Los hombres lloran solos

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«José Maria Gironella publicó en 1953 su novela Los cipreses creen en Dios, con la que alcanzó un éxito mundial. En 1961 Un millon de muertos, que muchos críticos consideran como el más vibrante relato de lo acaecido en España durante la guerra civil (en los dos bandos). En 1966 culminó su trilogía con Ha estallado la paz, que abarca un corto período de la inmediata posguerra.

Hoy lanza al público su cuarto volumen, continuación de los tomos precedentes, decidido a convertir dicha trilogía en unos Episodios Nacionales a los que añadirá un quinto y un sexto volumen -cuyos borradores aguardan ya en su mesa de trabajo-, y que cronológicamente abarcarán hasta la muerte del general Franco, es decir, hasta noviembre de 1975. La razón de la tardanza en pergeñar el cuarto tomo se debe a dos circunstancias: al deseo de poderlo escribir sin el temor a la censura y a su pasión por los viajes, que se convirtieron en manantial de inspiración para escribir obras tan singulares como El escándalo de Tierra Santa, El escándalo del Islam, En Asia se muere bajo las estrellas, etc.

Con esta novela, Los hombres lloran solos, José María Gironella retorna a la entrañable aventura de la familia Alvear en la Gerona de la posguerra, a las peripecias de los exiliados y del maquis, sin olvidar el cruento desarrollo de la segunda guerra mundial. Los hombres lloran solos marcará sin duda un hito en la historia de la novela española contemporánea.»

PRÓLOGO

CUANDO CONCEBÍ mi trilogía novelística centrada en la guerra civil española, los períodos históricos que los distintos tomos debían abarcar me parecían definidos, perfilados, con matemática precisión. Un primer tomo -Los cipreses creen en Dios-, que arrancara con la llegada de la República (1931) y terminara con el comienzo de la guerra civil (1936). Un segundo tomo -Un millón de muertos-, que describiera los tres años de guerra (1936-1939) en los dos bandos en lucha. Un tercer tomo -Ha estallado la paz-, que explicara al mundo la inmediata posguerra (1939-1941). Así lo hice y en principio di por terminada mi labor.

Pero he aquí que los acontecimientos me excedieron. La posguerra se dilató, casi diría que horizontalmente, hasta la muerte de Franco (1975). Yo no tenía la culpa de que el régimen impuesto por el general vencedor se sucediera a sí mismo. Ello trajo como consecuencia que mi historia novelada quedase inconclusa, que el microcosmos de Gerona y el destino de los personajes que habitaban en dicha ciudad y que mi pluma había puesto en pie, quedaran colgados. Entonces vi claramente que debería dedicar a la posguerra unos cuantos tomos más. Que el final de mi relato no podía ser otro que el traslado del cadáver de Franco al Valle de los Caídos, momento en que se cerraba definitivamente tan largo período de la historia de España.

Y esto es lo que me he propuesto hacer. Convertir mi trilogía en "Episodios Nacionales". Por el momento, lanzo al público el cuarto volumen, titulado Los hombres lloran solos y que discurre entre 1941 y 1945, hasta la terminación de la segunda guerra mundial y el aislamiento de nuestra patria. Confío en que con otros dos volúmenes, un quinto y un sexto, podré alcanzar el término de mi relato, el cierre del ciclo tal y como me había propuesto. El centro de la narración continúa siendo el mismo, Gerona, con la familia Alvear -Ignacio, el protagonista-, y será el la odisea de los exiliados.

Por qué he tardado tanto en escribir el cuarto tomo? Las razones son múltiples. Quería escribirlo con absoluta libertad de espíritu, sin el fantasma de la censura franquista cohibiéndome. Luego además, quería tener acceso a la mayor información posible. Cuando se dieron tan idóneas condiciones -año 1975-, el tema me pillaba lejos. Recorría el mundo y me lancé a unos cuantos libros de viajes, cuya experiencia me enriqueció desde todos los puntos de vista. Hasta que, asentada la democracia en nuestro país, sentí la necesidad de reemprender mi relato, de pagar la deuda contraída con mis lectores. Los hombres lloran solos es la primera respuesta y, si Dios me da fuerza, culminaré los dos volúmenes siguientes, ya esbozados, en un plazo de tiempo razonable, puesto que ya nada se interpone entre mi voluntad y el papel blanco que aguarda encima de mi mesa.

Para elaborar este cuarto tomo he echado mano, como siempre, de una hemeroteca y de una serie de libros escritos por otros autores. He de expresar especialmente mi gratitud a Rafael Abella, Ricardo de la Cierva, Ramón Garriga, Penella de Silva, Fernando Vizcaíno Casas, Daniel Sueiro, Tomás Salvador, Emilio Esteban-Infantes, Fernando Vadillo, Stanley G. Payne, Ramón Serrano Súñer, Francisco Bravo Morata, Max Gallo, Daniel Artigues, Luis Carandell, Garitón J. H. Hayes, Dionisio Ridruejo, Manuel Vázquez Montalbán, Raymond Cartier, Arnold J. Toynbee, Claudio Bertin, Dolores Ibárruri, Jesús Infante, R. Petitfrére, León Poliakov y Josef Wulf, Francisco Aguado, Socios, etcétera. En algunos casos aislados las frases han sido trascritas literalmente, puesto que hay datos históricos, fechas y vivencias personales que no se pueden manipular ni tampoco reelaborar. Confío en la comprensión de los autores consultados, muchos de los cuales me han otorgado generosamente el debido permiso para utilizar sus textos.

Y nada más. Ahí van Los hombres lloran solos. Espero no defraudar a los incontables lectores de los volúmenes precedentes.

EL AUTOR

JOSÉ MARÍA GIRONELLA:

(1917-2003):

Bibliografía de obras esenciales de José María Gironella:

1946: "Ha llegado el invierno y tú no estas aquí"

1946: "Un hombre" [ganadora del Premio Nadal]

1947: "La marea"

1953: "Los cipreses creen en Dios" [su obra literaria más importante]

1954: "El novelista ante el mundo"

1959: "Mujer, levántate y anda"

1959: "Muerte y juicio de Giovanni Papini: Cuento fantástico" [Giovanni Papini fue el "maestro" literario de Gironella]

1960: "Los fantasmas de mi cerebro" [obra onírica y surrealista. NB: Gironella sufría de graves depresiones mentales]

1961: "Un millón de muertos"

1961: "Todos somos fugitivos"

1962: "El Japón y su duende"

1962: "Personas, ideas, mares"

1964: "El escándalo de Tierra Santa"

1965: "China, lágrima innumerable"

1966: "Ha estallado la paz"

1967-1981: "Gritos del mar"

1968: "Conversaciones con Don Juan de Borbón" [obra parcialmente expurgada por el régimen del Movimiento Nacional]

1968: "En Asia se muere bajo las estrellas"

1969: "Cien españoles y Dios"

1970: "Cien españoles y Franco"

1970: "Gritos de la tierra"

1971: "Condenados a vivir"

1974: "El Mediterráneo es un hombre disfrazado de mar"

1980: "Carta a mi padre muerto"

1981: "Los hombres lloran solos"

1983: "Cita en el cementerio"

1986: "El escándalo del Islam"

1987: "La duda inquietante"

1988: "Mundo tierno, mundo cruel"

1989: "Jerusalén de los Evangelios"

1989: "Yo, Mahoma"

1990: "La sombra de Chopin"

1991: "Carta a mi madre muerta"

1994: "Nuevos 100 españoles y Dios"

1995: "El corazón alberga demasiadas sombras"

1997: "El corazón alberga muchas sombras"

1998: "Se hace camino al andar"

1999: "Las pequeñas cosas de Dios"

2001: "El Apocalipsis"

CAPÍTULO PRIMERO

MOSÉN ALBERTO fue uno de los primeros en darse cuenta de que estaban en guerra los cinco continentes. En una de sus "Alabanzas al Creador" trascribió la alocución del emperador del Japón a su pueblo: "Nos, Emperador del Japón por la gracia del Cielo, elevado al trono que pertenece a una dinastía ininterrumpida desde edades inmemoriales y eternas, hacemos saber a vosotros, nuestros leales y fieles súbditos, que declaramos la guerra a los Estados Unidos de América y al Imperio británico".

Nadie sabía nada del Japón, excepto el hermano del padre Forteza, misionero en Nagasaki. Los ciudadanos gerundenses habían oído hablar de las gheisas, de los samurai y de que la fórmula de suicidio más frecuente en el país era el harakiri. Cuál era su auténtico potencial, aparte los aproximadamente ochenta millones de súbditos? Disponían de una flota marítima capaz de afrontar el conflicto en el que se habían metido? Buenos guerreros sí lo eran. Con un estoicismo casi desesperante para los enemigos, que atávicamente solían ser China y Corea. Y jamás habían perdido una batalla, motivo por el cual cada jefe dinástico era considerado Dios. En algún momento crítico, y como si efectivamente el cielo bendijera sus acciones, los maremotos habían acudido en su ayuda. Otro dato a registrar: era de suponer que los generales que aconsejaron al emperador no eran tontos y que habían hecho sus cálculos matemáticos antes de lanzarse a la acción.

De los Estados Unidos se sabía mucho más, puesto que la civilización era más afín -templos cristianos en vez de pagodas-, y además estaba el cine. Quién más, quién menos, se había tragado un par de decenas de películas producidas en Hollywood. Y puesto que el sentido autocrítico de los americanos no podía discutirse, por regla general tales películas reflejaban la vida exacta de su inmenso territorio. Películas del Oeste, de la guerra de Secesión, seres capaces de lo mejor y de lo peor a condición de tener un vaso de whisky en la mano. También era de suponer que Roosevelt había hecho la señal de la cruz -o algún signo masónico-, antes de firmar su alianza con el Imperio británico.

Los gerundenses habían asistido al despliegue de declaraciones oficiales, empezando por la del gobernador, éste pendiente de ceder el mando a su sucesor, del que únicamente se sabía que se llamaba Jesús Montaraz y que procedía del Gobierno Civil de Albacete. El resumen era francamente satisfactorio para los militantes como Marta o Miguel Rosselló, o como el propio doctor Chaos, ferviente defensor de los Estados totalitarios. Alemania e Italia -ayudados ahora por el Japón, que cubría el flanco del Pacífico-, podían con todo lo que les echaran y más aún. Cierto que les caerían encima toneladas de plomo mortífero, ya que a partir de ese momento los aliados arrastrarían consigo no sólo a la Commonwealth, con sus inmensas colonias, sino, de rebote, a muchas naciones latinoamericanas. Sin embargo, el factor sorpresa era determinante. Y aquello había sido una sorpresa: pacto tripartito. Amanecer publicó: "Los tres generales con que Inglaterra contaba para derrotar el Eje: Invierno, Tiempo y Espacio, han sido batidos". Por supuesto, el invierno no había sido batido aún, pues el calendario señalaba el mes de diciembre; pero, por las trazas, las carreteras heladas servirían para que Hitler entrara más pronto todavía en Moscú. Así las cosas, era posible que la guerra fuera corta, como lo había sido hasta el momento y quedara resuelto de golpe el rompecabezas. Ahora bien, en el caso de que se alargara, por circunstancias de imposible previsión, nadie podía dudar de que las reservas del Eje eran también ingentes y que la moral del III Reich había alcanzado su climax.

Dos personas, en Gerona, se abstuvieron de manifestar públicamente su opinión. El doctor Andújar, quien siempre había dicho que "las guerras largas las ganaba quien dominaba el mar", y el general Sánchez Bravo. De hecho, se esperaba que éste, en su calidad de jefe castrense, dejase filtrar algún comentario: nada que hacer. Encerrado en su despacho, con un mapamundi lleno de banderitas, no cesaba de pasarse la mano por la mejilla derecha, al tiempo que le pedía a su asistente, a Nebulosa, que guardara silencio. El general era germanófilo por convicción y porque Franco también lo era. "Es evidente que en mis cálculos yo puedo fallar -le decía a su único interlocutor, su hijo, el capitán Sánchez Bravo-, pero el Caudillo no falla jamás". Y ahí estaba la postura de Franco ante la revolucionaria situación que los japoneses habían creado: España confirmó su posición de "no beligerante", que no era lo mismo que "neutral", dado que se hallaba en guerra con Rusia, en virtud del envío de la División Azul.

– Franco, con su habitual prudencia, no disimula sus simpatías por el Eje, pero no creo que lo haga de un modo oficial… Los Sánchez Bravo, en Gerona, debemos hacer lo mismo.

El capitán, que le había pedido a Nebulosa una copa de coñac, respondió:

– A mí me parece que el Caudillo se ha comprometido ya. Anteayer declaró, si no me equivoco, que Inglaterra había planteado mal la guerra y que, por tanto, la había perdido… Qué más quieres?

– No se trata de querer o no querer. Simplemente, estoy seguro de que a partir de ahora se guardará siempre una baza en la mano izquierda…

– Ah, la mano izquierda del Caudillo! Según tú, es infalible.

– En efecto. Algo que alegar?

– Sólo una cosa. La opinión de quienes afirman que en la guerra de España cometió errores garrafales, como el de bifurcar hacia Toledo cuando podía entrar en Madrid… Tú le crees un genio; pues bien, a mi entender, a lo largo de un siglo los genios son muy escasos. Tal vez Mussolini lo sea. Es… humano. No hay más que ver su estampa; Hitler, con todos los respetos, me pilla un poco más lejos. Y sabrás como yo que muchos de sus generales han emprendido con desgana la campaña contra Rusia, que significa emparedarse entre dos frentes…

El general se sulfuró. Siempre le ocurría lo mismo con su hijo. Un año antes, tuvo que arrestarle porque se había metido en negocios incompatibles con la milicia; ahora ponía en duda la genialidad de Franco y de Hitler. Arremetió contra la tesis de la bifurcación hacia Toledo, considerándolo "un acto humanitario hacia los defensores del Alcázar". Franco, en la guerra civil, creó de la nada un verdadero ejército, sin olvidar que al propio tiempo debía tener guardadas las espaldas en la retaguardia. "No me saques de mis casillas obligándome a alinear argumentos. Y quién te ha dicho que Hitler es inferior a Mussolini? Hasta el momento, los combatientes italianos no han hecho más que atascarse en todas partes. Lo de Grecia ya lo sabes; y ahora, habrá que ver su definitivo comportamiento en África… Cuántas veces preferiría que no fueras mi hijo, para poder pegarte un tremendo bofetón!".

El capitán Sánchez Bravo no dio su brazo a torcer.

– De una vez para siempre, dime si he de estar de acuerdo contigo en todo lo que piensas, o si soy mayorcito de edad y puedo ya cavilar por mi cuenta…

– Piensa lo que quieras, pero vete cuanto antes. Apestas a coñac.

El capitán se marchó, y poco después entró en el despacho doña Cecilia.

– Apuesto a que, como siempre, andabais a la greña…

– Qué quieres! Tu hijo es un zoquete, que ni siquiera sabe dónde está el Japón.

Doña Cecilia, que se estaba comiendo un bombón, comentó:

– A ver si por fin vemos a algún japonés por aquí! Aunque, según el doctor Chaos, visto uno, vistos todos…

* * *

El nuevo gobernador… Se llamaba, en efecto, Jesús Montaraz y acababa de cumplir los cincuenta años. Nacido en Albacete y casado con María Fernanda de Bustamante, de la buena sociedad madrileña. Tenían un único hijo, arquitecto, que se llamaba Ángel. Jesús y Ángel eran nombres que en cierto modo comprometían a la familia con el Nuevo Testamento; y sin embargo, los tres se mostraban más bien indiferentes en materia religiosa, aunque cada uno por motivos distintos.

Al camarada Montaraz le fastidiaba lo que empezaba a conocerse como nacional-catolicismo. Camisa vieja, antes de la guerra había conocido a José Antonio y a García Lorca, y ninguno de los dos le pidió nunca que se vendara los ojos y creyera en la Santísima Trinidad. Tampoco su padre, que tenía una tienda de muebles en Albacete, le empujó nunca en esa dirección. "Debería adorar al carpintero José -decía el hombre-, porque me paso el día tocando madera; pero no me dio por ahí. Me interesan más las pinturas rupestres que tenemos en la provincia, en Alpera y Minateda, que no el Apocalipsis".

El caso de María Fernanda era otro cantar. El camarada Montaraz la conoció casualmente en Madrid -ella decía siempre: soy del oso y el madroño, y a mucha honra-, y al estallar la guerra civil tuvieron que separarse. Él, con sus yugos y flechas se escondió en un doble armario del almacén de su padre, hasta que pudo pasarse a la España nacional; ella, junto con toda la familia Bustamante, logró huir gracias a la embajada de Chile y se instaló en Roma, cerca del Vaticano. Esta circunstancia, además de permitirle conocer a don Juan, heredero de la Corona, por lo que le penetró el gusanillo monárquico, decidió la trayectoria de su fe, rutinaria hasta entonces. Dios existía -y no era japonés-, y existía el alma trascendente; pero, el Vaticano! Lo tuvo demasiado cerca. Detrás de sus pétreas bambalinas, de sus entresijos -solía contar siempre-, había mucha soberbia, mucha ambición y muchos trapos que lavar, empezando por los de la Guardia Suiza del Papa, muchos de cuyos miembros eran sospechosos de homosexualidad. "Pronto las púrpuras me parecieron cualquier cosa menos sagradas, y Pío XII un ser inteligente y flemático, que de vez en cuanto simulaba caer en éxtasis".

María Fernanda, alta y elegante, que pronto había de habérselas con Carlota, alcaldesa y condesa de Rubí, entendía que la religión no pasaba, por Roma sino por Padua y Asís. "Aunque todo esto hay que matizarlo y no puede resumirse en cuatro palabras". Tocante a Ángel, el amado hijo, que con sus veintisiete años a cuestas jamás les dio un disgusto, era indiferente, alérgico a lo Absoluto, porque sí. En tanto que arquitecto, la leyenda de la Torre de Babel le invitaba a sonreír; y en tanto que atleta -era fornido y llevaba patillas en forma de culata de fusil-, la idea de la eternidad le pillaba tan lejos como Hitler al capitán Sánchez Bravo. La estancia en Roma le dio también el golpe de gracia. No alcanzaba a comprender el atesoramiento de tanta riqueza y que nadie hubiese borrado de un plumazo las terribles conclusiones del Concilio de Trento. "No existía el infierno y ellos crearon uno para los timoratos". Le había impresionado mucho una frase de León Bloy: "Cuando el cura pide dinero desde el pulpito me parece oír un rumor de almas que huyen".

Su padre, el camarada Montaraz, paseó toda la guerra por las calles de Salamanca, en trabajos de retaguardia, debido a la edad. Aunque su negocio fue siempre la compra-venta de coches, era un intelectual nato, humorista por más señas. Había colaborado en La Ametralladora y ahora enviaba sus historietas a ' La Codorniz', el inefable semanario que acababa de salir y que era una continuación de aquella bolsa de oxígeno en tiempos de guerra. Debido a su amor por los coches, nada tuvo de extraño que, en cuanto tomó el relevo del camarada Dávila, efectuado con la máxima sencillez, se quedara consigo, en calidad de secretario y chófer, al gran amante de la velocidad, Miguel Rosselló. El muchacho le gustó. Discreto, falangista convencido, eficaz. Miguel Rosselló le retó a subir en bicicleta a la ermita de los Angeles; el camarada Montaraz se palpó primero la calvicie y luego la tripa y le dijo: "Has llegado un poco tarde".

Dicho relevo se celebró a primeros de enero de 1942, la víspera de Reyes. Dávila, el gobernador saliente, bromeó:

– Eres el regalo que necesitaba la ciudad.

– Por qué lo dices?

– Porque he sabido que en esos dos años que has estado al frente del Gobierno Civil de Albacete, has desarrollado una labor ejemplar, sobre todo en el campo de la higiene y de las, enfermedades venéreas.

– Existen aquí estos problemas?

– Pronto lo verás! Visita la cárcel; y los urinarios públicos…

– Y el problema catalanista?

– Oh! No tiene solución. No pierdas el tiempo atacando por ese flanco. En el interior de cada cerebro, incluso de los más ecuánimes, hay un petardo a punto de estallar.

El camarada Dávila se sintió a gusto con su colega, porque Montaraz sabía escuchar. No pronunciaba una palabra inútil y que no tuviera un doble significado. Exhibía varios dientes de oro, que de repente desconcertaban, y que presumiblemente serían del agrado del dentista y alcalde de la ciudad, la Voz de Alerta, quien una vez escribió en Amanecer que muchos árabes y muchos indios ahorraban toda su vida para poder llevar dentadura de oro. Por lo demás, una cicatriz en la mejilla izquierda -un día se le ocurrió visitar el frente de los Altos de León…-, y las consabidas gafas negras. Por causa de estas gafas sólo María Fernanda y Ángel sabían que tenía los ojos claros, verdiazules. A más de esto, tenía toda la espalda recubierta de vello, como un oso. Muy varonil. Enamorado de la gimnasia, como en tiempos lo estuvo el anarquista Porvenir, subía y bajaba las escaleras con suma rapidez, lo que en el Gobierno Civil le sería muy útil, pues el edificio carecía de ascensor. Gesticulaba mucho. Detestaba a los judíos. Comía cacahuetes, considerándose un maestro en el arte de descascarillarlos, de partirlos por la mitad. Se afeitaba siempre con navaja, lo que hacía castañetear los dientes de María Fernanda. Su amistad con José Antonio lo había marcado para siempre, y el camarada Dávila le envidiaba por eso.

– Qué diría José Antonio de la España actual?

– No le gustaría ni pizca. Oligarquía, corrupción…

– También tú opinas lo mismo?

– Toma! Por algo soy amigo del camarada Girón.

– No me dirás que te codeas con los ministros…

– Sólo Girón. Le conocí en Salamanca, durante la guerra. Ése no se deja sobornar. Es un animal salvaje, entiéndeme… Tiene ideas muy concretas sobre lo que debe hacer desde el Ministerio de Trabajo. Él estima a los obreros, ya lo verás. Y también lo verán los obreros. Nada de retórica. Su frase preferida es: menos palabras y más hechos. Date una vuelta por Asturias, con los mineros, ahora que te vas a Santander y pregunta por él. Todos los mineros se quitan el casco…

La charla continuó a lo largo de dos días. Dos días de intenso trabajo, atando cabos. El camarada Dávila le informó cuanto pudo; del resto, se cuidaría Miguel Rosselló. Le habló muy bien del general y muy mal del obispo. "Lo que a éste le preocupa son los escotes y no que los gitanos se despiojen en la calle de la Barca ". Le habló muy bien de la Voz de Alerta. "Monárquico, como tu mujer…, aunque no sé si veneran al mismo rey. Es un alcalde con voz propia. Se ocupa mucho de los ancianos -"sí, es cierto, es probable que ahora se ocupe de ti"-, y adecenta lo que puede el barrio antiguo de la ciudad, que es de aupa. Ante las escalinatas de la catedral tu hijo, arquitecto, tendrá que saludar brazo en alto".

Una a una, las personas relevantes de Gerona fueron analizadas por el gobernador saliente, sin exceptuar al notario Noguer, presidente de la Diputación, al profesor Civil, delegado de Auxilio Social, al doctor Andújar, director del manicomio, al doctor Chaos, insigne pecador impenitente y, por supuesto, Manolo y Esther. " La Sección Femenina está en buenas manos: Marta, hija del comandante Martínez de Soria, que fue fusilado por rebelión contra la República ". En cuanto a la Jefatura Provincial de Falange no había problema por el hecho de que Mateo Santos se encontrara lejos, en el frente de Leningrado. El camarada Montaraz había exhibido su nombramiento, que lo era por partida doble: gobernador civil y jefe provincial de Falange. En muchas provincias se habían aunado los dos cargos, para evitar la dispersión. "Lo lamento por Mateo -dijo Dávila-, porque es un militante inmejorable y que si consigue regresar de su excursión ultrapirenaica se encontrará con que tú ocupas su sillón".

Al camarada Montaraz esta noticia le preocupó. Admiraba a los que se fueron a Rusia a pecho descubierto, por un ideal. Y si estaban casados y tenían un hijo, más aún. "Habíame de Mateo, por favor. Santos has dicho que es su apellido?". "Sí. Su padre es director de la Tabacalera, don Emilio, y ahora está muy enfermo a resultas de su estancia en una checa de Barcelona". "Y la mujer?". "La mujer es una chiquilla encantadora, llamada Pilar. De una familia inmigrante muy conocida en la ciudad, familia en la que destaca el hijo mayor, llamado Ignacio, que es abogado. Pilar todavía no ha digerido que, estando ella encinta, su marido se fuera a Rusia. Mateo no conoce a su hijo; en todo caso, por fotografía. Mateo es de esos hombres que a uno le hacen sentirse orgulloso de ser español".

Una frase se le había quedado grabada al camarada Montaraz: "Si Mateo consigue regresar…" El nuevo gobernador era optimista y tenía una fe ciega en el pacto tripartito. Si alguna duda le quedaba, la fantástica operación de Pearl Harbour la había disipado. "Con la ayuda del Japón, la victoria está asegurada". Pero, naturalmente, Rusia era enorme y una bala perdida podía matar a cualquiera. La relación de víctimas de la División Azul era un goteo del que informaban los periódicos y que laceraba el alma. "Ojalá Mateo Santos se salve. Si regresa, como es de desear, me comprometo a encontrarle algo que sea digno de su sacrificio".

El camarada Montaraz habló de Albacete, en cuyo Gobierno Civil estuvo desde la terminación de la guerra. Era una provincia más modesta que la de Gerona, menos ubérrima. Sin apenas industria, aparte las famosas tinajas y las famosas navajas, y que guardaba un terrible recuerdo: el de las Brigadas Internacionales, que al llegar a España se instalaron allí, a las órdenes de una fiera que respondía al nombre de André Marty. "Es muy difícil que aquello levante cabeza. Por si fuera poco, le falta universidad. Mi hijo, Ángel, tuvo que estudiar su carrera en Madrid".

La palabra Madrid pareció cosquillear al camarada Montaraz, que en esos casos hacía crujir un cacahuete o se pasaba la mano por la cicatriz de la mejilla izquierda. Era un enamorado de la capital de España, lo mismo que Matías. "Mi mujer es una especie de chotis elegante, aficionada a los toros, como yo. Por cierto, has visto torear a Manolete? Pues, a lo que íbamos… No sé si María Fernanda conseguirá adaptarse a esta Gerona de tus amores. Así, de entrada, te diré que lo veo difícil, pese a sus hermosos campanarios".

– Has dicho que estás aficionado a los toros?

– Sí, y a la caza. Todos los albacetenses somos cazadores, mientras no se demuestre lo contrario. A mí me interesa la pieza mayor, y supongo que por aquí, por los Pirineos, podré matar algún jabalí que otro, e incluso algún lobo.

– No te dedicarás a matar pájaros!

– Los he matado por centenares…

– Cuando regrese Mateo, te arreglará las cuentas.

El camarada Dávila conoció, cómo no!, a María Fernanda, y con sólo un diálogo breve y cordial dudó, en efecto, de que se aclimatara en Gerona. El apellido Bustamante sonaba a ABC. Sin embargo, la mujer estuvo de lo más brillante. Al parecer se reía mucho con su marido, con las manías de su marido.

– Ya te habrá hablado de los toros, verdad? Oh, claro! Manolete, el no va más… Y seguro que te ha hablado de la cinegética! Sí, Jesús, a pesar de este nombre, no puede vivir sin disparar alguna de sus escopetas. Te ha hablado de las cacerías del Caudillo?

– Pues, no…

– Ah, claro, nunca ha sido fanfarrón. Pero la verdad es que, a través de Girón, ha ido a cazar dos veces al lado de Franco… -María Fernanda miró a su marido y concluyó-: Supongo que no es ningún secreto profesional, verdad?

– No, claro que no! Pero tampoco tiene tanta importancia.

El camarada Dávila se quedó con la boca abierta.

– Hazme un resumen de Franco, te lo ruego!

El camarada Montaraz tardó un minuto en contestar.

– Pues, para resumirlo de la mejor manera, te diré que en el más amplio sentido de la palabra es un excelente cazador, que lo mismo gana una guerra que se ríe leyendo ' La Codorniz'…

* * *

El camarada Dávila quiso evitar que su marcha fuera calificada de triunfal. Dirigió a toda la provincia una alocución radiofónica, en la que se despedía de todo el mundo y agradecía su lealtad a todos cuantos, en la ciudad y en los pueblos, le hubieran prestado su colaboración. Luego se celebró un acto sobriamente solemne en el teatro Municipal, que estaba lleno hasta la bandera: la bandera de España. Allí presentó a su sucesor, sobre el que confluyeron todas las miradas. Se permitió una pequeña broma. Al final de su discurso apostilló: "Estoy seguro de que saldréis ganando".

El camarada Montaraz, que tenía una voz acorde con el vello de su espalda, fue muy escueto. No le iban los discursos. Quiso relajar el ambiente y lo consiguió. "No quiero deciros que tendré las puertas abiertas para todo el mundo, pero sí que ayudaré a quien sea en todo aquello que considere justo". "Por lo demás, sabed que no me gustan los regalos, pese a que colecciono relojes de pared, porque quiero saber siempre la hora exacta". Luego hizo hincapié en los momentos críticos que atravesaba el país, alegando que nadie tenía la culpa de que poco después de la guerra civil hubiera estallado la guerra mundial. "Hasta ahora el Caudillo ha conseguido el milagro de mantenernos al margen; os doy mi palabra de que, gracias a su patriotismo, ganaremos también la batalla de sobrevivir".

El camarada Dávila se despidió de las autoridades -todas estaban presentes en el escenario-, poniendo un calculado énfasis en la Voz de Alerta, por ser el alcalde. ' La Voz de Alerta' se sintió halagado y no supo si tenía que levantarse y sonreír. Por último, cuando los presentes suponían que el acto había terminado, el camarada Montaraz se acercó al obispo y haciendo una reverencia le besó el anillo. El obispo le correspondió con una bendición, y estaba a punto de iniciar el canto del Credo; pero en ese momento el camarada Dávila inició el Cara al sol, y el público se puso en pie y prorrumpió a seguido en los gritos de rigor.

* * *

Los Dávila abandonaron Gerona, rumbo a Santander, y el tiempo cuidaría de juzgar su labor. Y pronto los Montaraz completaron el trío: llegó, una semana después, Ángel, con un equipaje muy escueto, pues no sabía si iba a quedarse o no en Gerona. Trabajaba en el taller de un arquitecto madrileño, Nemesio Valles, aunque ardía en deseos de establecerse por su cuenta. Sus padres, lógicamente, deseaban que se quedara; pero tampoco querían hipotecar su porvenir. El camarada Montaraz, que en aquellas jornadas había cumplimentado personalmente, una a una, a las autoridades -sin excluir al padre Forteza, a mosén Alberto y a Agustín Lago-, se había enterado, por boca de la Voz de Alerta, de que faltaban arquitectos en Gerona, puesto que los dos más conspicuos, Ribas y Massana, que antes y durante la guerra fueron los amos, se habían exiliado y se encontraban trabajando en Méjico. Su puesto no había sido cubierto por nadie, y era la ocasión para un muchacho con ideas nuevas y profesionalmente audaz.

Ángel dio largas al asunto. Antes quería conocer un poco la ciudad, y también la Costa Brava. La Costa Brava, a juzgar por la voz popular, era una maravilla y a buen seguro que allí, tarde o temprano, los "nuevos ricos" querrían construirse su torre o chalet, aunque los tiempos parecían más propicios para los bloques-colmena, que él detestaba cordialmente, puesto que se consideraba "urbanista". Curiosamente, quienes mayormente le aconsejaron que se quedara fueron el profesor Civil y Marta. Marta le dijo: "Es tu ocasión. Esta provincia, y te doy mi palabra de que la conozco a fondo, saca de las piedras pan y, efectivamente, el puesto de Ribas y Massana, que llevaban mandil, no lo ha ocupado nadie". En cuanto al profesor, era partidario de una inyección juvenil, y Ángel rebosaba vitalidad por todos los poros. "Prueba a ver. Si eres competente, te abrirás camino, y ello al margen de la política. Toda la provincia a tu disposición, y no sólo la Costa Brava. El Pirineo no sólo sirve para cazar, sino que es de prever que también en la montaña se levantarán urbanizaciones. Te buscas un taller en un ático, con mucha luz y le dices a tu querido maestro Nemesio Valles que el médico te ha aconsejado un cambio de aires".

Ángel prestaba oído a todo el mundo, y también a su propio corazón. Visitó el barrio antiguo. No levantó el brazo ante las escalinatas de la catedral, porque no quería asociar el ritual de la Falange con el de la Iglesia; pero se entusiasmó. San Félix le pegó también una estocada, lo mismo que los Baños Árabes y las murallas, pero acabó rumiando para sí "que no era válido vivir de los antepasados". Desde Montjuich contempló los tejados de la ciudad y la interminable planicie hasta Rocacorba; en efecto, sobraba terreno para edificar, si el gobierno daba un empujón o se lo daban los millonarios de turno. A sus padres les dijo: "Esperaré a ver… Me quedaré un mes con vosotros y tomaré una decisión".

– Quédate, por favor, Ángel! -le suplicó María Fernanda.

– Déjalo -corrigió el camarada Montaraz-. No te has dado cuenta de que ya no lleva chupete?

No, Ángel era todo lo contrario de un chaval sin experiencia, aunque con la guerra se quedó en Roma al lado de su madre, sin entrar en España para luchar. Y es que, estaba harto de España, de sus defectos, de la guerra civil y de cualquier otra guerra. A gusto se hubiera quedado en Italia, donde aprendió a reverenciar las monumentales obras propiciadas por el Duce. Era profascista, siempre y cuando el fascismo se desarrollara, como había pretendido el conde Ciano, por medios pacíficos. Detestaba a Hitler y no le gustaba ni pizca la arquitectura nazi, oficial. "Es una arquitectura pesada, que no parece flotar en el aire, como debe ser". Discutía con su padre acerca de José Antonio, porque éste habló de puños y pistolas, y asimismo acerca de Franco, porque Ángel pretendía saber que el Caudillo no movió jamás un dedo para salvar la vida del Fundador. "Tuvo muchas oportunidades para canjearlo por prisioneros republicanos, y no dijo nunca ni pío".

Ángel era, a la vez, solterón y mujeriego. Bajo y rechoncho, no se parecía en absoluto a los rascacielos, que en realidad estimaba como la arquitectura del porvenir, por lo cual militaba en favor de los Estados Unidos. No quería casarse. En muchas noches en que le ganaba el insomnio, la vida se le antojaba absurda, por lo que se prometió a sí mismo no tener hijos. Llevaba el reloj de pulsera en la mano derecha, pese a que alguien, sin venir a cuento, le dijo que el detalle era femenino. Puso en manos del peluquero Dámaso su gran cabellera y solicitó los servicios de Silvia, la manicura, en dura lucha con Padrosa, quien estaba a punto de pedirla en matrimonio. Excelente fotógrafo, mosén Alberto, en el museo, le habló de una posibilidad, en el caso de que decidiese quedarse en Gerona: fotografiar todos los monumentos y restos románicos de la provincia, que estaban abandonados y reclamaban una puesta a punto. "Ángel, piénsalo. Es de una riqueza impar. Luego podríamos publicar una monografía y con ello ganar el dinero suficiente para convertir la llanura de Gerona en un Wall Street a tu medida".

Mosén Alberto le habló también de la posibilidad de remozar muchos templos y ermitas que "las hordas rojas" habían incendiado y saqueado en 1936.

– Habría un inconveniente -le atajó Ángel-: Un servidor es agnóstico…

El sacerdote, que en aquel momento tenía el pañuelo en la mano, le replicó:

– Eso no tiene nada que ver. Ya sabrás que la mayoría de artistas que nos han legado sus tesoros religiosos, han sido ateos. Así que tus ideas te las metes en el bolsillo y sanseacabó.

A Ángel le gustó que mosén Alberto le contestara de esta forma.

– Bien, ya veremos. Sin embargo, no puedo negar que realmente hay aquí mucho que hacer.

Los contertulios del café Nacional estaban a la escucha de lo que Ángel podía hablar y obrar. Y pronto se enteraron de que era un magnífico jugador de ajedrez, hasta el punto de ser capaz de jugar una partida a ciegas. "Bien -comentó Matías-, eso habrá que verlo. Por lo demás, yo también soy capaz de jugar a ciegas una partida de dominó".

CAPÍTULO II

PRONTO EL CAMARADA MONTARAZ adquirió fama de "intransigente" o de "fanático", condición que acertó a disimular en sus diálogos con Juan Antonio Dávila. Había sufrido mucho con la guerra, encerrado en el doble armario del almacén de muebles de su padre, y eso no se lo perdonaba a nadie. Cuando, en homenaje a Mateo, conoció a la familia Alvear, ésta le entró por los ojos, especialmente Ignacio y Pilar. "Contad conmigo", les dijo. Por supuesto, no comprendió que don Emilio Santos, habiendo sufrido en la checa mucho más que él, se mostrara tan ponderado en los comentarios. "Es mi talante -dijo don Emilio-. No lo puedo remediar".

Matías estaba sobre ascuas, entre otras razones porque el nuevo gobernador, en ausencia de Mateo, se había apoderado de la Jefatura Provincial de Falange. "Ya sé que es un decreto, y que en todas las provincias será así. Pero hubieran podido esperar a que mi yerno estuviera de vuelta". Cuando Matías decía "mi yerno", es que lo defendía. Cuando decía "Mateo" a secas, postura neutral. Cuando decía "Mateo Santos", eran dos flechas que sonaban como escupitajos.

El camarada Montaraz, después de acondicionar el Gobierno Civil a su gusto y al gusto de María Fernanda con los muebles y cachivaches que dejaron en Albacete, imitó a su predecesor y se dio un garbeo por la provincia, en un coche Studebaker conducido por Miguel Rosselló. Unas veces se llevó de asesor a mosén Alberto, otras a la Voz de Alerta, otras al profesor Civil. En los pueblos soltó discursos breves y escuetos, como en él era habitual -las gentes volvieron a levantar el brazo con decisión-, y cada vez al final del trayecto su comentario era el mismo: falta de higiene, asombrosa laboriosidad, paisaje bello, pero lenguaje catalán… Esto no le cabía en la mollera -tampoco a María Fernanda-, y se preguntaba si el consejo de Juan Antonio Dávila: "No ataques por ese flanco", era un chaqueteo o un hecho consumado, tan irreductible como los muros del Alcázar o como la leche materna. ' La Voz de Alerta' llegó a decirle: "Supongo que ni yo ni Carlota somos sospechosos; pues en casa hablamos catalán". El camarada Montaraz empezó a comprender que todo paralelismo entre Cataluña y el País Vasco había que ponerlo en cuarentena. El profesor Civil matizó: "Son dos conflictos distintos. No olvidará usted que los nacionales han matado en el País Vasco a catorce sacerdotes, por considerarlos gudaris y porque al parecer disparaban con ametralladora. Esto, en Cataluña, es inimaginable".

Visitó también, cómo no!, la cárcel, el manicomio y los urinarios públicos de la plaza de San Agustín. La cárcel le pareció horrible, con tanta promiscuidad y tal exceso de reclusos, algunos de los cuales no sabían por qué estaban detenidos. "Hay que fumigar esto!", barbotó. En cuanto al manicomio, constituyó para él un golpe duro. Ochocientos internos malolientes, masiñcados, tiritando de frío bajo el cielo plúmbeo de Gerona. El doctor Andújar, que amaba a los locos, le atajó con una frase: "No tenemos presupuesto". Al camarada Montaraz, sin saber por qué, le dieron más lástima las mujeres, algunas de las cuales llevaban un clavel rojo prendido en el pelo. "Hay que fumigar todo esto!", clamó otra vez. Y entonces llegó el asombro. Al despedirse, los locos, alineados en el patio, levantaron el brazo y algunos cantaron Cara al sol. Uno de ellos estaba siempre, todo el día, al lado de una radio con la oreja pegada, asegurando que oía Berlín y que Berlín estaba a punto de ganar la guerra. Tocante a los urinarios públicos -entró incluso en bares y restaurantes-, se encontró con lo de siempre: "Vivas" y "Mueras" en paredes y puertas y toda clase de dibujos obscenos.

A Miguel Rosselló iba diciéndole. "Toma nota de esto". "Y de lo otro". "Y de lo de más allá". Rosselló se dio cuenta de que era mucho más meticuloso que su antecesor, y que por las trazas se disponía a actuar con rapidez. Ahora bien, cómo se las arreglaría? Existía una especie de abulia asumida por la mismísima población. La obsesión de la gente no era la suciedad, tampoco los barrotes, tampoco la locura: eran las cartillas de racionamiento y las consignas. Por ejemplo, acababa de crearse la Delegación Gubernativa para la Represión de la Mendicidad. Cómo reprimir la mendicidad, si en las colas de Auxilio Social la gente se increpaba y había niños legañosos que recordaban estampas del viejo Egipto y de Abisinia?

Mosén Alberto, fiel a su talante, le habló de adecentar ciertas zonas del barrio antiguo, e incluso de construir un paseo Arqueológico que podía ser una de las maravillas de Europa, y, por fortuna, no sujeto a las bombas caídas del cielo. Esgrimió un argumento en el que había depositado muchas esperanzas: "Su hijo, Ángel, se quedó boquiabierto. Textualmente dijo: "Esto es el no va más." El camarada Montaraz movió la cabeza negativamente. "Con todos mis respetos, mosén Alberto, no estamos para monumentos góticos o románicos. Son prioritarias la comida y la disciplina".

* * *

Jaime, el librero, que había prosperado mucho, hasta el punto de trasladar su negocio a un espacioso local de la céntrica calle de José Antonio Primo de Rivera, rotulándolo " La Cultural " porque se escribía lo mismo en catalán que en castellano, estaba desesperado con el nuevo gobernador, que había actuado inquisitorialmente en todas las librerías de la ciudad. Al camarada Montaraz no le inquietaban los Baroja y Valle-Inclán, sino todo lo que oliera a marxismo. Veía marxismo por todas partes, convencido de que tal doctrina había impregnado a muchos intelectuales "sin que éstos se dieran cuenta". Hizo un auto de fe, una gran hoguera con toda la literatura que juzgó sospechosa al respecto. A Jaime le expolió media tienda. El camarada Montaraz sabía que Churchill le había escrito a Franco que "el comunismo no era ninguna amenaza" y de ahí que los aliados enviaran tanto material al Kremlin a través del Ártico. Eso le bastó para descalificar al premier, aun admitiendo que era un león luchando por su causa. Declaraba a Churchill y a Roosevelt "los miopes". Siempre que se refería a ellos les llamaba "los miopes". No le extrañaba que Franco hubiera dicho que si hacía falta, si los rusos abrían brecha en dirección a Berlín, estaba dispuesto a enviar un millón de soldados españoles. A Stalin le llamaba el "cíclope", ya que, según él, tenía un solo objetivo: el desgaste de las democracias.

Cuando a Jaime le caía en el lote algún libro en latín, antiguo, con tapas de pergamino, se asesoraba con mosén Alberto. Una vez le cayó un incunable, impreso en Gerona!, y mosén Alberto se lo compró para el Museo Diocesano.

Jaime, debido a su profesión, debía recorrer también con frecuencia la provincia, comprando libros de masías vetustas venidas a menos. Fue testigo de cómo algunos jóvenes malvendían el Patrimonio de sus abuelos. Continuamente bajaban libreros de lance de Barcelona dispuestos a comprarle libros en catalán, que guardaba en la trastienda o en su piso, a resguardo de las gafas negras del camarada Montaraz. Jaime se había agenciado un coche renqueante para los traslados y a veces acompañaba a Matías, su ex compañero en Telégrafos, a pescar en el río, con Eloy. Ahora agradecía a Franco que le hubiera depurado. Fue su suerte, como si le hubiera tocado la lotería. En consonancia con su oficio de librero de lance se dejó crecer la cabellera para tener aire de artista, y llevaba lacito en el cuello, al igual que el pintor Cefe. Eran los dos únicos lacitos de la ciudad. Aunque parte de las ganancias se le iban con una pupila de la Andaluza, llamada Remedios, que en cuestión de la libido estaba más enterada que Freud.

Jaime era bajito y piernicorto, pero con gran fibra. Cuando llegaba algún telegrama para él, Matías se lo llevaba personalmente a la tienda, en manos. Dos de sus mejores clientes eran los hermanos Costa, que no regateaban nunca el precio. Organizó un servicio de abonos para leer novelas de aventuras, que tenían tantos partidarios como los tebeos. El autor preferido era Zane Grey. Su amante Remedios se las tragaba todas. Decía que la realidad podía enseñarle pocas cosas, y que en cambio en los libros con intriga y suspense encontraba aliciente. Remedios le tenía a su vez intrigado porque siempre le pedía una novela en la que la víctima fuera un químico de profesión. "El cadáver tiene que ser el de un químico". Nunca explicó el porqué. Tal vez alguno le jugó una marranada. Jaime contrató a un dependiente, un tal Facundo, que había sido de la CNT y que exhibía ojos de lince. Cuando no tenía nada que hacer miraba los grabados antiguos, como los de Gustavo Doré, y decía: "Voy a decirle a Cefe que eche una mirada a esto! Seguro que se largará con los pinceles a otra parte".

Llegaban a manos de Jaime revistas extranjeras, que venían con los inmigrantes fugitivos de Francia. En una de ella leyó que el casino de Niza iba a ser demolido, y que en los cincuenta años de su existencia se registraron diez mil suicidios de jugadores dentro del propio casino, y tres mil en el mar. El diez por ciento, mujeres. Facundo, siempre alegre, se encalabrinó. "Con lo hermosa que es la vida, hay que ver!".

El ex alférez Montero, Ricardo de nombre, tenía tratos con Jaime para comprarle libros que faltaban en la Biblioteca Municipal, de la que continuaba siendo el director. Estaba tan eufórico a raíz de su idilio con Gracia Andújar, la hija del doctor, que parecía haber superado para siempre sus depresiones anteriores, debidas a la cantidad de condenados a muerte a los que, en el cementerio de Gerona, había tenido que rematar con el tiro de gracia. Dicha euforia le llevó a leer también en la biblioteca, a escondidas, libros de aventuras, cuanto más ingenuas mejor. Se tragó todo Julio Verne y todo Walter Scott. Tales lecturas lo transportaban a mundos imaginarios, lo mismo que jugar al póquer en el casino, donde a veces coincidía con el capitán Sánchez Bravo, con quien nadie podía competir.

– Por qué no se lleva usted novelas de amor? -le preguntaba Jaime.

– El amor no es para leerlo. Es para practicarlo… -y al decir eso el muchacho se acordaba de las muchas veces que, destrozado, arrastrando los pies, había ido a casa de la Andaluza, pecando precisamente con la hermosa Remedios, mucho antes de que pudiera hacerlo Jaime.

Existía, posiblemente, una dificultad. Ricardo Montero tenía un tic que consistía en pestañear incesantemente, resaca de lo mucho que había sufrido. "Por qué haces eso?", le preguntaba Gracia Andújar. "Pues, no lo sé…", contestaba él. En cambio, el doctor Andújar lo sabía. Era una contraseña del sistema nervioso. El doctor estaba más que alarmado con el noviazgo de su hija. Experto en su profesión, hubiera podido jurar que Ricardo Montero había superado sus estados anímicos sólo provisionalmente. "Tendrá depresiones intermitentes, algunas muy graves -le decía a su mujer-. Lo que hizo lo marcó para siempre. Una vez le hablé del cementerio de Gerona, así de pasada, y el muchacho se quedó pálido como un cadáver".

En otras palabras, el doctor Andújar se propuso poner cuantos obstáculos tuviera a su alcance para que su hija no uniera su vida a aquel hombre enfermo, otra inerte víctima de la posguerra. Por descontado, debía obrar con mucho tino, para que Gracia Andújar no se enamorara todavía más. El doctor conocía la tesis de la unión de los contrarios. "Dejemos que pase el tiempo, y espérenlos la ocasión".

Era curioso que la postura, decisión incluso, del doctor, coincidiera en este asunto con la actitud de Marta, la gran amiga de Gracia Andújar. Pudiera decirse que Marta, últimamente, se había convertido en casamentera… No sólo influyó para que Chelo Rosselló se casara con Jorge de Batlle, sino que ahora andaba buscándole pareja a su hermano, José Luis, teniente jurídico militar, puesto que éste había roto sus relaciones con María Victoria, la cual se fue a Rusia donde, tal vez aupada por el frenesí de las batallas, se había comprometido con el capitán Arias. Diversas circunstancias iban en favor del proyecto de Marta, otras eran contrarias a él. Marta tenía a su favor que ella quería quedarse en Gerona, donde había volcado toda su alma en la Sección Femenina, con resultados tan satisfactorios que el camarada Montaraz le colocó una medalla en el pecho, al tiempo que le decía: "Tu labor ha sido ejemplar". A más de esto, en Gerona estaba enterrado su padre, el comandante Martínez de Soria. Circunstancias desfavorables eran su ruptura con Ignacio -ambos coincidían por las calles cada dos por tres-, y que su madre le dijera insistentemente, con su eterno tono de tristeza: "Qué hacemos aquí? Deberíamos tomar el portante e irnos todos a nuestra tierra natal, Valladolid".

Así las cosas, el árbitro de la cuestión era el propio José Luis, quien parecía mostrarse indiferente en medio de ambos proyectos, y que había encajado muy bien las calabazas que acababa de darle María Victoria. Marta razonaba para sí: "Si mi hermano se enamorase de una muchacha de Gerona, todo arreglado y mi madre no tendría más remedio que resignarse primero y alegrarse después, cuando brotaran a su lado un par de nietecitos".

Pero había algo más. Marta, en el interior de su cacumen, había colocado incluso un nombre preciso en su endiablado proyecto: precisamente Gracia Andújar. Ideal. Nunca creyó que lo suyo con Ricardo Montero terminara en el altar. Conocía bien al ex alférez. Era un hombre tarado, peligroso incluso para sí mismo, como les ocurría a tantos combatientes cuando tenían sobre su conciencia problemas de muerte. "Gracia Andújar ha nacido como las gacelas, para ser feliz, y no para tener en el hogar un consultorio psiquiátrico".

De modo sorprendente, pues, el doctor Andújar tenía una aliada: Marta. Sólo el destino -y tal vez Julio Verne, y tal vez Walter Scott- sabían en qué pararían a la postre sus elucubraciones.

* * *

Entre las amigas de Marta, además de sus colaboradoras en la Sección Femenina: Chelo Rosselló, Gracia Andújar, la camarada Pascual, etcétera, cabía contar a Eva, la muchacha alemana que Moncho se trajo cuando éste, tomando la decisión que le apuntara a Ignacio, llegó a Gerona dispuesto a instalarse en la ciudad. Moncho no actuó por impulso, sino después de un largo tiempo de pesar el pro y el contra. No quería sorpresas, como las que a menudo daban los análisis de laboratorio. Antes se aseguró de que sería el analista de la clínica del doctor Chaos, y también del doctor Andújar. En definitiva, y dados su temperamento y preparación, podía apostarse que pronto había de ser, salvo imprevistos, el analista de más renombre en la ciudad.

Ignacio había pegado un salto de alegría y se acordó de uno de los párrafos que Moncho le dedicó a raíz de su estancia en Gerona: "Sí, soy analista. Mi idea es estudiar bichitos en el microscopio. Ahí dentro se esconde la verdad. Hay personas que por la calle parecen atletas; analizas su orina y su sangre y piensas: dentro de seis meses, la muerte. Los analistas somos la policía secreta de los demás".

Su mujer, Eva -Matías comentó: "No entiendo que digáis su mujer, puesto que es su amante, contra lo que no tengo nada que objetar"-, se ganó a todo el mundo en poco tiempo. Era judía, lo que añadía un picante a su condición, especialmente, por ejemplo, para Manolo y Esther. Se instalaron en un piso de la calle de Ciudadanos, vecino al hotel del Centro, donde seguían hospedándose el cónsul británico mister Edward Collins y el cónsul alemán Paúl Günther. Eva era una mujer culta. Estudió química -lo que constituía un refuerzo para la labor de Moncho-, hasta que los bandazos de la política en su país, Alemania, la llevaron, sola, sin sus padres, a Barcelona. Sus padres habían desaparecido en una razzia efectuada por las SS y no consiguió saber nada de ellos, temiendo siempre lo peor. Al igual que otros tantos judíos, el único refugio que se puso a su alcance fue España. Y en España encontró a Moncho, y ahora vivía con él cerca del río Oñar y a la sombra de sus dos hermosos campanarios. Eva y Moncho se querían mucho y ella aprendía día a día el idioma castellano, con tesón admirable. Aunque Moncho le decía: "No pierdas nunca tu acento alemán, que te añade mucho encanto".

Marta congenió con Eva, a condición, naturalmente, de no hablar de la guerra. Porque Marta deseaba la victoria de Alemania y Moncho y Eva lo contrario. Marta estaba a favor de las teorías de Hitler, con algunos matices; en cambio Eva, que no era como las muchachas nazis que visitaron Gerona y que se tomaron tanto jugo de limón, sino de aspecto débil y asustadizo, estaba en contra de Hitler y de todo lo que éste predicaba en Mi lucha. Moncho y Eva, cuando Marta no estaba presente, protestaban de la ayuda que España prestaba a Alemania. Hitler tenía permiso para el abastecimiento de los submarinos alemanes en el puerto de "go; los aviones meteorológicos alemanes podían volar con distintivos españoles y la estación de radio de La Corana trabajaba Para la Luftwafe; se creaban cátedras de alemán en las universidades españolas; se organizaban exposiciones del libro alemán, una de ellas en Gerona, en el feudo de Ricardo Montero; en diversas fábricas españolas se producían cartuchos, motores, piezas de artillería, uniformes, paracaídas para el Reich; bases para la aviación en Badajoz, Vigo, Sevilla, Vascongadas y Galicia; etcétera. Todo ello pese a que, según mister Collins, el plan de Alemania era convertir España en un país agrícola, en una colonia agrícola y minera de la Alemania poderosa e industrial.

Marta, que por supuesto estaba enterada de todo esto, le preguntaba al camarada Montaraz si ello era cierto. Y el camarada Montaraz le contestaba que sí, y que había mucho más. En las islas Canarias, que eran un punto estratégico de suma importancia, en los edificios de la compañía alemana Bloom und Voss se almacenaban piezas de recambio para los submarinos. "Te das cuenta, Marta? Los submarinos alemanes, en esta guerra, cumplen una misión de primer orden. Pues bien, en Tenerife existe un arsenal secreto y las tripulaciones se reponen en tierra, mientras los oficiales son invitados por familiares falangistas".

A cambio de esto, las reivindicaciones españolas eran Gibraltar, el Marruecos francés, la parte de Argelia colonizada y habitada por españoles y las colonias situadas en el golfo de Guinea.

Eva no comprendía que Inglaterra, que de sobra debía estar enterada de lo que ocurría, concediera a Franco un enorme crédito de libras esterlinas para la compra de víveres y de materias primas. Manolo la sacó de dudas. Manolo sabía de buena tinta que unas semanas antes, en febrero, los Estados Unidos habían dirigido una verdadera acusación contra Franco, pero que éste no ignoraba tampoco que Churchill era hostil a toda intervención. Más aún, el "miope" Churchill había presionado a Washington para que renovara el envío de petróleo a España, al tiempo que Gran Bretaña se disponía a importar de España productos agrícolas. Por si algo faltara, Moscú había hecho saber que "no le interesaba por el momento la península Ibérica, sino más bien un ataque a fondo de los aliados contra el Reich en su fortaleza del Atlántico".

Marta, cogida entre dos fuegos, estaba por otra parte convencida de ejercer una gran labor, aunque esto la obligase a dejar demasiado sola a su madre. Soltera? Tal vez sí. La Sección Femenina exigía darlo todo. No eran feministas y colaboraban con los hombres. " La Unificación no nos gustó -decía Marta-, pero comprendimos que había que unirse para ganar la guerra". "Se nos ataca diciendo que sólo enseñamos a coser y cocinar. No es cierto. En los ambientes rurales, a través de la camarada Pascual, de Olot, enseñamos a cuidar de la familia, a luchar contra el analfabetismo y la mortalidad infantil. Antes de la Sección Femenina estaba mal visto hacer gimnasia… Ahora se enseña ballet. Y los albergues! Las chicas se sienten por primera vez independientes". Por lo demás, Marta decía: "Yo no sé siquiera freír un huevo".

* * *

En casa de la Voz de Alerta había euforia. Se confirmó que Carlota estaba encinta, pero no sabían si sería niño o niña. Alguien les dijo que precisamente los ginecólogos rusos habían encontrado el sistema para detectar esto en el vientre de la madre. Supusieron que era un bulo propagado por algún "rojo".

' La Voz de Alerta' continuaba compartiendo a menudo el rancho con los ancianos del asilo y éstos continuaban gritando: "Viva el señor alcalde!". Este tipo de halago crispaba al profesor Civil.

– Por qué ese paternalismo? Al fin y al cabo, usted cumple con su misión.

– Qué puedo hacer yo? -replicaba el alcalde-. Yo no les he dado ninguna orden…

– Ya lo sé. Pero es la costumbre. En los regímenes totalitarios, y perdone la franqueza, lo más normal pasa a ser una bendición. También a mí, en Auxilio Social, a menudo me dan las gracias. La gente se muere de hambre y da las gracias! Quiere que le cuente cuál es el menú de hoy?

La voz de Alerta, como siempre, se limpiaba con gamuza los cristales de sus gafas de montura de oro.

– No es necesario. Me lo supongo… -contestó con rapidez.

– Qué va usted a suponer! -el profesor Civil puso más énfasis en cada palabra-. Un poco de bacalao de penca de cola, garbanzos remojados y un minúsculo pedacito de membrillo… Ésta es la comida fuerte del día, a la que hay que añadir un trozo de Pan amarillento, duro como la piedra y que sabe a demonios.

' La Voz de Alerta' se tocó la nariz con los dedos en pinza.

– Profesor Civil, le agradezco sus informes, pero le repito que me los sé de memoria. Lea usted mañana Amanecer, mi columna "Ventana al mundo", y comprobará que me ocupo de la cuestión.

Al día siguiente no apareció nada en Amanecer. Y es que la voz de Alerta tenía ahora un censor más tiránico que Mateo: el camarada Montaraz. Ninguna noticia negativa, ninguna sugerencia Que pudiera interpretarse como un fallo del sistema.

– Puedo saber por qué no se puede hablar del bacalao de penca de cola? -protestó el alcalde.

– Porque esto acabará pronto… No hay que alarmar a la población. Además, este año se esperan cosechas como las mejores del siglo. Y el subsuelo español, el eterno abandonado, empieza a soltar las innumerables riquezas que lleva dentro. Pronto te enterarás!

' La Voz de Alerta' movió la cabeza. En este sentido, su interlocutor -magníficos dientes de oro- era un frontón. El alcalde lamentaba que el camarada Montaraz no fuera también monárquico, pero, a pesar de todo, congeniaban. ' La Voz de Alerta' estaba contento con la campaña pro-higiénica que había organizado el gobernador, quien había decretado, ante la satisfacción de Marcos!, doblar el número de urinarios públicos de la ciudad y remozar los ya existentes. Los había, empezando por los de los cines, que parecían cloacas. Barrió todas las paredes con pintura de calidad y publicó un bando amenazando con copiosas multas a quienes las ensuciasen. ' La Voz de Alerta', que continuaba sacando motes a todo el mundo, llamó al gobernador la Escoba, lo que gustó mucho al patrón del Cocodrilo.

' La Voz de Alerta' seguía en contacto con don Anselmo Ichaso, quien, sorprendentemente, jugaba ahora sin equívoco posible la carta de don Juan como heredero de la Corona. ' La Voz de Alerta' se unió a este proyecto, pues la vuelta al tradicionalismo le parecía una utopía. Don Juan era mucho don Juan. Culto, vital y valiente.

A veces la Voz de Alerta titubeaba pensando que los Borbones tenían mala suerte, pero esto era una superstición. Lo que le asustaba era que don Anselmo, desde Pamplona, con su colección de trenes eléctricos, algún día le propusiera firmar algún documento para entregarlo al Caudillo. Carlota lo animaba. "Tienes que hacerlo. Es tu obligación. Don Juan apoyaría a los catalanes". Carlota, a través de la Corona inglesa, empezaba a sentir inclinación por los aliados. Hitler le parecía lo contrario de la aristocracia y el papel que, en Italia, frente al Duce, jugaba el emperador Víctor Manuel III se le antojaba poco airoso.

Al margen de esto, se estableció un duelo entre Carlota, condesa de Rubí y la mujer del gobernador, María Fernanda de Bustamante, también aristócrata, Carlota, preñada, no podía en aquellos meses presumir demasiado, pero su clase era innegable y cuando ambas mujeres coincidían sus diálogos se parecían a partidas de ping pong. Quienes las conocían prejuzgaban que ninguna de las dos ganaría la partida, que habría empate. Ángel lo resumía con una palabra ajedrecística: tablas.

' La Voz de Alerta' tenía poco trato con Agustín Lago, pero empezaba a interesarse por el Opus Dei, ya que Carlota le decía que en Barcelona estaban consiguiendo fichajes de categoría. Le habían dicho que Carrero Blanco, futuro subsecretario de la Presidencia del Gobierno, les hacía el caldo gordo. A la Voz de Alerta le hubiera gustado encontrar un ejemplar de Camino, pero no lo consiguió. Se lo encargó a Jaime y éste le dijo: "En mi librería no interesan esos temas. Si quiere usted las obras completas de Emilio Zola, o de Reclus…"

Una noticia que apareció en Amanecer por orden del camarada Montaraz fue que la Falange, al estallar la guerra, contaba sólo con diez mil afiliados, mientras que los requetés alcanzaban los setenta mil. Y que en esos años se había igualado la cifra, lo cual no era de extrañar, puesto que en la Falange entraron en tromba muchos "decepcionados" de los regímenes anteriores… ' La Voz de Alerta' comentó que la operación había sido fácil, pues se inscribieron en Falange incluso miembros de la FAI, motivo por el cual la gente la llamaba la FAILANGE.

En un tema concreto el camarada Montaraz y la Voz de Alerta coincidían plenamente: era preciso acabar con el estraperlo. Acabar era mucho decir, mientras durara la guerra; pero paliarlo en lo posible y, sobre todo, dar la sensación de firmeza. La primera medida que tomó el gobernador fue colocar en su antedespacho un letrero que decía: "Prohibidas las recomendaciones. Sólo perjudican al recomendado". La segunda, fue drástica. Aprovechando que acababa de publicarse una ley según la cual los delitos de estraperlo podían ser castigados incluso con la pena capital, trascribió el decreto en Amanecer y obligó a la emisora de radio a que lo fuera repitiendo durante quince días. "A ver si empezamos a hacer política seria -dijo el camarada Montaraz-. Se ríen en nuestras propias barbas y esto es inadmisible".

' La Voz de Alerta' asintió. Y pensó que sus cuñados, los hermanos Costa, echarían marcha atrás. Y se equivocó. Hubo un frenazo para el estraperlo menudo, el de la orquesta Gerona Jazz, por ejemplo, que continuaba llenando de lentejas y demás productos comestibles el interior de los instrumentos. También se esfumaron como por encanto los hombres disfrazados de sacerdotes o de frailes que hacían su agosto subiendo a los pisos y pidiendo "para la reconstrucción de la parroquia". Pero los hermanos Costa! Don Rosendo Sarro, el padre de Ana María, más que nunca seguro de sí! Claro que tenían varios asuntos pendientes en el juzgado, y que Manolo e Ignacio iban a por ellos. Pero eran duros de pelar. Muchos testigos hacían marcha atrás, temerosos de que alguna amenaza pendiera sobre sus cabezas. Manolo le decía a Ignacio: "Tiempo al tiempo… Los hermanos Costa, con este gobernador, caerán. Lo de tu suegro, el inefable don Rosendo, lo veo más peliagudo".

La tercera medida tomada por el gobernador fue la de castigar a los dueños de varios establecimientos -comestibles y calzado- a permanecer durante veinticuatro horas en el escaparate de sus tiendas, a la vista del público. Desfiló toda la población, entre divertida y asustada. En el café Nacional, Galindo y Carlos Grote le dijeron a Matías: "Sabíamos que la Escoba, perdón, el gobernador, tenía sentido del humor y colaboraba en ' La Codorniz', pero no hasta ese punto. Señores, en lo que a nosotros respecta, chapeau…"

Tristes conquistas comparadas con el alud de ingenio y mala uva de los estraperlistas. Productos buscadísimos eran los metales: tuberías, cables, cañerías de plomo, hilos telefónicos, las tapas de las bocas de riego, las de los alcorques. Y el mármol. Las mismísimas lápidas mortuorias se convertían en veladores de café. Hubo cliente que al pasar la mano por el reverso de la mesa palpó la leyenda: "Tus hijos no te olvidan". Y en las pensiones barcelonesas, según Ezequiel le contaba a Ana María -y ésta a su vez a Ignacio-, daban gato por liebre. En una fonda próxima a la estación de Francia se descubrió que habían servido dieciocho mil gatos desde la terminación de la guerra civil. El dueño, Renato Zato, temió ser fusilado, acorde con el reciente decreto; se salvó. Le salieron doce años y un día y el hombre se dio por satisfecho.

A todo esto. Amanecer publicó un anuncio que movilizó a la población. Alemania pedía obreros españoles, en cantidad ilimitada, mediante un contrato que mejoraría al ciento por ciento su nivel de vida. En toda la nación tal noticia causó una especie de escalofrío, acaso un suspiro de alivio. Trabajar en Alemania! Las puertas de la riqueza abiertas! Se acabó el racionamiento, sobraría para enviar divisas a la familia! Se formaron colas. ' La Voz de Alerta', y el camarada Revilla, delegado provincial de Sindicatos, contabilizaron veintidós emigrantes dispuestos en la ciudad, seis de ellos, precisamente, "productores" de los Costa, de la EMER, que dirigía el hijo del profesor Civil.

Y allá se fueron gran cantidad de obreros -la primera remesa fue de cinco mil-, montados en los mismos trenes que antaño utilizaran los voluntarios de la División Azul, y siguiendo el mismo itinerario a través de Francia. Las despedidas fueron una mezcla de tristeza -separación- y de júbilo. "Mujer, no llores, que ha llegado la ocasión!". El padre Forteza, conocedor de Alemania, le dijo a Alfonso Estrada: "Me temo que al llegar allí se encontrarán con alguna sorpresa desagradable".

Moncho y Eva comentaron:

– Más lazos con Alemania! Hay que ver…

A todo esto, Franco hizo un viaje a Cataluña. Lo tenía prometido desde hacía tiempo, pero no veía el momento. Por fin llegó. Y he ahí que la santa montaña de Montserrat, a donde Franco iba a subir para rendir culto a la Moreneta, se llenó como en las grandes fiestas de las peregrinaciones. Subieron allí varios obispos, todas las autoridades de la región -el camarada Correa Veglison, el camarada Montaraz, etc.-, y también una serie de ciclistas que pedalearon con brío asombroso, como si cumplieran una promesa o estuvieran en pleno tour de Francia.

Como es natural, entre los obispos presentes figuraba el de Gerona, el doctor Gregorio Lascasas, que no había estado sino una vez en el monasterio y que nuevamente se quedó con la boca abierta y suspenso el ánimo. Fue precisamente a él a quien correspondió decirle al Caudillo que las jerarquías eclesiásticas lo saludaban con las siguientes palabras: "Vemos en Vos el instrumento de la Providencia ". Franco no se inmutó. Por lo visto estaba acostumbrado a los halagos más fervientes. No podía olvidar que el sacerdote Herrera Oria le había dicho en Málaga: "Fue enviado por Dios un hombre cuyo nombre era Francisco". Y que el obispo de Madrid y Alcalá, doctor Eijo Garay, llegó a decirle viéndole bajo palio un día en que el obispo balanceaba el incensario: "Nunca he incesado con tanta satisfacción como lo hago ahora con Vuestra Excelencia".

Franco contestó con un largo discurso, en medio de aplausos y vítores de la multitud que cubría la explanada frente al monasterio. Y entre otras cosas dijo algo que agradó mucho al camarada Montaraz y a Marta, pero que disgustó al notario Noguer, Presidente de la Diputación: "Sólo existe una nación cuando tiene un jefe, un Ejército que lo guarda y un pueblo que la asiste. Nuestra Cruzada demostró que tenemos el jefe y el Ejército. Ahora necesitamos el pueblo y éste no existe más que cuando logra tener unidad y disciplina".

– Cómo puede un hombre autoelogiarse de este modo? -le preguntó el notario Noguer al camarada Rosselló, que estaba a su lado.

El camarada Rosselló le miró con firmeza.

– No se trata simplemente de un hombre. Es el Caudillo y todos sabemos lo que esta palabra significa.

El notario Noguer enmudeció. No quiso encrespar a su joven interlocutor, entre otras razones porque tenía asma y se sentía débil. Pero recordó con cierto regusto unas palabras del cardenal Segura, el único "enemigo", junto con el cardenal Vidal y Barraquer, del generalísimo Franco; y dichas palabras eran: "La palabra Caudillo, en la literatura clásica, significaba jefe de una banda de ladrones; e Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios espirituales, clasifica la figura del Caudillo entre los demonios".

Este recuerdo del notario Noguer empezó y acabó en su claustro personal. El exterior, en la gran explanada, continuaba cantando himnos y aplaudiendo. Fue un triunfo de Franco, que tuvo su momento culminante cuando el Generalísimo subió al camerino de la Virgen y besó con fervor la imagen.

Y cabe añadir que la estancia en Montserrat no fue más que una etapa. Luego le tocó a Barcelona: desfile de "productores", organizado conjuntamente por el camarada Girón y las autoridades locales. Fue una ceremonia apoteósica, tanto más cuanto que no procedía de las Fuerzas Armadas, sino de la población civil. El número de "productores" que desfiló brazo en alto ante el Caudillo, en la avenida que llevaba su nombre -antes Diagonal-, superó los cuatrocientos mil. La urbe se tino del azul de las camisas por espacio de varias horas. Era invierno, hacía frío, pero el entusiasmo podía con todo. El general Sánchez Bravo, también presente, al ver el mundo del trabajo marcando el paso barbotó, a oídos de su ayudante, el coronel Romero: "Nunca imaginé que el pueblo, tres años después de haber terminado la guerra civil, continuara siendo milicia". Naturalmente, de Gerona había llegado un tren entero de "productores" procedentes de toda la provincia, presididos por el delegado provincial de Sindicatos, camarada Revilla. Y los Costa, por su cuenta, habían inscrito a todo su personal.

El camarada Montaraz se palpó varias veces la cicatriz de la mejilla izquierda, por cuanto le habían dicho que Montserrat era el ombligo del separatismo catalán. Aquello le dio ánimo, le mantuvo la moral. Tal vez Cataluña fuera más permeable de lo que los pesimistas podían pensar. Lamentó no tener a mano media docena de cacahuetes, porque hubiera ido partiéndolos por la mitad con su reconocida maestría.

CAPÍTULO III

LA VIDA DE LOS EXILIADOS proseguía su camino. Julio García y Amparo continuaban en Washington, en el Imperial Hotel. Recibían algunos periódicos y revistas que les mandaba Matías, entre las que figuraba ' La Codorniz'. Este semanario provocaba en Julio verdaderos ataques de risa, lo mismo que la noticia publicada en Amanecer, según la cual su caso había sido ya juzgado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, que lo había condenado a treinta años de cárcel, a multa de cien mil pesetas y a la pérdida de la nacionalidad española. Julio, que de vez en cuando añoraba a Berta, su tortuga, puso esas cien mil pesetas a disposición de David y Olga para reforzar la editorial que los maestros dirigían en Méjico -Editorial Ibérica-, que se ocupaba sobre todo de libros de texto e iba viento en popa.

En la última carta que Julio escribió a Matías, el optimismo rebasaba la dimensión del papel. Estados Unidos en guerra! Entre líneas le recordaba a su amigo, y también a Ignacio, que el país de Roosevelt era el más rico y poderoso de la tierra. "A veces pintan oros, a veces pintan bastos. Aquí, a partir de ahora, pintan oros". A Julio no le cabía la menor duda de que, a la larga, la victoria no podía escaparse de las manos de los aliados. Amparo no estaba tan segura, pero, por las trazas, le importaba poco. Vivía como una reina. Y el aire de libertad que soplaba en el país que los había acogido llegaba a conmoverla. Tenía la impresión de que en Estados Unidos todo el mundo, incluso los chiquillos, nacía lo que le daba la gana.

* * *

Washington, 20 de enero de 1942.

Queridos Alvear: Estoy atiborrándome de libros sobre la conquista de América en general y de California en particular. Realmente la raza española hay que tomarla en serio. Aquellos honres eran gigantes y fray Junípero Serra una figura mítica. Casi da gusto andar por ahí y decir: soy español, aunque la verdad es que fui con Amparo a las cataratas del Niágara, donde se me ocurrió hacer pis. Nunca me había sentido tan insignificante! Bueno, escribidme más a menudo. Qué tal el pequeño César, el hijo de Pilar? Qué tal Ignacio, con su título en el bolsillo y trabajando, si lo entendí bien, en el que fue mi despacho? Qué tal Carmen? Y tú, Matías, sigues siendo el campeón del dominó? Me entero del destino de Mateo. Que tenga suerte! Eso de las guerras es un tostón. Yo prefiero irme de vez en cuando a Miami a tomar el sol. Claro que echo de menos la Dehesa, por lo que intentaré convencer a Roosevelt de que la traiga aquí con el botín. Muchos abrazos, y recibid otro sombrerazo fraternal. Julio.

* * *

A Olga se le había pegado increíblemente el acento mejicano y lo que al principio le sonaba mal ahora la entusiasmaba: Jorge Negrete, Cantinflas… David estaba al frente del Círculo Catalán, donde se hacían exposiciones de todas clases y donde iban exiliados a leer, a charlar y a jugar a las cartas. También los maestros habían continuado atiborrándose de libros sobre el descubrimiento de América, y la gesta de la raza les dejaba más que atónitos.

En Méjico, paraíso de los arqueólogos -había culturas enteras que estaban por desenterrar, en la mismísima capital-, se habían dado cuenta de que sus ideas socialistas eran perfectamente válidas. Había tanto desnivel! Unos cuantos ricachos, petróleo, que ahora con la guerra doblaba su valor, y luego la gran miseria, que recordaba la calle de la Barca pero multiplicada por mil. En sus libros de texto se las arreglaban para meter todo esto en la mollera de los crios, y personalmente tenían la impresión de que cada día que pasaba los enriquecía en el sentido de tener una visión del mundo más certera.

El día que los Estados Unidos entraron en la guerra se bebieron una botella de champán; exactamente lo que, en el hotel del Centro, de Gerona, hizo mister Edward Collins. Sin embargo, ellos no veían el final tan próximo como Julio. El fanatismo era el fanatismo y el enemigo había estado preparándose durante años. Claro que, a decir verdad, tampoco tenían tanta prisa. Cuanto más durara la contienda, más completa sería la destrucción del imperio nazi y del imperio del Duce.

Méjico, 30 de enero de 1942.

Queridos Alvear: Aquí estamos otra vez, para que Ignacio y la familia sepa de nosotros. Contentos, porque esta tierra es acogedora y tenemos campo abierto para nuestros programas pedagógicos. Olga canta Guadalajara… que es un primor. Quién pudo predecirlo! Ignacio, por quién te has decidido al fin? Por Marta o por Ana María? Piénsalo tres veces, pues esto es para toda la vida, sobre todo si la pareja pone un cura de por medio. Qué tal la abogacía? Aquí, esta palabra es la repanocha. Se dejan sobornar. En realidad, se deja sobornar casi todo el mundo, razón por la cual los españoles, que hemos llegado con una carga de sufrimientos y más serios en nuestro quehacer, nos abrimos paso como Pedro por su casa. Nos gustaría deciros hasta pronto, pero de momento la pelota está en el tejado. Sin embargo, lo seguro es que, algún día, cuando al calendario le dé la real gana, volveremos a vernos y a daros un abrazo. Y entonces podremos contaros todo lo que por carta es imposible. Ignacio, te deseamos toda la suerte del mundo, mientras recordamos tu estancia en San Feliu de Guixols aquel verano en que nos bañamos juntos. Saludos a los campanarios de Gerona. Vive mosén Alberto? Aquí, con el Museo Nacional de Méjico, se volvería tarumba. No dejéis de escribirnos. Y mandadnos algo de prensa, que no sea Arriba, que a veces llega al Círculo Catalán y que nos pone de malhumor. Abrazos, David y Olga.

José Alvear formaba parte de las guerrillas de la Résistance francesa. Admiraba a De Gaulle, al que llamaba "la torre Eiffel". Su compañera en París era ahora Nati -no quería llamarla Natividad- y tenía veinte años. Nati consideraba a José un dios. José Alvear se dedicaba a volar trenes, junto con una patrulla de doce expertos, que estaban a sus órdenes. No quería saber nada con los comunistas, ni franceses ni españoles, pues con tanta burocracia lo retrasaban todo. Actuaba por su cuenta, como siempre lo había hecho. José era tan feliz que había levantado el ánimo del socialista Antonio Casal, eternamente pesimista y tocándose el algodón de la oreja, con una mujer triste que no hacía más que hablar de Gerona. José Alvear era feliz porque creía haber descubierto algo original, nunca dicho, de lo que, según él, no había hablado ningún periódico: que Pétain le había dado a Hitler sopas con onda. "El listo francés ha ganado al tonto alemán", decía. Era la tesis sostenida por mucha gente, pero que José se atribuía en exclusiva: si Pétain hubiera apretado las clavijas, Hitler hubiera ocupado toda Francia desde el primer momento, el Marruecos francés y se hubiera quedado con la flota francesa, anciada en Tolón. Simulando estar de su parte, se instaló en Vichy. Los franceses, demasiado untados con foie gras, no se daban cuenta de la astucia del mariscal, de su cuquería. No sabían valorarle. "Le llamaban colaboracionista! Se necesitan cojones para estar, tan ciego! Si Pétain me pide que le ceda a Nati, se la cedo sin pestañear". José Alvear utilizaba el mismo argumento que todos los pétainistas, aunque éstos solían emplear palabras un poco más amables.

* * *

José Alvear, en París, a veces se encontraba con Gorki, el comunista de postín, ex alcalde de Gerona, que también había dejado Toulouse y Perpiñán. Gorki no actuaba en ningún grupo, alegando que estaba demasiado gordo y que tenía una úlcera de estómago que no lo dejaba vivir. También hacía de gigolo. Su madame se llamaba Mady y tenía una pastelería. Gorki, gourmet y goloso por más señas, estaba en el séptimo cielo. "Vete con cuidado -le decía José-, no vayas a tener un hijo que te salga mitad crema, mitad nata". Gorki había perdido por completo la pista de Cosme Vila, del que no sabía si estaba en Moscú, preparando la defensa de la ciudad, o se había ido más allá de los Urales. En cambio, José estaba en contacto con Canela, a la que por fin arrancó de Perpiñán. Canela tuvo suerte, y ya no se hacía polvo el hígado a base de Pernod. La morriña que padecía en Perpiñán se le había curado por completo, gracias a un tal monsieur Petitfrére que la mantenía, que estaba loco por ella, desconociendo su pasado. A lo mejor se creyó que era virgen! Monsieur Petitfrére era experto en antigüedades y un lascivo, al que Canela conseguía fácilmente contentar. Canela se estaba convirtiendo en una burguesita que iba descubriendo la dulce Francia. A veces, al oír Radio Pirenaica, pensaba en Ignacio con ternura. "Será ya abogado, el muy rufián…"

París, 30 de enero de 1942.

Querido tío Matías: La cosa se complica, pero todo se andará. Tengo a mi lado a una tal Nati, que es de Jaén y me toca las castañuelas. París está muy bien, pero no tiene plaza de toros ni conoce el chotis. Andan por ahí unos apaches con acordeón, y hablan de los faroles, del Sena y de los clochards. Menudos pelmas! Hitler se los merendó en un santiamén, palabrita religiosa que se las trae. Oyeron una palabra en alemán y todos hicieron mutis por el foro. Excepto Pétain! Algún día os contaré esta historia. De momento, echo de menos el frontón. En España no iba nunca; ahora lo echo de menos. Si seré carcamal! Ignacio ya me conoce. Escribidme, si es que en España queda tinta, a nombre de Nati Miranda, 74 Avenue de Villiers, París, XVII. Escribidme en francés. Lo leo mejor que el español. Felicidades a Pilar, por el crío. A mí siempre me han gustado los crios de los demás. Abrazos de vuestro sobrino y primo. José.

* * *

Ignacio se acercaba a los veinticuatro años y se encontraba pictórico de salud. La llegada de Moncho a Gerona había sido providencial para él, porque durante una temporada, con los estudios, los amoríos y el bufete de Manolo, se había olvidado de que tenía un cuerpo que cuidar. Moncho, que continuaba haciéndose friegas por todas partes, sin recato, utilizando uno tras otro varios limones, le convenció para salir de excursión e incluso para ir a esquiar. Fueron al Pirineo, con reiterada inclinación hacia Nuria, pese a que Eva, más débil, les seguía con mucho esfuerzo. Ignacio se había bronceado otra vez -bronceado de nieve, que según Moncho era el ideal-, y presentaba un aspecto magnífico, lo que hacía felices a Matías y a Carmen Elgazu.

El muchacho iba con mucha frecuencia a visitar a su hermana Pilar y a su sobrinito César. Leyó en La Vanguardia -se había suscrito a este periódico porque traía más información general que Amanecer- que habían salido al mercado unas sillas patentadas Portabebés y le regaló una a Pilar. "Oh, Ignacio, qué preciosidad!". Y estampó un beso en la frente de su hermano.

Matías se enternecía pensando en su hijo Ignacio. Carmen Elgazu lo mismo, pero, como siempre, había algo de él que no acababa de gustarle. A raíz de la entrada de los japoneses en la guerra, al parecer Ignacio se había interesado… por las religiones orientales! Carmen Elgazu no acertaba a comprender. "Pero, hijo, no te basta con la nuestra?". Carmen no lograba siquiera retener los nombres del sintoísmo, del budismo, del hinduismo, del islam… Para ella, todos eran protestantes. Cualquier religión que no fuera la católica era protestante.

Una vez Ignacio le dijo:

– Hablas de este modo porque has nacido en España, en Bilbao. Y si hubieras nacido en Pekín?

– Dónde está eso? -preguntó Carmen-. Bueno, qué más da! Pues, si hubiera nacido donde tú dices, me hubiera venido aquí andando.

Matías añadió:

– Y yo la hubiera esperado en Madrid, en la verbena de San Antón.

Ignacio había resuelto de una vez para siempre su problema capital: se casaría con Ana María. Cualquier obstáculo sería inútil, empezando por la negativa de su futuro suegro, don Rosendo Sarro.

– Ya eres mayor de edad, no es cierto?

– Pues claro! -respondió Ana María.

– Entonces, esperaremos a que yo me afiance en la profesión, lo que me va a costar quizá un año, y adelante con las flores de azahar!

– Ignacio, siempre seré tan dichosa?

– Eso depende de ti, no de mí…

– Qué quieres decir?

– Yo seré siempre el mismo; es decir, nunca sabrás cómo soy. Así que, la costa está clara.

Ana María se reía. Ya no llevaba, como antaño, los mofletes uno a cada lado. Llevaba una larga cabellera, en la que Ignacio ensortijaba sus dedos. Cambió de peinado el día en que el gran amigo de la pareja, el pintoresco Ezequiel, fotógrafo, que continuaba saludando con títulos de película -últimamente, Los tres lanceros bengalíes-, le dijo que con los mofletes sería una muñequita hasta el fin de los tiempos, y que ya era hora de que se mostrara como mujer.

Ana María obedeció, e Ignacio encantado. "Ya era hora! -exclamó-. Siempre pensaba: cuándo se quitará esos aparatos para la sordera, que me recuerdan a Gaspar Ley?". Gaspar Ley era el sordo director del Banco Arús en Gerona, y su mujer, Charo, cansada de viudedad, se había ido por fin a vivir con él, y tenía un proyecto embrionario: montar en la ciudad una lujosa peluquería de señoras acorde con la que Dámaso había establecido para los caballeros.

Ignacio y Ana María acostumbraban a verse donde siempre, en el café del frontón Chiqui. No siempre sus diálogos eran de color de rosa. Aparte la sombra de don Rosendo, quien se paseaba con un haiga -última moda de los estraperlistas-, y que tenía una querida sin apenas ocultarlo, porque este detalle daba también un toque de elegancia y de poder, estaban la guerra mundial y la posguerra en España. Esta última llevaba trazas de nunca acabar. Todo estaba como el primer día de la victoria: los vencedores, al cielo, los vencidos al reino de Satanás, como hubiera dicho el especialista demoniológico José Luis Martínez de Soria.

– Te fijas en La Vanguardia, Ana María? Cada día la lista de los ejecutados en el campo de la Bota. Hoy dos, mañana seis, pasado mañana tres, y así hasta no parar. Y me sé de memoria, porque lo vivo en Gerona cómo actúan los jueces: un minuto para cada víctima y sanseacabó. Cómo se puede consentir semejante matanza?

– Claro que me fijo en esto, Ignacio. Y estoy perpleja. Y los obispos, mutis… Protesta el de Gerona? Pues aquí, lo mismo.

– Has visto lo que trae hoy? Fíjate. Ha sido ejecutado Crisanto Pérez, que era completamente rojo en todas sus manifestaciones… Te das cuenta? Ha sido detenido Anastasio Escardera, tenaz propagador del NO PASARAN.

– Y la gente, tan tranquila… -Ana María guardaba para su colección otro terrón de azúcar de los que servían en el frontón Chiqui.

– Pero yo no! -barbotaba Ignacio, conteniéndose para no gritar-. Yo protesto con todas mis fuerzas. No luché para esto. Luché para que se acabaran los sepultureros a sueldo.

Ana María encendía un pitillo.

– Y qué me dices del superhombre Adolfo Hitler?

– Ésa es otra -contestaba Ignacio, acercando el cenicero hacia sí-. Ése los condena por millares. Pero lo malo es que ha involucrado a los rusos; y a los soviéticos tampoco les puedo perdonar…

– Como siempre, te encuentras en el fiel de la balanza.

– Exacto.

– Insatisfecho…

– En este sentido, sí… Pero te tengo a ti! Y eso es mucho más que terminar una guerra.

Ezequiel los llamaba "los tortolitos", o Romeo y Julieta, película que se acababa de estrenar. Y lo eran, aunque confiaban en que su vida sería menos truculenta y el final más feliz. Ignacio solía ir a Barcelona casi todos los domingos, en un tren renqueante que se paraba en todas las estaciones. Allí comprobaba los mil ardides de los estraperlistas de poca monta, de comestibles para vivir. Odres en el pecho de las mujeres, que semejaban niños de teta. Gente que, doscientos metros antes de una parada, tiraban la mercancía por la ventana, donde la recogían cómplices que la estaban esperando. De vez en cuando se paseaba por el convoy un inspector. Osear Pinel, fiscal de tasas, padre de Solita, había contratado a seis inspectores vascos de eficacia probada. Los expedientes se amontonaban… Siempre que le era posible, el bueno de Óscar Pinel hacía con dichos expedientes una gran fogata.

Ignacio y Ana María podían tratar todos los temas sin reserva, excepto uno: Adela. Ignacio continuaba en Gerona con Adela.

No lo podía remediar. Y puesto que Manolo le había confesado una vez que "había engañado a Esther", Ignacio le contó a Manolo, su amigo y maestro, que él también estaba engañando a Ana María. Lo raro era que el marido, Marcos, que desde hacía tiempo husmeaba algo -aunque jamás podía sospechar que se tratase de Ignacio-, no le hubiera descubierto. Lo malo de él es que ante Adela se quedaba mudo. Era un pusilánime. Ignacio decía: "En el fondo, es un consentido. Un consentido por la gracia de Dios".

Ignacio vivió una prueba de la que, al pronto, no quiso hablar con Ana María. Se enteró por Ricardo Montero de que algunas de las ejecuciones de la pena máxima, y no sólo en Barcelona, eran públicas, a condición de tener alguien que se interesara por tal deferencia. Decidió hablar con Manolo y éste le confirmó que ello era cierto, incluso en Gerona. "Yo mismo puedo arreglártelo. Te acompañaré hasta el cementerio para que te dejen pasar. Pero si me lo permites, yo me quedaré fuera, fumando un pitillo".

Manolo le llamó un miércoles y le dijo: "Mañana, a las seis de la madrugada, hay una ejecución". Ignacio se presentó en el cementerio, mientras Carmen Elgazu supuso que el muchacho iba a misa al Sagrado Corazón. José Luis, en la puerta, le informó. "Se trata de un tal Aurelio Prat, que formaba parte de aquel famoso comité de Orriols. Este comité clavó en una verja a seis monjas adoratrices. Comprenderás que el asunto está claro".

Ignacio entró y vio a Aurelio Prat adosado a una tapia, con los ojos vendados. El piquete, alineado. Un alférez, el sustituto de Ricardo Montero, con el sable en alto. La escena fue vista y no vista. "Fuego!". Y sonó la descarga. El "reo", como si fuera un pelele, se desplomó. No gritó ni "Viva" ni "Muera". Se desplomó. El alférez se aproximó a él y lo remató con el tiro de gracia.

Ignacio se retiró. Fuera le esperaba Manolo, con su coche. "Así que, eres un morboso…" "Nada de eso. Quiero vivir de realidades". "Las seis monjas eran reales". "Sí, lo creo, pero me consta que no siempre es así". "También a mí me consta. De ahí que no haya encendido el pitillo. Me dio vergüenza".

Enmudecieron. El frío de la madrugada era cortante, pero asomaba el sol al otro lado de las Pedreras. Cielo azul. Ni una nube, a excepción de la que vagaba por el cerebro de Ignacio.

* * *

Manolo era hijo del abogado barcelonés José María Fontana Vergés, ponderado y ecuánime. Manolo había aprendido en el bufete de su padre el amor a la justicia. José María Fontana podía permitirse el lujo de "elegir" los asuntos, pues con ser abogado de la FECSA le bastaba para vivir. Nunca aceptaba pleitos sucios. Su honor era intachable, lo que hacía compatible con una sana ambición. Un poco más bajo que Manolo, con muchas manchas hepáticas en la cabeza, destacaba por ser el campeón de Barcelona de golf. Siempre decía que la salud de que gozaba y la precisión y autocontrol eran debidos al golf. Le hubiera gustado que Manolo le imitara, pero Manolo, por influencia de Esther, se inclinó por el tenis y el bridge.

José María Fontana, durante la guerra -nunca se había metido en política- permaneció tranquilamente en casa, hasta que un vecino de la escalera, que era comisario político, descubrió que tenía a un cura escondido en la buhardilla, mosén Alfredo, de la parroquia de Santa Eulalia, y obligó al abogado a trabajar de mecanógrafo en uno de los comisariados rusos que funcionaban en Barcelona. Aprendió mucho al tratar con jerarcas rusos, militares y civiles, y tenía su opinión. Aprendió un poco el idioma, sin contar con que los había que hablaban con bastante perfección el castellano. Los consideraba complejos, de reacciones imprevisibles para un meridional. Cuando pensaba que iban a reírse, se enfadaban; cuando pensaba que iban a enfadarse, se lo tomaban a chacota. Decía que las novelas de Dpstoievski, y Alioska, el personaje creado por éste, eran la síntesis del temperamento eslavo. Una frialdad tremenda a la hora de castigar. Y una extraordinaria tendencia a dramatizar los acontecimientos. Un comisario ruso, Mik Bronstein, quería volar el templo del Tibidabo y la Sagrada Familia, de Gaudí. A su entender eran el símbolo del alma de los catalanes, contra el cual había que luchar. El padre de Manolo se dio cuenta en seguida de que los "rojos" perderían la guerra, porque Rusia no estaba dispuesta a ayudar en serio a "la revolución". Y ahora estaba seguro de que Hitler se estrellaría contra aquella muralla hermética y contra la grandiosidad de las Repúblicas Soviéticas.

Siempre aconsejaba a Manolo, y lo hacía certeramente. Le dijo que tuviera mucho cuidado con don Rosendo Sarro, que era tan peligroso como el camarada Mik Bronstein. Amaba con pasión a los nietecitos Jacinto, nueve años, y Clara, siete, y exigió verlos Ppr lo menos una vez al mes. Su mujer, Inés, era feminista recalcitrante. Quería mandar a la par con su marido y éste estaba de acuerdo. Manolo discutía con ella sobre este punto: el cerebro de las mujeres era más pequeño, imposible imaginar una Sócrates o una Leonarda da Vinci, etc. Inés se defendía con los mismos argumentos que usaba Esther.

Don José María Montana odiaba la guerra y "prohibió" que Manolo y Esther les regalaran a los crios juguetes bélicos. Le debía la vida a su hijo, puesto que al terminar la contienda civil le acusaron de colaborar con los rusos. Manolo defendió su causa y lo ocultó hasta que el peligro hubo pasado. Ahora le parecía estar en condiciones de opinar sobre la guerra en Rusia. Decía que los rusos eran torpones y patosos, pero acostumbrados a ser esclavos. Ello podía resultar determinante. Inés, muy aficionada a las alfombras persas y al arte oriental -Ignacio deseaba tratar con ella este tema-, decoró su casa como lo hubiera hecho Chang Kai-Shek. Los biombos. Los canteranos con mil pequeños cajones, las cerámicas. No le gustaba la posibilidad de que los japoneses atacaran China. Era anglófila, adoraba la administración inglesa, el protocolo, las pelucas, la tradición. Estuvo tres años en Inglaterra y desde entonces España le parecía un yermo, con todas las consecuencias. Manolo decía: "Mi madre perdona todos los pecados, a condición de que sean pecados ingleses". Inés no podía congeniar con la madre de Esther, con Katy, porque según ella Katy representaba lo más odioso del feudalismo andaluz. Nunca quisieron ir al cortijo que Katy poseía en Jerez.

Los padres de Manolo adoraban a Ignacio, al que veían "caballo vencedor". Don José María envidiaba la juventud… Por ello eligió el golf, porque otros deportes había que arrumbarlos al llegar a cierta edad. Tenía una voz cariñosa, como si hubiera nacido en Canarias. Inés detestaba los reptiles.

Manolo y Esther, con la entrada de los Estados Unidos en la guerra, vieron un rayo de esperanza. Continuaban admirando al viejo Churchill y llamando a Hitler "el pintor de brocha gorda". Manolo, barbita a lo Balbo, indumentaria deportiva, fumaba tabaco inglés y le gustaban los pijamas vistosos. Voz rotunda, que resonaba en la Audiencia. Las alfombras exóticas del piso se debían a regalos de la madre de Manolo. Estaba acostumbrado a decir "No te quejes" a Esther cuando ésta tenía razón.

Se ocupaba de la herencia de los hermanos Estrada, Alfonso y Sebastián. Tenían -habían heredado- una considerable fortuna, sobre todo en terrenos de la Costa Brava y en prietos olivares cerca de Cadaqués. Pero se daba el caso de que Alfonso Estrada, presidente de las Congregaciones Marianas, se encontraba en la División Azul, junto a Mateo, y Sebastián, que estuvo en el Baleares, navegaba de tercer oficial en un buque de pasaje de la Compañía Trasatlántica, probablemente cerca del Caribe, aunque se rumoreaba que había decidido quedarse muy pronto en tierra. "Cuando les tenga a los dos aquí -decía Manolo-, les propondré partir la herencia en dos partes iguales, restando el pago de los derechos reales. Y será curioso ver qué hace cada uno de ellos con la parte que le corresponda".

Esther, al igual que su suegra, hacía figuritas de cerámica, y en el bufete de Manolo continuaba trabajando aquel viejecito que se sabía el Aranzadi de memoria. Por fin el matrimonio consiguió entrar en relación con el cónsul inglés, mister Edward Collins, al alimón con el capitán Sánchez Bravo. Mister Collins se dio cuenta de que Manolo y Esther eran sinceros, por lo que de vez en cuando les hacía alguna confidencia. Por ejemplo, les dijo que en el primer bombardeo diurno de los alemanes sobre la ciudad de Londres, éstos habían perdido la tercera parte de sus efectivos.

Manolo, catalán, y Esther, andaluza, congeniaron pronto con el camarada Montaraz, tal vez a través del sentido del humor. Y pese a que el gobernador era germanófilo hasta la médula, por amor a Antonio Machado hicieron juntos una excursión a Colliure, a la tumba del poeta, tumba que consiguieron localizar gracias al sepulturero, puesto que nadie se había ocupado de poner siquiera el nombre en la lápida. "Ahora va a resultar que, en vez de los exiliados, tendremos que poner la lápida nosotros". Lápida que estaba además partida por la mitad, debido a que estalló cerca un polvorín.

Manolo congeniaba sobre todo con el hijo de los Montaraz, con Ángel, admirador de la arquitectura de Mussolini y también, y más aún, de los rascacielos. Ángel les repetía lo de siempre: estaba harto de España, de sus defectos, de su intolerancia. Esther se irritaba al oírle. Ella admiraba a los ingleses, pero se sentía tan española como Marta.

Muchas veces Manolo discutía muy en serio con el gobernador, en contra del Eje. El gobernador detestaba, no sólo a los soviéticos, sino a la propia Rusia. Ignacio ejercía de intermediario, alegando que fuera quien fuera el ganador de aquel incendio, sería un desastre para la humanidad. Ignacio hablaba así porque a través de Jaime estaba devorando mucha literatura eslava -no sólo Dostoievski, sino también Tolstói, Gogol y Turgueniev-, y también, y como siempre, porque el profesor Civil no veía razón válida para que existieran los incendios.

Ah, los dos hijos de Manolo y Esther! El pequeño Jacinto tocaba la armónica, recordando que también la tocaba Pablito, mientras que Clara asistía a clase de ballet con Gracia Andújar, en compañía de otras seis pequeñas alumnas de Gerona.

Manolo se enteró de las condiciones-contrato con las que los obreros españoles se iban a trabajar a Alemania y se indignó y le dieron lástima. El gobernador le replicaba que menudas condiciones habían impuesto los ingleses a lo largo de la historia a su mano de obra, aparte de expoliar toda clase de monumentos y obras de arte. Manolo insistía: "También Goering colecciona cuadros fabulosos de los museos de los países ocupados, y a más de esto la aviación alemana destroza precisamente las ciudades artísticas de la Gran Bretaña ". El camarada Montaraz enseñaba sus dientes de oro y argüía: "Esperemos a ver lo que hace, cuando llegue el momento, la aviación inglesa, si es que le da tiempo a reaccionar…"

Esther y Manolo, pese a la penuria reinante, comían de todo, porque lo compraban en el mercado negro. Continuamente cambiaban de sirvienta, porque Esther era muy exigente. La última se llamaba Margarita y era cleptómana. Esther se daba cuenta, pero puesto que robaba cositas sin valor y en lo demás cumplía a satisfacción, se la quedó a su servicio. Margarita perdió a su madre en un bombardeo de Valencia y su padre huyó a Francia y no sabía nada de él. Era guapetona y Ramón, el camarero del café Nacional, le echó la vista encima. "Si algún día me caso con ella, la llevaré de viaje a la Pampa argentina…"

Manolo y Esther estaban en contra de la División Azul. "Se traerán unas cuantas medallas y dejarán allí varios millares de muertos". No le perdonaban a Mateo que dejara a Pilar. La veían a menudo, pese a que Pilar, sin Mateo al lado, se sentía perdida en las reuniones.

Manolo iba enterándose, cómo no!, de la cantidad de fugitivos que entraban en España huyendo de la guerra.

– Si de mí dependiera -decía siempre-, se quedarían en España todos lo judíos, como se ha quedado Eva, puesto que son grandes creadores de riqueza.

– No te preocupes -razonaba Esther-. Saldrán a flote. Siempre ha sido así, desde Babilonia.

– No olvides que los cuatro grandes revolucionarios de la época moderna son judíos: Marx, Einstein, Freud y Charlot. Por cierto, que ayer mosén Alberto me informó de que el nombre de Charlot está prohibido por la censura. En las carteleras se le llama Garlitos o se dibuja un gráfico con el sombrero, el bastón y las gruesas alpargatas…

– Eso se basta para descalificar a un régimen -declaró Esther.

– Querida, recibe un beso por frase tan lapidaria.

* * *

Paz Alvear continuaba visitando a menudo a Matías en Telégrafos. Marcos, al verla, se ponía en pie y parecía dispuesto a besarle la mano. Matías, que además del reuma sufría de estreñimiento y de hipertensión, estaba a punto de dejar de fumar, pero en honor de su sobrina liaba un pitillo que le sabía a gloria, pues las fábricas de papel de fumar de Alcoy habían vuelto a abastecer el mercado.

Paz se preocupaba por los achaques de Matías, y le llevaba anuncios que aparecían en los periódicos. "Se siente usted apático? Contéstese esta pregunta: Son mis evacuaciones suficientes, completas o solamente parciales y poco sólidas? Pildoras de Brandeth". Matías no sabía qué hacer, pues creía mucho en las pócimas caseras de Carmen Elgazu. "Ahora resultará -decía- que España es un país de estreñidos". "Y de herniados -apostillaba Marco-. No ves estos anuncios? Bragueros de todas clases. Elíjalo a su medida. Doctor Alonso". "Contra las hernias, bragueros Mundet". Etcétera.

La muchacha se reía. Para ella el tabaco era una bendición, puesto que la ayudaba a tener esa voz desgarrada que tantos éxitos había proporcionado a la Gerona Jazz y que hacía las delicias de Damián. Un día Matías le enseñó un anuncio que la hizo enrojecer de rabia. "Un busto sano y desarrollado es un atractivo que puedes poseer tomando pildoras Circasianas. Laboratorio Tarrés".

– Es que yo necesito esa ayudita? -protestó Paz, irguiendo los pechos hasta marear a Marcos-. Tocad si queréis! -Los dos hombres hicieron ademán de complacerla y luego soltaron una carcajada.

Matías, al igual que Ignacio, aconsejaba a Paz que se refinara un poco, que se relacionase con gente de postín.

– En un año te convertirías en una señora.

– Y desde cuándo pretendo yo convertirme en una señora?

– Has nacido para eso. Ves lo que te ha ocurrido con Pachín? Pachín desconocía también los buenos modos…, y la jugada que te ha hecho no tiene perdón.

Era la herida de Paz, que no conseguía cicatrizar. Pachín, que continuaba jugando con el Club de Fútbol Barcelona, siendo la figura, y que había sido ya seleccionado para un partido contra Portugal -por cierto, que la selección no exhibió la tradicional camiseta "roja", sino otra azul-, le había dado, por fin, las calabazas definitivas. Pachín, atlético y rubio, no quería hipotecar su porvenir. Había cortado en seco sus excesos sexuales; y además, y eso era lo peor, se había cansado de Paz. En Barcelona, cumpliéndose lo presumible, encontró otras muchas vocalistas que parecían moscardones a su alrededor.

