vez en la casa, veinte años atrás, había exclamado varias veces ¡qué bonita!, como si ella no viviera en una de las casas más hermosas que Carvalho jamás había visto. Tal vez le estaba regalando la gentileza de la envidia, aunque entonces él lo quiso interpretar como un intento de camuflaje de clase. El continente de una fugitiva de su clase y el contenido de su clase, pensó Carvalho mientras se ajustaba la bata para no mostrar su desnudez.

– ¿Te habías puesto cómodo? ¿Estabas ya acostado?

– No. Acababa de cenar. ¿Quieres comer algo?

– Me da asco la comida.

Veinte años atrás, Yes había desparramado sobre el sofá sus exactas caderas y su melena quedó como un lecho de miel tras las facciones apenumbradas.

– Esta mañana me he portado como una tonta y no te he sido de ninguna utilidad. Quería disculparme y ayudarte en lo posible.

– A estas horas descanso. No trabajo a destajo.

– Perdona.

– ¿Tomamos una copa?

– No bebo. Soy macrobiótica.

Se levantó de la cama, cerró la radio, se fue en busca del sofá donde Yes se sentó por primera y por última vez, donde por última vez le había pedido comprensión.

– ¿No me dices nada? ¿No te ha gustado mi sueño?

Menos mal que le había dicho, como si se lo arrancaran las circunstancias, un Te quiero que a él mismo le había parecido emitido por otra persona. No había dicho Te quiero desde su primer amor con aquella mujer insoportable, con la que llegó a estar casado, a la que no quería recordar, porque recordarla significaba recuperar sus peores tiempos de animal doméstico. Se vistió con toda la rapidez y todo el pesimismo que pudo, tomó el coche para descender a la plaza cruce de caminos de Vallvidrera y comprar el periódico. Los adquirió todos y entre la tienda y el coche ya había localizado la noticia del hallazgo del cadáver de Jessica Stuart-Pedrell i Lloberola, señora de Mauricio Martí González, ampliamente recordada en el rosario de necrológicas que poblaban La Vanguardia , necrológicas familiares, empresariales, de asociaciones benéficas y culturales. Las necrológicas, como lápidas, le construían a Yes, a título postumo, un lugar entre el patriciado más establecido, como si aquellas lápidas quisieran tapiar el hecho horroroso que las alzaba:

Un guardia forestal descubrió el cadáver junto a un sendero de la sierra de Collserola, vestido, sin signos aparentes de violencia, salvo el tiro en la sien. No se descarta ninguna hipótesis, aunque todo parece indicar un intento fallido de secuestro en el propio coche de la víctima, hallado en medio del bosque a poca distancia del lugar donde fue hallado el cuerpo sin vida de la señora Stuart-Pedrell de Martí.

Se metió en el primer lugar del mundo de donde salía olor a café, en Can Trampa, leyó todos los tratamientos de la noticia en los diferentes periódicos y se quedó sin conducta, sin ni siquiera tomarse el café antes de que se enfriara del todo. Rumor de fondo de los consumidores de flautas [31] de embutidos o de raciones de tortillas de patatas, olor de la cebolla que acompañaba a las tortillas, del café, algún carajillo que denunciaba la necesidad de los calores postizos del invierno, especialmente los ciclistas disfrazados de Induráin en horas bajas dedicados a una lucha a fondo contra el automovilista que llevaban dentro. ¡Cuántas maneras tiene de manifestarse la dialéctica entre el doctor Jeckyll y mister Hyde! Sin duda el invierno le había metido el primer frío en el cuerpo y nada le invitaba a salir a la plaza de Vallvidrera. Nunca más recibiría un mensaje de Yes, la náufraga que enviaba fax como los náufragos envían botellas. Cuando los pies le pusieron en marcha, luego le condujeron a la sucursal de la caja de ahorros vecina y una vez allí tuvo que preguntarse para qué. Pero sus labios ya le estaban hablando al director y le pedía su estado de cuentas y orientación sobre lo que podía hacer con el dinero acumulado. Ya lo sabía, pero tenía ganas de que le deprimieran para siempre, para toda la eternidad.

– Exactamente diez millones ciento treinta y siete mil pesetas.

– Dígamelo en Euros. Tengo ganas de deprimirme.