Paz había jurado venganza eterna; pero, ante el hecho consumado, no se le ocurría nada. Ello probaba una cosa: se estaba aburguesando, aunque no de la misma forma que Canela en París. Ganaba dos buenos sueldos -en la orquesta Gerona Jazz y en la perfumería Diana-, y además de vez en cuando volvía a posar para Cefe, quien la amenazaba con suicidarse si la muchacha no accedía a su petición.

Paz no era feliz. Y tenía remordimientos. Casi nunca se acordaba de su madre, "tía" Conchi, que murió como un pajarito. También lamentaba haber tratado siempre con dureza a su prima Pilar, que ahora pasaba horas muy amargas. Por si algo faltaba, su hermano, Manuel, siempre a la sombra de mosén Alberto, parecía un caso perdido: el muchacho estaba a punto de romper de una vez con sus titubeos y decirle: "El próximo curso entro en el seminario".

Cómo luchar contra lo que su tía Carmen llamaba auténtica vocación? No podía reprochar nada a Manuel. Cierto que el muchacho había recibido influencias que Paz consideraba nefastas, pero él era dueño de su porvenir. Continuaba diciendo por todas partes que las tallas de Cristo que veía y desempolvaba en el Museo Diocesano le habían provocado como un terremoto personal.

Así que uno de los consuelos de Paz era el pequeño Eloy, la mascota del piso de la Rambla y del Gerona Club de Fútbol, que se ganaba unas perras en el estadio de Vista Alegre ayudando al encargado del equipo, Rafa. Eloy era un encanto de muchacho, por su espontaneidad, por su humildad y por llamar las cosas por su nombre. El presidente del club, que seguía siendo el capitán Sánchez Bravo, le acariciaba el pelo cortado a cepillo y le decía: "Hala, te doy permiso para que pises el césped en los entrenamientos y le metas seis golazos al portero desde el punto de penalty".

Paz era generosa. La avaricia no era su pecado capital; su pecado acaso fueran los celos. A Eloy le regaló un jutbolín en miniatura, pintoresco juego que acababa de aparecer y que Matías aceptó de buen grado colocar en el cuarto del muchacho. Ambos jugaban partidas feroces; casi siempre ganaba Eloy. "Gracias, tío Matías. Mañana le pegaré otra paliza".

A Eloy cada día se le marcaban más las pecas del rostro, lo que le distinguía de los demás. Paz apretaba en ellas la molla del dedo y le decía: "Quién nos garantiza que eres vasco? No habrás llegado de Suecia o algo así?". Paz decía "algo así" porque no tenía una idea muy precisa de los demás países escandinavos.

Paz ya no iba a la Agencia Gerunda, porque por fin le habían encontrado, en la calle del Carmen, el piso confortable que andaba buscando, pero no por ello la Torre de Babel había renunciado a la muchacha. Una y otra vez se hacía el encontradizo y le enviaba ramos de flores. La verdad es que la Agencia Gerunda había prosperado lo suyo, gracias a su acuerdo con los Costa, y lo mismo la Torre de Babel que Padrosa, que el abogado Mijares, podían permitirse una serie de lujos con los que aquéllos jamás hubieran podido soñar en el Banco Arús. El papeleo era cada vez más complicado y la clientela afluía sin cesar. Padrosa esperaba poseer un coche para plantearle a Silvia, la manicura, sus propósitos de boda; la Torre de Babel esperaba lo mismo para hacerle a Paz una declaración formal. Los Costa los animaban. "Son dos bombones, dos peces de color". Paz, pensando en la Torre de Babel, estiraba los brazos y bostezaba y luego se iba a ver al librero Jaime para entregarle la cuota mensual que pagaba para el Socorro Rojo.

CAPÍTULO IV

MATEO Y SUS COMPAÑEROS gerundenses continuaban en el lago limen, que en buena parte estaba helado. Alfonso Estrada seguía muerto de miedo y contando cuentos tremebundos -que ahora no tenía que inventarse- alrededor de las hogueras. Cacerola le escuchaba como quien oye llover. A él le bastaba con escribir cartas a Hilda, su madrina alemana, que se portaba muy bien con él, que le contestaba a menudo y le enviaba paquetes con tabaco y gojosinas, además de alguna revista con generosa carne de mujer. Gracia Andújar era otra cosa, "se hacía desear"; o tal vez el correo desde España funcionase deficientemente. Sin embargo, les habían dicho que una vez a la semana salía un avión que desde Riga y pasando por Berlín enlazaba con la "madre patria".

Rogelio, el camarero que recibió el asalto sexual del doctor Chaos, había sido asistente del capitán Arias. Ya no lo era, porque el capitán Arias había muerto. Una bala certera disparada por un partisano le destrozó el cerebro. Estaba enterrado no lejos de la isba. Le habían otorgado la Cruz de Hierro, y era un honor; pero también habían puesto en su tumba una cruz de palo, que simbolizaba el "hasta nunca". Rogelio era ahora el asistente del capitán Sandoval, aunque a éste el chico no acababa de gustarle. Era el único que, a la hora de rezar, salía fuera a fumarse un pitillo, marca Juno, como siempre.

Por su parte, Mateo no podía olvidar que el comandante Regoyos le había dicho que debía prepararse para una "dura misión". Y la orden llegó, poco antes de Navidad, es decir, poco antes de que los viejos ortodoxos clamaran "Christus, Christus!". Se trataba, en efecto, de intentar socorrer, liberar, a una patrulla de alemanes que estaban cercados más al sur, en la posición de Wswad. El capitán Ordás iría al mando de la operación. Mateo, con la fotografía de Pilar y de César en el bolsillo, se despidió de sus amigos pensando también que muchos alemanes casados habían muerto voluntariamente en la guerra de España.

Fue una odisea sin posible descripción, a través de la nieve, a una temperatura de treinta y tres grados bajo cero. Un esfuerzo titánico, como Mateo no recordaba otro igual. Grandes barreras de hielo y grietas como simas. Los hombres se iban congelando, se inutilizaban los aparatos de transmisiones, los trineos se rompían y las brújulas se volvían locas. Cuando cogían algún prisionero ruso, la cantinela era la misma: miles de esquiadores siberianos se hallaban distribuidos por la región. Pese a todo, la misión se cumplió, y los cercados alemanes abrazaron a sus liberadores sin acertar a pronunciar una sílaba. Uno de ellos balbuceó: "Gracias". Todos los libertadores oyeron esta palabra, porque quedaban solamente doce. De los doscientos seis hombres que salieron de Spaspiskopez, sólo quedaron doce combatientes, entre ellos, Mateo, herido de bala en una cadera.

Los alemanes, con una camilla sobre un trineo, se llevaron a Mateo a la retaguardia ahora libre, y lo depositaron en manos de un médico alemán que le practicó el primer reconocimiento y también la primera cura y que ordenó su traslado a un hospital español que había en la ciudad de Riga, antigua capital de Letonia. Mateo sufría horrores y se preguntaba si podría volver a andar. Por el momento el diagnóstico era imposible: faltaban las radiografías. Mil pensamientos se le agolparon en el cerebro, y al pasar de nuevo por Spaspiskopez oyó que unos divisionarios cantaban la copla de moda:

Rusia es cuestión de un día

para nuestra Infantería

pero acabaremos antes

gracias a los antitanques.

Tenemos que recorrer

mil kilómetros andando

para luego demostrar

lo que llevamos colgando.

A lo largo del recorrido le fue muy útil un diccionario ruso-español que le había arrumbado al capitán Arias, éste ya cadáver. Aunque abreviado, el librito contenía palabras clave que le servían para dar cuenta de su estado. Lo montaron en un coche que olía a guerra. Más tarde una ambulancia se puso a tiro y gracias a ella pudo llegar a Riga, al hospital, donde, efectivamente, había muchos españoles, entre ellos, Solita, la enfermera, la hija de don Óscar Pinel, fiscal de tasas!

Solita le reconoció y, viéndole sufrir, le dio un beso en la frente y una copa de coñac. Abrevió de tal modo los trámites, pese al barullo reinante, que a la hora exacta había sido reconocido por dos médicos, que diagnosticaron la destrucción de la articulación coxo-femoral. La herida era grave. "Te das cuenta? Anquilosis de cadera". Ello suponía que se quedaría cojo para el resto de su vida.

Mateo rompió a llorar. Hacía largo tiempo que no lloraba; tal vez, desde que escribió aquellas crónicas a raíz del traslado de los restos de José Antonio a El Escorial. Solita, con su bata blanca, era su único consuelo. Curiosamente, "la otra víctima del doctor Chaos" había engordado, su mirada era triste, pero toda ella respiraba energía. Le gustaba su profesión. Se sentía útil. Ahora más que nunca, debido a Mateo. "El personal de aquí se muestra muy duro, aunque hay que comprender las condiciones en que trabajan. Los cirujanos, día y noche, turnándose cuando se caen de cansancio. Los heridos cuentan, y ello te beneficia; los enfermos, nada. Ahí arriba, en el primer piso, tienes a Núñez Maza, consejero nacional, debilitado, hecho trizas, con fiebre cuyo origen no consiguen identificar. Y ahora, descansa… No te perderé de vista ni un minuto".

A Mateo le ocurrió lo que a los alemanes de la posición de Wswad: sólo pudo balbucear: "Gracias". Estaba inmovilizado. Y sufría tanto! Y cojo para siempre. Pensó en Pilar, en Matías, en Carmen, en Ignacio… Su nombre aparecería en la Hoja de Campaña en la que se relataban los hechos diarios y las gestas. Esta hoja ahora se llamaba Alcázar y tiraba cinco mil ejemplares.

Estaba soñoliento -Moncho solía decir: "Un poco de éter, y todos iguales"-, pero antes de dormirse pensó casi obsesivamente en Cacerola. Cuando se enterara de lo ocurrido! Era preciso evitar que se lo comunicara a Gracia Andújar. Pero, cómo hacerlo? Mateo pensó en sí mismo y tuvo que reconocer que, al alistarse, en el fondo se creyó que todo aquello sería un paseo militar hasta llegar a Moscú y participar en el gran desfile en la plaza Roja.

El camarada Núñez Maza, que al cabo de una hora exacta estaba junto al camastro de Mateo, tenía, en efecto, un aspecto cadavérico. "Estoy muy enfermo -le dijo-. Esos cabrones me han envenenado". Tenía los ojos idos, los ojos brillantes, los ojos de la fiebre. Toda su seguridad falangista se había desmoronado. Pensaba abandonar. Pensaba pedir el regreso a España, porque su problema era de vida o muerte. Él procedía de otro sector, más próximo a Leningrado. Tampoco sabía gran cosa de lo que ocurría en los otros frentes. Leningrado, de noche, ofrecía un espectáculo indescriptible. Las escuadrillas alemanas iban a bombardear la ciudad. Sus defensores iluminaban el cielo con potentes haces de luz, grandes bolsas de fuego de artificio y globos protectores. Alarde pirotécnico. Se defendían con baterías antiaéreas pero sin aviones de caza, ya que los pilotos rusos temían ser derribados.

Solita había sido también su ángel tutelar. Salazar, con su cachimba, se las iba arreglando. La última vez que le vio le habló de Serrano Súñer en tono de desconfianza. Y le habló también de las mujeres rusas, siempre dispuestas a lavar la ropa, a cocinar, así como de los hombres, que hacían trabajos de carpintería o cortaban leña. La cabana del camarada Salazar estaba llena de carteles de toros y de otros motivos característicos de la raza.

– Tú entiendes a los rusos? Perdona, que veo que la herida te hace sufrir…

– No importa. Poder hablar contigo es una bendición! En España, los jerarcas siempre parecíais muy distantes…

– Tal vez tengas razón. Aquí, cualquier vanidad se va al carajo. Te has percatado de cómo huele este hospital?

– Claro que sí. Al entrar, creí que me desmayaba.

– Fíjate en esos bidones que hay debajo de las camas y que sirven de orinales. De noche se hielan. Y cuando puedas salir, aunque sé que te costará un tiempo poder hacerlo, comprobarás hasta qué punto la nieve conserva intactos los cuerpos. Nadie los entierra. Y para colmo, de pronto, en el momento más impensado, se oye aquella canción tan nuestra que dice: me fui, al puesto que tengo allí…

Mateo intentaba en vano moverse un poco, cambiar de postura.

– Y esos dos hombres tirados en ese rincón, qué hacen ahí?

Núñez Maza volvió la cabeza.

– No lo sé. Lo más probable es que sean dos rusos que se han pasado a nuestra división. Se dan casos; y también se dan casos a la inversa. Fíjate en sus pies y en sus manos envueltos en trapos, sumisos como perros, miserables, esperando la muerte… En cambio, fuera hay chiquillos patinando en el hielo, ajenos a todo mal. Son la inocencia purificada por el frío.

Hablaron, como era de esperar, de los alemanes. Estuvieron de acuerdo en que no eran como se habían figurado desde Madrid o desde Gerona. La palabra azul no significaba nada para ellos, de forma que no decían "División Azul", sino "División de Voluntarios Españoles". Al parecer, el general Muñoz Grandes estaba también disgustado, porque suponía que los representantes de Franco tendrían voz y voto respecto a las operaciones. Nadie se interesó por su opinión. Asimismo el general se sorprendió de que los destinaran al sector Norte, a los países bálticos, pues siempre se había dicho que irían a Ucrania, de clima más benigno, donde había italianos y rumanos. Y ya, en el plano de los soldados rasos, muchos alemanes miraban a los "soldaditos" españoles con cierta displicencia, con su estatura, sus risas, sus discusiones, su hablar alto. Los soldados alemanes iban correctamente vestidos, excepto, claro, cuando se encontraban copados como en Wswad y los "españolitos" tenían que ir a socorrerles, quedando luego cojos para el resto de sus días.

De repente, ambos camaradas se sintieron fatigados. Solita apareció.

– Hala, ya está bien por hoy. Tiempo tendréis para cambiar impresiones. A que habéis sido severos con los alemanes…!

– Pues, un poco, sí… -admitió Núñez Maza, cuyos ojos se habían enfebrecido más aún-. Y tú no?

Solita mudó de expresión. Se tornó severa, fría, como si meditara planes de venganza.

– Yo… qué os voy a contar! A mí me hirieron para siempre, pero fue en España…

* * *

Cosme Vila seguía en su piso de Moscú, con su mujer y con el crío. Acompañábanles los camaradas Ruano -madrileño, intelectual-, y los catalanes Soldevila y Puigvert. De vez en cuando recibían la visita de la maestra Regina Suárez, que siempre les traía noticias de primera mano.

En los días en que Mateo cayó herido, Moscú era el objetivo que parecía prioritario para los alemanes, simultaneándolo con el cerco de Leningrado en el Norte y haber tomado, en el Sur, Odessa y Crimea. Aquello era sobrehumano. Se hablaba de tres millones de soldados del Reich dispuestos a acabar pronto con aquella aventura desenfrenada. Regina Suárez les dijo:

– Pese a la censura, muy rigurosa, nadie puede ocultar la verdad. Y la verdad parece ser desagradable. Dónde está el gobierno, dónde está el Cuerpo Diplomático? Han abandonado la ciudad, hacia un destino desconocido. También los ministros, los altos funcionarios y el cuerpo de baile del Bolshoi. Apenas se puede andar por Moscú, pues la policía detiene a la gente al objeto de dejar pasar los transportes de tropas. Se dice que Stalin quiere permanecer en el Kremlin hasta el último momento, si este momento llega; en cuanto a nosotros, los españoles, habrá que elegir…

Cosme Vila se tocó la calvicie, al igual que cuando Ignacio, en el Banco Arús, le traía un periódico de derechas. Al igual que Solita, había engordado. Había luchado mucho para aprender el idioma ruso, pues los profesores se empeñaban en enseñárselo a base de Puskin y lo que Cosme Vila quería era poder leer Pravda. Pese a todo, hizo un gran adelanto, dado que, en su opinión, el léxico revolucionario se parecía en todas partes.

– Qué es lo que tenemos que elegir? -preguntó al fin.

– Pues, está claro. Son muchos los camaradas que estaban trabajando en industrias de guerra y que han sido trasladados contra su voluntad a Siberia. Ellos, lo mismo que los estudiantes de la universidad, querrían ir al frente, combatir; pero los jefes rusos les han dicho: "Vosotros ya habéis hecho vuestra guerra. Ya os llamaremos cuando llegue la hora de rescatar España". Pese a todo, se ha formado la 4.' Compañía, algunos de cuyos miembros, y tal como habíamos supuesto hace tiempo, han sido elegidos para defender, llegado el caso, el mismísimo Kremlin… Bien, bien, no os alborotéis! Una posibilidad estriba en ir al frente de Leningrado, donde combate la División Azul. Para ello es posible que os den permiso… La otra posibilidad es tomar el macuto e irse con la Pasionaria, que, si no cambia de opinión, piensa dejar su dacha y trasladarse a Ufa, la capital de la República Soviética de Bashkiria…

Los hombres se quedaron perplejos y el crío de Cosme Vila rompió a llorar. Sector de Leningrado, frente por frente de la División Azul! Cosme Vila se sobresaltó. Aquello era tentador, puesto que, a buen seguro, habría en la división algún combatiente de Gerona. Sin embargo, ya no era un chaval. Notaba pesado el cuerpo -la grasienta dieta rusa-, y correr y saltar y cortar alambradas se le antojaba fuera de su alcance.

Regina Suárez acudió en su ayuda.

– No te lo pienses, amigo Cosme… Tú ya no estás para eso. Tú y los tuyos os venís conmigo, y con la Pasionaria, a la estación de Kazan, y nos vamos a Ufa, donde algo podremos hacer. Por ejemplo, montar allí la misma emisora de radio que tenemos aquí: Radio España Independiente… Ya nos arreglaremos para obtener información -Regina se dirigió a Ruano, Soldevila y Puigvert y añadió-: Vosotros sois más jóvenes, y tenéis derecho a ir al frente y morir.

Cosme Vila se calló; los tres camaradas restantes tragaron saliva.

Ruano fue el primero en romper el silencio.

– Yo me voy con vosotros a Ufa… No me apetece saber lo que hay más allá de la muerte.

Soldevila y Puigvert se rascaron el cogote. La ironía de Ruano los galvanizó. Ambos habían ingresado en el Partido Comunista cuando experimentaron el primer amor y apenas si habían oído el nombre de Lenin. Durante la guerra de España combatieron en el frente de Madrid, en la Ciudad Universitaria. Se salvaron de milagro, en el supuesto de que los milagros existieran. Soldevila sintió una profunda alergia por los moros; Puigvert por los alemanes e italianos. Lo terrible era poder elegir. Hubieran preferido una orden de Líster, de la Pasionaria o del secretario general del Partido, camarada José Díaz, quien al parecer estaba en un hospital preso de una dolencia intestinal incurable. Miraron a Regina; ésta asentía a algo que la mujer de Cosme Vila le susurraba en voz baja.

– Dispuesto para ir al frente de Leningrado -dijo Puigvert, tomando una decisión que a él mismo le sorprendió.

Soldevila, que se había entrenado como paracaidista, con pasmosa calma declaró a su vez:

– Lo mismo digo… Pero a condición de que me permitan saltar al otro lado de las trincheras de la División Azul, para ver si me camuflo entre ellos y puedo volver trayendo información…

Regina miró a los dos "voluntarios" con una energía en la que no asomaba una pizca de gratitud. Estaba acostumbrada a las heroicidades.

– Me parece muy bien… Ésa es vuestra obligación.

A seguido, les soltó una noticia que los dejó asombrados. Les comunicó que un hijo de Stalin había caído prisionero de los alemanes, los cuales lo guardaban como rehén. Había miles de voluntarios dispuestos a infiltrarse entre las tropas enemigas y tratar de rescatarlo. Ello era válido sobre todo para el camarada Soldevila, teniendo en cuenta que Mijail Kalinin, el viejo presidente de la URSS, había dicho: "El encargado de tal tarea debe ser un español. Los españoles son especialistas en la guerrilla, que los rusos calificamos de milicia natural. Adelante con el proyecto".

Soldevila y Puigvert quedaron anonadados. No obstante, Regina había sacado ya la botella de vodka. Por qué no? Era la lotería. También era lotería el pacto que acaban de sellar. En el fondo, uno y otro amaban la vida mucho menos que las gentes que nunca habían tomado un fusil y que carecían de un ideal para el cual vivir.

Cosme Vila los abrazó, lo que en él no era común. Se sentía humillado, avergonzado y le agradecía a Ruano que le acompañara en su "deserción". Luego dijo:

– Os envidio. El destino es el destino…

Soldevila lo atajó con cierta dureza.

– Nada de eso. El destino lo elige cada cual.

* * *

Los camaradas Soldevila y Puigvert fueron a Leningrado, de paso para la zona de la División Azul. La hermosa ciudad que, al igual que el Kremlin, era preciso reconocer que se la debían a los zares, ofrecía un espectáculo de pesadilla. El cerco a que estaba sometida, así como los bombardeos, la habían convertido en un mal sueño. Sobre todo el hambre. En el momento en que, en Madrid, el poeta Dámaso Alonso declaraba: "Madrid es una ciudad habitada por un millón de cadáveres", los dos "voluntarios" decían otro tanto de Leningrado. Hambre. No había siquiera racionamiento, porque no había nada que racionar. Hambre. La gente añadía celulosa al pan, se comía cola de carpintero o se hervía el cuero de los cinturones y de los zapatos. Sobre todo de los muertos. Y por descontado, habían desaparecido de las calles todos los perros y todos los gatos.

Leningrado quedó atrás… Y se fueron hacia la zona norte del lago limen, donde conectaron -las instrucciones habían sido muy precisas-, con una unidad en la que había muchos españoles, que se dedicaban por los altavoces a insultar a los divisionarios con toda clase de epítetos, que obtenían la consabida respuesta. "Cabrones!". "Mercenarios!". "Hijos de la gran puta!". Los divisionarios contestaban: "Hijos de la gran Pasionarial" "Mercenarios!". "Cabrones!". Ni siquiera la lejanía de la patria podía paliar el enfrentamiento. Sólo un veterano comunista, Jorge Fernández, hablaba bien de la División Azul, ya que a diferencia de los alemanes sus componentes ayudaban a la población rusa y le daban comida. Los demás, consideraban a los divisionarios carne de cañón de la Alemania nazi.

Allí se enteraron de lo que era el frío. Nada más llegar, les dijeron a Soldevila y a Puigvert:

– No seáis mamelucos… Lo que lleváis parece un traje de baño -y les dieron la indumentaria adecuada, de la que sobresalían el capote y los guantes y las botas.

Con los prismáticos oteaban con el propósito de ver algún español. Sería difícil reconocerlo, porque llevaban uniforme alemán. Por otra parte, la inmensidad del paisaje producía escalofrío. Era una llanura infinita de nieve, sobre la cual los hombres parecían hormiguitas y que debían de ser, como en el desierto de África por el que avanzaba Rommel, blanco idóneo para la aviación.

Las trincheras de los españoles, las dachas, las isbas, estaban más lejos de lo que hubieran deseado. Podían disparar a mansalva, como si sobrasen las municiones, pero sin ninguna garantía de hacer diana. Al día siguiente de llegar conocieron a un tal Luis Mendoza Peña, que era el encargado de la misión de infiltrarse entre la tropa enemiga e intentar rescatar al hijo de Stalin. En el fondo, Soldevila y Puigvert respiraron con alivio. Ellos sabían algo de ruso pero nada de alemán.

– Regina no miente nunca… Sus informaciones son siempre veraces.

– Pues qué te has creído!

Pocos días les bastaron para adecuarse a la nueva situación. El termómetro llegó a marcar los cincuenta grados bajo cero. Hacer guardia más de diez minutos seguidos era la muerte. Y tenían prohibido fumar, porque la chispa del cigarrillo podía orientar al enemigo. Sólo fumaban en el fondo de las trincheras, aunque el tabaco ruso les producía carraspera.

Y allí se quedaron, cumpliendo con su deber para con la "patria" que los acogió y sirviendo a su ideal. Cierto que la máquina de guerra puesta en marcha por los alemanes causaba pavor; pero un sexto sentido les decía que la Unión Soviética -con la ayuda de los Estados Unidos- acabaría venciendo.

Un aparato de transmisión les comunicó una noticia que tenía su mordiente, y que a los divisionarios posiblemente les hubiera alegrado: la primera sangre española derramada había sido la de Rubén, único hijo varón de la Pasionaria. Rubén llevaba el brazo en cabestrillo y una condecoración militar: la Orden de la Bandera Roja, que le habían impuesto en el propio Kremlin en una ceremonia que no olvidaría jamás.

– Te das cuenta? Ellos nos dan ejemplo…

– A medias -susurró alguien.

– A qué te refieres?

– Al secretario general del Partido, José Díaz. Ha sido incapaz de resistir su enfermedad y se ha tirado por una ventana, falleciendo en el acto.

– Dónde?

– En la capital de Georgia, Tbilisi…

* * *

' La Pasionaria' y su séquito se fueron a la estación de Kazan, con destino a Ufa. La población en masa abandonaba Moscú, donde habían estallado desórdenes y habían sido asesinados buen número de policías. Los más audaces se dirigían hacia los dos fosos antitanques que Zhukov había hecho excavar en torno a la capital. Los aviones alemanes veían una sutil línea negra, un verdadero cinturón humano, sobre el cual hacían llover versos: "Señoritas de Moscú, no os toméis tanto trabajo, porque llegan nuestros tanques a llenar vuestros hoyitos".

La estación de Kazan estaba sumida en tinieblas, medida de seguridad contra los bombardeos. Una ingente multitud fugitiva se movía entre aquellos trenes. Cosme Vila no podía sospechar, viendo a su mujer y a su hijo, que el viaje sería interminable, que duraría nueve días, puesto que debían dejar paso a los trenes que iban en dirección contraria, hacia los frentes.

La población de Ufa era, qué curioso!, musulmana sunnita. Alá era Dios y Mahoma su profeta. Cosme Vila comentó: "Está visto que no hay quien pueda acabar con la religión". Regina Suárez le informó de que los musulmanes en las Repúblicas Soviéticas de Siberia debían de aproximarse a los cuarenta millones y que, por lo tanto, no había más remedio que respetar su credo.

En Ufa, en medio de la barabúnda, y gracias a la protección de las autoridades, consiguieron una casa modesta donde vivir y donde instalar la emisora Radio España Independiente, la cual de momento sólo podía recibir información de Radio Nacional de España y de Radio Berlín -kaput!- y, por supuesto, de la BBC de Londres, que era su alimento cotidiano.

Las noticias eran deprimentes, pero tampoco era cosa de tirar la toalla. Ruano, que continuamente entraba y salía y charlaba con todos los corresponsales que se le ponían a tiro, había logrado pergeñar una especie de síntesis, que incluso redactó, para ser más preciso. Entretanto, la Pasionaria, Regina Suárez y Cosme Vila se turnaban en las emisiones, a sabiendas de que éstas eran escuchadas en España. El comienzo era siempre el mismo: "Aquí, Radio Moscú…" Ello tranquilizaría a buen seguro a los radioyentes.

Ruano les contó que los alemanes habían previsto en cierto modo la época de la nieve, pero no la de las lluvias. "Todos los ríos se desbordaron. Inundaciones que se perdían de vista presentaban obstáculos infranqueables. Era el barro. Los camiones se hundían en un fango sin fondo. Los vehículos se atascaban hasta los ejes, los caballos hasta el vientre. La marcha se convertía en un calvario, en el lodo que llegaba hasta más arriba de las botas, metiéndose en la ropa, manchando la cara, ensuciando las armas, malogrando el alimento. Se hacía imposible vivaquear y como las casas estaban incendiadas, las tropas, agotadas, debían dejarse caer en el fango. En el centro existía la línea majestuosa, la autopista de Moscú; pero, qué suponía una calzada única, casi sin conexiones laterales, cuando se trataba de aprovisionar a cinco ejércitos?

"Por supuesto, Hitler, en la retaguardia, no tenía ningún motivo para sospechar que su campaña en Rusia había fallado. Le irritaba, esto sí, la lentitud de las operaciones, pero el plan seguía siendo posible. La idea de tomar Moscú persistía en toda su amplitud. Las primeras heladas, bajo el sol diurno, permitieron restablecer algunos enlaces y que los ferrocarriles volvieran a funcionar. Y la idea de que tomar Moscú sería el fin de la guerra levantaba el ánimo de las tropas fatigadas. El general Guderian instaló su cuartel en la provincia de Tula, en Yásnaia Poliana, el feudo de Tolstói, cuya tumba había sido minada. Los alemanes franquearon el canal Moscú-Volga y se cortó el ferrocarril Moscú-Leningrado. Pero, de pronto, llegó la nieve y colapso la operación de nuevo. Las locomotoras se helaban. Los cierres de los cañones se negaban a abrirse. Algunos tanques tuvieron que ser abandonados porque era imposible despegar las orugas del suelo. El pan se cortaba con hacha. La mantequilla se volvía de mármol. Un herido inmovilizado se congelaba a los pocos minutos. La orina se helaba al salir del cuerpo y algunos hombres morían por congelación del ano. Se utilizaban las ropas de los hombres que se hacían prisioneros y también las de los muertos".

El intelectual Ruano, que tenía perfil de águila y al que por proceder de Córdoba las mezquitas le resultaban familiares, les dijo a la Pasionaria, a Regina Suárez y a Cosme Vila y su mujer que tal relato pertenecía a un pasado que se le antojaba remoto: otoño de 1941. A partir de diciembre la situación se había modificado, con la llegada de la nieve en cantidades abrumadoras. La batalla de Moscú tomó un carácter más dramático aún. Nadie sabía de dónde los generales rusos habían tomado la fuerza necesaria para resistir la embestida. La tercera parte de las unidades que la emprendieron eran tropas siberianas. Los rusos tenían ropas acolchadas, botas de fieltro, gorros de piel y blusas blancas echadas por encima de sus largos capotes. Todos los vehículos automóviles estaban provistos de estos objetos de primera necesidad en la Rusia invernal: cadenas. Los lubricantes estaban calculados para las bajas temperaturas. Los mismos caballos tenían un capacidad de supervivencia y unas reservas de fuerzas fenomenales, aunque no encontraban como follaje más que los techos de bálago de las isbas. Se tomaban el desquite de esa guerra transformada por el hielo. Patrullas de caballería abrían camino, relevos de enlace montados llevaban órdenes, mientras los motoristas alemanes se veían apeados por la nieve y los aparatos de radio se atascaban con el frío.

"La moral de los soldados nazis estaba destrozada. No se rendían porque enfrente estaban "los rusos". El horror al cautiverio era la fuerza moral por el que el ejército alemán seguía moviéndose. Los más agotados o los más desesperados se pegaban un tiro en la sien, o se dejaban caer en la nieve para morir".

Llegó la orden de Hitler: "Resistir!". No avanzar más, pero resistir. Había que borrar el espectro de la retirada napoleónica, evitar la repetición de la campaña de 1812. Pero los generales del frente estaban consternados. Ante la superioridad numérica y material de los rusos, el peligro de disociación de los ejércitos alemanes era inminente. Alemania había metido ahí, en efecto, tres millones de soldados, y las llanuras nevadas parecían vacías! El ejército alemán tenía que luchar para no perecer. Hitler tomó personalmente la responsabilidad del mando de las operaciones, relevando al general Guderian.

– Ahora nuestros ejércitos -prosiguió Ruano- han pasado a la contraofensiva, aunque desde Moscú ello debe de parecer inimaginable. Pero ahí los corresponsales discrepan. Los hay que consideran correcta la decisión, el objetivo de destruir la totalidad del centro enemigo, y los hay que consideran que la ambición de Stalin es excesiva, como lo fue la de Hitler al intentar aniquilar el ejército soviético en una corta campaña de verano. Stalin intenta aniquilar a Hitler en una corta campaña de invierno, y ello parece utópico. Es posible que se trate de un error. En algunas zonas ha empezado el deshielo y ahí nuestros hombres ya no pueden combatir con la misma fuerza, pues los ríos se ensanchan hasta perderse de vista y la llanura entera se convierte en un mar de barro. Por lo demás, nuestros hombres están también algo agotados, como lo estarán, a buen seguro, si es que viven aún, los camaradas Soldevila y Puigvert.

Regina Suárez intervino. Hizo a su vez un resumen de lo que andaba contando, minuto a minuto, Radio Berlín. Según Hitler, en el frente ruso, en 1942, debía alcanzarse el objetivo que se perdió en 1941. Hitler había desdeñado ahora Moscú y volvía a la ofensiva por las alas. Se luchaba de forma terrible en Sebastopol. Lucha de artillería. Los alemanes, con el cañón más gigantesco que hubiera existido nunca, el Dora, la altura de cuyo fuste era la de una casa de dos pisos y que lanzaba obuses de siete toneladas. Setenta trenes habían sido necesarios para transportar esa pieza y cuatro mil hombres para servirla y protegerla. Hitler partía de la base de que el enemigo daba sus últimas boqueadas. Parecía ignorar que "un ruso muerto no está muerto del todo". Radio Berlín daba la impresión de ser fiel a la verdad al comunicar que la lucha en Ucrania había caído a la postre a su favor, a favor del general Von Paulus. "Timoshenko, nuestro general, el hombre de confianza de Stalin, ha visto también cómo se esfumaban sus sueños de victoria".

Intervino Cosme Vila, mientras el crío continuaba llorando y su mujer lavaba ropa. También él había estado a la escucha, sobre todo de la BBC, en las horas en que el micrófono le dejaba libres. A su juicio, Stalin, a la vista de los acontecimientos, que no se presentaban para el futuro demasiado favorables, quería arrancar de sus aliados la promesa formal de que en 1942 abrirían; un segundo frente. Churchill no se atrevía a formular tal promesa. Entretanto, en el norte de África, Hitler se disponía a reanudar el ataque en el desierto, conquistar la Cirenaica y con la ayuda de los italianos llegar hasta el canal de Suez. "Egipto será nuestro!". Rommel sería el ejecutor de la inmensa maniobra. Al término de días de combate, con nubes de polvo emergiendo del desierto y suerte varia en las escaramuzas, tomó Tobruk, que se había convertido en el símbolo de la resistencia aliada. Había sido una finta prodigiosa, cuya resonancia llegó a Egipto, donde Rommel era considerado un superhombre. Los aliados se retiraban hasta El-Alamein, que significaba "dos mundos", Churchill no disimulaba ante su pueblo las derrotas. Al contrario, las abultaba, en un alarde psicológico propio de quien conoce a su pueblo. El rasgo de humildad hacía que el pueblo inglés volviera a creer en él. El pueblo inglés olvidaba la pérdida de Grecia, la pérdida de Creta, el hundimiento del Prince of Wales, la retirada de Malaca y de Singapur.

Después de Singapur cayeron fácilmente las Indias holandesas, el archipiélago Bismarck y Filipinas. La isla de Corregidor, roca a kilómetro y medio de la bahía de Manila, estaba en manos de Mac Arthur, considerado un genio. Mac Arthur recibió la orden de Roosevelt de hacerse cargo del Pacífico Sur, en lucha contra los japoneses. Hombre de honor y valiente, al pronto no quiso ser el primero en abandonar el barco… Pero al final tuvo que obedecer y al marcharse a bordo de un esquife, con su enorme gorra sobrevoladora, pronunció la palabra: Volveré…

' La Pasionaria', impertérrita, orgullosa de su único hijo varón, Rubén, seguía al pie del micrófono. Conocía su misión y estaba dispuesta a cumplirla. Radio España Independiente, al enterarse con datos ciertos de que su audiencia era muy amplia, llegó a emitir un espacio dirigido a los católicos bajo el nombre de " La Virgen del Pilar", que produjo un gran impacto, hasta el punto de que Radio Vaticano anunció que no se hacía responsable de dicha emisora.

En Ufa habían coincidido gran número de prohombres del régimen estalinista. Su característica era la seriedad. Don José María Fontana, el padre de Manolo, los había definido bien: de apariencia patosa, estaban acostumbrados a ser esclavos. Cuando llegaban al poder, esto era determinante: trataban con dureza a su pueblo, sin sentir por ello el menor complejo de culpabilidad. Ignacio, tan aficionado a la literatura eslava, hubiera debido estar en Ufa. Cosme Vila pensaba a veces en él y, por supuesto, en Mateo. Cuál de los dos se habría alistado en la División Azul? Tal vez los dos. Tal vez Mateo, que debía de tener azul incluso la sangre, pese al desprecio que sentirían por él los aristócratas.

– Estás tranquila? -le preguntaba Cosme Vila a su mujer.

– No. Les temo a los bombardeos.

– Bombardeos en Ufa? Quieres que te enseñe el mapa?

– No entiendo de mapas. El mejor mapa para adivinar lo que va a ocurrir es nuestro hijo… Desde que nos marchamos de España he ido acertándolas todas. Sabía que un día u otro tendríamos que dejar Moscú. Ahora sé también que un día u otro tendremos que dejar Ufa, y que será para la muerte.

– Qué disparate! Qué te ocurre?

– Nada… Oigo las conversaciones. ' La Pasionaria' y Regina pueden contar lo que les dé la gana; pero te juro por mi amor, que eres tú, que no salimos de ésta. Tal vez se salve el crío, en manos de alguna enfermera alemana…

– Estás loca!

– Nada de eso. Le tomáis el pelo a Hitler. Pues ése sabe más que todos nuestros mariscales juntos.

Cosme Vila se tocó la calvicie. Había observado que Ruano, a veces, bromeando, se fumaba dos pitillos a la vez.

– Por qué haces eso? -le preguntó.

– Estoy que echo humo -respondió Ruano, desdoblando el periódico que publicaban en Ufa, y mientras escuchaba con atención el canto del almuecín invitando a la plegaria…

CAPÍTULO V

PILAR VIVÍA UNA ETAPA de extremado nerviosismo. "Estoy preñada de tristeza", le decía a su madre. Carmen. No había para menos. En primer lugar, Mateo. La guerra se había complicado y no cabía esperar que el muchacho regresase pronto. La última carta que había recibido de él destilaba cierta añoranza, por no conocer a César más que en fotografía. "Dónde puede estar?", se preguntaba Pilar, contemplando el mapa de Rusia. Un mapa que daba miedo por su inmensidad. Se pasaba muchas horas escuchando Radio Berlín -ocho emisiones diarias en español-, que con frecuencia daba noticias de los divisionarios. Sólo una vez había conseguido que se dirigieran a ella y dijeran: "De parte del alférez Mateo Santos". Había noches en que temía lo peor. Su único consuelo era aquella frase de mosén Alberto: "No te hagas mala sangre, que las misiones peligrosas se las encomendarán a los solteros". Sería verdad? Don Emilio Santos le decía: "Pues claro que sí! Es una costumbre que se da en todas las guerras".

La otra nota preocupante era precisamente la salud del padre de Mateo. Desde que éste se marchó, don Emilio se estaba quedando en los puros huesos. "La checa!", exclamaba. No era sólo eso. Con sesenta y dos años sobre las espaldas, su temperamento aprensivo era lo opuesto al optimismo congénito de Matías. El doctor Chaos hacía cuanto sabía para paliar sus problemas circulatorios, sin contar con que Moncho, en quien don Emilio había depositado toda la confianza, le daba instrucciones concretas, que a veces parecían aliviarle. Moncho, partidario de la herboristería, de las infusiones, le decía: "Tome esto… Y a la basura tanta medicina". Don Emilio Santos quería mucho a Moncho. Le hacía gracia que fuera zurdo, que detestara las máquinas y la industria y que hubiera nacido en Lérida, cuyo acento al hablar ponía, paradójicamente, nerviosos a los gerundenses. Jaime, el librero, le preguntaba: "Estás seguro de no ser aragonés?". "Pues no del todo…", contestaba Moncho, ante el asombro de Eva, que no alcanzaba a valorar tantos matices.

Últimamente don Emilio Santos recibió una buena noticia, procedente del notario Noguer, presidente de la Diputación. Don Emilio, además de la paga de jubilado, cobraría también la pensión por su cautividad durante la guerra. Con ello se restableció el equilibrio económico en casa de Pilar, la cual había llegado a pensar en dedicarse a dar clases de costura.

– Pilar, por qué crees que mi hijo se fue?

– Porque es un fanático, nada más… -y Pilar fijó la vista en el padre de Mateo.

– Serás capaz, algún día, de perdonarle?

– Y usted? -replicó la muchacha.

– Yo, no.

– Pues yo tampoco -respondió la chica-. No tenía la menor necesidad de alistarse. Entiendo que se fueran Cacerola, Rogelio y, por supuesto, Solita; pero Mateo se dejó embaucar por esos falangistas de Madrid…

– De todos modos, cuando te casaste con él ya le conocías.

– Sí. Eso creía yo. Pero parece ser que todos llevamos dentro algo escondido.

Don Emilio Santos se tocó las piernas, que le pesaban una tonelada.

– Llevas tú algo escondido? -le preguntó a Pilar.

– Yo, no. Lo llevaba… Pero ya salió, y se llama César. Y por él solo vale la pena no pasarse todo el día llorando.

Pilar, con el coche Portabebés que le había regalado Ignacio, a la hora del sol salía con el crío por la plaza de la Estación. César a veces se movía mucho, como si algo le doliera. Moncho la tranquilizaba: "Nada. El niño está perfecto". Entonces Pilar se preguntaba si no serían los silbidos de los trenes que no cesaban de pasar, de pasar una y otra vez…

* * *

En el café Nacional, la tertulia de Matías había acordado hablar lo menos posible de la guerra. Galindo, soltero, estuvo contundente: "Hay que vivir". Matías, pese a su hipertensión y a la ausencia de Mateo, votó como los demás.

Su entretenimiento, ahora, además del dominó y de los comentarios sobre los estraperlistas que por orden del camarada Montaraz se pasaban veinticuatro horas seguidas en el escaparate, eran los anuncios de La Vanguardia, de reciente adquisición. Carlos Grote sostenía la tesis de que los anuncios de los periódicos marcaban la pauta de la salud de la nación.

– Fijaos en esto. "Préstamos! Compro pianos, pianolas, discos, radios. Pago más que nadie. Compro auriculares usados. Compro pieles, cajas de caudales". Quién puede comprar auriculares usados? Y quién puede venderse una caja de caudales?

Marcos, por su parte, iba a parar siempre al mismo tema.

– Y qué me decís del doctor Juan Jiménez Vilches? "Sexología. Debilidad nerviosa y sexual. Agotamiento. Aragón, 277. Festivos de 11 a 1".

Matías comentaba:

– Eso me interesa a mí…

Anuncios para curar los callos. Barachol contra la sarna. Hipofosfitos Salud: "Amigas mías, si estáis anémicas, pálidas e inapetentes, temed y cerrad el paso a una posible tuberculosis con este reconstituyente". "Productos Tokalon. Mi marido no podía creer lo que veían sus ojos. Dice que parezco diez años más joven".

Matías comentó:

– Eso le convendría a mi mujer. Tokalon… -y todos soltaron una carcajada.

Era el desahogo de aquellos seres a los que el camarero Ramón decía siempre: "Lo peor de las guerras es que le impiden a la gente viajar". Un día se enteraban de que la Diputación de Madrid había concedido al Caudillo la cédula de Primer Contribuyente. Otro día de que una gata llamada Ramona, en Pontevedra, había heredado 30000 pesetas. Cualquier cosa distendía el ánimo y los espejos del local le devolvían a Matías sus inconfundibles sonrisas.

Fuera del café Nacional, Matías encontraba también motivos de diversión. Por ejemplo, se celebró la ofrenda del Cuerpo de Telégrafos a su patrón, Santiago. Fue enviada desde Madrid una lámpara votiva a Santiago de Compostela. Dicha lámpara llevaba la inscripción: El Cuerpo de Telégrafos a su patrón, el apóstol Santiago. Matías sonreía, porque el doctor Andújar le había dicho que Santiago no estuvo nunca en España.

A seguido, se celebraron en la catedral una serie de conferencias sobre el matrimonio cristiano. El orador sagrado era mosén Oriol, el de la voz tronitronante, catedrático del seminario. El sacerdote hizo un canto del celibato y de su valor moral según los Santos Padres. Carmen Elgazu, que no quiso perderse una sola conferencia, estaba entusiasmada. Por fin, Matías le dijo:

– Si fuéramos célibes, no habrías parido a tus tres hijos y Pilar no tendría ahora a César… -y Carmen Elgazu no supo qué contestar.

Poco después el protagonista fue el doctor Chaos. Con el permiso del camarada Montaraz, dio una charla sobre fecundación artificial de animales. Al enterarse Carmen Elgazu fustigó al doctor. "Fecundación artificial! Qué dices a esto?", le preguntó a Matías, como si buscara la revancha, el desquite. Matías contestó: "Yo no digo nada. Pero habla con Ignacio, que ha salido deslumbrado por las teorías del doctor".

Ignacio fue interrogado al poco rato. En efecto, el tema de la fecundación artificial, del que ya le habían hablado Moncho y Eva, le cautivó. Era una puerta abierta a Dios sabía qué adelantos cuando la técnica se hubiera perfeccionado. Incluso, según Moncho, existía la posibilidad de probar con seres humanos. "Tremendo, madre! Tremendo! Y la Iglesia deberá tragarse este sapo, como se ha tragado tantos otros desde Galileo".

Carmen Elgazu, que imaginó que Galileo era un "fecundador", arremetió contra su hijo. Ah, esos libros que leía, esas religiones que salían de Pekín, si no recordaba mal el nombre! Protestantes. El doctor Chaos debía ser protestante, como ella se había enterado de que lo eran Churchill y Roosevelt, motivo por el cual "una servidora desea que ganen los alemanes".

El pequeño Eloy estaba a la escucha desde la puerta de su cuarto, en el cual brillaba el futbolín. Ignacio se dio cuenta y le preguntó:

– Tú, radioescucha… Qué opinas de la situación del mundo?

Eloy alzó los hombros. No sabía qué responder. Finalmente, dijo:

– Yo no sé muy bien, pero me parece que hubo una guerra y que la perdimos los pobres…

* * *

El padre Forteza, con sus grandes ojeras y sus calcetines blancos, no había modificado un ápice sus costumbres, en el centro de las cuales se encontraba la alegría, pese a que ahora andaba preocupado por lo que pudiera ocurrirle a su hermano misionero en el Japón, en Nagasaki.

Alto y aristocrático, con lentes de montura de plata, "su figura continuaba recordando a Pío XII, en el supuesto de que Pío XII hubiera sabido sonreír". "No es posible!", exclamaba siempre. Cualquier cosa le producía asombro, empezando por el hecho de respirar y vivir. En la farmacia Rovira, de la Rambla, habían puesto en el escaparate la figura de un hombre de cristal, que por transparencia permitía ver todos los huesos, los músculos, las visceras y que se encendía y se apagaba. El padre Forteza no pasaba delante de él sin guiñarle el ojo y dedicarle un saludo.

La comunidad jesuítica del padre Forteza había recibido un refuerzo a primeros de año: el padre Pedro Jaraiz, de unos cuarenta y cinco años, natural de Burgos, de facciones angulosas, muy vital, que se caracterizaba por su falangismo acérrimo y por su voracidad a la hora de comer.

– Sería una calumnia decirte que eres un asceta -le espetó el padre Forteza.

– En efecto. No sé por qué, pero tengo necesidad de comer cada tres o cuatro horas. Un médico castrense me dijo que ello podía deberse a una hernia diafragmática que parece ser que Dios me dio. Pero en fin. No quiero dramatizar. Sé que mi pecado es la gula. Supongo que más tarde detectaré cuál es el tuyo.

El padre Forteza y el padre Jaraíz eran la cara y cruz de la moneda. Sus ideologías eran dispares, empezando por la manera de decir misa y terminando por la interpretación del Apocalipsis. El padre Forteza llevaba colgando de la sotana un rosario; el padre Jaraíz una medalla militar que, sorprendentemente, el obispo no le prohibió.

– Estuviste en Burgos toda la guerra?

– No, no! No iba a pasarme los días contemplando la catedral. Estuve en muchos frentes, sobre todo, en el Sur. Asistí a muchos moribundos; hacia el final, me destinaron a prisiones y asistí a los condenados a muerte…

El padre Forteza no pudo evitar un gesto de alivio. Desde que mosén Falcó se alistó para ir a Rusia, le tocó de nuevo a él cuidar de las almas encerradas en la cárcel y de los condenados a la última pena. Sospechó que el padre Jaraíz, dado el tono neutro, seguro de sí, con que se había expresado, podría relevarlo del cargo. Se lo propuso y el padre Jaraíz se acarició el mentón. "Si ello te hace feliz, se lo pediremos al obispo y santas pascuas". Dicho y hecho. El doctor Gregorio Lascasas le nombró para ese menester. Y el padre Jaraíz no puso la menor pega. Al contrario. "Eso de consolar se me da bien". El jesuíta burgalés había aprendido en las centurias de Falange que las lágrimas solían ser secreciones inútiles.

La convivencia de ambos discípulos de san Ignacio iba a resultar un poco difícil. Pero la cosa no pasaría a mayores. La celda del padre Forteza continuaría repleta de ropa tendida a secar y él continuaría llevando aquel reloj de bolsillo del que, al levantar la tapa, sonaba la musiquilla de los peregrinos de Lourdes; la celda del padre Jaraíz estaba bien provista de libros patrióticos y de chocolate y botes de mermelada. Las mujeres continuarían haciendo cola para confesarse con el padre Forteza; los hombres acabarían prefiriendo al padre Jaraíz, porque era tajante y escueto en su sermoneo y muy benévolo en lo referente a la inevitable penitencia. Cuando algún fiel se culpaba de haber pecado de gula, el jesuíta falangista tenía un acceso de tos. No se atrevía a fumar, pero usaba con frecuencia rapé, por lo que su confesonario olía a demonios.

El obispo Gregorio Lascasas estaba contento con la nueva adquisición, pese a intuir que le acarrearía algún problema. Por ejemplo, en una de las homilías dominicales, el padre Jaraiz soltó desde el presbiterio que Hitler, al atacar Rusia, "se hizo el abanderado de la civilización cristiana". Qué hacer? El doctor Gregorio Lascasas pestañeó, puesto que el nuncio de la Santa Sede, monseñor Cicognani, a partir de la entrada de los Estados Unidos en guerra invitó a todo el episcopado español a hablar con claridad sobre el nazismo racial y antirreligioso. Y algunos obispos pusieron manos a la obra, por ejemplo, el de Calahorra, quien imprimió una pastoral que se extendió por toda España como un reguero de pólvora, de la que los británicos imprimieron quinientos mil ejemplares para ser distribuidos entre la población. Jaime, el librero, fue a pedirle un centenar al cónsul británico, mister Collins, convencido de que las vendería en el acto y haría el gran negocio; y fracasó. Facundo, su dependiente, el ex anarquista de los ojos de lince, se lo había advertido. "Pierde usted el tiempo -le dijo-. En España, el ochenta por ciento de la población es germanófila. Están en contra de Hitler cuatro jerarcas y cuatro intelectuales; el resto, viva el tercer Reich!".

– Y tú, anarquista, con quién estás? -le preguntó Jaime.

– Yo estoy con el Responsable, que está armando la gorda en Venezuela y que en la zona de Maracaibo se pasa la vida matando bichitos.

El doctor Gregorio Lascasas estaba más de acuerdo con el padre Jaraiz y con Facundo que con el padre Forteza y mosén Alberto. El nacional-catolicismo, como empezaba a llamarse, le iba de perlas. "La cuestión es que la gente oiga hablar machaconamente de Dios y de las verdades de la fe. No hay peligro de empacho. Por desgracia, el enemigo no cesa, y partiendo de algunos excesos de Hitler se inclina por Moscú. Menos mal que el gobernador está al quite y de vez en cuando, pese a su indiferencia religiosa, pone los puntos sobre las íes y nos ayuda en nuestra misión".

El señor obispo hablaba de este modo porque acababa de bautizar a una serie de niños nacidos durante la guerra y que no habían recibido el sacramento inicial, y el camarada Montaraz se avino a apadrinarlos. Igualmente apadrinó a varias parejas que vivían juntas sin haber pasado por la Iglesia, y que "a la fuerza" o "para no caer en desgracia" habían decidido pedir la bendición. La mayoría de ellos no sabían hacer la señal de la cruz y habían olvidado el Padrenuestro y, por descontado, el Credo. "Pero el sacramento es el sacramento, obra sobre las almas y el gesto del señor gobernador es de agradecer". El señor obispo ignoraba que cuando mosén Alberto le comunicó al camarada Montaraz que, canónicamente, en virtud del padrinazgo, había contraído una grave responsabilidad, el gobernador le contestó: "Responsabilidades yo…? Ya se cuidarán de esos catecúmenos el propio obispo y Agustín Lago". El gobernador citó a Agustín Lago porque en Madrid se hablaba ya mucho, aunque en círculos minoritarios, del Opus Dei.

Como fuere, el doctor Gregorio Lascasas, pese a sus achaques, de los que cuidaba el doctor Andújar, por considerar éste que en gran parte eran de origen psíquico -"un resfriado puede ser síntoma de depresión"-, vivía momentos de plenitud sacerdotal. España había vuelto por sus fueros. Ordenó que se entronizara el Sagrado Corazón en todos los bancos, por lo que Gaspar Ley, director del Banco Arús, quedó estupefactp, pero tuvo que arrodillarse, lo mismo que todos los empleados, y recibir la bendición. La idea le vino al enterarse de que era propósito del Caudillo construir cuatrocientas iglesias en España y dedicar varios templos al Sagrado Corazón. Se obligó a los empresarios a conceder permiso a los productores que quisieran hacer ejercicios espirituales. En Las Palmas, con motivo de la construcción de un estadio deportivo del Frente de Juventudes, se intentó colocar unas estatuas que simbolizaran a los atletas olímpicos de la antigua Grecia, y que naturalmente aparecían desnudos. El obispo Pildain protestó. En Ávila las autoridades habían prohibido, por inmorales, los bailes públicos y privados, excepto la jota serrana, de tanto sabor en la provincia. Habían sido rendidos honores de capitán general a la Virgen de la Fuenciscla, de Segovia. Para el próximo verano estaban previstos trajes de baño femeninos modelo padre Laburu, trajes diseñados por el famoso predicador y que por su anchura y largura se hincharían como globos cuando la mujer entrase en el agua. Catecismos al uso: el del padre Astete o del padre Claret. Párrafo de un sermón catequístico, que al doctor Gregorio Lascasas se le antojó excesivo: "Ah, no creáis, queridos niños, que el purgatorio es ninguna bicoca! Santa Catalina de Siena, con todo lo santa que era, soñó que pasaba diez años en el purgatorio con terribles tormentos porque un día, durante unos breves segundos, se acordó con delectación de un joven mancebo que había conocido en su juventud". Amenazas de castigos eternos por la masturbación. Los serenos de Gerona habían recuperado la antigua costumbre de añadir, al cantar la hora, el "Ave María Purísima", lo que hizo estremecer de emoción, en la cama, a Carmen Elgazu. Había un juego de la oca con la vida del cristiano: bautizo, confirmación, primera comunión, etc. Al final, el cielo. Reparto masivo de medallas de la Virgen del Pilar, que Jaime censuró, alegando que hubieran debido ser de la Moreneta. La Andaluza, los domingos, iba a misa con todas las chicas vestidas de negro, aunque el padre Jaraíz las obligaba a ocupar la última fila de los bancos del templo. Campaña misionera en Barcelona: un cuarto de millón de personas. Asimismo, el doctor Gregorio Lascasas recibió una consigna de las jerarquías para que rezara por un fin concreto. Preocupaba mucho al Estado español la salud espiritual de los súbditos de Guinea. Y preocupaba tanto que se procuraba aumentar el número de conversiones con la mayor celeridad. Al cabo de un tiempo se supo que unos noventa mil indígenas se habían convertido al catolicismo. "Está comprobado que cuanto más católicos, menos díscolos se muestran hacia sus jefes blancos, lo cual tiene sus ventajas". El doctor Gregorio Lascasas dijo: "Por ahí no paso. Esa consigna, al archivo y si te he visto no me acuerdo". Etcétera.

Mosén Alberto estaba decepcionado. Era el único contraopinante del señor obispo, el único al que éste, por su autoridad moral, consentía que le formulara reservas.

– De verdad cree usted, señor obispo, que la población no sufrirá un empacho? Piense que durante la guerra hubo sacerdotes que frotaban con una medalla de la Virgen las balas, para hacer mejor puntería…

– No veo el empacho por ninguna parte -replicaba el doctor Gregorio Lascasas-. Lea esta noticia: mil novecientos ferroviarios han hecho ejercicios espirituales cerrados, impartidos en colegios y fábricas.

– Pero eso son manifestaciones externas, como los niños que usted bautizó y las parejas que unió en matrimonio. Si no estoy equivocado, lo que importa es la conversión interior. Los efectos de la misión de Barcelona no serán probablemente mayores que los de los bautismos en masa de san Francisco Javier en Asia, a finales del siglo XVI.

– Entonces, qué querría usted? -el doctor Gregorio Lascasas se sonó con estrépito-. A misa los domingos y sanseacabó?

– Nada de eso. Pero entiendo que deberíamos dosificar las cosas. Hemos pasado de un extremo a otro extremo, como ya ocurrió con los Reyes Católicos, Isabel y Fernando…

– Qué tiene usted en contra de los Reyes Católicos? -y el obispo se acarició el pectoral.

– Que olvidaron que catolicismo significa universalidad. La religión pasó a ser una secta nacional y ello impregnó toda su política de expansión y represión, como ocurre ahora con el general Franco. Por eso me permito recordarle una frase de Castelar: No hay nada más espantoso que aquel gran Imperio español que era un sudario que se extendía sobre el planeta. No tenemos agricultura, porque expulsamos a los moriscos; no tenemos industria, porque expulsamos a los judíos; no tenemos ciencia, porque encendimos las hogueras de la Inquisición…

– Ah, mi querido mosén Alberto! Le gustan a usted ese tipo de síntesis, verdad? Yo podría contestarle con otras… A quién hemos expulsado nosotros de España? A los rojos, que estuvieron a punto de matarle a usted, aunque tuvieron que contentarse con matar a sus dos sirvientas… Dejando aparte al insigne Castelar, ha leído usted un curioso libro del arcipreste de Ribadeo, titulado Futura grandeza de España según notables profecías?

– No, lo siento… Tiene algo que ver con lo que estamos hablando?

– Estimo que sí… Ahí están recogidas las profecías de los videntes más variados. La madre Ráfols, Isabel Canori, santa Brígida, el beato Factor, etcétera. Todos apuntan en la misma dirección: la grandeza de España ha de llegar, y llegar del brazo del catolicismo más acendrado, sin que haya lugar para ninguna otra religión. Pues bien, pese a algunos excesos, creo que estamos en el buen camino… Y le voy a repetir a usted una frase de un hombre poco sospechoso!: Indalecio Prieto. Indalecio Prieto acaba de declarar en Méjico, y eso lo he sabido por el padre Jaraiz: Mucho, demasiado nos pesan los cadáveres de los trece obispos asesinados y los de los millares de sacerdotes. Ello significa que se han dado cuenta de que aquella semilla de mártires está ahora dando fruto…

Mosén Alberto, de repente, se sintió cansado. A veces pensaba que no había nacido para enfrentamientos dialécticos, sino para enriquecer el Museo Diocesano y recorrer la provincia junto al hijo del gobernador, Ángel, fotografiando los monumentos románicos. Ambos habían iniciado su labor, pese al frío reinante y a que anochecía temprano. Las pocas horas de luz les obligaban a madrugar, como cuando mosén Alberto tenía que celebrar aquella misa a las cuatro de la mañana para los cazadores. En varias "Alabanzas al Creador", publicadas en Amanecer, había dado pública cuenta de su gestión. Advirtiendo que el doctor Gregorio Lascasas estaba también cansado -estaba tan poco acostumbrado a que le llevaran la contraria!-, cambió de tercio y le puso al corriente de esa obra en que se había empeñado.

– Adelante, adelante… -le animó el obispo-. Más arte románico, y menos frases de Castelar.

* * *

El doctor Andújar continuaba ejerciendo de psiquiatra en el manicomio y en la consulta particular. En ésta obtenía éxitos, pero que no tenían repercusión en la calle. Éxitos anónimos. A él le daba igual. Lo que pretendía era ser eficaz. Amaba mucho a los locos, a los que trataba con gran cariño y de los que decía que a menudo daban ejemplo y soltaban verdades como puños, especialmente los esquizofrénicos. "La esquizofrenia es, en lenguaje profano, la rotura de la personalidad. Eso se da frecuentemente después de las guerras o de una etapa de infortunio". Sin saber exactamente por qué, asociaba esta palabra con el "amor" de su hija, Ricardo Montero. Últimamente se había enterado de que vieron al ex alférez dando tumbos por la noche, en compañía del capitán Sánchez Bravo, después de haber bebido más de la cuenta. Decidió, como al comienzo, esperar y no alertar a su hija, Gracia Andújar. El gigante se caería por sí solo. Gigante de los pies de barro? "Seamos más precisos. Un hombre tarado, que un padre no puede desear para una hija inexperta como los ángeles".

El doctor Andújar, sabedor de que en aquella guerra "de los cinco continentes" se estaba decidiendo el porvenir del mundo, desde un principio se propuso analizar, dentro de lo posible, la personalidad de Hitler. "Me interesan sus hábitos, su patología. A través de esos datos tal vez pueda aventurarse lo que va a ocurrir, las decisiones que el Führer tomará".

No le iba a resultar fácil recoger información. Contaba con Eva, la mujer de Moncho, con las revistas alemanas, con los discursos de Goebbels, con Mi lucha y diversos libros que se habían traído los fugitivos de Alemania, algunos de los cuales habían recaído en su consulta, otros, en la clínica del doctor Chaos. Se enteró de que Hitler era un maníaco de la limpieza, que cambiaba de camisa cuatro veces al día. Como calzado, no quería más que unos botines flexibles o unas botas con cañas blancas. Raramente, zapatos, que siempre tenían que ser de color negro. No llevaba cinturón, ni chaleco, pero utilizaba tirantes. Le gustaba llevar la cabeza descubierta, con un coqueto mechón sobre la frente. Cuando las circunstancias le obligaban a llevar sombrero o quepis, lo inclinaba ligeramente sobre la oreja derecha con la visera tapándole los ojos.

Hitler no llevaba joyas, ni anillos, ni reloj de pulsera. Guardaba un viejo reloj de oro, sin cadena, en el bolsillo de su chaqueta, pero siempre olvidaba darle cuerda. Había dicho que "piedad, bondad y clemencia" eran cualidades de esclavos. Afable en sociedad. Amigo de los artistas, los niños y los animales. Galante con las damas. Hitler era el compendio de una crueldad implacable y una maldad viciosa. Su ciclópea voluntad parecía poseer el increíble poder de paralizar los espíritus. En 1938 Churchill se atrevió a decir: "Si Inglaterra tuviera que defenderse de la anarquía, yo rogaría a Dios que le mandara un hombre del valor de Hitler".

En el curso de sus arengas se deshidrataba hasta el extremo de perder varios kilos de peso. Esta pérdida la compensaba con la absorción del contenido de botellas de agua colocadas al alcance de su mano. Lo primero que tomaba al despertar era una infusión de valeriana, detalle que Moncho hubiera aprobado. Había llegado a fumar cuarenta cigarrillos diarios, pero lo dejó. Tampoco bebía alcohol. Nunca llevaba dinero encima. Se lo prestaba Goering. Su modestia contrastaba con la suntuosidad de los edificios que planeaba, junto con su arquitecto Speer, al que, por cierto, el hijo del gobernador, Ángel, detestaba. Jamás consintió en desnudarse, ni parcialmente, ante testigos. Jamás se dejó radiografiar el pecho, porque hubiera tenido que mostrar el torso desnudo ante los doctores. Lloraba a veces, por ejemplo, cuando se le moría un canario o escuchando a Wagner. En su visita a París, después de la ocupación de la capital, al encontrarse ante la tumba de Napoleón dijo: "Éste es el momento más grande de mi vida".

El doctor Andújar necesitaba saber muchas más cosas, pero por el momento le resultaba imposible. Hitler creía en los astrólogos? Era ello cierto? Las noticias al respecto eran contradictorias. El doctor Andújar guardaba los apuntes en una carpeta de color verde. Por otra parte, tampoco le sobraba el tiempo. Aquellos ochocientos internos en el manicomio! El camarada Montaraz le repetía una y otra vez: "Déjelo de mi cuenta. Estoy llamando a muchas puertas, y alguna se abrirá". Por lo demás, los enfermos mentales aumentaban en Gerona, y según sus colegas lo mismo ocurría en toda España, especialmente en Cataluña, el País Vasco y Galicia. Esto último no le sorprendió, puesto que había ejercido durante siete años en Santiago de Compostela.

Pero Cataluña, el País Vasco! Chaos le decía: "Cuanto mayor nivel de vida, mayor complejidad. Eso de que hay más suicidios en los pueblos, en el campo, es una monserga". El doctor Andújar continuaba con sus charlas radiofónicas, "Pildoras para pensar", que se habían hecho muy populares. Los miércoles y los sábados visitaba gratis. Total, apenas si le quedaba un minuto para atender a su esposa, Elisa, mujer que María Fernanda, la esposa del camarada Montaraz, había calificado de "muy primitiva".

El doctor tenía ya dos hijos estudiando en Barcelona. Le costaban un riñón. Uno, Carlos, quería ser médico, como él. Era el mayor de los varones. Por lo visto le había impresionado mucho la primera autopsia que contempló. Ciertas ideas fijas se le vinieron abajo. Carlos era elegante, veinte años y estaba en el segundo curso. Le interesaban sobre todo las enfermedades cardíacas. Estudiaba el corazón. El otro, Juan, quería ser ingeniero naval. Los hijos restantes eran todavía muy pequeños y entre todos hubieran podido formar una orquesta de cámara.

Continuaba su amistad con Chaos, aunque jamás hablaban del problema de éste, quien seguía igual, a la búsqueda de los efebos y los niños. Chaos no lo podía remediar: tenía la espina clavada de Solita, a quien tanto había hecho sufrir. En el fondo hubiera deseado que se quedara en Rusia, muerta. Cuando se cruzaba con su padre, Óscar Pinel, simulaba que se abrochaba un zapato o doblaba con rapidez la primera esquina.

La clínica Chaos funcionaba de maravilla. Recibía una subvención por tratar a los extranjeros que huían de los alemanes y necesitaban de cuidados médicos. El doctor Chaos chapurreaba el alemán, pues al terminar la carrera se pasó una temporada en un hospital de Stuttgart, aparte de que durante la guerra civil, en la zona nacional, había operado a varios heridos de la Legión Cóndor.

Su agnosticismo iba en aumento, así como sus simpatías por los Estados totalitarios, que a su entender dominarían el mundo. Repetía pe a pa los argumentos que esgrimió durante aquel viaje a Barcelona a esperar al conde Ciano. Las democracias solían estar regidas por gente mayor y los totalitarismos representaban a la juventud. Estaba a favor de la eutanasia pasiva -y en algunos casos, activa- y de una rotunda selección racial. Un pigmeo sería siempre un pigmeo, y era como una trampa que tendía la naturaleza. Creía en la técnica, en la ciencia, en la especialización y en el trabajo en equipo. "La vida es materia y es a la materia a la que hay que arrancarle sus secretos. Todo lo demás es brujería, folletín y esclavitud".

Moncho era, en efecto, su analista. El doctor Chaos se había encariñado con él y con Eva. "Hiciste bien quedándote en España -le dijo a la muchacha-. Te has salvado. Aquí nadie te tocará un pelo".

Continuaba pensando que en los conventos de monjas -y también en los palacios episcopales- había muchas enfermas, neuróticas, que necesitarían de la ayuda del doctor Andújar. Una hermana de Solita, hija de Osear Pinel, era monja de clausura, teresiana, en Avila, y se decía de ella que se pasaba las horas acariciando las llagas de Cristo.

Se hacía lenguas de lo que aprenderían los médicos alemanes gracias a la guerra. "No hay mejor centro de investigación que la guerra". Murió su perro, Goering, y lo enterró en el jardín de su casa, con una lápida que decía "Goering", y nada más. Andújar le preguntó, al verlo deshecho, por qué le había puesto el nombre de Goering, siendo así que éste era un indeseable que en una ocasión había dicho: "Cuando oigo la palabra cultura saco el revólver". El doctor Chaos contestó: "Le puse Goering porque consideré que mi perro era un perro vencedor". Y el doctor Chaos hizo crac-crac con los dedos.

El anestesista de Chaos era el experto Carreras, que atendió a Carmen Elgazu cuando la operación. Carreras se había casado con una valenciana, Isabel, que era afinadora de pianos. "Tú anestesias a los pacientes, yo anestesio a las teclas que suenan mal". Isabel refino a Joaquín Carreras y le hizo entrar un poco en la buena sociedad. Carreras era un hombre acostumbrado al silencio. Le gustaba el silencio y cuando en el quirófano se hablaba se ponía nervioso; en cambio, Isabel se pirraba por las fallas y por los petardos y los fuegos artificiales. Por cierto que, según ella contaba, los temas falleros demostraban la capacidad imaginativa e irónica del mundo levantino. Lo mismo podía ser caricaturas de los figurones de la democracia que de los falsos dioses o de los que cifraban su ideal en la acumulación de dinero. A ella le gustaba, sobre todo, el museo de las fallas que año tras año, por decisión del jurado, se salvaban de la quema. Por ejemplo, aquella en que se veía a Manolete atravesando con su estoque un paquete de billetes de mil.

CAPÍTULO VI

ALFONSO REYES, el ex cajero del Banco Arús, que tanto ayudó a Ignacio al estallar la guerra civil -fue un amigo fiel, como lo fue Ezequiel para Marta-, continuaba redimiendo penas en Cuelgamuros, en el Valle de los Caídos, la gigantesca obra que Franco había concebido y que sería, según sus propias palabras, un nuevo Escorial, el monumento erigido por Felipe II para conmemorar la batalla de San Quintín.

Mateo y Pilar habían visitado Cuelgamuros a raíz de su viaje de bodas, en compañía de Núñez Maza. No se había avanzado mucho desde entonces, porque la roca era la roca, la piedra era la piedra y los barrenos y los picos cantaban su canción. A Pilar el lugar elegido le pareció tétrico y Mateo le había dicho: "Es que España es así…" Continuaban trabajando en la carretera de acceso y el constructor Banús se quejaba de la lentitud de las obras. No era culpa de los "trabajadores", la mitad de los cuales procedía de las empresas constructoras -don Anselmo Ichaso, de Pamplona, tenía algo que ver con ellas-, y la otra mitad eran presos que redimían penas. Dos días de pena por cada día de trabajo. Alfonso Reyes señalaba con un lápiz rojo los días del calendario, y trabajaba con más ahínco cuando recibía carta de Gerona.

A veces le escribía su hijo, Félix, el muchacho dibujante, alumno del pintor Cefe y a la sazón ahijado de Padrosa. Éste, desde la Agencia Gerunda, le escribía que Félix era un encanto de criatura, con dotes portentosas para el arte y que daría mucho que hablar. Félix le decía con insistencia: "Padre, no te preocupes por mí. Estoy muy bien. Padrosa y su madre me atienden como si fuera de la familia. Son estupendos. Y Cefe, no digamos. Con su lacito en el cuello y su larga cabellera, va corrigiendo mis fallos y me dice que puedo llegar a ser un artista como él. Me gustaría poder ir a verte, pero no me dan permiso. A ver si ahora lo consigo con el nuevo gobernador, que a veces le da por ser generoso y que hace poco inauguró los nuevos locales penitenciarios que se han construido en Salt. Ahí te mando un retrato tuyo dibujado por mí al carbón. El modelo ha sido la última fotografía que me enviaste, por la que deduzco que pasas mucho frío. Cuídate y ya sabes que tu hijo te adora y espera con ansia que te dejen en libertad".

Otras veces le escribía Padrosa, robándole un tiempo a la incansable labor que, junto con la Torre de Babel, desarrollaba en la Agencia Gerunda. "Cefe no se da cuenta, porque es más vanidoso que el comisario Diéguez, el del clavel blanco en la solapa. Pero pronto el alumno superará al maestro. Últimamente les ha vendido un cuadro a los hermanos Costa, un cuadro representando las preciosas casas colgando sobre el río Oñar, y ahora se dispone a pintarle un retrato a Silvia, una manicura que tú no conoces y que, por cierto, está a punto de contestar "sí" a mis honestas proposiciones. No sé si ahí lees periódicos. Si llega alguno, presta atención. Esos japoneses se meten donde no les llaman! Y los Estados Unidos, claro, no han tenido más remedio que gritar: "sálvese quien pueda". Recuerdos de la Torre de Babel, que todavía sigue creciendo. Un abrazo, Padrosa".

También a veces recibía carta de Ignacio. Éste parecía rebosante e intentaba darle ánimo. "Me alegro mucho de que estés bien, y de que gracias a haber trabajado en el Banco Arús ahora te hayan destinado al economato, dejando el pico y la pala. Descansa todo lo que puedas y no fumes demasiado. El día que me case con Ana María -no sé cuándo será- iremos a verte, si nos dan permiso, que espero que sí. Hay mucha nieve en la Sierra? Mateo me dijo que teníais todos una gota helada en la nariz. Es curioso que algunos obtengáis permiso para ir al cine a El Escorial y a las fiestas del Guadarrama. No te imagino bailando la conga, aunque, quién sabe… La vida tiene sus caprichos. Podías imaginar que Padrosa y la Torre de Babel tendrían un día mucho líquido en el banco? Pues ahí están. Agencia Gerunda. El no va más. Te envío el último recorte de Amanecer en el que anuncian su gestoría. Agencia Gerunda lo resuelve todo. Lástima que no puedan resolver con un papel y una póliza tus seis años y un día. Pero se habla de un indulto para la próxima Navidad. Ojalá sea así. Es cierto que te has dejado creer la barba? Yo me dejé crecer el bigote, aunque a Ana María no le gusta mucho. Mi gratitud, como siempre. Ya lo sabes. Un fuerte abrazo, Ignacio".

Alfonso Reyes, al recibir estas cartas, respiraba hondo, aprovechando que, en efecto, ya no trabajaba donde los barrenos, cuya polvareda destrozaba los pulmones. Tampoco estaba expuesto, como tantos otros, a la silicosis. Llevaba un gorro que le había regalado un ex legionario y en el economato tenía estufa. El ambiente en Cuelgamuros era de camaradería y hermandad, a menudo incluso con los guardianes. Se podía dejar un billete de cinco duros en la ventana con la seguridad de que nadie lo cogería.

Y si alguien necesitaba algo, los voluntarios acudían al instante. Dentro de la dureza de las obras, el reglamento se había suavizado. Las esposas de los prisioneros podían pasar con ellos los domingos y las parejas se hacían el amor bajo los árboles o detrás de las rocas. Continuaban sin alambradas para evitar las huidas, pues se demostró que nadie tenía este propósito, a sabiendas de que no llegaría lejos. Un par de anarquistas que lo intentaron, se jugaron el pellejo. Lo mismo que en el frente, terminado el trabajo cada preso demostraba su aptitud. Había un campesino gallego que sabía hacer sombras chinescas en la pared. Un tal Espárrago, alto y delgado, tocaba la guitarra. Alfonso Reyes había descubierto que, valiéndose de los dedos y de los labios, podía imitar onomatopéyicamente toda clase de animales, desde el gallo tempranero hasta el lobo de las estepas. Un hombre mayor, Federico, de Castellón de la Plana, que pergeñaba poesías -"Romancero de la tierra"-, les leyó lo último que escribió Miguel Hernández, que acababa de morir, el 28 de marzo, en la cárcel de Alicante: Adiós, cantaradas y amigos. Despedidme del sol y de los trigos. Este "Romancero de la tierra" eran cantos a la clandestinidad y los papeles iban a parar a la hoguera después de ser recitados. Federico lloró por la muerte de Miguel Hernández, al que consideraba una síntesis de Lorca y de Machado.

Aquellas gentes querían vivir. Rebasaban el millar, de suerte que había muchos pueblos en España con un censo inferior. Angustias, congelaciones, mareos. Y tres o cuatro accidentes mortales. Los muertos no pudieron ser enterrados en aquel valle, que estaba destinado a los vencedores. El arquitecto, don Pedro Muguruza, lo visitaba con mucha frecuencia. También el general Moscardó, detrás de sus gafas impenetrables y el general Millán Astray, que se las arreglaba para combinar distribución de tabaco y arengas. Y por descontado, Franco visitaba también su "mausoleo", al que muchos consideraban su "querida". Franco llegaba de improviso, con su escolta de metralletas y ante su aparición todo quedaba paralizado. Siempre hacía algún donativo a los presos y se pasaba largos ratos contemplando Cuelgamuros desde todas las perspectivas. La cruz iba a tener, en efecto, ciento veinte metros y se la suponía la más alta de la cristiandad. Franco decía que había que hacer "el monumento que simbolizara, que representara plásticamente las virtudes raciales, como las del heroísmo, el ascetismo, el espíritu aventurero, el afán de conquista, que definían lo español como una unidad de esencia sublime y una permanente aspiración hacia lo eterno". Según él, "el Valle de los Caídos era algo insólito, algo que rebasaba lo normal. Era una pretensión con dimensiones de historia. Debía ser nada más y nada menos que el altar de España, de la España heroica, de la España mística, de la España eterna".

Félix tenía quince años, aunque parecía mayor. Su vida eran el dibujo y la pintura. Ya no dibujaba bicicletas en el mar. Seguía los consejos de Cefe: "Academia, mucha academia". En casa de Padrosa, la madre de éste, viuda, cuidaba de los dos. Padrosa era bajito y vanidosillo y llevaba siempre corbata roja. Félix, un buen día, al entrar en el estudio de Cefe, se encontró con una modelo, una muy joven pupila de la Andaluza, posando desnuda. Era la primera mujer desnuda que veía al margen de los libros de arte. Su impresión fue fortísima. Se conoció a sí mismo e intuyó que el mundo era más ancho de lo que había imaginado. Cefe le dijo: "Ya es hora de que vayas acostumbrándote". La pupila comentó: "Vaya consejos! No comprendes que a esta edad no pueden pagar? La Andaluza le daría una tableta de chocolate…" Félix no era muy fuerte y tenía los pies planos. Padrosa le dijo: "Tanto mejor. Así no tendrás que hacer la mili".

* * *

Entretanto, Manuel Alvear, la espina que, aparte de Pachín, Paz llevaba clavada, decidió por fin que sí, que lo del seminario le iba. No se atrevía a decírselo a su hermana y pensaba: "A final de curso lo sabrá". Mosén Alberto le interrogó a fondo temiendo que su pretendida vocación fuera un acto de rebeldía contra el ateísmo que había vivido en su hogar.

– Cuándo notaste que te gustaba la sotana? -le preguntó el sacerdote.

El muchacho, expansivo cuando hablaba de los demás, titubeaba al hablar de sí mismo. En esta ocasión acarició la boina vasca que le regaló "tío Matías" y que posaba en sus rodillas'.

– No sabría decirle… Ha sido poco a poco. Es difícil precisar.

– No puede tratarse de una simple corazonada?

– No, no, al contrario. Al principio, así lo temía y procuraba apartarlo de mi pensamiento. Y además, me daba miedo mi hermana, que me quiere mucho y que no se merece que le dé este disgusto.

– De todos modos, cuando llegaste de Burgos no podías ni soñar con que te ocurriera esto…

– Desde luego que no… -otra caricia a la boina-. Entonces los curas para mí eran todos fariseos. Y es que en mi tierra se portaron muy mal…

– Supongo que no habré sido yo quien haya intentado influirte -y mosén Alberto esbozó una sonrisa.

– No, no… Creo que lo primero que me influyó fueron los campanarios.

– Los campanarios? Cuál de ellos?

– El de San Félix, que parece una oración.

– No lo entiendo. Si en Burgos tenías la catedral!

– La miraba con odio. La muerte de mi padre no la podía perdonar.

– El museo tal vez? -insinuó mosén Alberto, impecablemente afeitado.

– El museo, sí… Ya lo sabe usted. Los crucifijos. Ante un crucifijo todas las teorías de Paz se vienen abajo. Y las custodias…

– Las custodias?

– Sí. La hostia blanca dentro es una llamada.

– Y qué más?

– Me ha influido la muerte de mi primo César, del que llevo siempre una fotografía.

– Pretendes imitarle?

– Eso es imposible. Yo quiero vivir…

– Sabes que la vida del sacerdocio es muy dura?

– Lo sé. Soy mayor de lo que todo el mundo piensa. Me asustan varias cosas, entre ellas, la castidad y la obediencia…

Hubo un silencio.

– Qué sientes por la figura del Papa? -mosén Alberto se levantó, como si quisiera dar más énfasis a su interrogatorio.

– No sabría contestar… Respeto. Es como si san Pedro viviera ahora.

– Te das cuenta de lo que significa poder perdonar los pecados?

– Eso, ni pensarlo… Es demasiado. De momento al seminario, a estudiar. Me gusta el latín!

– Curioso! A mí me gustaría decir la misa en catalán, y no me dejan… No me deja el gobernador.

Manuel se mordió una uña.

– Yo prefiero la misa en latín…

– Comprendo -hubo otra pausa-. Cómo te gustan las iglesias? Iluminadas u oscuras?

Manuel alzó los hombros.

– No lo sé… A veces iluminadas, a veces oscuras. Y también me gustan las misas en una cabana, por esas tierras lejanas, como las de los misioneros…

– Los misioneros?

– Sí, en realidad eso es lo que yo querría ser un día: misionero.

– Me temo que no sabes en qué consiste…

– He leído revistas. Y la vida de san Francisco Javier…

– Sabes que el padre Forteza tiene un hermano misionero en el Japón?

– Sí, lo sé. El padre Forteza fue el que me prohibió llevar cilicio…

– Cómo? Creí que tu confesor era yo… -mosén Alberto no pudo ocultar una reacción de incomodidad.

– Según qué pecados, me los confieso con usted; otros, con él…

– Pues vaya sorpresa! Eso parece una tienda. Aquí venden zapatos, allí venden sellos de correos…

Manuel se turbó. Temió haber ofendido al sacerdote.

– Creí que, para eso, uno tenía libertad…

– Claro que sí, muchacho! -mosén Alberto se sacó el pañuelo y se sonó-. Claro que se tiene libertad!

Mosén Alberto cortó bruscamente el diálogo y le aconsejó que de momento no dijera nada a nadie -"excepto, si quieres, al padre Forteza"-, y que llegado el momento lo mejor sería comunicárselo a Matías, el tío de Manuel. "Él sabrá cómo hay que enfocar este asunto".

Manuel le confió que, pese a todo, tenía una esperanza. Dijo que su hermana Paz no era la misma que antes, que se había apaciguado mucho, como si hubiera descubierto que se podía vivir sin llorar. Posiblemente, el ganar dinero había sido decisivo. "A Pachín no le puede perdonar; pero que yo entre en el seminario, quién sabe!, a lo mejor lo mismo le da…"

Mosén Alberto sonrió. Era la primera vez que conseguía hacerlo abiertamente. Se acercó al muchacho y, siguiendo su costumbre, con la mano derecha le alborotó los cabellos.

– Bien… Aprobado. Enhorabuena, Manolito… Te molestaría que te llamara Manolito?

– Pues…, prefiero Manuel -confesó el muchacho, turbado otra vez-. Y se levantó y besó la mano del sacerdote.

* * *

Eloy, el "renacuajo" de los Alvear, seguía estudiando en el Grupo San Narciso, pero los libros le daban telele. "Yo sólo sirvo para meter goles". Continuaba en las mismas. Era la mascota del Gerona Club de Fútbol y, por lo tanto, de su presidente, el capitán Sánchez Bravo. El encargado del estadio de Vista Alegre, Rafa, no hubiera podido prescindir del chaval. Le aumentaron el sueldo y él gritó Eurekal Además, y puesto que Pachín jugaba en el Barcelona, era hincha de este club. El capitán Sánchez Bravo le había prometido que lo llevaría un día al estadio de Las Corts, en algún partido importante, como, por ejemplo, el Barcelona y el Atlético de Bilbao. Y cumplió su promesa. El "renacuajo" Eloy en Las Corts, en la tribuna de presidencia! Le pareció que descubría un nuevo horizonte. Le impresionó más que ver el mar. La multitud, el césped, casi perfecto, las camisetas de los jugadores, y los goles de Pachín! Pachín metió dos, uno con la cabeza, otro con la rodilla. "Oportunista, eso es". "Siempre está en su sitia" "Podré parecerme a él?". Pachín era el ídolo y casi lo sacaron en hombros.

– Lo malo -le dijo a Eloy el capitán Sánchez Bravo- es que a partir de ahora el juego del Gerona no te va a gustar…

– Sí… Eso es verdad -admitió Eloy-. Pero usted puede mejorar la plantilla, no?

– Mejorar la plantilla? Y de dónde sacamos el dinero? De las chapitas de Auxilio Social?

Eloy apretó los puños.

– De los hermanos Costa… -soltó, por fin.

– Ay, hermosa criatura! Si el Gerona no tiene deudas, es porque los hermanos Costa se hacen cargo de ellas…

– Entonces, hundidos en Segunda División?

– Eso me temo -dijo el capitán, que la víspera había tenido otra desagradable conversación con su padre, el general.

Eloy estuvo a punto de llorar.

* * *

Ya sólo faltaba el niño de Jaén, el gitanillo que asombraba a todo el mundo porque era un "cantaor" nato, un "bailaor" y porque tocaba las castañuelas como si fuera un "tocaor" profesional. Era la alegría, el grito y el ritmo de la calle de la Barca. El patrón del Cocodrilo no le dejaría morir de hambre jamás. Ni a él ni a su familia, que se dedicaba al mercado negro de metales, por lo que a veces iban todos a parar a la cárcel. El niño de Jaén tenía una cintura de torero en ciernes. Esther, de Jerez, estaba encantada con él. Manolo detestaba el flamenco, "por razones atávicas", explicaba. El gitanillo tenía los ojos como platos y admiraba al nuevo gobernador porque, según le dijeron, subía tan de prisa las escaleras.

El patrón del Cocodrilo no quiso que su ahijado se acostumbrase a vivir de limosna y le compró las modestas herramientas que se necesitaban para hacer de limpiabotas. Fue un éxito. El muchacho se instaló en la Rambla, delante del café Montaña, el bar de los futbolistas, como antaño lo hicieran los limpiabotas anarquistas. Tenía salidas ocurrentes y cantaba coplillas al gusto de todos. Le había puesto música al "Como en España ni habla. Y eso lo digo en China y Madagascá". Limpiaba las botas a media ciudad, desde los que salían de la barbería de Raimundo, como Ignacio, hasta las polainas de los oficiales a la salida de los cuarteles. "Limpio, relimpio y cobro lo que me dan!". Un día se detuvo ante el chaval el doctor Chaos. "Estás libre?", le preguntó. Y posó su pie derecho en el taburete. El doctor Chaos estuvo mirando la piel aceitunada del chaval. Y su pelo negro en revoltijo. Y la agilidad de sus manos. Y pecó de pronto, sin que se enterara nadie, ni siquiera el doctor Andújar.

* * *

Noticia inesperada. Carmen Elgazu llevaba unos días pensando: "Algo malo va a ocurrir". Hacía dos semanas que no sabían nada de Mateo. Amanecer continuaba publicando el goteo de los muertos en la División Azul. Aquello no era vivir. "Mañana, cualquier día, podemos leer la esquela, Mateo Santos, y ya está". Matías andaba también preocupadillo y sus amigos del Nacional se abstenían de citar la "cruzada de España en Rusia". Marcos, el hombre que se jactaba de ser el calvo más calvo de Europa -Galindo le decía: la calvicie es el campo de aterrizaje de los dípteros-, estaba bastante enterado de los asuntos de la guerra, gracias a un camarero del hotel del Centro, donde se hospedaban los cónsules mister Collins y Paúl Günther. Por cierto, que el comisario Diéguez confirmó que Paúl Günther había hecho unos cursillos en la Gestapo.

Y la noticia llegó. Mateo estaba herido. Llegó, por fin!, una carta suya, desde "algún lugar de Rusia", en la que les contaba que estaba de baja por causa de una herida sin importancia, y estupendamente cuidado por Solita. "A lo mejor me dan un permiso y puedo regresar pronto -añadía-. Es la costumbre. Nuestros jefes nos tratan con mucho afecto y estoy dispuesto a pedirles un descanso. No vivo pensando en mi hijo. Cómo está? Repito que no os preocupéis. La herida es leve". Y les daba las nuevas señas a las que podían escribirle.

La alarma fue total. Herido! Qué tipo de herida, dónde, con qué se la hizo? Metralla, una bala, la explosión de una granada? Pilar se deshizo en llanto, porque le constaba que no podía fiarse del optimismo de Mateo. "Si su herida fuera grave habría empleado el mismo lenguaje. Él se fue allí dispuesto a todo, y ha encontrado lo que buscaba".

Nadie sabía cómo consolar a nadie. Carmen Elgazu hizo mil promesas al cielo para que en la tierra no hubiera ocurrido lo peor. "Lo peor, no -le decía Matías-. Lo peor sería que hubiera muerto. Tal vez esta herida haya sido providencial, si realmente es leve. Y por el momento, debe de estar en la retaguardia y no en el frente. A los heridos los llevan a un hospital. No ves lo que pone ahí? A lo mejor me dan permiso y puedo regresar pronto. No hablaría de ese modo si los aviones rusos zumbaran sobre su endiablada cabezota".

Este argumento de Matías fue válido también para don Emilio Santos, quien estaba cansado de sufrir y se agarraba a la mínima posibilidad. En cambio, Pilar e Ignacio presentían que algo duro, perforante, había ocurrido. A Pilar se lo dictaba su instinto de mujer; a Ignacio, el exhaustivo conocimiento que tenía de las reacciones de Mateo. "Si la herida fuera tan leve -pensaba para sí-, no hubiera dicho nada y santas pascuas". Animaba a Pilar; pero por dentro le bullía la sangre. Se lo confesó incluso al camarada Montaraz; y el gobernador, apretando un cacahuete lo partió y le dijo a Ignacio:

– Todo es posible. En principio, no creo que si estuviese grave le hubieran dado permiso para comunicárselo a la familia…

Ahí estaba. Todos miraban el mapa de Rusia y en vez de clavar en él banderitas, como hacía el general, clavaban en él mentalmente manchas de sangre.

* * *

La otra noticia procedía de Bilbao. Un telegrama a su nombre que Matías recibió en la oficina. "Abuela Mati gravísima. Venid cuanto antes". Había transcurrido sólo una semana desde la carta de Mateo. Mes de abril. Según los poetas, flores y rebrotar de la naturaleza; la realidad no ofrecía el menor parentesco con la primavera.

De nuevo las dudas. "Estará ya muerta?". Carmen Elgazu temió lo peor. De nuevo el llanto. "Es lo que se dice en esos casos. No nos pedirían que hiciéramos el viaje si hubiera remedio". De modo que ni siquiera intentaron poner una conferencia telefónica, que por otra parte hubiera tardado quién sabe cuánto tiempo.

Toda la familia se reunió en el piso de la Rambla, mientras Matías había abierto ya las maletas para que Carmen Elgazu las llenase con lo que fuera menester. Don Emilio Santos no supo qué decir. La abuela Mati le pillaba lejos… Pilar e Ignacio se inquietaron mucho, porque sabían lo que aquello significaba para su madre, Carmen Elgazu.

Matías y Carmen se marcharon en tren -trasbordo en Barcelona-, y el viaje se les hizo interminable, como el de la Pasionaria hacia Ufa. En total, unas catorce horas. Tren sucio, con el hollín que penetraba por las ventanillas mal cerradas. A Carmen le había entrado polvillo en un ojo y le escocía el alma. Apenas si se hablaban; pero ambos pensaban en su anterior viaje a Bilbao, durante el cual se cogieron de la mano y se gastaron toda clase de bromas. El termo del café les aliviaba un poco el cuerpo. A Matías le entró un hambre feroz; Carmen, en cambio, no podía probar bocado. "No pierdas la esperanza, mujer. Y si ha ocurrido lo que temes, piensa en la edad de tu madre. Más de los ochenta, algún día tenía que llegar".

– Pero si hace un mes me escribió una carta de su puño y letra, y me decía que estaba fuerte como un roble!

– Ah… -replicó Matías-. Esas cosas, a veces, ocurren en un minuto.

Matías acertó. Llegados a Bilbao, en el piso paterno de los Elgazu conocieron la verdad. La abuela Mati había muerto. Cuando mandaron el telegrama estaba en coma profundo -hemorragia cerebral-, y según los médicos el corazón iba a detenerse de un momento a otro. Así ocurrió. "Ha sufrido poco. Del mal al menos…" Alguien dijo eso y sonó fatal. Todos los hijos estaban presentes, rodeando el cadáver de la abuela, la "alcaldesa", que con su bastón autoritario daba órdenes a todo el mundo y le había contado las verdades al lucero del alba. La muerte no le había suavizado las facciones. Estaba como crispada, con las manos cruzadas sobre el pecho y sosteniendo un rosario. Carmen Elgazu le besó la frente. Qué frío! La volvió a besar. Más frío aún! Matías, haciendo de tripas corazón, la besó también y no pudo evitar una sensación de repugnancia. Matías detestaba la muerte en cualquiera de sus facetas y en cualquier circunstancia. A veces le ocurría eso incluso cuando iba a pescar.

Salieron de la habitación, en la cual esperaba ya el ataúd. Faltaban dos horas para el entierro. En el ínterin, y mientras iban entrando visitas, los hermanos Elgazu iban abrazándose una y otra vez. Podía decirse que no habían estado todos juntos desde mucho antes de la guerra civil. Josefa y Mirentxu, las dos hermanas solteras que confeccionaban muñecas, parecían las más afectadas. Jaime Elgazu, el del frontón Gurrea, separatista y, por las trazas, desplazado y con sobredosis de alcohol, rondaba por el piso como un alma en pena. Lorenzo, el de la fábrica de armas de Trubia -el único que en el anterior viaje no consiguieron abrazar-, era una incógnita. Alto, fuerte, impávido, no se sabía si era una losa o si lloraba por dentro. Pero la menos afectada, por lo menos en apariencia, era sor Teresa, de Pamplona. Sentada al lado de su madre, la "abuela Mati", iba desgranando oraciones. Por lo visto había dicho repetidas veces: "Ya está en el cielo. Aprendamos a aceptar los designios del Señor". Matías se sulfuró. Se acordaba muy bien de sor Teresa, de su frialdad en el convento, de su distanciamiento. "Menos mal que no ha dicho que debemos alegrarnos!".

El entierro y la misa de réquiem fueron tristes. El cielo de Bilbao estaba plúmbeo, cumpliendo su obligación. Los Elgazu tenían un panteón y en él depositaron el féretro, junto al abuelo, Víctor Elgazu Letamendía, del que Ignacio, según Carmen y Matías, era el vivo retrato. La oración en el cementerio sonó de un modo especial. El sacerdote rezó un responso, un padrenuestro y con el hisopo bendijo la lápida, todavía sin nombre. Poco a poco todo el mundo se retiró, mientras en Bilbao silbaban las chimeneas de las fábricas, se oían sirenas, gentes se hacían a la mar y la ría, la ría que Carmen Elgazu echaba siempre de menos, estaba donde debía estar, al igual que el verde intenso de los montes circundantes.

* * *

Los seis hermanos juntos, y Matías. Fueron veinticuatro horas de difícil convivencia. Sin la abuela Mati, la casa parecía un orfelinato, sobre todo para Josefa y Mirentxu, a quienes las muñecas a medio terminar, sin los ojos, se les antojaban caricaturas grotescas.

Las palabras fluían con pena. Comieron mucho, presos de una inesperada voracidad, comparable a la que Matías sintió durante el viaje, en el tren. Jaime, además, bebió lo suyo, pese a que sus hermanos le miraban con ojos de desaprobación.

Transcurrida una hora fueron formándose corrillos y los diálogos impusieron inevitablemente su ley. Las mujeres a un lado, los hombres en otro. El grupo de las mujeres lo capitaneaba, sin proponérselo, con sólo su hábito y su rostro sereno, sor Teresa. A Carmen Elgazu se le ocurrió mostrarles una fotografía de su nieto, César, y la abuela Mati por unos instantes desapareció. "Qué preciosidad!". "Y qué tal Mateo? Sabéis algo de él?". "Uy, qué monada de criatura! Da mucho la lata?". "No, no, es un bendito. Duerme toda la noche, de un tirón". "Eso demuestra que todavía no sabe lo que es la muerte".

En el corrillo de los hombres la sombra de la abuela Mati quedaba más lejos aún. Allí estaban un empleado de Telégrafos, un encargado del marcador en el frontón Gurrea y un capataz de la fábrica de armas de Trubia. Jaime daba pena. Separatista hasta la médula -Matías, en el anterior viaje, discutió agriamente con él-, veía esfumarse sus esperanzas. "A menos que ganen los ingleses y le echen una mano a Euskadi". Lorenzo, el de Trubia, era el revés de la medalla. Falangista militante, porque gracias a Franco se estaba reunificando España y además él tenía un empleo seguro. "Figuraos, con la guerra, una fábrica de armas… Trabajamos a tope y exportamos a unos y a otros, sin excepción. El que paga más, ése se lleva la pieza". Estaba en contra de los separatismos, "que no servían para nada y sembraban la dispersión". Tuvo que esforzarse para no levantar la voz. Él tenía dos hijos, y los dos eran flechas y desfilaban con pantalón corto y camisa azul. "Su madre no ha podido venir porque estamos esperando nuestro tercer hijo. Ojalá salga tan patriota como Mateo -se dirigió a Matías-, a quien no tengo el gusto de conocer".

Jaime echaba chispas. Y si se fuera con las mujeres a la otra habitación? Con sor Teresa, sería peor. Bebió un poco más. Eructó. Se secaba de continuo el sudor de la frente. "Qué tal el movimiento separatista en Gerona? Cómo? Nada de nada? Pues sí que estamos buenos!". España sería siempre un lastre para Euskadi y Cataluña. Matías le cortó: "Pero por lo menos allí todo el mundo habla catalán! Aquí el vascuence es una rareza. Parte del campesinado, cuatro curas y cuatro intelectuales. Los demás, hablando el castellano o así". Matías dijo "o así" en tono irónico. Pero Jaime no se atrevió a protestar. "Eso se arreglaría en diez años -barbotó-. Y el que no pasara por el aro, desterrado a Extremadura o a Cádiz. O donde le apeteciera".

Jaime quería luchar. Quería luchar de todos modos. Hasta el presente no se había atrevido, porque vivía la abuela Mati. Ahora sería la ocasión. Cédulas clandestinas? En España, no. Imposible. Estaba todo copado. Los guardias civiles! Sus tricornios eran el gran paraguas del país. Jaime había decidido irse a trabajar a Alemania, adonde se le adelantaron varios compañeros dispuestos a hacer sabotaje. "Alemania me espera. Hay que volar tanques, trenes, puentes, lo que sea. Los vascos entendemos de eso". Matías se puso serio. Advirtió que su cuñado no improvisaba. No supo qué decir. Por fin le puso la mano en un hombro. "A lo mejor te encuentras allí con un sobrino mío, llamado José Alvear. Creo que sigue la misma línea, aunque por motivos distintos". Jaime se irritó. Pensó para sus adentros: "A éste le voy a zurrar". Pero no era el momento. La abuela Mati lo aquietó. Jaime estaba borracho. Por supuesto, pese a ello sabía lo que decía. Pero era un cobardica y a las primeras de cambio echaría de menos el frontón Gurrea y los guisos de sus hermanas Josefa y Mirentxu.

Poco después se reunieron todos, hombres y mujeres. Matías aprovechó para ofrecerles hospitalidad en Gerona, que fueran a pasar unos días. "Todos juntos no, claro. Pero podríamos empezar por Josefa y Mirentxu". Éstas declinaron la invitación. "No es hora de programar nada. De momento, ordenar la casa y acostumbrarnos a la soledad". Jaime declinó también. "Tal vez más tarde", dijo, disimulando. En cuanto a Lorenzo, se lanzó. "Aceptado! En cuanto haya nacido nuestro tercer hijo te mandamos un telegrama y vas a esperarme a la estación".

Cayó la noche sobre Bilbao. Se acomodaron como pudieron para dormir. Antes, todos desfilaron por la habitación que la "abuela Mati" había dejado vacía. Si hubieran tenido la osadía de conectar radio Berlín, se hubieran enterado de que Rommel, al término de seiscientos quilómetros de marcha por el desierto, acababa de conquistar El-Alamein.

CAPÍTULO VII

JESÚS MONTARAZ, el gobernador de Gerona, estaba contento. Por muchas razones. Empezaba a aclimatarse en su nuevo destino, lo que hacía feliz a su secretario y chófer, Miguel Rosselló, al que a veces tomaba el pelo diciéndole que tenía el cerebro rudimentario y calcáreo. Miguel Rosselló le contestaba: "Ni caso. El hombre enfurecido no tiene ojos".

En Gerona y provincia la labor a realizar era inmensa, pero el gobernador iba poniendo las bases sobre las cuales, desde el primer momento, había montado su estrategia. La capital, desde que él llegó, estaba más limpia. Todo el mundo se daba cuenta al pasear por ella. Más papeleras, más basureros, más policías municipales. Las pintadas en las paredes y vallas habían desaparecido, a veces superponiendo en ellas carteles de toros, que eran su pasión. En el puente de Piedra se mantenía enhiesto aquel mutilado de la pata de palo que dirigía la circulación. Ahora llevaba uniforme. Los urinarios públicos eran su reto. Pero se propuso a sí mismo otro más importante aún: canalizar las aguas del río Oñar, para que éste no fuera el vertedero oficial de las fábricas. Faltaba presupuesto, pero las obras habían empezado ya en la calle del Carmen, en cuya agua pantanosa crecían las hierbas y reinaban las ratas. En cuanto al asalto de las enfermedades venéreas que sufría el país -otro de sus proyectos-, había decidido contraatacar con eficacia. La sífilis, la gonorrea, etc. Reconocimiento quincenal a las prostitutas, que necesitaban de carnet sellado y al día, y largas entrevistas con el general Sánchez Bravo para que, mediante la intimidación, actuara sobre los soldados. Su éxito no era medible, pero él estaba convencido de seguir el camino correcto. Al respecto no quería asesores de ninguna clase, en homenaje a una frase de Debussy que había leído en Albacete: "no aceptes los consejos de nadie, excepto del viento que pasa y que cuenta la historia del mundo…" La prostitución era la historia del mundo, como muy bien sabían santo Tomás, san Agustín y la Andaluza.

Jesús Montaraz estaba contento de su gestión, que abarcaba muchos campos -y si no, pronto habría que preguntárselo al coronel Triguero y a los hermanos Costa-, y feliz porque María Fernanda, reacia en un principio, empezaba a encontrar en Gerona motivos para vivir. Muchas personas y cosas habían influido sobre la aristócrata madrileña: su amistad con la condesa de Rubí y la Voz de Alerta, que esperaban para junio la llegada de la cigüeña; su excelentes relaciones con Manolo y Esther, pese a las diferencias de edad; su predilección por Marta, "un muestrario de cualidades"; el respeto por el notario Noguer y el profesor Civil; los diálogos con el doctor Andújar y el doctor Chaos… Este último era una especie de enciclopedia viviente, que le resolvía a María Fernanda muchos crucigramas intelectuales que la asediaban de continuo, a causa de su irreprimible curiosidad. También contaba Ignacio, al que ya el primer día calificaron como "caballo vencedor". Ignacio había compartido varias noches la cena con el camarada Montaraz y su esposa, y siempre salió airoso de la prueba.

– Da gusto hablar con un abogado… -decía María Fernanda.

– En efecto -contestaba Ignacio-. Por eso yo hablo muy a menudo conmigo mismo.

– Chiste fácil! -protestaba el camarada Montaraz.

– Más fácil es recorrer la provincia conduciendo el coche Miguel Rosselló… Y españolizar el lenguaje a base de prohibiciones.

Ignacio dijo esto porque el camarada Montaraz no podía consentir que se adulterara el idioma castellano, tan rico como el inglés. En función de esa tesis, prohibía los galicismos y los anglicismos.

– A santo de qué emplear palabras tales como 'dancing', cocktail, vermut, cabaret, gríll, córner, récord y demás? Es que no podemos decir baile, aperitivo, rincón o esquina, sala de fiestas y otras equivalentes? A qué viene esa hipoteca?

– Es la costumbre -decía Ignacio-. Se escucha la radio, se leen los periódicos y nadie hasta tu llegada consideró que esto era un pecado… Y hay más! El otro día me contaba Agustín Lago que los niños en la escuela aprenden ahora con facilidad los nombres eslavos, debido a la guerra con Rusia. De modo que prepárate a escuchar vodka en vez de vino tinto…

Eran veladas ingeniosas, que Ignacio aprovechaba para protestar. No le gustaba, por ejemplo, el abuso de la palabra Imperio. "Ganamos la guerra, ya lo sé. Yo estaba allí esquiando sobre la nieve bajo la luna solitaria, y perdón por imitar a los poetas malos. Pero eso no justifica que el Imperio alcance a los transportes y a las tintorerías. Os habéis fijado, no? Autotransportes Imperial. Tintes Imperio. Cine Imperial. Gaseosa Imperial. Y así hasta el fin. Ah, y se me olvidaba una impresionante puya de Giménez Caballero en un artículo de La Vanguardia: "El aire huele a rosas y a Imperio…" Eh, qué tal? Sigo o con eso tenéis bastante?

María Fernanda se puso de su parte. La época imperialista de España había pasado. Una cura de humildad no le iría mal al país, que se sostenía de puro milagro.

El gobernador protestaba. Por qué no hablar de Imperio? No se trataba de ir a la guerra en el carro del vencedor, sino de unirse fraternalmente con la América Hispana. Hispanoamérica era un elefante dormido que se pondría en pie, y España podría ser el domador. "No creo que hablar de Tintes Imperio haga mal a nadie. Y menos beberse una gaseosa Imperial".

El matrimonio estaba también contento porque su hijo, Ángel, había decidido por fin quedarse en Gerona. Mosén Alberto le convenció, con el truco de fotografiar los monumentos románicos. Pero no era sólo eso. Marta tuvo razón: existía la vacante que habían dejado los masones Ribas y Massana, exiliados en Méjico. Ángel se despidió de don Nemesio Valdés, su maestro en Madrid, y alquiló un magnífico estudio en un alto edificio próximo a la Dehesa. Estudio restallante de luz, que logró acondicionar con mucha modestia pero con sentido práctico. Necesitaría un delineante y un aparejador: seguro que los iba a encontrar. De momento no tendría más remedio que dedicarse a levantar lo que él, "urbanista", detestaba: bloques-colmena. Esto lo conseguiría fácilmente a través de las Viviendas Protegidas y del apellido que llevaba. Más tarde ampliaría su campo de acción a torres y chalets de la Costa Brava, que era lo que, en principio, le había producido un cosquilleo entusiasta.

– Por qué no nos haces un proyecto para una torre en S'Agaró? -le pidieron Manolo y Esther-. Imagínate que hemos ganado un pleito importante y que tenemos el parné necesario…

– Bueno, bueno… Todo se andará.

Ángel quería mucho a sus padres, aunque, con su dosis de escepticismo a cuestas era mucho menos "imperialista" que el camarada Montaraz y consideraba que los anglicismos y demás no hacían otra cosa que enriquecer el vocabulario. No le gustaba vivir en el gobierno civil, que parecía un castillo antiguo venido a menos y apto para ser habitado por el conde de Montecristo. Pero contra eso no podía luchar, por lo menos de momento. Su afición a la fotografía lo llevó por derroteros inesperados: los ancianos y los locos. Mosén Alberto se asustó. "Este hombre me enviará a hacer gárgaras la guía románica de la provincia y se me irá al Asilo y al Manicomio". Ángel le tranquilizó. "Se puede compaginar. Pero las piedras también cansan y los rostros humanos tienen su aquél".

Dicho y hecho. ' La Voz de Alerta', al que el gobernador le preguntó una vez, en tono de chunga, si los elefantes tenían dentista, llevó a Ángel al Asilo. Los ancianos! Encorvados, temblorosos, con el mirar asustado, todos y cada uno eran diferentes. Los había coquetos, como Hitler, que se negaban a dejarse retratar: demasiadas arrugas. Los había que se acicalaban y procuraban abrir la boca para sonreír, con lo que Ángel les arrancaba incluso las entrañas. Uno de ellos, de nombre ignorado, se vistió con el traje de la boda, el pañuelito blanco asomándole por el bolsillo de la americana. "Me traerá una copia, verdad?". Quería ir a depositarla a la tumba de su mujer, muerta hacía veinte años.

Para Ángel constituyó una experiencia impar el contacto con aquellos seres que habían olvidado casi todos los nombres propios y se acercaban al final del trayecto. Sobre todo las mujeres, inspiraban lástima. Las mujeres no podían negar su condición. Les preocupaba el peinado, sus moños apretados, las horquillas puestas aquí o allá. Algunas se ponían pendientes. "Sólo el rostro, por favor". No querían perpetuar sus piernas hinchadas, torcidas o a punto de quebrarse por el fémur. Ángel, al término de su trabajo, disponía de un panel -cincuenta ancianos y ancianas-, con el que a gusto hubiera hecho una exposición en la Biblioteca del Municipio, a lo que el profesor Civil se mostró contrario, por ética elemental.

Luego le tocó el turno al manicomio. Ahí no sabía dónde escoger. Separación de sexos. El doctor Andújar lo condujo de un lado para otro con una familiaridad y una ternura que a Ángel le cortaron la respiración. "Yo amo a esta gente, comprendes, Ángel? Son almas de Dios". Qué almas, voto al diablo! Si Dios no podía crearlas mejores, que abdicara de su trono; y si podía y no lo hacía, Ángel hubiera querido llamarse Arcángel y protestar.

Algunos locos se encandilaban al ver la máquina fotográfica. "Eh, eh, aquí estoy!". Otros se indignaban, soltando espumarajos de rabia por las comisuras de los labios. Querían abalanzarse sobre él. Uno de ellos creía ser el Sol. Hinchaba el tórax y soplaba fuerte, convencido de que con este acto insuflaba vida a los demás. Otro estaba seguro de oír continuamente radio Moscú. Había sido comunista y sabía que ahora Moscú pasaba por un trance difícil. Da, Da…, decía, como los divisionarios al llegar a Novgorod. Ángel le sacó un primer plano de la oreja que tenía pegada a la pared. Una mujer, en un rincón del patio, llevaba en la falda piedrecítas del río Ter y las ofrecía como si fueran cajitas de cerillas.

Al terminar, el doctor Andújar le preguntó a su invitado:

– Qué siente usted, amigo Ángel, ante este espectáculo?

– Asco, doctor, y perdone mi sinceridad… -contestó el arquitecto-. Por eso no quiero casarme. Por eso no quiero tener hijos, para no perpetuar ese absurdo que es vivir.

– Le comprendo… Yo también caí en esa tentación. Hasta que descubrí que eran seres humanos a los que se podía amar.

– Amar? A ese techo no llegaré jamás.

María Fernanda se impresionó hondamente al ver las fotografías de los ancianos y de los locos. Era muy aprensiva. A veces temía morir pronto y concretamente de cáncer, enfermedad que se llevó a su padre. El camarada Montaraz parecía vacunado contra tales sentimentalismos. Su comentario fue: "Hay que limpiar a fondo los edificios y celdas del asilo y del manicomio". En ocasiones, Ángel creía que su padre se había creado un mundo irreal. De ahí que en Albacete hiciera de las suyas, como esperaba que hiciera en Gerona. Entre otras cosas, mandó a Madrid diversas expediciones de "productores" para que subieran a un avión, un Junker 52, "y conocieran la hermosa topografía de España".

Por lo demás, el objetivo de Ángel era independizarse cuanto antes y no vivir de balde. A petición suya, mosén Alberto le llevó a lo más alto del campanario de la catedral, desde donde volvió a contemplar la explanada hasta Rocacorba y repitió: "Aquí hay mucho que hacer".

En el café Nacional decían: "Y cuándo vendrá ese muchacho por aquí a jugar una partida de ajedrez a ciegas?". Ángel no se hizo esperar. Se plantó allí una noche -había empezado la batalla de Stalingrado-, e hizo la exhibición. De espaldas al tablero, dio jaque mate, en treinta y siete jugadas, al canario Carlos Grote, campeón local. Ramón, el camarero, disfrutó como si le hubieran pagado un viaje a Australia. Se oyó una cerrada ovación. Matías comentó: "A eso lo llamo yo tener el cerebro organizado".

* * *

El camarada Montaraz, consecuente con su decisión, se disponía a asestar el primer golpe al coronel Triguero y a los hermanos Costa. "Hay que fumigar todo esto!", era su santo y seña. Su antecesor, camarada Juan Antonio Dávila, le había dejado un dossier -galicismo-, en el que figuraban una serie de apropiaciones indebidas, algunas de las cuales se habían acumulado en el bufete de Manolo e Ignacio.

Ignacio debutaría muy pronto en el Juzgado de Primera Instancía y en la Audiencia. Sin embargo, el primer paso fue la destitución fulminante del coronel Triguero de su cargo de Delegado del Servicio de Fronteras, en la capital del Ampurdán, Figueras. Fue destinado a Albacete, por orden superior, donde sus sueños de "acumular fortuna" se evaporarían en un santiamén. Figueras era su gran covachuela, que había sabido aprovechar, primero con sus viajes a Perpiñán dedicados al contrabando y luego, asociado a la Constructora Gerundense, S. A., junto con los hermanos Costa y el capitán Sánchez Bravo, levantando edificios ilegalmente y acudiendo en plan ganador a buena cantidad de subastas. Finalmente había conseguido meter baza en las divisas que traían los fugitivos de la guerra, y de ello no había dado cuenta a nadie. Qué haría ahora con su manía de apostar, que trajo de coronilla a Ignacio? "Te apuesto la corbata a que mañana lloverá!". "Te apuestas veinte duros a que mañana cae un pez gordo?". El pez gordo fue él. El general, después de una entrevista con el gobernador, se mostró implacable. Ambos hubieran querido expulsarlo del Ejército; pero el coronel Triguero tenía agarraderas en Madrid y gracias a ello pudo conservar el uniforme, aunque en Albacete.

Ignacio se acordaba mucho del coronel. En un principio le cayó simpático, porque tenía mucha labia y mucha personalidad; hasta que descubrió que no jugaba limpio. Siempre decía: "Yo no he nacido para comer garbanzos toda la vida. Quiero una casita con jardín y que la mujer que cuide de él no sea siempre la misma…"

En Albacete encontraría su purgatorio. Quedó estupefacto pero se dio cuenta de que llevaba las de perder. Los Costa se sintieron desamparados con respecto a una serie de actividades de la Constructora; pero les quedaba mucho campo libre y, además, la EMER, que dependía del padre de Ana María, don Rosendo Sarro.

El sustituto, en Figueras, del coronel Triguero fue otro coronel, Evaristo Bermúdez, antítesis de aquél. Honesto a carta cabal. Dedicación plena. Estaba a gusto en la milicia, sin aspirar a más. "No serviría para otra cosa. No me importa mandar, no me importa obedecer. Cada cual en su sitio".

Estaba orgulloso de haber servido a las órdenes del general Várela, a quien adoraba. Le escribió una carta comunicándole su nuevo destino y recibió una halagadora respuesta. Solía terminar las frases haciendo una afirmación y añadiendo a seguido: "O no?". Sus "o no?" se hicieron pronto famosos y el camarada Montaraz, guasón como siempre, le imitaba. "Tú eres Evaristo Bermúdez… o no?". Y el coronel soltaba una carcajada.

Su único vicio era el parchís. Elegía siempre las fichas amarillas. El color amarillo era su preferido. Podía atribuirse a los trigales, a los antiguos pergaminos o a las marcas que llevaban algunos judíos perseguidos. Cuando le hablaban del "peligro amarillo" sonreía y murmuraba: "Esperen, esperen, ya lo verán…" Estaba convencido de que si se producía la unión Japón-China gobernarían el mundo. Y de que los japoneses hacían la guerra por su cuenta, sin consultar con Hitler, pese a que éste les otorgó el título de "arios honorarios", detalle que les sulfuró.

Vestido de militar, con siete medallas, parecía alto y apuesto; de paisano, más bien bajito y escuchimizado. Aborrecía el pescado y el gobernador le decía que si comía carne en exceso se convertiría en agresivo. "O no?". Le gustaban los refranes, la sabiduría antigua, empírica, aunque admitía que a veces se contradecían. También los proverbios chinos eran los de su preferencia, aunque admitía que nadie podía garantizar que fueran chinos de verdad.

Español hasta la médula. Admiraba a los Reyes Católicos. La Falange le caía bien porque ahincaba en la entraña de la raza. "Vocación africana y de Hispanidad". Su orador preferido era García Sanchiz, que rodaba por el mundo españoleando. Admiraba a Franco y su amistad con el mundo árabe. Por Figueras entraron siete súbditos egipcios y les dio toda clase de facilidades. Los beneficiados, que no hablaban más que árabe, creyeron que debía de ser un admirador de los faraones. Escrupuloso al máximo en su trabajo, llamaba constantemente al gobernador para consultarle algún caso o para el parte de novedades. El gobernador murmuraba: "Ese hombre me matará".

* * *

En la Jefatura de Policía no había nada que "fumigar". Don Eusebio Ferrándiz, jefe provincial, era tan honesto como el coronel Evaristo Bermúdez. Sin embargo, desde que su hija murió en el accidente de autocar que sufrieron las chicas de la Sección Femenina con motivo de una excursión al santuario del Collell -donde había estudiado César-, no era el mismo. Había perdido entusiasmo, ganas de vivir. Casi siempre, al levantarse, antes silbaba al afeitarse; ahora no. Y con frecuencia, al encontrarse solo, lloraba. Era hombre de escrúpulos, que siempre se había preguntado qué derecho tenía a interrogar a la gente para que "cantase". Ahora intentaba que el trabajo le absorbiera, pero notaba que cada vez le interesaba menos. Sus ayudantes lo advertían, pero le querían mucho y no comentaban nada. El nuevo gobernador procuraba estimularle: "Animo, don Eusebio! Al mal tiempo buena cara".

A gusto hubiera ido a la tertulia del Nacional, pero comprendía que les quitaría espontaneidad, que sería allí un cuerpo extraño. En cambio, iba con frecuencia al cementerio, a llevar flores a su hija. Su ramo era el único. Nadie más se acordaba de ella. Otros nichos, por el contrario, estaban siempre abarrotados. "El cadáver es sólo mío". Había soñado con tener nietos y de pronto todo se frustró.

No comprendía que la gente tuviera tantas ambiciones. Un vuelco de autocar y todo se acababa. A veces se llamaba a sí mismo cobarde, por no saber aceptar aquella situación. Si todo el mundo hiciera lo mismo al perder un ser querido, la vida se acabaría. Y un policía tenía que dar más ejemplo que nadie. Se había tornado escéptico. En el fondo, la guerra mundial le interesaba poco. Venciera quien venciera, todo seguiría más o menos igual: se prepararía otra guerra, probablemente mayor que las anteriores.

Su único consuelo era la religión. Le gustaban las iglesias en las que no había nadie, sólo penumbra. Allá se concentraba y rezaba con fervor. Consideraba errónea la parafernalia que se organizaba con las multitudinarias ceremonias religiosas. Por eso le intrigaba Agustín Lago, a quien encontraba a menudo rezando en la parroquia del Mercadal.

Tenía hacia Franco un sentimiento dual. Por un lado, no comprendía que fuera capaz de sentenciar a muerte a tanta gente; por otro lado, le admiraba, porque entendía que era el único sistema para mantener la disciplina. "La paz de los cementerios" -de los cementerios!- le parecía preferible al desorden anárquico.

Tampoco comprendía que el obispo tuviera tal obsesión por el sexto mandamiento. Últimamente había mandado quitar un anuncio en Amanecer que decía: "Fajas y sostenes. Araceli, 68". Don Eusebio Ferrándiz sólo estaba en contra de la homosexualidad, por lo que era partidario de que los reclusos pudieran recibir, por lo menos dos veces al mes -lo mismo que en Cuelgamuros- a sus mujeres.

Cuando el gobernador le preguntaba si era preciso también "desterrar" al comisario Diéguez y a los miembros de su brigadilla, por haber oído que eran "amorales", don Eusebio Ferrándiz negaba con la cabeza. Cierto que el comisario Diéguez, a quien tanto había temido la Torre de Babel, era un pillo de siete suelas, con su clavel blanco en la solapa; pero era eficaz. Una ardilla y a la par un perro de presa. Olfateaba el delito a muchos quilómetros a la redonda y allá se iba llevando en la mano la chapa de policía. Muchos de los reclusos en la cárcel de Gerona eran víctimas de su perspicacia. El expediente contra los Costa le pertenecía por lo menos en un cincuenta por ciento. Uno de sus éxitos, que contaba siempre, era haber descubierto que Rosario, comadrona de la Sección Femenina, era abortista. Pues él, en Higueras, dejó encinta a una extremeña que esperaba en vano a su marido, y la obligó a abortar, con la ayuda de un médico "depurado" que estaba muerto de miedo.

– Así que, don Eusebio, dejamos al comisario Diéguez?

– Sin él no sabría qué hacer.

El comisario Diéguez, viendo que no le tocaban el pelo, suspiró satisfecho. Tenía a su favor que no apetecía el dinero; sólo el poder. Cuando le preguntaban qué sentía al detener a un individuo a sabiendas de que le condenarían a muerte, contestaba: "Soy policía, no es cierto? Sensación del deber cumplido".

Tal vez sólo le conmoviera una cosa: las colas que empezaban a formarse delante del Monte de Piedad, de reciente inauguración. La gente empeñaba allí cosas inverosímiles, desde una máquina de escribir hasta una muñeca o una pitillera. Se llevaban el dinero y el ticket como ocultándoselos a sí mismos. Por regla general, iban las mujeres. Muchas gitanas y viudas de fusilados. Pero a veces se presentaban en el mostrador caballeros bien vestidos, limpios, que en medio de su miseria guardaban la compostura. Hacían cola entre acobardados y distraídos y al final empeñaban el reloj. El comisario Diéguez no podía dejar de pensar en la colección de relojes de pared que poseía el camarada Montaraz y que tocaban cada uno su musiquilla.

Qué opinaba de la guerra? Que ganarían los alemanes. Envidiaba al cónsul Paúl Günther porque había hecho unos cursillos en la Gestapo. Si él pudiera ir a Alemania y "matricularse" también! Consideraba que las SS eran una organización modélica, superior a la americana. Por lo demás, y pensando en personas como la Voz de Alerta, recordaba un axioma político: "Un hombre no puede ser un buen conservador a los cuarenta si no ha arrojado bombas a los veinte".

Lamentaba no haber podido coger a Cosme Vila, a Julio García, a David y Olga, a Gorki y a tantos y tantos que cruzaron la frontera. Estaba completamente de acuerdo con las decisiones del Tribunal de Responsabilidades Políticas, que, por el contrario, traían a mal traer a Manolo y al profesor Civil. También envidiaba al comandante jurídico militar Martínez Fuset, asesor personal de Franco, quien había depositado su confianza en él ya en Salamanca, durante la guerra civil. Martínez Fuset asesoraba al Caudillo sobre las diversas maneras en que se podían interpretar las leyes. Al llegar él, el sistema eran los clásicos "paseos"; él modificó el procedimiento a fin de poder dar una explicación menos escandalosa. Decía: "Nosotros no asesinamos. Entregamos nuestros enemigos, los presuntos responsables, a los tribunales y consejos de guerra. Allá ellos, autónomos en su función, jueces imparciales, con sus fallos, que nos limitamos a ejecutar".

Resumiendo, y según decisión última del camarada Montaraz, el comisario Diéguez se quedaría en Gerona con todas las atribuciones que le correspondían. El comisario no perdía de vista al capitán Sánchez Bravo, que no le gustaba ni pizca. De vez en cuando entraba en la librería de Jaime y a éste se le anudaba la garganta. Pero no. El eficaz Diéguez, como buen profesional, se limitaba a llevarse unas cuantas novelas de Sherlock Holmes y del comisario Maigret.

* * *

Ignacio debutó en la profesión. Los acusados eran los Costa. De los abundantes pleitos que pendían sobre ellos Manolo eligió, para que Ignacio lo sacara adelante, el de "construcción en predio ajeno". Los Costa habían edificado una nave al lado de la Fundición, cuyo solar pertenecía a un tal Jerónimo Fuster, carpintero. Ignacio defendió a su cliente primero por escrito, en el Juzgado de Primera Instancia y luego oralmente en la Audiencia. Para este último acto tuvo que ponerse, además de la indispensable corbata negra, la toga. Era la primera vez. Al ponérsela se acordó, sin saber por qué, de cuando llevaba hábito y capucha en las procesiones de Semana Santa. Fue su bautismo. Su bautismo profesional. El color negro le confería una autoridad que hizo exclamar a Matías y a Carmen Elgazu: "Pareces un juez!". No era un juez, era un togado. Pero el eufemismo valía para la ocasión.

Él mismo se contempló varias veces en el espejo y pronunció palabras solemnes: "Con la venia…!". "Con el permiso de Su Señoría…!". Eloy, al ver aquellas mangas tan anchas y cortas, dijo: "Ahí va! Aquí caben lo menos dos!".

Los Costa habían actuado convencidos de su prepotencia; pero el carpintero Jerónimo Fuster tenía el título de propiedad en regla, de modo que ganar el pleito era coser y cantar. Jerónimo Fuster, que nunca se había atrevido a enfrentarse a sus influyentes vecinos, azuzado por su mujer se atrevió a llamar al bufete de Manolo, en virtud de]a autoridad moral de que éste gozaba en la ciudad. La sentencia fue contundente: derribo de la nave anexa edificada por la Constructora Gerundense, S. A. e indemnización de cincuenta mil pesetas al demandante. Jerónimo Fuster, al terminar el acto estaba pálido, como si hubiera perdido el pleito. Se acercó a Ignacio y al verlo tan joven le abrazó. Ignacio se emocionó. Era el primer reconocimiento "oficial" que recibía desde que terminó la carrera. "Gracias, gracias… -balbuceó-. No tiene importancia". Estaba a punto de añadir: "Los honorarios corren de mi cuenta". Manolo, que había previsto esa reacción, le había ordenado: "Nada de gratuidad. Aunque sea una cantidad simbólica, le pasaremos la minuta… Esto no es una Casa de Caridad". Ignacio, ante su asombro, recibió la enhorabuena de Mijares, el ex abogado de Sindicatos, que ahora lo era de la Agencia Gerunda y de los Costa. Al estrecharse ambos la mano, Ignacio pensó: "A santo de qué este hombre y yo somos rivales, y estamos destinados a serlo durante mucho tiempo?". Mijares tenía la cara de "buen funcionario". Parecía un bonachón; pero si los Costa le habían elegido, sería algo más que eso.

Ignacio hubiera querido emprender en seguida otra aventura jurídica contra los Costa: podía probarse que en la adquisición que tanto escandalizó al general Sánchez Bravo, de unos vagones de ferrocarril viejos que habían pertenecido al Ejército, hubo chantaje, hubo soborno. Manolo detuvo a su pasante: "Eso es más peliagudo. Déjamelo a mí. Aquí lo importante era comprobar que ante el Tribunal te sostenías de pie".

Esther lo felicitó. Le dio un par de besos en las mejillas. Había querido asistir a la vista, que se efectuaba en público. "Perfecto, Ignacio… Has estado perfecto". "Pues qué os creíais?", dijo alguien. Era Matías. Matías no pudo resistir la tentación y pidió permiso en Telégrafos para presenciar el debut de su hijo. Ignacio sintió aquel abrazo como ningún otro y casi se le saltaron las lágrimas. "Le diré a tu madre que te prepare un plato de crema a la catalana, si es que dispone de los ingredientes necesarios". "Gracias, padre… Y esta tarde llevaremos un poco de esa crema a tu nieto, César".

De momento, hubo un brindis en el bufete de Manolo, en el que participó incluso aquel vejete que se sabía de memoria el Aranzadi. Esther se movió por la casa como una figura de ballet. Hacía mucha gimnasia y ello se notaba. Apaciguados los ánimos, Manolo habló en serio. "Ésta es la primera piedra -dijo-. Calculo que los Costa perderán, en un plazo de seis meses, por lo menos cuatro pleitos mucho más importantes. Aquí la figura clave no soy yo; son el gobernador y el general. Alguien tenía que llegar que dijera basta. Os prometo que se les caerá el pelo. Nuestro rival, el togado Mijares, ya me ha hecho un guiño sorprendente, que no he sabido cómo interpretar". Ignacio sintió como si hubiera estudiado la carrera expresamente para "fumigar" a los Costa. Le llamaron por teléfono Moncho y el profesor Civil. Moncho bromeó: "Arriba España!". El profesor Civil le dijo: "Adelante muchacho… Ya sabía yo con quién me la jugaba".

En el piso de la Rambla hubo, en efecto, un plato de crema catalana. Y champaña, que el propio Ignacio compró. Carmen Elgazu estaba tan azarada que quemó un poquitín el postre elegido. "Perdonadme! Es que ni sé lo que me hago!". Eloy comentó, mientras se relamía los labios: "Pues a mí no me parece que esté quemada… Está tan buena como un helado de chocolate".

A media tarde se presentaron todos juntos en el piso de la Estación, donde les aguardaban Pilar y el pequeño César. Pilar tenía conectada la radio; al llegar ellos la cerró. A lo largo de la velada apenas si se acordó de Mateo y de la cruzada contra Rusia. Ignacio era un sol. Le besuqueó interminablemente. En cuanto a César, no hacía sino berrear.

A lo último, Pilar tuvo un detalle. Había previsto para la ocasión regalarle a Ignacio una boquilla negra, con anillo dorado, que era una preciosidad y que además llevaba filtro incluido. Así lo hizo.

– Hala, a presumir se ha dicho…

– Estoy seguro de que encantará a Ana María… -comentó el muchacho.

Pilar hizo un mohín. Por un momento se acordó de Marta. Pero se sobrepuso -era pleito resuelto- y ordenó a Ignacio que probara la boquilla al instante. El pitillo encajó a la perfección y de la diestra de Matías brotó un mechero, también dorado, que culminó la ceremonia.

Carmen Elgazu apostilló:

– Fumar es malo… Pero en un día como hoy, qué le vamos a hacer!

CAPÍTULO VIII

LA TERTULIA DEL CAFÉ NACIONAL continuaba fiel a sí misma. Los periódicos y las radios les proporcionaban noticias a barullo. En aquella primavera de 1942, todo parecía dislocarse, como a veces los campos de girasoles. La guerra mundial seguía y había mucho que decir de ella, puesto que estaba proporcionando grandes sorpresas. Pero los contertulios cumplían su promesa: tema tabú.

Excepto alguna que otra incursión de Marcos -Galindo le dijo a éste que quien estaba dando guerra era Adela, su mujer-, los amigos de Matías habían adquirido la costumbre de repasar el anecdotario nacional. Y así se supo que en Valencia habían sido entregados a las chicas de la Sección Femenina varios lotes de gallos reproductores, para que la Hermandad de la Ciudad y el Campo cuidara del mejoramiento avícola de la comarca. Y que la censura había prohibido publicar un manual de cunicultura si no se tachaban las páginas dedicadas a explicar cómo se producía la monta de la coneja por el conejo, ya que esto se consideraba extremadamente inmoral. "Señora, señorita! No tire usted su cepillo de dientes! Por el módico precio de tres pesetas, nosotros se lo restauraremos, dejándolo como nuevo". Carlos Grote, que había silueteado con su máquina de escribir la figura de Serrano Súñer -"Mírale por dónde viene, el Jesús del Gran Poder. Ayer era Jesucristo, hoy es Serrano Súñer"-, comentó que restaurar un cepillo de dientes debía ser más difícil que descifrar un telegrama secreto. Asimismo se supo que algunos fabricantes del ramo textil que habían ido a parar a la cárcel se hacían operar de apendicitis para poder estar en la enfermería. Y que se había inventado la radio-hucha, que funcionaba a base de ir metiendo monedas en una ranura. "Periódicamente pasa un empleado de la empresa y se lleva la recaudación del mes". Y se comprobó que la prensa española, La Vanguardia incluida, se había "japonizado". Llegó a escribirse que la conquista de las Filipinas por los japoneses vengaba el honor español, mancillado por la ocupación, por parte de los Estados Unidos, de aquel archipiélago impar. También se supo que el capitán Sánchez Bravo y Ricardo Montero, éste novio de Gracia Andújar, cansados de perder dinero al póquer en el Casino y de beber una copita de más, jugaban a "batallas navales". Matías comentó: "Por cierto, que en cuestión de un mes los norteamericanos han hundido los portaaviones Kaga, Soryu y Akagi, además del crucero Mikuma". Los contertulios se comprometieron a traer cada uno, los sábados, una tira de noticias de ese tenor. Terminó de encandilarles Galindo asegurándoles que, según Radio Nacional, aquel año de 1942 iba a ser declarado "año de la alcachofa".

* * *

Sí, la guerra mundial seguía su curso. En el hospital de Riga, Mateo, Núñez Maza y Solita cantaban canciones españolas, mientras los médicos procuraban restablecerles la salud. Mateo estaba desesperado porque llevaba un mes sin recibir carta de Pilar, aunque sí las había recibido de Alfonso Estrada y de Cacerola, éstos descansando en Novgorod, después de los terribles asedios a que se habían visto sometidos.

En efecto, la guerra continuaba, y pese a haberse estrellado en Moscú el intento alemán de ocupar la capital -pronto se lanzarían a otro ataque, y esta vez sería decisivo-, la victoria en aquellos meses parecía inclinarse del lado de Hitler. Sus tropas estaban a tres marchas de Suez, en África, y en el frente ruso se aprestaban al asalto del Cáucaso y del Volga, al tiempo que se fijaban un ideal supremo: la conquista de Stalingrado, enclave de primer orden. Stalin se quejaba de que sus aliados le traicionaban pues no abrían el segundo frente que les exigió. Llegó incluso a creer en contactos secretos entre Inglaterra y Berlín. Churchill se desplazó a Moscú. "Ustedes tienen miedo de medirse con los alemanes", le dijo Stalin. "Ustedes eran sus aliados mientras que nosotros ya luchábamos solos contra ellos".

La batalla de Stalingrado fue implacable desde el primer momento. La resistencia de los rusos era feroz y no daban importancia a la caída de vidas humanas, porque las tenían de respuesto. Parte del material se fabricaba al otro lado de los Urales, pero lo importante se lo suministraban los Estados Unidos a través de las rutas más diversas. Stalin no dejaba de pedir más y más. En sólo un año América había suministrado a Rusia más de tres mil aviones, cuatro mil tanques y más de medio millón de vehículos automóviles. Y habiendo perdido Rusia la mitad de sus recursos alimenticios, América les enviaba proteínas y calorías en la forma más concentrada y deshidratada posible. Varias fábricas del Middle West fabricaban bortsch reducido a las dimensiones de una caja de cerillas, y tushuha, o cerdo a la rusa. Pero el gobierno soviético pedía la supresión de todas las indicaciones de origen, afirmando que a su pueblo le parecería una humillación ser alimentado por el extranjero. Hitler trasladó gran parte de las fuerzas de Sebastopol al norte, a Leningrado. La ciudad estaba a la vista. Desde sus posiciones, los alemanes veían la cúpula de San Isaac, la aguja del Almirantazgo, la fortaleza de Pedro y Pablo. Las tropas alemanas las mandaba el más reciente de los maríscales: Erich von Manstein. La población civil se mostraba a la altura del heroísmo de los combatientes. El arsenal humano de que Rusia disponía era inextinguible. Habían perdido más de cuatro millones de prisioneros en catorce meses de combate, pero la capacidad de reconstitución de su ejército seguía siendo fenomenal.

Más al Sur, en Damiansk y en Volchov, las batallas eran también horribles. En Volchov los rusos, cercados, llegaron al canibalismo, a los suicidios colectivos, a las muertes por hambre. El verano había transformado el bosque petrificado en un cenagal de gusanos. Los destacamentos alemanes que penetraban en el perímetro cercado veían continuamente verdaderos montones de insectos que indicaban la situación de los cadáveres. Sin embargo, Alemania no podía atender a tantas operaciones a la vez: le faltaba material humano de reserva y material bélico para ofensivas simultáneas.

Un ejemplo podía ser el que señalaba el general Sánchez Bravo: Rommel había dado un tropezón en El-Alamein. La victoria había desgastado al vencedor. Al Af rika Korps sólo le quedaban cincuenta tanques y los combatientes en forma no pasaban de los mil quinientos. El desgaste italiano no era menor. Sus tropas habían quedado reducidas a un tercio de sus efectivos. Faltaba aprovisionamiento. Por suerte, en Tobruk se habían encontrado con un gran arsenal que dejaron los aliados. El ejército alemán, irónicamente, se anglosajonizó. Fumaba tabaco inglés, comía conservas americanas, aseguraba el ochenta y cinco por ciento de sus transportes con vehículos fabricados en Coventry o en Detroit. Fricción entre alemanes e italianos. Rommel era odiado por los italianos. Mussolini se había trasladado a Libia con un caballo blanco para hacer su entrada triunfal en El Cairo. Ahora se sentía humillado. Rommel, en el transcurso de tres semanas, no se había dignado hacerle una visita. Rommel se sentía enfermo. Los médicos le aconsejaban que cediera el mando a algún otro oficial. Pero Hitler era tajante: al pie del cañón.

Las fuerzas alemanas habían ocupado Ucrania, obsesión de Hitler. Buena parte de las industrias fundamentales de Ucrania habían sido trasladadas por los rusos, en un esfuerzo incomparable, a los Urales. La operación alemana era magistral, pese a que algunos generales querían ir directamente a Moscú. Hitler se sentía "el más grande militar de todos los tiempos". El nuevo ataque hacia Moscú se haría con un número de tropas diez veces superior a las que Napoleón empleó en Borodino. Al mando, el general Guderian. Esta victoria igualaría en grandeza a la de Ucrania. Los rusos se habían rendido en masa. Una vez más interminables columnas de prisioneros se ponían en marcha hacia el Oeste, sembrando el camino de hombres muertos de disentería y otras privaciones. En el Sur había sido capturado un ejército ruso al borde del mar Azov y lo habían destruido, haciéndoles sesenta y cinco mil prisioneros, y continuaban avanzando hacia Rostov.

Con respecto a la postura española, los Estados Unidos enviaron a su nuevo embajador, mister Garitón F. H. Hayes, quien en su entrevista con Franco utilizó un tono muy cordial. "El presidente de los Estados Unidos me encarga muy especialmente exprese a V.E. la estima personal que le tiene". Y recalcó: "No trataremos de imponer nuestro sistema de gobierno a ningún país". Franco, que tanto había hablado de autarquía, contestó inesperadamente: "Ningún pueblo de la tierra puede vivir normalmente de su propia economía y todos ellos se necesitan".

También a Gerona había llegado un nuevo cónsul americano, mister John Stern. Éste se entrevistó en seguida con el cónsul inglés mister Collins, y ambos se fueron a comer ancas de rana al restaurante de la Barca, en una mesa contigua a la que ocupaban los hermanos Costa, el capitán Sánchez Bravo y Carlos Civil, el hijo del profesor Civil y hombre de paja de la EMER.

Mister Stern y mister Collins se reían mucho y los hermanos Costa se preguntaban por qué. Sería una consigna? Dar la impresión de que todo marchaba bien? Tal vez hablaban de los partes que emitía la BBC, según los cuales la ciudad renana de Colonia había sufrido un bombardeo masivo, ocasionando daños inmensos, y que al día siguiente mil aviones británicos habían caído sobre Essen. La BBC añadió que Hitler había acusado a Goering de vividor y perezoso y había rehusado darle la mano, por cuanto Goering le había prometido que sus aviones decidirían la lucha. Y entretanto América producía aviones. Cazas, por supuesto, pero sobre todo bombarderos para la ofensiva. Los americanos habían empezado también sus incursiones aéreas, pero los alemanes se negaban a aceptar que los americanos fuesen aptos para combatir. Goering había dicho: "No subestimo a los americanos.

No tienen igual para fabricar hojas de afeitar, pero no olvidemos que la palabra clave de su sociedad es bluff…"

* * *

La División Azul iba a ser relevada. Los miembros que la componían estaban visiblemente cansados, excepto la minoría que, al igual que les ocurría a los legionarios, en la guerra se sentían como en su casa. Llegarían otros divisionarios de refresco, que a la sazón estaban ya siendo reclutados en España. Incluso el general Muñoz Grandes, que había recibido las máximas condecoraciones, iba a ceder el puesto al general Esteban Infantes, después de repetir, en frase que se consideró feliz, que había que "repartir la gloria y el riesgo".

El relevo no se haría de un solo golpe, sino progresivamente, a fin de que hubiera siempre "veteranos" que pudieran adiestrar a los recién llegados. Primero fueron repatriados los enfermos y convalecientes de alguna herida, lo que afectaba a Mateo y a Núñez Maza. Luego, a los que se habían batido en el Wolchow y lago limen, entre los que figuraban Cacerola, el camarero Rogelio y Alfonso Estrada. También se unirían a estos últimos Solita y mosén Falcó, quien había quedado descolgado de sus conciudadanos y que en la División había destacado por sus ardores belicistas. Mosén Falcó, en la fiesta del Corpus, "encontrándose en Possad, llegó a escupir al rostro de un prisionero ruso que hizo alarde de irreverencia y burla.

Núñez Maza precedió a todos los demás, incluso a Mateo. Sus fiebres no habían remitido, había adelgazado mucho y no podía con su alma. En unión de varios heridos graves fue evacuado y trasladado a Madrid, donde médicos amigos suyos le prestarían la ayuda necesaria. Sin embargo, nada más llegar, y pese a poder gozar de las ventajas de un país "no beligerante", experimentó una doble sensación. Por un lado, fue recibido como un héroe, incluso por el mismísimo Serrano Súñer, quien siempre le había demostrado un gran afecto; por otro lado, sintió que en la capital de España se vivía completamente al margen de lo que pudiera ocurrirle a la División Azul.

Para la mayoría de ciudadanos aquello era una anécdota y la gente se ocupaba en vivir, en chantajear, en divertirse y en llenar las calles de tenderetes, formando una especie de inmenso mercado. Como por ensalmo habían salido los vendedores ambulantes.

Chufas, pipas, altramuces, piedras para encendedores, trompetillas, viseras y, por supuesto, tabaco. Una charlatana, llamada Tomasa, llevaba consigo un micrófono y en la avenida del Generalísimo Franco era la gran atracción. También le hablaron de los meublés, cada día más en auge, de algunos bares llamados "putódromos" y de los realquilados, con muchos líos de faldas en los pisos y en las salas de fiestas recientemente inauguradas y que trabajaban a tope.

El doctor Jiménez Mendoza, que se puso a su disposición, le dijo: "Si tus fiebres fueran tan difíciles de curar como la España que tenemos hoy, mi pronóstico sería preocupante". Núñez Maza quedó de una pieza. Todavía era consejero nacional. Echó de menos a Salazar y su cachimba. Se acordó de algo que ambos habían escrito y publicado poco después de terminada la guerra civil: "Excepto Alemania, Italia, el Japón, Portugal y España, el resto del mundo es masonería y comunismo, es decir, escoria". No sabía si arrepentirse o no. Su mente estaba confusa y las fiebres le impedían poner orden en su pensamiento. El doctor Jiménez Mendoza le puso a tratamiento y le dio ánimo. "Dentro de un mes te sentirás mucho mejor. Pero ya veremos dónde te mandamos luego para que mejoren tus pulmones".

Días después llegó Mateo. El avión le dejó en Madrid, desde donde se trasladó en tren a Barcelona. Varias horas de espera en Barcelona y por fin otro tren, de locomotora humeante, como si sufriera, a Gerona. Había enviado un telegrama, de modo que en el andén de la estación le esperaban, además de la familia, el camarada Montaraz y la Voz de Alerta, Herida leve? Herida grave? Durante el viaje recompuso la situación. Herida grave, al parecer. La bala, como si se la hubiera enviado Cosme Vila desde Ufa, le interesó el coxo-femoral. Se la extrajeron, hubo infección, luego el correspondiente drenaje. Ahora se estaba cicatrizando, pero la cadera, por el momento, le había quedado rígida. Cojo, cojo para toda la vida, a menos que los experimentos que, según los médicos que le atendieron, se estaban llevando a cabo para utilizar prótesis se perfeccionasen y llegaran a tiempo para recomponerle a él. El doctor Chaos, sin el barullo del hospital de Riga, le daría su opinión. Solita le había dicho: "Si no te cura el doctor Chaos no te curará nadie".

Al detenerse el tren en la estación se oyó un grito. Era Pilar. Pilar gritó: "Mateo!", y corrió para acercarse a la portezuela de descenso. Detrás estaban don Emilio Santos, Matías y Carmen Elgazu, Ignacio y el pequeño Eloy. El camarada Montaraz y la Voz de Alerta retrocedieron unos pasos para permitir que la familia pudiera darle antes que nadie la bienvenida.

Entonces ocurrió lo inevitable. Después de entregarle a Ignacio la mochila dentro de la cual había un equipo completo de soldado y un precioso icono, para bajar los peldaños del vagón tuvieron que ayudarle. Cojo! Mateo apenas si podía valerse por sí mismo. Por fin consiguió apearse y los abrazos se fundieron alrededor de su cuello. Sin embargo, flotaba en la mente de todos el enigma. Qué clase de cojera? Y por qué estaba tan demacrado? En el uniforme, la Cruz de Hierro, que le impuso el mismísimo general Muñoz Grandes. De qué le iba a servir esa cruz, si acababan de recibir a un mutilado?

– Calma, calma -decía Mateo-. Ya os explicaré. Todo se arreglará…

Pilar, al igual que el resto de la familia, tuvo una corazonada. Pilar, que se había pasado noches enteras preguntándose cuál podía ser la herida de Mateo, estaba a punto de desvelar el misterio.

– La pierna? La cadera…? Qué te ha pasado?

– La cadera… Una bala. Pero ya me la extrajeron y ahora falta la recuperación.

Nadie le creyó. Se movía con dificultad y, pese a las promesas que se había hecho a sí mismo, habló sin convicción. Por si fuera poco, no conocía al nuevo gobernador. El camarada Montaraz le abrazó también. ' La Voz de Alerta' se había preparado para pronunciar unas palabras, pero el desconcierto reinante se lo impidió. Don Emilio Santos se abalanzó a su cuello. "Hijo! Qué te ha ocurrido?". Ignacio tenía un nudo en la garganta, mezcla de dolor y de irritación. No sabía qué hacer con la mochila, que pesaba lo suyo. Mateo se había ido "en busca de los luceros" y llegaba con la cadera rota. Por fin, Ignacio se decidió a darle un abrazo, pero sólo para balbucear: "Qué tristeza!". Carmen Elgazu le besó en ambas mejillas y Matías, que desde lejos ya se había quitado el sombrero, le atrajo también hacia sí.

Pilar y Mateo tenían el piso en la misma plaza de la Estación. Eran unos doscientos pasos. Demasiados pasos para el héroe. Subieron a un taxi, en medio de un gran silencio. E Ignacio y Pilar, con gran esfuerzo, tuvieron que ayudarle a subir, peldaño a peldaño, la escalera. La puerta del piso se abrió… Mateo vio el retrato de José Antonio, el pájaro disecado, unos libros y una sirvienta, llamada Teresa, que tenía un crío en los brazos. "Dejad que me siente! Y traedme a mi hijo…" Mateo se sentó en el comedor, se hizo cargo del pequeño y lo inundó de besos. "César… César Santos Alvear! Qué hermoso está!". Quería levantarlo en brazos, pero no pudo. Formuló frases inconexas. "Se parece a mí. Verdad que se parece a mí?". Por lo menos se parecía al Mateo anterior a la cruzada contra Rusia.

Sólo habían subido los familiares. Al cabo de un rato de tensión, Ignacio no pudo más y rompió el silencio.

– Ese gobernador que te ha abrazado, es al mismo tiempo el jefe provincial del Movimiento. Adiós, Mateo… Pronto nos veremos.

* * *

Esta noticia le sentó a Mateo como un rayo. En realidad, cruzaban por el piso rayos de todas partes. Poco a poco todo el mundo se fue, para dejar solos a Mateo y a Pilar. Mateo, haciendo un esfuerzo, sólo tuvo tiempo para decirles a todos que "era de esperar que aquello se curaría" -habría que avisar al doctor Chaos-, y que, fuere lo que fuere, no sería nada comparado con lo que habían sufrido otros camaradas de la División. "Cumplí con mi deber y volvería a hacerlo una y cien veces".

Pilar no hacía más que llorar. Mateo, cabizbajo, no se atrevía siquiera a acercársele. César dormía en la cuna, muy cerca de la mochila con el icono dentro, y Teresa había salido a comprar "lo que al señorito le podría apetecer". Mateo tenía al alcance de la mano un tazón de café, que sabía a malta, y que no podía compararse al que le preparaba Solita en el hospital de Riga.

– No tenías por qué alistarte, comprendes? -dijo Pilar-. Nunca! Nunca! Yo te había dado mi vida y la rechazaste…

– Pero, qué estás diciendo? He de repetirlo? Los yugos y las flechas que yo llevaba en la camisa, que llevo todavía!, te gustaban igual que a mí…

– Pero aquello fue nuestra guerra… En ésta de ahora, llena de nombres raros, no se te había perdido nada…

– La División está llena de hombres casados. Algunos, con tres hijos y más… Fui consecuente con mis ideas y no me arrepiento de nada -hubo una pausa-. Si supieras cuánto he aprendido! Ya te irás dando cuenta…

– Estoy enterada. Perfectamente… Sabes lo que es una bala y cómo huelen los muertos y un hospital. Y también sabes mandar telegramas ocultando la verdad…

Mateo miró a Pilar con inmensa ternura.

– Pilar… Procura comprenderme…

– No comprenderé nunca. Nunca…! Y tampoco lo comprenderá César cuando sea mayor -Pilar se había levantado-. A nuestro hijo tuve que parirlo sin tenerte al lado… Y horas enteras pegada a la radio. Mientras tanto, tú y tus camaradas con la nieve hasta el cuello y cantando Cara al sol…

Mateo se había guardado la bala y la llevaba en el bolsillo de la camisa. Por todos los santos, que Pilar no la viera! La rebotaría contra la pared, o iría a tirarla al río o al cementerio. Qué ocurría? El mundo estaba loco, desquiciado, partido en pedazos, por culpa de las ideas. Lo que para él era un deber, para otros era un pecado mortal. Da, da…, decían los rusos en sus isbas. Los divisionarios llamaban "mama" a todas las viejas. A Cacerola las viejas le querían porque era cariñoso y les daba un buen potaje. Qué ocurría? Él amaba a Pilar con todas sus fuerzas! Al fin y al cabo, había regresado y dentro de poco, aunque cojo, podría hacer vida normal. Él había visto muñones coagulados por el frío. Brazos y piernas amputados. Y hombres muertos porque se les había helado el ano…

– Lo que me ha ocurrido no es irreparable, comprendes, Pilar? -Sí, ya lo sé! Me fui, al puesto que tengo allí…

Y cómo era posible que, en su ausencia, hubieran ocupado el cargo de jefe provincial? Ah, claro, la unificación! Desde el punto de vista operacional, era lógico y posiblemente eficaz. Las leyes no las dictaban los sentimientos. Él mismo, detrás de una mesa, posiblemente había causado daño a mucha gente. Hubiérase dicho que nadie se acordaba del comunismo! Había que oír, en el lago limen, a los españoles "del otro lado", de "las trincheras de enfrente", con sus altavoces. No hacían más que cantar las glorias de Stalin, invitarles a que se pasaran y amenazándoles con llegar a España. "Curioso… Ya no soy el jefe provincial… Hubieran podido esperar mi regreso". Cómo sería el camarada Montaraz? Sólo le vio un instante: gafas negras y algunos dientes de oro. Y le oyó unas palabras: voz rotunda, acostumbrada a mandar. En Rusia había vejetes que buscaban dientes de oro entre los muertos. Por más que esto también había ocurrido en la guerra de España…

Pilar se tumbó en la cama. Por lo visto, no tenía nada que añadir. A lo mejor le dejaría cenar solo, con la sirvienta sin saber qué hacer. Estuvo a punto de irritarse a su vez. Pero la respiración pausada de César le apaciguó. Acercó su silla a la cuna.

"César, pequeño… Tampoco tú me comprenderás?". No se atrevió a tocarle, por miedo a que despertase. "Mejor que duermas. El mundo está loco". Se calló y sintió ganas de sollozar… Se lo impidió el pitido de un tren que pasaba veloz provinente de quién sabe dónde. Entonces tuvo ganas de orinar. Arrastrando el pie se fue al lavabo. Y al salir, oyó que se movía la cerradura. Era su padre, don Emilio Santos. Cuánto había envejecido! Debía estar enfermo de verdad. "Por culpa mía? Quizá…"

– Padre, no sé qué hacer -hubo un silencio-. Pilar ni siquiera quiere hablarme. Se ha tumbado en la cama. Menos mal que César duerme…

Don Emilio Santos se secó la frente con el pañuelo. Se había encorvado.

– Mateo, te costará mucho rehacer tu vida. Eso no se cura con medallas de hierro ni con los titulares que en honor tuyo saldrán mañana en Amanecer…

En efecto, al día siguiente Amanecer dedicaba la portada a Mateo Santos. Una fotografía de su llegada a la estación abrazando a Pilar ocupaba media página, y en la otra media un texto de bienvenida redactado por el camarada Montaraz -BIEN VENIDO EL HÉROE FALANGISTA-, a la par que una sintética semblanza, redactada por la Voz de Alerta, desde la llegada de Mateo a Gerona, el año 1933, hasta su regreso, herido, mutilado, de la División Azul.

* * *

En esta semblanza se recordaba a la población que Mateo llegó para fundar la célula falangista en la ciudad, coronando su labor con éxito y ofreciendo a la patria la vida de varios de sus afiliados al inicio de la guerra civil. Junto con él sólo sobrevivían Miguel Rosselló, secretario del gobernador, Jorge de Batlle, propietario y presidente de Acción Católica y los hermanos José Luis y Marta Martínez de Soria. José Luis, teniente jurídico militar, Marta, jefe provincial de la Sección Femenina. Los demás habían muerto en manos de las "hordas rojas" o en el frente. Mateo Santos era el resumen y el símbolo de la vocación de Imperio.

En las páginas centrales una entrevista realizada al caer la noche por Miguel Rosselló, en la que Mateo Santos daba cuenta de su aventura en el Este y procuraba quitarle importancia a su peripecia personal. La División Azul era un todo, cuya actuación había merecido los máximos elogios del mando alemán, de los propios rusos y, por descontado, del Caudillo. Según el último número de El Alcázar, la hoja que se publicaba a diario en el frente, en aquellos meses transcurridos la División había perdido mil cuatrocientos hombres, entre muertos y prisioneros. "Borbotones de sangre española han teñido las estepas y los lagos de Rusia, y muchas cruces de palo se han quedado allí para siempre. Tal vez algún día, cuando se produzca la victoria, los muertos puedan ser trasladados al Valle de los Caídos actualmente en construcción". Félix, el hijo de Alfonso Reyes, al leer esto último trazó en el papel, sin saber por qué, un gran interrogante, dedicado quizá a su padre, del que había recibido una carta comunicándole que acababa de decidir fumar en pipa.

Todo el mundo se enteró de la llegada de Mateo. Al día siguiente, por la mañana, el teléfono no dejaba de sonar. Pilar no tenía más remedio que hacer la criba, con voz dolorida. Pasó la llamada del general Sánchez Bravo, del notario Noguer, del profesor Civil, y algunas más. Mateo contestaba escuetamente. Tenía un objetivo prioritario: ser visitado aquella misma tarde por el doctor Chaos. Éste accedió. En la clínica del doctor se sacaron radiografías y se examinó la herida. El doctor Chaos le dijo: "Quiero tenerte aquí varios días. Creo que esto se puede mejorar. Andarás menos cojo de lo que te dejaron en Riga".

Albricias! Mateo Santos respiró hondo. Aquello era una gran noticia. Pero Pilar y el resto de la familia no se contentaron con eso. Andaría "cojo" y eso era todo. Al dar el paso la pierna derecha se doblaría con dificultad provocando un balanceo. Con el tiempo, cuando la herida estuviera cicatrizada, Mateo se acostumbraría al hecho y los demás también. En el fondo, había tenido suerte. Si la bala hubiera penetrado un centímetro más, la cojera hubiera sido mucho mayor.

Mientras Mateo permaneció en la clínica un par de semanas, la reacción de la familia apenas si se alteró. Pilar iba a verle dos veces al día, mañana y tarde, pero al quedarse solos apenas si le dirigía la palabra. Don Emilio Santos fue más sensible y de vez en cuando se incorporaba hacia Mateo y le apretaba la mano. Mateo tenía la cabeza prodigiosamente clara y hablaba con todo el mundo con enorme precisión. Matías sacó la impresión, o bien de que la familia le importaba un bledo -excepto el pequeño César-, o bien que estaba seguro de que el rencor desaparecería un día u otro. Era tan difícil no perdonar! El rencor era una carga insoportable. Él empezaba a notarlo. Y asimismo Carmen Elgazu. Por lo demás, todo el mundo les felicitaba: "Mateo había salvado la vida!". Las noticias que llegaban del frente de Rusia eran escalofriantes. Luchas cuerpo a cuerpo. Y Radio España Independiente, desde Ufa -la gente se creía que desde Moscú-, daba cuenta del desgaste de las tropas de Hitler, especialmente en el sector de Stalingrado.

– Pilar…, un día u otro eso tiene que acabar -le decía Matías a su hija-. Es tu marido! Y Mateo tiene razón; cuando te casaste con él ya lo conocías. De hecho, le conocíamos todos. Debemos reconocer que no hubo trampa ni engaño. Fue fiel a esa Falange que ha emborrachado a la mitad de la juventud…

– Pilar -le decía Carmen Elgazu-. Esto no puede continuar así, hija. Corres el peligro de romper el matrimonio. Ya ves que Mateo no piensa ceder. Cree que fue su obligación y es sincero al afirmar que volvería a alistarse una y cien veces. Procura dominarte… y ten con él algún detalle. Los días pasan, y César no tiene que quedarse huérfano de padre.

Nada que hacer. Pilar, la dulce Pilar, la hermosa criatura de que el camarada Montaraz había hablado, tenía ante los ojos una pared negra y no podía ver nada que no estuviera cubierto de luto.

Lo impresionante de Mateo era que no suplicaba nada a nadie y que parecía totalmente seguro de sí. "Podré andar, doctor Chaos? Sí? Pues se acabaron la lágrimas! No faltaría más!". Núñez Maza le había escrito que, por su parte, tenía los pulmones muy mal y que tardaría mucho tiempo en reponerse, si es que no la palmaba de sopetón. También recibió carta de sus amigos divisionarios. Todos volverían antes de finalizar el mes de junio: Cacerola, Alfonso Estrada, Rogelio, mosén Falcó y Solita.

Se acordaba de Solita de un modo especial. Era una mujer muy valerosa, que contra su tragedia personal había reaccionado dedicándose a los demás. Mateo le dijo a Üscar Pinel, fiscal de tasas: "Tiene usted una hija que es un tesoro… Nunca podré agradecerle lo que hizo por mí". También llegarían con Solita tres falangistas adictos "al alférez Santos", que habían congeniado con él en el lago limen. Estuvieron restableciéndose de heridas leves en el hospital de Riga y pasarían por Gerona. Uno de ellos, León Izquierdo, estuvo diciendo todo el tiempo que él no se alistó por un ideal, "sino porque le había abollado el auto a papá y tenía miedo de que lo regañase". El otro, Eugenio Rojas, sevillano, motorista en servicios de enlace, en cierta ocasión se despistó y fue a parar cerca de Grecia.

Entretanto, el camarada Montaraz había fijado con estilo falangista la posición de Mateo: sería nombrado jefe local del Movimiento y delegado provincial del Frente de Juventudes. Cobraría además pensión de mutilado y con todo ello podría vivir.

Ésta fue la pildora que con mayor dificultad se tragó Mateo: después de los servicios prestados, renunciar a la Jefatura Provincial, cuyo despacho amaba apasionadamente. Pero estaba siendo así en toda España y no había nada que objetar. Reemprendería el estudio de la carrera de abogado y el tiempo se encargaría del resto.

Ignacio fue a verle una vez y le dijo, en tono tajante:

– Termina la carrera, y defiende con tesón tu pleito con Pilar… Yo ya he defendido el mío ante Marta y dentro de un año me caso con Ana María.

CAPÍTULO IX

CARLOTA, CONDESA DE RUBÍ, esposa de la Voz de Alerta, trajo al mundo el hijo que estaban esperando. Fue un parto difícil. El doctor Morell tuvo que practicarle una cesárea. Menos mal que Carlota colaboró de forma eficaz. Y menos mal también que la comadrona, que se llamaba Sara y era hermana de mosén Falcó, tenía mucha experiencia. Finalmente apareció un varón que pesaba tres kilos y medio, con bastante pelo y que se llamaría Augusto. El acuerdo había sido tomado con anterioridad. Si era hembra, se llamaría Victoria; si era varón, se llamaría Augusto, nombre de emperador.

' La Voz de Alerta', que de un tiempo a esta parte padecía de urticaria, no cabía en sí de gozo. Amanecer lo publicó así. En vez de hablar de Mateo, que provenía de Rusia, habló de Augusto, que provenía del misterio. El alma se llenó de gozo, la casa se llenó de flores. Dolores, la sirvienta, afirmó que nunca había visto tan feliz al "señor". Se alegró doblemente porque en épocas de soledad y tristeza ella le había dicho siempre al alcalde: "Lo que a usted le conviene es casarse y tener un hijo". Ahí estaba, para siempre. A gusto la Voz de Alerta le hubiera traspasado al crío la vara de mando.

Se celebró, por todo lo alto, el bautizo, en la catedral. El oficiante fue el propio señor obispo, doctor Gregorio Lascasas. Padrinos, el general Sánchez Bravo y la esposa del gobernador, María Fernanda. El general le dijo a la Voz de Alerta: "Ya tiene usted adláteres y tutti contenti". Doña Cecilia le regaló a Carlota un precioso muñeco de trapo.

De Barcelona llegaron para la ceremonia los padres de Carlota, condes de Rubí. En el guateque que se celebró luego en el hotel Peninsular, donde se hospedaba John Stern, cónsul de los Estados Unidos en España, se reunieron unas cuarenta personas que hubieran hecho las delicias de José Alvear, si hubiera estado allí y hubiera dispuesto de una metralleta. Destacaban por su estatura el camarada Montaraz y el capitán Sánchez Bravo. Se habló de todo, empezando por lo que suponía la llegada al mundo de un nuevo ser, mientras el neófito Augusto dormía tranquilamente en la cuna. ' La Voz de Alerta' había rogado a los condes, monárquicos recalcitrantes, que en presencia del general y del gobernador se abstuvieran de censurar al Régimen y al Caudillo.

– Va a costamos mucho trabajo -había dicho el conde, con marcado acento catalán- porque la cosa está que arde. Pero procuraremos no aguar la fiesta.

El obispo tomó la palabra.

– Se dice que cuando nace un nuevo ser, en el cielo repican las campanas… Tal vez sea exagerado, porque las campanas estarían tocando constantemente y lo más probable es que en el cielo no las haya. Pero sí que los padres contraen una grave responsabilidad.

' La Voz de Alerta' miró al prelado.

– Tenemos conciencia de ello, monseñor. De momento, con el bautizo hemos puesto la primera piedra…

– Cierto… -admitió el obispo, que, como siempre, estaba resfriado-. Mucha gente no concede importancia a este sacramento. Y es que no han leído el pasaje de Juan el Bautista en el Jordán… Ser cristiano es un tesoro que cada cual puede ir acrecentando o lo contrario, convertirlo, por soberbia, en un trasto inútil…

Carlota intervino.

– Esperemos que, en nuestro caso, y en el caso de nuestro Augusto, no sea así…

Hubo un intermedio en el coloquio, durante el cual todos hablaban a la vez, al tiempo que comían vorazmente. El señor obispo se mostraba muy locuaz, e igualmente el general. Éste recordó el bautizo de su hijo, el capitán Sánchez Bravo, allí presente. "Se hartó de llorar… En cambio, yo lloré el día que juré bandera".

Estas palabras fueron la piedra de toque. El general – la Voz de Alerta lo sabía de antiguo- apenas sabía hablar de otra cosa que de su profesión y de lo que girara en torno a ella. Con la impunidad que le otorgaba el uniforme, después de un breve rodeo se lanzó pronto a elogiar a Franco y a su labor como Jefe de Estado. Se hizo un silencio, hasta que el gobernador asintió. El general dio una importancia extrema a que el Caudillo hasta el momento hubiera conseguido salvar al país del conflicto bélico. El conde sólo sugirió que, tal vez, debido a la posición geográfica, privilegiada, de España, podría irse un poco más lejos y sacar una buena tajada de esa neutralidad. "Esperemos que Franco se dé cuenta de esto y saque a la nación del marasmo en que ha vivido durante tanto tiempo".

El general no entendió muy bien lo del marasmo pero no sospechó en absoluto que aquello fuera una alusión. Su hijo, el capitán, se lo había advertido muchas veces. "Es curioso. Habláis de España como si fuera vuestro feudo particular y como si todo el mundo estuviera de acuerdo con la manera que tenéis de plantar los tomates…"

El camarada Montaraz, que había aguzado el oído, ante tan ilustre concurrencia se creyó en la obligación de defender su camisa azul, que de hecho nadie había cuestionado. El camarada Montaraz acababa de regresar de Madrid, a donde se había desplazado para tener un cambio de impresiones con su amigo el ministro Girón, y llegaba eufórico. Al parecer, España tenía yacimientos de oro en cantidades enormes, muy superiores a aquellas que los "rojos" se habían llevado al extranjero, sobre todo, a Rusia y a Méjico. Tales yacimientos se encontraban en las cercanías del río Darro. La cosa tenía su aquél y posiblemente los aliados se quedarían estupefactos. Al mismo tiempo, minas de antracita en León, yacimientos de estroncio en Granada, riquísimas vetas en Puertollano con filones de pizarras bituminosas que proporcionarían a España unos ciento setenta mil litros diarios de gasolina. El gobernador repitió algo que ya se había dicho hacía tiempo y que Franco, en su última cacería, había recordado a sus amigos: "El subsuelo español está preñado de riquezas innumerables, que sólo la apatía y el poco cariño de los gobernantes predecesores habían dejado en el olvido".

Por la mente de los contraopinantes desfiló aquella tomadura de pelo de la gasolina sintética, pero nadie la mencionó, tínicamente el profesor Civil, cogiendo el toro por los cuernos, manifestó que su alegría era infinita, puesto que veía la posibilidad de acabar con el macabro espectáculo del que él era el responsable en Auxilio Social. "Rostros demacrados, hambrientos, en los que está marcado el surco de la tragedia". La última nota lagrimeante al respecto eran los niños huérfanos que llegaban de los escenarios de la guerra, muchos de los cuales no sabían siquiera su nombre. El nuevo delegado de Fronteras, el coronel Evaristo Bermúdez, se los enviaba en caravana.

– Ayer por la mañana me trajeron a una niña de unos doce años, que sólo sabía alemán y que se llamaba Elvira. Ni idea de su procedencia ni de quiénes eran sus padres. Estoy buscando quien se haga cargo de ella, pero de momento no he encontrado a nadie. Es una niña preciosa, que después de pasar por la bañera daba gloria verla… La pobre intentó decir gracias en español, pero le salió una palabra incomprensible.

No le gustó al general el giro que había dado al coloquio el profesor Civil, y dirigiéndose al camarada Montaraz le preguntó qué se decía en las altas instancias de Madrid con respecto a la guerra.

– Digo esto porque aquí hay quien hace correr el rumor de que los japoneses la hacen por su cuenta…

El camarada Montaraz, a falta de un cacahuete para romper por la mitad, como si quisiera tomarse un tiempo mojó un bizcocho en la taza de chocolate y se lo comió. Luego contestó:

– Cierto, ya he oído esta versión… Proviene, como siempre, de la BBC. Dicen que los japoneses no consultaron con Hitler lo de Pearl Harbour, porque son muy suyos. Lo cierto es que hubo largas conversaciones antes de lanzarse a la acción, pues Hitler hubiera preferido que el Japón atacara a Rusia por Siberia… Pero los japoneses tenían derecho a pensar en la defensa de su zona y eligieron el Pacífico. Por lo demás, se parecen a los alemanes: samurai, kamikaze y demás. Están asestando golpes muy fuertes a los Estados Unidos y éstos no saben cómo reaccionar -el camarada Montaraz se acarició la cicatriz de la mejilla derecha-. En cuanto a la guerra en general, en Madrid nadie duda de que al final el Pacto Tripartito se llevará el gato al agua. Existen, al parecer, ciertas discrepancias entre Hitler y algunos de sus generales; pero el Führer acabará imponiendo su genialidad y antes de medio año los niños rusos tendrán que estudiar alemán para poder conversar con esa niña solitaria, Elvira, de que nos ha hablado el profesor Civil…

Intervino el conde de Rubí, apasionado por la política.

– Me pregunto -dijo, plegando la servilleta- por qué en el guateque de un bautizo tenemos que hablar de los japoneses, de los alemanes y de Norteamérica. Brindo por nuestro nieto Augusto, por el hijo de Carlota! Ha nacido en un hogar honorable y esperamos que nos dé muchas alegrías…

El trueque fue bien acogido, porque el conde de Rubí, que era un caballero, acertó con el tono exacto al pronunciar aquellas palabras. La más entusiasta a su favor fue doña Cecilia, la esposa del general.

– Bravo, bravo! -repitió, aplaudiendo con fervor-. Ya estaba yo pensando: esto es un bautizo o un funeral? Y vuelvo a repetir que no me creeré nada de los japoneses mientras no vea a uno paseándose por Gerona con la espada desenvainada…

Doña Cecilia, como siempre, consiguió distender la situación. Se habló de las películas españolas que estaban en aquellos momentos en las carteleras: Morena Clara, Suspiros de España, Nobleza baturra, A mí la Legión, Sin novedad en el Alcázar, Raza…

El camarada Montaraz dijo haber asistido en Madrid, en compañía de Girón, al estreno de Sin novedad en el Alcázar -Rafael Calvo interpretó al general Moscardó-, y que se impresionó mucho al ver que había sido construido en la acera contigua a la sala, en la Gran Vía, un auténtico Alcázar de cartón-piedra. "La gente se queda boquiabierta y el éxito es apoteósico". En cuanto a Raza, mayor éxito aún, pues en seguida se supo que el guión de la película lo había escrito Franco en persona, bajo el seudónimo de Jaime de Andrade…

– Franco está muy aficionado al cine, especialmente a las películas americanas y a las comedias musicales…

– Y por qué no a las películas alemanas? -preguntó doña Cecilia.

– Ah, esto no lo sé! -contestó el camarada Montaraz-. Tal vez le baste con los documentales…

La condesa de Rubí, que hablaba con voz dulce, mate, como si estuviera pidiendo perdón, preguntó al gobernador:

– Y cómo encaja Franco los chistes referentes a su persona?

– Se ríe, se ríe mucho… Generalmente se los cuenta su hermana Pilar. Pero él está por encima de esas cosas.

El capitán Sánchez Bravo, presidente del Gerona Club de Fútbol, le preguntó a su vez:

– Y puede ser cierto que el Caudillo sea hincha del Real Madrid?

El camarada Montaraz soltó una carcajada.

– Personalmente yo creo que, si es hincha de algún club, lo será de un club gallego…

Ahí la conversación se disparó. Se formaron varios grupos. Se habló del aumento de la prostitución, que en Madrid y Barcelona alcanzaba cotas alarmantes, lo que obligó al señor obispo a santiguarse. El doctor Andújar habló del piojo verde -tifus- y de la cirrosis, debido a que mucha gente, por su estado anímico y por costumbre adquirida durante la guerra, se atiborraba de alcohol, sobre todo vino y aguardiente. ' La Voz de Alerta' afirmó que, andando el tiempo, con la preciosa ayuda del doctor Morell, él y Carlota pensaban ganar el premio provincial de natalidad… El profesor Civil hizo referencia a dos niños que habían muerto al estallarles en la mano, en la Dehesa, cerca del río Ter, una granada de la guerra civil. Finalmente el camarada Montaraz volvió a tomar las riendas y habló con toda franqueza del fiasco que estaba siendo la emigración de "productores" a Alemania. Dichos productores se habían dado cuenta muy pronto de que "aquello" no era el paraíso. Contratos leoninos. Muchos pidieron la repatriación, pero habían firmado dichos contratos de trabajo y los alemanes exigían su cumplimiento. Todos se quejaban de lo mismo: mala comida, dormitorios inadecuados, disciplina brutal. Sopa de patatas con coles para el almuerzo o la cena y dormir en barracas de madera. Finalmente, los guardianes de fábrica estaban acostumbrados a tratar brutalmente a los obreros extranjeros, por no hablar el idioma alemán. En total, se habían ido unos quince mil, entre los cuales, naturalmente, se contaban algunos pillastres, como un "productor" de los hermanos Costa, Pedro Salles, que había estado cinco veces en la cárcel por robo. "Al parecer, en Alemania se anda con las mismas".

El general Sánchez Bravo amplió esos datos. Dijo que, juntamente con los trabajadores procedentes de España, habían ido a Alemania exiliados de la guerra civil, por orden de Pétain. Y que éstos, debido tal vez a su carga de sufrimiento, una vez en Alemania rendían más y mejor que los procedentes de España. "Sería curioso verlos allí a unos y otros trabajando al alimón en la misma máquina. Al parecer, congenian mejor de lo que pudo suponerse y se ayudan entre sí".

– Naturalmente! -admitió el capitán Sánchez Bravo-. Cuando el español sale fuera da lecciones de camaradería al más pintado…

– Lo malo -dijo la Voz de Alerta, que apostaba por la alegría en la reunión-, es que al parecer unos y otros empiezan a tener hijos con mujeres alemanas… Y nadie sabe lo que Hitler hará con los frutos de ese cruce inesperado.

Nadie había pensado en esta cuestión. Carlota le hizo a su marido un gesto de aprobación.

– Y quién cuida de la salud espiritual de esos hombres? -preguntó inesperadamente el monseñor, sonándose con cierto estrépito.

– Hay algunos consiliarios… -apuntó su eterno familiar, mosén Iguacen-. Pero, claro, no pueden dar abasto. Dios sabe con qué ideas volverán…

Lástima que Carmen Elgazu no estuviera allí! Hubiera resuelto con una palabra la incógnita. "Protestantes! -hubiera dicho-. Regresarán siendo protestantes!".

* * *

Terminado el diálogo, la reunión se dispersó. Y pronto los condes de Rubí se encontraron en el piso de la Voz de Alerta y de Carlota -y ahora, de Augusto-, donde podrían, si les apeteciera, despotricar a sus anchas.

Carlota, sentándose confortablemente en su diván preferido, les dijo a sus padres:

– Ahora, si queremos, podemos despacharnos a gusto. Hasta podemos brindar por don Juan, si os parece oportuno.

El conde de Rubí, lo mismo que su esposa, se refocilaron ante tal perspectiva. Pero no hablaron de la monarquía porque, a su entender, la cosa estaba verde aún. Prefirieron hablar del nacional-catolicismo, dado que les había impresionado mucho la impermeabilidad del doctor Gregorio Lascasas. "Los dogmas en sus labios lo son por partida doble, porque los proclama con acento aragonés".

La madre de Carlota, que llevaba un par de joyas de su bisabuela, habló del Opus Dei.

– Qué pasa, en Gerona, con el Opus Dei?

– Que yo sepa -contestó la Voz de Alerta-, está constituido por una sola persona: Agustín Lago, inspector provincial de Primera Enseñanza.

– Por ahí van los tiros -señaló el conde-. El ministro de Educación, José Ibáñez Martín, les apoya cuanto puede, a través del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cuyo secretario general, José María de Albareda, pertenece a la Obra virtualmente desde su fundación, es también aragonés, como el padre Escrivá y como vuestro obispo… Van al copo de las cátedras, que es lo que, de momento, les interesa. Y por supuesto a la búsqueda de ficha jes entre la buena sociedad.

Carlota se rió, porque sabía que su padre había resistido el asedio de dos familias barcelonesas de alcurnia, sobre todo en el campo económico: los Millet y los Valls Taberner.

– Por qué no te dejaste querer? -le preguntó, sonriendo, a su padre-. Podríamos encomendar al hijo de nuestro gobernador, que es arquitecto, que nos hiciera los planos de una casita en la Costa Brava, que sería nuestra ilusión. Sobre todo ahora que tenemos a Augusto, al que pienso vestir de marinero cuando haga la primera comunión…

– El precio sería demasiado elevado -respondió el conde-. No conocéis al padre Escrivá. Es más tozudo que Stalin. Al entrar en la Obra hay que renunciar a uno mismo y actuar como un autómata.

– No será tanto… -sugirió la Voz de Alerta.

– Esto y más. Los miembros de la Obra tienen hipotecado todo el día, desde que se levantan, besando el suelo y ofreciendo al Señor todas las acciones de la jornada, hasta que se acuestan, no sin antes rezar, de rodillas, las tres avemarias de la pureza, y de rociar la cama con agua bendita…

– Cómo? -preguntaron al alimón la Voz de Alerta y Carlota-. Rociar la cama con agua bendita?

– Eso es lo que hacen. Para que huya Satanás y los sueños estén presididos por monseñor Escrivá de Balaguer, quien, dicho sea de paso, nadie sabe de dónde se sacó el de Balaguer, puesto que la primera edición de Camino aparece firmada, simplemente, por José María Escrivá y no hay noticia de nobleza en su árbol genealógico…

' La Voz de Alerta' se había quedado pensativo.

– Pero creéis que hay posibilidad de que la Obra siga adelante y se consolide?

– Eso no lo sabe nadie. Si consiguen comprar bancos, seguro que sí, por lo menos en España. En España el dinero es poder más que en ninguna otra parte del mundo. Además, los jesuítas están de capa caída y la Obra puede llenar el vacío. Y eso de la santificación por el trabajo, sinónimo, a primera vista, de libertad individual, puede ser eficaz siempre y cuando haya un líder; y creo que el padre Escrivá es un líder indiscutible porque tiene eso que nadie sabe lo que es y que se llama carisma…

Carlota preguntó:

– Papá, ya sé que no conoces personalmente al padre Escriva… Pero, te atreverías a afirmar que es hombre de gran talento?

– Por supuesto… Quien ha escrito ese librito que se llama Camino tiene talento de todas todas. Lo conocéis? Lo habéis leído?

– Pues no… -dijo la Voz de Alerta-. No ha habido ocasión.

El conde jugueteaba con el anillo de oro que llevaba en el anular, acariciándolo.

– Conforme. Pues bien… El día que tengáis un ejemplar a mano, estoy seguro de que opinaréis como yo. Novecientos noventa y nueve pensamientos, entre los que hay desde chascarrillos baturros hasta anatemas y procacidades… Por ejemplo, los casados somos clase de tropa y el alto mando son los célibes… Todos nosotros somos depósitos de basura, despreciables, gusaneantes, a menos que Jesucristo tenga piedad… Etcétera. Todo esto, para los timoratos que tienen vocación de masoquismo, es correcto. Aunque parezca lo contrario, a muchos españoles les gusta que les insulten, si quien los insulta invoca una verdad superior…

Carlota tuvo un gesto de decepción.

– Me había propuesto leer Camino -dijo-. Pero, después de oírte, y recordando que casi todos los apóstoles eran clase de tropa, creo que preferiré seguir leyendo el Sermón de la Montaña…

– Absurdo! -remachó el conde-. Hay que leerlo. Si yo fuera don Juan March imprimiría veintiséis millones de ejemplares para que lo leyeran todos los españoles y sacaran sus propias conclusiones… -Dirigiéndose a Carlota añadió-: El libro es machista; así que, a lo mejor te interesa.

– Seguro que sí! Doblaré la última página y me apresuraré a fichar por monseñor Escrivá de Halaguen -No se dice fichar, sino pitar… Cuando alguien entra en la Obra, no se ha dicho que ha fichado, sino que fulanito de tal ha pitado… Captas el matiz?

– Supongo que sí. Pero, de momento, os aseguro que el tema me aburre…

' La Voz de Alerta' abrió una ventana porque hacía mucho calor. Augusto dormía plácidamente, de modo que prosiguieron la charla. Hablaron del nacional-catolicismo, que fue la primera palabra que saltó sobre la mesa y que, en opinión de todos los reunidos, estaba haciendo un grave daño al país, fanatizándolo en una sola dirección.

– Por ejemplo -dijo la Voz de Alerta-, yo soy partidario de la libertad religiosa. Pues bien, ya lo sabéis. El Vaticano y se acabó. Los protestantes son perseguidos e incluso algunos de ellos han ido a parar a la cárcel… Precisamente el mes pasado ocurrió en nuestra provincia un caso que parece sacado de ' La Codorniz'. Fue en La Bisbal. Murió un protestante -tengo entendido que hay unos treinta mil en toda España-, y el párroco, por las buenas, se largó. Al llegar el cortejo fúnebre con el muerto ante la verja del cementerio, el alcalde no se atrevió a enterrarlo. El cortejo recorrió varios pueblos con el muerto a cuestas, hasta encontrar un párroco comprensivo, concretamente en La Escala, que se avino a darle sepultura… – la Voz de Alerta se rascó disimuladamente, ya que sufría un ataque de urticaria en los brazos-. Eh, qué decís a esto?

A los condes les dio por reír. Imaginaron la escena.

– Franco tiene razón… Como España, ni hablar…

Brotó en la reunión el nombre del cardenal Segura, enemigo del rumbo totalitario que seguía el país y partidario de la restauración monárquica. Junto con el arzobispo Vidal y Barraquer, eran, en efecto, las dos únicas jerarquías que se negaban a adular a Franco. El cardenal Segura no aceptaba el nombre de Cruzada aplicado a la guerra civil. Se negó a que se inscribieran en la fachada de la catedral los nombres de los caídos. Anunció que si contra su voluntad se efectuaba la inscripción, "serían excomulgados todos cuantos interviniesen en la operación". No le hizo gracia la elección de Pío XII como papa. Temió que su sentido diplomático diera alguna sorpresa, como así ocurrió. La actitud de Segura significaba que en todo el país solamente quedaran los muros de la catedral sevillana limpios de toda inscripción. Ante el Vaticano definía al régimen español con estas palabras: "Falange es el gran enemigo de la Iglesia española, donde se han guarnecido todos los enemigos antiguos de la Iglesia; los cuales disparan a mansalva bala rasa contra nuestra sacrosanta religión". En su opinión, el propio José Antonio, en ese aspecto, era poco de fiar. Todos los pasos del cardenal eran espiados y los agentes civiles que prestaban servicio en el palacio arzobispal anotaban los nombres de las personas que entraban y salían. El Caudillo dio la orden terminante de que el arzobispo fuera conducido a la frontera y expulsado del país. Serrano Súñer consiguió que Franco se retractara. Además, el nuncio de la Santa Sede, Cicognani, manifestó: "El mismo día que el cardenal salga por Gibraltar, el nuncio apostólico lo hará por Irún". Pero, por otro lado, era un fanático, obsesionado también por el sexto mandamiento. Había que ir a tomar baños fuera de la provincia. Represión inquisitorial, incompatible con el carácter alegre y bullicioso de los andaluces. Cuando predicaba, en el momento más impensado interrumpía para decir: "Cierren los abanicos, porque aquí no estamos en un balneario ni venimos a tomar el fresco, sino a rendir homenaje a Nuestra Señora de los Reyes". "No hagan ruido con las sillas, porque no estáis en un corral sino ante la presencia de Jesús Sacramentado". El baile era su obsesión. "Los que quieran divertirse con el diablo, no podrán gozar con Cristo". "El baile es un círculo en cuyo centro está Satanás".

' La Voz de Alerta' sacudió repetidas veces la cabeza.

– Pobre Niño de Jaénl -exclamó, de pronto-. Lo veo de patitas en el infierno.

– Quién es el Niño de Jaén? -preguntó la madre de Carlota.

– Nada. Un chiquillo andaluz, que hace de limpiabotas. Baila como nadie, cimbreando la cintura y taconeando que es un primor. Le dejas elegir entre el cielo y el baile y elige el baile.

La conversación terminó ahí, porque Augusto se despertó. Dolores, la sirvienta, se disponía a llevárselo.

– No, no, déjalo! Vamos a preguntarle qué opina él de todo esto…

Todos se acercaron a la cuna y quedaron embobados. Un nuevo cristiano!

– Con quién estás de acuerdo, monín? Con monseñor Escrivá o con el cardenal Segura?

Carlota lo tomó en brazos y le acarició los finísimos cabellos negros con los que Augusto había venido al mundo.

– Él no ficha, o no pita, por nadie, de momento… Y hasta que le nazcan los dientes no sabré si mi marido, que es un criticón, es o no es un buen dentista…

* * *

Washington, 18 de julio de 1942.

Querida familia Alvear:

Desearíamos que vosotros, en Gerona, disfrutarais de la paz que nos rodea en esta maravillosa ciudad, repleta de jardines y arbolado, y que sólo los diplomáticos, que ya nacieron hipócritas, pueden encontrar aburrida. Amparo se pasa el día huyendo de los negros, que aquí se acercan al cincuenta por ciento de la población, y que según ella huelen que apestan; por el contrario, yo he conectado con algunos de ellos, vecinos nuestros y me doy cuenta de que es la raza del porvenir. Naturalmente que los Estados Unidos tienen ahora otro problema que resolver, que es la guerra; pero incluso en ese terreno los negros, que se aprestan al combate como cualquier otro ciudadano, más tarde pasarán factura. Los niños negros son maravillosos y si no fuera porque se mueren pronto, nos ahijaríamos uno que nos hace tilín y que se llama Arthur. Tiene unos ojos preciosos y a mí me llama mister García, convencido de que este apellido en España es aristócrata.

Sólo de tarde en tarde recibimos noticias vuestras. Con más frecuencia recibimos Amanecer y otros recortes que nos manda Matías. Ello nos permite deducir la trayectoria que sigue el país, muy apegado, por lo visto, a los tres defectos atávicos, que son el fútbol, los toros y la España y ole. Diríase que este trío nos persigue a lo largo de la historia, como en Inglaterra el triunvirato que todo el mundo allí adora: la Corona, la Biblia y la Marina. Por cierto, que he empezado a leer la Biblia y me arrepiento de no haberlo hecho antes. En la Biblia hay cosas impresionantes, como lo de Abraham e Isaac y la huida de Egipto. Personalmente, me encantan los Proverbios, con consejos que a veces me tocan de cerca y que parecen escritos para mí. Amparo también la hojea de vez en cuando, pero sólo el Cantar de los Cantares.

Por aquí hay mucho masón. Pero esta palabra no tiene en América el mismo significado que en la calle del Pavo. Aclaro esto para que Carmen no crea que vuelvo a las andadas. Soy libre como un pájaro libre. Interesante país! Sabíais que la mano de obra preferida para construir los rascacielos son los indios? Resulta que los indios no tienen vértigo. Les envidio, porque a mí a veces me da vueltas la cabeza y no sé exactamente dónde estoy.

Felicidades a Pilar por el matrimonio. Felicidades a Ignacio por ser ya el pasante de un abogado, al que me gustaría conocer. Matías, cuidado con el colesterol! Aquí los médicos, que son muy buenos aunque muy caros, le dan mucha importancia.

Sabéis el chiste que corre por aquí? "Bien venida la guerra, que permitirá a nuestros jóvenes aprender un poco de geografía y conocer otros países que no sean los Estados Unidos. A lo mejor llegan incluso a conocer el Japón!".

Abrazos, Julio. Señas: Imperial Hotel, Washington, D.C.

* * *

Méjico, 20 de julio de 1942.

Querido Ignacio:

Felicidades por estar practicando ya la carrera que en buena hora escogiste. Estamos seguros de que triunfarás, porque de ti no se puede esperar otra cosa. Por fin hemos sabido el nombre de tu novia: Ana María. Un nombre que, según Olga, que ha empezado a escribir versos, huele a rosas. Para cuándo la boda? Avísanos con tiempo, que hemos pensado ya el regalo que te queremos enviar, gracias al cual podrás presumir de conocer a fondo la ruta de los conquistadores.

Nosotros estamos muy bien, dándole a la editorial. No te olvides de ir mandándonos algún número de ' La Codorniz', que es absolutamente lo contrario de Amanecer. Ese don Venerando que se han inventado los humoristas españoles es de aupa. Los colaboradores de ' La Codorniz' pueden perfectamente parangonarse con Mark Twain, en cuyo último libro que acabo de leer dice que ha visto todos los países que ha querido ver excepto el cielo y el infierno, y que de momento sólo siente una muy vaga curiosidad para conocer uno de éstos.

En estos días no sabría decir si el curso de la guerra nos une o nos separa. Todo está en el aire (y también en el mar). En Méjico hay una guerra cotidiana, por la facilidad con que la gente saca la pistola; pero al margen de esto, ya lo sabéis. Es un país para vivir, que acoge a todo el mundo con los brazos abiertos.

Nos gustaría recibir fotografías recientes de vosotros. Pensar, Ignacio, que tus padres ya son abuelos! Sobre todo, una fotografía del bebé, que ya sabemos que también se llama César.

Nos enteramos de que murió el poeta Miguel Hernández. Es una lástima. Treinta y un años! Todavía recordamos aquellos versos suyos: "Me llamo barro, aunque Miguel me llame. Barro es mi profesión y mi destino".

Anda, Ignacio. Entre pleito y pleito, una carlita para esta pareja de maestros, convertidos ahora en editores de pedagogía. Por cierto, qué ha sido de aquel primo tuyo anarquista, José Alvear? Salvó el pellejo?

Un abrazo para todos, David y Olga. Señas: Avenida de las Américas, 1174, Méjico, D.F.

París, 22 de julio de 1942.

Queridos tíos y primos:

Aquí sigo, en París, con la Nati de mis entrañas, que sigue tocándome las castañuelas. Ese Pétain de los diablos quería enviarme a trabajar a Alemania pero le dije que nones. Estaríamos buenos! En Alemania no hay Moulin Rouge ni camembert. Los que se fueron están que trinan. Qué esperaban? Que les dieran vodka y caviar de Leningrado?

Ese babieca de Antonio Casal, con sus quejíos socialistas y su sordera, me tiene frito. Y para colmo, ha preñado otra vez a su mujer! Para que veáis que en todas partes cuecen lo que yo me sé. Y Gorki, no digamos. Se pasa el día acariciando su úlcera de estómago y a su pastelera, Mady. De vez en cuando oye a Cosme Vila que habla por Radio Moscú. El muy tunante! Pico de oro, como la Pasionaria, pero dejando a todo quisquí tirado en mitad de la calle.

Prefiero no hablaros de las francesitas, que se acuestan con los alemanes dos veces cada noche. Aquí todo el mundo es colaboracionista, empezando por De Gaulle y terminando por la madre que los parió. Me di un garbeo por la Línea Maginot. A menda, que no soy general, me dan aquello y no entra ni Dios.

Sé que Pilar se ha casado con un fascista. Bien! El fascismo está de moda y a lo mejor hace saltar la Banca. Yo he llegado a una conclusión, y se lo digo a Canela siempre que la encuentro en los desfiles de modelos, y que Ignacio debería conocer: ducharse todos los días y afeitarse con champán. Y luchar contra el estreñimiento, que según me contáis le está haciendo la santísima a tío Matías! Por qué se llamará santísima? Con santa va que chuta no creéis? Por cierto, que aquí hay urinarios públicos en todas partes, redondos, y que son el lugar donde se citan los maricones.

Bien, vale por hoy. Continúo en las mismas señas: 74 Avenue de Villiers, París, XVII. Me preguntáis si he aprendido francés. Aquí, si sabes decir pardon y rouge, puedes ir por todas partes. En todo lo demás me entiendo a base de cortes de manga.

Vuestro siempre, José.

CAPÍTULO X

EL DOCTOR CHAOS obró con Mateo una especie de milagro. Solita tuvo razón: "Si no te cura el doctor Chaos no te curará nadie". El muchacho ya podía andar sin ayuda de ningún aparato ortopédico, aunque, debido a la cadera rígida, balanceaba un poco la pierna izquierda. Total, una cojera perfectamente soportable, a la que ciertamente todo el mundo se acostumbraría, excepto, quizá, Pilar. Mateo ya en el piso, primero salió a dar unas vueltas por la plaza de la Estación y un buen día de agosto -habían pasado tres meses desde que la bala le perforó la carne- se fue a la Rambla, acompañado por Miguel Rosselló, y tomó posesión, en un vetusto caserón de la calle Ciudadanos, de la Jefatura Local de Falange y de la Delegación Provincial del Frente de Juventudes. En el local montaban la guardia dos cadetes, que al verle levantaron el brazo con perfecta precisión. Él los saludó cariñosamente. En el despacho, un retrato de Franco, otro de José Antonio, otro de Hitler y otro de Mussolini. Dos teléfonos. Un ramo de flores. Y el camarada Montaraz esperándole para darle posesión del mando.

Poco a poco llegó el resto de las jerarquías locales, desde el delegado de Sindicatos, Jesús Revilla, hasta el comisario de policía, don Eusebio Ferrándiz. También estaban Marta, Chelo Rosselló y Gracia Andújar, ésta eufórica porque el grupo de Coros y Danzas que ella capitaneaba acababa de regresar de Madrid nada menos que con el primer premio, al que optaron todas las demás provincias españolas. Marta se había alegrado indeciblemente y el propio Arrese le había felicitado, diciéndole: "Verdaderamente, tal vez la Sección Femenina sea la institución que con más méritos puede hablar de la patria, el pan y la justicia".

Mateo, mientras duró el discurso, breve, del camarada Montaraz, hizo de tripas corazón. Le dolía la Jefatura Provincial de Falange que había dejado, por orden superior, pero la tarea que había realizado con el Frente de Juventudes no se la quitaba nadie, y a buen seguro que en esa dirección podría ocupar gran parte de sus energías. Por otro lado, el general Muñoz Grandes había dado en el clavo al decir que "había que repartir la gloria y el riesgo". Tal vez en el próximo reparto le tocara un cargo en consonancia con su fidelidad y su capacidad organizativa.

No tuvo necesidad Mateo de soltar una gran parrafada. Su sola presencia, con la Cruz de Hierro y la Y de plata, inspiraba respeto. Al verle a él, los demás pensaban en la inmensidad de Rusia y en los campos de nieve salpicados de cadáveres. Fue la suya una intervención muy escueta, en la que juró estar al servicio de Franco y de la Falange dondequiera que le mandasen. Su padre, don Emilio Santos, cada vez que fue a la clínica a verle intentó explicarle que las cosas no andaban bien, que España se estaba convirtiendo en un país oligárquico montado sobre una masa que se las veía y deseaba para sobrevivir. Mateo no quería escuchar quejas de ninguna clase. Sabía muy poco de Arrese y muy poco de Serrano Súñer, a quien los aliados llamaban el "ministro del Eje" y Hitler "el cura del Régimen, al servicio de la Iglesia ". Sólo confiaba en Núñez Maza, que le había prometido tenerle al corriente de la verdad de la situación.

Antes de terminar el acto el camarada Montaraz, con la sonrisa en los labios, lo nombró también jefe de la Delegación de Ex Combatientes, en sustitución de Jorge de Batlle, quien se interesaba mayormente por la presidencia de Acción Católica. Se cantó Cara al sol y se dieron los gritos de rigor. Luego todo el mundo se fue, excepto el propio Mateo, varios cadetes y un par de mecanógrafas. Una de ellas se llamaba Loli y la otra, Alejandra. Loli sufría de urticaria, como la Voz de Alerta, lo que la traía a mal traer y la acomplejaba; la otra, en cambio, Alejandra, era una belleza, acaso un tanto procaz, que despedía femineidad por todos los poros al tiempo que era una eficiente taquígrafa, que al tomar notas juntaba las piernas como Silvia, la manicura, y cuyo padre viajaba por la provincia cosméticos y productos de perfumería. Mateo, al cabo de un rato les dijo a las dos: "Ya podéis iros. Hasta mañana… Desearía estar solo". A Loli y Alejandra casi les dolió, pero se fueron. Entonces Mateo les dijo a los cadetes: "Un par de vosotros que se quede ahí fuera y que no entre nadie". Y al propio tiempo desconectó el teléfono.

Y efectivamente, se quedó solo. Y después de dar, renqueante, un par de vueltas por el despacho y mirar los retratos de Hitler y de Mussolini se sentó y encendió un pitillo con un mechero de yesca que le había robado a un soldado alemán.

Por su mente desfilaron multitud de imágenes, desde aquel día de 1933 en que llegó a Gerona y que la Voz de Alerta había evocado en la nota biográfica que publicó Amanecer. Cuánta lucha, cuánta camisa azul, cuántas batallas dialécticas, cuántos recuerdos empezaba a acumular! En el centro de ellos se encontraban varios camaradas -sobre todo, los que habían muerto-, e Ignacio. Sentía unas ganas enormes de abrazar a Ignacio y de que éste le mirara sin encono en el fondo de los ojos. Ignacio había ido a la clínica tres o cuatro veces y en una de ellas le presentó a Moncho y a Eva -una pareja impresionante-, pero se le veía reservado y con poca voluntad para quemar las etapas. En resumen, soledad, a no ser su padre, don Emilio Santos, que se había jubilado y que con toda evidencia "le había perdonado ya", acaso falto de fuerzas para andar rumiando rencores.

Por cierto, que el sustituto de su padre como director de la Tabacalera era un tal Hipólito Sáenz, hermano de un coronel de Caballería que estaba en Madrid y cuyo nepotismo se demostró de buenas a primeras: concedió un estanco a su hija, Araceli, en la misma Rambla y en competencia con un caballero mutilado.

Él era también un caballero mutilado. Y se enorgullecía de ello. Había dado tantas cosas -pedazos de vida- a la Falange, que ahora no iba a hacer marcha atrás. Confiaba en el camarada Montaraz, bien que por la costumbre de las gafas negras no había podido verle los ojos. Se había portado muy bien con él y daba la impresión de ser una mezcla de Salazar y Núñez Maza, es decir, de fuerza intelectual -Núñez Maza- y de fuerza física -Salazar-. Había apretado filas en Albacete, en Burgos, en Madrid, en Gerona. Marta le habló a Mateo de la labor que el camarada Montaraz estaba desarrollando en la provincia, especialmente -era obvio- en los campos de la higiene y de las enfermedades venéreas, así como en el de las viviendas protegidas para los "productores". Ni una palabra que pudiera herir su sensibilidad. "Si quieres encargarte tú de la censura del periódico y de la emisora de radio, te la cedo gustosamente". Mateo aceptó. No le gustaba que las sabandijas de siempre anduvieran merodeando por las cercanías. Así que trabajo no le iba a faltar. Y cuando regresaran -faltaban dos semanas- sus amigos de la División Azul se sentiría mucho más acompañado. Tenía un proyecto: convencerles a todos para que se quedaran en Gerona. Cacerola, Alfonso Estrada, Rogelio, Solita y mosén Falcó, por supuesto; pero también los "tres moqueteros, como les llamaban en la División, León Izquierdo, logrones, el que se fue "porque le había abollado el auto a papá", Eugenio Rojas, "el motorista que se despistó y se encontró en Grecia" y, sobre todo, Pedro Ibáñez, madrileño, que se alistó por "orfandad" y que era capaz de reproducir con palillos cualquier monumento en miniatura.

Miró el retrato de José Antonio y murmuró: "Cuando todos estén aquí y Pilar haya comprendido que sin mi amor no puede vivir, organizaremos todo esto como Dios manda".

Se levantó del sillón. Todavía a veces la herida le dolía. Anduvo unos pasos. Franqueó la puerta. Varios cadetes le saludaron brazo en alto. "Arriba España!". "Arriba!". Bajó con cuidado la escalera; y al encontrarse en la calle Ciudadanos se cruzó con dos caballeros que charlaban animadamente. Mateo no les conocía. Ignoraba que el más alto era mister John Stern, cónsul de los Estados Unidos y el otro mister Collins, cónsul de la Gran Bretaña.

* * *

En efecto, a mediados de agosto se produjo el esperado regreso de los divisionarios de la primera hora -excepto los que voluntariamente quisieron quedarse para adiestrar a los neófitos-, y en consecuencia, después de trasbordar en Madrid llegaron a Gerona, en tren, todos aquellos que Mateo estaba esperando. Esta vez el recibimiento fue multitudinario, porque se aupó el suceso. "A recibir a los héroes! Gerundenses, a cumplir con vuestro deber patriótico!". Los andenes de la estación se encontraban llenos a rebosar, y hubo incluso niños -entre ellos, el Niño de Jaén y Eloy- que agitaban banderitas de papel.

Los actos protocolarios se celebraron en la propia estación, y naturalmente los presidieron el camarada Montaraz y Mateo. María Fernanda llevaba un ramo de flores para Solita, quien se abalanzó llorando al cuello de su padre, Óscar Pinel. Luego, Alfonso Estrada. A éste le entregó un ramo de flores la maestra Asunción, a quien Marta continuaba diciendo: no te lo dejes escapar. Mosén Alberto, en representación del señor obispo, recibió a mosén Falcó. Cacerola despertó vítores entusiastas y anónimos. Era muy popular, al igual que el camarero Rogelio. Un tanto marginados, excepto por parte de Mateo, los camaradas León Izquierdo, Pedro Ibáñez y Eugenio Rojas.

Amanecer preparó material gráfico para el día siguiente y la Voz de Alerta, asesorado por Mateo, trazó las semblanzas de cada cual. Solita ocupó el lugar de honor. También Alfonso Estrada, el de los cuentos tremebundos y el cocinero Cacerola, que cedió una fotografía en la que se le veía tocado con un gorrito de astrakán, ante un enorme perol, con la silueta de una iglesia ortodoxa al fondo. Mosén Falcó cedió a su vez otra fotografía en la que se le veía en aquella fiesta del Corpus durante la cual escupió a un ruso que se mostraba irreverente.

Otro discurso del camarada Montaraz, quien ridiculizó a "papaíto" Stalin, no atreviéndose a hacer lo propio con Churchill y con Roosevelt. Dio la bienvenida a los divisionarios. Se acordó que los que tuvieran domicilio propio se fueran a sus casas; los que no, a la fonda Imperio, en la plaza de San Agustín, ert la que estuvo Cacerola y en la que estaba también Agustín Lago.

La multitud se puso en marcha alegremente, ignorando que, además de Mateo, había otros dos mutilados: Pedro Ibáñez, a quien, cerca de Gregorok, se le había congelado el pulgar del pie derecho y Evaristo Rojas, a quien una bala le había cortado una oreja.

Mosén Falcó, con su característico talante, propuso celebrar un Te Deum en la catedral; mosén Alberto le calmó. "Hablaremos con el señor obispo". Mosén Alberto sabía que el doctor Gregorio Lascasas se negaría a ello, debido a aquella pastoral que había hecho pública el nuncio de la Santa Sede, monseñor Cicognani. Todo fueron plácemes y cantos -el coro de la Sección Femenina-, mientras Pilar, detrás de los visillos del balcón de su casa, contemplaba el desfile de la muchedumbre, encabezada por el camarada Montaraz, Mateo y mosén Falcó. Se dirigieron a la iglesia de San Félix, cuyo campanario pareció erguirse un poco más que de costumbre. El párroco rezó un responso por los muertos y leyó unos salmos para los vivos:

"Cuando los malignos me asaltan

para devorar mis carnes

son ellos, mis adversarios y enemigos,

los que vacilan y caen.

Aunque acampe contra mí un ejército

no temerá mi corazón.

Aunque se alzare en guerra contra mí,

aun entonces estaré tranquilo".

Dichos salmos impresionaron mucho a los fieles que llenaban el templo a rebosar. Después de aquello, no cabía nada más. La salida y la dispersión.

* * *

En cuestión de un mes cada pieza ocupó su lugar. Mateo estaba contento, porque al parecer Pilar iba cediendo en su postura. Presintió que todo acabaría arreglándose, gracias, en buena parte, a César, que crecía, que crecía cada día un poco más. Ante sus sonrisas parecían diluirse de pronto todos los equívocos. Lástima que don Emilio Santos tosía mucho, tosía también cada día más, y apenas si salía del piso, recibiendo con alegría las visitas periódicas del notario Noguer y del profesor Civil, cada cual hablando de sus achaques.

Solita en Rusia había vivido lo suyo y no se arrepentía de su experiencia, que en cualquier caso la había ayudado a superar por completo el drama que la alejó del doctor Chaos. Pensaba en él a menudo, pero como excelente médico y excelente cirujano, nada más. La heroicidad de los hombres que trató en Rusia y las grandes tragedias que presenció la enseñaron a no exagerar con su anécdota personal. También la influyó el estoicismo de los soldados rusos siberianos.

Los regalos que se trajo fueron un gorro de astrakán mejor que el que lucía Cacerola, Adornó con él la cabeza de su padre, Óscar Pinel, fiscal de tasas, quien ante el espejo se rió estruendosamente, después de casi un año de no poder apenas sonreír. Se trajo también un par de iconos, uno para su hogar y otro para su hermana Remedios, monja teresiana en Ávila. Y también un termo de color azul, porque sabía que su padre en la oficina necesitaba al cabo del día muchas tazas de café. "Cada vez que uses el termo, piensa en mi bata blanca de enfermera en el hospital de Riga". Su padre se lo agradeció porque, en efecto, el café le resultaba indispensable. Sus "inspectores vascos" de la Fiscalía andaban exagerando, de acuerdo con las instrucciones dadas por el gobernador contra los estraperlistas. Dos condenados a muerte! Óscar Pinel no podía con su alma. Solita intentó consolarle, y también medicarle. Se puso en contra de los inspectores, tres de ellos "maestros depurados", que exageraban como si quisieran vengar a costa de los demás el daño de que habían sido objeto. Solita, en cuyos brazos habían muerto muchos divisionarios y algunos soldados soviéticos, trataba con dureza a esos indomables advenedizos.