– Unos sesenta mil.

– ¿Qué puedo hacer con este dinero?

– Si lo pone a plazo fijo apenas le va a rendir doscientas mil pesetas al año, es decir unas dieciséis mil pesetas al mes. Ignoro cómo estarán sus cuentas en otras entidades bancarias.

– No existen.

– Tendrá algún fondo de pensiones.

– No.

– Cobrará alguna pensión.

– No.

– ¿Ha cotizado autónomos?

– No. En su tiempo trabajé para la CÍA. Pero me expulsaron. ¿Usted cree que puedo pedir una pensión?

El señor director ni pestañeó. Estaba ocupado en valorar a Carvalho no ya como cliente sino como suicida.

– Podemos mover algo su capital. En bolsa, por ejemplo.

– No creo en la especulación capitalista.

Los ojos del señor director le estaban diciendo: Entonces, suicídate, hermano.

– La casa de Vallvidrera es suya. Puede hipotecarla o venderla.

– La casa propia no se vende. Prefiero incendiarla. ¿Qué se puede hacer con diez millones de pesetas?

– Gastarlos prudentemente cuando ya no pueda trabajar. Imagine que necesita unas cien mil pesetas al mes para sobrevivir. Estirándolo un poco los puede alargar hasta diez años.

– Otra opción.

– Compre algo o dé la vuelta al mundo.

El hombre había sacado el sentido del humor escondido en la caja de seguridad de apertura retardada.

– Es una gran idea. Compraré a la mafia rusa una partida de caviar algo deteriorado o quemaré libros hasta entrada la noche y en invierno viajaré hacia el sur.

Volvió a casa. La clausuró con todos los cierres posibles. Se metió en su habitación. Apagó la luz. Se tendió en la cama, volvió a cubrirse, cerró los ojos, sintiéndose como un cuerpo flotante en la oscuridad, un cuerpo navegante en la nada más absoluta, tan absoluta que no admitía ni el menor movimiento. Moverse significaba afirmarse, afirmar, creer. Yes había vuelto la cabeza hacia él, sin importarle el orificio del tiro en la sien, ni el hilillo de sangre que le tatuaba un recorrido oscurecido desde detrás de la oreja hasta la barbilla. Carvalho trataba de rascar con una uña la sangre coagulada pero Yes apartaba la cabeza, como sólo podía apartar la cabeza Yes y los labios de Yes, de pronto otra vez Yes muchacha le pedía una pajita o el canuto de un bolígrafo para poder tomarse la raya de coca que había trazado sobre el cristal que rodeaba la geografía blanca del lavabo. Ahora Yes le reñía:

– ¿Por qué tienes que hablar siempre como un detective privado? ¿No puedes dar excusas normales?

– Lo tomas o lo dejas, lo siento. Por otra parte, vernos con tanta frecuencia me parece excesivo. Ahora voy a comer aquí tranquilamente y no pienso invitarte.

– Estoy sola.

– Yo también, Jessica, por favor. No me gastes en seguida. Utilízame sólo cuando sea estrictamente necesario. Tengo trabajo. Vete.

Ella no sabía cómo irse. Sus manos divagaban, como si buscara dónde apoyarlas, pero sus piernas retrocedían en busca de la puerta.

– Me mataré.

– Será una lástima. No evito suicidios. Sólo los investigo.

El teléfono sonó hasta agotar su confianza en ser atendido. Volvió a sonar otra vez y otra vez insistió, como si tratara de comunicarle a Carvalho algo imprescindible que él podía predecir. O era la policía o era Biscuter comunicándole que la policía quería verle.

Biscuter le confirmó que la policía andaba buscándole. Carvalho bajó a Barcelona y ya en el despacho se trazó un orden del día condicionado por el encuentro con su futuro en Lluquet i Rovelló. Con diez millones de pesetas olvidadas en la Caixa más que ahorradas y con la casa en propiedad por todo patrimonio, tenía razón Charo, había que asirse a la última oportunidad del funcionariado, negociar en posición de fuerza para conseguir la promesa de una pensión cuando se jubilara y presenciar desde la platea la victoria del Satán economicista, como le llamaba Anfrúns. Ni siquiera persiguió esta vez en los diarios el desarrollo de la noticia del asesinato de Jessica. Sabía que de un momento a otro sería el hecho el que le perseguiría a él y una llamada a la puerta le puso en alerta.

Dos enviados del inspector Lifante le sugerían que les acompañara a la Central de Policía de Via Laietana. Las centrales de policía ni se crean ni se destruyen, simplemente repintan sus fachadas. Carvalho abrió el cajón donde estaban los fax de Yes y seleccionó los primeros, los que le criticaban como comparsa de su propio imaginario. Se los metió en el bolsillo y ya indicaba a los inspectores que estaba dispuesto a seguirles cuando de pronto el fax volvió a emitir y aunque fingió acoger el mensaje con indiferencia algo molesta, el corazón empezó a revolverse contra el cerebro porque era una carta de Yes. Cuando enmudeció la máquina, el silencio atmosférico se había hecho hielo, como paralizando a los inspectores que le miraban expectantes, mientras Carvalho ordenaba las hojas desmotivado, las doblaba y se las ponía en el bolsillo opuesto de la americana. Cuando el coche policial recorría la escasa distancia que separaba el despacho de Carvalho de la Central de Via Laietana, con una mano acariciaba las páginas diríase que tibias, como si conservaran el aliento de Yes al escribirlas, pero ¿quién se las había enviado?

A la espera de que Lifante le recibiera, Carvalho se sentó en un banco de madera y fingió sacar las cuartillas desganadamente, alzándolas hacia sus ojos para protegerlas de cualquier lectura intrusa.

Ya he/hemos agotado toda la medicina forense, incluso las disecciones en vivo están agotadas; lo están porque no hay nada que añadir al estudio -necrológico- de este muerto y también porque su estudio nos ha traído el cansancio, la desgana, casi, el tedio. Es, desde luego, un muerto que está aún de buen ver y oler. Por eso lo mejor será echarle tierra encima cuanto antes; no sólo porque a los muertos lo mejor es darles tierra, también porque es la forma más segura de no dejar que se revuelvan. Los escasos datos biográficos que conozco de usted sólo me han permitido saber cuál fue el año de gracia de su nacimiento; de forma casual he sabido que fue en junio, ignoro el día. He estado fabulando sobre esto y he llegado a la -indiscutible- conclusión, de que su nacimiento no pudo ser producto de un solo día, por ello sus escasos y solapados datos vitales deberían informar para facilitar el zodíaco. A fín de año, las fiestas alcanzaban el máximo esplendor. Por ello había decidido hacerle llegar mi regalo antes del día 1 de enero del 2000. Le había escrito un poema sobre un pergamino a modo de resumen, tratando de conjugar en él lo que de usted conozco y lo que a mí me sugiere, es decir los datos ciertos con los datos verdaderos. Usted es sabio y novísimo, certero y apabullante, con usted suena la música. Seguramente le sorprenderá saber que tiene alma de torero. Para ser torero hay que tener mucho oficio, conocer a fondo -perfectamente- todos los elementos, manejarlos con precisión, decididamente, alternarlos y hasta prescindir de ellos, de todos ellos, incluso del que le sirve de pretexto en un alarde de arrogancia, de poder, de color; con la suavidad y la armonía del baile, acortando la distancia hasta el ceñido, fundiendo lo que se sabe con lo que se siente, en funambulesca ejecución y corriendo el riesgo.

El poema recupera el mar de terrazas concatenadas que veía de niño, en un escenario como ése aprendiste (¿le importa si le tuteo?) que la mirada sólo puede ejercerse desde arriba. Se vive dentro, abajo y cuando se sube a la azotea, se descubre a los otros como similares, se despeja el horizonte, se respira mejor y se ve más claro, se comprende. Desde entonces tienes la costumbre de achicar los ojos para ver mejor, como cuando oteabas el horizonte y te dañaba el sol; desde entonces te seducen las alturas aunque no sería de extrañar que sintieras vértigo.