Solita no tuvo problema ninguno para encontrar trabajo. Enfermera del doctor Andújar, de su consulta particular! De hecho, el doctor estaba esperando el regreso de la muchacha, sobre cuya competencia el doctor Chaos le dio los mejores informes. El doctor aplicaba ahora electrochoques y recetaba medicamentos fuertes, empujado por el sufrimiento de los pacientes. Solita le cayó como llovida del cielo. Le organizaría el fichero, se pondría al corriente de la especialidad. "Doctor, tenga un poco de paciencia comigo". En la División, los depresivos se morían de consunción en sus camastros o sus oficiales les pegaban un tiro por inhibición en el combate. Inhibición! Solita la conocía. También su padre, que fue a visitar al doctor Andújar para darle las gracias. A don óscal Pinel le temblaban un poco las manos, y el doctor y Solita temieron que fuera Parkinson.

Padre e hija, para huir del fantasma de la soledad, tomaron bajo su protección a Elvira, la muchacha que sólo hablaba alemán y que estaba al cuidado del profesor Civil. Elvira tuvo un hogar… La barrera del idioma, en un principio, fue fatal, pero pronto la chica empezó a espabilarse. Además, encontraron un profesor ideal: el padre Forteza, quien, como era sabido, hablaba alemán. El jesuita se lo tomó tan a pecho que juró por los doce apóstoles que antes de seis meses la muchacha sabría resolver las palabras cruzadas que "creaba" Solita. En efecto, Solita era una entusiasta de los crucigramas, hasta el punto de que se comprometió a entregar dos semanales para Amanecer.

Todo listo, pues. Solita no era germanófila -los nazis no le gustaron ni pizca-, pero menos aún le gustaban los soviéticos. De modo que, en el fondo, deseaba el triunfo de Hitler, como mal menor! Su padre miraba el icono colgado en la pared y decía: "Mira que yo deseando el triunfo del Führer…" Solita y su padre se dieron cuenta de que cuando Elvira oía el nombre de Hitler palidecía como si su memoria evocara algún drama ilocalizable.

– Doctor Andújar, a sus órdenes!

– Solita, no me trates así, por favor. Resérvalo para tu padre, que fue comandante de Intendencia…

– Mi padre no es mi padre, es mi hermano mayor…

Mateo, de acuerdo con el camarada Revilla, colocó a Cacerola de conserje en Sindicatos. El muchacho quería casarse, pero siempre visó demasiado alto. Gracia Andújar voló. Silvia voló, en pos de Padrosa, el muchacho vanidosillo que gracias a la Agencia Gerunda se vestía con el mejor sastre de la ciudad, llevaba siempre corbata roja y se había ahijado a Félix Reyes, el artista en ciernes. La Andaluza le dijo a Cacerola: "A ti te corresponde alguna sirvienta de buen ver". Al pronto, se enamoró de Teresa, la chica a las órdenes de Mateo y Pilar; pero Teresa le dijo nones, "porque le daban miedo los hombres que habían hecho la guerra". Cacerola era germanófilo hasta la médula y disfrutaba haciendo correr bulos contra los aliados. Estaba enamorado de Rommel, por sus hazañas en el desierto. El zorro del desierto. Estaba seguro de que ocuparía Egipto y Suez. "Pero, tú sabes dónde están Egipto y el canal de Suez?", le preguntaba Mateo. "Más o menos -rezongaba Cacerola-. En algún sitio de África donde hace menos frío que en el lago limen". Además, creía que los Estados Unidos podrían hacer poca cosa, dado que Roosevelt era paralítico. "Cuándo se ha visto que un paralítico gane una guerra?". Cacerola vestía siempre camisa azul, con el emblema del ejército alemán en la bocamanga.

Alfonso Estrada regresó sospechando que los nazis eran unos brutos. Había visto alguna escena repugnante. Eran anticatólicos, dijeran lo que dijeran algunas jerarquías españolas. Insistía en que lo malo de Rusia eran los dirigentes y que el pueblo sólo obedeció cuando Stalin le pidió luchar por patriotismo, por la Rusia eterna. Presidente de las Congregaciones Marianas -padre Forteza-, conversador nato, creía en fantasmas y tocaba el piano, ahora música rusa, y también de Sibelius, ya que vivió cerca de Finlandia. Reemprendería sus estudios de Filosofía y Letras, y Asunción, la maestra, estaba dispuesta a seguir los consejos de Marta y "no dejarlo escapar". Alfonso encontró en ella apoyo y estímulo, aunque la religión, de por sí, casi le bastaba. Se había alistado "por la Virgen ", convencido de que no le ocurriría nada malo, como así fue.

En el buzón de su casa, de la calle de la Forsa, encontró varias cartas de su hermano, Sebastián, que andaba por el Caribe en el buque Montserrat, de la Compañía Trasatlántica. Su hermano le decía que estaba a punto de tomar una decisión: quedarse en tierra. "Cuando hayas regresado a Gerona, mándame un telegrama". Alfonso así lo hizo, acuciándole para que no se volviera atrás. Y es que, aparte del deseo de abrazar a Sebastián -apenas si se habían visto desde la terminación de la guerra civil-, Manolo le había llamado y le había hablado de la importante herencia que su padre les legó, sobre todo en terrenos de la Costa Brava, en la zona de Cadaqués.

– Que venga tu hermano, ponemos los papeles sobre la mesa y vosotros decidís lo que se debe hacer…

Alfonso Estrada tenía un defecto: le gustaba el dinero. Lo contrario de Sebastián, al que siempre le importó un comino. Naturalmente, Alfonso ignoraba la trayectoria que su hermano habría seguido en contacto con el mar y con los buques mercantes y de pasaje, pero podía asegurar que antes era un asceta que lo único que llevaba en los bolsillos era un espantaviejas. Y cuidado que muchos marinos habían amasado pequeñas y grandes fortunas a costas de la guerra mundial, con el contrabando, la consecución de navycerts y las joyas de los emigrantes!

– De acuerdo, Manolo… Confío en que mi hermano se quedará, y que estará conforme en partir la herencia en dos mitades iguales.

Esther comentó:

– Ese chico es un primor. Llega de Rusia como si llegara de Jerez de la Frontera… Será germanófilo?

– No lo creo. Lo sería si lo fuera la Virgen; pero tengo mis dudas de que la Virgen compagine con el mariscal Goering…

* * *

Mosén Falcó regresó más fanatizado que nunca y convencido de que Hitler estaba protagonizando la mayor gesta de la historia, al vencer a la gran Rusia. El obispo le encargó que se ocupara de los condenados a muerte, en vez del padre Forteza. Mosén Falcó era implacable. Sentía un odio visceral por los "rojos". Llegó a decir, en un sermón, que los condenados a muerte eran unos privilegiados, pues sabían a qué hora podrían presentarse ante el tribunal de Dios, en tanto que los demás mortales lo ignoraban.

Mosén Falcó era de Gerona. Sus padres tenían una tienda de ropas de caballero: sombreros, gorras, camisas, corbatas, mantas, sábanas, etc. En la Rambla. Su hermana Sara, comadrona que trabajaba con el doctor Morell, no estaba en absoluto de acuerdo con las ideas de su hermano, quien aseguraba que los pueblos eran un rebaño y que necesitaban de un pastor. "Pues yo he asistido a muchos partos. En un principio, muchos bebés parecen iguales; pero andando el tiempo se marcan las diferencias". A Sara le había impresionado mucho que en la pared del cementerio alguien hubiera hecho una pintada que decía:

Si no eres estraperlista,

del clero o falangista,

este invierno aquí te espero.

Mosén Falcó le decía a Sara que el prestigio de Franco había sido ganado a pulso, que era espontáneo, que la inmensa mayoría del pueblo español estaba a su lado y que andando el tiempo se hablaría de él como de un profeta. El sacerdote tenía una frente despejada pero una boca pequeña, que abría poco al hablar, de modo que las palabras que le salían parecían silbidos y soltaba un poco de saliva. Estaba muy en contra de María Fernanda, la esposa del gobernador, porque la sabía monárquica. Según él, eran pro británicos los generales Kindelán, Várela, Aranda, Moscardó y Solchaga.

Falangista hasta la médula, la frase que más solía repetir era "Dios de los Ejércitos", frase que precisamente el padre Forteza no empleaba jamás y que sumía en perplejidad al obispo Lascasas. Admiraba enormemente a Mateo, que había sacrificado su vida por la Falange. Cuando el obispo se enteró de lo que mosén Falcó había dicho en la cárcel sobre los condenados a muerte lo llamó a palacio y discutió con él muy fuertemente. Hubiera querido relevarlo del cargo, pero el camarada Montaraz se opuso y consiguió que continuase en él. El obispo se quedó chasqueado y formulándose mil preguntas sobre la Falange. "Quién manda a quién?". Por si fuera poco, mosén Falcó relevó a mosén Alberto en la censura de películas. También se mostró implacable, en nombre de la castidad. Al poco tiempo Matías, en el café Nacional, dijo saber de buena tinta que mosén Falcó, al que a gusto hubiera traspasado el reuma, con los trozos de celuloide que iba recortando se organizaba para sí un montaje erótico de primer orden.

* * *

El camarero Rogelio se lanzó a un proyecto de envergadura. Desde siempre se había jurado a sí mismo que, si regresaba a Gerona, abriría una cafetería moderna. Encontró el capitalista ideal: Miguel Rosselló. La cafetería se llamaría España y estaría ubicada en la Rambla. Una barra bien surtida, larga y pocas mesas para perder el tiempo jugando al dominó. Los contertulios del café Nacional se rascaron el cogote. "Esto es americano, esto no va a cuajar aquí". Rogelio, cuyo capitán, Arias, había muerto en Rusia, se carcajeaba. "No daremos abasto. Dentro de poco tendremos que comprar la mercería de al lado que no se come una rosca excepto los días de mercado".

* * *

Los tres divisionarios marginados en la estación, por ser desconocidos en Gerona, siguiendo los consejos de Mateo, a cuyas órdenes habían servido, decidieron tentar la suerte y, en principio, afincarse en la ciudad.

– No tendréis problema ninguno para encontrar trabajo. Yo me ocuparé de ello, según vuestras aptitudes. Y si dentro de tres meses decidís que el agua del Oñar huele mal, si te he visto no me acuerdo.

León Izquierdo, el más culto de los tres, fue nombrado ayudante de Ricardo Montero en la Biblioteca Municipal. Le gustaban mucho los libros por lo que, de entrada, hizo buenas migas con el librero Jaime, a quien rechazó las novelas de aventuras afirmando que comparadas con lo que él vivió en Rusia le parecerían una nimiedad. Dicharachero, le gustaba la gaita, que a Montero, ex depresivo, le sonaba a diablos. Pronto se supo que León Izquierdo estaba casado, que tenía un hijo en Pontevedra y que se alistó en la División Azul para huir de la familia. En el bar Montaña, el de los futbolistas, el del Niño de Jaén, hizo una entrada triunfal jugando al billar. 'El Niño de Jaén' afirmó que no tendría rival en Gerona, por lo que estaba dispuesto a abrillantarle gratis los zapatos. Mal hablado, León Izquierdo soltaba tacos constantemente.

Pedro Ibáñez, madrileño. Toda su familia, anarquista, se exilió a América, a través de Francia. Se alistó por "orfandad". Al enterarse de que el Responsable, jefe de los anarquistas gerundenses, estaba en Venezuela, hizo gestiones, se le dirigió por medio de la embajada. No recibió contestación. Alto y delgado como un alfil. Labio superior como lo tienen las liebres: leporino. Capaz de reproducir con palillos cualquier monumento en miniatura. En Rusia reprodujo una iglesia de Novgorod, que fue la admiración de todos y le valió un permiso de ocho días a Riga. Mateo lo colocó en Abastos, ocupando el puesto que un día dejó libre Pilar.

Evaristo Rojas, sevillano. Cabellera rubia, siempre decía que era descendiente de los ingleses, posiblemente a través de los Domecq. Cantaba saetas. "Es una lástima que la Semana Santa esté lejos porque os haría una demostración". Mateo consiguió colocarle en la Delegación de Obras Públicas, donde fue testigo de excepción de las importantes y meritorias obras que se estaban realizando en la provincia, especialmente puentes, carreteras y vías de ferrocarril. Conoció uno por uno a todos los encargados de los faros de la costa. En momentos de crisis los envidiaba, tentándole la plaza de torrero. Pasada la crisis, aborrecía la soledad y gustaba del bullicio y de las fiestas. Herido de guerra. Una oreja cortada, que intentaba disimular con el pelo, aunque Raimundo le dijo que le faltaba cabello, que debería tener una cabellera como Sansón, o como Mateo, para poderla ocultar. Toda su familia emigró a América.

Los tres se unieron a Cacerola en la fonda Imperio, donde les daban "gato por liebre", hasta que Pedro Ibáñez, que trabajaba en Abastos, empezó a suministrarle materia prima a la patrona, doña Rogelia.

Mateo, que en Rusia siempre había guardado para con ellos la distancia jerárquica, en Gerona les abrió las puertas de par en par -pudieron incluso saludar a César-, puesto que cumplían la misión de reforzarle la Falange, puesto que no se quitaban nunca la camisa azul. El propio camarada Montaraz se puso a su disposición. A los tres les rodeaba la aureola de haber estado en Rusia. Todo el mundo, empezando por su patrona, doña Rogelia, creía que tenían misterios que contar. De buenas a primeras Miguel Rosselló, falangista de la primera hora, entabló amistad con ellos. Quiso deslumbrarles lanzándose con el coche oficial a velocidades vertiginosas; ellos se rieron. Le dijeron que los trineos le dejarían siempre atrás y que más le valdría no jugarse el pellejo por "niñerías o puntillos de retaguardia".

Cacerola conectó, desde luego!, con los tres. Les enseñó una fotografía de su madrina, Hilda, que en Alemania le dio esquinazo. Todos sintieron un gran aprecio por el muchacho por su ingenuidad, porque era de lo más servicial. Cacerola se había traído de la guerra un casco alemán, y a veces, a la hora de cenar, se lo colocaba en la cabeza en la fonda Imperio ante el asombro de Agustín Lago, quien no parecía interesarse demasiado por los cuatro falangistas. Evaristo Rojas, al enterarse de que a Agustín Lago le faltaba un brazo a resultas de la contienda civil le enseñó la cicatriz de su propia oreja cortada. Ambos eran caballeros mutilados, lo mismo que Mateo. Agustín Lago se limitó a comentar: "Son gangas del oficio de soldado". Y se retiró a su cuarto, donde antes de acostarse rezó de rodillas las tres Ave María de la pureza y roció la cama con agua bendita.

* * *

De pronto, a primeros de septiembre, el gobernador, camarada Montaraz, convocó a una reunión a todos los falangistas de la ciudad durante la cual se convenció de que los tres divisionarios recalados en Gerona eran de fiar. Había ocurrido algo grave y prefería comunicárselo personalmente, dado que la prensa, por orden suya, guardaba absoluto mutismo, para no alarmar a la población.

El suceso grave había ocurrido en la basílica de la Virgen de Begoña, cerca de Bilbao. Desde el final de la guerra civil se venía celebrando, en dicha basílica, una misa anual en recuerdo de los caídos en el Tercio de Requetés. Este año presidía la ceremonia el general Várela, simpatizante carlista y ministro del Ejército. Asistieron muchas personalidades. Al final de la misa, en el momento en que el general Várela salía de la iglesia, fueron lanzadas una bomba de mano y una granada. Ninguno de los proyectiles alcanzó al militar, pero el segundo explotó entre la muchedumbre que le rodeaba en el portal de la iglesia, causando setenta y dos heridos. Fueron detenidos como responsables del incidente siete falangistas que se encontraban allí. En el consejo de guerra celebrado inmediatamente contra ellos se dictó sentencia de muerte contra Juan Domínguez Muñoz y Hernando Calleja García. Los cinco restantes fueron condenados a prisión. La sentencia de Calleja fue conmutada porque éste era mutilado de guerra. Domínguez, en cambio, fue fusilado el día de 2 de septiembre.

En conversación telefónica con Franco, Várela mantuvo que se trataba de un atentado contra su persona. Posteriormente cambió de opinión, y en concurrencia con el ministro de la Gobernación, general Galarza, envió una nota a todas las Capitanías Generales en la que se alegaba que se trataba de un ataque contra el Ejército como institución. Los dos fueron sustituidos el cuatro de septiembre. Várela lo fue por el general Carlos Asensio Cabanillas, quien había combatido en la guerra civil al frente de los regulares. Gallarza fue sustituido por Blas Pérez, de cuarenta y un años de edad, canario -como Carlos Grote-, eminente jurídico, enérgico, duro, eficaz. Pero el relevo más laborioso y de mayores repercusiones para el país fue el tercero: Serrano Súñer tuvo que dejar el Ministerio de Asuntos Exteriores y la presidencia de la Junta Política de FET y de las JONS y ceder el puesto al conde de Jordana, ya anciano, con brillante historial en tiempos de la monarquía, veterano de la guerra de Cuba y considerado aliadofilo…

El camarada Montaraz, después de esta escueta exposición de los hechos, dijo a los reunidos, casi hipnotizados por lo que acababan de oír, que se trataba de la primera crisis seria que sufría el Régimen.

– Ya nada podrá ser igual -diagnosticó-. Serrano Súñer era nuestra garantía de adhesión al Eje, por convicción y por su amistad personal con el conde Ciano… Ahora, con el conde de Jordana, aliadófilo, se abre un interrogante. Lo mismo cabe decir con respecto al general Asensio Cabanillas y al jurista Blas Pérez. Todos, por supuesto, serán fieles al Caudillo, quien no ha dudado un instante en firmar estos relevos y la sentencia de muerte contra el camarada Juan Domínguez Muñoz. Parece ser, ésa es, por lo menos, la versión que me ha dado mi amigo el ministro Girón, que ha subido como la espuma la influencia de Carrero Blanco, rata de sacristía, y perdonad la expresión… También ha subido el papel del camarada Arrese, quien piensa entregar todavía más la Falange a Franco, para que éste haga con ella lo que le apetezca. Es esto bueno? Es esto malo? El tiempo dirá… Yo, por supuesto, como camisa vieja y como gobernador de esta provincia, sigo fiel a los mandatos del Caudillo. Algunos carlistas, en Begoña, gritaron "Muera Franco!". Eso no se puede consentir. También han hecho circular unas hojas tituladas "Los crímenes de la Falange en Begoña. Un régimen al descubierto", de las que pronto podré entregaros unas copias… -El camarada Montaraz, que no había cesado de partir cacahuetes, apostilló-: Nosotros continuaremos en nuestros puestos, atentos y vigilantes. Seguro que correrán rumores de todas clases y que algunos falangistas se sentirán defraudados. Que no sea éste nuestro caso. Os invito a que gritéis "Presente!" por el camarada Juan Domínguez Muñoz. Pero la Falange, a los tres años de haber terminado la guerra civil, no puede volver a lanzar bombas… Lo que el pueblo necesita es orden, paz y que mejore el racionamiento. Y ahora, cada cual a su labor cotidiana, y que extraiga de los sucesos de Begoña las conclusiones que mejor le parezca para el bien de España. Camaradas, arriba España!

– Arriba! -gritaron todos, levantándose.

Mateo, como es lógico, y debido a su cadera, se levantó con cierta dificultad.

* * *

Don Anselmo Ichaso, director del Pensamiento Navarro de Pamplona, estuvo presente en Begoña, como en los años anteriores. Telefoneó a la Voz de Alerta para que éste y su esposa fueran a verle, pues quería contarles la verdad y sacar también sus personales conclusiones.

' La Voz de Alerta', su esposa Carlota y su bebé, Augusto, salieron para la capital navarra el 12 de septiembre, cuando los periódicos hablaban de la inminente caída de Moscú. Salieron en su coche oficial, conducido por un ex taxista, llamado Neldo, que la Voz de Alerta había contratado para el Ayuntamiento. Ardía en deseos de abrazar a su amigo don Anselmo Ichaso, el de los trenes eléctricos, y a su hijo Javier, que al parecer estaba escribiendo una novela sobre las causas que habían originado la guerra civil.

Don Anselmo, en Pamplona, fue un anfitrión insuperable. Alojó en su casa a los forasteros, obviando hablarles, porque conocía sus ideas al respecto, de los encierros de San Fermín, durante los cuales, en el año de gracia, había habido un muerto y seis heridos leves.

Carlota, la condesa de Rubí, se entusiasmó con los más modernos trenes eléctricos y todos se rieron mucho puesto que el padre de Carlota coleccionaba precisamente lo contrario, miniaturas de locomotoras antiguas, empezando por la que inauguró la circulación de los ferrocarriles en España, en el trazado Barcelona-Mataró. En cuanto a Augusto, fue, en principio, el héroe de la reunión. Don Anselmo se permitió colocarle en la cabeza una pequeña boina roja y todos aplaudieron mientras Javier descorchaba unas botellas para brindar.

– Fue algo trágico, se lo aseguro -dijo don Anselmo, en cuanto inició el relato de los hechos de Begoña-. Setenta y dos heridos! Yo me salvé de milagro, y el general Várela también. Unos pasos más y la bomba del tal Domínguez nos hubiera despedazado a los dos. Ha sido, desde mil novecientos treinta y nueve, el primer síntoma de que existen fisuras en el engranaje. Franco ha castigado a unos y a otros con sus destituciones, y con ello su poder se ha afianzado. La Falange estará a su servicio y los carlistas hemos de admitir que nuestra causa no tiene ningún porvenir, como me ha comentado el propio general Várela. De ahí que, para los monárquicos, nuestra base ha de ser la que ya presentíamos: don Juan. El propio Serrano Súñer, que al parecer piensa retirarse y volver a ejercer su abogacía, busca acercarse al heredero de la corona de Alfonso XIII. Por fidelidad a Serrano Súñer una serie de falangistas de la primera hora han presentado la dimisión de sus cargos al Caudillo. Entre ellos destaca el consejero nacional Núñez Maza, que regresó de Rusia enfermo. Franco tiene la habilidad de aplastar a los mosquitos que zumban a su alrededor. Durante la guerra, naturalmente, yo le admiré; y es que jamás pude pensar que en la posguerra se empeñara en mantenerse en el podio. Ahora la cosa está clara. Nunca cederá su puesto a nadie, ni siquiera al rey. Y ello es grave. Sean quienes sean los vencedores de la guerra, la postura de España será incómoda. Puede esperarse cualquier cataclismo. Por ejemplo, que gane Hitler y le dé una patada a Franco por no haber colaborado más; o que ganen los aliados y le echen también, con mucho mayor motivo, por su concepción antidemocrática del mando.

Don Anselmo, viendo la lividez de los rostros de sus invitados de honor esbozó una sonrisa y concluyó:

– De todos modos, y sin traicionarle, porque ello sería una felonía, debemos luchar por nuestra causa. Si mis informes no mienten pronto don Juan hará oficialmente sus primeras declaraciones públicas reclamando sus derechos a la Corona…

' La Voz de Alerta' y Carlota se habían quedado sin habla. Él era el alcalde de Gerona. Qué hacer? Había jurado ante un crucifijo lealtad al Caudillo. Podría alguien, o algo, relevarle de tal juramento? Y no era peligroso segarle a Franco la hierba bajo los pies?

Carlota fue más decidida. Ella apostó siempre por la monarquía y estaba convencida de que a la postre ganarían los aliados.

– Brindo por don Juan! -exclamó, rompiendo el silencio y alzando su copa.

Todos la secundaron y en aquel momento el pequeño Augusto eructó. ' La Voz de Alerta' lo tomó en brazos y lo comió a besos. Ésta era, desde el nacimiento del bebé, su coartada. Miraba a su hijo y pensaba: "El porvenir está ahí". Javier jugueteó también con él. Javier no conocía el sentimiento de paternidad y estimaba que ello era un obstáculo para escribir una novela básica, entera, global, como él la deseaba. Que fuera un compendio de las pasiones por las que se movía el hombre. A decir verdad, a Javier los politiqueos le fatigaban y prefería abrir en canal las carnes de la vida.

' La Voz de Alerta' y Carlota decidieron reemprender al día siguiente el regreso a Gerona. De ahí que prolongaran su charla hasta bien entrada la noche. Don Anselmo Ichaso, con su barriga prepotente -mucho más que la de Gorki- había conseguido meter baza en la construcción del Valle de los Caídos, a través de su empresa constructora Duarte y Cía. Le bastaron un par de viajes a Madrid y extender algunos cheques nominales para meter la mano en aquel proyecto faraónico. "Confieso una vez más, ahora que he visto la maqueta, que se trata de una idea genial, digna de Franco, el vencedor. Y me emociona pensar que los restos de mi hijo Germán, muerto en el frente, reposarán allí. El detalle de la cruz -ciento veinte metros- es único. Ello no presupone que pueda parangonarse con El Escorial, dicho sea con perdón del arquitecto Muguruza, amigo mío de la infancia".

Hablaron de la División Azul. Se mostraron favorables a su gesta, porque "Rusia era culpable". Hablaron de las "Ventanas al mundo" que escribía la Voz de Alerta en Amanecer. La última iba precisamente en contra de los "privilegios" que se le suponían a su esposa, condesa de Rubí. Según la Voz de Alerta, el color azul de la sangre de los príncipes era una figura verbal generada por la ignorancia. En algún tiempo los nobles creían efectivamente que tenían sangre distinta y eligieron el color azul, por resonancias celestes. "Como los nobles tomaban mucha sombra, estaban generalmente pálidos; y se les transparentaban las venas a través de su piel poco curtida, lo que dio lugar al error que se ha perpetuado hasta nuestros días". Luego se mofaron de la República, que ni siquiera en el exilio lograba ponerse de acuerdo. Don Anselmo sentenció: "Lo que hizo la República fue quitar a todo el mundo el sombrero como previa formalidad para después cortarle a todo el mundo la cabeza".

Javier fue el protagonista del último tramo de la reunión. Estaba obsesionado con su novela, que a su entender sobreviviría al equívoco de la sangre azul, a los ataques al general Várela y a los dislates de la República.

– Llevo doscientos folios y estoy contento. Será una novelarío, voluminosa, como lo son Guerra y paz, La montaña mágica y, con perdón. El Quijote…

' La Voz de Alerta' arrugó el entrecejo.

– Tu ambición es mucha… Ojalá consigas el objetivo.

– Quiero viviseccionar el alma de España.

– Y dale con el sambenito! -exclamó don Anselmo-. Venga a darle vueltas a nuestra piel de toro…! Al cabo de los siglos todavía no sabemos si España es vertebrada o invertebrada…

– Por ahí van los tiros -dijo Javier-. Quiero hablar de la mezcolanza de razas que han configurado nuestra ambigua identidad. Por qué a nosotros, navarros, nos gustan los sanfermines y a nuestros amigos les parecen una salvajada? Por qué ellos lloran al oír una sardana y nosotros nos quedamos tan frescos? La mezcla de razas no ha dado, aquí, buen resultado. Iberos, romanos, visigodos, árabes, judíos, cristianos, etc. Yo creo que lo árabe nos marcó para siempre, mucho más que lo griego y lo romano. A Franco, por supuesto. No hay más que echarle un vistazo a su escolta personal, la guardia mora. Zaragüelles, fajas carmesí, ceñidores de charol y sus resá blancos, impresionantes. Su uniforme de gala es más propio de un califa almohade que de un caballero que gana los jubileos en Santiago de Compostela…

Carlota intervino:

– Y nuestra agresividad?

– Cruce de razas, ya lo dije. Incompatibilidad entre la tierra adentro y el mar.

– Y nuestro catolicismo?

– Pura superstición. Por Andalucía se dice que los claveles no agarran bien si no se siembran el día de la Ascensión, al repicar las campanas, a las diez de la mañana…

– Somos racionales o lo contrario?

– Somos irracionales. Predominio de los instintos. La famosa improvisación. Despreciamos a los ancianos, sobre cuyos rostros han pasado los ojos de los años y por cuyos oídos vibraron diferentes voces de la vida…

– Quién es tu líder preferido?

Javier se mordió el labio inferior.

– Tolstói… No sólo por su inmensa humanidad, por sus increíbles pecados, sino porque en cierta ocasión escribió: "Confiad en aquel a quien la sonrisa embellece el rostro, desconfiad de aquel a quien la sonrisa le afea el rostro…"

Carlota, sin darse cuenta, sonrió.

– Tu rostro se ha embellecido! -exclamó la Voz de Alerta-. Aprobado… O no es así, Javier?

– Más que aprobado… Sobresaliente.

Carlota hizo un mohín coqueto. Aquellas palabras sonaron bien a sus oídos. Empezó a sentir afecto por Javier, precisamente porque entrevio que el muchacho no era de una sola pieza. Seguro que sufriría mucho. Y por qué no? La vida había que apurarla gota a gota, como los enfermos el suero intravenoso.

Augusto dormía como un bendito. Era el momento de acostarse. Se saludaron una y otra vez y se retiraron a descansar. A la Voz de Alerta y a Carlota les correspondió una sola cama, siendo así que en Gerona dormían separados. Aquello terminó por excitarles. Olvidaron por completo los sucesos de Begoña y entre besos y caricias terminaron por correr el riesgo de encargar otro Augusto.

* * *

La reacción pública de don Juan, pronosticada por don Anselmo Ichaso, no se hizo esperar. Don Juan pronunció en Roma las siguientes palabras: "Hoy como antaño la Corona está por encima de los intereses de partido o de clase. Porque no debe su poder a la elección, no necesita la institución monárquica contemporizar con nadie ni halagar a ningún sector social determinado. En nuestro Movimiento Nacional puede darse la paradoja de que el impulso juvenil que quiere una España nueva y vigorosa -a cuya cabeza me sitúo lleno de entusiasmo- encuentre en gran parte su realización implantando modalidades e instituciones de nuestro pasado".

Don Anselmo se enteró también, e hizo saberlo a la Voz de Alerta, de que Serrano Súñer le había dicho poco antes a don Juan, remedando a Macbeth: "Tú serás rey". Si bien el jefe del Alto Estado Mayor, general Vigón, medianero por aquel entonces entre Franco y don Juan le había dicho a éste que no perdiese la esperanza, que confiase en Franco "como en un padre", y que entretanto pasase el tiempo en aficiones como la numismática o la filatelia, del mismo modo que el príncipe de Monaco se había dedicado a la oceanografía.

CAPÍTULO XI

LA TERTULIA DEL CAFÉ NACIONAL se enriqueció de pronto con la incorporación del librero Jaime, cuyo negocio iba viento en popa. Jaime había conseguido incluso adquirir en una masía del Alto Ampurdán un incunable impreso en Gerona -la tradición impresora de Gerona era antiquísima-, por el que mosén Alberto le pagó sus buenos dineros. El incunable fue inmediatamente expuesto en el museo y desfilaron muchas personas para poderlo hojear. Manuel Alvear vigilaba atentamente aquella joya y al quedarse solo se emocionaba viendo los dibujos miniados que la ilustraban. Por cierto, que Manuel entraría pronto en el seminario, puesto que su vocación se había definido en forma inequívoca y Paz, rondada por la Torre de Babel -éste a punto de cobrar la pieza-, se había limitado a pegar varios gritos de protesta y a verter algunas lágrimas. "Anda, sí, hazte cura. Nuestro padre, enterrado en Burgos, estará muy contento y nuestra madre saldrá del nicho para estar presente el día que cantes misa".

En la primera semana de septiembre, Jaime se presentó en el café dispuesto a pagar la cuota de anecdotario nacional que constaba en el reglamento. Trajo tres opúsculos publicados últimamente en Madrid, con la sana intención de simular que todo funcionaba a buen ritmo. Los títulos eran: "El regaliz y la economía nacional". "La harina de pescado y sus grandes aplicaciones". "La ballena y su importancia para la autarquía".

Se dedicó un aplauso especial a Jaime, sobre todo por el título de la ballena. Marcos, que continuaba sospechando que Adela, su mujer, tenía otros amores, comentó:

– A lo mejor el yate Azor, en el que viaja el Caudillo, se dedica a pescar ballenas y nosotros sin enterarnos…

Matías dijo a su vez que noticias de ese calibre eran malas para la hipertensión y qué hablaría con Moncho para que lo inmunizara en la medida de lo posible.

Galindo aportó también su cuota particular. Según los periódicos y la radio, de un tiempo a esta parte se comunicaba al pueblo que gran parte de los inventos conocidos habían tenido un precursor español. Un mecánico de Toledo estaba ultimando la puesta a punto de un coche muy barato cuya fabricación en serie provocaría en el mercado una gran convulsión. Por otra parte, en Murcia, el doctor Muñoz Calero, en magnífica operación quirúrgica, había colocado medio cráneo de Pessy-Glas a un enfermo desahuciado. Y por último, el rey del ronquido era español. Se trataba de Ramón Rodríguez, soldado americano de padres españoles. "Señores, el caso de los ronquidos de Ramón Rodríguez está siendo estudiado por eminentes médicos".

Carlos Grote puso sobre la mesa un chascarrillo que circulaba por Madrid. Al parecer se preguntaba a los divisionarios que habían vuelto de Rusia: "Cómo encuentras la nueva España?". Y el divisionario contestaba: "Cuando la haya encontrado te lo diré".

Matías, que también traía algo en el caletre, ante esta alusión de Grote se calló. Recordó a Mateo; y a Pilar…

– Señores -dijo-, tengo la impresión de que el cupo de este sábado está sobradamente cubierto y, en consecuencia, propondría empezar nuestra partida de dominó.

El camarero Ramón se llevó un disgusto. Nunca se perdía palabra de las que pronunciaban aquellos clientes de postín. Sólo intervino para decir que envidiaba a los ayudantes de Churchill porque viajaban mucho. "Tengo entendido que ahora preparan una estancia en Teherán".

* * *

La salud de don Emilio Santos empeoró. Apenas si salía de casa. Dificultades respiratorias y el corazón débil. Le asistían el doctor Chaos y Moncho, quienes hacían lo imposible para parchear sus dolencias y prolongarle la vida. Mateo estaba consternado, al igual que Pilar. Mateo, que tantas muertes presenció, había llegado a creer que su padre sería eterno. Don Emilio Santos tenía' muchos momentos de lucidez, durante los cuales su cabeza funcionaba al mismo ritmo que las del profesor Civil y el notario Noguer, que eran sus más asiduos visitantes. Mateo, intentando alegrar la situación, les llamaba "el trío de la bencina" y profetizaba que su padre se curaría y que los tres vivirían una vejez feliz.

En el caso de don Emilio Santos la profecía estaba lejos de cumplirse. Apenas si podía sostener en brazos al pequeño César y se levantaba justo para almorzar, hasta el caer de la tarde. El resto se lo pasaba en la cama, rodeado de periódicos y con la radio a su cabecera. La radio era indispensable para él. Gracias a su Telefunken se enteró de que los Estados Unidos e Inglaterra habían inventado el radar, que les proporcionaría enormes ventajas en la navegación marítima y en el pilotaje de los aviones.

Sufría mucho y a menudo se ponía la mano en el corazón. "Por qué es tan importante el corazón?", le preguntaba a Moncho. Éste, que mediante los análisis le calculaba a don Emilio Santos un máximo de dos meses de vida, le contestaba: "Es más importante el cerebro. Cuando el cerebro deja de irrigarse, entonces es cuando hablamos de la muerte". Eva había visitado tambien al padre de Mateo, al que sólo le achacaba que se hubiera pasado la vida distribuyendo tabaco.

El notario Noguer no era el hombre adecuado para levantar la moral de don Emilio Santos. También flacucho de salud -era diabético-, apenas si cumplía con su cargo de presidente de la Diputación. El camarada Montaraz le echó un cable asignándole un secretario llamado Lucas, que se las ingeniaba para que el notario Noguer sólo tuviera que firmar, lo mismo en la Diputación que en su despacho particular. Manolo, que estaba en contacto permanente con él, le acusaba de ser excesivamente meticuloso en su trabajo. El notario Noguer le contestaba: "A mi edad, no se tiene prisa. La eternidad está cerca". Ahí estaba. Siempre había un tono melancólico en sus palabras, que contagiaban fácilmente a don Emilio Santos. Hablando de la guerra siempre decía: "Las guerras son injustas. Mueren precisamente los jóvenes. Si esta guerra dura mucho, los viejos nos veremos obligados a volver a empezar". En el fondo no aceptaba envejecer, la limitación de facultades. Se acordaba de cuando era niño y hacía excursiones por Montjuich, las Pedreras, las murallas, el valle de San Daniel. Siempre corría por las calles. Ahora debía apoyarse en un bastón y la diabetes le obligaba a dos pinchazos diarios y a no comer dulces. También había notado una progresiva pérdida de la visión.

– Mi querido don Emilio, todos tenemos nuestros achaques… Y es inútil rebelarse. Cuando veo en la Rambla a las parejas jóvenes pisando firme y comiéndose el mundo peco de envidia. Lo confieso. Peco de envidia… Le preocupa a usted mucho la muerte, don Emilio?

Don Emilio, en la cama, la cabeza recostada en dos almohadones, le contestaba:

– Pues sí, me preocupa. Procuro no pensar en ella, pero leo la sentencia en los ojos del doctor Chaos, de Moncho, de Mateo y de Pilar… Y sobre todo, del pequeño César! A veces me lo traen y me llena de besos como si se despidiera de mí… -don Emilio aspiraba el aire con todas sus fuerzas-. Sí, amigo Noguer. Yo creí que me conformaría con el cupo de vida que Dios me otorgara; pero ahora que se acerca el final me dedico insensatamente a protestar… Me hubiera gustado vivir unos años aún, para ver el triunfo de Mateo, para presenciar su reconciliación con Pilar y para tener otros dos o tres nietecitos… En vez de esto, me conformo con que el padre Forteza me dé una y otra vez la absolución. Y pensar que cuando estaba en la checa la muerte no me daba miedo! Imposible entender el corazón humano, aunque se trate de un corazón pachucho como el que me sostiene en estos momentos…

El notario Noguer no encontraba las palabras adecuadas para distraer a don Emilio Santos. Mientras se limpiaba los cristales de las gafas proseguía:

– Tal vez lo peor no sea la muerte, don Emilio, sino este pasillo intermedio que es la vejez. Se ha fijado usted en el profesor Civil? Su mujer enferma y él empieza a andarle a la zaga… No es el mismo de antes. Antes daba gusto oírle hablar. Hacía saltos mortales con las palabras. Ahora se esfuerza, pero a mí no puede engañarme… Y es curioso que el doctor Chaos nos haya recetado a los tres casi las mismas cosas, con sólo algunas variantes…

El profesor Civil, pese a la opinión del notario Noguer, era otro cantar. Cada visita a don Emilio la planeaba como si se tratara de un combate. Hacía acopio de noticias que no tenían nada que ver con la vejez y las soltaba una tras otra, mientras Pilar le preparaba un tazón de chocolate, que le sabía a gloria. Cierto que también había perdido facultades; pero su labor en Auxilio Social le llenaba el alma. Todavía llevaba larga la uña del pulgar, como algunos taponeros, porque le recordaba las cruces que con ella había trazado en la pared de la cárcel. Todavía repetía, hablando del futuro: "El gallo ha de cantar, pero la mañana es de Dios". De pronto miraba el reloj y gritaba: "Pilar!, que es la hora de las pildoras amarillas…" Y Pilar acudía solícita. Y les besaba en la frente a los dos y se volvía de puntillas al comedor.

El profesor Civil le traía de la calle un aire fresco. Le decía que se había puesto de moda entre las chicas unos zapatos llamados "topolino", que consistían en un tacón de corcho altísimo, que a buen seguro les perjudicaba la columna vertebral, y que también llevaban unos peinados altos que se llamaban Arriba España. Le decía que en la Rambla se había abierto una cafetería, cafetería España, al frente de la cual estaba Rogelio, aquel camarero que se marchó a la División Azul. "No tiene usted idea del éxito del establecimiento. La gente se queda de pie en la barra, pide lo que le apetece y se marcha. Y otro aluvión. Aquello es una máquina de ganar dinero y Miguel Rosselló, el capitalista, se va a forrar. Por cierto, que con frecuencia veo allí a los cónsules de los Estados Unidos y de Inglaterra. Claro, la costumbre es anglosajona, no faltaría más!".

También le decía que Gerona estaba viviendo una revolución demográfica. Llegaban a la estación, en caravana, muchos andaluces y extremeños, que en sus tierras no tenían de qué vivir. "Teníamos ya muchos, como usted sabe; pero es que ahora, en cuestión de un semestre, y pese a los emigrantes a Alemania, ha sido la invasión. Y al parecer cabe decir lo mismo del País Vasco y de Madrid capital. Es la huida del campo a la ciudad. Es la tentación. Aquí se instalan en el barrio de la Barba, que es ya una especie de ghetto y también en la fortaleza de Montjuich. Viven en cabanas. Beben agua del Oñar. Santo Dios! Cuando algún niño se muere, no tienen con qué pagar el entierro. Yo me cuido de ello, a través de Auxilio Social. Menos mal que el gobernador, aunque a mí me parece más totalitario que su predecesor, Juan Antonio Dávila, me tiende la mano, me ayuda en los casos que claman al cielo. Pero esta inmigración, que es de prever que continúe, repercutirá fuertemente en el porvenir de la Cataluña de mis amores. Ya se oyen más panderetas que fiscornos y tenoras. Ya se bailan más tangos de Cádiz que sardanas. Las mocitas llevan trajes de lunares y a veces me pregunto si Pilar saldrá a la calle con uno de ellos… Ja, ja! Perdone que me ría, querido don Emilio, pero es que si España llega un día a ser Andalucía y Extremadura, yo me largo con mi mujer a Andorra y pedimos el cambio de nacionalidad".

Don Emilio conseguía sonreír. Un día había visto bailar al Niño de Jaén, junto con varias gitanas.

– Reconozco que aquello era contagioso… Yo me sorprendí palmeando y el notario Noguer me dijo: "Qué le pasa? Siente usted muy adentro las campanas de la Giralda? Hay que ver, hay que ver…"

– De todos modos -argüía el profesor Civil-, a lo mejor quienes se contagian son ellos y les da por la laboriosidad… No digo para el ahorro, porque esto, dadas las circunstancias, sería una burla. Pero últimamente he visto algunos andaluces que se esfuerzan por abrirse camino. Ha oído usted hablar de Charo, la mujer de Gaspar Ley, director del Banco Anís?

– Pues, no…

– Es andaluza y se ha venido a vivir aquí. Está a punto de abrir una peluquería de lujo para señoras, que haga pendant con la barbería de Dámaso… Todo a la última moda, incluidos esos espejos que le quitan a uno quince años de encima. Y todas las dependientas, andaluzas. Lo que saben las andaluzas de arreglarse el pelo! Lo ensortijan, lo caracolean, peinan incluso a las mil imágenes de la Virgen que adoran allí… Y digo adoran porque muchos andaluces no creen en Dios, pero sí creen en la Virgen.

Eran diálogos repletos de humanidad. A menudo don Emilio Santos palidecía y tenía una crisis: el corazón. Entonces el profesor Civil le secaba con el pañuelo el sudor de la frente.

Si coincidía con Mateo, la estrategia funcionaba mejor todavía. Mateo quería mucho a su padre y agradecía al notario Noguer y al profesor Civil tan amistosa asiduidad…

– Qué, padre? Qué le ha contado hoy el profesor? Que los rusos están a punto de tomar Berlín?

– Anda, no pinches, no pinches… -replicaba don Emilio-. Me ha hablado de los zapatos "topolino" y de los peinados Arriba España.

– Oh, sí, es verdad!

– Y de la cafetería España…

– Pues sí que está al corriente! Rogelio se está forrando, al igual que Rosselló. Es una lástima que a mí no me dé por los negocios… -Mateo miraba el reloj y exclamaba-: Pilar, un vaso de agua! Es la hora de las pildoras rojas!

Pilar acudía con idéntica solicitud y entre todos rodeaban a don Emilio de un afecto que se había merecido a lo largo de sesenta y cinco años de existencia.

* * *

Hasta que don Emilio Santos murió. El mismo día en que murió, en Francia, León Daudet. El mismo día en que Montgomery, en África, en El-Alamein, iniciaba la contraofensiva contra Rommel. Don Emilio Santos murió de un colapso cardíaco. El padre Forteza acudió veloz, pero no le dio tiempo a suministrarle la extremaunción. Hizo la señal de la cruz sobre el cadáver y leyó un responso. Don Emilio Santos, muerto, cobró una placidez que causaba a la vez respeto y espanto.

– Un santo varón… -murmuró el padre Forteza.

Los demás asintieron llorando.

* * *

El entierro fue multitudinario. El profesor Civil, el notario Noguer y el camarada Montaraz escoltaron a Mateo, cuya cojera pareció acentuársele más. Tampoco andaban lejos Matías e Ignacio. Y Manolo. Y Alfonso Estrada. Y José Luis Martínez de Soria… Y el doctor Chaos y Moncho, los cuales estuvieron de acuerdo en algo tan corriente y vulgar como que cada muerto era un fracaso de su profesión.

Ah, por supuesto! Sin don Emilio Santos el piso de la plaza de la Estación pareció otro. A la noche, retirados todos los acompañantes, Mateo y Pilar se quedaron solos, junto a la cuna del pequeño César, con la única excepción de la sirvienta Teresa, que se las ingenió para retirarse pronto a descansar.

Silencio tenso el de la pareja, con Mateo que aparecía derrotado y Pilar que no sabía dónde posar la mirada. Finalmente la posó en la máquina de coser, en la que había pedaleado horas enteras recordando su aprendizaje en el taller de las hermanas Campistol.

Por suerte, ni el pájaro disecado ni el retrato de José Antonio estaban en el comedor. Junto a la radio, una foto de la boda, una de don Emilio Santos, otra de César. Las fotografías de la familia Alvear estaban en la alcoba conyugal.

Mateo rompió la pausa.

– Ahora tendremos que arreglárnoslas solitos, Pilar. A ver si de una vez por todas consigo volver a ser tu marido…

Pilar jugueteó con la medalla que le colgaba del pecho.

– Hago lo que puedo, Mateo… Pero hay algo dentro de mí que no consigo vencer -y besó la medalla.

– Jamás pude imaginar que tu rabieta durara tanto… Te escribí desde Rusia mis mejores cartas de amor.

– Si no te hubieras ido, las cartas hubieran sido innecesarias.

– Pero me fui. Y me siento orgulloso de mi cojera…

Pilar suspiró.

– Eso es lo que nos separa. Que no te arrepientes de nada. Ni siquiera al saber que tu padre empeoró en cuanto tú te marchaste.

Mateo se pasó la mano por su gran cabellera negra e hizo un esfuerzo para no estallar. Estaba fumando, enlazando un pitillo tras otro.

– Qué te aconsejan tus padres? Que sigas en la brecha?

– No me aconsejan nada. Ni siquiera Ignacio… Soy yo la responsable y la madre del hijo que me diste.

Mateo aplastó la colilla en el cenicero.

– De modo que te he perdido para siempre?

– Yo no he dicho eso. Te quiero igual que antes. Sólo que ahora me consta que hay cosas en la vida que las prefieres a mí…

Mateo abrió los brazos.

– Crees que el nuestro es un caso único? Millares de hombres prefieren su profesión a la vida familiar. Otros prefieren la bebida, como el capitán Sánchez Bravo… Otros, su tertulia en el café. Y las mujeres aguantan y no les vuelven la espalda.

– Por lo visto yo soy un caso aparte. Te necesito a mi lado. Y esto es un pecado mortal…

Mateo tuvo un rapto. Se levantó, se acercó a Pilar y tomándole la cabeza entre las manos la besó en los labios con todas sus fuerzas… Pilar comprendió que aquel momento era crucial. Cortarlo en seco significaría la rotura. Se acordó de don Emilio Santos, que la víspera le había dicho: "Hija, cuándo volverás a mirar a Mateo como antes?". Pilar aceptó el beso. Y le correspondió. Era la primera vez que cedía desde el regreso de Mateo. Éste, en un momento determinado pensó: "Eureka! He vuelto a la vida". Pero Pilar tuvo un acceso de tos y el beso se interrumpió. Y miró a Mateo. Y en un segundo repasó la película de sus vidas, como, según el doctor Andújar, les ocurría a los moribundos. Mateo estaba de pie y parecía llorar. Mateo no lloraba nunca. Ni siquiera lloró en el cementerio. Aquello humedeció también los ojos de Pilar. Su conflicto interno era agotador. Los sentimientos, al cruzarse, la desbordaban.

– Mateo… -murmuró, por fin.

Al muchacho le dio un vuelco el corazón.

– Por la memoria de tu padre, abrázame otra vez… -y Pilar se puso de pie.

Mateo la abrazó hasta casi sentir que le crujían los huesos. La lámpara del comedor parecía de plata.

Al separarse, Pilar se arregló el pelo y dijo:

– Es la primera vez que he sentido que algún día me olvidaré del lago limen…

Mateo abrió los ojos de par en par.

– De modo que… todavía tengo que esperar?

Pilar miró la mecedora en la que solía sentarse don Emilio Santos.

– No vamos a elegir precisamente el día de hoy para decir que hemos resucitado…

* * *

La reconciliación, una semana después, fue un hecho. Pilar volvió a llorar, pero esta vez de felicidad. Mateo volvió a juguetear con su mechero de yesca. Todavía no se atrevió a enseñarle las fotografías de Rusia, en las que se le veía también con gorro de astrakán o con casco alemán, sobre un fondo infinito de nieve. Pero todo se andaría. Por de pronto, gran alborozo en el piso de la Rambla. Matías y Carmen Elgazu abrazaron a su yerno. Matías le invitó a ir a pescar. Carmen Elgazu, a un plato de crema catalana. "No me preguntéis de dónde he sacado los ingredientes, no me lo preguntéis". El combate más duro se libró en el cerebro de Ignacio, quien acababa de defender, y ganar, otro pleito en la Audiencia referido a la compra ilegal de unos productos intervenidos. Ignacio no podía con el fanatismo de Mateo. Se dio cuenta de que éste no había abdicado de ninguna de sus ideas y que ni siquiera se quitaba de la camisa azul el emblema del Ejército alemán. Por si fuera poco -aunque esto suponía una gran ventaja-, volvía a disponer de coche oficial. Por el momento Mateo no podía conducir y se le asignó un chófer llamado Hernando, quien precisamente acababa de separarse de su mujer.

Ignacio abrazó a Mateo y volvió a sentir que le quería entrañablemente, como cuando ambos discutían bajo las arcadas de la Rambla el ser y no ser de España. También le vino a las mientes toda la película de su amistad. Mateo, imposible negarlo!, tenía una inteligencia desbordante, que se le manifestó muy precozmente. El primer diálogo no protocolario de ambos recordó una partida de ping pong.

– Aunque lo disimules, tú eres inteligente… -le dijo Ignacio.

– Me gustaría verte togado… -replicó Mateo-. La toga debe sentarte como a Cristo dos pistolas.

– No lo creas. Los hermanos Costa saben algo de eso…

– Los hermanos Costa perderán los pleitos pequeños, pero lo de más bulto, vaya usted, señor abogado, a comer ranas al restaurante de la Barca… -y Mateo echó una bocanada de humo al rostro de Ignacio.

– No me hagas estornudar, que me sé cuáles son tus puntos débiles…

– Cuáles, a ver?

– Los dientes. Te pego un puñetazo jurídico en los dientes y la Voz de Alerta tiene que ponértelos de oro, con lo que dejarás en ridículo al cantarada Montaraz.

Mateo se rascó la nariz.

– Sabías que el camarada Montaraz colabora en ' La Codorniz'?

– No, no lo sabía -admitió Ignacio-. Pero no me sorprende. En el fondo, para ser gobernador civil en un Estado totalitario hace falta mucho sentido del humor…

– No vuelvas a las andadas, que te recordaré los arduos combates que libraste en Esquiadores, con el retrato de Franco en la mochila…

– No me recuerdes nada. He sabido doblar la página…

– Yo también he doblado una. La de Pilar.

– Lo lamento mucho. Sin cuñado a la vista, vivía como los ángeles…

– Ahora tendrás que soportarme.

– Ya sabes que estoy muy ocupado.

– Yo también. Quiero terminar la carrera de abogado y enfrentarme contigo a la primera ocasión.

– Prepárate… Ahora ya no valdrá, como antes, tu curriculum. Ahora, muchos codos en la mesa.

– El problema es el tiempo. De dónde lo saco? Pero no importa. En Rusia aprendí a no dormir…

– Los eslavos no duermen?

– Cuando se emborrachan, sí… Y se emborrachan todas las noches.

– Entonces, no te quejes.

– No me quejo de nada.

– Te reto a una partida de futbolín… -brindó Ignacio.

– Acepto. A condición de que el pequeño Eloy no te eche una mano.

* * *

La eclosión reconciliadora tuvo lugar en casa de Manolo y Esther. Éstos invitaron a cenar a Mateo y Pilar, a Moncho y a Eva, y a Ignacio… Faltaba Ana María para que el emparejamiento fuera completo. Aunque Ana María le había telefoneado a Ignacio: "Estoy preparando un viaje a Gerona, invitada por Charo. Pienso estar lo menos una semana, aprovechando que mi padre se va a Portugal por no sé qué asunto de cuadros de pintores clásicos".

Manolo y Esther le pidieron permiso a Pilar para hablar un poco de Rusia, tema que, aparte de la guerra, debía de ser apasionante.

– No te parece? Olvídate de que Mateo fue allí a pelear… Entre los matrimonios no puede haber tabúes, so pena de que la confianza mutua se tambalee. Deja que Mateo se despache a gusto, fórmula mágica para zanjar la cuestión.

Pilar hizo un mohín impreciso, que nadie supo cómo interpretar. Por un lado parecía resignada, pero por otro era obvio que se había colocado a la defensiva.

Manolo insistió.

– Rusia ocupa la sexta parte de la superficie terrestre. Una inmensidad. No vamos a eliminarla de un plumazo por culpa de la División Azul… Si la BBC no miente, y no miente nunca, ahora ha empezado de veras la batalla de Stalingrado, en la que, al parecer, Hitler empeña gran parte de sus fuerzas.

Mateo intervino.

– Y qué queréis que os cuente yo de la batalla de Stalingrado? Nosotros vimos una Rusia en miniatura, una parcela, algo así como un diograma… Aprendí varias palabras, el sonido del samovar y creí haberme vacunado contra el dolor que puede producir una muerte… Pero ahora, al morir mi padre, comprobé que no es así. Diríase que los muertos en la guerra son menos muertos que los demás.

Mateo sacó su mechero de yesca -su ex librís- y dio lumbre al cigarrillo de Esther. Ésta preguntó:

– Es cierto lo del estoicismo de los rusos?

– Ciertísimo. Nadie lo niega. Fueron siempre esclavos y lo serán hasta el fin de los siglos.

– Y su brutalidad? -preguntó Moncho-. Crees que son más brutos que los demás? En mi opinión, todos los pueblos son idénticos cuando son idénticas las circunstancias…

– Nada de eso… -impugnó Mateo-. Depende de las costumbres, del clima, de la tradición. Y lo que no querría es generalizar. La Rusia norteña que yo conocí nada tiene que ver con la de Ucrania, con la del mar Negro. Un esquimal no puede ser igual que un negro del Congo.

Ignacio preguntó a su vez, mientras apuraban el consomé:

– Qué es lo que te daría más miedo si los rusos, vamos a suponer, avanzaran hacia el Oeste?

Mateo dejó la taza en el plato.

– Que ya no se retirarían nunca más. Y las violaciones… -Se hizo un silencio y Mateo prosiguió-: Ante una mujer desconocida, distinta de las suyas, se comportan brutalmente y son capaces de preñar a los mismísimos demonios.

Ignacio intervino de nuevo.

– Eso queda claro leyendo a sus novelistas, que de un tiempo a esta parte han sido mi obsesión, dejando a un lado el tema de las religiones orientales… Gogol llega a decir que el alma rusa se comerá el alma de los demás pueblos y que sólo entonces se podrá hablar de revolución universal.

Mateo movió la cabeza negativamente.

– Ésa es otra cuestión… No tengo más remedio que afirmar que Hitler acabará con los sueños de Gogol y de todos sus correligionarios.

Pilar tuvo un gesto de desencanto. Ella había confiado en que el diálogo tomaría otro cariz. Todos lo advirtieron y se produjo un silencio, que Moncho, el analista del grupo, rompió, aprovechando que en la mesa se había servido el segundo plato.

– Ignacio, qué te pasa a ti con Oriente? Te has hecho budista, o qué? No le temes al señor obispo?

Hubo un titubeo. A Mateo le hubiera gustado seguir hablando de Rusia, de sus tics temperamentales, y a Manolo y a Esther también. En cambio, Eva, que por fin parecía haber aprendido a vestirse, se interesó vivamente por la invitación hecha a Ignacio.

Éste tomó la palabra, a sabiendas de que Pilar se lo agradecería. Las religiones orientales, que precedían de siglos al cristianismo, eran un universo que Occidente se empeñaba en olvidar, como en España se olvidaba la influencia del islam.

– Si os pregunto qué son el Yin y el Yang ninguno de vosotros sabrá a qué me refiero.

Moncho levantó el brazo indicando stop.

– Perdone usted, orientalista, pero yo sé de qué se trata, porque he estudiado y practicado, lo mismo que Eva, la acupuntura y no simplemente para anestesiar. El Yin y el Yang son los dos principios básicos de este arte de curar, de estos polos de energía, que a Esther le irían de perlas para esas molestias que le dan la lata a su columna vertebral…

Esther se interesó al máximo.

– Adelante con la acupuntura! Pongo mi cuerpo, con permiso de Manolo, a vuestra disposición.

Manolo sonrió.

– Con tal de que te curen, estoy incluso dispuesto a pagarles sus buenos honorarios.

– Hablaremos de eso -terció Moncho-. Es más serio de lo que vosotros os figuráis…

– Por supuesto -admitió Mateo-. Por eso hay que estar al tanto de lo que van a hacer los japoneses… Según mi amigo Núñez Maza, forman una raza aparte, que caerá sobre el Imperio británico, que ha caído ya, como si el volcán Fujiyama se pusiera en erupción…

Era evidente que Mateo no daba su brazo a torcer. Desde cualquier ángulo, él revertía los temas al de la guerra en curso. Claro que olvidarla era también un pecado de inhibición.

Ignacio no se inmutó. Él había penetrado en Oriente de la mano de las biografías y los textos de Gandhi que el librero Jaime le había proporcionado. El hinduismo!

– Si los aquí presentes fuéramos hindúes, esta cena se nos antojaría un despilfarro y nos pasaríamos el rato juntando las manos en actitud de plegaria…

– Psé, psé… -replicó Moncho-. Me has defraudado. Esto es puro folklore, como lo de las vacas. Esto lo sabe hasta tu ahijado Eloy.

– Pues claro! -exclamó Ignacio-. Qué te creías? Que iba a daros aquí, entre salsas y solomillo, una lección sobre Buda y sobre Confucio? Hoy no me da la gana, para que veáis. Hoy vengo aquí a brindar por Mateo y Pilar, para que me den todos los sobrinos que les apetezcan…

La distensión fue total. Se terminó la cena, llegó la hora del café -Esther alardeó de sus facultades de ama de casa-, y luego se presentaron sus hijos, Jacinto y Clara, a dar las buenas noches.

La presencia de los dos hijos de Manolo y Esther alegraron la reunión, sobre todo porque llevaban dos vistosos e idénticos pijamas.

– Verdad que no parecen rusos? -apuntó Esther, atrayéndolos hacia sí.

– En absoluto -dijo Mateo-. Si lo fueran, les habríais tatuado una estrella roja en mitad de la frente.

Se oyeron las doce campanadas en el reloj de la catedral. Y entonces empezó el desfile. La despedida fue breve, pues, en un sitio como Gerona, todos volverían a verse con asiduidad.

Moncho y Eva, a los que gustaba andar de noche, bajo las estrellas, se fueron a pie. Rambla arriba. También, un poco más tarde, se marchó Ignacio. Por fin, salieron Mateo y Pilar: el coche oficial, con Hernando al volante, les esperaba fuera, ya que Mateo, se cansaba todavía mucho al caminar.

Gerona estaba tranquila a aquella hora. Era un remanso de paz. Sólo en el casino de los señores estaban reunidos los jugadores de póquer, entre los que figuraban el capitán Sánchez Bravo y el bibliotecario Ricardo Montero.

Al llegar al piso de la plaza de la Estación, Mateo y Pilar se abrazaron.

– Eres feliz? -preguntó Mateo.

– Estoy a punto de serlo… -dijo Pilar.

Y ambos se fueron a la cuna en la que dormía César y, cogidos de la mano, le contemplaron hasta que el niño se movió como si fuera a despertarse.

CAPÍTULO XII

EN EFECTO, empezó la batalla de El-Alamein, mientras en España se rebajaban los cupos de racionamiento y de luz eléctrica, hasta el punto de que apareció el Petromax, que despedía una luz temblorosa y macilenta. Con pocos días de diferencia, los Alvear vieron instalado en su piso el teléfono -gestión de Mateo, celebrada por todo lo alto-, y también el Petromax, que Matías definió como un sucedáneo deprimente.

El-Alamein significaba "dos mundos". Y era muy cierto que dos mundos se enfrentaban entre las dunas del desierto africano, muy cerca de la depresión de Qattara: el mundo del mariscal Montgomery, hijo del obispo de Tasmania, y el mundo del mariscal Rommel, el "zorro del desierto", el ídolo de Cacerola, Era la primera vez que Inglaterra y Alemania combatían en tierra frente a frente, con la excepción de Dunkerque.

Todos los pronósticos eran favorables a Rommel, cuya toma de Tobruk, gran baluarte, había tenido repercusión mundial. Se perfilaba allá abajo la toma de Alejandría y la llegada a El Cairo y al canal de Suez. Tal vez el caballo blanco de Mussolini pudiera efectuar su prevista entrada en la capital de Egipto.

Pero los hechos desmintieron tales profecías. La verdad era que las tropas de Rommel estaban desgastadas. Escasez de hombres, de material y, sobre todo, de combustible. La situación podía ser peligrosa para el Eje si la victoria no se producía con rapidez. Y pronto hubo que descartar semejante posibilidad. En consecuencia, se reunieron, en Salzburgo, Hitler y Mussolini para tomar una decisión. Mussolini, destrozado por sus dolores de estómago, viviendo de leche con azúcar, aplastado, encogido. Hitler, más espantoso aún, con la espalda encorvada, los ojos cavernosos y la mirada vidriosa. Se engañaron mutuamente asegurándose que harían de Túnez el Mame de África.

Era preciso no olvidar que Mussolini hablaba alemán. El padre Forteza hacía hincapié en este hecho, porque la fuerza de Hitler -y de ello tomó buena nota el doctor Andújar- radicaba en las palabras. Hablando en alemán, Mussolini llevaba las de perder. Hitler convencía a diplomáticos, a periodistas, a generales, a gentes de todas clases con su elocuencia en alemán. Si Mussolini hubiera necesitado de intérprete no hubiera sucumbido hasta tal punto a la elocuencia de Hitler.

Resumiendo, no se produjo el Mame de África. El mariscal Montgomery atacó con fuerzas superiores. La batalla de la artillería y de los tanques. A Rommel sólo le quedaban treinta y dos tanques. Quería retirarse, pero una orden de Hitler se lo impidió, e impidió también la retirada de las tropas italianas. Montgomery no persiguió al enemigo debido a las lluvias que se desencadenaron y a una cierta superstición por el nombre de Rommel. Pero muchos generales se rindieron sin oponer resistencia, mientras Hitler seguía insistiendo en la defensa hasta la muerte. Nada que hacer. El Eje había perdido 25 000 hombres, entre muertos y heridos, además de 30000 prisioneros, de los cuales 10000 eran alemanes. Veteranos guerreros esperaban tranquilamente el cautiverio sentados como turistas en las terrazas de los cafés. El Afrika Korps depuso las armas. Montgomery telefoneó a Churchill: "Haga tocar las campanas". Y las campanas de Londres, las que quedaban, y que no repicaban desde 1940, y que sólo estaban preparadas para tocar a rebato anunciando la invasión, ahora repicaron por El-Alamein.

Simultáneamente, llegaron rumores de que los aliados preparaban un desembarco a las espaldas de Rommel, en Argel y que previamente estaban dispuestos a ocupar las islas Canarias. Franco declaró que en ese caso se defendería y abriría los puertos a los alemanes para que pudieran ocupar el Marruecos francés. Al mismo tiempo, dijo: "Si Hitler no respeta nuestra neutralidad, instantáneamente pondré todos los puertos españoles a disposición de los aliados".

El general Sánchez Bravo admiró a Franco todavía más y, al corriente de los sucesos, se pasaba el día ante el mapamundi mientras su fiel Nebulosa vigilaba la entrada para que nadie le estorbara. Entretanto, el 8 de noviembre, y en el momento en que doña Cecilia le decía al general: "Con tanta banderita te volverás loco", la más poderosa flota de desembarco de toda la historia, a las órdenes de Eisenhower, ocupaba el litoral mediterráneo de Argelia y el Marruecos francés, entre Bina y Agadir, sin encontrar entre las tropas dependientes de Pétain, en Vichy, más que apoyo. Era el cambio de signo de la guerra mundial.

En este momento el embajador de los Estados Unidos en España, mister Hayes, pidió una entrevista con el Caudillo para entregarle un mensaje personal. Franco se encerró en su capilla, donde pasó casi toda la noche. A las nueve de la mañana, Franco recibió de mister Hayes una carta de Eisenhower, en la que éste, después de encabezar con un "Querido general Franco", le daba plena seguridad de que el movimiento o desembarco no iba dirigido en forma alguna ni contra el gobierno o pueblo español ni contra Marruecos u otros territorios españoles, ya fueran metropolitanos o de ultramar. "Creo también que el gobierno español y su pueblo desean conservar la neutralidad y permanecer al margen de la guerra. España no tiene nada que temer de los aliados".

El general Franco temía una reacción alemana en los Pirineos y no andaba descaminado. El 11 de noviembre el ejército alemán ocupó en doce horas la hasta entonces "zona libre" de Francia controlada por Pétain desde Vichy, mientras por primera vez, ante el estupor del camarada Montaraz y Mateo, un editorial del periódico de Falange, Arriba, admitía la posibilidad de una victoria aliada.

Por si fuera poco, el gobierno español colaboró con los aliados en el rescate de aviadores y, sobre todo, en el tránsito de voluntarios franceses hacia el norte de África. El embajador, mister Hayes, declaró que España les había devuelto por lo menos mil aviadores americanos derribados en Francia o en el mar, así como también unos doce mil franceses.

Entretanto, la flota francesa de Tolón se suicidó, antes de que los alemanes alcanzaran a ocupar la capital. La orden fue dada desde el acorazado Strasbourg. Dos acorazados, ocho cruceros, veintinueve destructores, doce submarinos, en total más de cien barcos de un tonelaje global de doscientas treinta mil toneladas. Era la flota más poderosa que había poseído Francia desde Luis XIV. La orden la dio el almirante conde de Laborde y constituía la prueba fehaciente de que aún los medios franceses más hostiles a Inglaterra no eran cómplices de Alemania.

El general Sánchez Bravo encendió su pipa. Él, un simple militar español destinado en una minúscula ciudad en el mapa ibérico, había previsto lo que no previo Hitler, cuando al tomar París, desarticuladas las fuerzas enemigas, no tomó toda Francia, no se quedó con la flota y no ocupó el Marruecos francés. No supo qué opinar. Llamó a su hijo, el capitán:

– Qué opinas de todo esto? Franco no hubiera cometido este pecado de imprevisión.

El capitán Sánchez Bravo le dio su versión.

– Lamento hablarle así, padre, pero nunca he creído que Hitler fuera un genio militar. Estoy seguro de que si les hubiese hecho caso a sus generales no se hubiera embarcado en la campaña de Rusia, que significaba la apertura de dos frentes. Y por supuesto, hubiera ocupado toda Francia, la flota y el Marruecos francés.

Por si fuera poco, las noticias que llegaban de Stalingrado no eran tampoco excesivamente optimistas. La resistencia rusa era feroz. Hitler quería, además, ocupar el Caucase con sus recursos petrolíferos, sin los cuales su situación se convertiría en precaria. Pero las distancias eran tan enormes que necesitaría el triple de fuerzas de las que disponía y el triple de material. El Volga fascinaba a Hitler, pese a que el invierno había llegado otra vez, como el año anterior. Los generales que no obedecían sus órdenes eran destituidos en el acto. ' La Pasionaria' y Cosme Vila, desde Ufa, continuaban dando partes de guerra y su voz era cada vez más fuerte. "Aquí, Radio Moscú…" Moscú parecía a salvo, por lo menos de momento. Y también Leningrado. Por cierto, que en el hospital de Riga había ingresado el camarada Salazar, herido en una mano, y María Victoria, ex novia de José Luis Martínez de Soria, le atendía con el mismo cariño con que Solita había atendido a Mateo y a Núñez Maza.

A caballo de estos hechos, de los que la población española se enteraba sólo a medias, don Anselmo Ichaso, desde Pamplona, telefoneó a la Voz de Alerta y a Carlota para darles un notición: don Juan de Borbón había hecho en el Journal de Généve unas declaraciones en las que decía literalmente: "No soy el jefe de ninguna conspiración. Soy el depositario de un tesoro político secular: la Monarquía española".

' La Voz de Alerta' hubiera querido colar esa noticia en Amanecer, pero Mateo le hizo saber que en adelante se anduviera con más tiento si no quería ver tambalear su vara de alcalde.

* * *

Llegó, como en ocasiones precedentes, la quincena del amor. La Torre de Babel y Paz se casaron. Ninguno de los dos quería hacerlo por la Iglesia, pero todo el mundo se lo aconsejó. De no hacerlo, podían luego encontrarse con mil inconvenientes y con la consabida maledicencia de un gran sector de la ciudad. Ello no convenía a la Agencia Gerunda, y tampoco a Paz. Ésta se negó a casarse de blanco. "Un traje chaqueta y voy que chuto". Cefe, el pintor, fue el encargado de llevar el ramo de flores a la novia. Se casaron en la iglesia del Mercadal y quien bendijo la unión fue mosén Alberto. A Manuel Alvear le dieron permiso en el seminario para asistir a la ceremonia y ejercer de monaguillo.

El templo casi se llenó. Desde la familia Alvear al completo, Eloy incluido, hasta Padrosa, los hermanos Costa y los componentes de la Gerona Jazz. Recibieron muchos regalos, que adornarían el piso de la plaza del Ayuntamiento que la Torre de Babel había alquilado y en el que varios albañiles y pintores estuvieron trabajando durante un mes. Matías y Carmen Elgazu obsequiaron a Paz con toda la batería de cocina e Ignacio, por su parte, le regaló un jarrón oriental, por consejo de Esther. Era curioso ver a Paz encandilarse con los regalos. Apenas si quedaba en ella nada de aquella muchacha agresiva, agria, que se paseaba por Burgos vendiendo tabaco a los militares.

No estaba enamorada de la Torre de Babel. Ni siquiera le quería. Sentía un cierto aprecio por el ex empleado del Banco Arús y también un cierto agradecimiento "por su tenacidad". Pero Paz, desde que Manuel ingresó en el seminario, se sentía sola en casa y no veía claro su porvenir, puesto que Pachín le había dado calabazas. Todo el mundo le aconsejó: "cásate", empezando por su tío Matías. La última vez que Paz fue a verle en Telégrafos, Matías fue explícito. " La Torre de Babel es un excelente muchacho. No lo desprecies. Te repugna estar a su lado?". "Repugnarme, no". "Pues adelante. Es posible que un día llegues a quererle. Y luego, además, están los hijos que cabe esperar de vuestra juventud".

Paz hizo de tripas corazón. Cefe le dijo: "Si te casas, le pintaré gratis un desnudo a la Torre de Babel. Y por de pronto, os regalaré este cuadro de las casas colgando sobre el río Oñar, que cuando yo haya muerto valdrá una fortuna".

El acoso fue de tal calibre que Paz no supo qué objetar. Por otro lado, la Torre de Babel tenía más o menos sus mismas ideas -ex militante de la UGT-, aunque paliadas por el filón de oro que resultó ser la Agencia Gerunda. "Cuando se ha sufrido como tú -le decía él-, se tiene derecho a calefacción y cuarto de baño". Ella lo pensó y asintió con la cabeza. Ya verían las señoritingas de Gerona de lo que ella era capaz! Capaz de todo, menos de leer libros, como le aconsejaba Jaime, quien le regaló, completa, la Enciclopedia Salvat, que a ella la dejó indiferente, pero que encandiló a la Torre de Babel.

Mosén Alberto pronunció una homilía brevísima. Sólo una vez aludió a la Santa Madre Iglesia. Y sólo dos veces a Cristo. El resto consistió en un canto al amor conyugal y a la familia, "que era la célula de la sociedad". También les dijo que en épocas de prosperidad debían acordarse de los menesterosos. Mosén Alberto habló sin micrófono, lo que desconcertó a la vocalista Paz. Manuel ejerció sus funciones de monaguillo con tales respeto y unción que Carmen Elgazu se conmovió. Matías, en un momento dado, susurró a oídos de Carmen Elgazu: "Fíjate en el muchacho. Y en la seriedad de Paz. Y tú no querías que los trajera de Burgos! Apréndete la lección". Carmen Elgazu, escéptica, replicó: "Ya veremos en qué para todo esto".

La Torre de Babel había soñado con un viaje al extranjero. Pero la guerra mantenía cerradas las fronteras, ahora incluso las del sur de Francia. La Torre de Babel le preguntó a Paz: "Quieres que vayamos a tu tierra, a Burgos?". "No, no, de ningún modo!", protestó Paz. Y se fueron a Mallorca en barco, sin marearse y allí se pasaron quince días de luna de miel, sin aburrirse nunca y sin que Paz tuviera que arrepentirse. La Torre de Babel no era Pachín, pero era todo un hombre. E inspiraba seguridad. A la Torre de Babel le atrajo el mar, aunque el invierno deslucía un poco la bahía de Palma y las playas de la isla; a Paz, quién pudo predecirlo!, le encantó la cartuja de Valldemosa. En la Gerona Jazz había oído hablar con elogio del maestro Chopin, aunque no sabía con exactitud qué instrumento tocaba. En las cuevas del Drach coincidieron con otras muchas parejas de novios. La humedad les caló los huesos, pero la barca al fondo, surcando el agua y con un violinista romántico les invitó a apretarse las manos fuertemente. Compraron muchas chucherías de vidrio y de cerámica. Enviaron una retahila de postales a las amistades. Fueron dos novios perfectos, con un capricho: los molinos de viento y los olivos. Los molinos de viento fascinaron a Paz, tal vez porque le recordaron que la vida giraba sin cesar. La Torre de Babel, que se excedía en sus solicitudes, le prometió que encargaría un molino en miniatura para la sala de estar. "No digas tonterías -protestó Paz-. Parecería un ventilador". En cuanto a los olivos. Paz dijo que parecían hombres robustos que habían llegado torturadamente a centenarios.

– Empieza a familiarizarte con los viajes -le dijo la Torre de Babel-. Cuando la guerra haya terminado pienso llevarte por ahí, incluso en avión…

– No digas tonterías. Tendremos que ahorrar.

– Ahorrar? Dónde aprendiste esa palabra?

– En la cuna. Fue la primera que pronuncié.

– Anda, olvídate del pasado, y piensa que la Agencia Gerunda lo resuelve todo.

* * *

Quincena del amor. Al regreso de la Torre de Babel y Paz, se casaron Padrosa y Silvia, la manicura. Pese a que Padrosa no tenía coche todavía. Silvia, que vivía con su madre, viuda, y pasaba estrecheces -Dámaso no era muy generoso con ella, por cuanto los hombres que se hacían la manicura eran pocos-, vio, de pronto, la puerta abierta para garantizarles el porvenir. Tampoco Silvia estaba enamorada de Padrosa, pero supo simular que sí. Y el tiempo diría. Padrosa, por su parte, era un volcán. La atracción física que sentía por Silvia le hubiera hecho cometer cualquier locura. No fueron tan reacios a casarse por la Iglesia, pues Silvia era creyente, hasta el punto que de niña sus padres tuvieron que llevarla a Lourdes porque estaba segura de presenciar algún milagro.

De hecho, el milagro fue Padrosa, que cabía extenderlo al ahijado de éste, Félix Reyes, el alumno predilecto de Cefe. De todos los regalos que recibieron -vivirían en un amplio piso de la calle Figuerola-, el que más les emocionó fue un retrato al carbón que Félix hizo de Silvia en poco más de una hora. Una hora de inspiración, de trazo firme. Silvia quedó hermosísima, hasta el punto de parecer un grabado antiguo. Dicho retrato presidiría el comedor, junto con la lámpara y dos candelabros de plata que les regalaron los hermanos Costa.

Agencia Gerunda lo resuelve todo. También resolvió el viaje de la pareja: Andalucía. Silvia era friolera y aquel mes de noviembre se presentaba cortante y con muchos nubarrones. Andalucía los acogió con un sol pálido que no por ello dejaba de ser sol. Sevilla, Córdoba, Málaga y Cádiz. Una gigantesca ampliación de los ghettos de la calle de la Barca y de la fortaleza de Montjuich. Padrosa, que no pasó por la universidad pero que era un lince, descubrió la tristeza de los andaluces.

– Te das cuenta, Silvia? Esta gente es triste. Cuentan chistes, palmotean, cantan, pero en el fondo es gente triste. Mucho traje de lunares, pero también mucho vestido negro. Las mujeres parecen bultos enlutados salidos de las plazas de toros. Y los niños, escuálidos. Cuánta mendicidad! Me gustaría saber el número anual de suicidios, sobre todo en el campo. Y los gitanos… No abundan mucho los Niños de Jaén. Aquí son pillos que no saben lo que son los zapatos con cordones. García Lorca fue un embustero. Se emborrachó con las palabras e idealizó la lenta agonía de esta tierra…

Silvia no sabía qué decir. Ella era intuitiva, temperamental. Por eso en la cama elevó a Padrosa al séptimo cielo. Pero considerarla una aguda observadora hubiese sido una calumnia. Lo que le gustaba eran los caballos. Caballos árabes, de pura raza? No importaba. Conformaban una estampa sensual de inusitada fuerza. En Sevilla les dijeron que Franco proyectaba canalizar el Guadalquivir, hacerlo navegable, hasta el mar. Ello sería un regalo de los dioses para quienes malvivían a sus orillas. Les hablaron del cardenal Segura… "Cuidado con los novios! -había alertado-. Se acarician en público sin ningún pudor". Silvia y Padrosa se enlazaron por la cintura y se pasearon por doquier como dos tortolitos.

– Yo no ordenaría ningún sacerdote sin que antes hubiera cursado ciertos estudios en casa de la Andaluza -propuso Padrosa.

Silvia se rió.

– Entiendo, entiendo -admitió-. Vamos a almorzar al hotel y a la hora de la siesta me fabricas nuestro primer hijo…

Les hubiera gustado ir a Cuelgamuros, al Valle de los Caídos, a visitar al padre de Félix. Pero la Agencia Gerunda les reclamaba y tampoco estaban seguros de conseguir el permiso necesario. Fue una lástima, porque en aquellos días Alfonso Reyes, en el economato, había capitaneado una protesta general por el mal rancho que les servían y sus pretensiones habían sido tenidas en cuenta.

En Cádiz fueron a un circo. Los circos encantaban a Silvia. Sobre todo, el número de los elefantes. Ella hubiera querido ser domadora de elefantes y no manicura en la barbería de Dámaso.

– Con que me domes a mí -le dijo Padrosa-, basta y sobra para que esta luna de miel se prolongue toda la vida.

* * *

Quincena del amor. Ricardo Montero recayó. Recayó en una profunda depresión, agravada por las copas de más que solía tomar en compañía del capitán Sánchez Bravo y porque en el póquer perdía todos sus dineros. En cuestión de ocho días fue perdiendo todo interés por la vida, llegando casi al estado catatónico. El doctor Andújar tuvo que aplicarle seis electrochoques. La medida era drástica, traumatizante, pero no existía otra fórmula para detener el avance del mal.

Gracia Andújar le vio en aquel estado y decidió cortar por lo sano. El muchacho le dio mucha lástima, pero comprendió que su padre tenía razón: los tiros de gracia con que remató en el cementerio a los condenados a muerte le perseguirían toda la vida.

Esperaría un tiempo prudencial y rompería sus relaciones con él. Llena de vida en la Sección Femenina -Coros y Danzas-, se sintió incapaz de casarse y convivir con un hombre enfermo que podía llegar a serlo mental.

De otro lado, Marta no había cesado de hablarle de su hermano, José Luis Martínez de Soria, quien estaba al acecho de lo que pudiera acontecer. Marta organizó un almuerzo en su casa con motivo de su cumpleaños y todo marchó sobre ruedas. La madre de Marta y de José Luis colmó de atenciones a Gracia Andújar, quien era como una gacela que en muchas cosas recordaba a Ana María y a Esther. José Luis quedó vivamente impresionado. La muchacha podía también llamarse Cascabel. Era capaz de bailar sobre la punta de los pies y lo sabía todo del arte de Diáguilev. Entendía que había que cuidar del cuerpo como lo que era: depositario del alma. Se había educado incluso la voz. Marta, cantando, era el puro desastre. Gracia Andújar, aconsejada por Chelo Rosselló, emitía un sonido puro, las palabras le fluían con matices que arrullaban al prójimo. Su padre siempre le decía: "Acércate… Habíame de lo que quieras y me quedaré dormido". O bien: "Acércate… Habíame en tono más alto y me espabilaré". Era un diapasón hecho carne.

José Luis quedó prendado de la muchacha y Gracia Andújar sintió por José Luis una oleada de súbito afecto que nunca hubiera podido sospechar. Comprendió que ahí podía estar la clave del enigma que, con Ricardo Montero, daba vueltas sin parar. José Luis era transparente como aquel hombre de cristal que habían expuesto en la farmacia Ribas. El uniforme le sentaba como si lo hubiera llevado desde la niñez, como si hubiera ido creciendo con él.

Alto, sobrio, se parecía a Marta en la claridad de su mirada y en sus breves afirmaciones. Peinado corto: orden del general. Admiraba mucho a Mateo, del que había copiado el mechero de yesca. Tenía una verruga en la sien izquierda -se la rascaba con frecuencia-, sin decidirse nunca a ir al dermatólogo. Olía bien, a colonia de calidad. Su profesión de teniente jurídico le había ido humanizando poco a poco desde que en Lérida, en plena guerra civil, mosén Alberto le dijo: "Los vencedores podríais dedicaros a perdonar". Hacía lo que estaba de su parte, con lo que se había ganado el aprecio de Manolo y del profesor Civil. Todo el mundo le respetaba. Y lograba amistades contradictorias, como la del fanático jesuíta padre Jaraíz, "enemigo potencial" del padre Forteza. El padre Jaraíz era partidario, como mosén Falcó, de la mano dura. José Luis se acordaba del final de "aquel que a hierro mata".

La madre de Marta, siempre con el espíritu enlutado, vio en aquella pareja una esperanza de resurrección. Gracia Andújar había arrancado de ella, sino carcajadas, por lo menos sonrisas que casi había olvidado. La mujer, al sonreír, se rejuvenecía. Se había propuesto -y lo había conseguido- amar a todo el mundo, excepto al general, por la causa de siempre, porque se había negado a ir al cementerio a depositar un ramo de flores a la tumba del comandante Martínez de Soria, al que calificaba de "traidor" porque se rindió.

Por descontado, mientras durara la crisis de Ricardo Montero no era cuestión de salir los dos a la calle "para conocerse mejor". Pero lo más probable era que no tardaran en hacerlo. Por de pronto, Gracia Andújar le dijo a su padre: "No sé si será falta de caridad, pero no me siento capaz de convivir con un depresivo, que además se emborracha". Al doctor Andújar le acosaron los escrúpulos. A lo largo de su vida había procurado convencer a los parientes de los depresivos de que debían dedicarles todo el cariño posible; y ahora que esta dolencia le tocaba directamente no podía por menos que alegrarse de la decisión de su hija. Ah, qué fácil resultaba teorizar, cuan difícil ser consecuente! Los dos hijos mayores del doctor Andújar, Carlos y Juan, que estudiaban en Barcelona, se alegraron mucho de la decisión tomada por su hermana. Si la cosa seguía adelante, celebrarían la Navidad en paz.

* * *

Quincena del amor. El doctor Chaos había encontrado su víctima propiciatoria: un ayudante de mister Collins, el cónsul inglés. Se llamaba Alvin Stevenson y tenía el rostro tan pálido que parecía drogado. Se conocieron en la cafetería España. Casualmente juntos en la barra del bar, la gesticulación de Alvin llamó la atención del doctor Chaos. Éste le invitó en nombre de la "hospitalidad española". Hubo un intercambio de miradas, la intervención de un sexto sentido y el doctor Chaos le propuso al muchacho visitar su clínica.

Y allí se produjo el emparejamiento. El doctor Chaos cerró con llave la puerta de su despacho, ordenando a las monjas que no le molestaran hasta nuevo aviso. Apenas si el doctor tuvo necesidad de demostrar sus amplios conocimientos del idioma inglés. El idioma común fue la pasión. Alvin Stevenson era como una mujer. Desde que llegó a España -llevaba en Gerona más de seis meses-, siempre le había sorprendido que sus inclinaciones fueran consideradas tabú por la población. A su ver, eran de lo más normal y, en épocas anteriores, sólo remontándose a Grecia, consideradas incluso de signo superior. El doctor Chaos casi enloqueció de placer. Las monjas, entretanto, atendían a los pacientes internos o rezaban el rosario; él desgranaba las jaculatorias de la más ortodoxa homosexualidad. Los jadeos de Alvin casi traspasaron las paredes. Fue una unión perfecta, como la de la Torre de Babel y Paz, como la de Padrosa y Silvia. La palidez de Alvin intensificó los deseos del doctor Chaos. Una temporada le atrajeron los tísicos; tal vez Alvin lo fuera. Quedaron en verse en la clínica otra vez; aunque siempre con mucho tiento para que el cónsul, mister Collins, no se enterara y considerara aquello como una alianza bélica entre España e Inglaterra.

* * *

El día 8 de diciembre el amor fue de otro cariz. Se creó el Día de la Madre, en nombre de la Inmaculada Concepción. En todos los colegios se organizaron concursos literarios y de dibujos dedicados a la madre. Ignacio y Pilar le regalaron a Carmen Elgazu la instalación de una nueva ducha, puesto que la que tenían se había deteriorado con el tiempo y apenas si goteaba. "Teléfono y ducha, qué más queréis! Agua fría y agua caliente, como debe ser". Carmen Elgazu se compró un gorro de baño, de goma, que arrancó de Matías sabrosos comentarios.

El Día de la Madre fue un éxito total. En las joyerías se exhibieron unas chapitas con la inscripción: "A mi madre, con amor" y se agotaron en cuestión de una semana. Esther mandó una a su madre, Katy; Manolo otra a su madre, Inés; Ángel, el hijo del gobernador, otra a su madre, María Fernanda, la cual se emocionó. María Fernanda hubiera deseado tener muchos hijos y se quedó con sólo uno. "Claro que Ángel, soltero, arquitecto y fotógrafo, vale por tres". Los ocho hijos del doctor Andújar obsequiaron a su madre, Elisa, con un gato persa, de color azul, al que bautizaron con el nombre de Pastilla en recuerdo de las medicinas que recetaba su padre. Etcétera.

Quienes no tenían madre, como Paz y Manuel, esbozaron una mueca. También esbozó una mueca Mateo, que apenas si se acordaba de la mujer que le dio el ser. Eloy llegó al piso de la Rambla con un obsequio espectacular: un balón con las firmas del entrenador y de los once titulares del Gerona Club de Fútbol. 'El Niño de Jaén' le regaló a su madre, una gitana de buen ver, llamada Lolita, un precioso espejo de mano. Lolita se pirraba por los espejos, que la ayudaban a acicalarse cuando entre sus hijos o en su clan se celebraba una boda y que le traían buena suerte. Las pupilas de la Andaluza le regalaron a ésta una radiogramola Philips, que alegraría la espera de los clientes.

Mateo recibió órdenes de Madrid: era preciso que el Frente de Juventudes celebrara con toda pompa el Día de la Madre. El texto oficial decía literalmente: "El día 8 te sacrificarás por tu madre. No es bien nacido quien no ama a su madre. Un beso sobre la frente de nuestras madres, un abrazo a su cintura. Así lo quiso Dios al hacerse carne en las dulcísimas entrañas de la más alta Señora del Universo. Bendita sea. La madre te dio el orgullo y la alegría de nacer en España".

Mateo entregó una copia de esta circular a los muchachos y Marta a las chicas. Unos y otras prometieron besar la frente, el día 8, y abrazar la cintura de sus respectivas madres. Y tener algún detalle con ellas, aunque fuera un "chusco" tierno de pan del que se suministraba a los soldados. El obispo, doctor Gregorio Lascasas, celebró una misa pontifical en la catedral, con un éxito que mosén Iguacen comparó con los de Semana Santa.

Sólo un pequeño incidente: en el teatro Municipal se anunció la puesta en escena de la obra de Jardiel Poncela: Madre (el drama padre). Matías se precipitó a comprar seis entradas… Pero el gobernador, camarada Montaraz, entendió que se trataba de una burla y prohibió la representación.

Sin embargo, Matías no se fue de vacío. Leyó en La Vanguardia que se festejaba en Montserrat el cincuentenario del Cremallera, que había transportado desde su fundación más de cinco millones de pasajeros. Convenció a Mateo y a Pilar para subir con el coche oficial a la Santa Montaña. Mateo cedió: no se atrevió a negarse en nombre de la austeridad. Y allá se fueron. Carmen Elgazu, qué extraño!, no había estado nunca en Montserrat. Siempre había oído decir que Montserrat era la "Cataluña subterránea", el "feudo separatista". Cataluña subterránea! Con aquellas montañas ciclópeas, aquellas rocas que se sostenían en contra de todas las leyes del equilibrio. Carmen Elgazu no sabía dónde posar los ojos. El día era nublado, pero las nubes, veloces, dejaban a trechos entrever el grandioso paisaje. Varios millares de "peregrinos" se concentraban allí, cada cual con su plegaria a cuestas.

Apenas si pudieron entrar en la basílica, fastuosamente iluminada, con las lámparas votivas circunvolando los altares. Por fortuna, encontraron todavía sitio muy cerca del presbiterio y pudieron seguir con atención el solemne oficio, que tuvo lugar a las once. El padre abad y los monjes, poblando el hemiciclo con sus hábitos benedictinos, configuraban un mundo aparte, al margen de cualquier guerra y de cualquier pasión humana. Diríase que eran seres puros arrancados de la entraña de la cristiandad. Carmen Elgazu se emocionó sobre todo en el momento de la Elevación y también con el canto de los monjes. Formaban una sola voz. "Eso es canto gregoriano", le indicó Mateo. "Gregoriano…?". "Del papa Gregorio, mujer", remachó Matías. Y tocó madera pidiendo no haberse equivocado.

Allá arriba, allá en lo alto, en el camerino, estaba la Moreneta, que era un símbolo que muchos no catalanes, empezando por el camarada Montaraz, rechazaban de plano. Carmen Elgazu era de otra pasta. La Virgen era la Virgen, fuera cual fuera el color. "Morena, de color negro?". Qué importaba! Ello significaba que era la madre de todas las razas. Terminado el oficio, uniéronse los cuatro a la fila india que iba subiendo penosamente la escalera que conducía al camerino. En los laterales, estandartes, blasones, banderas y muchos exvotos. Copas del Club de Fútbol Barcelona! Lástima que Eloy no estuviera allí… Por fin les tocó el turno y Carmen Elgazu no supo si besar a la Virgen o al Niño que ésta sostenía en sus rodillas. Finalmente besó las dos imágenes y se sintió como transportada. Bajaron por el otro lado y se encontraron fuera, en la explanada frente a la basílica. "Y la Salve? Cuándo canta la Salve la escolanía?". "A la una en punto". Carmen Elgazu quiso quedarse donde estaban, descansando en los pretiles del barranco. No le importaba gran cosa el Cremallera, a cuyos pies se celebraban festejos. Matías, por el contrario, hubiera querido subir a aquel artefacto "milagroso" que trepaba por el abismo como una gigantesca oruga, cruzándose a mitad de camino con el que descendía.

A la una, la escolanía cantó la Salve. Carmen Elgazu, al ver a los monaguillos con su sobrepelliz blanco y su aspecto angélico recordó a su hijo César, cuando regresaba del Collell. Supuso que todo aquello era más puro aún y que emanaban de las voces retazos de divinidad. La Salve terminó pronto -por qué?- y el pueblo que volvía a abarrotar la basílica inició el cántico del Virolai. Ninguno de los cuatro conocía la letra. Mateo se puso evidentemente nervioso y no comprendía cómo se las habían ingeniado los monjes para obtener el permiso necesario. Lo más probable era que no lo hubieran pedido. Leía en los rostros como una secreta venganza, como un triunfo colectivo y pensó insistentemente en lo que hubiera gozado mosén Alberto dirigiendo aquel coro catalán entusiasta y clamoroso.

Terminado el Virolai los monjes, después de una profunda reverencia, fueron desapareciendo al otro lado del altar mayor. Y los fieles empezaron también a desfilar. Carmen Elgazu hizo varias genuflexiones y poco a poco encontraron la puerta de salida. Fuera hacía frío. Un frío cortante. Pero la gente se mostraba eufórica y llevaba banderas de incomprensible significado.

Pilar comentó:

– Ha sido muy hermoso.

Mateo le preguntó:

– De veras te ha gustado?

– Quiero que me traigas aquí en primavera, un día corriente, en que no se agolpe tanta multitud…

Matías opinó, hablando en tono más alto que de ordinario:

– Cataluña es Cataluña, qué caray! El librero Jaime tiene razón. Contra esto, Mateo, no podréis luchar. Es lo mismo que pegarle puñetazos a una roca.

Mateo apenas si le oyó. Había mejorado bastante de su cojera y se dirigió renqueante hacia el sitio en el que les esperaba el chófer Hernando con el coche oficial. Hernando les dijo que media hora antes se había producido un altercado en la explanada. Varios pequeños grupos habían intentado cantar y bailar La Santa Espina, sardana considerada el himno separatista. Intervino la guardia civil y disolvió los grupos. Entonces un niño se colocó una barretina, pegó un grito y desapareció entre la multitud.

* * *

Quincena del amor. Ana María, cumpliendo su promesa, se plantó en Gerona aprovechando que su padre se había ido a Portugal. Se hospedó en casa de Gaspar Ley y de Charo, donde la colmaron de atenciones.

Ana María estaba paliducha y había adelgazado. "Te encuentras bien?". "Sí, sí, estoy perfectamente!". Pero sus ojos no mentían. No podía decirse de ella que fuera un Cascabel. Había un fondo de tristeza en su mirada e Ignacio quiso conocer la verdad.

La verdad era que había tenido con su padre discusiones violentísimas, porque le repitió una vez más que era mayor de edad y que estaba decidida a casarse con Ignacio. "Si no venís a la boda, me casaré lo mismo, en la intimidad. Y me iré a vivir con él en Gerona".

Por fortuna, e inesperadamente, su madre se puso de su parte. Ella había hecho averiguaciones por su cuenta y todo el mundo estaba de acuerdo. Ignacio no era un "don nadie". Ignacio era un abogado que ya había probado sus facultades y que trabajaba en el mejor bufete de la ciudad.

– Quién eras tú cuando nos casamos, a ver? -le dijo a don Rosendo-. Tu abuelo tenía un almacén de alpargatas y tu padre trabajaba en él con un sueldo ínfimo. Sí, ya lo sé, te has hecho a ti mismo! Cómo puedes afirmar que Ignacio no seguirá tus pasos? Es un muchacho sano, inteligente, trabajador. No se le conoce vicio de ninguna clase. Ni que fueras un marqués! A mis padres tampoco les hizo gracia nuestra boda y ahora tienes un yate, dos coches, negocios por todas partes, incluso con Inglaterra y mis padres están con la boca abierta. Que yo sepa sólo hay una diferencia: yo no sé con qué fórmulas mágicas has ganado tanto dinero, y en cambio Ana María, que tiene más carácter, estoy segura de que vigilará a Ignacio mucho más de lo que yo te he vigilado a ti.

Don Rosendo pegó un puñetazo en la mesa. Estaba a punto de soltar alguna barbaridad. Por último se mordió el labio inferior, se fue hacia el ventanal, encendió un cigarro habano y claudicó.

– De acuerdo. Que haga lo que le dé la gana. Pero, para la boda, no contéis conmigo -y don Rosendo se fue a Portugal.

Todo ello había afectado lo indecible a Ana María, pese a que, de hecho, era un gran triunfo. Ya no tendrían que verse a escondidas, ya no tendría que inventar excusas y ya podría explicar a su madre por qué guardaba todos aquellos terrones de azúcar del frontón Chiqui.

Ignacio, al enterarse de todo esto, pegó un brinco de satisfacción.

– Pero… Ana María! Te das cuenta de lo que esto significa? Vamos a quemar las etapas. Yo estoy ya situado, si te conformas con vivir sin demasiado boato. Podríamos casarnos en verano. Por ejemplo, el doce de agosto, día de tu cumpleaños. Ah, pero antes tienes que recuperar esos kilos que has perdido y aquel brillo de tus ojos! Voy a llamar a Moncho para que te eche un vistazo.

Moncho y Eva, solícitos como siempre, recibieron a la pareja en su domicilio-laboratorio. Moncho, de entrada, y después de una somera exploración, descartó cualquier tipo de gravedad y así lo dijo. Pero harían falta unos análisis. Tal vez faltaran glóbulos rojos o algún tipo de mineral. La estructura de Ana María era fuerte y había sido bien alimentada. En la espera, a vivir confiados.

– Si queréis, aprovechad para ver algún bichito en el microscopio…

Ignacio casi aplaudió.

– Hala, sí! Que conviene ver esas cosas!

Ana María negó con la cabeza. Estaba un poco mareada.

– En todo caso, cuando sepamos los resultados de los análisis…

Moncho no supo qué decir. La llegada de Ana María había alterado sus planes. Había proyectado, como siempre, ir con Ignacio a esquiar, estaba vez a La Molina. Ana María no estaba en condiciones ni siquiera de subir a pie las escalinatas de la catedral. Bien! Renunciaría a todo ello y organizarían varias tertulias, en las que Moncho intentaría explicarle a Ana María por qué él amaba tanto los vegetales, la vida inmóvil -aunque también el correr del agua de los arroyos- y todas sus teorías sobre vivir hasta los setenta años y luego morir de repente.

– Te acuerdas, Ignacio? La duda permanente es un error. Hay que elegir, y elegir cosas humildes: el trabajo, los amigos, la marca de tabaco… Aunque yo, como es de suponer, no he fumado en mí vida y ahora estoy leyendo a Rousseau.

Ana María quedó encantada con aquella pareja, que juzgó ideal, pues Eva no se quedó atrás y tuvo una brillante intervención en contra de las guerras e incluso en contra de los bichitos visibles al microscopio y que se comían unos a otros.

– Tu caso, Ana María, está clarísimo. No tienes por qué preocuparte. La psique influye mucho y por ese flanco a veces discuto con Moncho, quien acepta la tesis pero en la práctica concede demasiada importancia a las leyes bioquímicas y físicas…

Les acompañaron a la puerta. Quedaron en cenar juntos dos días después.

– Cenar temprano. Que a Ana María le conviene descanso…

* * *

Manolo y Esther recibieron con todos los honores a Ignacio y Ana María, lo mismo que a raíz de aquella visita fugaz de Semana Santa, cuando presenciaron desde el balcón el desfile procesionario. Ignacio recordaba que Manolo le había dicho: "Te has fijado? Esther y Ana María se entienden de maravilla. Son de la misma clase".

En esta visita se confirmó el diagnóstico. Manolo y Esther estaban enterados, por boca de Ignacio, del triunfo conseguido por Ana María con respecto a su padre. "Lo importante es que haya cedido. Ahora vosotros tenéis que ganaros a pulso la nueva situación". No hicieron en absoluto mención de la palidez de Ana María, de la que también estaban enterados por Ignacio. Al oír que posiblemente el 12 de agosto se celebraría la boda, Manolo palmeó.

– Ya está! En la ermita de los Angeles… Apenas si nadie se casa allí. Y la cuestión en la vida es ser un poco original, como me ocurre a mí con mi sombrero tirolés.

La conversación fue larga y Ana María aguantó perfectamente la prueba. Hablaron de mil cosas e hicieron planes para cuando estuvieran casados y Ana María viviera también en Gerona. Hablaron de la guerra, que evidentemente estaba dando un vuelco a favor de los aliados -la maniobra en África había sido magistral-, y de los datos que el doctor Andújar estaba recopilando sobre Hitler. Hablaron de María Fernanda, la esposa del gobernador, que era un tesoro y que a buen seguro haría buenas migas con Ana María, lo mismo que la condesa de Rubí. "Al gobernador, en cambio -terció Manolo-, no acabo de entenderle. A veces parece liberal y ocuparse de los problemas sociales, a veces te pega un porrazo de no te menees en nombre de José Antonio y del camarada Girón". Hablaron de Ángel, el hijo del gobernador, al que Manolo y Esther habían encargado los planos de un chalet en S'Agaró, con piscina y pista de tenis. "Aunque a lo mejor cometo un pecado -dijo Esther-, me gustaría que, en lo posible, sobresaliera el color blanco, que es el de la arquitectura de mi tierra". Hablaron de la reconciliación de Mateo y Pilar. Esther estimó que no tendría nada de extraño que de nuevo la cigüeña anduviera flotando sobre el piso de la plaza de la Estación. Hablaron de la nueva revista musical que hacía furor en el Paralelo, en Barcelona: Los vieneses. Al parecer, constituía una revolución, con fuentes luminosas, perfección del conjunto, la inimitable gracia de un showman llamado Franz Joham. Ana María les informó de que, en Barcelona, cuando se producía el cese de algún personaje político, como había ocurrido con Serrano Súñer, la gente cantaba: "Se va el caimán, se va el caimán…" Y que la canción Bésame mucho era prohibida una y otra vez, por sus insinuaciones pecaminosas. Ignacio intervino: "He leído a un autor francés, un tal Sully, según el cual la agricultura y la ganadería son las dos ubres de Francia; podría decirse que la hipocresía y el miedo son las dos ubres del franquismo". Etcétera.

Esther quedó con Ana María que jugarían al tenis y le preguntó si estaba aficionada al bridge. "Me temo que no conozco siquiera las cartas francesas, excepto el as de corazones". "Pues tendrás que aprender -insistió Esther-. Aquí organizamos campeonatos locales. Últimamente, suelen ganar Chafo y la condesa de Rubí". Ignacio protestó. Lo que le convendría a Ana María sería el deporte. La natación, por supuesto y también excursiones. Y aprender a esquiar. "Moncho se lo ha aconsejado y creo que tiene razón".

Manolo tuvo buena cuenta de no advertir a Ana María que se aproximaba la fecha en que su "bufete" tendría que enfrentarse con los abogados de su padre, Rosendo Sarro. Por lo visto éste se había metido en un buen lío, al vender en Sabadell y Tarrasa tejidos a precio legítimo, de escandallo, pero obligando al comprador a adquirir como si fueran Coyas o Grecos cuadros pintados por cualquier aficionado local. Un buen truco, que casi suscitaba admiración.