Digas lo que digas el denominador común es siempre un lenguaje original, propio, certero, intimista, sabio, cercano, nuevo, abierto a las precisiones tanto como a los sueños, seductor aunque solidario. Incluso tus silencios son lenguaje. Sólo cuando se conoce el conjunto de tu vida se te conoce, y entonces se te conoce completamente; es como un juego mágico enel que te vas haciendo con cada una de las piezas, todas distintas, irregulares, multicolores, la sorpresa final es un mosaico espléndido, más exactamente un vitral. No sólo tiene formas, color, tiene luz. Me había atrevido a pensar que este poema podíamos hacerlo juntos y una vez terminado mi turno, tú podrías jugar con él, cambiar palabras, añadirlas, eso también formaría parte del juego; te ayudaría a anochecer, te enseñaría a amanecer. Era mi regalo fin de milenio, eso me aseguraba que tendrías que aceptarlo, más aún, que lo apreciarías.

Este poema era tan mestizo como tú, no le importan las técnicas, puede con todas, las quiere todas, siempre espera descubrir una nueva, se ha ido haciendo incorporando elementos afines, engullendo los que no lo eran tanto. Había escrito este poema pensando que sólo estaría completo cuando pasearas por él tu mirada, el verde inadvertido de tus ojos excusará mi falta de talento.

No te preocupes, esta angustia, este esquizofrénico comportamiento se nos pasará, tu memoria lo sabe y puede que saberlo te lo haga más triste.

Te voy a dar la noticia del año, del siglo, del milenio.

Mi marido lo sabe todo.

Mi marido lo ha visto todo.

Mi marido lo ha visto todo.

Mi marido lo ha visto todo.

Ayer noche me dijo que me iba a poner un vídeo muy interesante. Había conseguido que los dos chicos se fueran al cine y era lógico que me lo pusiera aprovechando su ausencia. Pensé que era algo que podía dañarles.

LOS ACTORES DEL VÍDEO ÉRAMOS TÚ Y YO, EN TU CASA, EN TU CAMA, EN TU LAVABO. EN EL PARQUE DE SANT LLORENC.

¿Quién ha podido espiarnos de esta manera? ¿Por qué? ¿para qué?El muchacho aquel que me llevé a Katmandú ha crecido y ha tenido que reprimirse para no pegarme. Sé que me odia. Sé que te odia. Sé que me puede matar, pero jamás podrá matar lo nuestro, lo que nos reúne después de veinte años y un día y nos descubre el error del desencuentro, un error que le incluye a él, cuando le recuerdo muchacho con gafas, letraherido, tímido, incapaz de besarme si yo no le daba mis labios, incapaz de quererme si yo no se lo pedía, incapaz de odiarme hasta que ahora yo le he dado motivos. Además ¡me ha destrozado el poema!

Te quedas sin regalo.

Volvió a leer Carvalho la frase temerosa de Yes y el vídeo circuló por su cabeza como en una pantalla, y si volvía la cabeza detrás de la cámara veía a Anfrúns. La proyección se interrumpió en el momento en que el inspector le proponía pasar a su despacho. Aún quedaban algunos párrafos por leer, pero dobló los papeles y se los metió en el bolsillo de donde habían salido.

– ¿Anónimos?

– Facturas.

Al fondo del pasillo vio a un hombre taciturno y replegado sobre sí mismo que los miraba de perfil, especialmente a Carvalho. Luego se puso la bufanda y salió de la comisaría.

– ¿Lo conoce?

– No.

– Es Mauricio Martí, el marido de Jessica Stuart-Pedrell. Sospechoso, pero no hay pruebas. Peor aún, tiene coartada. ¿Qué sabe usted de él?

– Casi nada. Sólo me consta que viajó a Katmandú con Jessica en 1979, aproximadamente. Cuando me reencontré con Yes apenas hablamos de él. Estaba obsesionada con lo que había ocurrido veinte años atrás, con la recuperación de su padre, de la memoria de su infancia.

– ¿Nunca le reveló ningún temor?

– No. Había cambiado mucho. Tanto que parecía otra persona, aunque el problema era mío, no suyo, probablemente.

– ¿Nunca le reveló algo especial que pudiera aclararnos algo? Una mujer sin problemas, de vida transparente. Nadie la ha visto con nadie que no pertenezca a la familia. No ha dormido ni una noche fuera de casa. Ni un hueco en su vida.

Carvalho había dejado puesta la cara de la perplejidad y viajaba por las geografías solitarias de los encuentros con Yes. Primero, ¿por qué tuvo que contárselo todo a su marido cuando el todo era algo tan perteneciente al pasado? ¿Qué sentido tiene la lealtad llevada hasta la destrucción de dos seres humanos, ella misma y aquel muchacho al que cambió la vida para llevárselo a Katmandú? Pero Yes no había sido la víctima de su sinceridad, sino de una conjura que ella jamás habría comprendido, de una maldad estructural que podía filmar su entrega amorosa y después ponerla a disposición de un marido asustado de su propia cólera. Pero también Carvalho había faltado a un elemental código de prudencia: ¿por qué no la había avisado de las fotografías que le había enseñado Anfrúns? Había escondido la cabeza bajo el ala. Como si esas fotos no existieran o él estuviera en condiciones de impedir su circulación, él era el precio y no le había dicho a Anfrúns que no fuera a pagarlo. Pero había algo más. Un vídeo. Y lo habían metido en el paraíso agónico de Yes, sus hijos, su marido, tan perfectos, tan vulnerables. Carvalho comprendió de pronto cómo encajaban en el puzzle las piezas de Dalmatius, del Dalmatius real y de Anfrúns, las enigmáticas palabras de Dalmatius acerca de la fidelidad y el crimen. El inspector hablaba de la pareja formada por Yes y Mauricio como un ejemplo y un caso extraño de éxito cuando se trata de unir a una muchacha de familia riquísima y a un muchacho que no tenía dónde caerse muerto.

– Un estudiante becario al que de pronto se le aparece una muchacha deslumbrante.

– Dorada.

– ¿Dorada viene en este caso de oro?

– No. Es como una luz. Es una aura. Ni siquiera tiene que ver con el color de los cabellos. Pero si alguna vez ha existido una muchacha dorada ésa era aquella Yes que yo conocí en 1979.

– Hizo de él un hombre. Cuando se les acabó el romanticismo volvieron de Katmandu y él tuvo que luchar para merecerla, pero ya era el marido de una Stuart-Pedrell. El planteamiento es muy interesante, Carvalho. Estaba este hombre tan supeditado a ella desde que era un adolescente que podía haber llegado a odiarla.

– Eso es demasiado literario.

– O de pronto descubre que ella puede dejarle, es decir, que se va a quedar sin ella y por lo tanto sin identidad, y la mata.

– Sigue siendo muy literario y además no tiene pruebas. Usted tiene una tendencia a intelectualizarlo todo, Lifante. Es usted un teólogo de la seguridad y quizá las cosas sean más simples. Quizá a ella la mató un forastero, dando a la palabra forastero una significación metafórica. ¿No era usted semiólogo?

– Me siento tentado todavía por la semiología. Pero no entiendo lo de forastero. ¿Se refiere usted a la puerilidad de que a Jessica Stuart-Pedrell la haya asesinado un vagabundo como en las peores novelas policíacas?

– En un mundo en el que las personas de orden estamos ya censadas, la agresión podemos esperarla del forastero o del salvaje, del que no es de los nuestros o del que todavía no ha probado las ventajas de la civilización. Un bárbaro. Sin duda el asesino es un bárbaro. Un extranjero. Un extraño. Un eslavo o un watusi o un magrebí. Es lo mismo. No veo por qué ha de ser el marido. En cierto sentido me siento responsable de este hombre. Yo le aconsejé a Yes hace veinte años que se fuera con él a Katmandú y que le hiciera un hombre.

– ¿Por qué?

– Hay jóvenes que te miran como si te pidieran un consejo y Yes era así. Siempre parecía esperar un consejo.

Lifante suspiró. No se fiaba de Carvalho, pero se lo había dicho tantas veces que no quiso repetirlo por coquetería intelectual.

– No tiene nada que ver con esto pero ya le advertí que no jugara a espías, Carvalho.

Había tirado sobre la mesa un montón de fotografías en las que Carvalho entraba o salía de Lluquet i Rovelló o se bañaba en la playa con Margalida o se encontraba con Anfrúns. Pero ninguna con Yes.

– ¿Estas fotos las han hecho ustedes o también les han llegado por obra y gracia del Espíritu Santo?