Ana María, en un momento determinado, se reclinó en el diván -la chimenea, ardiendo- como si se desperezara y dijo: "Se está bien aquí… Esto es confortable. Y estoy segura de que vuestro chalet en S'Agaró lo será también". Ignacio, al oír esto, arrugó el entrecejo. Ana María se dio cuenta y dándole una palmada prosiguió: "Anda, no seas tonto, que yo, por ti sería capaz de vivir en la calle de la Barca e incluso en el palacio episcopal".

* * *

La última pregunta que le formuló Ana María a Esther fue por qué no tenían en casa un perro o un gato. "Hacen mucha compañía, no?". "Sí, es verdad -accedió Esther-. Pero dan mucho la lata. Y te prometo que Jacinto y Clara se bastan y sobran para no dejarme respirar".

Manolo se rió de las palabras de Esther.

– Ya lo habéis oído, muchachos… Los hijos producen asma. Así que, tenedlo en cuenta…

La última visita de Ana María fue al piso de la Rambla. Ignacio decidió, ya era hora!, presentarla a sus padres. Por fortuna, el microscopio de Moncho les había dado buenas noticias. Un poco de anemia y una cierta falta de cal en los huesos. "Lo repito una vez más. Ejercicio, mucho ejercicio! Y pásate por aquí, que Eva te dará unas pócimas de herboristería que ella sabe preparar". Por lo demás, Ana María no era la misma que cuando llegó a Gerona. Por lo visto, la presencia de Ignacio y el afecto de sus amistades la habían mejorado sensiblemente.

Al entrar en el piso de la Rambla y ver el perchero con el sombrero de Matías colgado se quedó inmóvil por unos instantes.

Cuánta modestia! Era posible? Sí, lo era. Y en medio de esta modestia se había criado Ignacio, había terminado su carrera y había aprendido lo que era la intimidad.

Carmen Elgazu y Matías se habían compuesto para recibir a la muchacha. Ana María no sabía si besarles o estrecharles la mano. Por fin les estrechó la mano, mientras Carmen Elgazu decía:

– Bien venida, hija…

Matías detestaba las situaciones equívocas.

– Anda, sentaos… Queréis una taza de café? Digo café, no digo malta.

Ignacio asintió, lo mismo que Ana María y Carmen Elgazu desapareció en la cocina. Ana María se disponía a sentarse, pero Matías se le dirigió de nuevo.

– Ven un momento, que quiero enseñarte nuestro Amazonas, el río Oñar.

Se acercó al ventanal y Ana María quedó a su lado, mirando. Había llovido bastante y el agua cubría el río de parte a parte.

– Te das cuenta? -añadió Matías-. Desde aquí, cuando no hace tanto frío, me dedico a pescar en caña.

– Sí, ya lo sé -se anticipó Ana María-. Y a veces el pescado va directamente del río a la sartén…

Matías soltó una carcajada.

– Ah, ese Ignacio! Te lo ha contado todo, verdad?

– Todo, no creo; pero sí bastantes cosas… -Ana María hizo un mohín-. Supongo, claro…

– Cómo que supongo?

– Todavía no me ha dicho cómo se las arregla usted para ganar siempre al dominó…

El resto de la velada fue feliz, sin el menor incidente, todos y cada uno comportándose de la forma más natural. Carmen Elgazu detectó al instante que Ana María llevaba cadenilla con una cruz colgada del cuello, y Matías, prestando atención a sus pendientes, que brillaban como el sol y a algún que otro gesto de la muchacha andaba rumiando: "Por supuesto, no es de nuestra clase". Esto le preocupó. Pero sólo un momento. El amor -amor, amor- con que miraba a Ignacio y el embobamiento de éste valían más que cualquier especulación dialéctica.

Ignacio había advertido a su madre: "No le digas que hemos instalado una ducha nueva… En cambio, puedes hablarle del teléfono, puesto que ya tiene el número y desde ahora sonará con frecuencia".

Carmen Elgazu no le habló de ninguna de las dos cosas. En cambio, le habló de Eloy, que estaba en la escuela. "Es nuestra mascota particular. Fíjate lo que me regaló el Día de la Madre!", y Carmen Elgazu fue en busca del balón con la firma del entrenador y de los once titulares del Gerona Club de Fútbol.

Ana María se encontró con el balón en las manos e iba dándole vueltas lentamente para observar las firmas. Tenía nociones da grafología y pensó: "Ninguno de éstos ha hecho siquiera el bachillerato". Por fin Ignacio le libró del balón y lo hizo rodar por el pasillo hasta el vestíbulo.

Carmen Elgazu se abstuvo de enseñarle el resto de la casa -cocina, alcoba conyugal, etc.-, pero, en cambio, Matías se empeñó en que viera el futbolín. Fueron a verlo y de pronto Ana María, rodando la vista por aquellas paredes atestadas de libros, con una mesa de buen tamaño y dos camas individuales, preguntó:

– Pero, éste es tu cuarto, Ignacio?

– El mío y el de Eloy… Se puede compaginar el meter goles con el Código Penal, no crees?

Ella le cogió del brazo y asintió.

Sí, Ana María se movió a gusto entre aquellos seres. Comprendió que debería adaptarse a determinadas costumbres; pero esto ya lo sabía de antemano, con sólo tratar a Ignacio. Por lo demás, Matías le pareció mucho más educado que Rosendo Sarro, su padre por la gracia de Dios.

La despedida fue emotiva. Ya en la puerta, de pronto Ana María dio media vuelta y mirando a Matías y levantando el índice dijo: Caldo Potax. Matías quedó mudo de asombro hasta que pudo balbucear: Caldo Potax…

La ronda se remató en la plaza de la Estación, en el piso de Mateo y Pilar. Todo se produjo con naturalidad, ante la sorpresa de Ana María, quien había imaginado qne Pilar la recibiría de uñas por su íntima amistad con Marta. Pilar había también doblado esta página… Por supuesto, se dedicó a observar a Ana María como Moncho los bichitos en el microscopio. Y dijo para sí: "No es una hija de papá. Es cariñosa y sabrá adaptarse. Y es alegre! No me sorprende que Ignacio la haya preferido. Ah, Marta, qué lástima, qué lástima de su camisa azul!".

Mateo estuvo un poco ausente, lo que molestó a Ignacio. A veces le ocurría esto a Mateo y seguramente provenía de algún problema que le había surgido en los cargos que ostentaba en la Falange. Sin embargo, el ex divisionario hizo un esfuerzo y se fue a la alcoba y regresó con el pequeño César llevándolo en alto como si fuese una bandera.

– Ahí tenéis! Es mi mejor condecoración…

Pilar le agradeció estas palabras. Rodearon al crío y los demás temas huyeron por la ventana. A Ignacio siempre le había preocupado que la presencia de un bebé hipnotizara de tal modo a los mayores que éstos olvidaban todas sus ideas y se convertían en seres de puro instinto, meramente zoológicos. Los diminutivos: "Ay, qué monada! Qué hermosura de crío! A ver, a ver, cómo te llamas? Cuántos años tienes?", le habían parecido siempre idiotas. Moncho compartía esta opinión y por ello, de acuerdo con Eva -por ello, y por razones más profundas-, no quiso tener hijos.

La tertulia se acabó. Tiempo tendrían de conversar, de confrontar opiniones, de comentar la guerra, la paz y de censurar la suciedad de Gerona, pese a los esfuerzos del camarada Montaraz. Por de pronto ya se habían conocido, por más que Pilar había visto ya muchas fotos de Ana María -fotos sacadas por Ezequiel- y ya tenía una idea. De Ana María le gustaron especialmente los ojos y la voz. Ana María tenía una voz mate, suave y su marcado acento catalán aumentaba todavía su encanto.

Se despidieron dándose los besos de costumbre. Mateo ayudó a Ana María a ponerse el abrigo de pieles. Y en cuanto estuvieron fuera Mateo dijo escuetamente: "Aprobado".

Pilar respiró. Sin embargo, le preguntó:

– Se puede saber por qué estabas un poco ausente? Ignacio, por supuesto, se ha dado cuenta…

Mateo se sentó en la mecedora que perteneció a don Emilio Santos.

– He recibido malas noticias. Me ha llamado por teléfono Núñez Maza… Le ha escrito una carta a Franco dimitiendo de su cargo de consejero nacional y poniendo al Régimen a parir. Y parece ser que el castigo será desterrarlo a cualquier sitio inhóspito, cuando lo que él necesitaría sería descansar y reponerse de su enfermedad.

CAPÍTULO XIII

EL PRONÓSTICO SE CUMPLIÓ. Núñez Maza, al regresar de la División Azul, escribió efectivamente una carta, muy meditada, al Caudillo, diciéndole que los muertos de la División Azul hubieran podido ser muchos menos si el mando alemán no les hubiera escamoteado la aviación. Al margen de esto, al regresar se había encontrado con una Falange rotundamente desviada de los principios de José Antonio, en los que predominaba sobre cualquier otro capítulo la redención del trabajador. España se había convertido en un país oligárquico, con una minoría que ostentaba el poder y se repartía las prebendas y una mayoría que vivía de nabos y zanahorias y empeñaba el alma en los Montes de Piedad.

Él, como camisa vieja y como ex divisionario, no podía permanecer impasible ante semejante traición. Consideraba un deber exponérselo al Caudillo de España, fuera cual fuera la decisión que éste tuviera a bien tomar. Era posible que España, maltrecha y cansada después de la guerra civil, aclamara a Su Excelencia en los viajes; pero se estaba incubando un profundo descontento, aparte de que la visión global del mundo, del meollo de la sociedad, aconsejaban el pluralismo, en contra del decálogo de las naciones del Pacto Tripartito. Los alemanes perderían la guerra -él lo vio con claridad en Rusia-, y entonces las democracias pasarían factura y lo que pudo haber sido la culminación fáustica de una gesta histórica -la guerra civil-, podría convertirse en un "Sálvese quien pueda", y que de nuevo y para siempre las de perder recaerían posiblemente sobre los menos responsables. "Sin más que añadir le presento. Excelencia, mis respetos. Luché en las filas de la Falange inicial, y volvería a hacerlo; pero yo esperaba que la doctrina de José Antonio no sería enterrada con él". Firmado: Alejandro Núñez Maza.

Según el camarada Salazar, quien había regresado ya de Rusia y que llamó por teléfono a Mateo, Franco dudó entre mandar a Núñez Maza al paredón o desterrarlo. Por fin lo desterró a Ronda, siempre teniendo en cuenta el clima, que podía serle beneficioso para su recuperación. Núñez Maza era un poco una figura mítica dentro del Movimiento y Franco no quiso fabricar otro héroe. Bastante le pesaba José Antonio, puesto que seguía vigente la tesis de que se negó a canjearle durante la guerra civil.

Salazar dio a entender a Mateo que personalmente él no estaba en absoluto de acuerdo con la postura adoptada por Núñez Maza. "Cuando me enseñó la carta discutí violentamente con él. Lo lamenté mucho. Considero que su acto es una rebelión y no comprendo qué mosca le ha picado para venir ahora con el pluralismo y la democracia. España, y él lo sabe, ha hecho ya esta prueba en distintas etapas de su historia y el desenlace ha sido siempre fatal. Cierto que hay muchas cosas que deben mejorarse, pero hay que hacerlo desde dentro, como pretendo hacerlo yo y como supongo piensas hacerlo tú en tu querida Gerona".

Mateo se quedó hondamente preocupado y no era nada extraño que el idilio entre Ignacio y Ana María le dejara indiferente. Escribió a Núñez Maza, en tono un tanto neutro, y aquel ser enfebrecido en el hospital de Riga y que había sido ejemplo para millares de falangistas le contestó largo y tendido, exponiéndole sus razones y diciéndole que de momento se dedicaría en Ronda a escribir sonetos, que es lo que le apetecía.

Mateo trató el tema con el camarada Montaraz, quien estaba tan al corriente como el camarada Salazar, el de la cachimba y la fuerza física. El camarada Montaraz fue tajante. "Yo también considero que la actitud de Núñez Maza es una rebelión y creo que el Caudillo, en su decisión, ha sido benévolo…" Dijo esto y enseñó sus dos dientes de oro.

Mateo se sobresaltó.

– Tú qué hubieras hecho?

– Juicio sumarísimo y al paredón.

* * *

El año 1943 se presentó cargado de noticias. El doctor Chaos y Moncho se entusiasmaron porque el doctor Waksman, norteamericano de origen ruso, consiguió aislar la neomicina y la estreptomicina. También se estrenó el NO-DO, noticiario. "El mundo entero al alcance de los españoles", en sustitución de los noticiarios alemanes UFA y de los italianos LUCE. En un principio, se daban sobre todo imágenes victoriosas de la campaña del Este, y cuando aparecía el Caudillo mucha gente, sobre todo en los pueblos, se ponía en pie y levantaba el brazo. El doctor Andújar dijo por radio, en su emisión "Pildoras para pensar", que se daban un cien por cien más de criminales entre los solteros que entre los casados, lo que movió a reflexión a Ángel, el hijo del gobernador. Por su parte la Voz de Alerta, en su columna "Ventana al mundo" que publicaba en Amanecer, escribió que España fue el primer país que conoció el platino, y de ahí el diminutivo de plata. Plinio hacía mención del "pomo blanco" que se recogía y fundía en las minas y lavadores de España y Lusitania.

Al compás de estas noticias, llegó a Gerona el hermano de Alfonso Estrada, Sebastián, quien, en efecto, había decidido dejar de navegar y quedarse en tierra. Su último viaje había sido con el buque Montserrat, cruzando el Atlántico ida y vuelta, pero había conocido mucho mundo y estaba muy al día en cuestión de las toneladas que habían hundido los submarinos del Eje y los de los aliados. Dejó los barcos porque se había cansado de dar vueltas y porque quería desarrollarse intelectualmente. También porque uno de los capitanes que tuvo le dio a leer un librito pequeño, titulado Camino, de monseñor Escrivá de Balaguer, en el que leyó una serie de máximas que le causaron gran impresión. Dicho capitán, que era de tierra adentro, de Barbastro, lo mismo que el autor del libro, se reía de éste y de sus elucubraciones. Pero Sebastián Estrada, que, al igual que su hermano, era hombre de fe, encontró en Camino, pese a sus evidentes contradicciones y lugares comunes, algo que le sedujo: la virilidad.

Era un libro viril, y a Sebastián ello le iba como anillo al dedo. Jamás encajó el muchacho en las Congregaciones Marianas. De estatura mediana, fornido, musculado, se había tatuado en un brazo una pequeña sirena. Había pecado mucho contra el sexto mandamiento y ahora esta flaqueza le causaba estorbo, sobre todo porque había contraído varias enfermedades venéreas. Tenía la vista sanísima, gracias a sus estancias en el mar. Caminaba balanceándose un poco, como algunos marinos. Poco hablador, contestaba casi con monosílabos. Tocaba la guitarra. Cejas pobladas y mentón prominente, que le conferían un aire autoritario que respondía a la verdad. La palabra América tenía sentido para él -al igual que para Julio y para David y Olga-, por los muchos viajes que había hecho con la Compañía Trasatlántica. Le asustaba pensar que en Gerona encontraría en este sentido una población aldeana, que no vería más allá de sus narices. El telegrama que le envió su hermano, Alfonso, acabó de decidirle y el 6 de enero, coincidiendo con la festividad de los Reyes Magos, llamó a la puerta de su casa dándole a Alfonso un abrazo interminable.

– No te asustes de mi gorra de marino… He jurado llevarla toda la vida.

– No me asusta la gorra. Lo que me ha asustado es la fuerza de tus brazos…

– Pues en uno de ellos llevo tatuada una sirena!

– No me sorprende. Todos tenemos nuestra sirena, en la tierra o en el mar…

– La tuya cómo se llama?

– Asunción, y es maestra.

Tres personas se alegraron especialmente de la llegada de Sebastián. En primer lugar, Alfonso, quien le anunció que iba a casarse muy pronto. En segundo lugar, Manolo, quien en cuestión de quince días, con la ayuda del notario Noguer, puso de acuerdo a los dos hermanos para el reparto en dos mitades de la herencia que les había legado su padre. En tercer lugar, Agustín Lago.

Jamás éste pudo imaginar que el primer fichaje para el Opus Dei que conseguiría en Gerona le llegaría del Caribe. Y fue así. Sebastián habló con su hermano, con el padre Forteza y mosén Alberto, y todos le explicaron someramente en qué consistía la Obra y que en Gerona ésta tenía un representante: el inspector de enseñanza primaria, mutilado de guerra, llamado Agustín Lago.

Sebastián, después de cumplimentar a las amistades de rigor, entre las que figuraban Mateo e Ignacio, visitó, en la fonda Imperio, a Agustín Lago. Se presentó como un neófito, con Camino en la mano. Agustín Lago sonrió. Vio en ello la mano de la providencia. Cómo era posible que un capitán de barco nacido en Barbastro ejerciera de intermediario? Claro que Camino decía: "No seas pesimista. No sabes que todo cuanto sucede o puede suceder es por tu bien? Tu optimismo será la necesaria consecuencia de tu fe".

Agustín Lago le preguntó a Sebastián Estrada si creía en Dios.

– Sí, creo.

Si creía que Jesucristo era hijo de Dios.

– Sí, creo.

Si creía que la madre de Jesús era inmaculada.

– Sí, creo.

Si creía en la resurrección de la carne.

– Sí, creo. Y también creo en un premio y en un castigo eternos.

A partir de ahí, Agustín Lago se comportó con la máxima cautela. Le dijo que ingresar en la Obra no era tarea fácil, que se necesitaba el placel de monseñor Escrivá y estar dispuesto a hipotecar en pro del Opus Dei gran parte de la vida personal. Todo ello dentro de una absoluta libertad en el aspecto profesional.

– El Opus Dei -declaró Agustín Lago-, que hace dos años el doctor Eijo Caray, obispo de Madrid y Alcalá, reconoció como Pía Unión, tiene por objeto el apostolado en medio del mundo y abrir las puertas incluso a fieles de otras religiones. Para darte un ejemplo, te diré que acaban de ingresar en la Obra, en calidad de cooperadores, algunos croatas refugiados en España, huyendo de la guerra mundial.

El diálogo entre los dos hombres se prolongó por espacio de tres horas, mientras en el comedor de la fonda Imperio Cacerola y los otros tres ex divisionarios cantaban La Parrala. A la salida, Sebastián Estrada había aprendido muchas cosas. Que el padre Escrivá vivía en Madrid, en la calle Jenner, 6, donde había montado una academia de derecho y arquitectura que se llamaba Dya, siglas que significaban derecho y arquitectura, pero que para los iniciados significaban Dios y Audacia. Estaban con él su madre, Dolores, su hermano, Santiago, y su hermana, Carmen, además de una serie de estudiantes que formaban lo que se denominaba " la Gran Familia ".

Aprendió también que existían tres categorías entre los miembros de la Obra: la sacerdotal, los miembros laicos que hicieran votos monásticos y los laicos que se casaran y formaran familia. Que había una serie de oraciones prescritas a lo largo de cada día, pero que se podían rezar mientras se jugaba al tenis… Que según las Constituciones, que muy pocos conocían, la acción de apostolado y proselitismo debía centrarse de manera específica en el mundo intelectual y en la clase dirigente. Al llegar aquí, Agustín Lago preguntó:

– Qué estudios tienes tú, Sebastián?

– Soy radiotelegrafista. Pero me gustaría estudiar magisterio…

– Piénsalo… Y esto lo mismo si ingresas en la Obra como si decides que no te conviene.

Sebastián Estrada quedó un tanto desconcertado. Mientras Agustín Lago hablaba, le pareció que se llevaba la mano al bolsillo con demasiada frecuencia. Finalmente le preguntó: "Puedo saber qué llevas ahí?". Y Agustín Lago le enseñó un crucifijo. "Lo llevamos siempre. Y lo apretamos con la mano cuando nos asalta alguna tentación y también cuando nos proponemos hacer el bien… Porque, nosotros, por nuestra cuenta, somos incapaces de lograr nada. Todo depende de la acción mediadora de Cristo".

También le desconcertó que, con el tiempo que Agustín Lago llevaba en Gerona no hubiera "fichado" a nadie más. Agustín Lago le repitió que ello no era fácil y que la Obra no tenía prisa. En Barcelona se había abierto brecha entre algunas familias pudientes y entre el minoritario mundo intelectual. Él mismo había recibido varias visitas de un arquitecto llamado Carlos Godo, que había hecho los votos monásticos. También había entrado en la Obra el filósofo hispano hindú Raimundo Paniker. Tocante a Madrid, feudo del fundador, estaban trabajando en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el Ministerio de Educación, etc., y un tal Alvarez del Portillo se perfilaba como futuro secretario general.

Sebastián intuyó que "aquello" le convendría -lo mismo que estudiar magisterio-, pero necesitaba conocer muchos más detalles, dado que aquella Pía Unión guardaba grandes semejanzas con cualquier otra fundación religiosa. El padre Forteza le había dicho: "Diríase que quieren suplantarnos, partiendo de la base de que los jesuítas hemos perdido el norte… Se van a dar con un canto en los dientes". Por su parte, mosén Alberto le informó de que las obligaciones cotidianas de cualquier miembro de la Obra eran durísimas, hasta el extremo de que él suponía que el Papa pondría coto a su expansión. Él mismo había tenido un incidente desagradable con un tal Carlos Godo, a quien dijo que la Obra, por sus secretos y sus ritos de iniciación, se parecía un poco a una francmasonería blanca. Carlos Godo se puso en guardia y espetó: "Eso es tanto como si me dijera que mi madre es una puta renombrada!".

Sebastián Estrada era introvertido. No le gustaba la improvisación. Posiblemente ello lo había aprendido en el mar. Por de pronto, nadie discutía ni tanto así la ejemplar personalidad de Agustín Lago y su eficacia al frente de la Primera Enseñanza. "Por sus obras les conoceréis". Sebastián intuía que el Opus Dei se presentaba como una revolución en el seno de la propia Iglesia y las opiniones de sus adversarios podían muy bien ser fruto de los cejos o del temor.

La propia postura de su hermano, Alfonso, lo alertó. Al contagie su entrevista con Agustín Lago, Alfonso, que tocaba el piano y era rumboso de carácter, se sentó en el taburete y atacó la Marcha fúnebre. "Hay congregantes e incluso jesuítas, muertos de miedo, es verdad. Yo, por supuesto, soy partidario de las fórmulas clásicas y tengo un librito mucho más práctico que Camino: los Evangelios. Allí no se habla ni de la "santa desvergüenza", ni de la "santa coacción", ni se dice: Tu obediencia debe ser muda. Esa lengua! Yo quiero obedecer en voz alta, como hace el padre Forteza".

Sebastián tuvo un momento de decaimiento. Hacía poco que había dejado la mar, y se enfrentaba con unas complejidades que no tenían nada que ver ni con el contrabando ni con los navy-certs. No sabía si aborrecer o venerar ese librito, Camino, que le dio el capitán. No sabía si Agustín Lago, al darle largas, en el fondo no se había sentido superior. Por qué no le invitó, de buenas a primeras, a ir a Madrid a conocer a monseñor Escrivá? Habló de éste mucho más que de Cristo. Lo tenía en un pedestal. Le enseñó una fotografía suya -la llevaba junto a una estampa de la Virgen- y la mano le temblaba. En dicha fotografía, eso sí, se veía a un sacerdote de cara recia, de mirada inquisidora, que arrastraría sin duda a los débiles y acaso también a los fuertes. Su hermano le había dicho: "El día que vea que monseñor Escrivá no menosprecia a las mujeres y que uno de sus sacerdotes se hace sacerdote-obrero, aquel día cambiaré de opinión". "Por descontado -añadió-, prepárate a dormir sobre tablas y a entregarle a la Obra la totalidad de la herencia que has recibido".

– Pero, qué estás diciendo?

– Lo que oyes…-Alfonso volvió a tocar al piano la Marcha fúnebre-. Intelectuales, dirigentes y banqueros, te das cuenta?

Sebastián se acordó de que él tenía una guitarra… Pero el tono de voz de su hermano no acabó de gustarle y se olvidó de ella y se encerró en su cuarto. Si por lo menos llevara en el bolsillo un crucifijo para poderlo apretar!

* * *

La vida continuaba en la ciudad. Llovía a mares y todo el mundo temía una de las clásicas inundaciones con que de tarde en tarde el cielo obsequiaba a los gerundenses. El camarada Montaraz, que no estaba acostumbrado a ello, alertó a los bomberos, que tenían su hangar junto al matadero municipal. Los dueños de los establecimientos se prepararon para tapiar en lo posible, utilizando ladrillos, la puerta de entrada. Lo que sorprendió al gobernador fue que la parte de mayor peligro de la ciudad, el barrio de Pedret y la calle de la Barca, fuese aquella cuyas gentes eran las que con mayor estoicismo contemplaban el agua que iba cayendo. Sólo el patrón del Cocodrilo tomó sus medidas, como de costumbre. Le robaban en el bar, pero él no se inmutaba. "Pobrecitos. No tienen donde caerse muertos. Lo que me roban van a empeñarlo al Monte de Piedad". El gobernador prometió hacer un viaje a Madrid para evitar aquel periódico riesgo. "Si de algo puede envanecerse Franco es de su política de embalses, aunque en Madrid, y ello me parece bien, a causa de esto le llaman el hombre rana. Voy a ver si nos construye un embalse como Dios manda". Y ordenó a su hijo, Ángel, que sacara el mayor número posible de fotografías de la inminente inundación.

Por suerte, la cosa no pasó a mayores, como en 1933. Dejó de llover en el momento oportuno y el Ter pudo absorber perfectamente el temible caudal del Oñar. Sólo la Dehesa quedó convertida en lago. Desde el ventanal de los Alvear, el agua que bajaba con ímpetu arrastrando toda clase de utensilios, troncos de árbol, muñecas y chatarra, ofrecía un aspecto impresionante. "Ahí va!", gritó Eloy, con la nariz pegada a los cristales. "Nos hemos salvado de milagro -comentó Matías-. Y agua no va a faltar… Además, habremos dicho al frío adiós muy buenas, hasta nuevo aviso".

Rogelio, en la cafetería España, en la Rambla, respiró. Cuando advirtió el pánico de sus vecinos no sabía qué hacer. Miguel Rosselló le ayudó personalmente a tapiar la puerta; pasado el susto, Rogelio derribó los ladrillos con unos cuantos martillazos y colgó en el cristal un letrero que decía: "Se sirve café pasado por agua".

La cafetería España era un éxito. La gente entraba y salía sin cesar. Rogelio escuchaba. "Menudo palco de observación!", había comentado el comisario Diéguez. A Rogelio le gustaba el chismorreo y algunos de sus clientes habían empezado a hablar sin temor. Muchos aludían a la BBC, emisora que, a pesar de las "programadas" interferencias, a menudo podía oírse con claridad. Por ella se enteraron de que la marcha de la guerra daba, en efecto, la impresión de ser desfavorable al Eje, y Rogelio se indignaba ante la sonrisita que muchos le dedicaban, sin duda por saberle ex divisionario. Uno de los clientes más asiduos era el librero Jaime, quien no sólo se tomaba muchos cafés-malta al cabo del día, sino que, según Rogelio, vendía por dos pesetas las copias de los partes de la BBC que publicaba la embajada británica y que Facundo, dos veces por semana, iba a recoger al hotel del Centro, donde se hospedaba mister Collins.

Otro de los clientes era el padre Forteza, quien siempre entraba allí con dos o tres jóvenes catecúmenos. El obispo le había llamado la atención, pero él había contestado: "En el Nuevo Testamento no hay una sola palabra en contra de las cafeterías situadas en lugar céntrico. En cambio, sí hay una alusión al ojo de la cerradura por la que deberán pasar los ricos para entrar en el cielo".

Clientes de postín para Rogelio eran los hermanos Costa, quienes continuaban repartiendo "pedrea" por la ciudad. No sólo le daban a Rogelio propinas regias, sino que financiaban el club gerundense de hockey sobre ruedas, que aquel año había quedado campeón de España. "Sabe usted bailar el swing?". Ritmo nuevo. Los Costa organizaron un concurso en la pista anexa al estadio de Vista Alegre, con un premio de mil quinientas pesetas. Lo ganó Rogelio junto con una extraña jovencita, que nadie sabía quién era, muy bella, que llevaba cola de caballo anudada con un lacito azul. Rogelio, pese a sus ideas, estaba encantado con los hermanos Costa, entre otras razones porque jamás se metían en política. Iban a lo suyo, coñac de marca -Rogelio sabía dónde encontrarlo- y que Dios repartiera suerte.

Otros clientes, éstos de fácil comprensión, eran los ex divisionarios como Rogelio, empezando por Cacerola. Por causas diversas, cada uno de ellos era un reclamo para la cafetería España. León Izquierdo, quien a la sazón, y de hecho, por enfermedad de Ricardo Montero, ejercía de "jefe" en la Biblioteca Municipal, se había ya proclamado campeón de billar en la confrontación que se celebró en el casino de los señores. La expectación fue enorme. Lo organizó la Falange, es decir, Mateo. La final la jugaron León Izquierdo y el capitán Sánchez Bravo. Éste fue buen perdedor, deportivo; León Izquierdo, mal hablado, hacía que las bolas le obedecieran a base de llamarlas cabronas, hijas de la gran perra y lindezas por el estilo.

Pedro Ibáñez tampoco había perdido el tiempo. Bien alimentado, por estar en Abastos, con una gran cantidad de palillos que adquirió, y muchas horas de paciencia, reprodujo la catedral y la iglesia de San Félix con asombrosa precisión. Sobre todo los campanarios, eran un modelo de bien hacer. Las dos joyas fueron expuestas en el Museo Diocesano, pues mosén Alberto no dejó escapar tamaña oportunidad. Pedro Ibáñez, leporino, muy alto y delgado como un alfil, estaba absolutamente satisfecho, pues por fin había conseguido, a través de la embajada y del Responsable, conocer el paradero de sus padres en Venezuela. Su padre le escribió de puño y letra diciéndole que continuaban luchando por la causa – la América Hispana era campo propicio- y que se ganaba muy bien la vida vendiendo juguetes para los niños. "Seguro que aquí hay más juguetes que en Madrid -le decía-. Deberías venirte y echarme una mano". Pedro Ibáñez le contestó que él era falangista y que por eso el anarquismo le sonaba a falsa moneda que de mano en mano va.

Evaristo Rojas, sevillano, continuaba de empleado administrativo en la Delegación de Obras Públicas, donde el porvenir de España, gracias a la reconstrucción, se veía con mayor optimismo. Llegó a conocer uno por uno a todos los torreros de la costa, puesto que él, en Pagaduría, era quien mensualmente cuidaba de hacerles efectivos los sueldos. "Resistís la soledad?". "Perfectamente…" "Y en días de temporal, cuando las olas embisten, cuando la mar se pone brava?". "No hay ópera que se le pueda comparar". Evaristo coleccionaba relojes de bolsillo antiguos, con tapa móvil. Se trajo de Rusia media docena y consiguió que Rogelio en la cafetería España colgara un letrerito: "Compro relojes de bolsillo antiguos, compro". Hizo buenas migas con un anticuario que había hecho una fortuna comprando y vendiendo tallas más o menos auténticas requisadas en las iglesias durante la guerra civil. Se llamaba Benjamín Pujadas y de vez en cuando llamaba a Evaristo para enseñarle la última pieza, el último reloj, que hubiera cazado. Los había con musiquilla, como el del padre Forteza y sin musiquilla. Los había con la esfera azul, o blanca, o dorada. Los había con cifras romanas y las agujas temblorosas. En los relojes se le iba media paga y los tenía colgados en su cuarto, como el gobernador tenía los suyos, de pared, colocados en varias estancias del Gobierno Civil. Los que se trajo de Rusia eran sus preferidos, puesto que estaban teñidos de recuerdos y de sangre: los había requisado al enemigo, que lo mismo podían ser esquiadores siberianos como oriundos de Georgia, donde había nacido Stalin.

Sin embargo, el más popular y conocido de la fonda Imperio era, cómo no!, Cacerola. También en su labor de conserje en Sindicatos se había percatado de que las cosas no andaban, ni mucho menos, tan mal como afirmaban los enemigos del Régimen o los que vivían siempre a la contra. Los Sindicatos – la CNS- funcionaban: Sindicato del Aceite, de la Ganadería, de la Metalurgia, de la Pesca, etc., eran organismos que formaban un todo armónico. Jesús Revilla, el delegado provincial, que era muy avanzado y eficaz, decía siempre que sí, que todo aquello estaba encarrilado, pero que se escamoteaba a los obreros su arma más poderosa: la huelga. "Como en Rusia, Cacerola, como en Rusia". Cacerola no sabía qué contestar, puesto que él jamás había pensado en hacer huelga de ninguna clase.

Cacerola, en la fonda Imperio, dio la campanada. No sólo como buen cocinero le enseñó a doña Rogelía a confeccionar tortillas sin huevos, guisos sin carne, fritos sin aceite, dulces sin azúcar, café con trigo tostado, sino que empezó a interesarse por la hija de doña Rogelia, Lourdes de nombre, que era invidente. Hermosa, con un cuerpo atractivo, pero ciega. Cacerola, a lo primero, se limitó a acompañarla a dar vueltas por la plaza de San Agustín, llegando incluso a la Dehesa. La muchacha dejó, por lo tanto, el bastón blanco y se apoyó en el antebrazo de Cacerola. Doña Rogelia titubeó. Temía que Cacerola actuara por puro exhibicionismo, pero que a la hora de la verdad se echara para atrás y se buscara otra pensión.

Pero no parecía que la cosa fuera por ahí. Cacerola, "que era un romántico irremediable, se enamoró de veras de Lourdes, por su voz cálida, por su alegría! y por su falta de complejos. Se comportaba como todo el mundo, leía por el sistema Braille y vibraba con los concursos radiofónicos de "Lo toma o lo deja", "Doble o nada", dirigidos por los locutores Joaquín Soler Serrano, Matías Prats y Enrique Marinas. También la colmaban los seriales, que continuaban en boga. Lourdes, que tenía sentido del humor, le dijo a Cacerola: "Prohibido que me llames por teléfono a la hora de las lágrimas".

Cacerola se decidió. Se casaría con Lourdes. Ya era hora de sentar cabeza. La quería. Jamás encontraría un alma tan pura como la del "ángel" de aquella pensión. Doña Rogelia, viuda, levantó los brazos hasta el techo y abrazó y besó a Cacerola por espacio de varios minutos. Lourdes le advirtió de que no exagerara. Ella había estado siempre contenta con su suerte y tenía su mundo interior tal vez más rico que otras muchas personas. Se casaría con Cacerola porque entendía que el muchacho era un tesoro de bondad y, en consecuencia, se enamoró. Nunca había querido vender cupones de lotería. La lotería vino a ella y ella la aceptó. Cacerola, sabedor de la reacción de Lourdes, la quiso todavía más, aun en contra de la postura de sus compañeros, que no sabían si admirarlo o si acababa de jugarse la vida.

Cacerola recibió muchos plácemes. Entre ellos, de Mateo y del gobernador, camarada Montaraz. Por cierto que éste, desde su garita de centinela, observaba los acontecimientos y se reafirmó en la idea de que, pasara lo que pasara, sus más leales servidores serían los ex divisionarios, además de Miguel Rosselló, de Marta y de una pléyade de falangistas sobrios que andaban repartidos por los pueblos.

Así que los trató con delicadeza y de vez en cuando entraba también en la cafetería España a pedir "fiebre de malta". Se acariciaba la cicatriz de la mejilla izquierda y leyendo los partes de guerra pensaba: "Quién sabe lo que puede ocurrir!". Añoraba la caza a la que se dedicó en Albacete. En Gerona no tenía tiempo. Como sucedáneo, organizó en la Dehesa un campeonato de tiro al plato. Los ex divisionarios participaron en bloque, así como una buena representación de los oficiales de infantería. Cien platos. Su oponente más tenaz fue precisamente su propio hijo, Ángel. Pero al final venció. Cien platos, cien dianas. Ni un solo error. Todo el mundo aplaudió. Pero se dio la paradoja de que la copa, regalada por él, el camarada Montaraz tuvo que entregársela a sí mismo. Las mujeres de la "alta sociedad" gerundense acudieron al reclamo del tiro al plato. Siguieron con el alma en un hilo los números del marcador. Al final, doña Cecilia comentó: "Ha ganado el gobernador porque mi marido, el general, se negó a participar… Si el general se hubiera inscrito, hubiera roto los cien platos con menos de cien disparos".

* * *

La batalla de Stalingrado tocó a su fin, con el rendimiento sin condiciones del Ejército alemán al mando del mariscal Von Paulus. Los rusos habían pasado a la contraofensiva y a lo largo de setenta y siete días había cercado a los alemanes, a 37o bajo cero. De los trescientos mil hombres que comprendía el VI Ejército alemán el 23 de noviembre de 1942, treinta mil heridos o enfermos pudieron ser evacuados gracias al establecimiento de un puente aéreo, que tropezó con dificultades sobrehumanas. El resto, fueron capturados o murieron de hambre o de frío. Desaparecieron 22 divisiones y una cantidad incalculable de material bélico. Veinticuatro generales y más de dos mil oficiales fueron hechos prisioneros. La mayor derrota de la guerra.

En Stalingrado, civiles y militares rusos festejaron con entusiasmo el primer día de paz y de libertad recobradas. Nikita Kruschev, delegado del Partido cerca de las tropas del Don, remitió al mariscal Emerenko una pistola, el arma personal de Von Paulus, en señal de agradecimiento y en recuerdo de la victoriosa batalla que acababa de ganar. Por su parte, Stalin citó en la orden del día a todos los combatientes, comandantes y obreros políticos del frente del Don, por la forma ejemplar en que se había realizado la operación.

Hitler se desesperó y sus ojos parecieron más cavernosos que nunca. Su orden había sido, como siempre, mantenerse o morir. Von Paulus fue el primer mariscal alemán que se rindió. "Uno se mata con el último cartucho -gritó Hitler-. Desprecio a un soldado que se rinde. Veinte mil personas se suicidan al año en Alemania y es absurdo que un mariscal no sea capaz de hacer lo que hace una mujer ultrajada. Ya no haré más mariscales. El heroísmo de decenas de millares de soldados queda empañado por la cobardía de uno solo. Veréis que antes de ocho días los rusos harán hablar por radio a Von Paulus, incitando a la Wehrmacht a rendirse".

La noticia dio la vuelta al mundo y llegó también a Gerona. El camarada Montaraz, sentado en su sillón de mando, rompió media docena de cacahuetes. No acertaba a comprender. Recordó algunas opiniones de su esposa, María Fernanda y del profesor Civil. En cuanto al general Sánchez Bravo, rehuyó toda posible polémica con su hijo y se desahogó con el coronel Romero, diciéndole que la respuesta de Hitler no se haría esperar, en forma de un "arma secreta" que decidiría pronto y de golpe la guerra, sin posible apelación. "Goebbels ha prometido esta arma a su pueblo, en nombre del Führer y sólo falta saber la fecha exacta de su letal lanzamiento".

Manolo y Esther festejaron el acontecimiento. Ignacio discutió con ellos. "Os comprendería si festejaseis una victoria de Inglaterra o los Estados Unidos, y tal vez yo mismo brindara con vosotros con champán. Pero la victoria rasa, no! Esto es hipotecar para varias décadas el porvenir del mundo entero".

Poco después, la resistencia de Rommel y los italianos en África tocaba también a su fin. El "zorro del desierto", Rommel, había sido vencido por el "rayo del desierto", Montgomery, ayudado éste por el desembarco aliado en Argel. El caballo blanco de Mussolini no entraría nunca en El Cairo; por el contrario, liquidada la guerra en África se presentía la invasión de la propia Italia, a través de las islas del Mediterráneo, Cerdeña o Sicilia.

Jaime el librero vendió como rosquillas las copias de los partes de guerra emitidos por la BBC y de los que en Gerona era depositario mister Collins.

CAPÍTULO XIV

UNA CIERTA EXCITACIÓN se apoderó de los partidarios del Eje, sobre todo de los que ocupaban algún cargo. El camarada Montaraz le decía a María Fernanda: "Son rachas malas. En todas las cosas de la vida ocurre así, incluido el matrimonio. Confiemos en que Hitler acabará enderezando la situación". María Fernanda, que continuaba quejándose de la columna vertebral y sintiendo una viva repugnancia por los reptiles, no veía posibilidad ninguna de que tal reacción favorable al Eje se produjera. Tampoco la veía Ángel, su hijo, quien había terminado el proyecto de chalet de Manolo y Esther en S'Agaró. Un chalet precioso, cuyos planos encantaron a todo el mundo, sin exceptuar al vejete que se sabía el Aranzadi de memoria.

Tocante a Mateo, su crispación se manifestaba en todas partes, excepto en el hogar. Tenía buen cuidado de no darle a Pilar más que buenas noticias, sobre todo desde que ésta le comunicó que volvía a estar encinta. Mateo la había cogido del cuello, había lanzado un alarido a lo Tarzán y la había estrechado entre sus brazos. Luego llamó por teléfono a Moncho, porque el pequeño César tenía un poco de fiebre y se pasaba muchos ratos llorando. Moncho le recetó unos vahos medicinales. Pilar temió que con ellos César se asfixiara. En cuestión de un par de días el niño se curó y volvió a ser la nota alegre de las vidas de Mateo y Pilar.

Mateo, en cuanto cruzaba la puerta de su casa y entraba en contacto con el exterior, fruncía el ceño. Y es que no podía soportar las sonrisitas de los que compraban las copias de los partes de la BBC. Leía en sus rostros las palabras Stalingrado y Afrika Korps. Especialmente le ponían furioso las sonrisitas de los cónsules mister Collins y mister John Stern, quienes parecían gozar del don de la ubicuidad. Se cruzaba con ellos por doquier, desde la cafetería España hasta las inmediaciones del Gobierno Civil, del que el hotel del Centro no quedaba muy lejos.

Mateo no quería admitir prematuramente ningún tipo de derrota. Había sobrevivido a tantas calamidades! Volvió a pensar en el hospital de Riga. Confiaba en el "arma secreta" anunciada por Goebbels y en unas palabras de Franco: "Los sistemas liberales son incapaces de ganar una guerra". Franco era un gran militar. Ahora bien, en la Unión Soviética no regía ningún sistema liberal…

Uno de los excesos de Mateo fue publicar en Amanecer la noticia "del gesto viril de los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, quienes arrojaron por el balcón desde un tercer piso al profesor español Enjuto, al enterarse de que el citado profesor había formado parte del Tribunal Popular que condenó en Alicante a José Antonio". ' La Voz de Alerta' se indignó. Llamó por teléfono a Mateo y le cantó las cuarenta. Nadie podía ufanarse de lanzar a un ser humano por un balcón. En realidad, aquella gota había Jfe colmado el vaso. Mateo, en su cargo de censor, se mostraba muy arbitrario. Dependía del humor, de la buena o mala digestión, de los consejos de Paúl Günther, el cónsul alemán que había hecho cursillos en la Gestapo y con el que Mateo había entrado en relación. Paúl Günther era una especie de profesor Relken, quien había desaparecido del mapa. No llevaba monóculo! Era de agradecer; pero siempre iba acompañado de cuatro jóvenes tan altos como él y de dos perros de raza que tenían embobado al vecindario.

Por otra parte, Mateo tenía un poco las manos atadas, no sólo por el camarada Montaraz, sino por mosén Falcó, encargado de la censura eclesiástica. Éste le prohibió terminantemente que en Amanecer aparecieran palabras tales como braga, muslo, liguero, sostén, homosexual, etc. Tampoco se podía decir carnaval -los carnavales de antes estaban prohibidos- y debía decirse "carnestolendas". Por si fuera poco, el obispo doctor Gregorio Lascasas le hizo saber que estaba en contra del pantalón corto que usaban los muchachos del Frente de Juventudes y que a su entender podían inducir a pecado a las jovencitas de la Sección Femenina. Mateo estuvo a punto de explotar. Lo cual era tanto más lamentable cuanto que desde que estuvo en Rusia se había vuelto tibio, casi indiferente en materia religiosa, lo que dolía mucho a Pilar y, por supuesto, a Carmen Elgazu. Mateo se hundía siempre en el misterio del origen del universo. Si Dios lo era Todo, cómo pudo crear algo fuera de Él? Mosén Alberto se limitaba a aconsejarle que dedicara un poco menos de tiempo a estudiar la doctrina de José Antonio y un poco más a los principios elementales de la teología.

Mateo consiguió superar cualquier posible lipotimia y decidió actuar más que nunca. Organizó en Gerona un desfile espectacular: desfile de balülas, es decir, de muchachos hijos de italianos muertos en la guerra de España. Los balülas se llevarían a Italia puñados de tierra española, de la tierra que cubría los restos de sus padres. En el programa de su retorno constaba que serían recibidos por el Duce en persona, por lo que Mateo y Marta entregaron al jefe de la expedición hermosas piezas de cerámica de La Bisbal.

Después de esto, Mateo organizó una peregrinación de "cadetes" a El Escorial, durante la cual rememoró aquellas jornadas del traslado del cadáver de José Antonio. Mateo invitó a la peregrinación a Eloy y al Niño de Jaén, pero no a Félix Reyes, quien perdió otra oportunidad de ver a su padre en el Valle de los Caídos. Eloy y el Niño de Jaén brincaron de alegría. El trayecto Madrid-Barcelona lo hicieron en avión! Avión de la compañía Iberia, un viejo trimotor Junker 52. Mucha gente consideraba héroes a los que se embarcaban. Los viajeros recibían multitud de obsequios durante el vuelo. Las azafatas les facilitaban algodones que les resguardaban los oídos -lo mismo que si se tratase del exiliado Antonio Casal- y todas las consumiciones eran gratuitas. Eloy y el Niño de Jaén pegaron la nariz en el ventanal y se impresionaron vivamente al comprobar que a partir de las tierras de Aragón el paisaje era inhóspito y estéril.

Ante la tumba de José Antonio los "cadetes" cantaron Cara al sol y lanzaron los gritos de rigor. A Mateo se le humedecieron los ojos. Debajo de aquella losa yacían los huesos del Fundador, cuya muerte originó que el programa de Falange se distorsionara peligrosamente. "Si José Antonio viviera, no estaríamos ahora coqueteando con los aliados, vendiéndoles wolframio porque pagan tres veces más y no nos hubiéramos negado a ocupar por sorpresa Gibraltar a fin de ayudar a Rommel". En un momento determinado, el Niño de Jaén se arrodilló. Mateo le ordenó que se levantara y revolviéndole el pelo le dijo: "Hala, ya está bien".

En Madrid, Mateo dejó instalados en un albergue a los "cadetes" y se fue al encuentro de Salazar, consejero nacional. Éste le abrazó calurosamente y luego encendió su famosa cachimba.

– Estamos cerca del Alto del León, donde tú y yo nos jugamos el pellejo, te acuerdas?

– Claro que me acuerdo! Jornadas históricas, que nos marcaron para siempre…

– Nos marcaron? -Salazar ladeó la cabeza-. Ha habido alguna deserción…

– Sí, ya lo sé. Te refieres a Núñez Maza… Me ha escrito un par de cartas desconcertantes, que no sé cómo interpretar.

Salazar se encogió de hombros.

– Yo estuve en Ronda a verle, la semana pasada -subió el tono de su voz-. Escribe a mucha gente, cartas, artículos, con una cabeza sorprendentemente clara… Y recibe muchas visitas. Gente de ideología dudosa, sobre todo, monárquicos. Pero también muchos falangistas que estiman que su postura es la correcta… -Salazar marcó una pausa-. Enfermo del pecho, casi tuberculoso, pero se está convirtiendo en el teórico de la Falange, en su depositario ortodoxo. A veces creo que habría que pararle los pies.

Mateo movió la cabeza.

– Eso es muy difícil. Ahí está su curriculum, que le salvó del juicio sumarísimo…

– Me dijo que se avergonzaba de su pasado, de muchas de las afirmaciones que había hecho con el micrófono en la mano. El microbio del pluralismo le ha penetrado hondo… -Salazar se dio un puñetazo en la frente-. No me extrañaría que pronto empezara a estudiar inglés.

Mateo cabeceó repetidamente. Qué podía haberle ocurrido? En Riga habló con él horas y horas. Fue al llegar a España cuando se produjo la decepción.

Dieron carpetazo al asunto y Mateo se prometió a sí mismo visitar personalmente a Núñez Maza en su lugar de destierro. Hablaron de Franco, del Pardo, del Pazo de Meirás… No habría caído el Caudillo en la tentación de la soberbia?

Salazar lo negó. Dijo que lo que el pueblo deseaba de él era precisamente esto. Por lo menos, mientras durara la guerra mundial. En el palacio del Pardo se guardaban infinidad de recuerdos de los Borbones, de los soberanos y príncipes que a lo largo de cuatro siglos presidieron los destinos de la nación. Con la fantasmal presencia de Goya en sus tapices… El Pazo de Meirás, que había pertenecido a la condesa Pardo Bazán, se lo había regalado el ayuntamiento de La Coruña, previa suscripción popular. Tal vez lo único que pudiera achacársele fuera haber comprado a precio de saldo una gran finca en Valdefuentes y que ahora la estuviese modernizando con la ayuda de los tractores del Instituto de Colonización…

Mateo se quedó boquiabierto. Salazar añadió que Franco, personalmente, era austero, sin vicios, casi franciscano en su vida íntima. Había matado mucho, pero sin rabia, con frialdad, porque consideraba que era su deber, como ocurrió con su primo Ricardo al que hizo fusilar porque cuando el Alzamiento destruyó todos los aviones del puerto de Ceuta. Lo sorprendente era que lloraba con frecuencia. No de arrepentimiento, sino porque se enternecía a la vista de los niños, al oír los himnos. Se le empañaban los ojos y empezaba a llorar. Tal vez la vanidosa del clan fuera su mujer, doña Carmen Polo, que no podía olvidar que de niño Franco era tan delgadito y poca cosa que le llamaban Cerillita. Otro miembro discutible de la familia era su hermano Nicolás, que antes de la guerra fue presidente del Rotary Club de Valencia y que fue su secretario particular durante algún tiempo.

Mateo se bebía las palabras de su interlocutor. Éste hablaba sin pasión, como si recitara una historia ya sabida y que para nada podía influir en su esquema ideológico. Salazar continuaba venerando al Caudillo, gracia al cual se había ganado la guerra civil y se había salvaguardado la neutralidad.

– Ahora mismo, tiene que luchar en varios frentes a la vez, en el campo diplomático, por supuesto. Por un lado, tener contentos al embajador alemán, Von Sthorer, al italiano y al japonés. Por otro, tener contentos a mister Hayes, embajador americano, muy pro español y a mister Samuel Hoare, inglés y antifranquista hasta la médula. No es una papeleta fácil… La última jugada de póquer del Caudillo ha sido adquirir treinta Packards para él y sus ministros, lo que ha satisfecho mucho a mister Hayes, al comprobar que Franco y sus ministros irían en automóviles americanos y no alemanes.

Mateo se sentía desbordado.

– Y eso de los Packards -insinuó, con voz dubitativa- te satisface a ti?

Salazar se levantó y le puso una mano en el hombro.

– Te digo que es un gesto diplomático… -Sonrió-: De una vez para siempre convéncete de que las cosas desde Madrid se ven de muy distinta manera que desde Gerona.

Esto último sublevó a Mateo.

– De modo que los de provincias somos unos palurdos, verdad?

El gigante Salazar posó su cachimba en el cenicero y levantó los brazos.

– Yo no he dicho eso! Es nuestro lenguaje, no? Desde cuándo los falangistas hemos de andarnos con tapujos? No tomas tú, en tu casa, decisiones que ni siquiera entiende tu mujer…? Pues aplícate el cuento.

Mateo salió de la Delegación Nacional de FET y de las JONS hecho un lío. Le dolió no llevar consigo la bala que le lesionó la cadera. La había escondido en lo alto del depósito del agua para que Pilar no la encontrara jamás.

* * *

Entre los exiliados españoles empezó a notarse una cierta euforia. La guerra había cambiado de signo y aunque Alemania y el Japón eran muy fuertes aún, daba la impresión de que el Pacto Tripartito empezaba a desmoronarse. Incluso el Japón, que se había desparramado por Asia como una ola gigantesca, comenzaba a tener problemas. Chiang Kai-shek reaccionaba en China y se Jfe daba por seguro que admitiría la ayuda de los comunistas, éstos capitaneados por Mao Tsé-tung.

En Ufa, el estado de ánimo de los españoles instalados allí era complejo. Alegría por la trayectoria bélica, dolor por la muerte de Rubén, el hijo de la Pasionaria. Rubén, herido anteriormente, ahora había encontrado la muerte en Stalingrado. El propio Nikita Kruschev fue quien comunicó a la Pasionaria la noticia, intentando consolarla diciéndole que él también había dado un hijo en el frente… ' La Pasionaria' lloró amargamente. De los seis hijos que había traído al mundo sólo le quedaba una hija, Amaya. La habían nombrado secretaria general del Partido, en detrimento de Jesús Hernández, quien, desde Méjico, aspiraba a dicho cargo. Jesús Hernández, el de la famosa alocución en el barco en que Cosme Vila se trasladó del Havre a Leningrado al terminar la guerra civil, se indignó con la Pasionaria y se enemistó con el Partido. David y Olga, que en Méjico habían entrado en contacto con él, le afearon su conducta. "'La Pasionaria' es un mito auténtico, un caso único entre todos los amigos de la URSS. Deberías enviarle un telegrama de felicitación".

Cosme Vila, que cumplía a la perfección en Radio Moscú, al igual que la maestra Regina Suárez, estaba a punto de ser padre por segunda vez. Como si quisiera seguir las huellas de Mateo, preñó de nuevo a su mujer, la cual estuvo, al fin!, contenta, puesto que un segundo hijo colmaba sus ilusiones domésticas. Ella seguía sin comprender el porqué de las guerras y le había dicho a la Pasionaria: "De qué te van a servir todos los honores del Kremlin si has perdido a Rubén?". La compañera de Cosme Vila no se habituaría jamás a la URSS. El resto del "grupo" hablaba ya ruso, y sobre todo lo leía, con pasmosa facilidad; ella continuaba viendo únicamente patitas de mosca. "Qué nombre le pondremos al bebé?", preguntó Cosme Vila. "Si es varón -dijo Regina Suárez-, Nikita, en honor de Kruschev; si es hembra, Dolores, en honor de la Pasionaria ". Ésta sonrió. "Muchas gracias", dijo. Sonrió porque en toda la URSS había clubes internacionales, brigadas de trabajo y escuelas que empezaban a llevar el nombre de Rubén Ibárruri, y ello le daba ánimo para seguir en su puesto. "Lástima -comentó- que el hijo de Stalin no haya podido ser rescatado aún de la barbarie alemana. Seguramente lo guardan como rehén, para cuando logremos hacer prisioneros a Himmler y a Goebbels".

Al otro lado del mapamundi brindaron por Stalingrado y el Afrika Korps nada menos que Julio García, David y Olga. Los tres se habían reunido en Washington, a invitación de Julio. "Los tres grandes", bromearon, mientras un negrito le limpiaba las botas a Julio, en el vestíbulo del Imperial Hotel.

Olga estaba exultante de belleza y felicidad; David había envejecido, al igual que Julio y Amparo. Ésta, por supuesto, había probado todos los cosméticos del mercado; Julio se había limitado a vestirse un poco a lo yanqui, con camisas de muchos colores y tirantes a lo Fred Astaire. Olga se había alisado de nuevo el cabello y su acento al hablar hubiera sin duda fascinado a Ignacio, como lo fascinó aquel verano al bañarse desnuda, de noche, en la playa de San Feliu de Guíxols. Por cierto, que los tres habían leído en Amanecer que San Feliu de Guíxols había sido adoptado por el Caudillo, junto a otros muchos pueblos catalanes. David comentó: "No me extrañaría que al regresar a Cataluña nos encontremos con que la mitad de la población habla con acento gallego".

La alegría les salía por los poros. Sabían cuál era la producción diaria de material bélico de los Estados Unidos: diríase que pretendían invadir el planeta Marte. "Creo que voy a pedir la nacionalidad americana -dijo Julio-. No hay ningún pueblo en la tierra que se les pueda comparar. Individualmente, son como cualquiera de los cuatro; pero, considerados en bloque, no tienen rival". La última "buena" noticia que les había llegado era que el conde Ciano había discutido violentamente con el Duce y que éste decidió enviarlo de embajador en la Santa Sede. "Al parecer, Ciano visitó a Hitler intentando convencerle de que abandonara el ataque a Rusia y concentrara todas sus fuerzas en Occidente, en el Mediterráneo; pero Hitler, indignado, lo mandó con la música a otra parte, música que resultó ser la embajada en el Vaticano".

– Sin la imaginación latina, ya me explicaréis -comentó Julio-. Los alemanes, por sí solos, son unos bárbaros.

Discutieron un poco sobre la discriminación racial en los Estados Unidos. "Una cosa es -terció Amparo- defender a distancia, desde Europa, los derechos de los negros, y otra cosa es convivir con ellos, tenerlos al lado, verlos cocinar, comer e ir al lavabo. Apestan, ésta es la palabra. Yo no les podría soportar… Por eso, Julio tuvo la delicadeza de ganar el dinero suficiente para poder estar en un hotel de lujo".

Olga refunfuñó. En nombre del socialismo, no lo veía claro. Pero se calló al oír que Julio decía:

– Amparo tiene razón.

No podía faltar una carta firmada por los cuatro y dirigida a los Alvear. Los cuatro sabían ya que Ignacio ejercía de abogado y que Mateo había regresado de Rusia con una herida "un poco grave". Un poco grave? Qué podía ser? Afectaría a algún órgano vital?

– Claro, claro… -sugirió David-. Una cosa es jugar con yugos y flechas y otra cosa es ponerse a tiro de los tanques soviéticos.

Julio intentó convencer a David para que ingresara en la masonería. "No corres ningún riesgo y las ventajas son innumerables, como personalmente he tenido ocasión de comprobar". David se negó. Quería conservar su independencia. Incluso a veces se arrepentía de haberse casado con Olga, porque ello le restaba un cincuenta por ciento de libertad individual.

– Cometes un error… -le dijo Julio, con un vaso de whisky en la mano-. Sabes quién está llevando las riendas y ganando esta guerra? Los masones. Hay que mirar siempre detrás del telón. No pienses que la ganan los militares, sino, desde un despacho, los masones -marcó una pausa-. De modo que los curas tenían razón…

Los cuatro salieron y se fueron a dar un paseo. Al llegar frente a la Casa Blanca, Julio se quitó el sombrero y murmuró: chapean… David y Olga levantaron el puño izquierdo y dijeron: "Salud".

* * *

José Alvear mantenía otro tipo de diálogo. Había abandonado París, aunque no a su hermosa Nati y se encontraba de nuevo en Perpiñán. En las cercanías de la capital francesa había hecho volar, junto con un grupo de selectos anarquistas, un convoy ferroviario alemán y un par de puentes estratégicos. Las SS no pudieron con él. Se escondía en lugares inverosímiles, como la tortuga Berta de Julio en el piso de éste en Gerona. Ahora preparaba un golpe de mano "en algún lugar del Pirineo español". No se trataba de declarar la guerra a Franco, pero sí de alertarle de que el enemigo no había muerto.

– Nuestro objetivo va a ser doble, y de acuerdo con nuestra psique, palabreja que gracias a Nati tampoco sé lo que significa… Vamos a penetrar en España por la zona de Banyuls-sur-mer y matar en Agullana al cura y a la guarnición de la guardia civil -Desplegó un papel y continuó-: Aquí están todos los detalles del golpe, que sin duda saldrá bien porque el barrigudo Gorki no intervendrá en él para nada…

El golpe salió regular. Doce hombres en total penetraron, en efecto, hasta el pueblo de Agullana y mataron por sorpresa al cura y a tres números de la guardia civil. Pero, como por encanto, en el acto los alrededores del pueblo se poblaron de tricornios y de algunos miembros de la brigadilla Diéguez que se encontraban concentrados en Figueras. También intervino el sustituto del coronel Triguero, es decir, el coronel Bermúdez. Bloquearon casi todos los pasos y sólo pudieron salvarse y regresar a Francia, José Alvear y dos de sus acompañantes. Los demás murieron en la refriega, excepto un tal Melitón, que cayó prisionero. El comisario Diéguez había dado la orden. "A ser posible, un prisionero vivo y coleando".

Antes de que don Eusebio Ferrándiz, el solitario jefe de policía que tantos escrúpulos sentía en el ejercicio de su profesión, se enterara con exactitud de lo que había sucedido, el comisario Diéguez había obrado ya por su cuenta. Sometió a Melitón a un despiadado interrogatorio en la comisaría de Figueras, pegándole con una porra de goma. Melitón, bajito y fibroso como un insecto, se mantenía en sus trece: fue un golpe de mano aislado, concebido por un piquete autónomo, cuyo cabecilla se llamaba José Alvear. Todos eran anarquistas, es decir, contrarios a cualquier régimen establecido. José Alvear les hablaba siempre de la "revolución universal" y debía de ser conocido en Gerona, donde tenía familia y donde estuvo poco antes de la guerra civil.

Melitón, exhausto y con los labios ensangrentados, no pudo pronunciar una palabra más. Se desmayó, se cayó redondo al suelo. Al verlo, el comisario Diéguez se sacó la pistola y la hizo voltear entre sus dedos. Su intención hubiera sido rematar al detenido, sin más. Pero acto seguido tuvo presente que aquello no era de su incumbencia. Sería un delito grave, de consecuencias imprevisibles para él. Decidió poner todo aquello en conocimiento de don Eusebio Ferrándiz, jefe de policía y del camarada Montaraz, quienes se personaron sin tardanza en Figueras para hacerse cargo de la situación.

Ambos felicitaron al comisario, que por una vez no llevaba el clavel blanco en la solapa. "Misión cumplida", dijo él, saludando. Se acordó dar sepultura en la propia Agullana al cura y a los tres guardia civiles, ya que trasladarlos a sus puestos de origen hubiese provocado demasiado revuelo entre la población. Los cuerpos de los ocho anarquistas muertos fueron enterrados en una fosa anexa al cementerio, previo registro que resultó inútil, puesto que no encontraron en ellos ningún papel, a no ser un retrato de mujer en el bolsillo del más joven. Se levantó acta de todo lo acontecido. Y en cuanto a Melitón, el detenido, fue trasladado a la cárcel de Gerona, a la enfermería, con la intención de sonsacarle algo más de lo que entonces había declarado.

El camarada Montaraz presidió los dos entierros y se sorprendió a sí mismo al no experimentar ninguna emoción especial. Por lo visto en la guerra y en la inmediata posguerra se había familiarizado con la muerte. En cambio, don Eusebio Ferrándiz, ante aquellos cuerpos yertos -de un lado y del otro-, no pudo menos que recordar el cadáver de su hija y preguntarse por qué en el mundo las cosas ocurrían así y no de otro modo.

De regreso a Gerona, con Melitón, maltrecho, en una furgoneta, contemplaron el precioso paisaje del Alto Ampurdán. La gran llanura entre el Pirineo y la Costa Brava. Mes de marzo. El cielo estaba despejado. El viento soplaba fuerte e inclinaba los cañaverales. Era el atardecer. Se veían campesinos volviendo a sus masías y pueblos, con aspecto relajado. Una vez más el camarada Montaraz lamentó no tener tiempo para salir de caza por ahí, por los montes, a través de los cuales se había infiltrado el comando anarquista.

En Gerona el detenido fue alojado en la enfermería de la cárcel, ante la curiosidad de los demás detenidos. Había conservado la boina! Debía de ser un amuleto para él. Fue llamado un capitán médico para que hiciera su diagnóstico. Magulladuras, ninguna grave. Entonces el camarada Montaraz dejó pasar veinticuatro horas, dándole a Mateo la orden de no publicar nada en Amanecer. Se alertó al general, quien encendió su cachimba y contempló el mapa de la provincia. "Agullana…", murmuró, y clavó una banderita. "A qué viene esto?", le preguntó doña Cecilia… "No me lo preguntes. Ojalá sea la última banderita que tenga que clavar".

Cuando, al día siguiente, don Eusebio Ferrándiz y el camarada Montaraz se convencieron de que Melitón era un infeliz, la cola del comando y que no se podría sonsacar nada más de él, obtuvieron el permiso para fusilarle después de brevísimos trámites. Mosén Falcó acudió a la cabecera de Melitón por si éste deseaba auxilios espirituales. Melitón, con mucho esparadrapo en la boca, barbotó: "Dejadme en paz". Listo, pues, la ejecución tuvo lugar al alba en el cementerio. La luz era incierta, como la conciencia de don Eusebio Ferrándiz, enemigo acérrimo de cualquier tipo de tortura para hacer "cantar". El pelotón estaba formado por soldados, todos voluntarios excepto uno al que le tocó por sorteo.

Éste disparó al aire. Era un muchacho de la provincia de Segovia, que lo que quería era echarse novia y casarse.

La masa de la población no se enteró siquiera de lo que acababa de ocurrir, excepto en la comarca del Alto Ampurdán. En Gerona, sólo unos cuantos, entre los que figuraban Mateo, Manolo y Esther, Ignacio y los reclutas cuarteleros, lo que significaba que se enteró también la Andaluza.

Manolo y Esther concedieron suma importancia al hecho. Sin duda, y a semejanza del general, comprendieron que aquélla era la primera gota de un grifo que acaso empezara a chorrear. En resumidas cuentas, se había cumplido el objetivo de José Alvear: advertir que "el enemigo continuaba vivo y en estado de vigilia". Cuanto más avanzara la guerra -si se confirmaba que los aliados desembarcarían en Sicilia-, más "partisanos" harían su aparición. Nadie, excepto, quizá, Julio, se conformaba con el destierro perpetuo. Millares y millares de exiliados aguardaban el momento de regresar. El año 1939 habían perdido toda esperanza; ahora la contienda mundial había dado un vuelco y pocos eran los que suponían que al término de la misma Franco podría mantenerse en el poder. "Lo normal es que a él y a los suyos les den una patada y se vayan a hacer gárgaras".

Ignacio se enteró de que el jefe del comando se llamaba José Alvear. No pudo reprimir un sentimiento casi de admiración, al que pronto siguió otro de repugnancia. En cuanto a Matías, comentó en el Nacional: "Mi sobrino es un loco, pero por lo visto son los locos quienes hacen la historia".

* * *

Francia, 8 de abril de 1943.

Querida familia: Estuve muy cerca de donde vosotros os encontráis y me hubiera gustado pasar a daros un golpecito en la espaldas. Pero unos aficionados al tiro al blanco me lo impidieron y tuve que regresar a casa con el falo entre las piernas. Yo estoy bien, sin un rasguño y Nati mirándome como si menda fuera Napoleón. Nos quedaremos por esta zona marítima, aprovechando que la primavera está cerca. A menudo saldremos a pescar. Mi propósito es pescar un tiburón y luego irme con Nati a Montecarlo a comerme la ruleta. No puedo daros señas concretas, porque no las tengo. Pero en fin, la cosa se ha animado, y se animará todavía mucho más. Contad conmigo ahora y siempre que os haga falta.

JOSÉ ALVEAR

* * *

Ezequiel, el del Fotomatón barcelonés que escondió en su domicilio a mosén Francisco y a Marta, y que saludaba siempre con nombres de películas -últimamente, Loca por la música, de Diana Durbin-, pasó unos días en Gerona, en casa de sus amigos Charo y Gaspar Ley, quienes le colmaron de atenciones. Ezequiel era también caricaturista y los caricaturistas le sacaban siempre punta a cualquier situación.

Ignacio, al enterarse, fue inmediatamente a verle.

– Ezequiel…!

– Ignacio!

– Cuántos días vas a estar aquí?

– Hasta que me echen…

Charo intervino, sonriendo:

– Pues, hasta que termine la guerra mundial…

Entonces Ignacio tuvo un ademán entusiasta.

– Pues vendrás a almorzar a casa. Quiero que conozcas a mi familia.

Ezequiel estaba al corriente de la ejecutoria de Ignacio, a través de Ana María. Le felicitó. Lo único que le echó en cara -él era hombre de lenguaje directo-, que no hiciera las paces con Marta.

– Te casarás con Ana María, de acuerdo Pero no es motivo para que tú y Marta no os saludéis siquiera. En una ciudad pequeña como Gerona ello debe ser una tortura.

– Lo es -admitió Ignacio, mudando de expresión-. Pero qué hacer? Quién le pone el cascabel al gato?

Ezequiel, como siempre, hizo con dos dedos la V de la victoria.

– Descuida… Yo me encargo de eso.

Ezequiel les trajo muchas noticias de Barcelona, que desde Gerona -y con sólo La Vanguardia como enlace- no se podían siquiera imaginar. Había miseria hasta en los tejados y de ahí que hubieran detenido a dos chavales por matar palomas con tiradores de goma. Habían reaparecido los viejos coches de caballos, porque faltaban taxis y el gasógeno -Matías llamaba gasógenos a las mujeres gordas-, no era ninguna solución. "El ayuntamiento ha fijado tarifas para los faetones a tracción animal, y también para los taxi-ciclo, que funcionan a pedales arrastrando una especie de bañera con cabida para dos personas. Los novios se han habituado a estos medios de transporte y lo pasan bárbaro viendo como sudan los demás". Había muchos meublés y los delincuentes comunes descubrieron un filón: atracarlos, aprovechándose del pánico que se apoderaba de las parejas, las cuales preferían darlo todo antes que salir en los periódicos. Muchas mujeres tenían hijos contra su voluntad y los abandonaban. "Reserva espiritual de Occidente! La policía hace gigantescas redadas de menesterosos y niños abandonados". Por lo demás, era la época del sobre. Con el sobre se conseguían muchas cosas. Los más fácilmente sobornables, al parecer, eran los inspectores de Hacienda, entre los que había muchos mutilados de guerra. En las esquinas se oía el sonsonete de los estraperlistas callejeros: "Vendo tabaco rubio con pena de muerte". "Vendo pan blanco con reclusión perpetua". Y a todo esto, el gobernador, camarada Correa Veglison, había decretado una semana "a la exaltación del boniato". Los viajantes y los comisionistas, si iban vestidos de Falange con el uniforme de gala impresionaban mucho a los comerciantes y tenían el pedido asegurado. Etcétera.

– Y los vieneses? -le preguntó Charo, quien ahora echaba de menos la vida de Barcelona.

– Oh, triunfo, triunfo! Melodías del Danubio, Sueños de Viena, Todo por el corazón… Se van renovando. Las vicetiples españolas nunca se ponen de acuerdo a la hora de levantar las piernas; las de los vieneses, sí. Además de la luminotecnia, hay incluso cuadros en los que se patina sobre hielo… Triunfo, triunfo! A esto le llamo yo una revolución…

Ignacio le dijo a Ezequiel que el gobernador de Gerona, camarada Montaraz, había ido a Barcelona a ver una comedia de Tono y Mihura, Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario, y que manifestó haber salido del teatro oxigenado, rejuvenecido. "Ah, claro! -comentó Ezequiel-. Son dos humoristas de primera línea. Cataluña, y lamento decirlo, no ha tenido jamás humoristas de tanta calidad".

Noticia positiva: empezaba a haber mujeres en las universidades. La mayoría, filosofía y letras; pero también había surgido una notaría, algunos médicos y alguna dentista.

Ignacio sonrió.

– No me imagino yo a Ana María, casada y con un par de hijos, haciéndole la competencia a la Voz de Alerta…

– Ah, son los tiempos! -exclamó Ezequiel, jugueteando con un lápiz en la mano-. Tampoco podías imaginar que en Sevilla pudiera ocurrir lo que ha ocurrido: que han ofrendado a Franco el alma de Andalucía…

Gaspar Ley quedó boquiabierto. Le gustaba tener a Ezequiel, pues a solas con Charo discutían siempre. El matrimonio no se llevaba bien. Charo era extravertida, quería bailar al son de Esther, de María Fernanda, de la condesa de Rubí; y Gaspar Ley parecía contentarse con ganar dinero a través de los hermanos Costa y de don Rosendo Sarro. "Cómo se me ocurriría casarme con un banquero?". Ezequiel, lo mismo que Ignacio, estaba al corriente de esa desavenencia conyugal y ambos iban a procurar, mientras durara la estancia de aquél en Gerona, distender la situación de la pareja.

El dueño del Fotomatón fue invitado a casa de los Alvear y Carmen Elgazu quedó encantada con él. Ezequiel, acordándose de que Matías trabajaba en Telégrafos, le dijo: "Pues esté usted al aparato, que pronto le llegará la noticia de que la aviación aliada ha bombardeado Roma". Carmen Elgazu se llevó las manos a la cabeza y tuvo un acceso de tos. "Pero, y el Vaticano? Qué puede ocurrir?". "Pues, ya se lo puede usted figurar…" Luego, al enterarse de que Eloy se pirraba por el fútbol le comunicó que por primera vez en la historia se había jugado un partido de noche, con luz artificial: en el estadio del Atlético Aviación, en el encuentro de éste contra el Valencia. Eloy se mordió las uñas. "De modo que…! Con luz artificial! Eso debe ser la repanocha".

En la noche del sábado fueron todos al Teatro Municipal, a ver la obra de Pemán, El divino impaciente: la vida de san Francisco Javier. Carmen Elgazu lloró a moco tendido y también, un poco, Pilar. El domingo por la tarde, volvieron todos al mismo sitio a oír al famoso charlista García Sanchiz, el de la cabeza leonina. El teatro estaba lleno a reventar. El tema: Viaje hacia el Imperio. Habló de todas las rutas de todos los mares. Todos confluían en España. Habló de la Hispanidad. España se autollamaba Madre Patria, y a mucha honra. Exportaría a los países de América Hispana sus ideas, su concepción del Estado. Refiriéndose a Franco dijo que era "la mejor estilográfica de Dios".

Matías consiguió a duras penas contener la carcajada; en cambio, en los palcos del proscenio vio, aplaudiendo a rabiar, al camarada Montaraz, a la Voz de Alerta y sus respectivas mujeres, y a mosén Falcó, quien fue el primero en gritar: "Bravo!". A la salida, Ignacio comentó que esta clase de delito debía de estar tipificado en el Código Penal.

Un minuto después se produjo lo inesperado. Entre el batiburrillo de gente que se agolpó, Ezequiel y Marta quedaron codo con codo. "Marta! Ezequiel…!". Éste besó a la chica en ambas mejillas y le dijo: "Sigúeme…"; e intentó conducirla hasta el lugar en que se encontraba Ignacio.

Marta, que iba acompañada de Gracia Andújar -la que iba camino de convertirse en su cuñada-, al advertir la presencia de Ignacio mudó la expresión. No dio tiempo a ningún tipo de insistencia. "Adiós, Ezequiel…! Ven a verme cuando quieras! -y se escabulló entre el gentío.

Ezequiel se quedó de una pieza. Ignacio no se había percatado de lo ocurrido, pues estaba hablando con Gaspar Ley, quien no cesaba de poner por las nubes a García Sanchiz, que era de verdad "un pico de oro". Qué podía hacer el dueño del Fotomatón? Nada, absolutamente nada. Pese a estar convencido de que, por parte de Ignacio, el enfrentamiento no hubiera durado más de dos minutos.

Todo el mundo, terminado el Viaje hacia el Imperio, se fue a su casa. Los últimos personajes que Ignacio vio salir, con cara feliz, fueron los hermanos Costa.

* * *

Pero estaba escrito que los deseos de Ezequiel se verían satisfechos. En la mañana del miércoles, Marta, como cada semana, acudió a despachar con Mateo los asuntos de la Sección Femenina. Mateo estaba en su despacho y prestaba mucha atención a lo que le contaba la chica, que estaba contentísima porque el mismísimo Arrese le había escrito una carta felicitándola por su labor en la provincia.

Y he aquí que, poco después, llamaron con los nudillos a la puerta, ésta se abrió y apareció Ignacio.

Marta se levantó y se quedó rígida. Ignacio estuvo a punto dé retroceder y volver en otra ocasión. Pero entonces pensó en Ezequiel -quién le pone el cascabel al gato?- y en sus propias ansias de reanudar la amistad con Marta.

– Perdonad si os interrumpo… -dijo. Y entró en el despacho y cerró la puerta por dentro.

Mateo se situó en el acto. Recordó hasta qué punto Pilar deseaba que aquel "equívoco" se terminara de una vez para siempre. Cada vez que Marta deseaba visitar a Pilar en su domicilio y pasar un rato con ella y con el pequeño César, antes tenía que cerciorarse de que no coincidiría con Ignacio. Y he aquí que ahora estaban los dos frente a frente, con los retratos de Franco y de José Antonio en la pared, pues Hitler y Mussolini habían desaparecido…

Marta tampoco obedeció a su primer impulso, que fue huir, y se quedó clavada en su sitio. Y Mateo condujo la escena con mano maestra. No les echó ningún sermón. Sólo les dijo:

– No os parece que, entre todos, debemos aprovechar esta oportunidad…?

Ignacio rompió el silencio que se produjo tras estas palabras.

– Dios es testigo -habló- de que docenas de veces he intentado reconciliarme con Marta, pero ella ha rehuido siempre el encuentro… -Marcó una pausa y miró con fijeza a la chica-. Marta, sé que soy culpable, pero no veo ninguna razón para que la enemistad se interponga entre los dos.

Mateo pegó una palmada a la mesa.

– Marta, qué dices a esto? Ignacio te pide perdón y está en lo cierto. Hasta cuándo deberéis doblar las esquinas para no coincidir? Ha de durar toda la vida? Tener un amigo más es muy importante…

Marta tenía los ojos húmedos. Su flequillo estaba rígido, ocultándole la frente. No sabía qué hacer. No acertaba tampoco a pronunciar una palabra.

– Marta, mujer… -continuó Ignacio-. No eres capaz de consentir que te estreche la mano?

Mil recuerdos se agolparon en la mente de Marta. Entretanto, Ignacio se había acercado a la chica. Al llegar a su lado le cogió ambas manos y se las estrechó con fuerza.

– Anda, Marta. Yo ya he dado el primer paso…

Marta suspiró hondo… Por un momento cerró los ojos; luego, los volvió a abrir. Y por fin correspondió al estrechón de manos de Ignacio.

– Eureka! -gritó Mateo, desde el otro lado de la mesa-. Los tres nos declaramos amigos hasta que la muerte nos separe…

CAPÍTULO XV

LA RECONCILIACIÓN DE MARTA E IGNACIO repercutió como una onda expansiva entre una serie de personas. En primer lugar, la propia madre de Marta, quien al fin leyó en los ojos de su hija como una chispita alegre. "Hala -le dijo-. Un día de éstos invitas a Ignacio a merendar, junto con José Luis y Gracia Andújar". Dijo esto porque el noviazgo entre José Luis Martínez de Soria y Gracia Andújar era un hecho. Ricardo Montero había sido descartado, por consejo del doctor Andújar. "Puede decirse que el muchacho es un enfermo mental. Pasará rachas más o menos tranquilas, pero de golpe y porrazo volverá a las andadas. Sobre todo teniendo en cuenta que está medio alcoholizado". José Luis se sentía feliz con su flamante novia, a la que llamaba "gacela". Gracia era muy coqueta y a menudo simulaba estar enfadada. "Qué ocurre?". "Nada. No me gusta que vayas por ahí diciendo que Satanás domina la tierra". "Anda, no te lo tomes así. Lo de la presencia del Maligno es un tema que siempre me ha preocupado. Quieres que echemos un vistazo al mundo? En seguida querrás regresar a mi lado y casarte conmigo cuanto antes".

Además de la madre de Marta, se alegraron de la reconciliación todas las muchachas de la Sección Femenina. Ellas salieron ganando, como muy bien sabían Asunción, Chelo Rosselló y la camarada Pascual, de Olot, responsable de la Hermandad de la Ciudad y el Campo. Marta había vuelto a sonreír. En realidad ello era admirable, porque lo que Marta pretendió siempre fue casarse con Ignacio. Ahora se conformaba con las migajas. Claro que Marta no lo creía así, acorde con las palabras de Mateo: "Un amigo más es muy importante, no crees?". La Sección Femenina era una espléndida realidad, y Marta volvió por sus fueros, como si Moncho le hubiera aplicado media docena de sesiones de acupuntura. Las afiliadas en toda España eran 700000, la mayoría de las cuales lo eran por convicción y sin estar pendientes de Montgomery y de Goering. Inasequibles al desaliento. "Pase lo que pase, nosotras con nuestra boina roja y nuestra camisa azul, ayudando al profesor Civil en Auxilio Social, atendiendo a los inmigrantes y enseñando a leer a las muchas analfabetas que hay en la provincia". Marta se atrevió incluso a pedirle un autógrafo al Caudillo -quien se lo mandó sin tardanza-, enmarcándolo y colgándolo de la pared de su despacho, del que también, y por orden superior, habían desaparecido los retratos de Hitler y de Mussolini.

Pilar se enorgulleció de la afortunada intervención de Mateo. "Ves? -le dijo-. Alegrías así tienes que darme". Mateo esbozó una reverencia, que Pilar aprovechó para estamparle un beso en la frente. Matías y Carmen Elgazu felicitaron de corazón a Ignacio. Habían querido mucho a Marta, ésta les daba pena y ahora tal vez tuvieran ocasión de volverla a ver en el piso de la Rambla. "Realmente -dijo Matías-, no había ninguna razón para que anduvierais por estas calles como el perro y el gato". También se JL alegraron mucho mosén Alberto y el padre Forteza. Éste, que continuaba confesando a casi todas las mujeres de la ciudad, deseaba que un día la muchacha se arrodillara a sus pies, para conocerla en la intimidad. Unos decían de ella que era una esfinge, otros, sencillamente, que sufría mal de amores. Ahora que todo esto había pasado, tal vez tuviera ocasión de ahondar en aquella alma que durante tanto tiempo pareció triste. La curiosidad del padre Forteza no era malsana; sencillamente, consideraba que para que el sacramento de la penitencia tuviera su auténtico valor, era preciso conocer al penitente. Por lo demás, él continuaba siendo el payaso de siempre e imitando a la gente. De un tiempo a esta parte imitaba al camarada Montaraz, quien en los actos oficiales levantaba excesivamente el brazo, como si quisiera tocar las estrellas.

En fin, que hubo mucho revuelo general, hasta el punto de que el librero Jaime le regaló a Ignacio una espléndida edición de Los novios, de Manzoni. En cuanto a Ana María, la principal interesada, no supo qué pensar. Por un lado se alegró también, porque Marta le daba pena; por otro murmuró entre dientes: "De acuerdo, de acuerdo. Ella se lo perdió y ahora que nos deje en paz".

Marta era muy amiga del camarada Montaraz y de María Fernanda. El gobernador decía siempre: "Podría ser una digna colaboradora de Pilar Primo de Rivera en la Delegación Nacional ". Les gustaba porque con ella podían hablar libremente de política, exceptuando, eso sí, el tema de la monarquía, que para María Fernanda era fundamental. "Un año de gobierno de don Juan -había sentenciado Marta en el Gobierno Civil-, y todos los logros del Régimen se caerían como un castillo de naipes". Dijo esto porque, al compás de los acontecimientos, corrían rumores de una posible restauración monárquica, que tenían en vilo a don Anselmo Ichaso, a la Voz de Alerta y a sus respectivas mujeres. La base de estos rumores estribaba en unas declaraciones del embajador británico, lord Samuel Hoare, quien, en sus tiempos de lord del Almirantazgo tuvo a don Juan como cadete en la Marina británica, por lo que consideraba a éste uno de sus muchachos. "Rey de España un cadete de la Marina británica! Hasta aquí podíamos llegar".

Marta se lanzó más que nunca a sus actividades. Consiguió llevar a buen término la inauguración de un nuevo grupo de viviendas en el barrio de San Narciso. En un discurso explicó que un "rojo" quería besar a una monja y ella no quería. Entonces el "rojo" desclavó la escultura de un Cristo y clavó a la monja en el mismo madero. En otro discurso intentó descifrar el significado del Bloque Ibérico -tratado de amistad entre España y Portugal-, pues nadie sabía para qué iba a servir. "Es inadmisible que dos países tan próximos nos desconozcamos tanto el uno al otro". Elogió la postura de Greta Garbo, muy censurada porque se había negado a tomar parte activa en la guerra a favor de Norteamérica. Marta visitaba a menudo a Paúl Günther, el cónsul alemán, que se hospedaba en el hotel Peninsular. Altísimo, con sus dos hombres de confianza y sus dos perros picardos, en la intimidad era muy afectuoso, "sobre todo con las damas", solía precisar.

Paúl Günther le había hecho confidencias a Marta y le regalaba muchas revistas. Un piloto alemán, Hans Ulrich, llevaba realizados mil vuelos contra el enemigo. Los laboratorios alemanes habían conseguido extraer insulina del páncreas de los peces, lo que significaba un gran avance en el tratamiento de los diabéticos. Le había impresionado mucho por Semana Santa, ver que el señor obispo lavaba los pies a doce ancianos del asilo. "Esto, para un nazi, es una aberración". Chiang Kai-shek había prohibido en su territorio el baile, la bebida, la venta de cosméticos y la ondulación permanente mientras durara la guerra contra el Japón. "Vuestro obispo, doctor Lascasas, estará satisfecho…" Franco había decidido -y ello era grave- instituir las Cortes españolas. Pero no sabía qué nombre darles a los representantes políticos de la nación. No quería llamarlos diputados, porque esto sonaba a República. Quería nombrarles miembros. Pero alguien se opuso. Advirtió que se podría decir, por ejemplo, "eso es un error que comete el señor miembro". Finalmente se aceptó el vocablo procurador, que en realidad no serviría para mucho, porque la elección sería digital.

Marta a veces estaba de acuerdo con Paúl Günther, a veces no. El cónsul le había dado consejos estimulantes, como, por ejemplo, el de coleccionar muñecas, empezando por la muñeca Mariquita Pérez, hecha de cartón, de ojos muy abiertos, azules y sin movimiento y que se había hecho popular en todo el ámbito nacional. Marta regaló unas cuantas a las hijas del doctor Andújar, las cuales, en efecto, estudiaban música para formar una orquesta de cámara. Asimismo, le habló muy bien de Ángel, el hijo del gobernador. A Paúl Günther le habían impresionado mucho las fotografías que Ángel les sacó a los ancianos y a los locos, y sus proyectos de "urbanista" eran, a su juicio, de admirable calidad. Inesperadamente, Paúl Günther le preguntó a Marta: "Ángel es soltero, verdad?". Marta parpadeó. "Creo que sí", contestó. Y Paúl Günther hizo un guiño malicioso y encendió un pitillo ruso!, lo cual acabó de dejar perpleja a Marta.

En resumidas cuentas, lo que más importaba a Marta era la inyección moral que Paúl Günther significaba para ella en todo cuanto atañese al curso de la guerra. Según él, lo del "arma secreta" no era ningún bulo, era la verdad. "También los aliados están trabajando en la suya -añadió-, pero creo que nosotros llegaremos antes. Por lo menos, eso dicen los astrólogos". Marta le preguntó: "Pero, es verdad que Hitler se deja influir por los astrólogos?". "No, no es verdad -contestó rotundamente Paúl Günther-. Lo que sí es verdad es que es vegetariano y que les hace mucho caso a los curanderos. Desconfía de los médicos, que en Alemania han sido siempre liberales. Los curanderos, no. Mientras practican sus abluciones gritan Heil Hitler! y esto encanta a nuestro Führer". Le habló también del gusto español por lucir uniforme. "Nuestro embajador en Madrid, Von Sthorer, me dijo un día que a los españoles les gustan los uniformes, siempre que sean multiformes".

Marta se quedó muy intrigada con el guiño malicioso del cónsul alemán al hablar de Ángel. Qué ocurría? Paúl Günther era un sabelotodo. Tal vez tuviera ocasión de comprobarlo en el baile que iba a dar el camarada Montaraz en el Gobierno Civil, al que ella estaba decidida a asistir. Ah, las influencias de su reconciliación con Ignacio! Antes, Marta hubiera declinado la invitación. Llevaba años sin bailar. Seguramente lo haría con torpeza, qué importaba! A ver si, entretanto, aprendía de Gracia Andújar cómo se bailaba el swing y también el tiroliro, ambos tan en boga como la Mariquita Pérez…

* * *

Estaba escrito que Marta no viviría para sustos. El 13 de marzo Amanecer publicó la noticia. Atentado frustrado contra Hitler. Un artefacto cebado, constituido por dos botellas de coñac, y cuya espita fracasó, había sido colocado en el avión personal del Führer, mientras éste regresaba de Smolensko. Se trataba de la Operación Flash. Autores, el coronel Treschow y el jefe de los conjurados, Schalahendorff. Ocho días después, en el museo de la guerra, en Berlín, el barón Von Gersdorff se propuso hacer saltar él mismo un artefacto contra Hitler, y también fracasó. "Hitler creyó más que nunca que la providencia estaba de su parte".

Marta se quedó anonadada. Que los curanderos anduvieran prestos! Primero, la infiltración anarquista en Agullana; segundo, atentados contra el Führer. Era aquello concebible un año antes? Le gustaría conocer la opinión de Mateo. Y tal vez, tal vez, la de Ángel, el hijo del gobernador.

* * *

Por fin el gran acontecimiento. Ignacio y Ana María se casarían el 12 de agosto, cumpleaños de la muchacha. "Veintidós años. Edad ideal". Ana María no puso ningún reparo a vivir en Gerona, sobre todo desde que visitó el piso que, gracias a la Torre de Babel, Ignacio había conseguido en la avenida del padre Claret y que contaba con ascensor. Un piso moderno, más bien pequeño, situado muy cerca de la plaza de Abastos y de los mayoristas de frutas. "Cuarto piso, Ana María, ya lo ves. Del ascensor no te fíes demasiado, porque con eso de las restricciones eléctricas se para un día sí y otro también".

Ana María, para prepararlo todo, se pasó unas semanas en Gerona, en casa de Gaspar Ley y Charo, sustituyendo a Ezequiel, quien se marchó saludando al grito de la película Agustina de Aragón. Charo se constituyó en el brazo derecho de Ana María; Esther, en su consejera "estética". Era preciso elegir los visillos, las lámparas, los muebles en general… Los regalos supondrían una buena ayuda, por supuesto; pero también un fajo de billetes que la madre de Ana María, a escondidas de don Rosendo Sarro, puso en las manos de su hija. Don Rosendo Sarro, que ya había "chaqueteado" hacía tiempo, si bien afirmando que no asistiría a la boda, a medida que ésta se acercaba y después de haber conocido a Matías y a Carmen Elgazu, quienes se desplazaron a Barcelona para hacer en regla la petición de mano de la muchacha, descendió del podio y accedió incluso a acompañar a su hija al altar.

Le costó mucho a don Rosendo Sarro "humillarse" hasta ese punto. Entre otras cosas, no podía olvidar que el bufete de Manolo en el que Ignacio trabajaba les había dado sopas con onda en aquel asunto de los hermanos Costa -edificación en predio ajeno-, y que ahora metían sus narices en varios negocios de subastas y, lo que era peor, en la exportación simulada de corcho de San Feliu de Guíxols a Inglaterra: en los barcos iban piedras en vez de tapones y si el barco sufría un tropiezo y se hundía -la guerra…-, cobraban el seguro.

Pero don Rosendo Sarro se dejó influir no sólo por su mujer, Leocadia y por su hija, sino por la magia personal -palabras textuales- de Matías. Matías le cayó bien; Carmen Elgazu, mal. "El clásico matrimonio -comentó luego-. Él, chistoso, ella, una comesantos". Matías se presentó en el piso de don Rosendo Sarro con un traje impecable y su sombrero de siempre, ligeramente ladeado. Liando los cigarrillos con papel de fumar elaborado en Alcoy. Con voz algo ronca, pero con adjetivos como latigazos. Sin complejos de ninguna clase. De igual a igual. No se dejó deslumbrar ni por las alfombras persas, ni por los libros comprados a metros, ni por los cuadros comprados a artistas famosos, ni por varias esculturas vanguardistas, carísimas, al parecer y que Matías en su mente calificó de hierros retorcidos.

– Ignacio es un buen hombre -dijo el padre del muchacho-. Ana María, según noticias, una excelente mujer. Los dos se quieren. Por qué vamos a impedir que se casen?

Don Rosendo insinuó lo del nivel de vida a que Ana María estaba acostumbrada. Matías replicó:

– Vivirán en un cuarto piso. Le parece poco nivel? Además, si no estoy mal informado, ahora acaba de aparecer el hongo milagroso, que me parece que se llama fungus, y que no sólo cura las dolencias del cuerpo sino también las del alma. Si se quieren e ingieren el hongo, qué puede ocurrirles?

Lo del hongo milagroso era verdad y el propio Rosendo Sarro, que a veces notaba una opresión en el pecho -obesidad-, lo había tomado también, por lo que no pudo por menos que sonreír. Matías le ganó la partida a don Rosendo a costa de sus sonrisas. El padre de Ana María había preparado largos discursos, pero pronto se deshinchó. "Este hombre es más divertido que los hermanos Costa, que Gaspar Ley y que los contrabandistas portugueses con los que me entrevisté hace un par de meses. E Ignacio tiene buena pinta, no se puede negar".

Leocadia, su esposa, viendo el súbito cambio del monstruo sagrado se propuso tomar también el fungus para ahuyentar las pesadillas. Vía libre…! Y sin el bochorno de la soledad. Don Rosendo tuvo un último gesto de orgullo y levantándose dijo: "Los detalles de la boda, fíjenlos ustedes como les parezca…" Y se fue a su despacho, donde tenía una vieja armadura que le había colocado un anticuario y donde pasó una hora aburriéndose soberanamente.

A medida que se precisaban los detalles, Leocadia iba entusiasmándose más y más, al comprobar la visión clara de las cosas que demostraba tener Ignacio. Finalmente acordaron casarse en la ermita de los Angeles -viejo consejo de Manolo y Esther-, y celebrar el ágape de rigor en la torre de veraneo que los Sarro tenían en San Feliu de Guíxols. "Quién sabe -comentó Leocadia-. A lo mejor mi marido os presta su yate, que se llama Ana María, para hacer el viaje de bodas…" Los novios sonrieron. "Esto, ya se verá". Acordaron también que el sacerdote que bendijera su unión fuera mosén Alberto, "íntimo amigo de la familia Alvear".

– El banquete lo pagamos nosotros… Lo demás, ustedes. Les parece correcto?

Matías e Ignacio asintieron. No sabían exactamente en qué consistía "lo demás". Pero Ignacio tenía sus ahorrillos.

– Lo que querríamos nosotros, y espero que Ana María estará de acuerdo, es evitar todo lujo… Nada de boda de campanillas. Las familias, los amigos íntimos y nadie más.

Leocadia, que tenía un bocio en el cuello que la afeaba mucho, asintió.

– De acuerdo, de acuerdo… Ana María ya me había advertido de ese detalle… -Luego añadió-: Nosotros también nos casamos modestamente.

Total, en menos de una hora quedó cancelada la entrevista. Carmen Elgazu radiaba de satisfacción. Leocadia se empeñó en enseñarles el piso, realmente confortable, faltándole acaso lo que se llamaba "el sello personal". Debía de parecerse a otros muchos pisos del rango de don Rosendo. La alcoba conyugal! Un lecho altísimo, antiguo, lámparas modernas y teléfono a la cabecera de la cama. Carmen Elgazu advirtió que no había ningún crucifijo, ninguna imagen. Todo eran detalles prácticos. Los cuartos de baño, ideales: todo de mármol. La cocina era lo mejor, apta para los gourmets. "Nuestra cocina en Gerona sirve para las tortillas sin huevos", comentó Carmen Elgazu. Y Matías añadió: "Allí hemos festejado la semana de exaltación del boniato".

Ignacio, en efecto, se ganó de todas todas el aprecio de Leocadia. Todo lo que de él le había estado contando Ana María era verdad. No sólo la mente clara sino los ojos puros, de un brillo negro que parecía aprehender las cosas. Ni un gramo de grasa: merced a Moncho practicaba deportes de invierno y, de un tiempo a esta parte, un poco de gimnasia. Tal vez fumara demasiado; en esto había salido a su padre. Pero Ana María fumaba también. Leocadia no supo nunca succionar con gracia el pitillo y sacar el humo; en realidad, Leocadia sabía hacer pocas cosas, excepto querer a Ana María más que a sí misma.

Ana María se dio cuenta de lo que ocurría con su madre y quiso que sacaran de ella buena impresión.

– Te acuerdas, Ignacio, de aquel balón azul de la playa acotada de San Feliu? Me lo compró mi madre…

– Claro que me acuerdo! -e Ignacio miró a Leocadia con gratitud-. Ahí empezó todo. Sin el balón azul, y sin los dos moñitos uno a cada lado, a lo mejor ahora te casarías con un agente de cambio y bolsa…

Leocadia sonrió. La familia Alvear le gustaba. Cuándo conocería a Pilar? Cómo? Esperaba otro hijo? "Eso es buena señal. Eso significa que dentro de poco me convertiré en una joven abuela…"

* * *

La ermita de los Angeles estaba situada a unos diez kilómetros de Gerona, encima de una colina desde la cual se divisaba un soberbio paisaje. En honor de la pareja se despertó una ligera brisa, que hacía soportable el calor. Mosén Alberto escribió una "Alabanza al Creador" diciendo que, según una leyenda muy antigua, san Pablo había pernoctado en aquel monte. Nadie se lo creyó, pero él dijo: "Esas cosas siempre inspiran piedad".

Don Rosendo Sarro pensó que las dos familias quedarían perfectamente delimitadas, en virtud de los trajes y los sombreros que unos y otros llevarían, y acertó. Los Sarro y amigos -algunos banqueros, algunos industriales, etc.- se vistieron con elegancia sin que ello se notase; los Alvear y amigos, excepto Manolo y Esther, aparecieron endomingados. Paz Alvear, por ejemplo, llevaba el sombrero más espectacular de la reunión y Carmen Elgazu unos tacones altísimos, que casi la hacían cojear. Adela, la mujer de Marcos, se colocó en la cabeza una pamela "aristócrata", según ella y, por supuesto, miró a Ana María como si quisiera fulminarla. "Ya no te veré más", le había dicho a Ignacio una semana antes. Ignacio sonrió, titubeó unos instantes y no contestó nada.

Ceremonia sencilla. Carmen Elgazu acompañó a Ignacio al altar, tambaleándose un poco por los dichosos tacones. Ignacio se quedó solo en el presbiterio, pero vuelto hacia los invitados y sonriendo, en espera de la novia, que no tardó en llegar, del brazo de su padre. Ana María lucía un blanco inmaculado, que inspiró a Cefe, escondido en un rincón, una acuarela romántica. Tres doctores, por si fallaba algún corazón: el doctor Andújar, el doctor Morell y Moncho. Eva llevaba un vestido rarísimo, que hubiera podido ser tirolés, como el sombrero que a veces usaba Manolo. El fotógrafo del grupo sería Ángel, quien garantizó que las fotos saldrían en color. El organista del Mercadal, un hombre con cara de sacristán y manos de marfil, tocó la Marcha nupcial y se suponía que alegraría la ceremonia. Algunos campesinos de las masías próximas habían acudido movidos por la curiosidad, al ver la caravana de coches que subía hacia la ermita. Se quedaron en la puerta de entrada, pues los bancos estaban repletos.

Todo salió a pedir de boca. Mosén Alberto pronunció una homilía sobria, escueta, acorde con su manera de hacer desde que terminó la guerra civil. Matías temió por un momento que hablara del matrimonio como una cruz, porque recordó que en su boda el cura así lo hizo; todo lo contrario. El matrimonio era un gozo, una esperanza, una plenitud y los nuevos esposos deberían amarse como Cristo amaba a su Iglesia. En el momento de intercambiarse los anillos los novios se comportaron con absoluta naturalidad. En el momento de la bendición -"yo os declaro marido y mujer"-, un escalofrío recorrió la espina dorsal de la concurrencia. En aquel momento don Rosendo tosió, pero nadie se dio cuenta. Marcos, Galindo y Grote, los contertulios del café Nacional, se pasaron todo el rato embobados, como si acabara de tocarles la lotería.

A la salida, aplausos, vivas y granitos de arroz. Y besos en las mejillas. Y abrazos de buena voluntad. Ana María lloraba. Al abrazar a su padre y a su madre lloró. Pero era feliz. Para Ignacio, uno de los momentos más emotivos fue cuando apareció frente a él Cacerola. "Canalla, mujeriego!", le dijo Ignacio, abrazándole. "Mujeriego, tú… -replicó Cacerola-. Yo, ya sabes, mi novia es invidente. Si ya fuera mi mujer hubiera venido ella también".

* * *

El ágape en el chalet de don Rosendo en San Feliu de Guíxols transcurrió bajo el signo del calor. "A quién se le ocurre casarse el doce de agosto?". "Es el cumpleaños de mi novia…" "Pues haber nacido antes o después!". Eran notitas sin malicia en medio de un mar de bienestar. Desde el chalet se veía el yate de don Rosendo y corrió la voz de que los novios harían con él el viaje de bodas. "Sí, ésa era nuestra intención! -aclaró Ignacio-. Pero pensando en los submarinos ingleses y alemanes hemos preferido Madrid". Tres violines tocaban piezas melódicas. Cumplimentando a Carmen Elgazu, sonaron dos tangos de Carlos Gardel, de cuya vida estaban haciendo una película. El primero de ellos: "Esta noche me emborracho yo…", fue aplaudido por Marcos, quien había bebido más de la cuenta. El menú lo trajeron del hotel Miramar, de San Feliu de Guíxols y fue excelente; los cigarros habanos corrían a cargo de Matías, quien al ver las volutas de humo se sintió absolutamente satisfecho.

La tarta! Era monumental. Y también a cargo de Matías. Las manos de Ignacio y Ana María al cortarla temblaron más que en el momento de cruzarse los anillos. La parejita que, como una guinda, coronaba la tarta fue entregada a Gracia Andújar, quien se levantó lagrimeando y enseñando el trofeo a los comensales.

Los novios, terminado el plazo de cortesía, se despidieron de todo el mundo y en un taxi que esperaba fuera, adornado con flores y lacitos blancos se escabulleron en dirección a Gerona. Antes de llegar a la ciudad, y cumpliendo lo pactado, entraron en el cementerio a depositar el ramo de novia en el nicho de César. Fue un momento de dolor. César era el único gran ausente de la fiesta. Bien, era posible luchar en favor de la vida, pero nada se podía hacer contra la muerte.

Los regalos, de todo tipo, esperaban en el piso de la avenida Padre Claret para cuando ellos dos regresasen. Incluso una sirvienta, Mari-Luz, que les había procurado el 'profesor Civil, quien también estuvo presente en la ermita y en el ágape. En el trayecto de Gerona a Barcelona, en un tren que andaba a la patacoja, los novios se rieron mucho contándose el uno al otro los consejos que las respectivas madres les habían dado. "Como si fuéramos unos crios…" Ana María, en un momento dado le dijo a Ignacio: "Yo, por supuesto, lo soy". "Yo, no -replicó Ignacio, sonriendo-. No quiero empezar nuestra luna de miel contándote una mentira". Ana María reaccionó sonriendo también. "A mí lo que me importa es que seas mío a partir de ahora…" "Eso, te lo juro". Ignacio levantó la mano y al hacerlo pensó, sin querer, en la guapetona Adela, con la que le hubiera gustado bailar, pero que cada vez le rehuyó.