– El Estado vigila. Ninguno de los movimientos de esta gente se le escapan y el CESID ha empezado a tomarse en serio la posibilidad de una red europea de servicios de información no gubernamentales ni institucionales.

Indicó con la cabeza a Carvalho que podía marcharse y, cuando ya el detective tenía medio cuerpo más allá de la puerta, Lifante dijo:

– Un compañero de trabajo ha declarado que Jessica le enviaba con frecuencia fax a usted

Carvalho se dio un golpe en la cabeza con una mano, como si se riñera por su descuido y temió equivocarse de montón de cuartillas cuando dirigió la mano hacia el bolsillo derecho de su abrigo. No. No se había equivocado, eran las correctas y volvió sobre sus pasos para ofrecérselas a Lifante.

– Aquí los tiene, por si le interesan. Yes era crítica de conducta y le gustaba mucho analizar y criticar los casos en los que me he visto metido. Es una relación por fax estrictamente conceptual, muy literaria. ¿Si usted tuviera que escoger entre la Literatura y la vida, qué escogería?

– La Literatura.

Carvalho riñó con los ojos al inspector y definitivamente depositó las hojas sobre la mesa. Luego salió mientras se palpaba en el otro bolsillo los fax seleccionados y, dando sentido a la secreta eucaristía con Yes, allí estaba Mauricio el marido, en la acera de enfrente, contemplándole con rencor, con voluntad de criminal acomplejado que desea ser descubierto. Carvalho no le aceptó la mirada y se puso a caminar mientras le enviaba un mensaje cerebral:

¿Por qué me has enviado el fax que te denuncia"? Muchacho, espera a que pase todo y vuelve a peregrinar a Katmandú para recuperar tu mejor memoria y piensa que no has sido el único responsable de la muerte de Yes, que siempre podrás contar conmigo como cómplice porque otra vez la volví a abandonar y la dejé desnuda sobre la mesa bajo el cuchillo de los peores asesinos. Pero está claro que has sido tú quien ha aceptado, pagado a los sicarios y quien me ha enviado el último fax. Pero tal vez ni sepas quiénes son los verdaderos asesinos. Te encantaría que te denunciara. Es la única posibilidad que tienes de vengarte de mí. De matarme.

Desnuda sobre la mesa del despecho. Madre desnuda. Frente a las madres vestidas algunas mujeres excepcionales se nos ofrecen como madres desnudas y de una u otra manera las matamos. Pero el marido ensangrentado ya había dejado de seguirle porque se había metido en el primer bar que había encontrado, a la espera de que el alcohol le diera valor para delatarse. Carvalho extrajo los fax de Yes que quería conservar y acabar la lectura del último recibido interrumpida por Lifante.

Adiós, por si debo decírtelo, como en los mejores boleros, adiós amor de media tarde o de media vida, quizá amor de día laborable. Quizá tengan razón los días laborables. Ha dejado de ser secreta nuestra fiesta. En estas cartas se yuxtaponen y alternan desordenadamente los tiempos, de forma concienzuda, es decir: intencionadamente: el tuyo y el mío. A la poesía se añade de este modo la música de un tango, bailado como se bailan los tangos -paso, contra paso- con un ir y volver sincopado, también cadencioso, como este que ahora suena.

Pero el viajero que huye

tarde o temprano detiene su andar…

A medias entre el bolero y el tango, pensó Carvalho, y se borró la nube que se le había metido en los ojos, como una sublimación de la opresión que sentía en el pecho. Por dos veces había enviado a Yes en una dirección equivocada, pero no sólo a ella sino a sí mismo y ya sólo le quedaba dar vueltas en torno a la vejez y la muerte. Si en la primera ocasión el mal había asesinado a una pobre perrita, en la segunda se había atrevido con la propia Yes. No. No acudiría a la cita en Lluquet i Rovelló. Carecer de futuro permite aplazarlo. Ni quería poner la cabeza sobre el hombro de Charo para explicarle la segunda muerte de Jessica. Había descendido Via Laietana en busca de la plaza de la Catedral para ganar las Rambles y el parking donde reposaba su coche. Faltaban veinticuatro horas para el primer final del milenio, abierta la posibilidad de que el 31 de diciembre del 2000 se volviera a celebrar, y la ciudad se había limitado a exagerar la farsa navideña de todos los años. Tal vez algo más de luz y de compras. En la plaza de la Catedral los puestos de figuras de nacimientos, cada vez más en competencia con papas Noel de trapo o de escayola y la maravilla de las escenificaciones con corcho y musgo, palmeras metálicas, un niño Jesús portentosamente desnudo en el invierno de un Belén imaginado como paisaje napolitano o del Empordà. Un cielo panza de burro se había abierto y llovía sobre la Barcelona pasteurizada, como si aún no hubiera sido suficientemente destruida su pátina de ciudad esquizofrénica y tantas veces melancólica. Ya en las Rambles descendió hasta el puerto en busca de la terapia del mar. Sólo el mar parecía melancólico, porque tenía color de cristal opaco, como si se hubiera vuelto un mar del Norte, un mar extranjero. Tienen razón los días laborables, nunca los de fiesta. Tienen razón los inviernos, nunca la primavera. Se metió en una cabina telefónica y llamó a Biscuter.