Al llegar, ya de noche, a Barcelona, fueron al hotel Majestic, donde les tenían reservada habitación. Un botones les acompañó. "Señora…", dijo el muchacho, abriendo la puerta. Era la primera vez que a Ana María la llamaban señora y aquello la turbó.

– A partir de ahora, tendrás que acostumbrarte…

– Ya lo sé. Pase lo que pase.

– Eso es.

Ana María se fundió en un abrazo con Ignacio.

– Confío en que algún día me llamarán mamá…

* * *

El acoplamiento fue feliz, sin traumas, hombre y mujer, y Ana María se sintió importante. Ya no le chocaría que los botones de los hoteles le llamaran señora. Era la señora de Alvear. Mientras desayunaban en el hotel, de prisa para no perder el tren que les llevaría a Madrid, leyeron en los titulares de La Vanguardia que el mando aliado había decidido, en efecto, la toma de Sicilia y que Mussolini había declarado: "Si el enemigo desembarca en Italia, será exterminado hasta el último hombre en la línea de arena donde acaba el agua y empieza la tierra. Si ocupa un jirón de la patria, será en posición horizontal y para siempre!".

Ignacio comentó:

– A fuerza de amenazas al adversario, Hitler y Mussolini conseguirán que los aliados lleguen a Roma y a Berlín…

Ana María no contestó. Estaba ocupada pensando en su amor.

Por lo visto se les notaba que eran novios porque el revisor del tren, después de taladrar los billetes les dijo sonriendo: "Felicidades…" Ignacio se sintió generoso y le dio un cigarro habano de los que habían sobrado la víspera. El revisor, ante aquella "pieza", no supo qué hacer. Llevaba un año con la picadura que le suministraban las mujeres que en los andenes repartían: "Tabaco negro con peligro de muerte…" El revisor dijo: "Si en algo puedo servirles, mi turno termina en Zaragoza".

El tren andaba repleto hasta los topes y el día se presentaba bochornoso. Ana María había tenido la precaución de llevar consigo un termo de agua fresca. Iban en primera clase; luego había segunda y tercera. En su mismo vagón, sólo una señora de aspecto sudamericano. A juzgar por las joyas que llevaba hubiérase dicho que llegaba de un banquete oficial o de una boda de postín.

Ana María hubiera pagado billete doble para que nadie les molestase. Pero la señora estaba allí, leyendo una revista. El tren se paraba en cada estación y subía más gente, y más y más. Posiblemente ocupaban incluso los estribos. Ignacio, por la ventanilla, advirtió este detalle. "Somos unos privilegiados, te das cuenta?". "Sí, claro, es verdad…" Y Ana María reclinó la cabeza en el hombro de Ignacio.

Éste resistió hasta Massanet-Massanas, estación de cruce. Allí la aglomeración fue tal que el muchacho le dijo a Ana María:

– Perdóname un momento… No quiero perderme este espectáculo.

Ana María, aunque sorprendida y a regañadientes, asintió y se quedó contemplando el paisaje a su derecha. El tren arrancó de nuevo e Ignacio, avanzando por los pasillos y diciendo sin cesar "perdón" alcanzó los coches de tercera clase. Dios santo! Hubiérase dicho que habían elegido al personal para que el muchacho meditara sobre las declaraciones optimistas del camarada Montaraz. Daba grima. Bultos negros, cuerpos esqueléticos, hombres sudando y tantos crios como pudiera acoger el profesor Civil. Llevaban sacos y paquetes de todas clases y poco antes de las estaciones importantes los tiraban por las ventanillas, donde eran recogidos por compinches que aguardaban la mercancía. Era el estraperto de "a peseta el kilo", como lo llamaba el comisario Diéguez. Niños de pecho amamantándose con fruición. Gitanos. Muchos vagones diciendo: "Reservado": las autoridades. En todas partes las autoridades tenían derecho de pernada. Ignacio sintió ganas de orinar, pero había cola para ir al retrete. Cuando le tocó el turno casi vomitó. Visión excremental. Apretó el pedal del agua y el pedal estaba atascado. Del grifo no manaba una sola gota y el hedor era insoportable.

Ignacio logró salir del retrete y se detuvo ante un vagón en el que los pasajeros dormitaban, pese a los sobresaltos del tren. Las manos en el vientre, eran seres amorfos, indefensos. La cabeza les bamboleaba a derecha y a izquierda. Por la ventana entraba carbonilla, alguna mosca y ellos ni se enteraban. Uno de dichos pasajeros sacó de un maletín una bolsa que contenía churros. Todo el mundo se despertó. Miraron aquellos churros, que apestaban, como si fueran la gloria. El hombre se los tragó sin prisa, regodeándose y luego se puso en la lengua una pastilla de menta. El revisor pasó: "billetes, billetes" y no reconoció a Ignacio. Éste pudo leer en la revista Fotos que el hombre de los churros desplegó: "Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan".

Ignacio dio por terminada su jira. Abriéndose paso a codazos regresó a los coches de primera y por fin se reunió con Ana María, quien empezaba a estar impaciente.

– Perdona, pequeña… Pero la excursión valía la pena.

Le contó lo que había visto. Ana María le escuchó con los ojos abiertos de par en par.

– Exactamente igual que un documental italiano que vi sobre la India -terminó Ignacio-. Pero, claro, quienes practican el hinduismo creen en la reencarnación. A partir de ahí, todo cambia. Si aceptan con resignación su estado se reencarnarán en una casta superior. Los pasajeros de esos vagones de tercera no pueden esperar más que la muerte.

La pareja se sintió incómoda. Recordaron la fiesta del día anterior. Pensaron en la luna de miel que les esperaba y en el piso de la avenida Padre Claret. "Hubiéramos podido ir en avión", comentó Ana María. "No, no, tenemos que ahorrar. Además, a mí me gusta palpar las realidades". La realidad era que una pareja de la guardia civil detuvo a dos muchachos jóvenes, que los esposó y a empellones les obligó a bajar en Zaragoza.

Llegaron a Madrid a la caída del sol, sin comer apenas y sin que las teorías de Ignacio sobre el autodominio y el Yin y el Yang les sirvieran para nada. En Madrid, gran tumulto. Al asalto de los taxis -con gasógeno- y de los faetones a tracción animal. Consiguieron un faetón. Albricias! Les cupo todo el equipaje y respiraron aire libre. Sentado en el pescante, un ciudadano charlatán, con el látigo en la mano. "Conocen ustedes Madrid?". "No, es la primera vez", improvisó Ignacio. "Pues abran bien los ojos y no se pierdan detalle".

* * *

Durmieron en el hotel Bristol, en la Gran Vía -avenida José Antonio Primo de Rivera-, donde también tenían habitación reservada. Y a la salida se fueron raudos al Museo del Prado. "Madrid es una ciudad habitada por un millón de cadáveres", había dicho el poeta Dámaso Alonso. No andaba descaminado. Era una prolongación de la barabúnda del tren, incluso en la zona del Palacio de Oriente. Podían contarse por centenares los vendedores ambulantes y los mendigos. Uno de esos vendedores tenía en el suelo una rata gris, articulada, que dándole cuerda avanzaba de prisa moviendo la cola. Ignacio compró un ejemplar. "Eso le gustará a mi padre. Y daremos varios sustos a las gentes de pro".

El Museo del Prado estaba muy concurrido, con muchos extranjeros. Sin duda se trataba de refugiados políticos, fugitivos de la guerra, que estaban de tránsito para Portugal o África del Norte. También se veían uniformes alemanes, con su taconeo peculiar.

A Ana María le fascinó el Greco, a Ignacio, Goya. Eran dos concepciones del mundo. El primero rezaba, el segundo blasfemó. Podía pintarse con arrobo o con furia iconoclasta. El Greco debía de ser tísico, Gbya, un chorro de humanidad, tal vez a causa de la sordera. "A Goya le hubiera gustado pintar el espectáculo de los retretes del tren".

No valía la pena mencionar nombres. Era tanto el arte acumulado en aquellas salas que bastaba con sentirse un enanito. Nada más. Sin embargo, recordaron el contento de mosén Alberto porque muchas de las obras que durante la guerra civil fueron evacuadas a Suiza habían sido ya devueltas al museo. "También me dijo mosén Alberto -informó Ignacio- que las obras de la Galería Nacional de Arte de Londres se encontraban a cien metros bajo el suelo, en precaución de los bombardeos. Entre tales obras, la Venus del espejo, de Velázquez, que algunos comparaban a las Meninas".

Les impresionó mucho Alberto Durero. Adán y Eva, desnudos, con un aura poética, de mundo recién creado, difícil de igualar. Muchas crucifixiones y muchos frailes con capucha.

– Qué tal andas de religión? -le preguntó Ana María.

– De religiones, querrás decir… -Se acarició el bigotito-. El cristianismo ha inspirado casi todo lo que vemos aquí, y mucho más, de modo que es tan reverenciable como cualquier otra.

Ana María se quedó desconcertada, pero no era aquél el momento para polemizar. Ella tenía una fe firme y sabía que sería uno de los toros que con Ignacio tendría que lidiar. Pero estaban cansados. Tanta pintura destrozaba los nervios, era mareante. Decidieron salir al sol, que caía a plomo sobre Madrid. "En todo caso, regresaremos". Compraron las postales de rigor. Además, querían una reproducción de tamaño discreto de la Maja desnuda de Goya, pero les dijeron: "Están agotadas". Ignacio comprendió que el mosén Falcó de turno había intervenido en la operación.

* * *

El Rastro fue otro mundo. Ignacio estaba convencido de encontrar allí el busto de Ramón Gómez de la Serna. En vez de esto, la posguerra en miniatura, con muchas cornucopias, retratos de antepasados -no sería, alguno de ellos, del tronco Alvear, Elgazu o Sarro?-, y toda clase de cachivaches, desde palanganas hasta espantaviejas.

A Ana María se le encogió el corazón. Había tenido pocas oportunidades de conectar con la miseria. Tal vez fuera bueno que Ignacio empezara por ahí su "reeducación". En el Rastro estaban a la venta los residuos de centenares de familias que en sus tiempos se amaron, se odiaron e hicieron también su viaje de novios. El Rastro era un cementerio mostrado al público antes de que se lo comieran los gusanos. Ignacio dijo que seguir el itinerario de aquellos objetos sería un viaje apasionante. Ellos mismos hubieran comprado muchas cosas, a no ser por el peso y que debían ahorrar. Un pájaro disecado!: Mateo. Dibujos al carbón, caricaturizando a Churchill y a Roosevelt!: ideales para el camarada Montaraz. Había unas pesas para halterofilia. Y un paraguas sin varillas. Y cartas de amor… Un hombre, sentado en un taburete, las escribía para las chachas. Ana María se entusiasmó. Aguardó turno y le dictó al escribiente un "Querido Ignacio", seguido de una retahila de frases cursis. Luego le dijo a Ignacio: "Págala tú, que yo no tengo suelto". Aquella carta Ana María iba a guardarla "hasta que la muerte los separase".

En el Rastro, Ignacio se acordó por primera vez de que su padre era de Madrid. Tal vez fuera cierto que entre los retratos viejos hubiera un Alvear. Vio un juego de dominó y lo compró sin comprobar si faltaba alguna ficha: faltaba la blanca doble, que era la preferida de Matías. Ana María se quedó con una extraña Dolorosa que llevaba una sola espada clavada en el pecho.

– También volveremos por aquí…

– Sí, claro. Imagino que de noche las ratas vienen a celebrar sus grandes festines.

* * *

Todo discurría sin sobresaltos, incluidos El Escorial y el intento frustrado de llegar al Valle de los Caídos. Se necesitaba un permiso especial e Ignacio no quiso acudir a Salazar, como Mateo le había recomendado. "No me gustan los consejeros nacionales". Fue una lástima, porque Ignacio recordó que Alfonso Reyes le había ayudado a él en el Banco Arús al comienzo de la guerra civil.

Fueron a Toledo, y allí tuvieron una suerte inmensa: coincidir con una visita del Caudillo a la ciudad. Apenas si pudieron alcanzar las proximidades de la catedral -Ignacio se sirvió de su carnet de ex combatiente-, pero esperaron de pie en una de las calles por donde Franco tenía que pasar. Se enteraron de las precauciones tomadas. En todas las azoteas, un soldado con un fusil. Y lo mismo en muchos balcones. Previamente habían sido encerrados en prisión los sospechosos. Motoristas por todas partes, guardias civiles. Sonaban las bocinas. Ignacio comentó:

– Debe de ser horrible llevar tanta escolta para salir de casa… Los jefes de Estado y los reyes están hechos de otra pasta.

Por fin pudieron ver a Franco. De pie en un coche negro descapotado, en compañía de su mujer y de Carmencita, su hija. La multitud fue un clamor, que una compañía de legionarios se cuidó de controlar. Querían darle la mano, estrechársela, besársela, pedirle Dios sabe qué. "Franco, danos pan!", se oyó una voz. "Franco, danos agua!", se oyó otra voz. Pan y agua… Los franciscanos. Franco se llamaba Francisco. Era -lo comprobaron Ignacio y Ana María- bajito y tripudo, pero de aspecto sanísimo y autosatisfecho. Saludaba al gentío levantando el brazo un poco menos que el camarada Montaraz. Sonreía, pero se hubiera dicho que se dedicaba la sonrisa a sí mismo. Allí estaba el amo de España, el hombre providencial, "la mejor estilográfica de Dios", según García Sanchiz. Ignacio repasó in mente las loanzas que mejor recordaba y que habían aparecido en Amanecer: "Enviado de Dios hecho Caudillo". "Espada del Altísimo". "El Caudillo es el Sol". "Es el hijo del Padre Todopoderoso". "Semidiós inasequible". Millán Astray había dicho: "Franco es el enviado de Dios" y Pilar Primo de Rivera: "Franco, nuestro Señor en la Tierra ".

Ana María se contagió del ambiente y gritó también: "Franco, Franco, Franco!". Ignacio se dio cuenta, pero se calló. También él había combatido por aquel hombre, a las órdenes de aquel hombre que ahora consideraba que España era su feudo personal. Así que, mutis y aguantarse. Lo que ocurría era que al verlo físicamente, tan pequeñito -sería verdad que de niño le llamaban Ceríllita?-, Ignacio no acertaba a comprender que tantos millones de súbditos le pertenecieran. A su ver, cada día que pasaba era un milagro. "Bastaría dispararle con un revólver un tiro en la sien!". Y Franco, al Rastro definitivo, que no al Rastro de mentirijillas. Qué estaba haciendo José Alvear, por las cercanías de la frontera y matando guardia civiles? Qué hacían Cosme Vila y la Pasionaria en una emisora? Y Julio? Y David y Olga? Qué poca cosa, qué cosa más endeble era una vida humana. Acaso fuera verdad que el Caudillo era un semidiós inasequible.

Aquello duró cinco minutos, nada más. Se fueron los motoristas, se fueron los legionarios, los automóviles negros. Ana María agarró del brazo a Ignacio. "Ignacio… me he emocionado! He recordado que este hombre nos salvó cuando la guerra civil". Ignacio le acarició la cabeza. "Es verdad, Ana María… Es verdad". "Qué suerte hemos tenido!". "Sí, es cierto, este número no figuraba en el programa… Habíamos venido a Toledo para visitar la casa del Greco".

– Podríamos ir ahora…

– No me apetece. Estoy sudando a mares. Y la barriga me duele desde que, en el tren Barcelona-Madrid, fui al retrete porque tenía ganas de orinar…

* * *

Regresaron a Madrid y permanecieron cuarenta y ocho horas en el hotel Bristol. Acudió el médico, le recetó a Ignacio unas grageas y le ordenó que bebiera grandes cantidades de agua. "Una diarrea estival… Sin importancia. No coma nada hasta pasado mañana".

Ignacio tuvo uno de sus raptos de cólera. Se hubiera dado de cabeza contra la pared. Luna de miel, y diarrea estival… "Franco, danos grandes cantidades de agua!". Ana María le cuidó como si fuera un crío, como si fuera su primer hijo. Ni siquiera quiso ir al teatro o al cine. Le trajo periódicos y revistas. Los periódicos decían, en grandes titulares: "Franco en Toledo. Las campanas voltearon en su honor". Ignacio no oyó las campanas. Sería que ya le dolía la barriga… Ana María le trajo ' La Codorniz' y aquello -sobre todo, don Venerando- fue un bálsamo tan milagroso como el fungus.

* * *

Una vez repuesto se fueron a la Ciudad Universitaria, donde más o menos Ignacio calculaba que, de la mano de José Alvear, se había pasado a la "España Nacional". No dio con el lugar. Todo había cambiado. Ya no había trincheras, ni túneles, ni morteros. La Ciudad Universitaria empezaba a florecer. "Vámonos… Pero aquí me jugué el pellejo".

Visitaron también Segovia y Ávila y se volvieron a Gerona. El calor les había aplastado, aparte de que Ignacio notaba la resaca y que se había acabado el presupuesto. Les sobró para hacer el viaje de retorno en avión. Ninguno de los dos había volado jamás. Recordaron el comentario de Eloy: "Ahí va! España es un desierto…" Efectivamente, lo era. Harían falta muchos embalses para reverdecer aquello, para que la tierra diera sus frutos como en tiempo de los árabes. "Lo que ocurre es que, según Jaime, construyen embalses donde no llueve nunca". "Eso es una bobada", replicó Ana María.

En Gerona fueron recibidos como reyes, sin que nadie se enterara de la diarrea estival. La ratita articulada se paseó por el comedor del piso de la Rambla, ante el entusiasmo de Eloy y las carcajadas de Matías. Entretanto, Carmen Elgazu miraba fijamente a Ana María y pensaba para sí: "Sí, no hay duda. Ana María es ya una mujer".

CAPÍTULO XVI

LLEGARON DÍAS ACIAGOS para el general Sánchez Bravo, quien ante el mapamundi debía cambiar constantemente de sitio sus banderitas. Nebulosa le observaba en silencio y doña Cecilia, viendo tan serio su semblante, le preguntaba: "Ocurre algo malo?". Ocurría que en aquel verano de 1943 los generales alemanes se quedaron estupefactos al evaluar las fuerzas rusas, que calculaban en 513 divisiones de infantería, 41 divisiones de caballería, 209 brigadas mecanizadas o blindadas. Rusia se había desangrado terriblemente, y de ahí que Hitler considerara que estaba agotada; pero su capacidad de reacción era fabulosa. El propio Goebbels le confesó a Guderian que había que considerar que los rusos podían llegar a Berlín. "Nosotros debemos pensar en envenenar a nuestras mujeres y a nuestros hijos".

Por fortuna, el encargado de la fabricación de armamentos en Alemania era un genio, Albert Speer. Consiguió que trabajasen catorce millones de hombres, en artillería, carros de combate y aviación. Y sobre todo, en el "arma secreta", la V-I y la V-II, que sería seguramente decisiva.

En ese verano de 1943 Alemania sacó más fuerzas de flaqueza que en los momentos de mayor expansión. Sin embargo, los rusos hacían más aún. El doble que la producción alemana. Además, la lucha de los "partisanos", con sus escaramuzas en la retaguardia, era mortal. Comenzaba la gran retirada de Ucrania.

El 25 de septiembre los rusos alcanzaron el Dniepper. Momento conmovedor. Dos años antes, los soldados alemanes se habían sentido llenos de emoción, casi de vértigo, al abrazar con la mirada la inmensidad del río, y más allá la llanura infinita.

Un día antes habían recuperado Smolensko. La ocupación tenía su símbolo, puesto que significaba que Moscú estaba definitivamente salvado y era la primera vez que el cañón de la victoria sonaba en la capital.

A continuación, tomaron Kiev. Los oficiales alemanes se preguntaban por qué no se había construido una línea de defensa sólida. Hitler no quería oír hablar de eso. "Si se cuenta con una línea defensiva sólida, sólo se piensa en retroceder hasta esa línea y yo lo que quiero es avanzar".

Por otra parte, en el frente italiano la cosas andaban peor todavía. Aparte de que el desembarco en Sicilia fue un paseo militar, se había bombardeado, en efecto, Roma, por dos veces consecutivas! En la primera, quinientos bombarderos volaron sobre la ciudad dejando caer toneladas de bombas sobre los barrios populares de San Lorenzo. La conmoción en el mundo -y en Gerona- fue tremenda. Qué ocurriría con el Vaticano? De momento, estaba intacto. Pero hasta cuándo? El Papa pidió a la cristiandad rogativas para la paz, cosa que, según Ángel, el hijo del gobernador, y los hermanos Costa, no había hecho mientras el Eje ganaba la guerra. Inmediatamente se movilizaron los fieles y enviaron al Vaticano millares de telegramas, entre los cuales había uno de Carmen Elgazu. Era el primer telegrama de su mujer que Matías cursaba desde que estaba en Telégrafos. Casi le emocionó. "Aquí en Gerona rezamos por la paz y por la salvación del Papa y de Roma". También enviaron telegramas la Voz de Alerta y el doctor Andújar y, cómo no!, el obispo, doctor Gregorio Lascasas, quien le había confiado a Agustín Lago: "Las cosas andan mal. Presiento una catástrofe sin precedentes".

Mosén Alberto tuvo que consolar a Carmen Elgazu.

– No llores, mujer… Confía en la providencia. No sé lo que va a ocurrir, pero el Vaticano se salvará. Allí están las reliquias de san Pedro, que desviarán las manos destructoras.

Carmen Elgazu le rezaba a César para que interviniera, junto con las reliquias de san Pedro. Le parecía que a César lo tenía más a mano.

– Mosén Alberto, siempre lo he dicho y en casa se reían de mí. Verdad que los que bombardean Roma son los protestantes?

Mosén Alberto titubeó.

– Pues, en cierto sentido, sí…

– Claro… Mi instinto no miente. Si lo sabré yo.

Las rogativas en Gerona llegaron incluso a organizar Vía Crucis, capitaneados por mosén Falcó, en las capillas que ascendían detrás de las murallas y que normalmente sólo eran utilizadas por Semana Santa. Carmen Elgazu movilizó a Matías, a Pilar, a Manuel Alvear -seminarista- y a Eloy; Mateo se excusó aludiendo a su cojera e Ignacio, simplemente, dijo: "Lo siento, mamá, pero tengo trabajo".

Si Carmen Elgazu hubiera recibido información del general Sánchez Bravo todavía hubiese llorado más. Mientras los ingleses se dirigían hacia Catania, el rey de Italia, el pequeño rey, Víctor Manuel III, proseguía sus intrigas cautelosas con el mariscal Badoglio y otros mussolinianos caídos en desgracia. Había dos corrientes: los que querían retirar a toda costa a Italia de la guerra y los que querían solidarizarse a vida o muerte con Alemania. Fanáticos fascistas recorrían las provincias de Italia proclamando que la patria estaba en peligro y lanzando la consigna: o victoria o muerte. Algunos aceptaban, otros rehusaban. Entre estos últimos se encontraba Ciano.

La desbandada de Sicilia había provocado las iras del Führer, quien pidió que se sometiera a acusación al almirante Leonardi, responsable de la defensa de la isla. Se enviaron refuerzos, pero en pequeña escala, pues se temía una traición. Hitler le preguntó a Rommel si conocía algún fascista capaz de ofrecer resistencia y de salvar la cooperación italogermana. Rommel contestó en el acto: "No existe tal italiano…"

Hitler y Mussolini se entrevistaron -ambos envejecidos hasta causar espanto-, e Hitler le repitió una vez más que el "arma secreta" tantas veces anunciada era una realidad; que, en efecto, se llamaría V-I y V-II; y que por sí sola daría el vuelco a la situación. "Lo que ocurre es que cada día que pasa es un día más y tenemos que esperar todavía unos meses para tenerla a punto".

Este plazo fue suficiente para condenar a Mussolini. El Gran Consejo Fascista, acaudillado por Ciano, Grandi y De Bono, le dijeron al Duce que dejara en manos del rey el gobierno de las fuerzas armadas. Ello significaba el desmoronamiento del régimen fascista. Se pasó a votación y la unanimidad en contra de Mussolini le asestó a éste el golpe de gracia. Disuelta la reunión, Mussolini se dirigió a ver al rey, para exponerle sus argumentos. El rey le replicó: "Usted es el hombre más detestado de Italia. Yo le quiero mucho. Se lo he probado defendiéndole en numerosas ocasiones. Pero esta vez tengo que pedirle su dimisión…"

A la salida, el coche de Mussolini ya no estaba. Le esperaba otro, una ambulancia, al mando de un capitán de carabineros, que condujo a Mussolini hasta el cuartel de Vía Legnano. Horas después, tres comunicados anunciaron al mundo la caída de Mussolini. El estremecimiento fue general. El camarada Montaraz, el general Sánchez Bravo, Mateo y Marta estaban desorientados. Cómo se precipitaban los acontecimientos! Y Radio Londres martilleando sin cesar e informando de que los basureros de las calles romanas empujaban a las alcantarillas millares de insignias del Partido Nacional Fascista.

Hitler se enteró con furor de la noticia. "Ahora los italianos me van a decir que continúan en guerra. Naturalmente, será mentira. Van a negociar con los ingleses".

Entretanto, los bombardeos aliados proseguían implacablemente contra Alemania. Era la operación llamada "Pointblank". Sistemática destrucción de las ciudades enemigas. Berlín fue bombardeada por primera vez con bombas incendiarias. Dusseldorf quedó medio destruido. Hamburgo fue la gran víctima del verano. Las bombas de fósforo abrasaban el asfalto de las calles. Más de un millón de habitantes estaban sin refugio: la serie de fugitivos, muchos de ellos quemados, locos o ciegos, constituían un espectáculo impar. Simultáneamente eran bombardeadas ciudades italianas: Milán, Turín, Roma otra vez. Se presentía que Italia se rendiría sin condiciones y se pondría del lado de los aliados.

* * *

Aquellas noticias, dramáticas de por sí, al margenQ de las ideas o inclinaciones de cada cual, aguaron un poco la felicidad de Ignacio y Ana María, instalados ya en la avenida Padre Claret. Faltaba poco para que el piso estuviera al completo: la habitación-despacho de Ignacio, en la que éste se disponía a leer y a estudiar. Las reproducciones cubistas de Picasso parecían simbolizar la rotura que se producía en el mundo. Todo tenía varias caras o éstas podían ser vistas desde ángulos distintos. La propia Ana María no era la misma cuando decía "te quiero" que cuando decía: "Ya me explicarás con calma eso del budismo". Ana María hablaba así porque Ignacio continuaba en sus trece, alentado por Jaime, quien le proporcionaba bibliografía abundante: las religiones orientales le interesaban y de momento, y pese a que Gandhi acababa de ser detenido por los ingleses, estudiaba con ahínco el budismo, porque se notaba ambicioso en exceso y leyó que el budismo se basaba en "el bloqueo de las propias concupiscencias".

Ana María le objetaba que no hacía falta irse a Asia para descubrir aquello. Cristo legó para siempre el Sermón de la Montaña, en el que se decía: "Bienaventurados los pobres de espíritu…" "Bienaventurados los que sufren hambre y sed…", etc. Ignacio movía la cabeza. "No es lo mismo, pequeña, no es lo mismo. Ya te explicaré. Y para empezar, toma nota de que Buda les habló a sus discípulos más de cinco siglos antes que Cristo".

* * *

En el café Nacional la tertulia de siempre continuaba. Desde la boda de Ignacio, Matías debía soportar muchas bromas. "Que si tal vez cigüeña doble -alusión al embarazo de Pilar-, que si tal y que si cual". Matías encajaba como Paulino Uzcudun e informaba a sus colegas de que en Barcelona se había fundado, totalmente integrado por mujeres, el Club de las Pocas Palabras.

Anecdotario semanal: "Se declara de interés nacional la repoblación forestal de Las Hurdes". Ésta fue la aportación de Galindo. "Ha sido puesta de largo la unigénita hija del duque de Alba. Fiesta en el Palacio de las Dueñas. Cuerpo diplomático, nobleza, autoridades, jerarquías, etc. La gentilísima María del Rosario Cayetana Firz James Stuart Silva Falcó y Gutubay, heroína de la fiesta, es desde ayer la XI duquesa de Montoro. Vistió por primera vez galas de mujer. Los colonos obsequiaron a la nueva duquesa con mantones bordados a mano, mantillas y peinetas. Ella estrechó la mano uno a uno": aportación de Carlos Grote. Inventos: "gafas de sol con espejo retrovisor, para estar al tanto de quién puede seguirnos": aportación de Marcos, quien prometió comprarse tales gafas. Matías le dijo: "Pero, quién te va a seguir a ti? Mejor que se las compres a Adela…" Jaime el librero informó de que aquel año era el centenario del nacimiento de Pérez Caldos, y que a raíz de ello sus novelas y Episodios Nacionales se vendían, naturalmente, bajo mano, como rosquillas.

Hablaron de las medicinas que tomaba cada cual. Matías tomaba ahora depurativo Richelet. Galindo dijo, señalando un anuncio de Amanecer: "Sufre usted de la orina? Jugos de plantas Bostón". Grote quiso deslumbrar a la concurrencia. "Contra las ladillas, aceite inglés. Parásito que toca, muerto es". Jaime, que tenía estrías en las manos -tal vez por el contacto con libros antiguos-, se aplicaba "pomada marca Moncho".

– Este chico hace milagros y se está convirtiendo en una institución.

Ramón, el camarero, afirmó que la única medicina que curaba todos los males era viajar.

* * *

La miseria continuaba en toda España, como Ignacio había tenido ocasión de comprobar en el tren que les llevó de Barcelona a Madrid. Quizá el hombre más tranquilo, que mejor descansaba, de todo el país fuera un maestro de Aviles que llevaba seis meses durmiendo, sin que los médicos lograran diagnosticar la causa.

Amanecer quería infundir confianza mediante el fácil sistema de notificar que se multiplicaban las cosechas. La cosecha de trigo en Jaén se calculaba en seis mil vagones; la de naranja batía el récord con diez millones de cajas; la de arroz alcanzaba los doscientos cuarenta millones de kilos. Nadie daba crédito a estas cifras. Pero el camarada Montaraz, siguiendo los consejos del ministro Girón, continuaba facilitándolas al periódico, en el que, cuando llegaba el Día de los Difuntos, aparecían esquelas colectivas, que daban grima, con los nombres de todos los caídos por Dios y por España. Imposible publicar la esquela de un fusilado por "desafección al Régimen" u otro delito similar.

El estraperto iba en aumento, pese a las medidas tomadas contra los infractores. María Fernanda se lo decía a su marido: "Es que, si acabarais con el estraperto, la gente no tendría de qué ni con qué vivir. Deberían cerrar las fábricas e incluso la cafetería España".

Dura lucha la del gobernador, que llegó a Gerona lleno de buenas intenciones y cuya única alegría se la proporcionaba su hijo, Ángel, quien se abría paso en su carrera de arquitecto, hasta el punto de que tenía ya a su cargo un aparejador y un par de delineantes. El camarada Montaraz lo sabía todo acerca del estraperlo; sólo se le escapaban algunas maniobras de los hermanos Costa y de don Rosendo Sarro, pero ahí estaba Manolo para contárselas. La última jugada había sido la importación "legal", autorizada, de cincuenta camiones, que fueron a buscar a la frontera, so pretexto de que regalarían cinco a la Delegación de Abastecimientos.

Los bragueros, las patas de palo y las piernas postizas servían también para la ocultación, que en estos casos solían ser de joyas o de mercancías de precio. Había que desconfiar hasta de los impedidos, porque eran bastantes los que utilizaban la silla de ruedas como escondrijo de cualquier artículo. Por su parte, Sebastián Estrada, que por fin había ingresado en el Opus Dei -convencido por Agustín Lago y Carlos Godo-, contaba que el contrabando más corriente en los barcos mercantes eran botones de nácar, estilográficas Parker, encajes de Malinas, perfumes, medias de nylón y pieles de astrakán. Lo curioso era que tales mercancías seguían un itinerario disparatado. Los perfumes más caros, los que interesaban a la perfumería de Dámaso, había que ir a buscarlos a una mercería de la calle Figuerola; para las estilográficas Parker, era forzoso acudir a una lechería de la calle Ultonia.

Los hermanos Costa estaban eufóricos, no sólo por la marcha de la guerra, sino porque, a raíz de la boda de Ana María y del traslado de éste a Gerona, don Rosendo Sarro parecía guardar con ellos menos distancia. Se hizo asequible. Por si fuera poco, los Costa le presentaron a la Torre de Babel y a Paz, a Padrosa y a Silvia. Don Rosendo, comparando el bocio en el cuello de Leocadia, su mujer, con los despampanantes cuerpos de Paz y Silvia se derritió. Llegó a invitar a las dos parejas a su yate -como antes lo había hecho con Gaspar Ley y Charo-, para hacer un par de breves cruceros por la Costa Brava. "Con una condición -les dijo-. Que no dejéis encinta a esas preciosidades". La Torre de Babel y Padrosa sonrieron. No iba a serles nada difícil complacer a su "amo", pues lo mismo Paz que Silvia estaban decididas a no tener hijos hasta nuevo aviso.

Por cierto, que 10. Torre de Babel y Padrosa no habían visto nunca la Costa Brava desde el mar. Ahora comprendieron por qué la habían bautizado Costa Brava. Sobre todo el cabo de Creus les fascinó. Paz y Silvia llevaban a bordo dos trajes de baño escuetos, pues la vigilante guardia civil andaba lejos. Don Rosendo aprovechaba cualquier momento para reseguir con la mirada aquellos cuerpos de sirena. La verdad es que se deshidrataba. Tenía su "amante" en Barcelona, como era de rigor, además de un "haiga" y de los libros comprados a metros; pero no podían compararse a Paz y Silvia. Especialmente Silvia, le tenía embobado. Senos como limones, piernas larguísimas, piel tostada por el sol. Envidiaba a Padrosa, quien, en vez de hablarle de su mujer, le hablaba siempre de Félix Reyes, el aprendiz de pintor que tenía "ahijado" en su casa y que "para hacer academia" su maestro Cefe le había dado ya permiso para pintar desnudos.

La Torre de Babel le contó a don Rosendo que por las playas y calas en torno al cabo de Creus antes de la guerra había un par de campamentos nudistas. Don Rosendo se palpó la barriga y dijo, riendo: "Esto no es para mí…" Y les ofreció a Silvia y Paz unos cóctel-refrescos de su invención, con sendas cañitas para succionar.

Don Rosendo, en bañador, resultaba "asquerosito", según palabra de Paz. La barriga, las mollas de la cintura, el vello. Le sobraba grasa por todas partes. Lo que más le gustaba era que Silvia le arreglara las uñas de los pies. "Pedicura, que no manicura -le decía-. La manicura me la hacen en Barcelona". Siempre que podía, dejaba en tierra a su esposa, Leocadia. Ésta oponía poca resistencia, primero por el bocio y luego porque Paz y Silvia le parecían vulgares. Se quedaba en su chalet de San Feliu de Guíxols tomando el sol y leyendo novelas de amor, que era lo que le gustaba. Don Rosendo, por supuesto, invitó un par de veces a Ignacio y Ana María, pero Ignacio "no tenía vacaciones y no pudo aceptar".

En uno de los cruceros recalaron en Cadaqués. Era el paraíso de los pintores, capitaneados por Dalí, que tenía su feudo muy cerca, en Port Lligat. Don Rosendo pretendió comprar un par de cuadros del Dalí surrealista, pero le dijeron que debía ponerse en contacto con los marchónos que aquél tenía en París y en Nueva York. Don Rosendo consideraba que Dalí estaba loco, pero en Barcelona fueron rotundos: sus cuadros se cotizarían cada día más.

Paz vivía momentos de ensueño. Los dos marinos del yate, que formaban la tripulación le gustaban mucho. Iban torso desnudo y con slips muy ceñidos. Le gustaban mucho más que la Torre de Babel. Por eso llevaba gafas negras, para que nadie pudiera adivinar la dirección de su mirada.

Apenas si se acordaba de Pachín, pese a que éste, ídolo de Eloy e inmensamente popular, jaleado por las multitudes de los estadios, aparecía retratado en todos los periódicos. "No me interesa -le había dicho Paz a Silvia-. Ha declarado que es germanófilo y que su máxima ilusión es jugar un día contra Inglaterra".

Paz, repasando su vida, a veces se intranquilizaba un poco. Tal vez se hubiera vendido por un plato de lentejas. Burgos quedaba lejos, con el papel matamoscas colgando del techo sobre la mesa del comedor! Y su padre? Fusilado por los Rosendo Sarro de turno… Y su madre, Conchi, muerta antes de que ella consiguiera despegar. Había sido, la suya, una capitulación en regla, empezando por permitir que su hermano, Manuel, entrara en el seminario. Había dejado incluso de cotizar para el Socorro Rojo puesto que Jaime, el librero, que era el recaudador y el contable, conocía sobradamente la trayectoria de la muchacha.

Silvia no tenía ningún remordimiento. Ella siempre aspiró "a más" y fue su propia madre quien le aconsejó que para pescar un pez gordo se hiciese manicura. Claro que nunca imaginó que el pez fuera tan gordo como Rosendo Sarro.

A finales de septiembre se acabaron los cruceros porque el clima ya no era el mismo y don Rosendo tenía trabajo en Madrid. Entonces los hermanos Costa y Agencia Gerunda se quedaron en Gerona. Habían empezado los campeonatos de fútbol y de hockey sobre ruedas. El Gerona Club de Fútbol, sin Pachín, iba de capa caída; en cambio, en hockey el Gerona encabezaba la clasificación. Por lo demás, los Costa, desde que don Rosendo les trataba casi de igual a igual, ya no tenían necesidad de insultar al árbitro, de gritar que le rompieran una pierna o el cráneo. Se comportaban civilizadamente, sentados en tribuna, con cigarros habanos como el que Ignacio regaló al revisor del tren.

La nota negativa era que el capitán Sánchez Bravo, que había sido su enlace con el Ejército, de pronto rompió con ellos, rompió definitivamente con la empresa EMER. Su decisión se debió al ultimátum que le dio su padre, el general, pero también a su personal examen de conciencia. Sin la presión psicológica del coronel Triguero se sentía falto de bases dialécticas. Ahora le dio por emborracharse y por seguir jugando al póquer. Su madre le dijo: "Modérate, hijo… Según tu padre, la guerra no está perdida aún. Y Franco vela por todos".

La otra nota negativa para los Costa era que no podían salir de la provincia. Continuaban en situación de "libertad vigilada" y cada quince días debían presentarse a la policía, ante don Eusebio Ferrándiz, quien pese a su buena voluntad sentía por ellos auténtica repugnancia.

* * *

Ricardo Montero, el director de la Biblioteca Municipal, en excedencia por enfermedad, se suicidó. Poco después del sexto electrochoque, gracias a cuya terapéutica había salido de su casi estado catatónico, al verse "despreciado" -era su expresión- por Gracia Andújar empezó a beber, en compañía del capitán Sánchez Bravo y a jugar al póquer en el casino todas las noches hasta las tantas.

El doctor Andújar le había advertido de que la mezcla de barbitúricos y alcohol era explosiva y que podían acarrearle una crisis casi mortal. Ésta fue precisamente la idea que le corroyó desde el primer momento. Cada noche, al quedarse solo por las calles de Gerona -vivía en la fonda Mellado, de la plaza del Aceite- contemplaba desde el puente de Piedra el Oñar que bajaba sin apenas agua. Su depresión era honda, y sólo podían comprenderla quienes hubiesen vivido otra igual. Por lo demás, en los ojos del doctor él había leído que aquel mal, aunque a intervalos, le perseguiría a lo largo de su existencia. No tenía más familia que su padre, que residía en Salamanca y con el que andaba bastante distanciado. No encontraba asidero. Gracia Andújar hubiera podido serlo, pero la muchacha prefirió a José Luis, que era un ser vital, que no llevaba la carga de los "tiros de gracia" que él llevaba y que con toda evidencia la haría cabalmente feliz.

Un sábado por la noche -el otoño se presentía-, había dejado en el casino todos sus haberes. Habían hablado de la guerra y todo el mundo se había mostrado muy pesimista, a pesar de los discursos de Goebbels. Sánchez Bravo le había atacado con dureza diciéndole: "Lo que tienes que hacer es dejar de jugar y volver a la biblioteca". La biblioteca! Estaba allí, junto al puente de Piedra, con una sala anexa para exposiciones. Los libros, de un tiempo a esta parte le daban asco, tal vez porque no le resolvían su problema. Especialmente la Enciclopedia Espasa, con sus setenta volúmenes, le llevaba a pensar: "Tanta sabiduría acumulada y nada puede curar la depresión". Siguió Rambla abajo. Todo estaba cerrado. Una vez más se preguntó por qué los estancos llevaban la bandera nacional. Varios cuerpos inmóviles en las aceras, durmiendo. En las esquinas, durante el día los ciegos vendían sus cupones. Oyó el reloj del Ayuntamiento y también el de la catedral. Llegó a la fonda en el momento en que el sereno gritaba: "Las tres de la madrugada, sereno, Ave María Purísima". Ave María Purísima! Estaba completamente borracho. Subió a tientas los escalones. Entró en su habitación. Se bebió los últimos tragos de coñac que le quedaban. Miró a su entorno. Nada familiar. Ni un solo retrato de un rostro amigo. El único, el de Gracia Andújar, lo había roto y tirado a la papelera.

Notó asfixia en el pecho y ganas de vomitar. Otras veces había tenido la tentación del suicidio y la había superado. Esta vez, no, sucumbiría a ella. Todo era de color negro en su mente y en su corazón. No se sintió capaz de levantarse al día siguiente y volver a empezar. Qué le importaba a él que la gente durmiera o se hiciera el amor? De repente, se acordó de dos de los condenados a quienes disparó el tiro de gracia. Una pareja de comunistas que quisieron volar una central eléctrica. Su 'dignidad y compostura ante el pelotón le sulfuró y al acercarse a sus cuerpos y rematarlos lo hizo con rabia. Curioso. De entre todos los condenados aquella pareja se le grabó en la memoria. Ahora mismo los veía, mofándose de él. Central eléctrica. Comunismo. También aquello fue un suicidio, pero un suicidio con decoro; en cambio, el suyo era un puro derrumbamiento, carencia de una mano afectuosa, la nada. Recordó una conferencia del doctor Chaos en la que éste dijo que durante las guerras se suicidaban más hombres que mujeres. Él era un hombre. Una caricatura de hombre.

Dejaría una nota escrita? Para qué. Brrrrr… Ay, apenas si podía sentarse! Pensó en su padre. El coñac le subía a la garganta. Ni siquiera quiso mirarse al espejo. Se tomó todo el tubo de barbitúricos y se durmió para siempre, cruzado sobre la cama.

La muerte de Ricardo Montero dio lugar a toda suerte de comentarios. Nadie podía asegurar que se trataba de un suicidio, ni siquiera el doctor Andújar. La autopsia reveló la mezcla de barbitúricos y alcohol; pero también pudo tratarse de un paro cardíaco. El último testigo, el capitán Sánchez Bravo. "Sí, le dejé solo en el puente de Piedra, borracho y deprimido a más no poder, pero de ningún modo podría afirmar que pensaba en suicidarse. Precisamente le aconsejé que volviera a la biblioteca y me contestó con una mueca que no supe cómo interpretar".

Llegó su padre de Salamanca, Abdón de nombre, y se presentó en el hospital donde se había practicado la autopsia. Él no tenía ningún interés en llevarse el cadáver, lo cual, por lo demás, exigiría trámites un poco largos. "Lo enterramos en Gerona y en paz. Para mí, Ricardo murió al ascender a alférez y ofrecerse voluntario para lo que ustedes ya saben".

Entonces intervino mosén Falcó, en nombre del obispo. La versión más probable era el suicidio. El doctor Andújar abrió las manos. "Que conste que yo no he afirmado tal cosa". "Tampoco ha afirmado lo contrario". Valió lo del suicidio y, por tanto, el entierro no tuvo lugar en tierra sagrada, sino en un anexo dispuesto en el cementerio para los suicidas y los protestantes. De haber estado presente, David se hubiera acordado de su padre, suicida y que también fue enterrado allí.

Mosén Falcó cumplió con sus obligaciones. Ünicos testigos, Abdón Romero, el capitán Sánchez Bravo y León Izquierdo, el ex divisionario, ayudante en la biblioteca, campeón local de billar. Era una mañana prematuramente otoñal. El viento movía levemente los cipreses. Las flores de todos los nichos aparecían muertas. Ricardo Montero, por orden del general, tuvo su féretro y su nicho e incluso su ramo de flores.

Y ahí empezaron los escrúpulos de Gracia Andújar, que en cierta medida contagiaron a José Luis. "Si no lo hubiera abandonado, no habría tomado la fatal decisión; pero tampoco estaba obligada a unirme para siempre a un hombre tarado, maltrecho, que mi padre había declarado enfermo mental". Gracia Andújar no vivía y no sabía si ir o no ir al cementerio. José Luis procuraba calmarla, al igual que Marta. "No vayas, no te obsesiones. La depresión fuerte le vino mientras tú estabas a su lado". Era verdad. Pero Gracia Andújar, la "gacela", no estaba acostumbrada a ver de cerca la muerte.

Quien más sufrió fue la madre de Marta. Ahora que las cosas empezaban a encarrilarse -el noviazgo de José Luis- se presentaba un muerto de por medio. La madre de Marta había envejecido, lo cual no significaba que se mantuviera cruzada de brazos. Se ocupaba del ropero parroquial mucho más que Carmen Elgazu y ayudaba al profesor Civil en Auxilio Social. Había llegado a interesarse sinceramente por los pobres, aunque era de suyo poco cariñosa y siempre guardaba cierta distancia. Dios, por favor, que Gracia Andújar no se marchitara! Ella y la colección de muñecas que había iniciado Marta eran las notas alegres del hogar.

José Luis Martínez de Soria, que cada día amaba más hondamente a Gracia Andújar, era un hombre sensato. Pronto ascendería a capitán. Sabía tomarse las cosas con calma, sin quemar las etapas. Él lo atribuía a la convicción que tenía de que Satanás intervenía directamente en la tragedia de los hombres. Satanás tomaba mil formas: Stalin, Hitler, la guerra mundial, los cuadros de Picasso, cruzadas, Inquisición, sufrimiento de los animales, hienas, cucarachas… Y por supuesto, depresión. Pero siempre era Satanás, el Maligno, aquel que se rebelo y que continuaba teniendo poder.

Gracia Andújar le dijo, dándole un beso.

– Me ayudarás a superar esta crisis…?

– Pues claro que sí! Ego te absolvo… Tú no tienes la culpa de nada.

El único beneficiario, León Izquierdo. Por intervención de Mateo fue nombrado titular de la Biblioteca Municipal. El muchacho había ascendido merced a una carambola a tres bandas. Cacerola le dijo: "Menuda suerte!". "Sí, lo confieso…" A León Izquierdo, para ser feliz, sólo le faltaba interesarse por los libros.

* * *

Solita, la ex divisionaria, como la llamaba Mateo, continuaba trabajando en el consultorio particular del doctor Andújar. Sin embargo, a menudo se trasladaba al manicomio, porque el mundo de los locos le interesaba. El doctor Andújar le había dicho: "Es un mundo insólito, apasionante. Llega un momento en que uno debe vacunarse contra la morbosidad, porque es cierto que los locos sueltan verdades como puños, en especial los esquizofrénicos". Según el doctor, los esquizofrénicos veían más allá que las personas normales, si bien, al sufrir rotura de personalidad, se perdían en el vacío muchos de sus presentimientos y de sus actitudes.

– Cuidado, Solita, no los mire como si fueran cobayas. Son seres humanos… Hitler, con sus teorías sobre la pureza de la raza, los querría eliminar. Pero si lo hiciera debería empezar por sí mismo, suicidándose.

– Pierda cuidado, doctor. En el hospital de Riga me curé para siempre de cualquier complejo de superioridad.

Solita sufría en la consulta del doctor Andújar, porque sintonizaba con el dolor del prójimo, es decir, del próximo. Casos como el de Ricardo Montero le llegaban al alma y le impedían dormir; pero tenía la compensación de sentirse útil y de la compañía de la familia Andújar. Ocho hijos! Los dos mayores en Barcelona, pero habían pasado las vacaciones en Gerona, junto a sus padres. Carlos, estudiante de medicina, era un tesoro. "Es una miniatura de usted, doctor. Tiene un cerebro idéntico, o sea, los mismos sentimientos". El segundo, Juan, que quería ser ingeniero naval, tenía el sentido de lo grandioso. Lo mismo en arte, que en religión, que en los fenómenos de la naturaleza. Vio una aurora boreal y comentó: "Es la experiencia más grande de mi vida". Aparte de resolver todas las semanas los crucigramas que Solita "creaba" para Amanecer, jugaba con ella a las batallas navales, diversión que se había puesto de moda. Cabe decir que eran batallas navales auténticas. Los cruceros, los acorazados, las lanchas torpederas, los submarinos, etc., tenían nombres propios, de acuerdo con las informaciones que daban los partes de guerra. Últimamente, Juan Andújar, que defendía a los aliados, ganaba casi siempre y ello les daba mucho que pensar.

El resto de la familia, los pequeños -y Elisa, la señora Andújar-, eran un encanto. Debido a su colectiva añción a la música, heredada de su padre, tocaban instrumentos de cuerda -el violín- y dos de las chicas, la nauta. Pero a Solita lo que la encantaba eran los discos de canto gregoriano que escuchaba al lado del doctor. "El canto gregoriano es el mejor sedante, la armonía total. No cree usted, doctor, que podría tener propiedades terapéuticas?". "Ya lo he probado. Con los dementes, un fracaso; pero es válido para ciertos tipos de neurastenia. Y por supuesto, ideal para determinadas profesiones que ocasionan stress". Al doctor Andújar la nuez del cuello seguía subiéndole y bajándole en el cuello con rapidez, lo que continuaba divirtiendo a sus ocho hijos.

La pena de Solita era la esterilidad… Si hubiera "cuajado" la aventura con el doctor Chaos! La enfermera sabía que ambos doctores se veían con mucha frecuencia y que el doctor Andújar tenía buen cuidado de que no coincidieran. Solita hubiera deseado tener hijos. "Los que Dios mandara". Se lamentaba de ello con su padre, Óscar Pinel, quien en ese caso ahora se hubiera visto rodeado de nietecitos compensándole de los inspectores de la Fiscalía de Tasas que estaban a sus órdenes y que andaban por la provincia.

– Cuidado que los hombres están ciegos! -protestaba Óscar Pinel-. Eligen al azar, como si jugaran a la ruleta. Qué te falta, Solita? Absolutamente nada. Eres la viva estampa de tu madre, que antes de elegirme a mí tuvo que apartar media docena de moscardones…

Solita sonreía.

– No te hagas mala sangre, papá… El destino es imprevisible. No he tirado la toalla todavía. Espera unos meses, a ver… -y Solita terminó el crucigrama que debía entregar aquella misma noche.

* * *

Era cierto que los doctores Andújar y Chaos se reunían a menudo. Aparte de su amistad, el doctor Chaos necesitaba ver con frecuencia a su colega. En aquellos momentos acababa de sufrir un trauma muy fuerte. Su "amante", Alvin Stevenson, ayudante de mister Collins, cónsul británico, por orden de éste había sido destinado a Madrid. Mister Collins se olió lo que ocurría y quiso evitar el escándalo. El doctor Chaos pataleó de rabia. Había pasado una temporada feliz! Sobre todo porque había sustituido a Goering, su perro muerto y enterrado en el jardín, por un pastor alemán muy semejante y al que bautizó con el mismo nombre. Esto y su intenso trabajo en la clínica con la cantidad de enfermos que llegaban del teatro de la guerra.

Al doctor Chaos no se le ocurrió al pronto otro remedio que buscarle a Alvin un sustituto; y pensó en el Niño de Jaén. Este gitanillo le tenía en vilo. Se hacía limpiar por él los zapatos con mucha frecuencia en el bar Montaña, y le daba sustanciosas propinas, esperando la ocasión. Tan suculentas eran las propinas que llamaron la atención del dueño del bar Montaña, conocedor, como toda la ciudad, de las inclinaciones del doctor Chaos.

– Vete con cuidado con ese medicucho… -le dijo al Niño de Jaén-, que lo que quiere es darte por un sitio que yo me sé…

– Maricón! -gritó el Niño de Jaén-. En cuanto vuelva, le diré que le limpie los zapatos la puta madre que lo parió…

Y así lo hizo. El doctor Chaos se cayó de vergüenza, puesto que varios de los clientes del bar presenciaron la escena. Se fue despacio hacia la clínica, abrumado por negros pensamientos. Goering, al verle, dio saltos de alegría, como si quisiera consolarle. A la noche, como siempre en esos casos, recaló en casa del doctor Andújar.

– He vuelto a las andadas… -le dijo-. Se fue Alvin y ahora provocaba al Niño de Jaén. Por un pelo me he librado de un escándalo en plena Rambla.

El doctor Andújar había ya probado con él todos los recursos, sin resultado, incluso el del canto gregoriano. Pleito perdido. La naturaleza le había jugado una mala pasada y no había más remedio que aguantarse. Le invitó a sentarse y le encendió un pitillo, que el doctor Chaos chupó con mano temblorosa. Las niñas querían dedicarle una composición de violín y flauta, pero el doctor Chaos les hizo señal de que no era aquél el momento más adecuado.

Sí lo era, en cambio, variar de tercio y enfocar algún tema más o menos científico que al doctor Chaos pudiera distraerle. El doctor Andújar atacó por un flanco que, varias veces, había conseguido atraer su atención: el curso de la guerra y la biografía patológica de Hitler en la que el doctor Andújar andaba metido hasta el punto de llevar repletas dos carpetas azules.

– No me interesa Hitler -cortó el doctor Chaos-. Sospecho que sexualmente también es anormal, aunque en otras vertientes. Eso de que no quiera desnudarse ni siquiera ante los médicos es también una aberración…

El doctor Andújar probó suerte con la guerra. Sabía que el doctor Chaos había sido, desde siempre, partidario de los Estados totalitarios. Recordaba las teorías que expuso cuando el viaje a Barcelona a esperar al conde Ciano. "El hombre ha superado levemente el estado de los primates. La sociedad no puede permitirse el lujo de tener compasión. Es preciso darle facilidades a la ciencia. Los países que hagan esto dominarán el mundo y tales países no serán los meridionales…" "El hombre aislado es limitado. Los Estados totalitarios tienen fe en la especialización, en el trabajo de equipo y en la juventud. Los microscopios son más eficaces que las novenas a san Antonio. El día en que el alcalde se decida a arrancar muelas otra vez será más útil que haciendo donativos al Asilo Municipal. Los Estados totalitarios avanzan firme porque no pierden el tiempo cantando salmos ni recitando el libro de Job. La vida es materia y es a la materia a la que hay que arrancarle los secretos. Todo lo demás es brujería, folletín… y esclavitud".

– Tal y como están las cosas, se han confirmado tus tesis, doctor Chaos?

– A medias, he de confesarlo… La del ridículo de los países meridionales, sí. Ahí estamos, con Francia ocupada, con Italia a punto de serlo y con España ni fu ni fa. En cambio, lo de los Estados totalitarios es un contrasentido. Sí, me doy cuenta. Dos vejetes como Churchill y Roosevelt le han podido al III Reich. Y digo esto porque Stalin, sin la ayuda de los Estados Unidos, hubiera debido capitular… Pero en fin, es verdad que los sexagenarios pueden también vencer al Frente de Juventudes. Pero lo curioso son las profecías de Roosevelt. No sólo anuncia ya la victoria, sino que pronostica que España, después de la guerra, y debido a sus tesoros artísticos, será un país idóneo para el turismo…

El doctor Andújar ignoraba este dato. El doctor Chaos trataba muchos extranjeros y habían pasado por su clínica varios aviadores norteamericanos.

– Es curioso lo que dices… -El doctor Andújar advirtió que su colega empezaba a hacer crujir los dedos: crac-crac-. Pero hoy quería hablarte de otra cosa. Los Estados totalitarios, en esta guerra, se han mostrado más crueles que sus adversarios… Has oído hablar de las fosas de Katyn?

– Amanecer lleva unos cuantos días sin hablar de otra cosa…

– Pues bien, ya lo sabes. Una fosa con diez mil oficiales y soldados polacos fusilados por los rusos; y al lado de esto, los alemanes, al parecer, han practicado en Polonia la técnica del genocidio contra los judíos… Ghettos enteros arrasados. Imagino que alguno de estos judíos moriría leyendo el libro de Job…

El doctor Chaos había olvidado por unos momentos a Alvin y al Niño de Jaén. Se interesaba de veras por el tema. Imposible rebatir hechos que estaban ahí. Sin embargo, quiso matizar.

– A pesar de todo, sigo en mis trece en lo que considero fundamental: la eutanasia, pasiva e incluso activa. Que Churchill, Roosevelt y Stalin les hayan podido al Frente de Juventudes no significa que yo ahora vaya a ponerme a favor de tus amigos los locos ni a favor de los ancianos de vida vegetativa. El mundo futuro deberá pasar a la acción. Esta guerra habrá servido para avanzar en medicina más que en los cincuenta años anteriores… Pronostico que los médicos alemanes, con los experimentos de las SS, habrán descubierto campos inéditos para la prolongación de la vida. Éstos son, por lo menos, mis informes, que el cónsul Ji Paúl Günther podría ampliarte… Sabes cuál es el propósito de la ciencia alemana? De momento, conseguir que el hombre viva hasta los cien años con plenitud de facultades; luego que esos centenarios sean los que descubran la inmortalidad, que no tiene por qué ser exclusiva de otra vida de carácter providencial, celeste, religioso…

– Sí, conozco tu postura -replicó el doctor Andújar-. Alcanzar en el futuro, en el siglo próximo o en el otro, el carácter angélico… De hecho, tampoco eso sería una contradicción. El hombre va evolucionando, y aunque las bombas y los genocidios parezcan demostrar lo contrario, avanzamos cada día más… El Dios en el que creo es todopoderoso y puede perfectamente haber planificado esto en esa dirección. Por algo 4el Nuevo Testamento habla del final de los tiempos… Los tiempos son lo que vivimos ahora. Lo que nos espera más allá de los tiempos no lo podemos adivinar.

Llegados a este punto, el doctor Chaos, de pronto, se levantó y se pasó la mano por la frente.

– Pero, puede saberse por qué damos por descontado que los alemanes perderán la guerra…? Y las V-I? Y las V-II?

El doctor Andújar se puso a sonreír.

– Yo no he dicho nada al respecto… Ha sido cosa tuya.

– Sí, es verdad… -el doctor Chaos dio unos pasos por la habitación-. La soledad engendra pesadillas -Se plantó ante su amigo-. Regálame cuatro de tus hijos!

El doctor Andújar movió la cabeza.

– Eso es imposible… Goering, tu perro, les da mucho miedo.

CAPÍTULO XVII

MOSÉN ALBERTO, al igual que la madre de Marta, había envejecido un tanto. Bolsas en las ojeras y alguna arruga vertical. Sin embargo, acababa de cumplir los cincuenta años y no podía quejarse. Ninguna dolencia seria, excepto un bloqueo de rama derecha en el corazón, sin importancia, según los especialistas. Tenía mucha fuerza de voluntad y seguía los consejos de Moncho. Tomaba varias infusiones al día y en sus visitas a domicilio había disminuido el número de tazas de chocolate.

Trabajaba mucho, demasiado, en opinión de su sirvienta, Dolores. Él creía que era precisamente el trabajar lo que le mantenía en forma. El trabajar y el café-café. La única cosa que compraba en el mercado negro era el café-café y se lo procuraba el barman Rogelio. Fue uno de los primeros que advirtió que estaban en guerra los cinco continentes y ahora entendía que José Luis Martínez de Soria no andaba descaminado al afirmar que el Maligno tenía mucho poder en la tierra y una cierta libertad de acción. No lograba acostumbrarse a las cifras de muertos que daban las emisoras de radio y los periódicos; para él, el hombre era individual, único e irrepetible, y de ahí que, por lo común, impresionase más la muerte de un bebé que el descubrimiento de las fosas de Katyn.

Cada día se interesaba más por la historia, fuente, según él, de toda enseñanza. "Si Hitler hubiera sido historiador, se hubiera dado cuenta de que era insensato atacar en dos frentes a la vez". Continuaba teniendo en la mesa del despacho la calavera que le había regalado el comisario de excavaciones. Dicha calavera a veces le turbaba, a veces, no. En cualquier caso, era una lección de humildad. Por suerte, creía en la resurrección de la carne y en un tipo de inmortalidad que nada tenía en común con el preconizado por el doctor Chaos. No pocas veces había sentido la presencia muy cercana del Ángel de la Guarda, patrono, precisamente, del cuerpo de policía; sobre todo cuando, antes de la guerra civil, presumía de bien afeitado, de sotana sin mancha y de que la tonsura le otorgaba cierta superioridad sobre los demás. Sí, en efecto, a mosén Alberto la guerra lo había humanizado, paradoja que, a juicio del doctor Andújar, era mucho más frecuente de lo que la vox populi podía sospechar.

Estaba a punto de publicar, con Ángel, la monografía del arte románico en la provincia de Gerona. Habían reunido doscientas fotografías, fruto de excursiones domingueras que empezaban al amanecer. Apreciaba mucho a Ángel aunque no fuera el de la Guarda. Lo veía noble, sin doble intención. Excelente arquitecto, había descubierto que a la catedral de Gerona le faltaba un campanario que hiciera pendant con el ya existente; pero entendía que la bóveda, una de las más anchas de la cristiandad, tal vez no hubiera resistido el peso. Un tema concreto provocaba discusión permanente entre el sacerdote y el muchacho: la arquitectura moderna. Para Ángel, el futuro, los Estados Unidos; para mosén Alberto, lo clásico, Grecia y Roma, el gótico de Burgos, de Reims y de Colonia. Mosén Alberto entendía que la arquitectura moderna era esquizoide, que destrozaba el entorno, el paisaje y que llevaba camino de masificar a la gente. "Las grandes urbes sacrificarán al ser humano". Él era partidario de la vida rural, siempre y cuando se tecnificara y se higienizara. "De los Estados Unidos yo no me traería Nueva York o Chicago, sino las granjas". No podía olvidar que había nacido en un pueblo de apenas mil habitantes, Cistella, en pleno Ampurdán.

Lamentaba mucho que el gobernador, el padre de Ángel, fuera poco religioso, porque "la jerarquía debía dar ejemplo". También lamentaba que María Fernanda anduviera por ahí contando chismes del Vaticano, como, por ejemplo, que entre los guardas suizos abundaban los homosexuales. Ángel le decía: "Mi querido mosén Alberto, me parece que por ahí lleva las de perder. Mis padres tienen sus ideas y no creo que las cambien; y lo que es peor es que me han influido a mí".

Mosén Alberto, al oír esto último, sonreía. Estaba convencido de que Ángel un día u otro "volvería al redil".

– Si lo que os ha asustado es la basílica de San Pedro y las riquezas de la Iglesia, borradlas con el pensamiento y quedaos con el Cristo desnudo en la cruz o andando por Galilea con las sandalias desgastadas.

Ángel le impugnaba:

– Y cómo establecer esa dicotomía? A ese Cristo yo no le he visto más que en los templos y en su Museo Diocesano; en cambio, el Papa actual ha aceptado la palabra Cruzada aplicada a la guerra española y ahora está jugando papel doble en la guerra mundial…

Por lo demás, María Fernanda le tenía viva simpatía al sacerdote y devoraba en Amanecer sus "Alabanzas al Creador". Decía de él que era un hombre culto y que había que cuidarlo y mimarlo con sumo cuidado. María Fernanda había visitado en varias ocasiones el museo, en compañía de Esther; el camarada Montaraz, nunca. Lo que le reprochaba María Fernanda a mosén Alberto era su exceso de catalanismo. Ahora mismo estaba entusiasmado porque se había publicado el primer libro en catalán desde la guerra civil: Rosa mística, del reverendo Camil Geis. "Debería conocer usted mejor España, mosén Alberto. Da sorpresas… Seguro que cuando oye usted el nombre de Albacete en lo único que piensa es en las navajas cabriteras. Dése un garbeo por allá, por la provincia y ya me dirá!". Mosén Alberto asentía. "Le doy la razón. Y me arrepiento de ello. Me doy cuenta de que mi catalanismo es alicorto, bajo de techo y que probablemente me impide tener de España una visión más realista; pero no puedo luchar contra esto. Cataluña, para mí, es el café-café. Me basta y me sobra para llenar mi vida, aparte, claro está, mi labor sacerdotal".

Mosén Alberto estaba contento porque acababan de nombrarle presidente de la Comisión de Monumentos Históricos de la provincia. "Estoy harto de que sólo se hable de Ampurias". Dolores le decía: "La calavera es de allí, verdad?". "Sí, claro, de Ampurias… Pero también se ha muerto gente en otros lugares". Mosén Alberto no pararía hasta disponer de una calavera de la antigua Rodas, ilocalizable por el momento, y del poblado ibérico de Ullastret.

Continuaba ejerciendo de abogado del diablo en el proceso de beatificación de César, en dura pugna con el padre Forteza, que hacía de vicepostulador. Había momentos en que mosén Alberto se daba por vencido. No encontraba en el "místico" César ningún fallo. Ni un acto de vanidad, ni una mentira, ni una omisión. Y por si algo faltaba, Dolores le contaba que muchas veces había encontrado a César en el museo, brazos en cruz y que se dio cuenta de que las propinas que le daban los visitantes iba a depositarlas en los cepillos de la iglesia. Por cierto, que Carmen Elgazu, a este respecto, no le dejaba en paz. Sobre todo desde que los Alvear tenían teléfono, Carmen Elgazu le llamaba un día sí y otro también. "Qué? Ya le ha encontrado algún pecadillo a mi hijo?". Mosén Alberto sonreía. "De momento, no. Pero todo se andará". Carmen Elgazu bombardeaba igualmente al padre Forteza. "Qué? Ya se ha enterado usted de que mi hijo iba al hospital a dar sangre? Pues pregunte y verá!".

Las monjas adoratrices no querían más sacerdote que mosén Alberto. Lo preferían al padre Forteza, no sabían por qué. Las confesaba, les decía misa y se ocupaba de que tuvieran lo necesario para dedicarse sin más a la vida contemplativa. Mosén Alberto era hombre de acción y admiraba a aquellas mujercitas que se pasaban la vida ante el crucifijo y el Santísimo Sacramento, turnándose día y noche.

Por otro lado, seguía con atención el estudio antropométrico del Santo Sudario de Jesucristo, que tenía lugar en Turín, a cargo del profesor Viola, de la Universidad de Bolonia. Mosén Alberto era más bien escéptico en cuanto a los resultados. También ponía en cuarentena que san Pedro de Mezonzo, gallego, obispo de Iria Flavia en tiempos de Almanzor, compusiera la Salve. Él estaba convencido de que la compuso san Agustín.

Un fallo en su haber: mosén Falcó le destrozaba los nervios.

Su fanatismo iba más allá de toda medida. "Es la viva encarnación del nacional-catolicismo de muchos obispos españoles, que puede compararse a una epidemia". Y al decir esto se acordaba de que el obispo doctor Gregorio Lascasas había ordenado preces a santa Teresa, patrona de Intendencia, para acabar con la escasez de alimentos; de que en Ciudad Rodrigo acababan de encontrar, dentro de una arqueta, nada menos que un eslabón de la cadena de san Pedro; y que cinco prelados acababan de prestar juramento de fidelidad a Franco: los de Salamanca, Barcelona, Jaén, Urgel y Ciudad Real…

En cambio, aplaudió la iniciativa del padre Forteza de inaugurar en la Biblioteca Municipal una exposición de fotografías de los Santos Lugares, cedidas por los franciscanos. Puede decirse que desfiló toda la población, incluidos los seminaristas, pelados al rape: la Vía Dolorosa, el Santo Sepulcro, Getsemaní, el Tabor, Nazaret, etc., se hicieron carne viva en Gerona. Incluso María Fernanda se emocionó y entonces mosén Alberto le dijo a Ángel: "Te, das cuenta?". "Claro! -contestó Ángel-. Si existe alguna verdad, cosa que ignoro, no está en Roma, ni en el palacio episcopal de Gerona: está en Jerusalén".

* * *

La guerra en Italia parecía decidida a favor de los aliados. Montgomery había cruzado el estrecho de Messina sin encontrar resistencia. Poco después, los americanos y los ingleses ocuparon Napóles. La situación de la ciudad era espantosa. Los alemanes, antes de huir, habían saboteado el puerto, incendiado los barrios bajos, haciendo saltar las canalizaciones de agua y electricidad, destruyendo hasta las fábricas de spagheíti.

Entonces se produjo la reacción de los napolitanos, siempre imprevisibles. Especialmente los jóvenes, recibieron a los aliados como a "liberadores", se olvidaron de cantar Giovinezza y vitorearon a las tropas, que les repartían cuanto llevaban. Aquello era un jolgorio, una fiesta. Mediante toda suerte de argucias los chavales robaban cuanto podían y, sobre todo a los ingenuos soldados norteamericanos, les desvalijaban o les armaban un lío tremendo con los cambios de moneda. Cada combatiente aliado tenía cuatro rapaces napolitanos alrededor. Empezaron a venderles reliquias, antigüedades. Uno de ellos, a un sargento negro gigantón le vendió las tibias de san Pedro; otro, una imagen de la Virgen de cuatro siglos antes de Cristo.

El día 3 de septiembre los generales Castellano y Zanuzzí habían obtenido la autorización para capitular, cuatro años después, casi día por día, del primer toque de guerra. La noticia, de momento, permaneció en secreto. En Roma, el gobierno real había vivido con inmensa angustia el extraño período de la capitulación secreta, lo mismo que Badoglio. Ya no les quedaba a los autores de ese golpe de escena más que salvar la pelleja. El rey, la reina, la familia real y el mariscal Badoglio y ministros y millonarios abandonaron precipitadamente sus palacios. El destino de la monarquía de Saboya era sombrío. El rey no tenía más que el uniforme que llevaba puesto y la reina estaba privada de cualquier bebida fresca.

Simultáneamente, continuaban los bombardeos sobre Roma. El Papa, rodeado y seguido por una fervorosa multitud, visitaba los lugares siniestrados y de rodillas en el suelo rezaba el Padrenuestro y el De Profundis. Hasta que, confirmándose los temores de Carmen Elgazu, una bomba cayó sobre el propio Vaticano, causando daños en el taller de mosaicos, en el jardín, en la estación de radio y en algunas vidrieras de la basílica. La emisora se dedicaba a dar referencias de los prisioneros de uno y otro lado. Válgame Dios! Otra vez incontables telegramas del mundo entero, entre ellos uno del Caudillo al cardenal Segura: "Besóle la Sagrada Púrpura ", que el camarada Montaraz no supo cómo interpretar.

El día 9 de septiembre, Italia capituló incondicionalmente. Eisenhower y Badoglio firmaron el armisticio. Se constituyó en la frontera alemana, donde se encontraba Mussolini, un "Gobierno Nacional Fascista" que proseguiría la lucha al lado de Alemania. Nadie se tomó en serio esta tentativa y Manolo comentó: "Son los últimos coletazos".

Todo aquello repercutió en Gerona de una manera directa. Mosén Alberto, en el fondo, respiró. En un momento determinado temió que toda Italia, con sus innumerables obras de arte y arqueológicas, fuera coventryzada, que no quedara piedra sobre piedra. Si la rendición era un hecho real y Mussolini no se empeñaba en hostigar al enemigo, podían salvarse Bernini, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y tantos y tantos genios. Al padre Forteza le hubiera dolido especialmente Venecia. Estimaba que Veneeia era la alegría de vivir, lo romántico a flor de piel, muestra única de la fantasía de los hombres. El padre Forteza continuaba fiel a su temperamento. Por eso no le gustaba Camino, el librito del Opus Dei, y así se lo decía a Sebastián Estrada:

"Camino es un libro apocalíptico y a mi juicio la religión debe de ser alegre".

Los pro aliados, en Gerona, no podían ocultar su satisfacción y el camarada Montaraz se sentía impotente. "No puedo arrestar a la gente porque sonrían al saludarse". Mala racha la del gobernador y muchas preocupaciones en Madrid, corroboradas por el ministro Girón. "El cachalote monárquico se mueve más que nunca". Era verdad. Veintiséis procuradores, encabezados por el duque de Alba, escribieron al Caudillo exigiendo la restauración monárquica. Franco los destituyó de manera fulminante. Poco después, la misma petición fue formulada por varias de las máximas jerarquías castrenses y esto parecía todavía más serio: los generales Várela, Ponte, Orgaz, Kindelán, Monasterio, Dávila, Solchaga y Saliquet… Es decir, casi los mismos que dieron a Franco el mando político en el aeródromo de Salamanca en septiembre de 1936. Qué ocurriría? No ocurrió absolutamente nada. Franco fue llamándolos uno por uno y convenciéndoles de que no era todavía el momento adecuado para una sustitución en la cumbre. "Cuando el momento llegue llevaré a cabo la restauración".

El camarada Montaraz había roto docenas de cacahuetes discutiendo con su propia esposa, María Fernanda, con la Voz de Alerta y la condesa de Rubí, con Manolo y Esther, con el notario Noguer, con el profesor Civil… Lo malo era que a ninguno de ellos podía declararlos "desafectos". Simplemente, estuvieron al, lado de Franco, incondicionalmente, mientras duró la guerra, pero entendían que ahora debía dejar paso a un sistema político que no se hubiera comprometido nunca con el Eje. El fantasma de la División Azul -los divisionarios de la segunda ola también estaban a punto de regresar-, continuaba flotando en las mentes de los jefes aliados, especialmente en la de Stalin, que se estaba perfilando como el amo del cotarro.

– Mateo, tú te esperabas esto? El Caudillo! Quién es el guapo que se atreve a darle consejos?

– Pues, ya lo ves… Veintiséis procuradores, ocho, generales y buena parte de la población.

– Eso es una traición en toda regla -el camarada Montaraz se acariciaba la cicatriz del rostro-. Precisamente en el momento en que se conocen algunas cifras exactas: trece millones de rusos muertos o heridos, cinco millones de prisioneros, cuarenta mil cañones y treinta y cuatro mil carros blindados… Además, grandes obras en toda España e incluso la promesa de hacer navegable el ' Manzanares.

Mateo no podía con su alma, y advertía reticencias no sólo en la actitud de Ignacio y Ana María, sino en la propia Pilar.

– Sí, es una traición… -le decía al gobernador-. Pero yo sigo a tu lado, confiando. Y somos varios millones los que no hemos bajado la guardia. El prestigio de Franco es internacional. Ayer nos llegó en Amanecer la noticia de que él y el conde de Jordana han iniciado gestiones para que los aliados hagan las paces con Alemania y que todos juntos se lancen contra el bolchevismo… Porque, una cosa es segura: destruir el nazismo es dar las llaves de Europa al oso moscovita. Y digo oso porque a ti, en Albacete, te gustaba cazarlos…

Mateo era el gran consuelo del gobernador. Qué entereza la suya! Y cuánta fidelidad! Lo mismo que Marta. Marta había manifestado muchas veces sus recelos contra don Juan, cadete que fue de la Marina británica! Marta era también un apoyo moral valioso para aquellos hombres convencidos de que la camisa azul duraría toda la vida, para el bien de España.

Sí, el momento era malo, pero estaban acostumbrados a la lucha.

– Te acuerdas del Alzamiento? Casi toda España estaba en poder de los rojos y conseguimos dar el vuelco a la situación.

Los tres ex divisionarios, Pedro Ibáñez, León Izquierdo y Evaristo Rojas habían acudido al Gobierno Civil "a recibir instrucciones".

– Si hay que volver a las andadas, aquí estamos…

– Gracias, muchachos. Pero de momento el pulso del Caudillo sigue firme como cuando liberó el Alcázar.

También Rogelio acudió, harto de oír alusiones en la cafetería España. Incluso se rumoreaba que en Madrid se había instalado, con plena autorización, una representación de la Francia Libre, es decir, de la Francia de De Gaulle… Cacerola negaba que esto pudiera ser verdad. "Pues me temo que lo es -le decía Lourdes, su novia invidente, que se pasaba el día escuchando la radio-. No sé lo que va a pasar".

Un detalle desconcertó más aún al camarada Montaraz y a Mateo. En Madrid se hizo la presentación de la película americana Lo que el viento se llevó, previo un alud de propaganda. Pues bien, entre los espectadores se hicieron notar el obispo de Madrid, Eijo Caray y el conde de Jordana, ministro de Asuntos Exteriores, que con el pretexto de la película aplaudieron a los americanos con tanto entusiasmo como dos años antes habían aplaudido en los cines los documentales y noticiarios UFA.

Mateo informó:

– Salazar me ha llamado por teléfono y me ha dicho que grupos de falangistas habían pinchado los neumáticos de los coches aparcados en los alrededores del cine…

– Menguado consuelo -opinó el camarada Montaraz-. Esto es el derecho al pataleo.

Ángel vivía un poco al margen de aquellas querellas. La política, en el fondo, le repugnaba. "Un político es un hombre dispuesto a matar". Había empezado las obras del chalet de S'Agaró propiedad de Manolo y Esther y allá quería dejar el sello de su personalidad. Por lo demás, y como ajedrecista que era, estaba entusiasmado con la aparición en el horizonte español de un niño prodigio, Arturito Pomar, mallorquín -como el padre Forteza-, que estaba ya compitiendo con los mejores jugadores nacionales. El propio Alhekine, campeón del mundo, de origen ruso pero que vivía en Portugal, había declarado: "Rey Ardid es el mejor jugador español, sin la menor duda; pero Arturito Pomar puede llegar mucho más lejos, a condición de que sus padres no quieran enriquecerse demasiado temprano explotando el talento del muchacho".

El general Sánchez Bravo era amigo de los generales que "retaron" a Franco. El que menos le sorprendió fue Saliquet, quien, según él, antes de la guerra había sido masón. Lástima que no estuviera allí Julio García para poderlo corroborar. Los masones empezaban a mover de nuevo la cola y lo hacían con la excusa de la Monarquía. Ya no se les fusilaba, como tiempo atrás; pero se les imponían penas de veinte o treinta años para los grados superiores y de doce a veinte para los cooperadores.

– De verdad crees que Saliquet era masón? -le preguntó escéptico su hijo, él capitán Sánchez Bravo.

– No lo sé de fijo. Creo que sí… Antes de la guerra los había en todas partes. En Canarias, donde estaba Franco, llegó a decirse que todo el mundo era masón, excepto el obispo y los niños…

Así las cosas, Franco organizó y asistió con todo su gobierno y el pleno del cuerpo diplomático a un solemne funeral en El Escorial, "por todos los reyes de España". Mucha gente opinó que la misa en El Escorial había sido, en realidad, un responso para la Monarquía.

* * *

Mientras Stalin era designado mariscal de la URSS y Chiang Kai-shek ascendía a presidente de la República Popular China, llegó, el 1 de noviembre de 1943, el previsto decreto de la disolución de la División Azul. Los que no quisieron regresar formaron la Legión Azul, aun a sabiendas de que perderían la nacionalidad española. Algunos de tales legionarios se pasaron a los rusos y un par de catalanes, enterados de dónde se encontraba la Pasionaria -en Ufa-, fueron allí y conectaron con Cosme Vila, Regina Suárez y el intelectual Ruano, a los que facilitaron informes de primera mano sobre el desmoronamiento progresivo del Eje. Cosme Vila, por primera vez en mucho tiempo, respiró con alivio, sobre todo porque su mujer, en vez de traer al mundo una hija, había abortado.

El día 8 de diciembre se celebró, como el año anterior, el Día de la Madre. El director de La Vanguardia escribió, con su típica prosa elíptica: "Tu esposa es como vid ubérrima en la recámara de tu casa. Tus hijos son como pimpollos de olivo en torno a tu mesa". Carmen Elgazu recibió, de parte de Ignacio y Pilar, una mantelería nueva y Jacinto y Clara obsequiaron a Esther con una sesión de polichinelas en un diminuto teatro que les había comprado Manolo. Los títeres se ponían de moda y los textos, si bien iban destinados a los pequeños, servían también para aderezarlos con alusiones a la situación mundial. Ni que decir tiene que José Luis no se perdía una sesión de las que se celebraban en público y que siempre terminaban con el apaleamiento del demonio. Esther se emocionó con sus hijos y se empeñó en conocer al autor del texto de la historieta, que resultó ser Ignacio. "Sabes que es un texto precioso? -le dijo Esther-. A lo mejor podrías escribir una novela…" Ignacio se rascó una ceja, en ademán peculiar. "A veces lo he pensado. Pero de momento, lo que me interesa es que escriba la suya Javier Ichaso, mientras yo me dedico a seguir los pasos de Manolo y a hacer feliz a Ana María".

De hecho, todas las madres de Gerona estuvieron de enhorabuena, incluida la Andaluza, quien recibió de sus pupilas, y del Afino de Jaénl, un traje de lunares y un cartel de toros trucado -el librero Jaime cuidó de su impresión-, en el que aparecían como matadores Curro, Ortega y, en letras más grandes, el obispo, doctor Gregorio Lascasas.

Pero la nota culminante se produjo a raíz de la Navidad. Franco decretó un indulto para los penados a menos de veinte años y un día. El indulto afectó a unos seis mil reclusos -las cárceles estaban todavía llenas-, entre los que se contaba Alfonso Reyes, preso en el Valle de los Caídos.

La llegada de Alfonso Reyes a Gerona fue triunfal. El nombre Valle de los Caídos era algo mágico para quienes no habían estado allí. A esperarle a la estación fueron su hijo, Félix -al lado de Cefe, su maestro-, la Torre de Babel y Paz, Padrosa y Silvia. Por cierto, que el Día de la Madre Félix había dedicado a Silvia uno de sus cuadros preferidos: el mar repleto de bicicletas.

El abrazo de Alfonso Reyes y de su hijo, Félix, emocionó a todos. No lograban separarse. Ningún nubarrón en el horizonte, puesto que el aspecto de Alfonso Reyes era espléndido, como si llegara de un crucero por la Costa Brava.

– Padrosa, muchas gracias… Sé que has tenido en tu casa a mi hijo como si fuera yo. También he de dar las gracias a los hermanos Costa. Procuraré corresponder. Por el momento, dejadme llorar varias horas seguidas, ya que por aquí no oigo ni toques de corneta, ni el estruendo de los barrenos, ni el cantar de los picapedreros…

Agencia Gerunda lo resuelve todo. Resolvió lo del piso en el que vivirían Alfonso Reyes y Félix -próximo a la Dehesa-, y buscaron un trabajo para el recién liberado: otra vez cajero del Banco Arús. Dios, qué vueltas daba el mundo! Para volver a contar dinero en aquella taquilla fue preciso una guerra civil, una larga estancia en la prisión de Alcalá de Henares y casi un par de años en el Valle de los Caídos, donde los constructores Banús y Anselmo Ichaso estaban haciendo su agosto. Ignacio intervino en la gestión cerca de Gaspar Ley para que readmitiera a Alfonso Reyes. Éste había adelgazado y tenía la costumbre de mascar chicle. "Lo he aprendido de los soldados americanos que están liberando Italia".

Alfonso Reyes, de estatura mediana, con bigote y barba, parecía un cosaco. Pisaba fuerte. Lo primero que quiso ver fueron los cuadros y dibujos de su hijo, y Cefe se los enseñó augurándole para el chico lo mejor. Luego, quiso deambular solo por la ciudad. La Dehesa… Los árboles desnudos por causa del frío invierno. Palpaba los troncos evocando el desierto de Cuelgamuros. Luego se fue a la Rambla y vio los comercios y establecimientos nuevos, entre ellos, la cafetería España -"una fiebre de malta, por favor"-, la peluquería de Dámaso, la peluquería de señoras de Charo, por fin inaugurada, el café Nacional -antes café Neutral-, como siempre, con aquellos espejos que guardaban tantos y tantos secretos.

El barrio antiguo le impresionó. Coincidió con una procesión-rogativas por la lluvia, que no se decidía a caer y notó que el corazón le latía en el pecho al prestar atención a los campanarios de San Félix y la catedral. Se fue cuesta arriba, hacia las murallas, hacia las dos Oes y desde allí contempló el valle de San Daniel. También subió a las Pedreras y a Montjuich, para ver la panorámica de la ciudad y el meandro del Ter. Ahí las covachuelas de los inmigrantes le recordaron los del contorno del Valle del que acababa de regresar. Los churumbeles le aplaudieron, sin saber por qué. "Eres de los nuestros?". Alfonso Reyes no comprendió. A qué se referían? Tal vez les impresionaran la barba y el bigote. "Sí, soy de los vuestros. Todo el mundo es hermano mío y si necesitáis algo preguntad por Félix Reyes, el chico-pintor".

El recién liberado vio su fotografía en Amanecer. El texto decía: Magnanimidad del Caudillo. Seis mil reclusos vuelven a sus casas. Y se le veía a él en Alcalá de Henares, trabajando en la imprenta. Quién sacó aquella foto? Mateo era el censor, el "dueño" de Amanecer. Él podría explicárselo. Pero Mateo no sentía la menor necesidad de saludar a Alfonso Reyes, pese a que el camarada Montaraz le había dicho: "La medida tomada por Franco no podía ser más oportuna".

Nada era verdad o mentira. Todo era oportuno o inoportuno. Como decía Manolo: "Todo está prohibido, excepto lo que está específicamente prohibido". Se jugaba con la clemencia como los crios jugarían con los trastulos que los Reyes Magos les traerían a no tardar, previo desfile de farolillos.

– No comprendo nada -le decía Ignacio al recién llegado-. No veo en ti ni un asomo de rencor…

– Rencor? Por qué? Todos estamos hechos de la misma pasta. Crees que no me acuerdo de Teo, de Porvenir, de Cosme Vila y demás bichos del comienzo de la guerra? Crees que no me acuerdo de tu hermano César? Ahora gano, ahora pierdo, así es la vida…

– Pero qué habías hecho tú?

– Era rojo. Deseaba que ganaran los rojos. Te parece poco? Esto, visto por un camisa azul, es un crimen… He reflexionado mucho. Quiero vivir en paz. No quiero cotizar ni por el Socorro Rojo ni por cualquier otro color…

– Nada de espíritu de revancha?

– Nada. Cuando cambie la tortilla, yo acompañaré a mi hijo a pintar las casas del río…

Todos los "rojillos" de la ciudad invitaban a Alfonso Reyes, incluidos los hermanos Costa. Él declinaba cualquier invitación. "Quiero ser independiente. Dejadme en paz".

Su postura inspiraba respeto. Pensando en Félix quería casarse. "Todo se andará". Todo el mundo le preguntaba detalles sobre la construcción del Valle. "No os mováis de aquí. Un día veréis la cruz asomando allá en lo alto…" Mateo palpaba el vientre abultado de Pilar. "Qué serás tú, monín? Tu alma será roja o azul?". Pilar se reclinaba en su hombro. "Yo sólo sé que será niña y que se llamará Carmen".

* * *

Agustín Lago estaba muy contento. Había conseguido para el Opus Dei el ingreso de Sebastián Estrada, quien había empezado a estudiar magisterio. El hermano de éste, Alfonso, que acababa de casarse con la maestra Asunción, no creía lo que veían sus ojos. El Opus Dei estaba enfrentado con los jesuítas: en Barcelona, el padre Vergés, en Gerona, los padres Forteza y Jaraíz. Este último, falangista, siempre decía: "Van a por los ricos. Cometen el mismo error que cometió la Compañía de Jesús, y así andamos, sin vocaciones y salvándonos sólo por la valentía de los misioneros".

Agustín Lago no discutía con el padre Jaraiz, inabordable por su fanatismo, pero sí con el padre Forteza.

– Nada que ver con los jesuítas, mi querido padre. No buscamos al rico sino almas que, estén donde estén, quieran entregarse a Dios. Ustedes no tienen laicado y en el Opus somos la gran mayoría. Sólo tres ingenieros van a ser ordenados sacerdotes dentro de poco, lo cual demuestra que la jerarquía nos ha otorgado su confianza. Resulta infantil e injusto que nos enfrentemos unos a otros, dejando la puerta abierta a las críticas del adversario…

– No podrás convencerme nunca -objetaba el padre Forteza, mientras en su cuarto se lavaba un par de calcetines-. Sé lo que está ocurriendo en Barcelona, en Valencia y en Madrid. Ricos e intelectuales. A través del beneplácito del Ministerio de Educación vais al copo de las cátedras. Uno de los slogans de tu venerado padre Escrivá es: tenemos que conquistar a las locomotoras porque son las que tiran de los vagones. Sebastián Estrada es una locomotora, desde luego: grandes propiedades en la zona de Cadaqués, que está dispuesto a ceder a la Obra, pese a que su hermano, Alfonso, ha puesto el grito en el cielo.

– La cesión, si se consuma, será voluntaria… -replicó Agustín Lago-. El muchacho llegó del mar desorientado, sin saber qué hacer. Le faltaba un asidero y un asidero, además, que comprendiera el problema catalán: el Opus se lo ha proporcionado. La primera vez que fue a verme no creía yo, ni remotamente, que aquello tuviera un final feliz. A partir de aquel momento, se lo puse muy duro. Ser de la Obra no es fácil. Supongo que sabe usted los sacrificios diarios que tenemos que hacer, desde que nos levantamos hasta que a la noche rociamos la cama con agua bendita. No es un camino de rosas…

– Sí, estoy al corriente, aunque algunas cosas se me escapan. Por ejemplo, tu propia elección. No obedeces al tipo ideal diseñado por el padre Escrivá: soltero, de aspecto físico irreprochable… a ti te falta un brazo, y con estudios superiores o su equivalente en dinero… O bien con buenas relaciones sociales. Cómo te las arreglaste para que te admitiera?

– Se para usted, padre Forteza, en la pura anécdota… Los proyectos de monseñor son tan vastos que es lógico que quiera conquistar lo antes posible locomotoras. Pero ya lo ve, usted mismo ha citado mi ejemplo. Yo fui a Madrid falto de un brazo y con lo que llevaba puesto y el padre me admitió. Claro que me conocía desde antes de la guerra y no podía dudar de mi fidelidad.

El padre Forteza colgó ahora de una cuerda los calcetines que acababa de lavar.

– Centrémonos en el caso de Sebastián Estrada… Llega del mar con una sirena tatuada en el brazo, introvertido, sin más estudios que el bachillerato. Le hubiera admitido monseñor de no andar de por medio la herencia que mencioné? Estoy seguro de que le hubiera dicho: ponte a la cola y espera…

– Ya se lo dijo. Pero el muchacho se volcó -Agustín Lago hablaba en voz baja, muy sereno-. Tanta fue su insistencia que no hubo más remedio que acelerar los trámites. La ceremonia de admisión fue muy sencilla: leyó la jaculatoria que le asignaron y lo hizo ante una cruz negra, vacía, sin crucificado. Porque los crucificados debemos de ser nosotros, Jesús ya nos precedió; luego, Sebastián, con el semblante feliz, hizo sus votos de pobreza, castidad y obediencia, porque aspira a ser numerario…

– Numerario?

– Sí, porque quiere mantenerse célibe, como usted. Los supernumerarios son los que desean casarse.

El padre Forteza sonrió.

– Un parvulillo… Un pajarito que cayó en la trampa como ese canario que ves aquí en mi jaula. Yo tuve que hacer todo el noviciado y luego estudiar más aún a lo largo de varios años. Aprovecharse del estado emocional de un muchacho roto por la guerra o por lo que sea me parece feo, farisaico… Pregúntale a Alfonso y te lo dirá: le ha sentado como un tiro.

– A muchas familias les sienta como un tiro que uno de sus miembros renuncie a todo y se vaya a un convento…

– Llevo años con la sotana a cuestas, Agustín. Habrá casos como el tuyo, de honradez a toda prueba; pero cuando la Obra haya demostrado que sirve de trampolín para conseguir un buen nivel dentro de la sociedad, necesitaréis poner el letrero: se agotaron las localidades…

Agustín Lago sufría. Aquello era un frontón. El padre Forteza le demostró que conocía al dedillo la biografía del Fundador, de monseñor Escrivá y que por ahí, y por el librito Camino, la cosa fallaba, a su entender. El padre Escrivá tenía cuarenta y un años y estaba en la plenitud de sus facultades. Ex compañeros suyos del seminario lo consideraban vanidosillo: usaba calcetines de seda y todos llevaban el pelo rapado, menos él. Iba a ser el cura más guapo del mundo, como su madre, Dolores, la mujer más guapa de Barbastro. Le gustaban los títulos de nobleza e iba a por ellos. "Sí, sí, ya lo verás, el tiempo me dará la razón!". De temperamento rígido y ardiente, con raptos coléricos. Pudo huir de los rojos por el camino de Andorra y se quedó en un hotel de Burgos, donde escribió Camino, "que huele a azufre y a cañonazos". Magnetismo personal? Innegable. Luchador nato? Innegable. Tal vez por eso hacía poco tiempo soltó una frase casi irrepetible: en caso de otra persecución de sacerdotes en España, él no podría permanecer pasivo y saldría a la calle con metralleta…

Agustín Lago quedó anonadado. No conocía tal frase ni concebía que pudiera ser cierta. Estuvo a punto de levantarse e irse a la fonda Imperio. Pero consiguió dominarse y permanecer en su sitio. Por lo demás, el padre Forteza le impidió reaccionar. Le pidió la fotografía del monseñor, que sin duda debía de llevar en la cartera al lado de una estampa de la Virgen.

El inspector de Enseñanza Primaria titubeó. Por fin sacó su cartera -era admirable cómo se las ingeniaba con una sola mano-, en la que, en efecto, llevaba la foto y la estampa. El padre Forteza estudió brevemente los rasgos faciales del Fundador, al que ya conocía por una fotografía idéntica que le había enseñado el padre Vergés en Barcelona.

– Sí, eso es… Cabeza poderosa, gafas de miope, mandíbulas fuertes, un no sé qué en la boca, en los labios, que no acaba de gustarme. Yo diría que es un ser humano que ha de luchar de continuo contra su temperamento concupiscente… Bien, bien, no te sofoques! Todos sabemos que muchos santos y muchos anacoretas también han debido luchar… -Le devolvió la fotografía-. Ojalá lo consiga, para el bien de todos, pero permite que por una vez ese payaso que yo soy se sienta pesimista.

Así concluyó el diálogo, que no había por qué prolongar. El padre Forteza no pretendió con él socavar a Agustín Lago -objetivo, por otra parte, inútil- ni actuar de aguafiestas. Habló de ese modo porque creía estar en lo cierto y porque le dolía que Sebastián Estrada, con toda una vida por delante, se hubiera de jado cazar por un "Instituto Comunitario" – la Obra había conseguido ya esa nominación- embrionario y que le exigía sacrificios abrumadores. El padre Forteza tenía la experiencia de los fallos cometidos por la Compañía de Jesús y parecía que el Opus Dei los repetía a una escala mucho mayor.

– Saluda en mi nombre a Sebastián… -dijo, levantándose-. Y sed compasivos con él.

Agustín Lago se irritó. Se levantó a su vez. Entonces recordó una máxima de Camino: "Es cuestión de segundos… Piensa antes de comenzar cualquier negocio: Qué quiere Dios de mí en este asunto? Y, con la gracia divina, hazlo!". A Agustín Lago le pareció que lo que quería Dios en aquel asunto era que se despidiera del padre Forteza besándole la mano.

CAPÍTULO XVIII

LOS ACONTECIMIENTOS DE ITALIA se complicaron. El rey y el gobierno Badoglio habían podido escaparse de Roma y unirse a los aliados en el sur de Italia. La destitución y arresto de Mussolini habían sido recibidos con júbilo por la mayor parte de la población. "Finito Mussolini! Finita la guerra!". No era cierto. Porque por el Norte entraron más tropas alemanas, al mando de Rommel, dispuestas a proseguir la resistencia, pese al armisticio firmado por Badoglio. Se produjo una especie de guerra civil en el interior de Italia.

Hitler reaccionó como en sus mejores tiempos y se propuso la liberación de Mussolini. La consiguió, gracias a la audacia de noventa SS y paracaidistas, al mando de Skorzeny. Mussolini se encontraba encarcelado en un pequeño hotel del Gran Sasso, en los Abruzzos. Skorzeny y sus hombres lo liberaron ante la estupefacción de los guardias y lo llevaron a presencia de Hitler. Éste suponía que la humillación sufrida por el Duce habría hecho nacer en él deseos de "una terrible venganza". Pero Mussolini ya no era más que la sombra de sí mismo. Lo que él deseaba era terminar sus días en su aldea natal de Rocca della Camínate. Sin embargo, acuciado por Hitler proclamó la "República Social Italiana", nuevo gobierno que debía ejercerse en la parte de Italia ocupada por los alemanes. Tal gobierno tenía su sede en Saló, aldea situada al borde del lago Garde.

Mussolini era ya sólo un muñeco en manos de Hitler, por lo que al cabo de un tiempo mandó arrestar, acusados de alta traición, a los jefes fascistas que habían votado contra él en el Gran Consejo, entre los que se encontraban su propio yerno, Ciano, y el mariscal de Bono, que fueron ejecutados sin remisión, pese a las peticiones de clemencia de la propia hija de Mussolini. Los aliados tropezaron con una sorpresa: los alemanes defenderían palmo a palmo el terreno italiano, pese al armisticio firmado por Badoglio. Éste, queriendo disipar cualquier equívoco y expresando el deseo de la mayoría del pueblo italiano, declaró la guerra a Alemania. Pero faltaban quinientos kilómetros para llegar a Roma y era preciso salvar el obstáculo natural que suponía Montecassino, donde estaba el famoso monasterio. A mediados de octubre Víctor Manuel III renunció al uso de sus funciones y dejó a su hijo Humberto como lugarteniente del reino.

* * *

Poco después, se reunieron en Teherán "los tres grandes": Stalin, Roosevelt y Churchill. Los dos primeros subestimaron a Churchill, subestimaron a Inglaterra. La consideraron una "islita" en un pequeño terreno que era la Europa occidental. Se trataba del reparto del mundo futuro, después de la guerra. Churchill manifestó su deseo de que Francia jugara un gran papel. Los otros dos se opusieron. "Los franceses tienen que pagar por la traición". Stalin estimó que habría que liquidar sumariamente a las cincuenta mil o cien mil cabezas técnicas de la economía de Alemania. Churchill se indignó y contestó que antes de esto preferiría que lo fusilasen a él allí mismo, en el jardín. Stalin le dijo que había sido una broma.

Stalin reivindicó la posesión de los tres Estados bálticos -tres repúblicas-, Estonia, Letonia y Lituania y se acordó ceder a su petición. Al igual que los territorios orientales de Polonia. En cuanto a Finlandia, Stalin declaró que sólo tenía la intención de anexionarse Carelia.

Roosevelt propuso que las cuatro grandes naciones que deberían repartirse el mundo futuro fuesen los Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y China. Stalin no concedió demasiada importancia a esta cuestión y manifestó que su finalidad concreta era que Inglaterra y los Estados Unidos establecieran un segundo frente en la propia Francia, donde Sartre representaba Las moscas, Paúl Claudel El zapato de raso y donde se hacían desfiles de modelos. Los alemanes se preguntaban qué sombreros se pondrían los franceses si hubieran ganado la guerra. Tal vez unas declaraciones de Jean Giono sintetizaran la situación: "Prefiero ser un soldado alemán vivo que un francés muerto". Pétain parecía un extraño en medio de un pueblo que lo había amado y venerado. En realidad, el papel de Vichy capital había terminado.

* * *

El profesor Civil pasaba días amargos, no sólo porque la enfermedad de su mujer se agravaba, sino por lo que él consideraba como el derrumbamiento del mundo latino y del mundo mediterráneo. A veces, explicando Derecho Romano a Ignacio y a Mateo había soñado con una unidad mediterránea, en compensación de los mundos ario y anglosajón. "Una vez más considero de vital importancia la sensibilidad y la imaginación de los pueblos del Mare Nostrum, que llega hasta Grecia. Sin esta franja aparentemente débil, el mundo fracasará. Será un mundo materialista, robotizado, con una escala de valores que lo llevará a la autodestrucción. Se ha dicho que donde acaba el vino acaba el catolicismo y empieza el protestantismo. Es verdad. Mental y espiritualmente, la derrota del vino supondría una catástrofe".

De haberlo oído Ignacio, posiblemente hubiera impugnado la tesis; Mateo, que había reanudado sus clases con el profesor Civil -se preparaba para el segundo curso de abogado-, no supo qué replicarle. Detestaba con toda el alma el soma anglosajón y estaba decepcionado por la realidad latina, puesto que hacía suyos el fracaso italiano y el fracaso francés; pero no sólo era preciso hacer la salvedad de España y de Hispanoamérica, sino que Alemania no había dicho todavía la última palabra. Aparte de esto, las ínfulas del cosmos eslavo, que había palpado de cerca, le producía náuseas. "Sabe usted, profesor, lo que son las náuseas? Pues esto es lo que provocan en mí el nombre de Stalin, sus millones de muertos y los millones de esclavos suyos que respiran todavía y que de un momento a otro van a utilizar la guerra bacteriológica".

Esto último dejó patitieso al profesor Civil.

– Pero, qué bases tienes para formular semejante afirmación?

Mateo se tocó la cadera, que a veces le dolía.

– Seguro no lo estoy, pero es lo más probable. Todos los prisioneros que hacíamos en la División Azul, algunos dé los cuales se quedaban con nosotros como pinches de cocina, nos indicaban lo mismo, con gestos expresivos: si la cosa se ponía fea, guerra bacteriológica… Y la cosa se les va a poner fea, ya lo verá.

Moncho reconocía la tesis de Mateo y se mostró escéptico. "Día a día observo el comportamiento de las bacterias. Sería como lanzarlas al vacío con la posibilidad de que actuaran de boomerang y llegaran no sólo al Kremlin sino a Ufa, donde al parecer hay una emisora de radio que le pone a Mateo especialmente nervioso".

Curiosa reacción la de Mateo. De hecho, había improvisado cuando le soltó aquella frase primero a Ignacio y luego al profesor Civil. No existían tales bases, ni tales pinches de cocina, ni tales gestos expresivos. Simplemente, consideraba a la URSS capaz de cualquier monstruosidad y se le ocurrió aquello como a Gorki, eufórico en París por la marcha de los acontecimientos, hubiera podido ocurrírsele convertir la torre Eiffel en una jubilosa explosión de fuegos artificiales.

* * *

El año 1944 llegó de puntillas, como si no quisiera hacer ruido. Las noticias llegaron de muy lejos, del Japón. La familia real japonesa comió el día de Año Nuevo el mismo rancho que sus soldados y el general Tojo, que había asumido el cargo de general jefe de Estado Mayor, en sustitución del general Sugiyama, declaró ante el Parlamento nipón: "Cada japonés está decidido a matar diez enemigos". Al propio tiempo, y al término de un muy largo silencio, el padre Forteza recibió una carta de su hermano, misionero en Nagasaki, en la que le decía que el Japón estaba muy fuerte, que en Occidente no se tenía idea de su capacidad ofensiva, de su disciplina y de lo vastísima que era su expansión por Asia. Hasta los bonzos nipones habían empezado a trabajar en las fábricas…

El padre Forteza, que se había dado cuenta de que todo el mundo hablaba del Eje y no del Pacto Tripartito -se olvidaban del Japón-, hubiera querido enseñar esta carta a sus amigos, a Manolo y Esther, por ejemplo, a Alfonso Estrada, a Marta, etc., pero prefirió ser prudente. Su gesto hubiera podido dar lugar a un equívoco: pensar que se alegraba del poderío japonés, lo cual no era cierto. Al padre Forteza sólo podía alegrarle lo que apuntara hacia la solución del conflicto. Por supuesto, le temía al protagonismo que estaba adquiriendo Stalin; pero tampoco del Japón podían esperarse precisamente lecciones de cristiandad. Desde que Francisco Javier estuvo allí, hacía de ello más de cuatro siglos, las conversaciones habían sido minoritarias. Su hermano estimaba que actualmente los cristianos en el país eran unos seiscientos mil. Y el Japón tenía ochenta millones de habitantes! Y el emperador "seguía siendo Dios", por lo cual acabaría, como siempre, "ganando la guerra".

Sin embargo, el padre Forteza necesitaba desahogarse y por fin dio a leer la carta a Ignacio, puesto que a éste Oriente le interesaba cada día más. Ignacio le dijo:

– Sí, sí, comprendo a su hermano y me imagino de lo que es capaz la disciplina samurai y la de los kamikaze. Pero el Japón es oriental sólo a medias. Si no estoy equivocado, el siglo pasado empezó a conectar con Occidente y ha heredado ya muchos de nuestros defectos. Por supuesto, su hermano conoce aquello mejor que yo, que sólo me baso en una decena de libros que han caído en mis manos; pero dudo de que el Japón, aislado, pueda darle un vuelco a la situación. Más bien espero que al final se impondrá entre ellos el tradicional harakiri…

El padre Forteza no supo qué contestar. A él le había llamado la atención que los bonzos hubieran empezado a trabajar en las fábricas. El budismo era como una lluvia gigantesca que impregnaba todo Oriente. Claro que era preciso matizar. La parte de China que estaba bajo la presidencia de Chiang Kai-shek se aprestaba a declarar la guerra al Japón, y entre los chinos -casi ochocientos millones- Buda y Confucio influían a la par.

– En el transcurso de este año que ahora empieza se decidirá la papeleta… Veremos si la influencia del emperador Meiji, que fue quien conectó con Occidente, fue benéfica para los japoneses o lo contrario. Entretanto, ahora que se acerca el día de Reyes, a ver, mi querido Ignacio, si te comportas como debes con respecto a tu familia.

Ignacio sonrió. La festividad de los Reyes Magos era especial para él, porque de niño le traían siempre un caballo de cartón y una peonza, con lo cual era feliz; ahora también se intercambiaban obsequios los mayores y debería estrujarse el magín para contentar a cuantos estaban a su alrededor.

Día de Reyes! Fue un triunfo para el profesor Civil y para la madre de Marta, quienes en Auxilio Social repartieron gran cantidad de juguetes. Muchos de estos juguetes habían sido construidos en prisión por los reclusos, para sus hijos o para ganarse un dinero extra. Por su parte, Mateo acertó con el obsequio a Pilar: un collar de tres vueltas, perlas de Mallorca. Ignacio se dedicó a regalar libros a cuantos le rodeaban. A Pilar, obras de Gabriel y Galán, de Alarcón y de José María de Pereda; a Ana María, obras de Pérez Caldos y de Blasco Ibáñez, que Jaime el librero le vendió bajo mano. Llamó a Bilbao y encargó a sus tías Josefa y Mirentxu media docena de muñecas, que pasaron a engrosar la colección de Marta; y a Esther una boquilla larga, suiza, que encontró en casa del anticuario Pujadas. Etcétera.

El regalo de libros no fue una improvisación. Ignacio deseaba que todo el mundo cultivara su intelecto. Sabía que Pilar pasaba malos ratos en las reuniones con Esther, María Fernanda, Carlota y Charo, por falta de formación cultural. Había un evidente desnivel entre ella y las demás, y Mateo parecía no darse cuenta. Le dijo a su hermana: "Tienes que leer… Saca el tiempo de donde puedas. Ahora que estás encinta y debes descansar, aprovéchalo. Los libros que he elegido para ti son como un aperitivo. Los digerirás fácilmente; más tarde iré regalándote libros más complejos. Por ejemplo, los de Stephan Zweig, quien acaba de suicidarse en el Brasil, junto con su esposa, mediante un veneno lento y doloroso…"

Ignacio tenía razón. El desnivel entre Pilar y sus amigas -incluyendo a Ana María, e incluso a Marta- era sensible. En este sentido tal vez la influencia de Carmen Elgazu, con su cantinela de los libros prohibidos, hubiera sido nefasta. Pero también fallaba la materia prima. Pilar era un encanto, un ser pillín hasta perderse de vista; pero prefería los seriales radiofónicos a las "Pildoras para pensar" que emitía el doctor Andújar. Con la guerra se hacía un lío con los nombres propios, a excepción de Sicilia, de Riga y del lago limen. Ni que decir tiene que a Mateo le bastaba con eso, porque Mateo era machista y las sabihondas, en el fondo, le incordiaban.

Para la población en general, los tres Reyes Magos fueron los tres ex divisionarios: León Izquierdo, Pedro Ibáñez y Evaristo Rojas. Este último fue el rey negro, papel al que aspiraba Cacerola. Llegaron en carroza, procedentes de la estación, y los niños con sus farolillos se alborotaron y querían besarlos. ' La Voz de Alerta' vio a su hijo, Augusto, de la mano de Carlota, agitando el farol. Pilar vio a César de la mano de Mateo. Los Alvear hubieran querido ver a Eloy, pero éste, que acababa de estrenar pantalones largos, les dijo: "Hace años que dejé de chuparme el dedo…" Entonces, Matías se rió y se fue al quiosco de la esquina a comprarse la primera novela protagonizada por el Coyote, que acababa de aparecer y que, según Jaime, sería la conmoción entre el público amante de las aventuras.

Pobre Jaime! Nadie podía vaticinarle, a lo largo de la jornada, lo que le ocurriría al llegar la noche. Los tres Reyes Magos se despojaron de sus disfraces, recobraron sus camisas azules y amparándose en la oscuridad penetraron en la librería por una puerta lateral -Facundo se había marchado ya-, y le pegaron a Jaime una tremenda paliza, hasta hacerle sangrar la boca y amoratándole el ojo izquierdo.

Jaime, por descontado, reconoció a los tres ex divisionarios, que salpicaron su gesta con palabras alusivas al Socorro Rojo, a los rusos y a la madre que los parió. Jaime chilló como un perro herido y al quedarse solo se fue, renqueante, al dispensario, que se encontraba lejos -cerca de Correos y Telégrafos-, para que le hicieran la primera cura. Allá no quiso revelar los nombres de los autores del atentado; se reservó para el día siguiente, convencido de que don Eusebio Ferrándiz, jefe de policía, le haría caso.

Tiempo perdido. Don Eusebio Ferrándiz le recibió con semblante desolado. "Hay testigos?", le preguntó. "El testigo soy yo", contestó Jaime. "Entonces, me temo que no podremos formular una acusación en regla…"

El cantarada Montaraz no había sido el instigador del asalto, pero le ordenó por teléfono a don Eusebio Ferrándiz que diera carpetazo al asunto.

* * *

Las reuniones entre la élite femenina de la ciudad tenían lugar periódicamente. O bien en el salón del hotel Peninsular, o bien a domicilio, por rotación. Formaba parte de ellas, además de las mencionadas por Ignacio, Eva, la mujer de Moncho. Adela hubiera dado todas sus joyas para ser admitida, pero su marido era un simple telegrafista y la consideraban vulgar. Vulgar? Adela se tomó su venganza, apuntando directamente hacia María Fernanda, la esposa del gobernador. Puesto que Ignacio le había dicho paladinamente: "Adela, se acabó, vamos a terminar esto de una vez", la mujer, en cuanto pudo, se desquitó. Un par de miradas insinuantes a Ángel y se llevó el gato al agua. El muchacho picó, aun a riesgo de que su madre tuviera un ataque de nervios. Pero nadie había de enterarse. Ni siquiera Marcos, un bendito de Dios, como siempre.

Ángel no consiguió que Adela olvidara a Ignacio, como la Torre de Babel no conseguía que Paz olvidara a Pachín, pero era todo un hombre, tal vez con mayor experiencia que Ignacio, debido a la edad. El comportamiento de la pareja era digno del Kama Sufra, una embriaguez, un enajenamiento. Mientras Marcos estaba en Telégrafos enviando continuamente mensajes al Papa en pro de la salvación de Roma, Adela se refocilaba con su nuevo amor. Sabedora de las aficiones de Ángel a la fotografía, lo encandiló para que le sacara "desnudos" eróticos como para ilustrar los cuentos de Boccaccio. Ángel había saltado de los locos y los ancianos a los caprichos de una mujer febril, cuyo íntimo deseo hubiera sido llegar a supervedette del Paralelo, en Barcelona.

No, nadie estaba enterado de este emparejamiento, por lo cual la élite femenina de la ciudad se veía obligada a dar pábulo a otros rumores. Últimamente, además del incidente de Jaime, que se saldó diciendo que se trató de una riña personal con un borracho, los dardos apuntaban hacia Solita… y Rogelio! "Se conocieron en Rusia, y estas cosas pasan…" "Yo opino que Solita tiene perfecto derecho a tener un amante". "Sea lo que sea, es una muchacha estupenda". "De todos modos, es bastante mayor que Rogelio". Etcétera.

Las reuniones eran dispares, heterogéneas. Si alguien conseguía hilvanar el diálogo, era precisamente la benjamina del grupo, Ana María. A ésta no le gustaba el chismorreo. Tal vez, con la edad, modificara su criterio; pero, de momento, prefería creer que la gente era honrada, excepto cuando una guerra andaba de por medio. También la ayudaba Eva, metódica en su manera de hacer y que era la que les aportaba las noticias más interesantes; por ejemplo, que por fin el doctor Fleming había podido rematar sus estudios sobre la penicilina, gracias a lo cual ya se había hecho una prueba en España -el medicamento procedía del Brasil-, curando en cuestión de un par de días a una niña madrileña llamada Amparito Peinado, que padecía una mortal infección.

María Fernanda, tan aprensiva siempre -le temía al cáncer-, comentó:

– Le diré a mi marido que tenga siempre penicilina en casa…

– No es fácil conseguirla.

– Se hará lo que se pueda.

Ana María, Charo y Eva eran las únicas mujeres del grupo que no habían tenido hijos. En una de las tardes en las que les dio por abordar el tema -el bridge lo jugaban por las noches-, les pusieron como ejemplo el último premio de natalidad: María Martínez Rodríguez, de Barcelona, acababa de enviudar, tenía treinta y ocho años y había traído al mundo veinte hijos.

– Jesús! -protestó Esther-. Manolo dice que eso debería de estar castigado por el Código civil…

Aparecieron en Gerona las minimotos Soriano, flamante innovación. La primera muchacha que se paseó por Gerona montada en una de ellas fue Gracia Andújar. Sorteaba los obstáculos con una elegancia impar. "Gracia tiene clase y se entenderá muy bien con José Luis". Por cierto, que la única mujer del grupo que sabía conducir coche era Esther. Se habían comprado un Studebaker y a menudo se iban todas con él a inspeccionar las obras del chalet que Ángel les construía en S'Agaró. En estas excursiones lo pasaban divinamente comentando la belleza del paisaje de Gerona a la Costa Brava. Tierra ubérrima, tupido arbolado, masías centenarias y, de pronto, el mar. Las obras avanzaban y Ángel les había prometido que a principios de verano estarían concluidas. "Ya lo sabes, Ángel -le repetía Esther-. Quiero que la fachada sea blanca, como en mi tierra". "No hay inconveniente. Al lado del Mediterráneo, la solución es correcta". Tendrían piscina y pista de tenis. Más adelante, tal vez, un yate como el de don Rosendo Sarro.

Charo conocía muy bien a aquellas mujeres porque todas acudían a su flamante peluquería -peluquería Charo-, en la que ella no se ensuciaba los dedos. Tenía dos dependientas muy capaces y lo que Charo hacía era dirigir y, por descontado, cobrar. Se puso de acuerdo con Dámaso y repartía a las clientes unos sobres perfumados que hacían las delicias de los amantes de la limpieza. Sus preferencias iban para Esther, pese a que ésta últimamente parecía desentenderse un poco de las preocupaciones sociales que la absorbían tiempo atrás.

– Te das cuenta, Esther? Estamos en plena guerra… Cuántas personas, en el mundo, viven como tú?

Esther hacía un mohín y dejaba en el cenicero la larga boquilla que le regalara Ignacio.

– Sí, comprendo muy bien lo que dices. Y a veces me asusta tanta felicidad… Temo que de repente caiga un rayo del cielo y todo salte por los aires.

– Por qué? -intervenía la condesa de Rubí-. La vida tiene altibajos. Hay que saberlos aprovechar… Mi marido opina que antes de la guerra civil y en sus comienzos lo pasó fatal. De modo que si ahora se toma un whisky lo saborea a modo, mientras contempla los cachivaches que los Reyes Magos le trajeron a Augusto.

Fue Carlota la que les habló de que un ingeniero español llamado Alejandro Goicoechea, asociado con el financiero José Luis Oriol, había presentado un tren articulado ligero que se llamaría Talgo. "Va a ser la revolución". Al mismo tiempo, otro español, Teófilo Gaspar Arenal, había inventado un producto para conservar los frutos de la tierra por tiempo indefinido. "Otra revolución".

Esther cortó por lo sano.

– Pase lo del Talgo… Lo del señor Teófilo, esperaremos sentadas.

Ana María, que de vez en cuando hacía un viaje a Barcelona -siempre en coches de primera-, habló de un elefante llamado Perla que había sido regalado a la ciudad. Tenía 17 años y era precioso. "Millares de niños fueron a esperarle al parque de la Ciudadela. Y con la excusa de los niños, fueron también los mayores".

En ocasiones, Eva quedaba fuera de juego. No comprendía que en plena contienda mundial aquellas mujeres chismorrearan sobre asuntos tan livianos. Exageraba. Aquellas mujeres se expansionaban o desahogaban como pudieran hacerlo los contertulios del café Nacional, pero cada cual en su interior era consciente como pudiera serlo Moncho. De suerte que cuando convenía hablar de política o de la guerra lo hacían también, y con conocimiento de causa.

– No sé por qué se dice que el sinsombrerismo halaga al marxismo -decía Charo-, puesto que en Rusia, a causa del frío, los miembros del Politburó llevan todos gorro de astrakán.

Intervenía María Fernanda.

– Sabíais que los rojos españoles residentes en Méjico se proponen colocar una estatua de Stalin en el cerro de los Angeles?

Le tocaba el turno a Esther.

– Leed mañana Amanecer. Se ha firmado un importante acuerdo comercial entre España y los anglosajones. A veces no entiendo a mister Churchill, y menos aún a mister Edén, quien acaba de declarar que la ayuda prestada por el gobierno español a las tropas aliadas que desembarcaron en África es impagable…

– Es la generosidad del vencedor -terciaba María Fernanda-. Sin contar con que España ha sido muy útil para el intercambio de prisioneros. La semana pasada en Barcelona se canjearon dos mil, entre ellos los generales Cramen y O'Carrol, en poder de los alemanes.

Hablaron de la cantidad de felicitaciones que todo el mundo recibió por Navidad: felicitaciones de barrenderos, de serenos, de vigilantes, de carteros, de limpiabotas!, etc., con sus versos ripiosos. Hablaron de la supresión del hombre-anuncio, decretada por el camarada Montaraz. María Fernanda dijo: "Mi marido consideraba humillante esta fórmula de propaganda, un hombre con una gran pancarta en el pecho anunciando cualquier producto". Hablaron -y Eva parpadeó- de que en el Ejército británico había más de 40000 judíos luchando. Y hablaron, cómo no!, de Núñez Maza.

Núñez Maza continuaba en Ronda, bajo libertad vigilada y seguía recibiendo a muchos "desafectos" del Régimen, e incluso a algún socialista. Circulaban fotocopias de sus escritos y era inexplicable que ello pudiera ocurrir. En el último hacía un canto a Julián Besteiro, que murió en la cárcel de Carmena el año 1940, mientras cumplía condena. Su esposa no pudo ir a verle nunca porque, al no estar casado por la Iglesia, no se la consideraba su esposa legal. "Haberse casado por la Iglesia!", había exclamado mosén Falcó.

Ana María, al regresar a su piso de la avenida Padre Claret, cuyo ascensor se estropeaba siempre, experimentaba un sentimiento dual. Satisfecha porque, pese a la edad, la consideraban una más del grupo, insatisfacción porque, por lo general, no se llegaba a ninguna conclusión. Claro que aquellas mujeres tenían buen cuidado de no mencionar sus propios méritos. Por ejemplo, María Fernanda no decía ni pío de las muchas veces que había conseguido arrancar de las manos del gobernador sentencias lesivas para los "desafectos". Tampoco Esther alardeaba de que había empezado a aceptar alumnos para clases de inglés. Ésta parecía ser la tónica imperante. En el Instituto Británico de Barcelona había cola para la inscripción. Carlota, la condesa de Rubí, no aludía tampoco para nada a sus donativos en favor de la Cruz Roja con destino a los damnificados por la guerra… En resumen, Ana María comprendía que las personas y las cosas tenían su cara y su cruz, lugar común del que Ezequiel le había hablado desde pequeña y del que era un veraz ejemplo su propio padre, don Rosendo Sarro.

Ignacio se interesó por cuanto se refería a Núñez Maza. Deseaba conocerle, debido a lo que de él le había contado Mateo. A este respecto Ana María, a mediados de enero, le llegó con la noticia del posible traslado de Núñez Maza a la provincia de Barcelona, porque en Ronda se pelaba de frío. Ignacio vio la puerta abierta. "Mateo me acompañará. Vamos a ver qué nos cuenta el actual admirador de Julián Besteiro, a quien hace un par de años posiblemente hubiera fusilado sin dilación".

Ignacio estaba contento con Ana María. Prolongación de la luna de miel. La prueba íntima, de la que le había hablado Manolo -coincidir los dos en el cuarto de baño- la habían superado sin el menor apuro. La hora predilecta de los dos era después de la cena, cuando Mari-Luz se había acostado ya. Entonces leían o escuchaban música o canto, a veces, gregoriano! Y Ana María estaba a punto de tomar una decisión: aprender a tocar la guitarra. Sebastián Estrada era un consumado maestro. Había aprendido en el mar, en las horas solitarias y para bordonear la nostalgia de la tripulación. También quería Ana María una minimoto Soriano, como Gracia Andújar. Y tener un hijo. Y tantas cosas…

Adivinaba los deseos de Ignacio y se anticipaba a ellos, bajo el icono que Mateo se trajo de Rusia y que les regaló. E Ignacio la correspondía. Por ejemplo, la acompañaba a misa todos los domingos, e incluso a comulgar. Lo que le ocultaba Ignacio era que llevaba mucho tiempo sin visitar la celda del padre Forteza para confesarse. Con eso de Buda, Confucio, el sintoísmo, el animismo y demás se armaba un lío como los soldados americanos con el cambio de moneda de los rapaces de Napóles. Querría concretar! Y lo conseguiría. Lo conseguiría el día que encontrara un maestro, cosa tan difícil como que Jaime olvidara la paliza que le dieron los tres ex divisionarios.

CAPÍTULO XIX

"SI ES NIÑA, se llamará Carmen". Esto era lo acordado por Pilar y Mateo y por toda la familia. A medida que se acercaba el día, Mateo comentaba: "Lástima que mi padre no esté ya entre nosotros. Hubiera querido regalarle una nieta". Matías más bien intuía que sería niño, en cuyo caso se llamaría Emilio, en recuerdo precisamente de don Emilio Santos. Carmen Elgazu repetía siempre lo mismo: "Igual me da. La cuestión es que salga sano y salvo".

No hubo lugar. Era una niña, pero nació muerta. Tres vueltas del cordón umbilical la asfixiaron. El doctor Morell y la comadrona, Sara, no pudieron hacer nada por evitarlo, aunque Moncho opinó que tal vez en una clínica bien organizada hubiera podido salvarse. "Llegará un momento en que podrá cuidarse del feto en previsión dé que esto ocurra. Pero estamos todavía en mantillas".

El caso es que las opiniones no servían para nada. Pudo evitarse que Pilar, en medio de los dolores, viera a la niña muerta. Sara la escamoteó en el momento preciso, mientras Pilar la reclamaba para poderla contemplar. Mateo estaba anonadado. Nadie sospechó una cosa así. Nacían millares y millares de niños en el mundo sin los cuidados de que Pilar había gozado durante el embarazo, y tan campantes.

El drama se cebó en ellos, Dios sabía por qué. Mateo vio el cadáver, contraído, diminuto, que parecía un pingajo. En seguida tuvo la sensación de que no olvidaría jamás aquel pedazo de carne "sin bautizar". Tuvo un momento de rebeldía y miró al techo -al cielo- con los puños cerrados. Cuando Pilar se enteró, se desmayó. Al reponerse rompió a llorar, mientras el doctor Morell decía: "Dejen que se desahogue. Que se desahogue lo que sea menester. Para la madre es fundamental".

El piso de la plaza de la Estación se convirtió en un sorprendente velatorio, puesto que la cuna y todo lo demás estaba preparado. Se oían toda suerte de comentarios. "Lo importante es que se haya salvado la madre", "Mejor esto que no que hubiera salido mongólica o algo así". Mateo, al oír esto, pegó un puñetazo en la pared. Comprendió que ignoraba cuál habría sido, llegado el caso, su reacción. En Gerona había varios subnormales profundos y por regla general los padres los querían mucho más. Él temía que no hubiera estado a la altura. Pero no era momento para elucubraciones. Había que consolar a Pilar, cosa difícil, porque ésta no hacía más que continuar llorando, sufrir y morder la almohada.

* * *

Un coche de caballos y un pequeño féretro blanco, camino del cementerio. Detrás, tres coches negros: familia e íntimos, nadie más. El camarada Montaraz y María Fernanda quisieron estar presentes. Muchas coronas de flores. En el cementerio, el sepulturero gorra en mano y un par de albañiles. Estrenarían nicho, por decisión de Mateo. La arena crujió bajo los pies, en una mañana de frío cortante, presidida por la tramontana. La boca del nicho pareció enorme comparada con el féretro. Éste, al penetrar en el hueco se deslizó con suavidad. Antes mosén Alberto había rezado un responso y había dicho que el bautizo post mortem era válido y que tenían delante un ángel más, que ni siquiera había rozado la tierra. "Los designios de Dios son incomprensibles y ante el misterio no podemos hacer más que rezar".

El murmullo de los rezos sonó débilmente, porque los asistentes no hicieron más que balbucear. Sólo la voz del sacerdote resonó contundente. Algunos dudaban de que "aquello" que enterraban hubiese sido vida. Mosén Alberto, no. Desde el momento de la concepción el feto tenía ya alma, y alma inmortal. De modo que aquella niña había llegado al final de su destino, el cielo, sin nece" sidad del período intermedio que suponía la existencia. "Para nosotros será Carmen, como si hubiera sobrevivido al parto".

Visto y no visto, todo el mundo hizo la señal de la cruz y retrocedió hacia la puerta de salida. Matías estrujaba el sombrero entre los dedos, mirando sin querer hacia el nicho donde estaba César. Carmen Elgazu no acudió al cementerio. Se quedó haciéndole compañía a Pilar, que debía guardar reposo. Mateo, con su camisa azul, caminaba al lado de Ignacio. Éste le había dado un abrazo que recordaba aquellos tiempos en que dialogaban interminablemente en favor de la misma causa.

Mateo estaba sereno. Consideró un deber guardar la compostura y lo consiguió. Manolo, antes de subir al coche encendió un pitillo. Fue el primer pitillo del entierro, que Esther le quitó de los labios con delicadeza y lo tiró al suelo y lo pisoteó. Marta llevaba escolta: Chelo Rosselló y Gracia Andújar. Marta fue la que con más ahínco decidió acompañar a Pilar en los días sucesivos, pues era de prever que la espantaría la soledad.

Mateo logró susurrarle a Marta:

– Ya lo ves… Hay momentos en que los yugos y las flechas no sirven para nada.

– Sí, es verdad.

En el piso de la Estación quedó solamente la familia. Tere, la joven sirvienta, estaba tan asustada que incluso le pasó por el magín hacer la maleta y huir. Pero adoraba a su "señorita", a Pilar, y no iba a hacerle esta faena. A medida que iban subiendo la escalera todos sentían un hambre atroz. Tere se había ocupado de eso y había tres bandejas preparadas en el comedor. Carmen Elgazu cuidó del café y durante un rato sólo se oyó el ruido de los platos y de las cucharillas. Luego, casi se formó una cola para ir al lavabo, para ir a orinar. Y luego los pitillos fueron permitidos y supusieron un heterodoxo consuelo.

Mateo, en su interior, tuvo una aparatosa reacción contra aquel Dios de que le habían hablado siempre y que parecía divertirse disparando contra unos y otros "como los órganos de Stalin". Carmen un ángel? Qué necesidad tenía, pues, de pasar nueve meses en el vientre de una criatura llamada Pilar? Dónde estaba la misericordia? O dónde estaba la omnipotencia? Mateo había visto tantas muertes que a veces dudaba de la omnipotencia de Dios. Tal vez José Luis tuviera razón y el Maligno guardara para sí determinadas parcelas de poder. Tal vez tuvieran razón Ramiro Ledesma y José Antonio, que en el plano religioso eran más bien escépticos.

Pilar era un velero a la deriva. Su madre no la dejaba ni a sol ni a sombra para que no la invadieran "malos pensamientos". Pero Carmen Elgazu ignoraba que lo peor de lo que le ocurría a Pilar eran los escrúpulos. Cuando Mateo regresó de la División Azul la muchacha pasó más de un mes volviéndole la espalda. Por fin comprendió que su actitud era falsa y que debía complacer a su marido. Pero no lo hizo de una manera total. En el momento de amarse ella experimentaba cierto rencor. Tal vez la niña muerta fuera el castigo, tal vez ella fuera la culpable. Le pedía a Dios que tuviera piedad y la librara de aquel tormento. Espiaba los mínimos gestos de Mateo para ver si detectaba una sombra de acusación. Nada de eso. Todo lo contrario. Mateo la rodeó de un afecto sin mancha, puro, arrollador. Cuando Pilar fue dada de alta le prometió estar a su lado hasta que todo lo ocurrido les pareciera una pesadilla. Un pensamiento, una asociación de ideas asustaba a veces a Mateo: el día de Reyes le regaló a Pilar un collar de tres vueltas y "Carmen" se asfixió por un cordón umbilical también de tres vueltas. Mateo era todo lo contrario de un supersticioso o de un creyente en los "gnomos" maléficos, pero aquello no dejaba de ser una insólita casualidad.

Moncho y Eva trataron a Pilar. Le dieron infusiones calmantes o tónicas, según el momento. Moncho se alegró una vez más de su decisión de no querer tener hijos. "Te ocurre una cosa así y te destroza". También el doctor Andújar estuvo al quite y visitó repetidamente a Pilar, porque le temía al fantasma de la depresión. El doctor Andújar era la única persona a la que Pilar confesó sus escrúpulos. "Esto es una chiquillada, hija mía… Tu actitud, normal debido a las circunstancias, no tiene nada que ver. Fue una carambola de la naturaleza. Procura reponerte y dentro de un tiempo lo que vais a hacer es encargar otra Carmen. Tú y Mateo estáis muy sanos y esto no se va a repetir".

Un detalle que Pilar consideró entrañable: a los dos días del entierro se presentaron en su casa, por orden de Marta, una representación de flechas y pelayos encabezada por Eloy, con un espléndido ramo de flores.

– Para ti… -le dijo Eloy.

– Gracias, renacuajo -le contestó Pilar-. Es el ramo más hermoso que haya recibido jamás.

* * *

La mala racha de Mateo no terminaba ahí. Al otro lado de la familia estaban la guerra y la Falange, y ambas cosas se presentaban torcidas. En Italia había empezado la batalla para la ocupación de la ciudad de Cassino y de su monasterio -Montecassino-, y aunque las fuerzas que la defendían por el momento se salían con la suya, el poderío aliado era de temer. Y Montecassino era la clave de Roma y Roma era la clave de todo el resto de Italia. Y los Estados Unidos declarando oficialmente que se disponían a construir ciento cincuenta mil aviones en el plazo de los próximos doce meses.

En cuanto a la Falange, la Iglesia se la había metido en el bolsillo. Eran palabras de Salazar y también del camarada Montaraz. Por su parte, Franco parecía jugar un doble juego. Con pocas fechas de diferencia había dicho, recibiendo a Aírese y a su equipo: "A vuestra fe y a vuestro fanatismo respondo yo con el mío. Creo en España porque creo en la Falange "; luego, " La Falange no es un partido estatal, sino un instrumento al servicio de la unidad nacional". Sibilina frase! La Falange no era el Estado? Por lo visto, no. Y en Gerona era evidente que ostentaba más poder el obispo, doctor Gregorio Lascasas, que el gobernador. Además, apenas si el nombre de Falange se usaba ya; se hablaba cada vez más de Movimiento, término ambiguo que a Mateo nunca acabó de gustarle. "En Rusia éramos falangistas y no afiliados al Movimiento". También los hermanos Costa, que se dedicaban a la construcción, habían acuñado la palabra "Inmobiliaria", que antes no existía.

Mateo estaba confuso. Precisamente, pocos días antes del parto de Pilar había insertado en Amanecer una frase del corresponsal Tebib Arrumi: "Franco ha hecho la guerra con la espada del Cid, la vara del alcalde de Zalamea y la lanza de don Quijote". Pero, por otro lado, el mismo Franco permitía que se pasearan por la nación extrañas reliquias, como el brazo de san Francisco Javier, el pie de san José de Calasanz, el dedo de san Juan de Dios y la costilla de san Francisco de Regís… Por si fuera poco, y para implorar la lluvia -sequía pertinaz, espanto de los campesinos-, habían salido en procesión las imágenes de san Roque, de san Pancracio, de santo Toribio, de san Críspulo y en la propia Barcelona el Cristo de Lepanto. Al lado de esto era poco eficaz que al cardenal Pía y Deniel, por lo bajito que era, se le llamara "Su menudencia".

Menos mal que acababan de nombrar jefe nacional del Frente de Juventudes al camarada Elola, quien al parecer llegaba con ganas de trabajar. Le había llamado por teléfono y le había dicho: "Tengo la intención de recorrer una a una las provincias de España. Cuando le toque el turno a Gerona te avisaré".

Por si esto fuera poco, el "cáncer" del catalanismo avanzaba sin hacer ruido. Por ejemplo, seguía publicándose en Barcelona el semanario Destino, ahora aliadófilo y catalanista a la vez. Y por lo visto tenía gran éxito. Y el ingeniero Carlos Buigas, creador de las famosas "fuentes luminosas" de Montjuich, acababa de entregar a las autoridades un proyecto único en el mundo: la iluminación de la montaña de Montserrat. "Como no paren esto, el nombre de Montserrat se hará más popular que el de Walt Disney". Mateo creía saber que Carlota, al leer lo del proyecto había pegado un salto de alegría y se había apresurado a movilizar toda su influencia en Barcelona para que la genialidad del ingeniero Buigas se convirtiera en realidad.

Mateo estaba perfectamente enterado de que sus tres "pupilos" ex divisionarios eran los autores del atentado perpetrado contra Jaime. No dijo nada. Fingió no saberlo. A su ver, Jaime, separatista, se merecía esto y mucho más. Su librería de lance hacía más daño que los "partisanos" rusos, algunos de los cuales, según noticias, tenían doce, trece y catorce años. Lo que no comprendía era que el camarada Montaraz no se mostrara más contundente. "Qué quieres que haga! -se defendía el gobernador-. En todo caso, ponerme de acuerdo con el general Sánchez Bravo y declarar el estado de excepción".

El camarada Montaraz y Marta eran los dos grandes apoyos de Mateo. A su lado se sentía acompañado como cuando, en el hospital de Riga, empezó a andar con dos muletas. Los tres juntos conseguían incluso reírse y tomarse a chacota los chistes que circulaban por la calle. El último no era chiste, era una coplilla alusiva al estraperlo y decía:

La gente de España es boba

porque no recapacita

que está más sucia la escoba

que la basura que quita.

Alfonso Reyes necesitaba una mujer. Para él y para que cuidara de la casa y de su hijo, Félix. Una sirvienta a horas no le solucionaba la papeleta. Miró en torno y se fijó precisamente en Sara, la comadrona, que a pesar de ser hermana de mosén Falcó estaba lejos de compartir sus ideas.

Fue un "noviazgo" rápido. Alfonso Reyes tenia cuarenta y cinco años, Sara, treinta y dos. Sara necesitaba un hombre -se lo decía siempre al doctor Morell-, y aquel cosaco que llegó de Cuelgamuros con bigote y barba un poco rubios y pisando fuerte le vino como anillo al dedo. Fue coser y cantar. Con la llegada de la primavera se celebró la boda. Mosén Falcó les bendijo a regañadientes y luego se marchó sin participar siquiera en el modesto ágape celebrado en el propio piso de Alfonso Reyes, situado en la parte baja de la ciudad.

Sara era una comadrona eficaz; lo que no se sabía era si sería una feliz madre de familia, para el caso de que llegara la cigüeña. Bajita y fibrosa, con una desconcertante rapidez de movimientos. Estaba aquí y estaba allá. Tropezaba y volvía a quedarse en pie, como un muñeco "tentetieso". No era guapa ni parecía tener buen cuerpo; sin embargo, cuando Alfonso Reyes la desnudó se llevó una grata sorpresa. Excelentes atributos de mujer.

– Tendrás que enseñarme…

– No te preocupes. Aunque en Cuelgamuros casi perdí la costumbre…

– Has dicho casi?

– Bueno! En el Valle, los domingos a veces nos traían alguna mujer para merendar.

No hubo viaje de bodas, porque Alfonso Reyes tenía prohibido salir de la ciudad. "No te preocupes -dijo Sara-. Es una cárcel agradable". Alfonso Reyes rogó: "Repite lo que has dicho". Sara lo repitió y entonces Alfonso Reyes le tocó la barbilla y añadió: "Vamos a poner unos barrotes, como en la ventanilla del banco, para que nadie que no sea de nuestro gusto venga a darnos la lata".

Sara era feliz. Se compró ropa nueva e incluso un sombrero. Todo aquello había llovido del cielo. El doctor Morell le dijo:

– Has hecho muy bien, hija. Aunque, la verdad, yo nunca creí que te quedaras para vestir santos, entre otras razones porque los santos, ahora, van todos vestidos de la cabeza a los pies.

– Gracias, doctor.

Existía un peligro: Félix. Qué ocurriría con Sara? Se llevarían bien o se llevarían mal? Desde el primer momento el chico había dicho: "Me gusta, padre, me gusta… De verdad. Me gusta incluso el nombre!". Pero faltaba la prueba de la convivencia. Todo perfecto. A los ocho días Félix les había hecho un dibujo al carbón de las dos cabezas, dibujo que colgaron en la pared del comedor.

La resaca que le había quedado a Alfonso Reyes de su estancia en el Valle era muy concreta: temor al piojo verde. En su excursión a las Pedreras y a Montjuich había visto chabolas y promiscuidad, al igual que en la calle de la Barca. Y recordó una frase de Lenin, que Cosme Vila, antes, cuando estaba en el banco, citaba siempre: "O nosotros acabamos con los piojos o los piojos acaban con la revolución".

Desde que fue liberado se había cerciorado de lo que ya suponía: que existían ricos y pobres, sin apenas clase media. Tal desajuste podía resultar fatal. Pero él quería ser optimista y repetía siempre lo que le dijo a Ignacio: nada de rencores ni de desear que viniera la segunda vuelta. Buena disposición de ánimo, tranquilidad. Lo que en el banco echaba de menos eran la Torre de Babel, Padrosa y aquellos duros de plata que antaño sonaban -dring!- casi con majestad. Los billetes y las monedas de ahora recordaban los vales que se emitían durante la guerra civil en la zona "republicana".

Cefe, que fue su padrino de boda, le dio la razón. Existían dos mundos enfrentados: ricos y pobres. Él podía garantizarlo porque volvía a vivir la época de la dictadura de Primo de Rivera: las "señoronas" querían todas su retrato al óleo, sin regatear y con el mejor traje y la mejor pedrería. Las "señoronas", ya se sabía: eran María Fernanda, Carlota, Esther, Charo, la madre de Marta y alguna que otra de la provincia, especialmente de Figueras y Olot. "Las hay que se quedan inmóviles como si fueran estatuas; las hay que cada diez minutos piden permiso para sentarse. Hasta el momento, el cuadro más logrado ha sido el de Esther, que se presentó aquí con un abanico que cortaba el aire".

– Sigues con tus modelos, Cefe?

– Pues claro…

– Quiénes son ahora?

– Si se entera el obispo me envía a misiones… Dos gitanas que viven en Montjuich, que tienen la piel de seda y que parecen menores de edad.

– Hermoso oficio el tuyo. Yo en el banco sólo veo caras crispadas de gente que protesta las letras de cambio.

Félix no dijo "esta boca es mía". Guardaba un secreto. Desde que Cefe le dio permiso para pintar desnudos sin utilizar modelos de yeso, el chico andaba borracho. Estudiaba bachillerato y tenía quince años, y algún grano en la piel. Las dos gitanas se llamaban Pastora y Rocío y ante ellas sintió el latigazo de la carne. Hasta entonces, desahogo solitario y reproducciones de Rubens y de Boticcelli. Pastora un día le hizo un guiño, se las ingenió para quedarse solos y le ofreció su cuerpo. Félix descubrió un mundo de sensaciones inéditas, que iría repitiéndose periódicamente.

Aquello era superior a sus fuerzas y vivía obnubilado. Veía a Pastora en los espejos, en el firmamento y en el agua del río. Gitana! Amor aceitunado, como a la vera de los olivares. Pastora no decía nada. Ni una palabra. Todo transcurría en silencio, con sólo jadeos y suspiros. "Pastora, júrame que siempre será así". Ella no contestaba. "Pastora, si no me quisieras me pegaría un tiro". Ella no contestaba. Cefe descubrió lo que ocurría y les dio facilidades.

Aquel contacto fue un tal revulsivo para Félix que éste se puso a impugnar las tesis "pacifistas" de su padre. Le habían encarcelado injustamente y era hora de desquitarse. Alfonso Reyes no sentía rencor, pero Félix, sí. Se dio de baja del Frente de Juventudes, ante el estupor de Mateo, que supuso que su padre le había influido. Y cuando veía a Manuel Alvear de paseo con los demás seminaristas -Manuel también, por fin!, de pantalón largo-, les miraba como si fueran bichos raros. Dejó de ir a misa y de entenderse con Eloy, "que siempre sería un crío". Mejor se entendía con el Niño de Jaén, quien los domingos le abrillantaba los zapatos en el bar Montaña y que hubiera podido ser perfectamente hermano de Pastora. Y pensando en la guerra ya no pintaba el mar lleno de bicicletas, sino lleno de calaveras.

Alfonso Reyes no se tomó a la tremenda la reacción de su hijo. Ya nada podía sorprenderle. Sus amigos eran la Torre de Babel y Paz, Padrosa y Silvia; en menor grado, los hermanos Costa. Gaspar Ley le tenía mucho respeto, no sólo por su estancia en el Valle -la nulificación era ineludible-, sino porque Alfonso Reyes hablaba poco. A menudo se limitaba a sonreír como si supiera mucho más de lo que su interlocutor pudiera pensar.

Cabe decir que Alfonso Reyes, en sus tres años de reclusión, se había cultivado más de lo que hubiera podido suponerse. En primer lugar, en el taller de imprenta de Alcalá de Henares, donde habían recibido las visitas de Pétain y de Millán Astray, éste despotricando contra los intelectuales, que sorbían el seso al pueblo; pero, sobre todo, se había cultivado en el Valle de los Caídos. Pasó tanta gente por allí! Reclusos de toda índole. En su mayoría, semianalfabetos, pero también médicos, ingenieros, maestros, aparejadores etc., que cumplían condena. Especialmente útil le fue su estancia en el economato con la independencia que ello suponía. Y leyó. Y escuchó la radio. Siempre había algún sargento que le filtraba libros "subersivos", camuflados bajo tapas del padre Coloma. Incluso estudió un poco de inglés, gracias a un obrero que había trabajado en Gibraltar. Por de pronto, ahora resolvía en un santiamén los crucigramas que Solita publicaba en Amanecer.

Sus amigos se quedaban atónitos al escuchar sus teorías. Deseaba que ganaran los aliados, pero no los apreciaba ni tanto así, porque andaban del brazo de Moscú, culpable de que los republicanos españoles hubieran perdido la guerra. Y además, explotaban a sus súbditos de las colonias. Eran incontables los muertos neozelandeses, australianos, indostánicos, argelinos, marroquíes, etcétera. Ahora mismo en Montecassino ellos se llevaban la peor parte junto con los polacos. "A eso le llamo yo vender gratis la carne humana".

Por si fuera poco, en algunos aspectos defendía al régimen de Franco. Se realizaban muchas obras públicas, cuya renta se apreciaría más tarde y había orden público. Nadie se daba cuenta de la importancia de este factor, o se hablaba de "la paz de los cementerios". Cierto que existía el Sindicato de la goma, como lo apodaban en el Valle -los policías con sus porras-, y que los atracadores terminaban en el paredón. Pero el orden público era un hecho y él podía pasearse tranquilamente a las tres de la madrugada sin temor a que dos individuos, después de haber matado al sereno, le amenazaran a él con una navaja. Ningún piso desvalijado, ninguna joyería en peligro, apenas, de vez en cuando, los neumáticos de algún coche pinchados. "Y en el banco yo, rodeado de parné y tan tranquilo". Y esto no era así ni en Londres ni en Nueva York. Acaso fuera así en Rusia: un tanto a su favor. Naturalmente, se pasaba hambre y ahí estaban los millares de obreros que se fueron a trabajar a Alemania, y que por cierto estaban muy desilusionados. Nadie podía darle lecciones de lo que eran las potencias del Eje y los japoneses; pero era preciso no ponerles a los aliados coronas de santos. Con los bombardeos se comportaban tan brutalmente como Goering y compraban y vendían lo que fuere al mejor postor.

Ah, claro, él había compartido días y noches con los prisioneros, y muchos de ellos contaban auténticas atrocidades que cometieron en los comienzos de la guerra civil! Por desgracia, todo lo que podía leerse en el libro Causa general, que acababa de salir, era cierto. "No me caso con nadie, comprendéis? La vida es compleja. En Suiza hay setenta mil fugitivos y dentro de poco en Italia no se encontrará una sola persona que haya sido fascista".

Todas las objeciones que pudieran ponerle la Torre de Babel y Paz, Padrosa y Silvia o los hermanos Costa caían en el vacío. Ninguno de ellos había visto de cerca a Franco; él, sí. Y muchas veces. No era ni tan bajito ni tan tripudo como se pretendía, y montado a caballo se agigantaba como un jayán. Su característica era la serenidad y la capacidad de observación. Sus ojos se movían constantemente, lanzados hacia los lados y su voz peculiar era atribuible a una desviación del tabique nasal. "Yo he visto a marxistas-leninistas palidecer de timidez, no de miedo, en su presencia. Es un jefe nato, cosa que no será nunca ese gobernador llamado Montaraz, cuya cicatriz en la mejilla izquierda a lo mejor se la hizo un barbero de pueblo. En cuanto a la Falange, hay mucho que hablar. Vosotros os desternilláis de risa al oír la palabra, y es estúpido que lo hagáis. Claro que hay mucho arribista, pero también gente de buena fe, como ese cuñado de Ignacio que se llama Mateo y que en Rusia se la pegaron buena… Hay que ver las cosas con perspectiva y darse cuenta de que el ministro de Trabajo, Girón, para citar sólo un ejemplo, actúa también de buena fe, y que acaba de crear el Seguro de Enfermedad, cosa nunca vista en España y otro seguro para el servicio doméstico. Anda, decidles a las chachas que se rebelen contra Franco! Ya las oiréis. Franco ha jugado con la Falange como ha querido. Es su tapadera contra los monárquicos, contra los obispos y contra los burgueses. Pero él va a lo suyo, y les para los pies. Otro jefe de Estado menos fuerte que él les habría hecho caso a los falangistas y hubiéramos entrado en la guerra a favor de Hitler".

Paz escuchaba embobada. Alfonso Reyes, que mascaba chicle y que de vez en cuando se acariciaba la barba, hablaba con una extraña autoridad. Padrosa no decía ni pío y la Torre de Babel se limitaba a soltar de vez en cuando una carcajada, que no secundaba nadie. La que menos, Silvia. Silvia nunca fue anti-nada. Ella, primero niña pobre y huérfana de padre, luego manicura y luego la señora de Padrosa, con todas las comodidades que podía ofrecerle la Agencia Gerunda. A ella le hubiera gustado ver de cerca a Franco, del que en guasa se decía que se había aparecido a Dios y que despreciaba a los españoles, que no les tenía confianza alguna y que por ello los quería maniatados.

Los hermanos Costa eran otro cantar. No le discutían nada a Alfonso Reyes, a quien hubieran mandado en el acto a que lo visitara el doctor Andújar. Mientras comían ancas de rana sólo le preguntaban por lo que, a su entender, pasaría después de la guerra, en cuanto Hitler y el emperador del Japón se hubieran pegado un tiro.

– Lamento decepcionaros -les contestaba Alfonso Reyes-, pero en España no pasará nada. Franco se mantendrá en su sitio. £1 no cejará, y los aliados no querrán declararnos la guerra e invadir el país. Así que tenéis Franco para rato y el que crea lo contrario se dará de narices contra un farol.

Jaime, el librero, ignoraba las teorías de Alfonso Reyes. Por eso hizo el ridículo. Fue a verle a su casa por si quería organizar la revancha contra los tres ex divisionarios que le zurraron de lo lindo. Alfonso Reyes le puso la mano en un hombro.

– Habla con mi hijo Félix y que se haga lo que él decida.

CAPÍTULO XX

AUNQUE LA ABADÍA de Montecassino, a pesar de su esplendor, no ofrecía más que un mediocre interés desde el punto de vista artístico, su pasado, por el contrario, ocupaba un alto lugar en la civilización cristiana salida de Atenas y Roma. Sobre el emplazamiento de un templo de Apolo, san Benito de Nursia, en el año 539, fundó allí un monasterio y dictó una regla que imponía a sus hijos un amor ardiente a la fe y a la cultura. Allí fueron copiadas, conservadas y transmitidas las obras maestras literarias y filosóficas de los antiguos y de los precursores. Allí habían meditado y orado, y se habían fortalecido, cardenales, pontífices y santos. Allí se retiraron a la soledad Carlomagno, Tomás de Aquino e Ignacio de Loyola.

Sufrió muchos saqueos hasta que en 1806 José Bonaparte, rey de Napóles, suprimió los monasterios benedictinos y confiscó sus bienes; pero después de Waterloo, los Borbones devolvieron al monasterio gran parte de estos bienes. Desde entonces la abadía vivía una existencia puramente espiritual, en la oración, el trabajo y el estudio.

Por fortuna, y así lo hizo constar mosén Alberto en una de sus "Alabanzas al Creador", todos estos tesoros fueron salvados. Mucho antes de la batalla final para la conquista de Montecassino y del monasterio, las obras de arte fueron evacuadas por los alemanes y entregadas en Roma al castillo de Sant'Angelo, al cuidado de los mismos monjes. Sólo el abad se negó a abandonar el lugar cuya custodia le había confiado Dios. Con él permanecieron cinco monjes, cinco hermanos legos, algunos domésticos y un centenar de refugiados de las aldeas vecinas.

Los aliados, por tanto, y a pesar de las declaraciones de Alfonso Reyes, al tener noticia de la evacuación de los tesoros estimaron que el monasterio podía ser considerado como objetivo militar y, por consiguiente, la abadía debía ser destruida antes del asalto.

El ataque duró meses. Según el general Sánchez Bravo, fue uno de los más sangrientos de la guerra. Los alemanes sacaron fuerzas de flaqueza y varias ofensivas lanzadas con todo ardor fueron detenidas por los defensores, quienes causaron miles de bajas. Combates que recordaban los más horribles de la guerra de trincheras de 1914-1918, realizados con granadas de mano y a bayoneta calada. Dos batallones hindúes saltaron hechos pedazos. Otro tanto cabe decir de los neozelandeses y de los polacos. Miles de cruces sembrarían más tarde la montaña. Entretanto, en el monasterio no quedaban más que ruinas: la basílica había sido arrasada, al igual que los claustros y los edificios conventuales. Sólo quedaban intactas la celda de san Benito y su tumba, como un milagro de Dios.

Por fin don Gregorio Diamara, abad obispo de Cassino, de más de 80 años de edad, a quien seguían sus monjes y los refugiados que habían sobrevivido a las bombas, abandonó dichas ruinas, sostenido por sus religiosos y caminó por un mal sendero hasta un puesto alemán, de donde el general Von Spenger le hizo conducir a su puesto de mando y de allí a un convento romano. Poco después se produjo el desenlace, aunque muchos aviones aliados tuvieron que lanzar sus bombas desde 4000 metros de altura. La ruta hacia Roma quedaba expedita. En la falda de la montaña los cementerios empezaban a florecer.

Roma estaba ocupada por los alemanes. La BBC daba continuamente partes de guerra, que el propio Matías, en Telégrafos y en su casa, cuidaba de escuchar. Sabía lo que Roma significaba para Carmen Elgazu. Ya no se trataba de enviar telegramas al Papa. La cuestión era ahora de vida o muerte.

Antes de retirarse de la capital italiana -el Führer, en un alarde impropio de él, quiso evitar su destrucción- se desarrollaron las escenas más patéticas. Sobre todo los judíos, y Eva supo algo de ello, fueron llevados en vagones hacia destinos desconocidos, después de hacerles entregar todo el oro y los equipajes. De los pueblos vecinos llegaban también paisanos en busca de alimentos y dispuestos a pillar lo que pudieran. Aldeanos de los Abruzzos y de la Ciociaria escapaban de los alemanes y, en Roma, daban rienda suelta a los asesinatos y a la rapiña. De pronto, miles y miles de refugiados acamparon en la plaza de San Pedro entre las columnas de Bernini. El Soberano Pontífice volvía a ser la mejor defensa, como en la época lejana en que el pastor de Roma se enfrentaba a las hordas bárbaras llevando en alto un crucifijo. Se conservaba la esperanza de que la voz del Santo Padre y su presencia bastarían para alejar el azote de la parte más antigua de la ciudad del Vaticano. Las viejas piedras tibias servían de asilo a los refugiados, las cocinas pontificias les daban sopa y la miseria general los hermanaba.

El Papa habló al pueblo desde lo alto del balcón de la basílica de San Pedro. El atrio y la plaza estaban abarrotados y la muchedumbre se desbordaba hasta el centro de la calle de la Conciliación, nombre que en aquellos instantes sonaba a paradoja. Animados por una esperanza sobrehumana, levantaban los ojos hacia aquella silueta frágil y blanca, bebiendo las palabras de aquel hombre que los invitaba a la plegaria y a la resignación. Al final aplaudieron como en un mitin. Las madres sostenían a sus hijos sobre sus cabezas. Los estandartes más diversos se agitaban constantemente, e incluso se vio a un sacerdote que blandía una bandera roja.

Pío XII dijo: "Quienquiera que ose levantar su mano contra Roma será culpable de matricidio ante el mundo y ante la eterna justicia de Dios".

Las fuerzas aliadas entraron en Roma. Roma se salvó. Los avances habían sido tan lentos que por todas partes se veía un emblema pegado a las paredes: un caracol en cuyos dos cuernos se veían la bandera americana y la bandera inglesa. El Cuerpo Diplomático del Eje se refugió en el Vaticano. El caracol había llegado.

Al conocerse la salvación de la Ciudad Eterna, de nuevo una lluvia de telegramas, esta vez felicitando al Papa. Segundo telegrama de Carmen Elgazu. El obispo, doctor Gregorio Lascasas, propuso una peregrinación a pie a la ermita de los Angeles para dar las gracias. "Los peregrinos ganarán indulgencia plenaria". Una gran multitud se puso en camino, encabezada por las autoridades. Por supuesto, no faltaron Agustín Lago y Sebastián Estrada. El ateo Ricardo Carreras, el anestesista de la clínica Chaos, se refirió festivamente a la concesión de indulgencias plenarias. "Una caminata de tres horas y si te mueres, al cielo. A lo mejor al llegar a la ermita se encuentran con que Hitler se les ha anticipado y espera al señor obispo para besarle el anillo".

El camarada Montaraz decidió distraer en lo posible a la población. Organizó una Feria de Muestras en la provincia, al cuidado de Jesús Revilla, el activo Delegado de Sindicatos. Más de cien estantes, con representación de todas las industrias, de todos los productos agrícolas, además de la ramadería. El nabo más grande, la col más ubérrima, el cerdo más exuberante. Incluso fotografías de los cetáceos recogidos en las playas en los últimos cincuenta años. No eran fotografías trucadas. De vez en cuando llegaba una ballena a la costa gerundense, que se había despistado de su ruta como aquel divisionario motorista que se encontró en Grecia. La Feria fue un éxito, pese a la penuria reñíante. María Fernanda quedó boquiabierta. "Sí, es verdad. La provincia de Gerona es de las más ricas de España". Ángel corrigió a su madre. "Te imaginas que toda España fuera así? Seríamos una potencia europea".

En Barcelona existía el Arca de Noé, institución fundada por Santiago Rusiñol y cuyos miembros tenían todos nombres de animales. El camarada Montaraz organizó una "sucursal" en Gerona. Encontraron un Lobo, un Águila, un Cunill, un Ciervo, un Canario, un Mulo. Presidiendo, un León: León Izquierdo, director de la Biblioteca Municipal y campeón local de billar. Se reunieron en una comida de hermandad, cuyo cocinero fue Cacerola, quien siempre decía que era un Burro porque no sabía sacar partido de sus cualidades. Terminada la comida todos los miembros del Arca se trasladaron a Barcelona en autocar y se fueron al Zoológico, donde obsequiaron al elefante Perla con un monumental pastel de verduras y golosinas.

Distraer a la población. Un alud de noticias chocantes publicadas a diario en Amanecer y que repetía la emisora de radio, cuyo locutor era un tal Cuevas, de voz agradable y modulada a la perfección. Cuevas había recibido, en Barcelona, lecciones de Marcos Redondo, quien le enseñó a impostar la voz. "No hace falta que grites. Si la voz te sale de abajo, de la zona del estómago y sabes respirar, se te oirá desde el fondo de cualquier local".

Una de las noticias fue que en los Estados Unidos se había vendido por 50.000 dólares una corbata de Frank Sinatra, y más dinero aún por otra prenda más íntima. El comentario fue: "Cuánto valdrían unos calzoncillos de Churchill?". Centenario del artista Gayarre. Actuaría la Cobla Gerona en el teatro Municipal, tocando "sardanas de concierto". El director, Quintana, que había compuesto tantas piezas, revivió. Le tenían olvidado y de ello culpaba al camarada Montaraz, quien al parecer ahora quería desquitarse. Después de la Cobla Gerona debutaron los cuatro hijos pequeños del doctor Andújar, tocando al violín y a la flauta melodías facilonas de Chopin. Solita, la enfermera del doctor Andújar, aplaudió a rabiar, y Chelo Rosselló y Gracia Andújar, en nombre de la Sección Femenina, subieron al escenario a entregar a los solistas sendos ramos de rosas.

Organización de una corrida de toros en Figueras -facilidades para el desplazamiento-, con los diestros Ortega, Manolete y Dominguín. La plaza se llenó hasta la bandera y se vieron algunos sombreros de paja. Ah, sí, el aspecto externo de una parte de la población civil había mejorado. Manolete se llevó varias orejas y rabos, aunque se rumoreó por los tendidos que pronto le llegaría, procedente de Méjico, un competidor serio: Manuel Arruza. El camarada Montaraz disfrutó de lo lindo. La Fiesta Nacional era una de las mayores frustraciones de su estancia en Gerona. "Un par de corridas al año y casi nunca con diestros de categoría". Ignacio, que no quiso desplazarse a Figueras, le impugnó esta afición. "Una salvajada. Mientras haya corridas de toros habrá guerras civiles". "Y las riñas de gallos, pues? -le objetó el gobernador-. Y las célebres cacerías organizadas por la aristocracia inglesa?". "Otra salvajada, lo admito -aceptó Ignacio-. Pero por lo menos no hay un gentío exaltándose a la vista de la sangre".

Otra noticia regocijante, que Mateo no hubiera querido publicar: en Suiza se descubrió un analfabeto, labriego de dieciocho años. El hallazgo causó estupor en todo el país y alguna agencia de viajes quería organizar viajes para visitar al muchacho. El camarada Montaraz, tal vez por su afición a los relojes, era un enamorado de Suiza, siempre "neutral" y prosperando sin cesar. Mateo le objetó al gobernador que en España causaría estupor lo contrario: el hallazgo de un ciudadano que supiera leer y escribir.

Los contertulios del café Nacional protestaron. Aquélla era una vil copia de las reuniones que ellos tenían cada sábado con aportaciones de anecdotario nacional.

– A veces me pregunto si el gobernador no será tonto de capirote… -opinaba Galindo-. A lo mejor se cree que con estas noticias la gente comerá.

Matías colocaba sobre la mesa el seis doble.

– Aunque no te lo creas, sabe adonde va. Distraer a la gente. Lo consigue. La gente quiere divertirse y bailar blues, congas y todo eso… Y hacer el amor. Pregúntale a la Andaluza y verás.

– Sin ir más lejos -terciaba Grote-, en la hoja parroquial del domingo pasado se habla de una pareja que fue descubierta copulando en el matadero Municipal. Un pueblo que copula en el matadero no puede morir.

– Ya no le tienen miedo ni a la sífilis, fijaos bien. Los laboratorios del doctor Esteve la cura con anido-suefol o algo así…

– Bueno! Los hay que se frotan todo el cuerpo con zotal o perganmanato, no sé…

– De acuerdo. Pero Moncho, según noticias, se frota con limones y parece que no le va del todo mal…

– Ésa es otra cuestión -terció Matías, colocando el cero doble-. No me toquéis a Moncho, que es como si mentarais a mi familia. Lo suyo es el naturismo, y su mujer está de acuerdo con él…

Por una vez Ramón, el camarero, dejó de aludir a sus imaginarios viajes y aportó dos anuncios que había recortado del Noticiero Universal. El primero: "Hay gestos que sólo se los pueden permitir quienes usan desodorante Sano"; y el segundo, una noticia fechada en Oslo: "Mala noticia para las señoras: aumenta continuamente el precio de las zorras".

* * *

Washington, mayo de 1944 Querido Ignacio:

Sabemos que te has casado con Ana Maña Sarro. Felicidades. Imaginamos que has elegido bien y que lo pensaste tres veces antes de oír aquello de "hasta que la muerte os separe". Yo siempre digo que a mí ni siquiera la muerte me separará de Amparo. La encuentro en todas partes y cada día más rejuvenecida. Y ya no habla de hedor de los negros, sino de olor. Algo hemos avanzado.

Imagino que te has enterado de la propuesta de un senador americano: bautizar a las estrellas con nombres actuales: Roosevelt, Stalin, Churchill… Yo añadiría el nombre de Franco, que es el único militar de la mencionada pandilla.

Da muchos recuerdos a don Rosendo Sarro. Es amigo fiel y varias veces estuvo visitándome en la calle del Pavo. Formaba parte de la Gran Familia Catalano-Bálear y a veces se presentaba a saludarnos. Sé que los negocios le van viento en popa. Reflexiona sobre su trayectoria: si quieres triunfar, búscate amigos influyentes. Claro que existe otro concepto de la vida, y es el que tienen David y Olga: sobriedad, deporte, higiene… Los castizos decían, refiriéndose a los viejos: poca cama, poco plato y mucha cuela de zapato.

A lo mejor nos vemos pronto. A Amparo le han entrado súbitas ganas de volver a pisar las augustas piedras de la catedral de Gerona. La cabra tira al monte, ya sabes. Por lo que a mi respecta, en todo caso haré viajes de ida y vuelta, porque los Estados Unidos me chiflan. Hemos hecho en un tren confortable el trayecto Este-Oeste y hay que quitarse el sombrero que supongo continúa llevando tu padre.

He recibido noticias de Carlos Ayestarán, quien en el exilio montó unos fabulosos laboratorios farmacéuticos en Chile. Está muy bien. Te acordarás de él… Fue tu jefe. Muchos de los exiliados se han abierto camino, pasada la primera etapa de desconcierto. También he sabido del Responsable… En Venezuela metió las narices donde no lo llamaban y está entre rejas. Pero se saldrá con la suya, como siempre. Es incombustible e insumergible.

Bien, recuerdos a todos. La cigüeña depositó ya el segundo bebé en casa de Pilar? Dale muchos recuerdos…

Un abrazo como siempre de vuestro incondicional JULIO Ignacio quedó estupefacto. Masón don Rosendo Sarro! Claro! Eso explicaba muchas cosas. Sus tentáculos en Madrid. Las reverencias de Gaspar Ley. Qué grado debía tener? Julio García no se atrevió, e hizo bien, a facilitarle más datos. Lo dicho encajaba en la cabeza de Ignacio como un puzzle que tenía a medio resolver. Ignacio se acordó del Banco Arús, de aquel subdirector calvo obsesionado por el tema masónico y que acabó muerto a tiros por los milicianos al comienzo de la guerra civil. De él aprendió lo poco que sabía sobre las Logias. A juzgar por lo ocurrido, se quedaba corto… Los masones manejaban todos los hilos habidos y por haber y no era extraño que surgieran los padres Tusquets de turno dispuestos a cortarles las alas. Para Franco, el asunto era primordial. Si se le hubieran infiltrado masones a su alrededor -y alguno debía de haber- le hubieran puesto más zancadillas.

* * *

Ignacio habló con Manolo. Éste había simulado siempre no estar al corriente del tema. Esta vez, no. Le dio un baño a Ignacio. Le habló de los ritos de iniciación, del catecúmeno -el propuesto- en manos del hermano Terrible; de los diferentes grados, de los diferentes países; del rito escocés, de la masonería operativa, de la especulativa, de las relaciones entre la Masonería y la Iglesia católica; etc. Manolo terminó diciendo: "Ahora comprendo muchas cosas. Y vamos a actuar de acuerdo con este vuelco de la situación".

La perplejidad de Ignacio aumentó todavía más. Vuelco de la situación? Manolo llevaba uno de sus clásicos pijamas tropicales y fumaba tabaco inglés.

– Sí, vamos a modificar nuestros planes… Andaba pensando en ello desde que te casaste con Ana María, y eso ha sido la goxa que ha colmado el vaso. No vamos a proceder contra don Rosendo Sarro… El hecho de ser tú su yerno era un hándicap prácticamente insuperable, del que hubiéramos hecho caso omiso en el supuesto de que tú dijeras: no me importa. Pero siendo masón don Rosendo Sarro, y me imagino que de alto grado, la cosa cambia. Perderíamos mucho tiempo y me temo que al final arremeteríamos contra molinos de viento. La masonería es una fuerza tremenda, sobre todo a caballo de la victoria aliada. Nos estrellaríamos, eso es… -Manolo se recostó en el diván, mientras Ignacio se quemaba los labios con la colilla-. Pudimos con los Costa, podríamos con ellos, incluso con la EMER, pero contra los grandes negocios de don Rosendo Sarro, imposible. Cómo probar que hace exportaciones con barcos cargados de piedra o de papel y que se incendian o hunden adrede para cobrar el seguro? Cómo probar que usa medios ilegales para llevarse todas las subastas importantes, como aquella del material ferroviario, que luego resultó que era útil para el servicio? No viste en su casa ningún símbolo que te llamara la atención: un triángulo, un compás, un mallete, un nivel, una regla, una plomada?

Ignacio negó rotundamente.

– No vi nada de eso… Claro que tampoco me invitó a visitar su despacho.

– Claro… Además, en España ahora han arramblado con toda esa mojiganga… Ya lo ves, mi querido amigo! Ahí tienes la explicación de los éxitos de Julio García, y también los de don Rosendo Sarro.

El problema que se presentaba era múltiple. En primer lugar, tirar a la hoguera el voluminoso expediente llamado Sarro. Chaqueteo antes de empezar. Qué pensaría el viejo del Aranzadi y qué pensaría el notario Noguer? En segundo lugar, algo debería decirle a Ana María. Cuál sería la reacción de la muchacha? Al pronto, de alegría, porque la atemorizaba la llegada del día en que Manolo -Ignacio había quedado descartado- tuviera que habérselas con los abogados de don Rosendo Sarro; pero después, de perplejidad, como a él le había ocurrido. Masón! Seguro que a la pobre Ana María la palabra le olería a azufre y a Lucifer, como, según el padre Forteza, olía el libro Camino, del Opus Dei. Y que se distanciaría más que nunca de su padre, el cual ni siquiera les había visitado en su piso de la avenida del Padre Claret. Tal vez le detestara! Ana María era enemiga de todo lo subterráneo, de todo lo críptico, quería poder palpar las cosas y verlas a la luz del día.

Ignacio debía de andar con mucho cuidado. Ninguna fricción con Ana María; pero era evidente que ésta, en el piso de la Rambla, no se sentía jovialmente cómoda. Todos la querían mucho y se reía con las bromas de Matías; pero "no eran de su clase". Se sentía mucho mejor -cumpliéndose la profecía de Manolo- con Esther que con Pilar. Y sobre todo Carmen Elgazu la tenía preocupada. Había hablado de esto, sólo a medias, con Ignacio. Carmen Elgazu era una fanática religiosa, con una carga de represiones que sin duda habían influido en sus hijos y en toda la familia en general. Ana María era creyente, pero no en lo que decían los catecismos de principios de siglo ni en lo que predicaba el doctor Gregorio Lascasas. Aquello era una frustración. "Continuamente en presencia de Dios!". Imposible. Ella no quería vivir rodeada del fantasma del pecado, y menos referido al sexto mandamiento. Ahora, con la llegada de la primavera, ella salía a la calle con un escote que a Carmen Elgazu -Ana María se dio cuenta de ello- le sentó como un tiro. Y sin medias. Quería aire, mucho aire y ello podía aplicarlo a algunos escrúpulos de Ignacio, incomprensibles en él, aunque la víctima propiciatoria había sido, sin duda, Pilar, y quién sabe si César… Era evidente que Pilar había crecido en un mundo de inhibiciones y que ahora, a raíz de la muerte de la "nonata" Carmen se formulaba preguntas con vagos, o quizá, hondos, sentimientos de culpabilidad.

Nunca nadie le había hablado a Ignacio con tanta claridad como Ana María. Ignacio, que tenía a su madre en un pedestal, o tal vez en un altar, al pronto se encalabrinó y por un momento temió que entre él y Ana María se hubiera roto el encanto. Pero luego recapacitó y no tuvo más remedio que darle la razón. Pensando, por ejemplo, en sus prolongadas relaciones con Adela hubiera sido farisaico no hacerlo así. Si su madre se hubiera enterado! Y él no se consideraba un degenerado por el hecho de tener una "amante" cuyo marido era un pobre diablo. Y tampoco sentía remordimientos por sus antiguas relaciones con Canela, que le proporcionaron una enfermedad venérea -pus en la cama- y un bofetón por parte de Matías. En aquella edad estaba justificado. El hombre pecaba y si Dios era infinitamente misericordioso, como creía Carmen Elgazu, esas cosas las perdonaba porque era Él quien había insuflado en el ser humano el apetito sexual, sin el cual no habría procreación.

Ignacio acabó por admirar más aún a Ana María, cuyos sentido común y ponderación se manifestaban cada vez más y en cualquier circunstancia. Tal vez le conviniera ese frenazo que ella sabía darle a la imaginación de Ignacio, a su temperamento fogoso y colérico. Por eso le gustaba tanto el icono -un pantocrátor- que les regaló Mateo. Irradiaba a un tiempo serenidad, autoridad y sensatez. Ese pantocrátor no le hubiera ocultado nunca a Pilar que la sangre que le fluiría un día significaba simplemente que "ya era una mujer".

Por fin Ignacio, a tenor de estas reflexiones, decidió comunicar a Ana María el gran descubrimiento: su padre era masón.

Ana María parpadeó. No sabía exactamente en qué consistía la masonería, pero seguro que era algo "feo" a juzgar por los viajes secretos, los negocios, las personas que su padre recibía en su casa. Ignacio le dictó el ABC del tema, basándose en lo que antaño había aprendido del subdirector del Banco Arús y en lo que le había contado Manolo. Por supuesto, Ignacio se propuso enterarse mucho más a fondo del tema, sobre todo teniendo en cuenta lo que apuntaba Julio García en su carta: que vencerían los aliados.

Ana María, después de un rato de reflexión le preguntó a Ignacio, con voz tranquila:

– Qué debo hacer…? Despreciar a mi padre todavía más?

Ignacio se llevó las manos a la cabeza.

– Yo no he dicho eso! Simplemente, no quiero tener secretos contigo y he querido ponerte al corriente…

Ana María asintió:

– De acuerdo. Has hecho muy bien… Te lo agradezco -marcó una pausa, mientras se ajustaba un pendiente-. Mi padre masón y tu madre una beatona de tomo y lomo. Qué cosas tiene la vida, verdad? -y abrazándose a Ignacio le apretó contra sí y le dio un beso interminable.

* * *

El cantarada Núñez Maza, ex consejero nacional, destituido y desterrado a Ronda a raíz de un informe y una carta remitidos al Caudillo en los que protestaba contra la corrupción del Régimen, fue atendido en su súplica de trasladarse a un clima más templado y, confirmándose las previsiones, en el mes de mayo fue trasladado a Caldetas, en la provincia de Barcelona. Pueblo pequeño y tranquilo, con aguas termales que no funcionaban, pescadores y un hotel, el hotel Colón, muy conocido antes de la guerra por haber sido casino de juego.

El "mítico" falangista se trasladó, pues, a Cataluña y se alojó en el hotel Colón, funcionalmente remozado a raíz de la prohibición del juego. La anterior sala del casino era ahora un espléndido comedor, con una terraza anexa que daba al mar. Núñez Maza eligió dos habitaciones comunicadas entre sí, desde las cuales podía ver las barcas de pesca y la hermosa playa. Apenas llegado se enteró de que el paseo marítimo, uno de los más elegantes de la costa, se llamaba paseo de los Ingleses, con torres de muy diverso estilo pero de una solera que nadie hubiera podido discutir. "Lo raro -comentó- es que no se llame ahora paseo de los Alemanes".

Núñez Maza tenía treinta años y había estudiado Filosofía y Letras. Vasta cultura, basada sobre todo en los clásicos. Ahora quería aprovechar su destierro para ampliar conocimientos, especialmente de literatura francesa e inglesa. Sabía que le costaría encontrar los libros adecuados, pero confiaba en la multitud de amigos que le otorgaban su confianza y le ayudaban a pagar su estancia en el hotel. Salazar le había acompañado a Caldetas y al contemplar la belleza del paisaje le dijo: "Aquí te repondrás pronto…" Dijo esto porque Núñez Maza continuaba enfermo, como cuando Mateo y Solita le conocieron en el hospital de Riga. Fiebre ilocalizable, malestar, fortísimos dolores de cabeza. No era enfermedad infecciosa, en cuyo caso las recientemente descubiertas penicilina o estreptomicina le habrían curado en poco tiempo. Podía ser una alergia… Los médicos se estrellaban contra un muro y los había que, a la vista de la pérdida de peso, auguraban un próximo desenlace.

Núñez Maza, no. Era todo vida, todo fibra y optimismo. Confiaba en sus propias fuerzas, que durante la guerra civil y en la propia Rusia le hicieron enfrentarse en situaciones límite. Bajito, con una gran cabeza y unos ojos como bolitas de fuego, el día que se quitó la camisa azul le pareció que se quedaba desnudo. Su voz era convincente. Vocalizaba a la perfección y sabía medir los silencios, las pausas. En cualquier tertulia al poco rato se convertía en el oráculo seductor. Por eso fue delegado nacional de Prensa y Propaganda y Franco le encargó la transmisión de incontables mensajes.

Necesitaba poco equipaje. La opulencia le repugnaba. El gerente del hotel, señor Vilalta, le dijo: "Lo que le haga falta, dígalo. Estamos a su disposición". Los camareros le miraban como a un ser de un estadio superior. "Por desgracia -les informó- podré daros pocas propinas. Ando muy justo de esas monedas que los millonarios califican de vil metal". Sólo una súplica: que le cambiaran el espejo del lavabo de las habitaciones. Era un espejo que "envejecía", que multiplicaba y ampliaba las arrugas.

– Necesitaré mucha letra impresa… -le dijo al señor Vilalta-. Muchos periódicos y revistas. Tráigame todos los que le parezca; sobre todo, y por descontado, La Vanguardia, ABC y Amanecer, de Gerona. Y cargúelo en mi cuenta.

La característica de Núñez Maza, aparte de su miraba febril, era su castellano correcto, rotundo. Había nacido en Segovia y el sentido del lenguaje circulaba por sus venas. Con él escribía sonetos que en Caldetas no iban a interesar a nadie. De repente le vencía un enorme cansancio y durante unos días era incapaz de escribir; pero de golpe, como si sonara una campana, los endecasílabos le fluían con pasmosa seguridad.

Pronto Caldetas fue un lugar de peregrinación, como lo había sido Ronda. Peregrinación en pequeña escala, naturalmente, pero de personas de calidad. Salazar, al despedirse de él porque debía regresar a Madrid, le dijo: "Apuesto a que el problema catalán te va a interesar. Estudíalo y tenme al corriente… Yo te tendré al corriente de las cosas importantes que pasen por Madrid".

La palabra destierro no le gustaba a Núñez Maza. Prefería que le dijeran: "has cambiado de aires". Porque la tierra de donde lo sacaron, Madrid, era España, lo mismo que lo eran Ronda y Caldetas. Barcelona le estaba prohibida; no así Mataré y Gerona, a condición de que la guardia civil le extendiera el correspondiente salvoconducto, de veinticuatro horas de duración.

A los tres días de su llegada, Núñez Maza llamó por teléfono a Mateo y le dijo: "Aquí estoy. Ven a verme en cuanto puedas…"

Mateo acudió a Caldetas aquella misma tarde, en compañía de Miguel Rosselló. El abrazo de los dos hombres fue espectacular. Miguel Rosselló quedó a la espera. Finalmente Mateo le presentó: "Miguel Rosselló, camisa vieja y secretario del gobernador".

Núñez Maza estornudaba con frecuencia. En esta ocasión estornudó dos veces y estrechó con fuerza la mano del acompañante de Mateo. Tomaron asiento en el salón de estar, pues en la terraza Núñez Maza cogía frío en seguida. El inició del diálogo se limitó a los sucesos personales. "He mejorado muy poco. Confío en que el aire del mar me sentará bien…" Mateo le dijo: "Yo, ya lo ves. Con la cadera lesionada para siempre. Pero en fin, gajes del oficio. Lo que no figuraba en el programa es que la niña que mi mujer esperaba naciera muerta". Núñez Maza, estremecido, le preguntó detalles. "Nada. Tres vueltas del cordón umbilical". Mateo añadió: "Pero dejemos esto. Yo también confío en que con el tiempo olvidaré".

Pronto abordaron el tema que interesaba a todos: el porqué de la rebelión de Núñez Maza, tan drástica… Núñez Maza negó con la cabeza. "No fue drástica. Lo que ocurre es que habéis beatificado a Franco antes de tiempo y cualquier contraopinante os parece un traidor. Me limité a decirle que encontré una España corrupta, porque es verdad. La España de ahora no tiene nada que ver con aquella en que soñara José Antonio. Los generales, los obispos y los dirigentes nacionales se llevan la gran tajada, mientras aquí en Caldetas mucha gente viene a buscar las migajas que el gerente del hotel tiraría a la basura".

Mateo se defendió con el argumento clásico: el estallido de la guerra mundial.

Núñez Maza le objetó:

– Precisamente ahí Franco hubiera debido dar la talla como jefe de Estado, como ha hecho De Gaulle. Nuestra situación geográfica se lo ofrecía en bandeja… Ha ido oscilando y ahora, cuando los aliados desembarquen en Francia, seremos el farolillo rojo del pelotón.

Mateo le recordó que fue precisamente él, Núñez Maza, quien tuvo la idea de enviar la División Azul. Núñez Maza estornudó otra vez y lo admitió.

– Me equivoqué… Pero yo no soy jefe de Estado. A mí se me puede perdonar; a un jefe de Estado, no. Y si acepto de buen grado mi situación es por los errores que cometí, no porque Franco firmara la papeleta condenatoria.

Pronto se vio que se enfrentaban dos mundos. Mateo y Miguel Rosselló admitieron sin ambages que muchas cosas les decepcionaban. "De Gerona, podríamos contarte la tira…" Pero también en el haber del Régimen había logros importantes y detrás de ellos estaban Franco y sus hombres de confianza.

– Hombres de confianza. Su hermano Nicolás, por ejemplo, que se ha quedado con varios cuadros del Museo del Padro. O doña Carmen Polo, que se va apropiando de antigüedades destinadas al Patrimonio Nacional. No podéis imaginaros lo que son las cercanías del Pardo o del Pazo de Meirás… O del Azor. Y no estoy en absoluto de acuerdo con la tesis de que Franco ni se entera, de que todo se hace a sus espaldas. Es muy listo. Da facilidades… Sabe que la corrupción es la mejor arma para mantenerse en el poder. Si yo hubiera cedido a la ambición, ahora me encontraría como Salazar, que acaba de comprarse una finca de no sé cuántas hectáreas en la provincia de Málaga.

– No me digas! -exclamó Mateo.

– No me obliguéis, por favor, a daros más detalles… España es un inmenso Rastro al que sólo tienen entrada unos cuantos. Qué te han dado, Mateo, a cambio de tu cadera rota?

– Pues… una medalla.

– Exacto! Ayer entregaron la Cruz Laureada de San Fernando al general Queipo de Llano… Otro que se ha dejado comprar.

Mateo reaccionó con cierta violencia. No era ético cambiarse de traje de la noche a la mañana y socavar ideas que uno ha predicado y que se han llevado por delante muchos camaradas.

– Si yo estuviera en tu lugar -dijo Mateo-, no andaría pregonando por ahí mi nueva postura. Me quedaría tranquilo en el hotel traduciendo el Quijote al latín y sanseacabó.

Miguel Rosselló estuvo a punto de aplaudir. Núñez Maza hizo un gesto de desencanto… Con frecuencia le ocurría lo mismo: sus visitantes le echaban en cara su pasado, sin darle siquiera la oportunidad de proponerles su nueva opción para la posguerra inmediata: don Juan de Borbón. Núñez Maza jugaba la carta monárquica, pese a que la Falange más bien era de tendencia republicana. Pero las circunstancias aconsejan salvar la patria de la catástrofe que se cernía sobre ella al día siguiente de que Berlín y Tokio hubieran firmado su rendición incondicional.

Mateo, al oír lo de la solución monárquica, se sulfuró más aún. Ésa era la alternativa que proponían Carlota y María Fernanda, es decir, la esposa del alcalde de Gerona y la esposa del gobernador, respectivamente. Qué horror, otra vez la aristocracia, la sangre azul!

Núñez Maza esbozó una sonrisa.

– Yo también exclamé varias veces: qué horror! Hasta que en el hospital de Riga empecé a ver claro… Lo que ocurre es que vosotros vivís en provincias y no conocéis Madrid. Os aconsejo que vayáis a visitar a Serrano Súñer, el cuñadísimo de Franco, que fue el mandamás y que conoce el paño de antes y de después. Él fue el primer asesor que tuve; el segundo fue María Victoria (te acuerdas de ella, Mateo?), que en Madrid tiene a nombre de sus familiares más próximos tres farmacias a la vez.

Ahora el gesto de desencanto lo tuvieron Mateo y Miguel Rosselló. Siempre la misma cantinela. Núñez Maza cambió de tercio e inevitablemente habló del nacional-catolicismo. Pura comedia para engatusar al pueblo. El obispo Herrera Oria había dicho en una ocasión: "Fue enviado por Dios un hombre cuyo nombre era Francisco". Y en otra ocasión: "Dios castigó a España porque la amaba". Él, Núñez Maza, ex consejero nacional y que con el micrófono en la mano se había batido en todos los frentes, culpaba a Franco de desentenderse de la cuestión social, de los derechos de los trabajadores, de la indispensable libertad. En el periódico de la víspera había leído: "Franco se ocupa personalmente del problema de la naranja". Mentira. El problema de la naranja le importaba tanto como las necesidades de los camareros del hotel Colón. Y Pío XII acababa de bendecirle una vez más. Mussolini, por lo menos, había convertido a Italia en una potencia, aunque luego cometió el error de entrar en la guerra a favor de Hitler. Franco carecía de grandeza histórica. Lo que ocurría era que el pueblo español no se merecía otra cosa. Estaba harto, cansado, sin fuerza para combatir. Una manada de borregos y un Pastor con mayúscula. Él también había idealizado al pueblo español, por un romanticismo que ahora consideraba infantil. Monarquía parlamentaria, eso es. Una vez don Juan en el palacio de Oriente, elecciones libres, partidos políticos, libertad de expresión. Con exclusión del Partido Comunista, eso, desde luego. Y con un sindicato que no fuera vertical, pues vertical significaba una tarta coronada por un señor con un látigo.

Núñez Maza pareció un poco fatigado.

– Si queréis puedo seguir hablando hasta mañana; pero, de momento, éste es el esquema de un hombre que lo había dado todo por la Falange y que actualmente está enfermo y vaticina para España el regreso triunfal de aquellos que fueron nuestros enemigos irreconciliables.

Mateo y Miguel Rosselló estaban vivamente impresionados. Tal vez fuera demasiado fácil tachar todo aquello de "lugares comunes". Cuando se estaba tan convencido como ellos lo estaban de haber adoptado la postura correcta, apenas si se analizaban las teorías opuestas. Quien les hablaba no era un mercader, ni un chiflado, ni un antiespañol. Era uno de los hombres más puros que había dado la Falange. También estaba desterrado Hedilla, el hombre que se opuso al decreto de unificación. Y destituido de todos sus cargos, Serrano Súñer, a quien Núñez Maza había invocado y que en tiempos no demasiado lejanos se había permitido el lujo de censurar incluso a 'L'Osservatore Romano'.

– No sé qué decirte… -arrancó Mateo-. Demasiado vino para una sola copa, demasiadas ideas para una sola tarde. Déjame reflexionar… -Mateo se acordaba de la deserción de hombres como Ignacio y como Manolo-. Me das permiso para repetir todo esto al gobernador?

– Cómo! Te lo suplico… Ahora mismo voy a buscar unas fotocopias de mi ideario. En Ronda tuve el tiempo necesario para sopesar el pro y el contra. Mi caso está visto para sentencia y ninguna jerarquía puede asustarme.

Núñez Maza subió a su habitación y volvió a bajar con unos papeles. Entretanto, Mateo y Miguel Rosselló permanecieron mudos, contemplando las rocas y las olas de un mar un tanto embravecido. Se habían tomado dos cafés y fumado no sé cuántos cigarrillos. Núñez Maza no fumaba. Debía cuidar sus bronquios y sus pulmones. El titular del ideario decía: Proceso al Régimen. Miguel Rosselló comentó:

– Para empezar, no está mal…

Hablaron de cosas diversas. Núñez Maza, aunque cansado, vivía hambriento de noticias, lleno de curiosidad por el pedazo de tierra al que le habían confinado. El problema catalán… Era tan complicado como se decía en Madrid? Sí, claro, claro. Tiempo habría de analizarlo a lo vivo. Cómo? Iluminar la montaña de Montserrat? Grandioso! Por qué no se llevaba a cabo el proyecto? Montserrat, feudo separatista? También se decía algo parecido de los benedictinos de Montecassino. Durante siglos los monasterios fueron los depositarios de la cultura. Si él tuviera vocación de célibe, que no la tenía en absoluto, le gustaría vivir en un monasterio así, con una biblioteca de trescientos mil volúmenes, unos claustros y una hermosa avenida de cipreses…

Mateo y Miguel Rosselló se levantaron. Núñez Maza tenía, con toda evidencia, magnetismo personal. Por aquel salón del hotel desfilaría mucha gente… Y cada persona se llevaría su ideario.

Ideario por el cual Núñez Maza estuvo a punto de ser fusilado en un paredón.

En cualquier caso, la sinceridad del ex consejero nacional inspiraba respeto. Si la guerra, efectivamente, se perdía, qué iba a pasar? Claro que los alemanes parecían preparados para la defensa de la costa atlántica. Llevaban meses construyendo una línea de contención comparada con la cual la Maginot era de juguete. Rommel estaba al frente de dicha construcción, en la que habían trabajado millares de pontoneros y de hombres de todas partes, incluidos prisioneros de guerra. El desembarco en Francia, a este lado del canal de la Mancha, se les ponía difícil a los aliados. Claro que también se les habían puesto difíciles las batallas del norte de África y de Stalingrado.

– Las despedidas, breves -dijo Núñez Maza-. Que tengáis un buen viaje, y ya sabéis dónde estoy… -y ante el estupor de los dos muchachos, Núñez Maza levantó el brazo y saludó a lo fascista. Nunca podrían descifrar si aquello iba en serio o si era una burla.

Se abrazaron uno a uno y Núñez Maza los acompañó hasta la puerta. Y en aquel momento vieron cómo un coche negro, que tenía la estampa de un coche oficial, se detenía delante del hotel y cómo Núñez Maza, con la mano izquierda, parecía dar la bienvenida a sus ocupantes…

CAPÍTULO XXI

OPERACIÓN "OVERLOD", 6 de junio de 1944. Así se llamaba la operación aliada de desembarco en las costas francesas, el día D. Su majestad Jorge VI dirigió un mensaje a la nación: "Una vez más tenemos que hacer frente a una prueba suprema. No se trata esta vez de luchar para sobrevivir, sino para alcanzar la victoria".

Los dos enemigos se habían preparado desde mucho antes. Ahí estaba el segundo frente reclamado por Stalin, cuyos ejércitos continuaban peleando duramente en el Este. Churchill y Roosevelt habían descartado los Balcanes y se había elegido la costa francesa. Hitler lo sabía y desde hacía dos años se preparaba para la defensa, construyendo a lo largo de muchos kilómetros de costa el Muro del Atlántico. Rommel, contra la opinión de otros generales, fue el encargado de organizar las fortalezas defensivas. Un esfuerzo colosal, aunque no el que Rommel hubiera querido. El "zorro del desierto" tropezó con las mismas dificultades que en El-Alamein: insuficiencia de hombres y de material. Rommel estaba convencido de que había que yugular al enemigo en el instante mismo del desembarco, en la línea costera y no más atrás. Toneladas de cemento y kilómetros de alambradas habían sido utilizadas. Pero Rommel hubiera querido 100 millones de minas terrestres, y sólo consiguió recoger unos 3 millones, que sembró estratégicamente.

A primera vista, aquello era inexpugnable e Hitler estaba convencido de ello. Sin embargo, se trataba de un ejército tal vez abigarrado en exceso. Italianos, franceses, húngaros, rumanos, polacos, finlandeses, norteafricanos, negros, asiáticos, rusos, ucranianos, armenios, tártaros de Crimea, kalmukos y hasta indios. Grave contradicción del Führer, quien había declarado en varias ocasiones: "Sólo los alemanes deben llevar armas". Las circunstancias le obligaron a ceder. "Toda la carne en el asador", afirmaba Goering. De ahí que, aparte las tropas de refresco, fueran aprovechados los mutilados ligeros, los afectados por congelaciones de tercer grado, trastornos visuales, auditivos, respiratorios y circulatorios. Toda una división estaba compuesta por dispépticos. En otras muchas la media de edad superaba los 40 años. La terrible sangría sufrida en Rusia -más de 2 000 000 de hombres- repercutía en esa operación.

Faltaban hombres para detener la invasión y Rommel lo sabía. Si bien lo peor era la impotencia de la marina y de la aviación. La flota alemana de superficie había sido liquidada. La submarina, había dejado de ser "imponente". En cuanto a la aviación, el cálculo era de 50 contra 1. Los 1 000 cazas a reacción prometidos por el Führer a los defensores no salían aún de las fábricas.

Por otra parte, desde hacía un mes los bombardeos de las líneas de comunicación de la retaguardia alemana eran incesantes. Era la pulverización. En uno de esos bombardeos murió Gorki, el comunista, ex alcalde de Gerona, quien había sido movilizado a la fuerza. Su compañera, Mady, la pastelera, lloró desconsoladamente.

Rommel vio que la causa estaba perdida y que la única manera de limitar el desastre consistía en eliminar a Hitler y pactar con los aliados. El primer contacto de Rommel con la conjuración anti-Hitler databa sólo del mes de abril. Los conjurados vacilaron largamente antes de abordar a un soldado de tanto renombre. Por fin enlazaron con él y Rommel pidió unos días para meditar.

Por fin, Rommel dio su aquiescencia a la eliminación de Hitler y de su régimen. Sólo hizo una reserva: rechazó el asesinato de Hitler, sosteniendo la tesis de que éste debería ser entregado a un tribunal alemán. Todos los Estados Mayores del Oeste se unieron a la conspiración.

En este clima psicológico era preciso hacer frente al desembarco procedente de Inglaterra. Desembarco que, a su vez, había sido preparado con dos años de antelación. Debía constar de barcos que todavía no se habían construido y de material todavía inexistente. Era trabajar en abstracto, pero era trabajar.

En los primeros días de junio se discutió mucho el lugar del desembarco. Holanda se descartó a causa de las inundaciones. Las playas belgas fueron eliminadas a causa de las corrientes costeras. Bretaña presentaba facilidades tentadoras, pero estaba un poco lejos de las costas inglesas. Por fin se decidió: Normandía.

Imposible ocultar el plan a De Gaulle. Éste, al conocerlo, se enfureció. "El cuerpo expedicionario desembarcará en Francia con una moneda fabricada en el extranjero y que el gobierno de la República Francesa no reconocerá en absoluto". "No se repetirá el desembarco en el África del Norte francesa, al cual yo no fui invitado". De Gaulle consideraba insultante la proclama preparada por Eisenhower y que contenía dos frases inadmisibles: "La obediencia rápida y apresurada a las órdenes que yo dé es esencial". "Cuando Francia esté liberada, vosotros mismos elegiréis el gobierno bajo el cual queréis vivir".

Llegó el día D. Más de 4000 barcos preparados para el cruce del canal, protegidos por 12000 aviones. La flota más gigantesca conocida por la historia. La formidable aviación ya había abierto brecha en el Muro del Atlántico, en especial poniendo fuera de combate la mayor parte de los sesenta y cuatro radares que vigilaban las orillas.

La hora del asalto dio lugar a largas disquisiciones. Un desembarco vesperal era recomendable por muchas razones. Pero se prefirió un desembarco matinal por temor a la confusión que podía provocar la noche. En cuanto a la marea, hubiera sido racional utilizarla para hacerse llevar lo más adelante posible; sin embargo, se prefirió la marea baja porque descubría los arrecifes artificiales que había puesto Rommel.

Cabe destacar que muchos barcos estaban en malas condiciones y tripulados por marinos de ocasión, muchos de los cuales se mareaban en las balsas. Los marinos profesionales temblaban. El mal tiempo posponía el día D. Finalmente, no hubo más demora, pese a que la meteorología no parecía la más adecuada. Eisenhower dio la orden: "Doy esta orden de mala gana. Pero hay que darla. Dios dirá".

En la primera oleada de paracaidistas -arma decisiva- que aterrizó en Francia figuraban indios norteamericanos con sus pinturas de guerra. La unidad india estaba compuesta por miembros de las tribus yaqui y cheroquee, los más robustos de América. Habían sido instruidos como ingenieros de demolición y podían llevar hasta 82 kilos de peso. Eran conocidos por "los bravos".

* * *

La primera embestida fue cruenta, en cinco lugares simultáneos. Con olas de dos metros y vientos de través de 28 nudos. Los seres anfibios aliados pisaron tierra francesa y la población recién liberada empezó a entonar sus cantos. Sin embargo, se había producido un hecho que mantenía en vilo al general Sánchez Bravo, a su hijo el capitán y al coronel Romero: por fin el arma secreta alemana había hecho su aparición. Se trataba de las bombas voladoras V-I, tan impacientemente esperadas por Hitler. Las primeras se desviaron de su ruta y sólo una cayó en Londres. Pero dos días después la puntería era mejor. Se lanzaron 244 misiles, de los cuales 73 sobre Londres. El sistema de pilotaje era automático y rudimentario, la imprecisión muy grande, pero la explosión era poderosa y los daños muy importantes. Desde 1943, Londres se había librado prácticamente de la guerra aérea; ahora volvía a entrar en ella y el choque fue doloroso… La población pareció tener menos ánimo. El carácter impersonal de la nueva arma producía un efecto demoledor. Hitler creía que Inglaterra, asustada por esta nueva arma, imploraría la paz; pero los avances aliados en tierras francesas continuaban, aunque con mayor resistencia de la esperada. Una tempestad de verano azotó las costas, retrasando la puesta en marcha de su plan de ataque. Afortunadamente no era un ciclón. Entretanto, Hitler prometió el próximo lanzamiento de la V-II, más demoledora aún que la V-I.

Durante días se luchó en el sector de Caen. Caen era el camino de París. La artillería naval, la artillería terrestre y la aviación bombardeaban la ciudad. Por fin la defensa cesó y Caen fue ocupado. Ante la lentitud de las operaciones, los ingleses culpaban a Eisenhower y los americanos criticaban a Montgomery.

Los ejércitos alemanes estaban desmoralizados porque comprendían que tarde o temprano todo se derrumbaría. Argumento totalmente a favor de quienes creían que la solución estaba en matar a Hitler. Sin embargo, entre los "amotinados" había ciertas vacilaciones. Todos habían jurado: "Juro ante Dios una ñdelidad incondicional al Führer… y en todo momento estaré dispuesto a dar la vida por este juramento sagrado". Otros temían hacer de Hitler un mártir y otros pensaban que sería una puñalada por la espalda ante un adversario que no admitía otra salida de la guerra que una rendición sin condiciones.

Superados los escrúpulos se eligió para la ejecución del plan al conde Claus Schenk von Stauffenberg, a quien una mina había arrancado el brazo derecho, el ojo izquierdo y dos dedos de la mano izquierda. Estaba dispuesto a morir él, kamikaze, para que esta vez no fallara el intento.

* * *

Marta fue al hotel del Centro a visitar a Paúl Günther, cónsul alemán. Lo encontró en su habitación, sentado y meditabundo en un sillón rojo desde el cual había brindado muchas veces con sus ayudantes por la victoria nazi. El hombre estaba abatido. Gigante con pies de barro. Ni siquiera sus perros estaban allí. Tal vez se hubieran ido a Normandía a luchar contra el desembarco aliado.

La muchacha advirtió que el cónsul ni tan sólo se esforzaba por disimular.

– Las cosas van mal, verdad? -inquirió.

– Pues…, sí. Las cosas van mal -admitió el cónsul, pegando súbitamente un bastonazo en el suelo.

Tuvo un ataque colérico. Había confiado tanto en la V-I y en la V-I I! Y ahora resultaba que cada bomba volante sólo mataba a una persona y hería a cinco. De hecho, el "robot" -así lo llamaba Paúl Günther-, pese a que avanzaba a una velocidad de 600 kilómetros, ocasionaba menos daño directo que una bomba de 1000 kilos. Ahora bien, un robot podía llegar a cualquier hora del día o de la noche, lo que obligaba a estar en constante tensión. Paúl Günther también había confiado en el Muro del Atlántico, que había visitado una vez. "Una verdadera ciudad subterránea, movida totalmente por electricidad y con la más moderna instalación, no sólo para defender el terreno sino la vida de los soldados. En las entrañas de esta ciudad había grandes cocinas y comedores, hospital, depósitos de municiones y víveres, cuadras, garajes, etc. Y todo esto había saltado como si fuera de papel".

A más de esto, la Resistencia francesa -los maquis-, que hasta el momento no había dado más que esporádicos golpes, aparecía a plena luz. Los maquis causaban mucho daño en la retaguardía. En cualquier lugar podía haber una mina o estallar un coche o un tren. Y la aviación aliada dejaba caer toneladas de octavillas invitando a los franceses, y a los italianos!, a sublevarse contra el III Reich. La BBC llamaba héroes a estos hombres, la mayoría del Partido Comunista, con injertos españoles -guerrilleros-, que solían ser anarquistas. "Quién sabe si en estos momentos hay maquis gerundenses luchando con esta pandilla de asesinos". Marta no pudo por menos que evocar la figura de José Alvear.

Marta quería agarrarse a alguna esperanza.

– Pero, no ve usted ninguna posible solución? Lo que me está diciendo es gravísimo!

Paúl Günther se llevó los dos índices a los labios y movió la cabeza de derecha a izquierda.

– Pues, la verdad, no… -Marcó una pausa-. Aunque el Führer es un genio y a lo mejor será él quien diga la última palabra…

El tono del cónsul era tan poco alentador que Marta salió de allí completamente desmoralizada. Se fue a Falange a ver a Mateo. Éste, sorprendentemente, estaba de buen humor. Confiaba en la V-I y en la V-II. Confiaba en que Hitler tenía preparada la V-III. Además, eso de los maquis era una filfa. Lo que hacían la mayoría era emborracharse en las bodegas, saquear a los ricos y dedicarse a la francachela. "Exactamente lo que hicieron aquí". Y mataban sin discriminación. Con excesos que habían obligado al mismo De Gaulle a dirigirse a ellos por radio pidiéndoles cordura. Cordura! La mayoría eran comunistas y lo que deseaban era que Rusia ocupara Alemania y llegara hasta Francia al mando de algún general cuyo nombre terminara en ov.

– Espera, Marta, espera… También los aliados parecían vencidos y ya ves. Por qué no va a producirse ahora la contrapartida? A lo mejor Rommel cede terreno ex profeso para lanzarse luego como un tigre sobre las bolsas que hayan quedado atrás… Los aliados tienen sus bases de aprovisionamiento al otro lado del canal, en Inglaterra. A mí no me gustaría luchar en estas condiciones, con el mar a la espalda, contra la clarividencia de Hitler y la experiencia de los generales alemanes.:

Mateo estaba de buen humor, a pesar de todo, porque veía a Pilar recuperada del trauma… y porque había aprobado el segundo curso de Derecho! Las lecciones del profesor Civil -y su uniforme- obraron el milagro. Más que nunca estaba decidido a modificar sus planes de vida y compartir la Falange con el hogar. Ello había euforizado a Pilar, a la que de repente habían entrado ganas de ir al cine. Se tragaba las películas americanas como si fuera una súbdita de Eisenhower. Y el NO-DO la tenía encantantada por las noticias que daba y por la rotunda voz del locutor, Matias Prats. Por cierto, que Mateo le dijo que quien doblaba a Mickey Rooney en las películas era una mujer.

– Cómo! Esto es una estafa…

– Nada de eso, Pilar. En los doblajes se hacen toda clase de combinaciones. Viejos que tienen voz de niño, niños que tienen voz de viejos. Como en la vida. Los que doblan tienen que ser un poco ventrílocuos, compréndelo…

Mateo, desde que había visitado a Núñez Maza, buscaba en qué apoyarse para recobrar del todo el optimismo. El camarada Montaraz fue su eficiente lazareto. Leyó el Ideario y descascarólo un cacahuete. "Nada. Literatura barata… Suponiendo que el Caudillo haya leído esto, le habrá dado un atracón de risa. A estas alturas de la guerra y de la complejidad internacional querer dar lecciones desde un hotel de Caldetas…! Hasta aquí podíamos llegar -El camarada Montaraz se mantuvo en sus trece y añadió cambiando el tono de la voz-: Te repito lo que te dije la pftiíla vez cuando hablamos de la destitución de Núñez Maza; yo lo hubiera llevado al paredón".

El tono del camarada Montaraz era tan neutro que Mateo se estremeció. Todavía resonaban en sus oídos las palabras de Núñez Maza: "Lo que ocurre es que vosotros vivís en provincias y no conocéis Madrid". Al camarada Montaraz no podía decírsele eso. Iba a Madrid con frecuencia y tenía allí al ministro Girón, gracias al cual había sido invitado a la última cacería de Franco, en la que, efectivamente, advirtió la presencia de algunas alimañas que hablaban de negocios.

– Es inevitable, te das cuenta? Acuérdate de aquello del panal de rica miel…

– Cuéntame cosas de Madrid… -le suplicó Mateo. El gobernador le miró y su rostro adquirió una expresión cómica.

– Hala! Voy a contarte una historia que no es de ciencia-ficción… Cuando hace poco murió en Madrid el embajador aleman Hans Adolf von Moltke, que resultaba incómodo porque queria la intervención de España, se le hizo un solemne entierro. Como era de esperar, el embajador inglés, lord Samuel Hoare, que nos querría ver a todos degollados, protestó por "tanta fanfarria". Entonces nuestro ministro de Asuntos Exteriores, el conde de Jordana, le dijo: "Tenga la seguridad el señor embajador de que si le ocurriera lo que al colega alemán, sus honras serían igualmente solemnes".

Mateo se rió. El humor del conde de Jordana le pareció anglosajón. Pero lo que el muchacho quería era un antídoto contra la operación "Overlod" y contra lo que podía ocurrir en España si ganaban los aliados.

– No te impacientes -le contestó el gobernador-. Espera a que pase un mes… -Marcó una pausa-. Y perdóname que no sea más explícito.

El tono del gobernador esta vez no fue neutro. Denunciaba una absoluta convicción. Mateo quiso agarrarse a esa esperanza y lo consiguió. Un mes! Qué podía pasar? Recordó haber leído: "A veces, en un segundo, cambia el curso de la historia".

La conversación tranquilizó un tanto a Mateo, quien a la salida se fue a la Sección Femenina a ver a Marta. Ésta le contó su entrevista con el cónsul Paúl Günther. Mateo, a medida que la oía iba negando con la cabeza. Al final comentó:

– Que yo sepa, Paúl Günther no es más que un funcionario enviado a un destino casi innecesario… A lo mejor había hecho una mala digestión.

A Mateo le gustaba visitar a Marta en su feudo. La muchacha, que volvía a llevar flequillo, daba la sensación de una extrema seriedad. Limpieza y orden parecían ser su divisa. No obstante -y también, probablemente, por orden superior-, de las paredes había descolgado los retratos de Mussolini y de Hitler.

* * *

Un filántropo de Barcelona, Juan Asensio, facilitó bastones blancos a todos los ciegos que no pudieron procurárselo. Éste no era el caso de Lourdes, la novia de Cacerola. Lourdes hacía años que tenía bastón blanco porque su madre, Rogelia, en la pensión Imperio, siempre se las arregló para tener guardados unos cuantos billetes y comprarle a su hija, ciega, todo lo que pudiera menester.