– Bien por la llamada, jefe. Nos va de puta madre. Le está buscando Charo y su teléfono comunicaba. ¿Confirma la cita, para el día de Nochevieja? Tengo otra receta muy ferma y muy barroca, jefe, como usted diría, que le he oído a una cocinera que se llama Ruscalleda. ¡Migas con chorizo, jamón y granada!

– Biscuter. Empecemos bien este milenio de mierda. Vamonos a dar la vuelta al mundo.

– Tómese un Bloody Mary, jefe, va bien para las resacas.

Luego telefoneó a Anfrúns y le citó en la escollera, frente al primer buque atracado fuera de las aguas del puerto. Era una cita definitiva que hacía referencia a la huida de Margalida y Albert. Pero Anfrúns se rió.

– ¿Sólo tiene que hablarme de eso, Carvalho? ¿No ha ocurrido nada más?

Carvalho tomó un autobús hasta la Barceloneta y caminó más allá de los antiguos baños de San Sebastián en busca de la fachada del Club Natación Barcelona para luego ascender hasta el nivel de la escollera y avanzar en dirección hacia el faro sin otra compañía que los corredores de fondo en lucha contra el colesterol y la glucosa en la sangre. Reconoció a uno de los que corrían. Era el hombre del chándal, Xibert, que pasó a su lado y mantuvo la carrerilla al ralentí para ser reconocido, para decirle estoy aquí. Por un momento Carvalho detuvo su intención de cumplir consigo mismo, pero a medida que la carrera del hombre del chándal se alejaba, se reafirmaba en la idea de que la suerte estaba echada, se moviera o le movieran. Al llegar a la altura del primer petrolero atracado en mar abierto, Carvalho descendió por las rocas para situarse a media distancia con el nivel del mar y se sentó de cara al paseo para presenciar la llegada de Anfrúns. Lo vio venir desde lejos con las alas de su barato abrigo desplegadas por la brisa salada, el rostro adelantado como una proa y la coleta canosa como una estela. Carvalho le hizo una seña para convocarle y Anfrúns se metió entre las rocas con una agilidad estrictamente sobrenatural. No comprendió por qué Carvalho le decía:

– Por fin he adivinado qué papel nos han dado a usted y a mí en todo esto.

Tampoco pareció comprender por qué Carvalho había sacado una pistola del bolsillo de la chaqueta, ni entendió su propia muerte cuando el disparo le abrió un ojo divino en el centro de la frente. ¿Por qué la gente reacciona normalmente tan tarde ante la evidencia de que van a matarla? Carvalho pensaba que probablemente tenía razón aquel que había dicho alguna vez: «Sea relativista con todo aquello que no le importe.» ¿Quién lo había dicho? Carvalho desmontó el silenciador mientras comprobaba a derecha e izquierda si el disparo había sido oído por algún pescador de caña y cuando pasó por encima del cuerpo de Anfrúns, desbaratado, semioculto entre las rocas, musitó:

Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria.

Al llegar a la calzada, el hombre del chándal volvía de su carrera hasta el faro y pasó a su lado sin mirarle. Carvalho se llevó la mano a la pistola escondida, pero Xibert desvió la cabeza para descubrir entre las rocas el garabato de Anfrúns. Luego prosiguió su marcha, sin perder el ritmo.