Cacerola y Lourdes se casaron. Ellos habían previsto una boda íntima, pero la iglesia del Mercadal se llenó. Todo el mundo quería a Cacerola y fueron muchos los que quisieron estar presentes en el templo. A ello contribuyó la natural curiosidad. De una parte, Lourdes, invidente, con traje blanco como su bastón; de otra parte, Cacerola, con traje cruzado azul marino y recibiendo el mismo día el bautismo, la primera comunión y el sacramento del matrimonio. Cacerola se quedó huérfano de muy pequeñín y no tenía la menor certeza de haber sido bautizado. Entonces el padre Forteza se ofreció para ser el oficiante. Lo más difícil fue la confesión. Cacerola sólo se acordaba de haber transgredido a menudo el sexto mandamiento, pero no consideraba que fuera un pecado. Sobre todo lo había transgredido en Rusia…, y mentalmente docenas de veces teniendo por compañera a la alemana Hilda. A Lourdes la había respetado siempre. Sólo algún beso, y con mucho pudor. Lourdes era una figura de porcelana que daba la impresión de que si se caía se rompería a pedazos.

Asistieron todos los falangistas, con el cantarada Montaraz a la cabeza. Y una nutrida representación del Frente de Juventudes, del que Ignacio, en broma, solía decir que "eran niños vestidos de pijo a las órdenes de un pijo vestido de niño". En honor de Lourdes, que al no poder vivir de imágenes vivía de sonidos -la radio, los discos, la palabra-, en el templo cantó el coro de Chelo Rosselló y tocaron varios motetes los cuatro hijos pequeños del doctor Andújar. La homilía del padre Forteza le salió redonda. Dijo que al margen de los ojos, los ciegos acostumbraban a tener una honda vida interior y un sexto sentido que les permitía distinguir, entre otras muchas cosas, las personas buenas de las personas malas. Cacerola era una persona buena y de ahí que el matrimonio era de prever que sería feliz. "Los ciegos de nacimiento no sienten ningún complejo. Ven, a través de su cerebro, incluso los colores. No sueñan disparates, sino cosas reales. El timbre de las voces es para ellos esencial y les permite formular juicio. Y aparte de eso, Lourdes, según su propia declaración, recibió un día, a los doce años de edad, la visita de la Virgen, la cual le dijo: No tengas miedo, hija mía, que en las horas de angustia estaré siempre a tu lado. El día de la boda no era de angustia, sino de felicidad. El marido podía tener la certeza de que su entrega no sería un acto inútil".

Rogelia, la madre de Lourdes, había remozado con antelación la casa, la fonda, para que la nueva pareja tuviera una habitación independiente y confortable. Cacerola apenas si cambiaría de vida? excepto a fin de mes: en vez de pagar, cobraría. De momento no quería dejar la conserjería de Sindicatos, donde día tras día, y a pesar de las maledicencias, palpaba la realidad de que la España de los "productores" conquistaba derechos impensables antes de la guerra civil. Más adelante, si optaran por ampliar la fonda Imperio, tal vez se decidiera a meter las narices en la cocina.

Dos regalos les conmovieron por encima de los demás: una colección de tangos -el ritmo preferido por Lourdes-, obsequio del gobernador y un tocadiscos flamante, marca Philips, obsequio de todos los falangistas. También Pedro Ibáñez le regaló una miniatura con palillos que le había costado medio año de trabajo y que representaba una iglesia ortodoxa de Novgorod; en cuanto al huésped Agustín Lago, les regaló un pequeño retablo que representaba a la Virgen de Lourdes.

Cacerola, conmovido e intimidado a la vez no sabía cómo corresponder a todos los asistentes. Lourdes, con el velo sujeto en el cabello, lo cual permitía verle los ojos muertos, sonreía. Su sonrisa era especial. Era una sonrisa de adentro afuera, como había presentido el padre Forteza. Movía la cabeza de derecha a izquierda saludando a unos y a otros. Asida del brazo de Cacerola -a lo largo del noviazgo habían dado interminables paseos por la Dehesa- se sentía segura.

El viaje de bodas, Cacerola lo había calculado milimétricamente. En un coche del ayuntamiento que les prestó la Voz de Alerta -Cacerola podía conducir un tanque-, se fueron primero a Barcelona, donde, en el Liceo, daría su primer concierto una soprano llamada Victoria de los Angeles, de la que se decía que pronto figuraría en el primer lugar de las carteleras. Lo cierto es que Lourdes sintió escalofríos al oír tan portentosa voz. Lourdes entendía de música y le explicó a Cacerola las dificultades de las distintas piezas que Victoria de los Angeles cantó. Cacerola estaba embobado. Él, en el Liceo! Con su mujer! Todo aquello parecía de ensueño y el asidero definitivo que durante tanto tiempo anduvo buscando.

Al día siguiente subieron a Montserrat. Y Lourdes, al oír la Escolanía, se conmovió de nuevo hasta la raíz. Asistieron a vísperas, durante las cuales escucharon gregoriano. A Cacerola se le antojó un poco monótono; en cambio, Lourdes se entusiasmó. "Este canto es para siempre. Pasarán los años y siempre habrá monjes que lo cantarán".

Regresaron a Barcelona, donde permanecieron tres días más. Tomaron la Golondrina hasta el rompeolas, donde Lourdes oyó por primera vez el mar.

– Y esas olas, son muy grandes?

– No, ésas no… Hoy el mar está tranquilo.

– Hay muchos barcos?

– Muchos… Un día de éstos habrá canje de prisioneros y las naves se están preparando.

Por las calles oían el sonsonete "Cien iguales para hoy" que cantaban los ciegos.

– Gracias a mi madre -comentó Lourdes- me he librado de eso -y preguntó si aquellos ciegos llevaban un perro.

– La verdad es que no me he fijado, pero creo que no.

Lourdes se empeñó en ir a los toros. Los diestros eran Pepe Bienvenida, Pepe Luis Vázquez y Mario Cabré. Mario Cabré estuvo sensacional y Cacerola le dijo a su mujer: "Además de matador, es poeta". Lourdes intentó imaginárselo. "Las mujeres se vuelven locas por él". Los olés le sonaron a gloria, aunque le sorprendió que los bufidos de los toros no expresaran mayor tortura.

– Cómprame un libro de poesías de Mario Cabré y me las lees en casa…

A su modo, Lourdes también era poeta. Le había dictado versos naif a su madre y gracias al Braille tuvo ocasión de leer La vaca cega, de Maragall y poemas de Sagarra. Cacerola no entendía de versos. Sólo se acordaba de un par de líneas que le recitó Rogelio dedicadas a las chicas de los "putódromos": La honra perdí, pero vivo superior.

Lástima que Lourdes no pudiera ver la Sagrada Familia y otras obras de Gaudí. Cacerola había oído hablar tanto del arquitecto al que mató un tranvía que contempló aquel templo y La Pedrera como si fueran la Acrópolis. A veces el muchacho pensaba: "No sería posible que yo le diera un ojo a Lourdes? Un trasplante?". Se hablaba de ello, pero, por el momento, nada podía hacerse. Lourdes lo apretaba contra sí. "Gracias. Sé que lo harías… Eso me basta para ser feliz".

En las Ramblas, Lourdes oyó el canto de muchos pájaros y se encandiló. "En Gerona tendremos un par de periquitos", le prometió Cacerola. Luego, en la plaza de Cataluña, oyó el aleteo de las palomas. Una se le posó en el hombro y ella intentó acariciarla, pero la paloma voló. "Lo malo que tienen es que lo ensucian todo -explicó Cacerola-. Y mosén Alberto dice que dañan poco a poco los edificios antiguos".

El cine era para Lourdes como los seriales de la radio. Cacerola eligió películas musicales: continuaban triunfando Diana Durbin y Jorge Negrete. "Me los imagino perfectamente -dijo la muchacha-. Jorge Negrete lleva bigote? Lo suponía… Te prometo que lo supuse!". "Lo que nunca supondrás -le dijo Cacerola- es el tamaño de su sombrero mejicano".

Escribieron postales a las amistades. Lourdes había aprendido a firmar, aunque necesitaba mucho espacio. "Se llevarán la gran sorpresa", comentaron al alimón.

El regreso a Gerona fue triunfal. Todo el mundo pasó a saludarlos y entretanto habían llegado más regalos aún. Sin saber por qué, el capitán Sánchez Bravo les regaló un espejo. Nada le dijeron a Lourdes. Doña Rogelia comentó: "Debería de estar borracho".

Acababa de crearse el documento nacional de identidad. Les gustó poder rellenar el formulario poniendo: casado, casada… Buscaban todo cuanto dejara constancia de su amor.

– Sabes cuántos somos en España? Cuál es el censo de los españoles? -preguntó Cacerola.

– Ni idea -respondió Lourdes.

– Veintiséis millones…

– Los ciegos nos acercamos a los cien mil -añadió Lourdes.

Cacerola se quedó tieso.

– Eso no lo sabía.

– Me enteré por la radio. Los domingos hay una emisión dedicada a nosotros.

– Tampoco lo sabía.

– Ay, cuántas cosas te faltan aprender!

La estampa de la pareja se hizo popular en Gerona. Iban a la cafetería España, donde Rogelio los atendía con todo afecto y donde no conseguían pagar nunca la consumición. "Invita la casa". "Un pajarito me lo ha pagado".

– Un pajarito! Y el par de periquitos? -Cacerola se dio un puñetazo en la frente.

– Vamos a por ellos…

Fueron a una pajarería de la calle del Carmen y se agenciaron dos canarios que alegrarían todavía más al amor sin trampa de aquella pareja asentada sobre una nube que a doña Rogelia le parecía irreal.

* * *

Regresó de Rusia la Legión Azul -algunos la llamaban Tercio-, bruscamente retirada del frente. Pronto se supo el resumen de aquella odisea nacida en el cerebro de Núñez Maza: habían combatido 18000 divisionarios. Habían muerto 3943; 8466 heridos; 326 desaparecidos; 321 prisioneros… Otros se habían pasado al enemigo y era de suponer que serían protegidos por Dolores Ibárruri, la Pasionaria, desde Ufa.

Fueron también recibidos como héroes, aunque no faltaban los Manolo de turno que se indignaron al leer el balance. "Y todo esto, para qué?". Rogelio se acordó de la cruz de palo en la tumba del capitán Arias, a quien un obús se le llevó la cabeza. Seguro que entre los que regresaron había algún ciego…

Murió la esposa del profesor Civil y éste la sobrevivió justo una semana. Fue una amputación. Apenas si alguien se acordaba de la mujer, que se pasó los diez últimos años de su vida en la cama, sin apenas poder moverse. El profesor Civil la cuidó y mimó como Cacerola estaba dispuesto a hacerlo con su flamante esposa. Nadie faltó al entierro. Ignacio y Mateo se afectaron vivamente y entendieron que, sin la blanca cabellera del profesor, Gerona no sería la misma.

Sebastián Estrada había fichado -pitado- definitivamente por el Opus Dei, después de haber conocido en persona al padre Escrivá, en Madrid, adonde le acompañó Agustín Lago aprovechando las vacaciones. Sebastián Estrada quedó hipnotizado por la figura del Fundador, por su palabra ruda, exacta, calculadamente reiterativa. Espió todas sus expresiones y todos sus gestos y llegó a la conclusión de que su autodominio era total. Especialmente le impresionó la manera que tenía de bajar las escaleras, sujetando la sotana con una sola mano. "Nunca -le había dicho Agustín Lago- habrás visto unas escaleras tan bien bajadas". Precisamente, por esas fechas habían sido ordenados sacerdotes aquellos tres ingenieros de que se habló, y Agustín Lago, el día de San José, como todos los años, hizo la renovación de sus votos: "Yo, Agustín Lago Segrelles, poniendo como testigos a los santos Ángeles Custodios, a san José, a la Virgen Santísima y a los patronos de la Obra, hago voto de pobreza, de castidad y obediencia hasta la próxima fiesta de San José".

Tal vez lo que le costara más a Sebastián Estrada -que había aprobado de golpe los dos primeros cursos de magisterio-, fue el llevar cilicio dos horas diarias y el sábado por la noche o el domingo por la mañana usar disciplinas. Le dolía, le dolía en la carne y más adentro. Entonces se acordaba de una máxima de Camino: "Jesús no se satisface compartiendo; lo quiere todo". Tal vez ese todo, para monseñor Escrivá, comprendiera la herencia que Sebastián Estrada, en contra de la opinión de su hermano, Alfonso, entregó a la Obra. Acaso los frutos de esta entrega no se hicieran esperar. Carlos Andújar, el primogénito del doctor, que estudiaba medicina en Barcelona, había pitado también por el Opus Dei, gracias a la perseverancia de Carlos Godo y de la familia Valls Taberner. El recíproco saludo de Agustín Lago y Sebastián Estrada era siempre el mismo. Pax, decía uno. Y el otro contestaba: In aeternum.

En S'Agaró, fiesta por todo lo alto. Manolo y Esther dieron el visto bueno al chalet que Ángel les construyó muy cerca de la playa de la Conca -paredes blancas y muchas flores-, y se reunieron allí una treintena de invitados, servidos por el restaurante del hotel La Gavina, el más lujoso de la costa. Hermosos pinos rodeando la casa, hermosa piscina, hermoso jardín. Manolo, palpándose la incipiente barriga, dijo: "Voy a ocuparme yo mismo de cortar el césped". Nadie le creyó; el que menos, Ignacio. Manolo se estaba convirtiendo en un comodón, lo contrario de Esther, cada día más aficionada a hacer cerámica y al tenis.

Los Fontana -como los llamaban en Gerona- se disponían a pasar en su chalet, chalet Sol-Mar, el verano entero, donde los amigos se turnarían y donde la madre de Esther, Katy, se preparaba para aterrizar. Manolo no podía dejar siempre el despacho; Ignacio le ayudaría y le tendría al corriente. Ana María se pasaría todo el mes de julio en el chalet Sol-Mar, que no distaba mucho del de su padre, don Rosendo Sarro, más espectacular pero que llevaba el estigma de un arquitecto rabiosamente reñido con el paisaje en torno. Ana María se las arreglaría muy bien visitando de vez en cuando a la familia, cosa no difícil, pues su padre andaba casi siempre de viaje. Desde que los alemanes habían dejado libre el sur de Francia -se retiraron al Norte, acaso para defender París-, don Rosendo Sarro basculaba de continuo entre la frontera catalana y la frontera vasca. Leocadia, la madre de Ana María, estaba encantada con Ignacio. Cada vez más. Nunca se arrepentiría de la decisión tomada. Le perdonaba incluso que sostuviera la tesis de que los orientales no tenían oblicuos los ojos, sino que lo que tenían rasgados eran los párpados. "Vamos, Ignacio, que una ha visto muchas películas y eso no me lo podrás discutir".

– Y qué me dices de los japoneses, que se comen el pescado crudo? -le preguntaba Leocadia.

Ignacio se reía.

– Se están preparando para comerse cruda a la raza blanca.

– Ay, este hombre! -suspiraba Leocadia-. Lleva veneno en la lengua… Qué le vamos a hacer!

Manuel Alvear salió del seminario -primer curso aprobado-, dispuesto a pasar las vacaciones en casa de su hermana, Paz, esposa de la Torre de Babel. Paz le recibió con cierta reticencia, al verlo pelado al rape y con la cadena y la medallita colgándole del cuello. Manuel se había enamorado del latín y Paz no lo comprendía. "Es idioma declinatorio, te das cuenta, Paz?". "Y a mí qué me importa eso! Habíame en castellano, como siempre, y como está mandado y nos entenderemos".

Manuel sonrió. Estaba en paz consigo mismo y tenía vocación. Nadie ni nada le apartaría de su camino. Por lo demás, tenía de su parte a la Torre de Babel, quien se acordaba de César… Manuel tenía prohibido ir a bañarse a la piscina -promiscuidad de sexos- e igualmente prestar atención a las carteleras de los cines. "Lo mejor es caminar mirando al suelo. Porque incluso los escaparates se han puesto provocadores". Los había que decían: "Señora, contra sus irregularidades periódicas, Perlas Victoria". O bien: "Almorranas. Fístulas, Enfermedades An-Recto. Dr. Ramón Capell". El mismo Jaime, el librero, que por lo visto no escarmentaría jamás, había puesto un cartelito que decía: "Novelas francesas para señoritas". Francesas! Qué significaba aquello?

El hermano de Paz se puso en manos de mosén Alberto. No quería perder demasiado tiempo durante las vacaciones. Seguiría estudiando latín y gramática y velaría cuatro horas diarias el Museo Diocesano. Mosén Alberto estaba contento con él. "Es de buena pasta". Se sentía orgulloso de haber influido en su vocación. La sirvienta, Dolores, se enteró de que al muchacho le gustaban mucho los pasteles y se las ingeniaba para prepararle todas las tardes algún que otro bizcocho. Pero Manuel había trocado el campo de visión. Antes estaba pendiente de los crucifijos; ahora le atraía, con sentimientos muy diversos, la calavera de Ampurias que mosén Alberto tenía sobre la mesa.

No se atrevía a palparla, porque la notaba fría en exceso; pero contemplaba la forma de los huesos, las concavidades y se tocaba su propia cabeza pensando: "La mía debe de ser igual… Quizá, un poco más pequeña!". Aquello era la muerte. Mosén Alberto le dijo que debía de tener lo menos mil años. Era posible? Claro, claro, los huesos duraban más que la carne, aunque no tanto como el alma. El alma le tenía preocupado a Manuel. No saber dónde se escondía, si es que tenía forma concreta. Y si no la tenía, más misterioso aún. Él la sentía de vez en cuando al rezar y, sobre todo, al acostarse. Le gustaba que Amanecer dijera: Gerona tiene veinte mil almas. Salvar el alma era lo único que importaba y él debía procurar salvar la suya y también la de Paz y la de la Torre de Babel. A veces se decía que posiblemente las almas hablaban y que si hablaban lo hacían en latín.

Moncho y Eva se fueron el mes de julio a Panticosa, capital oscense del valle de Tena, que durante la guerra fue su cuartel general. Se hospedaron en una fonda llena de moscas; pero no importaba. Él necesitaba volver a ver a sus compañeros y aquel prodigioso paisaje del Pirineo aragonés, con un valle de Ordesa que no tenía parangón, con los lagos de Brazato y Bachimaña.

Sus ex compañeros de armas, los del mismo valle, los Royo, Pueyo y demás, les invitaron con espontánea hospitalidad. No se hacían a la idea de que Moncho fuera médico, y encima analista. "Así, que si mirases al microscopio mi sangre sabrías si estoy sano o enfermo. Cono! Por qué no te has traído ese chisme?". También les sorprendió que su mujer fuera alemana. Varios estuvieron a punto de darle el pésame por la marcha de la guerra, dado que el último parte hablaba de bombardeos masivos sobre Berlín. Moncho hizo con el dedo un signo negativo. "Nada de pésame… Eva es judía y detesta a los nazis". Algunos reaccionaron en contra, porque ellos deseaban el triunfo de Alemania. "Es que, si los aliados ganan -argumentaban-, a lo mejor quieren entrar en España y volvemos a las andadas, abandonando nuestras vacas, a la mujer y a los hijos".

Cuando en el balneario de Panticosa se enteraron de que Monr cho era capaz de practicar la acupuntura, le llamaron con urgencia. Al balneario acudían personas artrósicas, con males de toda índole y habían oído decir que "el tratamiento chino" obraba milagros. Moncho que, como siempre, había llevado consigo el maletín con las agujas necesarias, empezó a pinchar en el balneario. Aquello le divertía y adquiría experiencia. Entendía mucho de los polos Yin y Yang, de meridianos, de circuitos de energía, de medicina, en fin, basada en la física, al revés de Eva, capaz de practicar la medicina occidental basada en la bioquímica. Dos conceptos dispares que algún día deberían trabajar al alimón. Moncho sabía que la oreja tenía la forma de un feto invertido, colocado cabeza abajo y que cada mancha o bulto en la piel del apéndice correspondía a una anomalía visceral, orgánica o muscular. De ahí la importancia de tales manchas y protuberancias para establecer un diagnóstico, aparte de la toma de los pulsos radiales en las muñecas.

Los pacientes se ponían en sus manos sin rechistar y observaron que, de repente, alguna de las agujas, por haber terminado su función, saltaba por sí sola. Tuvo algunos éxitos, pero finalmente desistió. Él quería descansar y para Moncho descansar era escalar montañas. Recorrió, junto con Eva, muchos de los puestos donde había montado la guardia junto a Ignacio. Recordó que muchos franceses, sobre todo procedentes del refugio invernal de Cauterets, subían a ver de cerca, como en un zoo, a aquellos "leones españoles" que se entretenían peleándose entre sí. Ahora los que se mataban entre sí eran los franceses, enfrentados los colaboracionistas de Pétain con los de la Resistencia. "A cada puerco le llega su San Martín".

Moncho respiró oxígeno, se emborrachó de naturaleza. Hasta que, el día 15 de julio, el doctor Chaos le reclamó por teléfono. "Vente en seguida. Tengo la clínica llena de alemanes fugitivos y sin los análisis estoy perdido". Moncho y Eva hicieron el equipaje y se volvieron a Gerona, primero saltando de camión en camión y luego en tren. Justo aquel día el Ejército ruso entró en Finlandia y se anexionó Carelia, sin que apenas nadie le prestase atención.

CAPÍTULO XXII

VERANO CALIENTE. Churchill pronunció un discurso en los Comunes. "No olvidaré nunca el inmenso servicio que España nos prestó cuando nuestro desembarco en África". "No siento ninguna simpatía por los que consideran inteligente y divertido injuriar al gobierno español cada vez que se presenta la ocasión". "Ya que digo hoy, aquí, palabras amables de cara a España, dejadme añadir que ella será un poderoso factor de paz en el Mediterráneo después de la guerra. Los problemas de política interior no interesan más que a los españoles. No nos concierne inmiscuirnos en sus asuntos".

Por su parte, Roosevelt fue la otra cara de la medalla. Arremetió contra el Estado franquista. "Nuestra victoria sobre Alemania acarreará la exterminación de la ideología nazi y otras similares. No hay lugar en las Naciones Unidas para un gobierno fundado en los principios fascistas. El régimen español actual se ha identificado en el pasado con nuestros enemigos".

Nadie, ni siquiera Julio García, comprendió tan dispar versión de las posibles responsabilidades. Precisamente acababa de recibir una carta de Matías en la que éste le decía que sí, que posiblemente en un futuro no muy lejano volverían a verse. Era la primera vez en mucho tiempo que Julio García se puso nervioso. Por suerte, Amparo le pidió, oportunamente, que la llevara otra vez a las cataratas del Niágara.

Se acercaba la fecha en que los "amotinados" anti-Hitler debían pasar a la acción. Se convenció al conde Stauffenberg de que no era necesario que actuara de kamikaze, puesto que su vida sería necesaria después de la muerte de Hitler. El plan preveía que una sola bomba matara también a Goering y a Himmler, pero ello era difícil, porque no siempre los dos hombres eran llamados simultáneamente.

El conde Stauffenberg consiguió un destino muy cercano a Hitler para poder llevar a cabo su plan. Pero, entretanto, el coche que llevaba en el frente a Rommel, hacia la Roche-Guyon, sufrió un accidente. El conductor, Daniels, murió y Rommel yació a veinte pasos, sin sentido, con una doble herida en el cráneo. Recobró el conocimiento en el hospital de Bernay, donde los médicos no respondieron de su vida.

Y llegó el 20 de julio, día elegido para el atentado. Stauffenberg llevaba bajo su único brazo un maletín conteniendo una bomba. Un duplicado -para qué?- había quedado en el coche. Asistió a una reunión presidida por Hitler y suavemente posó el maletín en dirección a él. La bomba tardaría diez minutos en estallar. Stauffenberg salió de la habitación, poco después oyó el estruendo y salió disparado a comunicar que Hitler había muerto. Todos los conjurados iban oyendo esta versión y muchos la daban por segura. Y empezaron la operación para rendir las fuerzas a los aliados y evitar a Alemania más derramamiento de sangre. El estruendo de la bomba era comparable al de un obús del 150. Vieron llamas y oyeron gritos de dolor. Por eso Stauffenberg creyó que la operación había sido un éxito. Pronto se supo que Hitler había salido con heridas leves y que sólo habían muerto cuatro de sus ayudantes. Poco después Hitler, sereno, recibió a Mussolini y le dijo: "Duce, acaban de hacer estallar una máquina infernal contra mí. La providencia me ha protegido una vez más".

La cólera contenida estalló por la tarde, a la hora del té. Hitler prometió los más espantosos castigos para los traidores, para sus familias, para su clase social…

Al conocerse que había sido un fracaso varios de los implicados se suicidaron. Otros quisieron llevar adelante la rendición ante los aliados, aprovechando que eran dueños del Ministerio de la Guerra. Pero el proyecto no cuajó. En cambio, pronto empezaron a hacerse sentir las represalias. Hitler juró extinguir el nombre de Stauffenberg, y los puros nazis juraron aniquilar totalmente a la aristocracia. Algunos detenidos, como el general Sponek, condenado por desobediencia pero cuya pena Hitler había conmutado, fueron asesinados en la prisión.

Sorprendentemente, Hitler y los aliados compitieron en presentar el 20 de julio como un episodio de significación secundaria. El Führer, cuando habló por radio, hacia medianoche, para contar el atentado que hacía de él el protegido de la providencia, subrayó que los conspiradores "eran una camarilla muy pequeña, una camarilla muy reducida" de oficiales criminales y estúpidos que perseguían sórdidas ambiciones personales. Churchill, aunque conocía de manera muy particular los antecedentes de la conspiración, se limitó a declarar que el atentado contra "el viejo bastardo" probaba simplemente que el Estado Mayor alemán reconocía que la guerra estaba perdida.

No obstante, pronto se supo que Hitler no había salido indemne del atentado. La bomba de Stauffenberg había hecho de él un andrajo humano. Violentos dolores de estómago -al igual que Mussolini- y de intestino hicieron sospechar a su séquito que había sido víctima de un envenenamiento. A veces perdía la voz. A veces la recobraba. El temblor de su cuerpo sacudía violentamente la mesa en que estaba sentado. La espuma le salía de los labios. El general Choltitz, al que Hitler llamó para encargarle de la defensa de París, declaró: "He tenido la impresión de estar en presencia de un loco".

* * *

La guerra se aceleraba en dirección a París. "Es difícil dar informes sobre el enemigo, porque no se ve enemigo por ninguna parte". La población francesa rebosaba de júbilo al sentirse liberada y muchos soldados de intendencia se reían abiertamente felices "porque la guerra había terminado".

El 15 de agosto, millares de paracaidistas americanos e ingleses llovieron en la región de Provenza, al tiempo que desembarcaban tres divisiones americanas. Tales tropas habían sido traídas del antiguo frente de Italia, y entre ellas había muchos franceses, los cuales, al pisar su tierra, vibraban sentimentalmente.

Pisando los talones a los alemanes que se retiraban, todo el sudoeste y el centro de Francia se liberaron espontáneamente. Se trataba de una treintena de departamentos. Las autoridades insurreccionales, constituidas en maquis, salían tumultuosamente de la clandestinidad. Las influencias comunistas o anarquizantes prevalecían en varias provincias, y la operación iba acompañada en todas partes de una toma revolucionaría del poder. Una catástrofe. El número de individuos ejecutados sumariamente jamás podría establecerse. Se cometieron crímenes abominables, sin más justificación que los que cometió la Gestapo.

El general Dietrich von Choltitz tomó posesión de su cargo en París, instalándose en el hotel Meurice. De momento la ciudad estaba tranquila. Las fábricas trabajaban, llegaban algunos trenes, se repartía un poco de correo. Las salas de espectáculos estaban abiertas, los niños jugaban en los parques, los bordes del Sena estaban repletos de una multitud que mantenía la ilusión de una playa.

Los "colaboracionistas" se fueron. Su despedida fue: "Volveremos. Hemos inventado armas terribles. Sépanlo ustedes. El corazón sangra cuando se sabe lo que van a hacer de Francia. En Navidad, lo más tardar, estaremos de vuelta".

Los comunistas, por su parte, soñaban con reivindicar para sí la liberación de París y se levantaban aquí y allá, con la intención de conquistar el poder antes que nadie. De pronto, empezaron las huelgas y los guardias municipales desaparecieron de las calles. El futuro estaba en el aire. De tanta lucha clandestina, de tanto heroísmo y sacrificio, saldría un sistema comunista o una democracia liberal? Todo dependía de lo que sucediera en París.

El general Choltitz estaba decidido, en lo que de él dependiera, a salvar París de la destrucción, como se había salvado Roma. La orden que recibió firmada por Hitler no dejaba lugar a dudas: "París debe ser transformado en un campo de ruinas. El general jefe debe defenderlo hasta el último hombre y sepultarse en las ruinas". El general Choltitz contestó: "He hecho depositar tres toneladas de explosivos en Nótre Dame, dos toneladas en el Louvre, una en los Inválidos y voy a hacer saltar la torre Eiffel para que sus restos obstruyan el Sena".

El general Choltitz salvó París. No apretó un solo botón para que saltara una bomba. Para liberar la capital había sido elegido el general Leclerc, quien entró en ella el 25 de agosto. Pero estaba también De Gaulle. La Resistencia contaba con recibirle con la ciudad liberada y llevarlo al ayuntamiento para que proclamara en su nombre la República Social. Pero De Gaulle era arrogante y se identificó con el Estado francés. Así que, en una obra maestra de psicología, lo que hizo fue pasar por los Campos Elíseos hacia el Arco de Triunfo, en medio del delirio de la multitud que lo aclamaba.

En el coche de Leclerc iban varios españoles. El general había situado su lugar de mando en la estación de Montparnasse. Largas columnas de prisioneros alemanes marchaban por las calles en medio de un pueblo que, al verles, pasaba dd júbilo al furor. Los crímenes que cabía esperar de una muchedumbre agitada por los extremistas se produjeron al día siguiente de la liberación de la capital. Jornada revolucionaria. Otra vez crímenes abominables. José Alvear, que llevaba decenas de kilómetros actuando con un grupo de su confianza, se resarció de su largo descanso y de su derrota al penetrar en el Pirineo español.

La jugada de los comunistas consistía en hacer creer que formaron desde tiempo una quinta columna organizada. De Gaulle entorpeció sus planes. Y lo evidente fue que se debió al viejo general Choltitz que el París histórico se salvara de la destrucción total.

* * *

Carta de París, sin fecha.

Querida familia:

Aquí estoy, otra vez en París, aunque dispuesto a bajar nuevamente hacia el Sur, porque Nati me dice que aM tendremos mucho trabajo. La torre Eiffel ha cambiado de amo y el nuevo propietario ha instalado en lo alto un observatorio aéreo. Seguro que lo que quieren es hacer un estudio sobre los pájaros y sobre las mariposas. Los comunistas querían ocuparlo todo, pero se les ha dicho que nanay. Ese De Gaulle es un fenómeno. Con esa nariz que no se acaba nunca lo huele todo a distancia y ha dicho a Maurice Thorez, el esclavo de Moscú, que se esté quietecito o que juegue a los bolos.

Me he hinchado de volar juguetes bélicos pertenecientes a Hitler. Pero ni siquiera llevo arma, palabra. Os doy esta información para que no creáis que soy un Gorki cualquiera. El pobre! Nadie sabe dónde está enterrado. Y el que continúa vivo, aunque ya está enterrado, es Antonio Casal. Ahora lleva un algodón en cada oreja para no oír los estruendos. Y su mujer ha parido otro crío. Quiere que se llame Campos Elíseos o algo así.

Precisamente es Antonio Casal quien me ha dicho que Gil Robles, Madariaga, Ossorio y Gallardo y Araqtástain han hecho manifestaciones en el sentido de que la suerte de España está ligada a la del Eje. Menudo descubrimiento! Pero no importa. Franco, según dice Nati, tiene enormes propiedades el Brasil y podrá gozar de una vejez tranquila y sin tanta guacia mora.

Qué sabéis de Julio, de David y Olga, del Responsable? Aquí estoy más solo que la una, desconectado de los altos jefazos. Lástima que la pastelera Mady no quiera ni verme, porque, como todos los franceses, paso hambre y si ella me hiciera caso podría comer de bóbilis, bóbilis. Pero, en fin, me zampo mucho champán, como al entrar en los pueblos hacía aquel loco que se llamaba Porvenir.

Tío Matías, qué tal la prima Paz? Todavía anda con el micrófono y las maracas? Debe ser todo un espectáculo. Bueno, a ver si al final liquidamos a los rusos y esto se queda como una balsa de aceite hasta Gibraltar.

Vuestro como siempre y Viva la Revolución Universal.

JOSÉ ALVEAR

* * *

El 11 de septiembre se produjo un acontecimiento grandioso. Una patrulla aliada de reconocimiento cruzó la frontera alemana cerca de la aldea luxemburguesa de Stolzenburg. Invasión de Alemania, noventa y seis días después del desembarco en Norman día. Se esperaba que fueran los rusos los primeros en pisar suelo alemán, pero sólo rozaron la Prusia oriental.

Sin embargo, el ejército aliado se encontraba con dificultades, sobre todo por falta de gasolina y pese a haber tomado intacto el puerto de Amberes. A más de esto, los alemanes parecían haber rejuvenecido, desde que se enteraron de los planes aliados una vez concluida la guerra. Toda la industria alemana sería destruida! Todas las fábricas serían arrasadas! Alemania sería convertida en un país agrícola, de carácter pastoril! Este plan proporcionó a los alemanes una razón para morir con las armas en la mano.

El fracaso aliado en la zona de Arnhem, considerada esencial, abrió un otoño negro para los aliados, cuyos bombardeos afectaban más a las ciudades de arte que a la industria. Hitler movilizó a todos los hombres de los 18 a los 60 años. Además, las V-II empezaban a mostrarse terroríficas. Su radio de muerte y de devastación sobrepasaba en mucho a las V-I. El pánico invadió Inglaterra, que estaba herida y cansada y que no entreveía el final de una prueba que acababa de cumplir los cinco años.

En Francia la situación era preocupante, como se colegía de la carta de José Alvear, porque a los aliados les faltaban víveres, ropa y, como siempre, combustible. Por lo demás, y a pesar del inmenso prestigio de De Gaulle, la autoridad del Estado se restablecía penosamente en un país asolado y dislocado. De Gaulle, efectivamente, disolvió las "milicias patrióticas", con lo que despojó a los comunistas de su ejército de guerra civil. Gesto temerario. Por fortuna, Maurice Thorez, el jefe comunista, regresado a Francia y amnistiado por su deserción de 1939, dio órdenes de obedecer.

En Italia la situación era más dramática aún. Miseria indecible y desmoralización sin límites. Se decía que, salvo el Papa, todo el mundo se vendía a quien más ofrecía. La prostitución, el mercado negro, todas las formas del robo no lograban saciar el hambre italiana. Los quince millones de italianos que aún vivían bajo la autoridad nominal de Mussolini conocían el horror de los bombardeos y del terror nazi. En el resto del país, todavía no se dibujaban las instituciones que habían de reemplazar al fascismo y en el vacío los comunistas tomaban posesión de ciudades y pueblos.

En este momento, Rusia irrumpió por su parte en Alemania en el frente del Este, pero esta ofensiva se caracterizaba por una violencia sin precedentes, por atrocidades, violaciones, saqueos y asesinatos de civiles alemanes y de prisioneros franceses, que daban a los alemanes una nueva razón de batirse hasta la muerte. El 2 de septiembre, el mariscal Erwin von Vitzleben, condenado a muerte por el tribunal del pueblo, fue colgado por la garganta en un gancho de carnicero. El 14 de octubre, el mariscal Rommel, convaleciente en su casa de Herrlingen, vio llegar a los generales Burgdorf y Maisel, quienes le ofrecieron elegir entre el tribunal del pueblo o el suicidio. Rommel eligió el suicidio, absorbiendo el veneno que le habían llevado los emisarios de Hitler y bajó a la tumba con exequias nacionales, un telegrama del Führer y un discurso fúnebre del mariscal Von Rundstedt, engañado o comparsa.

En Norteamérica se celebraron elecciones presidenciales, y la camarilla de la Casa Blanca se las arregló para maquillar a Roo sevelt de forma que no se viera que estaba tocado por la muerte. Incluso su médico, Mclntire, redujo la jornada de trabajo del presidente a cuatro horas al día y cometió la indignidad de comunicar al país que Roosevelt estaba en plena forma. Roosevelt salió reelegido, y nombró vicepresidente a un oscuro senador de Missouri, llamado Harry Truman.

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Tales acontecimientos repercutieron en el ánimo de los gerun denses. Los hermanos Costa, la Torre de Babel y Padrosa dejaron a sus mujeres en casa y se fueron a comer ancas de rana en el restaurante de la Barca. Manolo y Esther brindaron con champán.

El cónsul norteamericano, mister Stern y el cónsul inglés, mister Collins, no se movían de la cafetería España, donde Rogelio les servía de mala gana media combinación de gin-fizz o una ginebra compuesta. El padre Jaraiz y mosén Falcó estaban hundidos. Llevaban sus emblemas en la sotana, pero suponían que un día u otro tendrían que arrancárselos. Según las ideas o el talante, cada perro se encerraba en su guarida o salía de ella moviendo la cola.

El gobernador era quien mejor encajaba esos golpes, pensando en la capacidad maniobrera de Franco y en las palabras de Chur chill: "Los problemas de la política interior no interesan más que a los españoles. No nos concierne inmiscuirnos en sus asuntos". El gobernador quería agarrarse a un clavo ardiente, pese a que María Fernanda le objetaba que Churchill podía muy bien desdecirse y clavarles la puñalada trapera. María Fernanda estaba contenta porque se había enterado de que don Juan de Borbón había abandonado la dramática Italia y se había instalado en la neutral Suiza, concretamente en Lausanne, donde repetía el mismo sonsonete: con la restauración de la monarquía España no tendría problema alguno. No darse cuenta de ello presuponía una ceguera de la que, teóricamente, había precedentes.

– Anda, déjame en paz con tu don Juan, que al parecer las enamora a todas, porque Carlota y Charo piensan lo mismo que tú. Si Franco dejara el timón, y puesto que don Juan, a mi entender, carece del apoyo popular, los que se llevarían el gato al agua serían Roosevelt y su camarilla de la Casa Blanca…

También estaba preocupado Mateo. Las palabras de Núñez Maza se le habían grabado en la mente. Había momentos en que dichas palabras socavaban su fe; en otros, el camarada Montaraz levantaba su moral y los dos se miraban complacidos la camisa azul. Había algún problema minúsculo que resolver, puesto que la vida no se detenía: la burocracia cotidiana, los relevos de cada día. Muerto el profesor Civil, era preciso nombrarle un sustituto en Auxilio Social. El gobernador se decidió por el jefe local del Movimiento en Bañólas, Faustino Vilardell, quien estaba casado con una mujer también bañolense y tenía una hija sordomuda, de diez años de edad. Hombre acostumbrado a bregar, a luchar contracorriente, había aprendido los signos inventados por fray Ponce de León para dialogar con su hija. Al enterarse de que en Gerona había cuatro sordomudos más no dudó un instante en aceptar el nuevo cargo y se trasladó con su casa a cuestas. El padre Forteza pensó para sí: "Voy a aprenderme el código de señales". Llamó a Faustino Vilardell y le hizo partícipe de su propósito. Faustino se emocionó. "Se lo agradezco mucho, padre. Eso hará que nuestra hija, que se llama Mercedes, se sienta menos sola".

Mateo no tenía más remedio que disimular. Todo el mundo estaba pendiente de su aspecto y de sus mínimas declaraciones. "Tiene mala cara". "Qué va! Le veo más seguro que nunca". "Tal vez sepa algo que nosotros ignoramos…" Ese algo era Pilar. Pilar le decía: "Estoy a tu lado, Mateo. Pase lo que pase". Mateo recompensaba a su mujer con un beso emocionado. Sólo Teresa, la sirvienta, había advertido que Mateo al entrar en su despacho a veces suspiraba hondo, como si no pudiera soporta: un minuto más la carga que llevaba encima.

Él y el camarada Montaraz estaban más que nunca al frente de Amanecer y de la emisora de radio. Pero resultó que las consignas que llegaban de Madrid eran contradictorias. Por un lado, los NO-DO habían cambiado su imagen. Hitler iba desapareciendo de ellos y empezaba a aparecer Churchill con la V de la victoria. Asimismo, el delegado nacional de Prensa, Juan Aparicio, había llamado por teléfono a Mateo diciéndole que destacara en primera página de Amanecer las victorias norteamericanas en el Pacífico, especialmente la toma de Saipan, donde habían muerto todos los japoneses y los pocos que sobrevivieron se habían hecho el harakiri. Contrastando con todo ello, y puesto que las Fiestas de la Vendimia de Cádiz habían sido ofrecidas a Inglaterra, le ordenaba a Mateo que "no destacara dicha oferta y, sobre todo, que se abstuviera de citar a Shakespeare o a algún otro personaje inglés".

Ángel se puso de parte de su madre, María Fernanda. "Digas lo que digas, papá, la cosa está al borde de la hecatombe y no sé lo que va a ocurrir. Ya sabéis que no tengo la menor confianza en el pueblo español y que yo no quería regresar del exilio. Aquí estamos, expuestos a cualquier cosa. Claro que don Juan, en efecto, con su autoridad moral en Inglaterra podría ser la solución".

Su padre se ponía furioso y entonces Ángel, con su clásica sangre fría dejaba que se desahogase y luego se iba al estudio-ático que tenía cerca de la Dehesa, teñida de oro por el otoño, o telefoneaba a Adela diciéndole: "Puedo pasar un momento o hay moros en la costa?". Casi nunca había moros, de forma que el muchacho aceleraba el paso como anteriormente lo había hecho Ignacio.

Por fortuna, ocurrió algo que supuso una inyección salvadora para los camaradas Montaraz y Mateo: concentración de 3 500 ex combatientes en Guadalajara y de otras tantas militantes de la Sección Femenina en El Escorial. Los dos primeros partieron como flechas al lugar indicado -Marta y sus acompañantes se marcharon por su cuenta-, conduciendo Miguel Rosselló, quien había llegado a la conclusión, y así lo había declarado, que la forma de los nuevos coches norteamericanos superaba en belleza a la Venus de Milo y a la Victoria de Samotracia.

En Guadalajara, al encontrarse juntos, cantando los mismos himnos, los 3 500 ex combatientes -Mateo calculó que llegaban a los 4000-, una oleada de optimismo les invadió a todos y por unas horas abandonaron sus dudas y desencantos. "Por qué nos hemos quedado en tres mil quinientos o en cuatro mil? -se quejaba el gobernador-. Deberíamos ser cien mil, o doscientos mil! Eso hubiera sido una auténtica demostración de fuerza". "Para qué? -comentaba Mateo-. Todo el mundo sabe que cada uno de nosotros representa a veinticinco o a cincuenta".

Arrese, secretario general de la Falange, pronunció un discurso en el que habló de la perennidad de la Falange, preparada como siempre para lo que pudiera ocurrir. Pero el amo de la concentración fue el ministro de Trabajo, camarada Girón. "Desde mi puesto de mando os doy mi palabra de que no nos desviaremos un ápice de la ruta que nos hemos trazado. Estamos en la vanguardia del mundo en cuanto a las conquistas de los productores y esto es sólo el comienzo. Junto con Portugal, seremos el ejemplo para los demás países, que al término de la guerra nos querrán imitar".

Girón era un gigante. Causaba, en efecto, una tremenda impresión de vigor y robustez. Gracias al camarada Montaraz, Mateo pudo saludarle un momento y al estrecharle la mano sintió como si una savia renovadora actuara sobre sus circuitos de energía, como los llamaba Moncho.

– Y la guerra?

– Confianza! Todavía no se ha dicho la última palabra… Y si al final nos resulta adversa, nosotros continuaremos en nuestro puesto, fieles al Caudillo y en lo alto las estrellas.

Aquél era el lenguaje que Mateo echaba de menos.

– Qué debernos hacer -preguntó Mateo-, en nuestras respectivas áreas de actividad?

– En vuestra rica Gerona, que os prometo que visitaré, distraer a la gente y darle noticias agradables… La gente no quiere discursos, sino pequeñas alegrías. Y no hacerse mala sangre con las murmuraciones y los chistes alusivos. Ahora mismo, con esa canción de La casita de papel se alude a las Viviendas Protegidas.

Pues bien. Que canten, que canten! Las casitas, que no son de papel, seguirán en pie.

No dio tiempo para más. A Girón lo 'reclamaba todo el mundo. Se dieron un abrazo y el camarada Montaraz y Mateo se quedaron unos minutos extasiados viendo aquel mar de camisas azules. Ciertamente, era un mar. Con muchos ex divisionarios y muchos mutilados. Había acudido por cuenta propia el delegado de Sindicatos, Jesús Revilla, con su ojo de cristal. Nadie se dio cuenta. Faltaban piernas y brazos. Nadie se daba cuenta. Cada pieza era completa en sí misma. Las cámaras de cine filmaban aquello. Seguro que sacarían una copia para el NO-DO… y otra copia para Roose velt. Para que Roosevelt viera la verdad de España y en lo alto las estrellas.

Antes del regreso se enteraron de que se iba a constituir la Guardia de Franco. Un cuerpo de élite, formado por los más leales. La selección sería difícil. Una guardia pretoriana que, llegado el caso, defendería a aquel que, una vez más, se aprestaba a salvar a España de la saña de sus enemigos.

* * *

Llegados a Gerona, los camaradas Montaraz y Mateo abrazaron a sus mujeres. "No podéis imaginaros! Ha sido colosal!". Mateo hizo revelar una fotografía en la que se le veía abrazado a Girón. La enmarcó y la puso debajo del pájaro disecado.

Luego, manos a la obra. Pocos discursos, pequeñas alegrías y buenas noticias. Buenas noticias? Había muchas. El Atlético de Bilbao se había proclamado campeón de la Copa del Generalísimo, lo que alegró mucho a Carmen Elgazu. En Arganda del Rey se inauguró una emisora gigante, con potencia para ser oída incluso desde Rusia. En Torrelavega, puesta en marcha de una gran fábrica de fibras textiles, que produciría diez mil kilos diarios de fibra artificial. Un doctor escasamente conocido, llamado Cabrera Díaz, había donado al Instituto Nacional de Entomología su colección de medio millón de insectos himenópteros, "única en el mundo". Se había constituido la Federación Colombófila Española. En el café Nacional, Grote comentó: "A lo mejor con las palomas podemos mandar los puntos de Falange a los frentes de combate". Saltó al mercado una nueva marca de cigarrillos, Tritón, seudorrubios, que hizo las delicias de los fumadores no habituados al hierbajo-picadura servido por la Tabacalera. Por si fuera poco, Franco declaró que se estaba intensificando el cultivo del tabaco en toda España con el propósito de conseguir la total autarquía en este ramo. Etcétera. Por desgracia, en Córdoba no pudieron gozar en exceso de tales noticias porque habían alcanzado los 66 grados al sol y los 46 a la sombra.

En los cines habían llegado las primeras películas en color!: Agfacolor. Los títulos eran sabrosos: Las cuatro plumas, las películas exóticas de Sabú y las de dibujos animados de Walt Disney: el pato Dónala, el perro Pinto, Dumbo, el ratón Mickey, Bam bi, etc. Eloy descubrió que en el mundo existía algo más que el fútbol: el cine en color, los dibujos animados. Félix Reyes le diseñó y pintó unas cuantas travesuras del ratón Mickey y Eloy los clavó con chinchetas en su cuarto, en la pared, al lado de una Virgen de Begoña, iluminada y fosforescente, que le había regalado Carmen Elgazu. Eloy se aficionó también a ciertos tebeos. Casi tanto como la gente mayor, como, por ejemplo, los productores de los hermanos Costa, los funcionarios, los jubilados, que tomaban el sol y reencontraban su niñez. A Eloy le gustaba mucho Flechas y Pelayos, dirigido patrióticamente por fray Justo Pérez de Urbel.

Claro que, tocante a las lecturas, definitivamente se llevaba la palma El Coyote, de Mallorquí Figuerola, novelas que tenían mucho mérito dado que el autor desconocía por completo los países por los que su héroe andaba. Se guiaba por otras lecturas y por la intuición, hasta conseguir un ambiente de autenticidad. Pilar las leía a veces, cuando quería relajarse y el pequeño César la dejaba en paz. Mateo alguna vez la sorprendía, se enfurruñaba pero no decía nada. También él, a escondidas, leía El capital, de Marx, texto impresionante aunque, a su entender, repleto de contradicciones.

En agosto había muerto de repente, de hemorragia cerebral, el conde de Jordana, ministro de Asuntos Exteriores, sucediéndole en el cargo José Félix de Lequerica, de tendencia aliadófila. "Es lo más conveniente en estos momentos", le dijo a Mateo el cama rada Montaraz. Quien no fallecía era Bernard Shaw, que cumplió los 88 años, autor que figuraba entre los preferidos de María Fernanda, de Esther y de Carlota. "Humor anglosajón -comentaban-. No hay quien pueda con él". ' La Voz de Alerta' protestaba. El humor español era universal, empezando por el Quijote y Que vedo y terminando en ' La Codorniz'. "Fijaos en este último número referido al estraperlo. Mihura escribe: "Niño, si no te portas bien te voy a dejar un millón menos!" Apareció en los escaparates y quioscos la revista semanal Hola. Arranque espectacular. Sus editores tuvieron la impresión de haber dado en el clavo. Los chismes de la alta sociedad y de los figurones del mundo del espectáculo encantaban a las mujeres. Charo, en su peluquería de señoras, compraba seis ejemplares de cada número y al cabo de tres días estaban arrugados. Si pudiera hablarse de "amoríos" ilegales! Pero ese tema sólo podía tocarse de refilón. De momento, lo que abundaban eran las cacerías, los vestidos de las vedettes y las fiestas por todo lo alto en las que participaba la nobleza. No sólo bodas, sino bautizos y comuniones. Ante la indignación del obispo, doctor Gregorio Lascasas y de mosén Alberto, los bautizos, comuniones y puestas de largo se habían convertido en escaparates de joyería. Las mujeres de clase media, y no digamos las de la calle de la Barca o de las barracas de Montjuich, se identificaban con las heroínas de aquellas fiestas.

Varias gitanas que destacaban en Madrid con sus cantes y bailes "flamencos" levantaban la moral de aquellos grupos inmigrantes marginados, empezando por el Niño de Jaén. "Vete a Madrid, hala! No te das cuenta? Dentro de tres meses, en el Teatro Real!". 'El Niño de Jaén' negaba con la cabeza. "Estoy bien aquí, de limpiabotas y comprándoles espejos a mi madre y a mis hermanas. En Madrid sería del montón". El patrón del Cocodrilo aplaudía. "El gitanillo tiene razón. Dejadle en paz".

Naturalmente, los camaradas Montaraz y Mateo no podían solucionar todos los problemas ni buscarles a todos válvulas de escape. La población vivía mal, se acercaba el invierno y la censura desde Madrid era drástica. Se prohibió una zarzuela titulada Gran Vía, porque la Gran Vía era ahora avenida José Antonio Primo de Rivera. También se censuró la película Pecadillo mortal, porque si era mortal no era pecadillo, sino pecado. Además, se prohibían fotografías de boxeadores y nadadores de torso desnudo -debían ponerse camiseta-, porque podían ser motivo de concupiscencia.

Matías a veces se indignaba con su yerno. "Pero, no te das cuenta? La vida va por un lado y vosotros por otro. Prohibís todo esto y en Barcelona, y aquí mismo, en casa de la Andaluza, por cinco pesetas se puede uno vaciar de lo que le sobra y por treinta pesetas llevarse a la cama a una odalisca". Mateo se defendía. "No soy el responsable de esto. Ahí pueden meter mano el obispo y mosén Falcó".

A Mateo lo que más le dolía era que se prostituyesen muchas mujeres de los hombres que habían ido a trabajar a Alemania. Algunas tenían hambre de hombre, otras se habían enterado de que sus maridos allí encontraban sin esfuerzo mujeres a su disposición. "Esto es una canallada, Matías. Y mira por dónde ahí no podemos meter baza!".

La guerra… Cuántas carambolas a tres bandas! Llegó a Gerona una especie de ambulancia de la Cruz Roja, mucho más grande de lo normal, "pidiendo sangre para los heridos anglosajones en el frente". En toda España habían salido donantes y en Gerona no podía ser distinto. Los pensamientos de Mateo eran confusos. Para los heridos anglosajones! Por un lado, deseaba que no se presentara nadie; por otro, era un acto humanitario y Gerona no podía quedarse atrás.

Fue una cola de personas de toda edad y condición la que se estacionó frente al coche de la Cruz Roja. Y ahí llegaron las sorpresas. Se tomaba la filiación y se hacía un rápido y previo análisis. La gente "a la que no se le admitía la sangre" se retiraba con aire preocupado; y esto fue lo que le ocurrió a Carmen Elga zu. Acudió junto a Matías con la mejor voluntad. Matías pudo arremangarse la camisa y dejarse pinchar; Carmen Elgazu no pasó la prueba. "Está usted bajísima de tensión. No es aconsejable". Carmen Elgazu se quedó de una pieza. Llevaba unos días sintiéndose fatigada, pero no le daba importancia. "El cambio de estación". "El otoño y esas cosas". Pero que su sangre no le fuera útil al prójimo casi la hizo llorar. Tuvieron que darle unas galletas y un café porque estaba en ayunas. Y al contemplar a Matías tendido en el camastro, mientras su sangre generosa iba fluyendo, le ganó una extraña sensación a la vez dulzona y de envidia.

La operación terminó y volvieron al piso de la Rambla. Carmen Elgazu se asió del brazo de Matías, porque sintió una especie de mareo. "No es nada, mujer. Son los nervios". De todos modos, era preciso que le hicieran un reconocimiento. Llamaron a Moncho, que desde hacía un mes había regresado de Panticosa. El resultado de los análisis fue tranquilizador. En efecto, Carmen Elgazu era hipotensa y, sobre todo, estaba descompensada. Le recetó unas grageas y Moncho dio el asunto por terminado. Pero Carmen Elgazu había hecho la promesa de una novena a santa Teresita del Niño Jesús para que no tuviera nada malo. Y Matías tuvo que acompañarla nueve días seguidos a la parroquia del Carmen y allá rezar el rosario y echar unas monedas al cepillo.

Al margen de esto, Mateo estaba contento. Y también el gobernador. Y también Marta, quien había regresado rebosante de El Escorial. Los gerundenses se portaron muy bien y cabía preguntarse: se hubieran comportado lo mismo de haberse pedido sangre para los heridos alemanes? Hubiera acudido Paz? Hubiera acudido Jaime, el librero, hubieran acudido Agustín Lago y Sebastián Estrada? Esto no podría saberse nunca. Pertenecía al secreto sumario de Dios.

La sangre saldría hacia el frente por avión, en bidones preparados al efecto. Y como siempre en estos casos, según Cacerola, pronto llegó la recompensa: penicilina de los Estados Unidos. Un buen lote, que salvó muchas vidas. Tantas, que la Voz de Alerta, en su calidad de alcalde, decidió poner el nombre de Fleming a una calle céntrica y eligió la calle del Norte, que no significaba nada.

Otra recompensa: la Compañía Telefónica instaló nuevos teléfonos públicos, que funcionaban introduciendo monedas por un valor de treinta céntimos. La gente se divertía entrando y saliendo de las cabinas y llamando innecesariamente a alguien. Pronto las cabinas se llenaron de publicidad y también de algún que otro "Muera Alemania".

La gente se distraía. Aquellas ferias y fiestas de San Narciso, a finales de octubre, habían de ser las más atrayentes que se hubieran celebrado jamás. El gobernador y la Voz de Alerta confeccionaron el programa. Sardanas: mañana y tarde, con abundancia de las compuestas por el maestro Quintana, injustamente olvidado durante cinco años. Toros: contrataron, y ya era contratar!, a Alvaro Domecq, Mario Cabré, Pepe Bienvenida y Manolete, Feria de ganado. Concurso de tiro al plato. El Club de Fútbol Barcelona, con la presencia de Pachín! Carrera de antorchas. Y el circo Imperial, con fieras salvajes que deberían de salir drogadas, lo que valdría una reclamación firmada por los componentes del Arca de Noé.

CAPÍTULO XXIII

SOR GENOVEVA, monja contemplativa, de las adoratrices -hermana de don Eusebio Ferrándiz, jefe de policía-, estaba enferma. Sentía angustias de muerte, que en cierto modo recordaban las de santa Teresa. Había hecho los tres votos, que pronto debería renovar. Dicha renovación estaba prevista para el 1 de octubre, pero a mediados de septiembre sor Genoveva empeoró. Había momentos en que se quedaba como en éxtasis, pero no ante el Sagrario, sino ante un Cristo expresivo y sangrante que tenían en la capilla. Se abrazaba a él y le acariciaba las cinco llagas. Había leído la vida de la estigmatizada Teresa Neumann, que antaño interesara a Ignacio y a menudo se contemplaba las manos, los pies y el costado por si le brotaba sangre.

Mosén Alberto era el confesor de la comunidad. El convento estaba situado en un callejón estrecho próximo al seminario. En verano sólo se oían los cánticos de las monjas y los de los pájaros del jardín. Sor Genoveva, de cuarenta años de edad, se pasó toda la guerra escondida en casa de su hermano, don Eusebio Ferrán diz, y de la hija de éste, que murió en el accidente del santuario del Collell. Terminada la guerra regresó al convento, que había sufrido pocos daños y ya no se movió. Desde entonces -marzo de 1939-, apenas si había visto otros hombres que mosén Alberto, el obispo, que las visitó un par de veces y un fontanero que les arregló unas averías. También don Eusebio Ferrándiz, a raíz del accidente de su hija pudo visitarla en tal ocasión. Pero fue al otro lado de la reja y ni siquiera pudieron darse la mano.

Sor Genoveva estaba desconectada del mundo -no escuchaba la radio, no leía los periódicos-, y sólo estaba enterada de que una guerra mundial azotaba los cinco continentes. De vez en cuando la madre superiora las reunía para ponerlas al corriente de algo que estimase importante. Por ejemplo, las reunió el día en que se produjo el bombardeo del Vaticano y con ocasión de las rogativas por la paz solicitadas por el Papa. Sor Genoveva sabía de millones de muertos, de heridos y prisioneros, pero no hubiera podido recitar la lista de los principales beligerantes. Y lo que mayormente llamaba la atención de mosén Alberto era que las alusiones a la guerra la dejaban por completo indiferente. Para ella era aquello un mundo abstracto; en cambio, eran concretas las gracias que para tal o cual familia debía de pedir, a cambio de unas pequeñas limosnas o dádivas que recogía la madre superiora: "Para que mi hijo se cure". "Para que mi marido saque las oposiciones". "Para que mi esposa tenga un parto feliz". Un parto feliz! Esto la aturullaba, pues sor Genoveva no se había contemplado jamás desnuda ante el espejo.

Mosén Alberto había ensayado con ella todas las probaturas imaginables. Sor Genoveva era la responsable de que en el convento entero de pronto se notara un aire enrarecido, de escrúpulos y de hondos problemas de conciencia.

Llegó un momento en que el caso de sor Genoveva desbordó a mosén Alberto y éste no tuvo más remedio que redactar un informe para la madre superiora y para el señor obispo, aconsejándoles que permitieran intervenir al doctor Andújar, hombre de fe, psiquiatra, acostumbrado a tratar enfermos del cuerpo y del alma.

El doctor Andújar entró en el convento. Hubiera querido visitar a la monja en su propia celda, pero esto no era siquiera imaginable. La visitó en el llamado recibidor, escueto y frío, con un Sagrado Corazón presidiendo, un retrato del Papa y un ramo de florecillas silvestres.

Con una paciencia infinita el doctor Andújar fue interrogando a sor Genoveva, arrancándole medias verdades. Porque la monja se resistía. Un hombre, un médico! Temblaba ante la idea de que quisiera auscultarla o le ordenara quitarse el hábito. El doctor Andújar la tranquilizó. "De momento, no veo necesidad de nada de eso. No soy cirujano ni médico de cabecera. Mi profesión consiste en descubrir las causas de los sufrimientos del espíritu".

Poco a poco la paciente fue desembuchando pequeños detalles. De pronto, al oír de sus labios que acariciaba diariamente, largo rato, las cinco llagas del Cristo "expresivo y sangrante" -a Cefe le hubiera gustado ser su escultor-, el psiquiatra chascó los dedos, sin darse cuenta.

– Nota usted, sor Genoveva, algún consuelo al acariciar esas llagas?

– Sí… A veces… -Vaciló-. A veces todo lo contrario: me siento como si yo fuera también responsable.

– Ese consuelo… es muy profundo? Casi podría compararse a una alegría interior?

– Pues, casi… Y es entonces cuando me miro las manos para ver si me han brotado llagas también a mí.

– Y el rostro de Cristo…?

Sor Genoveva miró al suelo.

– Cuando veo la corona de espinas le amo con toda mi alma. Es algo… hermoso e inexplicable.

– Encuentra usted hermosa la sensación que experimenta, o encuentra hermoso el rostro de Cristo, el Ecce Homo?

Sor Genoveva vaciló de nuevo.

– Las dos cosas a la vez…

Inesperadamente, el doctor Andújar señaló con el índice la imagen del Sagrado Corazón del recibidor.

– Y esta imagen, la conmueve a usted?

– Conmover…? No sabría decirle. Creo que no -sor Genoveva se colocó a la defensiva-. Dios mío, me obliga usted a decir barbaridades!

– Cálmese, por favor. Si me equivoco, dígamelo. Según la madre superiora, ante el Sagrario no llega usted nunca a un estado previo al éxtasis…

Ella asintió con la cabeza, lentamente.

– Es verdad. Esto sólo me ocurre ante el Cristo sangrante que tenemos en el altar.

Una chispa iluminó el cerebro del doctor Andújar. Había visitado otras monjas, aunque no de clausura. Tuvo la sospecha de que sor Genoveva, sin saberlo, estaba enamorada físicamente de Cristo. Le preguntó si en alguna ocasión, mientras rezaba, le había visto alto, esbelto, resplandeciente, con una túnica blanca hasta los pies.

– Sí, sí! Muchas veces! Sobre todo, cuando me despierto durante la noche y cuando, al lavarme la cara, cierro los ojos y me los aprieto con los dedos.

– Ese Cristo alto y con túnica blanca que usted ve, podría compararse a la figura de Pío XII?

– No, no! De ningún modo! -sor Genoveva alzó un poco la voz-. El Papa es el Santo Padre, el Sumo Pontífice, pero es un hombre… A quien yo veo es a Cristo, el hijo de Dios -marcó una pausa, como si reflexionase-. Y es entonces cuando paso del gozo inexplicable a ese tormento que es difícil soportar.

El doctor Andújar tuvo la impresión de que se encontraba ante un ser humano gravemente enfermo, al que no le costaba nada mantener los votos de obediencia y pobreza, pero al que costaba mucho mantener la castidad. Era muy posible que sor Genoveva, al acariciar a Cristo, llegara al orgasmo, palabra que posiblemente la monja no había oído jamás. Durante la primera guerra mundial se habían hecho experimentos al respecto, en conventos de clausura y algunos médicos llegaron a conclusiones similares. La masturbación de los seminaristas era un precedente. El enamoramiento de las monjas por el sacerdote de turno, otro. Estudiando la historia de los papas del Renacimiento se encontraban ejemplos paralelos. Etcétera.

El doctor dio por terminada la primera visita. No quería agotar a su paciente. Habló con la superiora y le dijo: "Dentro de ocho días volveré. De momento, retrase la renovación de los votos".

El doctor Andújar meditó y se fue a ver a mosén Alberto. Éste abrió los ojos como platos. "No se me había ocurrido… Claro, claro que es posible! Dios mío, el alma es insondable -marcó una pausa-. Recuerdo que una vez me dijo que, cuando sudaba, el frescor de la imagen de Cristo secaba sus manos y le proporcionaba alivio… Claro, claro que es posible!".

En las próximas visitas -cinco en total-, el doctor Andújar se cercioró de que su diagnóstico era certero. Ya de niña, sor Genoveva cogía al Niño Jesús en sus brazos y lo acariciaba, cosa corriente, y hacía como si lo amamantase, cosa ya menos corriente. Y si entró en religión de clausura fue porque los hombres le daban asco, pensando en la pureza de los ángeles. De los piropos a Cristo Jesús lo que más le gustaba era que le dijeran que era su Esposa. "Esposa de Cristo, se da usted cuenta? Y Cristo me ama como ama a su Iglesia. Comprende, doctor? Pero si esto es así, si soy su Esposa, por qué tanto sufrimiento?". La conclusión del doctor fue tajante. Sor Genoveva, en aquellos cinco años de reclusión, había perdido el equilibrio y estaba a punto de enloquecer. Era preciso que no renovara los votos y sacarla de aquellas paredes cuanto antes. Tenía a su hermano, don Eusebio Ferrándiz, que era un santo varón, qué más podía pedir? Una temporada de libertad y verían cuál sería su evolución.

La madre superiora y el doctor se entrevistaron con el señor obispo, que había recibido con antelación el informe escrito del doctor. Monseñor Gregorio Lascasas se llevó las manos a la cabeza. Orgasmo…! Podía tomarse esto en serio? No debería consultar con el cardenal, o con la Santa Sede? Pero el doctor Andújar era un creyente fiel, un fiel servidor de la Iglesia. Y las pruebas estaban ahí. Sor Genoveva, en cuestión de seis meses, había adelgazado tanto que mirarla causaba pena.

La orden del señor obispo fue cortante. Fuera del convento y período de prueba en casa de don Eusebio Ferrándiz. Éste se encontraba tan solo que se alegró lo indecible. Su hermana en casa! Era un obsequio providencial, que le llovía de donde menos podía esperarlo. Era como recibir una herencia de un tío que años atrás se fue a América.

Sor Genoveva, al enterarse de la decisión, estuvo a punto de lanzar un grito. Por respeto al señor obispo se contuvo. Naturalmente, no le dieron a conocer la causa exacta. Le hablaron de claustrofobia y de la inminencia de problemas respiratorios.

– Una temporada con su hermano, y luego veremos si puede usted renovar los votos o no.

Cuando don Eusebio Ferrándiz pasó a recogerla en un taxi al convento ella se sacó el pañuelo e hizo adiós. Le pareció que dejaba atrás lo que más quería: aquel Ecce Homo. Su hermano le dijo:

– No seas absurda. En casa puedes colocarte los Ecce Homo que quieras… Y pasarte rezando todos los ratos que te apetezcan.

* * *

El doctor Andújar aprovechó para visitar profesionalmente al señor obispo. Éste continuaba con sus catarros, probablemente de origen psíquico, con sus miedos, con su sensación de soledad. El psiquiatra descubrió que todos esos síntomas se habían incrementado de un tiempo a esta parte, coincidiendo con la marcha de la guerra. Los miedos del señor obispo se concretaban ahora en uno solo: que los rojos volvieran a apoderarse de España. Qué horror! Él se salvó de milagro la primera vez, durante la guerra civil; ahora no le apetecería salvarse si en España volvían a mandar los anti-Dios, matando sacerdotes y religiosos y quemando iglesias. Pediría el martirio, eso es. Se dijo a sí mismo que algo fallaba en el mundo si las fuerzas del mal prevalecían. Tuvo que acordarse de las predicciones de José Luis Martínez de Soria, quien estaba a punto de casarse con Gracia Andújar. Realmente, el problema del diablo -de Lucifer- era fundamental. La gente lo caricaturizaba, sobre todo por Cuaresma y por Navidad, en la representación de Els Pastareis. Pero que ganaran los rusos no era como para dedicarse a la caricatura.

El doctor Andújar llegó a la conclusión de que el miedo del señor obispo era ahora físico. Hablaba de martirio, de holocausto, pero a lo que le temía era a la agresión personal. A tener que abandonar el palacio y ocultarse en alguna alcantarilla. Lo demostraba el hecho de que pidió a los fieles preces por la paz a partir del momento en que los alemanes empezaron a perder, y no antes. Lo mismo que Pío XII.

El obispo, además, tenía la sospecha de que no había acertado del todo con los medios de apostolado que fueron depositados en sus manos. Mosén Alberto se lo había sugerido en más de una ocasión, pero fue el único. Los demás, botafumeiro. Con el padre Forteza apenas si había entrado en relación, porque le consideraba un peligroso heterodoxo, aunque resultaba imposible justificar tamaña acusación.

El doctor Andújar no se anduvo con tapujos. Le dijo: "A mi entender, la Iglesia española, y usted con ella, han perdido la ocasión de ganarse al pueblo. Al terminar la guerra civil todo el terreno era abonable: equivocaron la dirección. En vez de aliarse con los vencedores, debieron de aliarse con los vencidos. En vez de levantar el brazo junto al general Sánchez Bravo, abrir la mano a quienes purgaban sus culpas y a los huérfanos y a los hambrientos. A quién se le ocurre dar tanto poder a mosén Falcó? Es un nazi con sotana española. Y tanta censura! Y tanto sexto mandamiento! Son peores la avaricia y la hipocresía que la lujuria. Prohibir tantas cosas es un error. La Iglesia triunfante debería ser superada y dar paso a la Iglesia-hermandad. No conozco a nadie en Gerona que considere que usted es su hermano. Debería empezar por prescindir de tanto ornamento pomposo y pensar en los pescadores de Galilea… Al cónsul alemán le llamó la atención que usted, por Semana Santa, lavara los pies a doce ancianos del asilo. Más les llamó la atención a los doce asilados, que saben que para que usted los recibiera deberían someterse previamente a un interrogatorio de mosén Iguacen. La gente sufre un empacho de religión. Ayer mismo, el Caudillo fue nombrado "Hermano Mayor de la Congregación de Indignos esclavos del Oratorio del Caballero de Gracia". Todo esto sobra. Son oropeles de fiesta mayor. Tiene usted la Acción Católica, las Congregaciones Marianas, el Opus Dei… El pueblo se arma un lío y no sabe a qué carta quedarse. Las procesiones, los Te Deum en la catedral, las iglesias atestadas en domingo son puros formulismos. Permita que le diga, señor obispo, que de ahí provienen sus catarros".

En aquel momento, el obispo se sacó el pañuelo y se sonó con cierto estrépito. El psiquiatra no le había convencido ni tanto así. La naturaleza le tenía horror al vacío y si ellos no lo colmaban vendrían de fuera otras doctrinas y llenarían el hueco. Ahí estaba Lenin esperando. Y ese Sartre. Y ese Blasco Ibáñez, con su obsesión anticlerical… La gente olvidaría los grandes sacrificios de la Santa Madre Iglesia a lo largo de la historia y volvería a dibujar obispos con la tripa llena. Él era austero por temperamento. Tal vez por ser aragonés. De todos modos, una frase había hecho diana: "No conozco a ningún gerundense que considere que usted es su hermano".

* * *

Solita, la enfermera -la confidente- del doctor Andújar estaba encantada con su "jefe". No sólo trabajaba a su lado en la consulta, donde aprendía tanto o más que en el hospital de Riga, sino que había conectado con toda la familia en un plano de igualdad. Doña Elisa, la señora de Andújar, quería a Solita como, si fuera hija suya. Y los pequeños le dedicaban sonatas a cambio de caramelos y chucherías. No se celebraba en la casa aniversario alguno en el que Solita no estuviera invitada, ocupando en la mesa un puesto de honor. Su padre, don Óscar Pinel, estaba un poquitín celoso. "Vas a quererlos a ellos más que a mí". Don Óscar Pinel sabía que ello no era cierto, pero un fiscal de tasas, con gorro de astrakán, no podía permitirse muy a menudo el lujo de ser coqueto.

Solita, como es natural, había tenido acceso a los expedientes de sor Genoveva y del señor obispo. El caso de sor Genoveva le había interesado profundamente y se prometió a sí misma -puesto que conocía a don Eusebio Ferrándiz- visitarla de vez en cuando para acompañarla en la prueba que había de sufrir. Tocante al señor obispo, Solita fue mucho más tajante que el doctor Andújar. La Iglesia, en efecto, había abusado del poder. Varios culpables, pero uno más culpable que los demás: el general Francisco Franco Bahamonde. Éste, desde el primer momento, e inconsecuente con su pasado en África, se había apoyado en la Iglesia como en el claustro materno para seguir al mando del timón. Empacho? Mucho más que eso. Un castillo de naipes que se derrumbaría con los primeros vientos que llegaran del Norte. Franco había jugado la carta del providencialismo, del enviado de Dios. Palabras suyas eran: "Y es en nuestra misma Cruzada donde tienen lugar una sucesión de hechos portentosos, que coinciden en su gran mayoría con las fiestas señaladas por la Iglesia, una nueva muestra de aquella protección. El paso del estrecho de Gibral tar tiene lugar el día de la Virgen de África, bajo la vista de su santuario de Ceuta. La batalla de Brúñete tiene su crisis victoriosa el día de nuestro santo patrón, Santiago de los Caballeros. La ofensiva de nuestros enemigos sobre Cáceres se detiene ante los muros del monasterio de Guadalupe, que cobijan a la Virgen Señora de los descubrimientos. La de Aragón se deshace en la orilla de nuestro río, al pie mismo del santuario de Nuestra Señora del Pilar. En Oviedo alcanza por segunda vez la horda roja los contrafuertes de su catedral, que, batidos por el fuego enemigo, resisten milagrosamente las embestidas rojas".

Por supuesto, textos de este tipo no hubieran sido posibles sin el beneplácito y la bendición de las jerarquías eclesiásticas españolas. Pero esos golpes bajos se pagarían con creces en un futuro más o menos inmediato. La gente volvería a desertar de las iglesias y, posiblemente, a perseguir a los curas. Al doctor Gregorio Lascasas le obligarían a bailar la jota aragonesa en lo alto de un árbol. A mosén Falcó y al padre Jaraíz les arrancarían la camisa azul, los condenarían a muerte y un miliciano maquis les susurraría al oído en el momento supremo: "Blasfema contra Dios si quieres alcanzar la vida eterna". La venganza sería terrible como la que en Francia estaban sufriendo los colaboracionistas de Pétain.

– Doctor Andújar… Ve usted alguna solución?

– No lo sé, hija, no lo sé… -El doctor mantuvo un silencio-. Pídeme un pronóstico sobre un individuo, pero no sobre una colectividad. Soy un psiquiatra modesto. No alcanzo a prever, como las preveía Freud, las reacciones de las masas… Éstas se parecen a un tornado y no se sabe qué dirección van a tomar.

Solita sabía que, esta vez, el doctor no era sincero. Padre de familia numerosa, con el primogénito "atrapado" por el Opus Dei, no podía caer en el catastrofismo. Además, el doctor era también providencialista, aunque no en provecho propio. Lo era en sentido amplio y no necesitaba esforzarse para repetir aquello de "No os abandonaré". Estaba acostumbrado a bruscos cambios históricos. Imposible predecir cómo se produciría el reparto del pastel. La historia era coherente a largo plazo, no a plazo medio o en la inmediatez. Con los hombres ocurría a veces lo mismo. Un acto de apariencia insignificante realizado en la niñez al cabo de años podía producir ansiedad -temor a algo ilocalizable-, angustia -temor a algo concreto-, o depresión -pérdida de la afectividad y de cualquier deseo-. Así que lo sembrado por Franco se vería mucho más adelante y acaso la situación geográfica le fuera favorable. "Una de las claves del éxito en la vida -dijo el doctor- es la de creer que uno ha elegido el camino correcto y transitar por él con convicción. Franco cree haberlo elegido y ahí puede radicar la razón de su éxito".

– Hitler y Mussolini también creían estar en lo cierto y ya ve usted… -objetó Solita.

El doctor Andújar sonrió.

– Ellos no llevaban consigo, en la maleta, el brazo incorrupto de santa Teresa de Jesús…

* * *

La aventura de los maquis debía de tomarse en serio. El camarada Montaraz llegó a esta conclusión. Envió a Francia, pasando por la montaña, al comisario Diéguez y a su brigadilla y éstos regresaron con datos concretos. Se calculaba que unos quince mil guerrilleros españoles habían actuado magníficamente contra los alemanes en la retaguardia, ya antes del desembarco de Normandía. Estos hombres, ocupado París, volvieron sus ojos hacia España. Querían su "liberación". Les faltaban medios, pero se los procurarían. Se creó en Toulouse un llamado "Grupo de servicios especiales", que se encargaron de realizar asaltos y atracos con que obtener recursos económicos. De hecho, los comunistas españoles se habían adueñado del sur de Francia, logrando proveer abundantemente las arcas del Partido. Conseguían muchos millones de francos, aparte de que los ingleses arrojaban mucha cantidad de dinero desde aviones. Los maquis, atentos por las noches al ruido de los motores aliados, dispersaban sus hombres buscando los fardos que caían del cielo y ocultándolos en lugares seguros.

– De un momento a otro van a empezar a entrar. Deberíamos reforzar la vigilancia en los Pirineos.

– Decir los Pirineos es no decir nada. En qué puntos concretos?

– Eso, señor gobernador, no hemos podido averiguarlo, como es de suponer…

– Y los anarquistas?

– Ahí está el punto flaco desde mi punto de vista. Andan divididos como siempre: comunistas, republicanos, socialistas, libertarios… Claro que, para algunas de las acciones que tengan previstas, llegarán a un arreglo y se unirán.

El camarada Montaraz habló con el general Sánchez Bravo y éste con el general Moscardó, que ostentaba la capitanía general de Cataluña. Pero apenas si tuvieron tiempo de trazar un plan. Los teléfonos sonaron con estrépito alertando que "grupos enemigos" se habían infiltrado en Navarra, por Roncesvalles y el Roncal. Poco después, la calma. La acción de estos grupos -capitaneados por un tal "Mariano"- había sido tan disparatada que las fuerzas normales de vigilancia del Ejército y de la guardia civil se habían bastado para causarles numerosas bajas y obligar al resto a desistir. Los supervivientes regresaron a Francia y en Francia los socialistas -Antonio Casal no estaba con ellos, y tampoco David y Olga- les acusaron de bisoñez e improvisación. Naturalmente, la guardia civil tuvo también algunos muertos, que recibieron sepultura en medio del más completo anonimato. Y no se descartaba la hipótesis de que algunos de los infiltrados se hubieran dirigido hacia el interior, tal vez hacia la región de Teruel.

El aviso no cayó en saco roto. Se reforzó la guardia en numerosos puntos, en algunos casos con el asesoramiento de los contrabandistas, que se conocían el terreno al dedillo. Y el 19 de octubre saltó la sorpresa. Esta vez la embestida fue muy superior.

Por lo menos ocho brigadas de trescientos hombres cada una penetraron en el valle de Aran, sigilosamente y por sorpresa, ocupando una serie de pueblos -Les, Bossost, Les Bordes, Vilca, etc.- y acercándose peligrosamente a Viella, la capital.

Era la más importante de toda la historia de las operaciones de los maquis en España y el hecho militar más destacado desde la guerra civil. De nuevo cayeron soldados y guardias civiles. Era evidente que los maquis pretendían ocupar la totalidad del valle de Aran, convirtiéndolo en un "enclave liberado" en el que pudiera sentar sus reales un gobierno republicano presidido por Negrín, quien pediría ayuda a las fuerzas aliadas para derribar el franquismo. José Alvear, metido entre los comunistas, decía que aquello era la "rehostia". Ya se veía en Gerona tocándole el pompis a la Andaluza y, sobre todo, al señor obispo. Los compañeros le pedían calma, pero él de vez en cuando lanzaba un grito a lo Tarzán. Había dejado a Nati en Perpiñán, en el hotel Catalogne, prometiéndole que volvería a recogerla y le daría un hijo.

El general Sánchez Bravo y el general Moscardó se personaron en Viella. El general Moscardó, al tiempo que ordenaba reforzar la población, dijo: "Voy a convertir esto en un nuevo Alcázar de Toledo". Estuvo a punto de ser capturado, hasta que en la mañana del 20 de octubre llegaron en calidad de refuerzos los batallones de cazadores de montaña Alba de Tormes y Barcelona.

Dura lucha, de la que los vencedores de la guerra civil se habían despedido el año 1939. Cada guerrillero iba soberbiamente equipado y con una fe en el combate que hubiera sido ridículo negar. Por supuesto, contaban con que les iba a ayudar la población civil, con que el ochenta por ciento de los paisanos se les unirían a la rebelión y que el abanico se ensancharía por tierras catalanas y aragonesas. Su asombro no tuvo límites al advertir que nadie movía un dedo. Todo el mundo permanecía en sus hogares, demudado el semblante. En algunos casos se advertía la animadversión y entonces los "culpables" eran fusilados sobre el terreno. Simultáneamente habían penetrado maquis en la zona norte de Pallars Sobirá. La lucha duró diez días. Más de cien soldados y guardia civiles fueron hechos prisioneros. El interrogante era automático. "Creéis que el pueblo se alzará contra Franco? Y vosotros, los de uniforme? Acudiréis en defensa de la libertad?". Los soldados y guardia civiles no sabían qué responder. Con sus familias y sus novias tranquilamente en la "retaguardia" no estaban en absoluto preparados para semejante situación. De pronto, algún maquis de sangre caliente vaciaba su cargador y caían al suelo unos cuantos prisioneros; otros eran guardados como reliquias con la pretensión de obligarles a "cantar".

A los diez días los maquis eran menos y las fuerzas que defendían Viella muchas más. Entonces llegó de Yugoslavia, del cuartel general de Tito, Santiago Carrillo y a la vista de los acontecimientos ordenó a "Mariano" y sus hombres que abandonaran la lucha y regresaran a Francia.

Costó mucho obedecer. Tierra española! Cinco largos años esperando la ocasión. Sin embargo, Santiago Carrillo tenía razón. Superado el factor sorpresa, y comprobada la inmovilidad del vecindario, aquello terminaría en hecatombe. Todavía estaban a tiempo de salvar el pellejo. Porque pronto llegarían los morteros, la artillería y quién sabe si la aviación. José Alvear subió al campanario de Bossost, meó desde allá arriba y se despidió hasta nuevo aviso de su gran aventura, ampliación de la anterior en el pueblo de Agullana. Quería llevarse en recuerdo la pila bautismal. O la custodia. O el incensario. Finalmente entró en la sacristía, se vistió con una casulla y emprendió montaña a través el camino que le conduciría junto al lecho de su amada Nati.

El Partido Comunista, aprendida por dos veces la lección, desistió de la "guerra abierta". Esperaría a que la contienda mundial terminase y actuarían entonces como mejor les conviniera. Claro, que era preciso no entregar la primacía a los republicanos ortodoxos, que a lo máximo impondrían en España una República burguesa. De ahí que Santiago Carrillo y su comité asesor decidieran enviar combatientes uno por uno, o por parejas, hacia el interior de España, con consignas concretas para reconocerse entre sí e instrucciones para el sabotaje y la hostigación del Régimen: asalto a trenes, a centrales eléctricas. Al propio tiempo, se instalaría un Comité Central en Madrid, que actuaría de enlace y cuyo mando directo asumiría el general Líster, quien había hecho los correspondientes estudios militares en la Academia Frounze, de Moscú.

Todo fue impresionante para el camarada Montaraz. La valentía del adversario, su fanatismo, la perfecta reacción del Ejército y de la guardia civil. También le impresionó en grado sumo el silencio que planeó sobre tales acontecimientos. Recibieron de Madrid orden tajante de no publicar nada en Amanecer, de no dar la menor noticia por la radio. Y en toda España sería así. En Gerona, apenas si unos cuantos se enteraron de lo que había sucedido y de su posible trascendencia. Mateo utilizó, como en las grandes ocasiones, su mechero de yesca. Pilar no se enteró. Tampoco Carmen Elgazu. Sí se enteró Matías, gracias a Ignacio. El señor obispo se arrodilló en su habitación y rogó largamente "por las víctimas de ambos bandos". Cacerola, contra su costumbre, se indignó. Debían de haberlos avisado a ellos, a los ex divisionarios, para ir en socorro del valle de Aran. Claro que, dejar a Lourdes -tal vez embarazada- hubiera sido el mayor sacrificio de su vida de falangista.

De nuevo las dos Españas, aunque no frente a frente. Una, todopoderosa, disponiendo de un ejército en constante renovación; otra, dispersa por los caminos y por los cerros, especialmente por Extremadura, Asturias, León, Cuenca, etc. También había otra España disfrazada, maquillada como el presidente Roosevelt, en las grandes capitales. En un momento en que se había aprobado la Ley contra el Bandidaje y Terrorismo, que en el pueblo cordobés de Espiel quince atracadores habían sido fusilados en la plaza mayor y que en el campo de la Bota eran fusilados también seis "individuos" por haber asaltado la fábrica de cervezas Moritz.

* * *

José Alvear no pudo llegar a Perpiñán, al lecho en el que Nati le estaba esperando. En el último kilómetro antes de alcanzar la frontera les salió al encuentro -iban él y cinco compañeros más- una patrulla de la guardia civil y les obligó a rendirse. José Alvear repitió aquello de la "rehostia", pero el tono de voz había cambiado. También se había despojado de la casulla, impedimento para caminar. Debidamente esposados, fueron objeto de un minucioso chequeo ellos y sus mochilas. En la de José Alvear encontraron un paquete de consignas del Comité de Unión Nacional que empezaba diciendo: "Departamento de los Pirineos orientales. Manifiesto. A todos los españoles! Compatriotas! La hora ha llegado!". Etcétera. El resto del grupo no llevaba nada y ello les llamó la atención. Posiblemente José Alvear fuera un pez gordo. Él negó con la cabeza, pero su físico era la viva estampa del guerrillero acostumbrado a luchar. José Alvear tuvo una idea luminosa, que acaso le salvara la vida: decirles que tenía familia en Gerona, con ex combatientes y demás, y que vivían en la Rambla, 28. Su primo, Ignacio, vivía gracias a él. Él le había acompañado al frente de Madrid, el año 1938 y lo había depositado en manos de los "nacionales", de los moros. Pedía ser llevado a Gerona para confirmar la autenticidad de su declaración.

El sargento de la guardia civil se acarició el bigote. Sí, era posible. El prisionero dio todos los datos que le pidieron acerca de sus familiares gerundenses. Lo mejor sería no fusilarlo allí mismo; tal vez aquel "pájaro" fuera un mandamás y pudiera aportar informes de valor.

En fila india fueron conducidos a Viella. Allí el general Sánchez Bravo separó del resto a José Alvear. El resto, pese a las súplicas, fueron ejecutados en el pequeño cementerio del pueblo, con la asistencia del párroco, cuya ayuda rechazaron; y el "posible mandamás" fue conducido en coche a Gerona, donde ingresó en la cárcel.

José Alvear se mordía los puños. Si Ignacio quisiera! Pero tal vez el pobre no podría hacer nada. Los reclusos le asediaban a preguntas, convencidos de que la infiltración procedente de Francia era masiva. Él les contó la verdad -el golpe había fracasado- y rogó que le dejaran solo. Y se puso a meditar, recordando su llegada a Gerona la primera vez, cuando encontró a Ignacio en las nubes, como un monaguillo y cuando él se subió al tablado de las sardanas y destrozó el trombón. Cuántas cosas habían pasado! Y Canela… Tío Matías podría hacer algo? Tal vez… Llevaba sombrero y tenía autoridad moral. Seguro que Ignacio, por su parte, era amigo del gobernador. Y tía Carmen, amiga del obispo. Dios, quién lo metió en aquel lío! Con lo bien que lo pasaba escribiéndoles cartas. Y ahora que el Eje estaba a punto de pringarla. Era preciso esperar. Era de suponer que todo iría muy de prisa, que no le tendrían con la incertidumbre durante días y días, como pasaba con otros camaradas. "Lo mío es otra cosa. Lo mío, según las leyes fascistas, se merece el juicio sumarísimo y el paredón".

Fuera, las cosas discurrieron por cauces normales, es decir, con una angustia asfixiante por parte de Ignacio y de Matías. Éstos hicieron cuanto estuvo en su mano para que la pena de muerte decretada contra José le fuera conmutada. Intervino el gobernador. "Lo lamento, Ignacio. Pídeme cualquier cosa menos esto. Tenías que ver a nuestros muertos en el valle de Aran". Intervino el capitán Sánchez Bravo, a quien visitaron Matías e Ignacio. "Yo no puedo hacer nada. Mi padre es general, yo soy un simple capitán…" Intervino José Luis Martínez de Soria, teniente jurídico. Tal vez éste, por su cargo, pudiera inclinar la balanza. "Lo lamento, Ignacio. El delito es de muerte. Te das cuenta? Comité de Unión Nacional. Compatriotas? Ha llegado la hora! Me temo que haya llegado la hora para tu primo. La ayuda que te prestó a ti no compensa. Aunque intentara hablar con el coronel que ha de juzgarle no conseguiría nada; pero es que tampoco, y lo siento, estoy dispuesto a intervenir".

Paz Alvear se enteró y se subía por las paredes. Volvió a ser la muchacha de Burgos que vendía tabaco a los militares. "Esos canallas! Morirán matando… Dispararán hasta el último momento, hasta que cinco mil aviones aliados cubran el suelo español". La Torre de Babel intentó apaciguarla. "Tu primo es un insensato. Guerrilleros en España! Nadie le obligó. Me escuchas, Paz? Él mismo lo ha dicho. Pensaban que la gente se uniría a su proeza; y la gente no está para volver a las andadas. Ni siquiera tú… Los únicos tiros que gustan a la gente son los de las ferias, los tiros al plato y los tiros de pichón".

Pleito resuelto. José Alvear no era siquiera un "mandamás", como en un principio se creyó. Era un loco, un libertario. Dios sabe cuántos crímenes tendría sobre su conciencia; mucho más serio que asaltar las cervecerías Moritz. Pena de muerte. Ejecución inmediata, en el cementerio de Gerona, al amanecer. Mosén Falcó fue a visitarle y comunicarle la noticia de que no había conmutación de última hora. José Alvear le llamó "cabrón" y se volvió de cara a la pared.

Al alba, como siempre, en aquel cementerio de Gerona donde los Alvear empezaban a tener tantos seres queridos. José Alvear fue fusilado. No quiso que le vendaran los ojos, tampoco que le fusilaran por la espalda. Murió con el uniforme del maquis, moteado de verde para confundirse con la vegetación. Gritó "Viva la libertad!", y cayó desplomado. Y el sustituto de Ricardo Montero se le acercó y le disparó el tiro de gracia. Fue enterrado en la fosa común, donde se amontonaban carne putrefacta y esqueletos. No tuvo derecho a lápida, como Matías hubiera querido. Tampoco a corona de flores. Mateo deseaba presenciar la ejecución, pero Pilar le rogó que se quedara en casa acunando al pequeño César, que ya sabía indicar con los dedos que estaba a punto de cumplir los dos años de edad.

CAPÍTULO XXIV

LA SUPERIORIDAD AÉREA de los aliados era la causa de la seguridad en el triunfo final. Sin embargo, los bombardeos sobre Inglaterra continuaban siendo terribles. Las V-I, y sobre todo las V-II -a las que los ingleses llamaban robots, puesto que no necesitaban piloto- eran demoledoras. Su mayor ventaja era que distraían fuerzas aéreas inglesas, las cuales perseguían el emplazamiento de las catapultas. Cincuenta mil toneladas de bombas habían sido lanzadas hasta el momento por los ingleses sobre este objetivo.

Los robots se oían cuatro o cinco minutos antes. La gente se habituó. Era preciso huir de los cristales, de las ventanas o tumbarse en el suelo. Los autobuses londinenses eran ratoneras. Y se habían evacuado, voluntariamente, niños, ancianos y enfermos. No obstante, el pueblo inglés, fiel a su estoicismo y sentido patriótico, decía: "Las bombas que caen sobre nosotros no caen sobre nuestros soldados". Entretanto, en la batalla de Francia el avance proseguía incontenible. Se acercaban a las 400 000 las bajas ocasionadas al Eje desde el desembarco de Normandía. "Esto no es una batalla -decían los generales-. Esto es una caza".

Pero ocurrió que llegó a Gerona una noticia inesperada: una V-II había matado en Londres a la mujer de mister Edward Collins, el cónsul inglés. Mister Collins quedó hundido en su sillón del hotel del Centro. Recibió la visita del cónsul norteamericano, mister John Stern y de Manolo y Esther, con quienes había entablado amistad. La escena fue emotiva, pues el hombre, de natural optimista, apenas si tenía fuerza para pronunciar una sílaba. Por fin mister Edward Collins se marchó, aunque quedó claro que pasados unos días se reintegraría a su destino. El último en despedirle fue mister John Stern, quien estaba convencido de que, pese a todo, los recursos del Eje seguían siendo ingentes.

La labor de estos cónsules consistía principalmente en resolver los problemas que planteaban los refugiados aliados y observar también con detalle la acogida que las autoridades españolas daban a los refugiados del Eje. Por ello se enteraron de que, de los últimos 15 000 refugiados alemanes que habían cruzado la frontera, medio centenar estaban concentrados en la población gerundense de Caldas de Malavella -en su famoso balneario, a 15 kilómetros de la capital-, en espera de un posterior traslado.

El cónsul alemán, Paúl Günther, naturalmente se enteró de la circunstancia y fue a verles. La espantada fue general. Los refugiados rehuyeron su presencia, porque le suponían miembro de la Gestapo y la mayoría de ellos habían huido por estar más o menos implicados en alguna acción contra el nazismo e incluso en el atentado contra Hitler.

– Así que, no puedo seros útil en nada?

– Estamos en territorio español y a las órdenes de las autoridades españolas…

En cambio, fue bien recibido Mateo. Mateo había oído hablar del matrimonio que regentaba el balneario, señores Montagut, populares porque ella, desde el final de la guerra civil y en cumplimiento de una promesa, llevaba hábito morado con un cordoncillo amarillo y porque él, por la misma causa, había dejado de fumar y subía una vez al mes a Montserrat.

Los señores Montagut comentaron con Mateo que la "clientela" que les había tocado en suerte era un tanto difícil. Educados y cultos, cuando se emborrachaban -y lo hacían a menudo- perdían la compostura y transformaban sus fiestas en orgías. Todos habían llegado sin recursos, pero Caritas Española, de reciente fundación, les había prometido ayuda, con aportación americana! Uno de ellos, Hans, que llevaba peluquín, poseía "únicamente" un saxofón de oro. Era su única prenda, su único aval bancario. Una walkiria llamada Gely tenía como único patrimonio su cuerpo, verdaderamente hermoso y vibrante. Otro jugaba muy bien al billar. Se pasaban el día reclamando periódicos alemanes, jugando a las cartas y haciendo gimnasia. Cada cual, por supuesto, reaccionaba según su temperamento. Un tal Münster, pequeño como un jockey, sólo pedía poder dar a diario una vuelta en motocicleta.

Más de la mitad de los refugiados quedaban fuera de juego por el problema idiomático. Pero Hans, por ejemplo, el del saxofón de oro, que por las noches inauguraba el baile, había estado en la Legión Cóndor, en la guerra de España y se desenvolvía muy bien hablando con Mateo. En un momento de sinceridad -y de borrachera- le "confesó" a Mateo que había sido de la Gestapo, pero que se decepcionó. Y que "estaba enterado de muchas cosas". Por ejemplo, de que en territorio alemán y también en territorio polaco existían campos de exterminio, sobre todo para los judíos, pero también para algunos católicos y para prisioneros sospechosos. "Le repito, amigo español -y Hans eructaba que daba gusto-, que en esos campos sobre todo hay judíos y que su muerte es atroz".

Mateo sonreía. Hans estaba borracho y decía tonterías. "Hala, toque un poco el saxofón. Que le he oído a usted y es un consumado maestro". Hans, espoleado, cogía el instrumento de oro macizo y desgranaba melodías de su tierra y ritmos de orquestas negroides. Mateo aplaudía, y también el resto de la concurrencia. Era el momento en que la vampiresa Gely se ponía en el centro del salón y movía la cintura como si se tratara de la danza del vientre.

Otro de los visitantes fue el capitán Sánchez Bravo, quien se enamoró de Gely como un loco. Empezó a regalarle bombones y mermelada y consiguió llevársela a la cama. Gely, en los juegos del amor, era una salvaje. El capitán la llamaba tigresa y aunque ella no entendía la palabra se daba por satisfecha y le soltaba cariñosos vocablos en alemán. El general Sánchez Bravo se enteró de la nueva travesura de su hijo y de nuevo se enfrentaron, ante la desesperación de doña Cecilia.

– Es que no tengo libertad ni siquiera para hacer el amor?

– Con una refugiada alemana, no. Podría traer complicaciones.

El capitán hizo caso omiso y continuó frecuentando el balneario, aunque vestido de paisano.

Mateo a veces coincidía con Paúl Günther, quien, pese al mal recibimiento, cumplía con su obligación. Por mediación del cónsul Mateo entró en contacto con un caballero elegante, al que no le faltaba ni siquiera el monóculo. Resultó que era curandero! Claro que los curanderos, bajo el mandato de Hitler, eran personas importantes, contrariamente a los médicos, que tenían fama de liberales. El caballero del monóculo se llamaba Heinrich Halder. Mateo, herido en lo más hondo por el evidente viraje que Franco había dado en política internacional, les dijo a los dos que, a su entender, Franco estaba traicionando a Hitler. "De momento, ha enviado un efusivo telegrama de felicitación a Roosevelt por su reelección, y ahora, no sé lo que va a ocurrir con ustedes. Lo mejor sería retenerles para canjearlos, lo que entra dentro de lo posible; pero también cabe que los retengan hasta que algún tribunal los reclame".

Paúl Günther se movió inquieto en el sillón; Heinrich Halder se adaptó el monóculo. Él tenía otro concepto de Franco. No le veía capaz de una cosa así. Mateo se tocó con los dedos en pinza la nariz. "Yo tampoco -comentó-, pero estoy sobre ascuas".

Otros de los visitantes que tenían los refugiados eran León Izquierdo, Pedro Ibáñez y Evaristo Rojas. Cacerola, desde que se había casado con Lourdes -efectivamente, la mujer estaba embarazada-, no quería meterse en líos, y tampoco Rogelio, que se estaba hinchando en la cafetería España, hasta el punto de que había contratado a un camarero del bar Montaña que se llamaba Elias y coleccionaba llaveros. León Izquierdo fue solemnemente humillado por uno de los refugiados alemanes, que se llamaba Franz Stromberg. Le pegó al billar una paliza de no te menees, pues logró doscientas carambolas de una sola tacada. Era casi un profesional. León Izquierdo, director de la Biblioteca Municipal, comentó: "A partir de hoy, me declaro aliadófilo".

Pronto el misterio se cernió sobre el balneario de Caldas de Malavella. Empezaron a llegar, semanalmente, un par de motoristas de Barcelona con una lista de nombres. Los que figuraban en ella eran invitados por la guardia civil a montar en una furgoneta y seguirles. Hacia dónde? No se sabía. De momento, Barcelona. El cantarada Montaraz intervino y sospechó que desde Barcelona y sin mayor protocolo los entregaban a los aliados. Intentó protestar, pero el general Sánchez Bravo le cortó las alas. "Son órdenes superiores, que además dependen de la jurisdicción militar".

Un día en la lista apareció el nombre de Gely. El capitán Sánchez Bravo, al enterarse, se encalabrinó. Que no le tocaran a su amante! últimamente le llevaba un vino de Pinedo que se auto-anunciaba con el slogan: "Arriba el ánimo!". Gely, en el último momento, le dirigió al capitán una mirada de ternura y le regaló una sortija que llevaba, con la cruz gamada. El capitán no sabía que una tigresa pudiera ser tierna y tampoco sabía qué hacer con la sortija. Porque aquella despedida era definitiva. El capitán estaba seguro de ello. Sí, Franco les estaba traicionando, para congraciarse con los aliados. Les entregaba militantes del III Reich que se hubieran comprometido. A los demás les dejaba jugar al billar o montar en motocicleta.

A Mateo le salpicó la duda con respecto a los campos de exterminio para judíos, católicos y demás. Paúl Günther lo negó rotundamente, pero el cónsul era parte interesada. Mateo habló con el padre Forteza y éste le dijo:

– No puedo garantizártelo, hijo mío… Pero cabe dentro de lo posible. Ya antes de su llegada al poder Hitler había declarado que, de estar el asunto en sus manos, mataría a los judíos como a pulgas… -El jesuíta añadió-: Pero creo que, si fuera cierto, el Papa lo habría denunciado.

El pueblo de Caldas de Malavella, ya muy conocido por sus aguas termales y por el agua de Vichy, adquirió más popularidad aún gracias a los alemanes. La brigadilla Diéguez anduvo por allí y, como siempre, cobró pieza: un matadero clandestino. En él se sacrificaba ganado de todo tipo, vacuno, caballar, de cerda, animales enfermos, cuya carne se ponía a la venta sin control, ocasionando focos de triquinosis.

Asimismo un último acontecimiento aumentó la fama del pueblo: un buen día se suicidaron seis de los refugiados que no habían sido llamados aún por los motoristas. Entre ellos, Hans, el del saxofón de oro, instrumento que los supervivientes se disputaron casi a puñetazo limpio. En el palacio episcopal se planteó el consabido dilema: dónde enterrar a los suicidas? Los suicidas no podían ser enterrados en tierra sagrada. El obispo sentenció: "En tierra extraña". La tierra extraña era un anexo del cementerio. Gracias a Caritas Española los seis cadáveres tuvieron derecho a nicho propio, eludiendo la fosa común. Y en definitiva, el saxofón de oro cayó en poder de Pedro Ibáñez, quien lo llevó a la fonda Imperio, donde Lourdes se pasó un buen rato acariciando el instrumento.

* * *

El día 20 de noviembre era el VIII aniversario de la muerte de José Antonio. El Frente de Juventudes -el camarada Elola le había dado un fuerte impulso- lo declaró Día de Dolor. Los chavales no debían asistir a ninguna diversión, ni siquiera cantar, como antaño ocurriera en Jueves y Viernes Santo. Y tenían que ir a misa. Mateo fue a la catedral en compañía de Pilar, aunque a ésta le pareció todo aquello un tanto exagerado.

Días después llegó a Gerona el ex divisionario Óscar Benítez, gaditano, quien en cumplimiento de una promesa recorría España a pie. Llevaba tres meses andando. Había salido de Cádiz y en cada capital de provincia se hacía poner en una libreta el sello del Ayuntamiento. ' La Voz de Alerta' le recibió y escribió en su honor una "Ventana al mundo". Alabó la tenacidad y el esfuerzo de quienes, en momentos de apuro, dirigían la mirada al cielo y luego hacían honor a su palabra. Óscar Benítez, después de patearse un buen pedazo del mapa de España no parecía muy optimista. La sequía y la falta de carbón causaban estrago, ocasionaban restricciones de agua y electricidad, por lo que había caballeros que se afeitaban con sifón o gaseosa y que para calentarse los pies usaban una especie de loción llamada Pedacalor. "Yo la uso y me va divinamente".

Óscar Benítez tenía una curiosidad voraz, especialmente inclinada hacia lo macabro. En los pueblos españoles ocurrían cosas terribles, de las que sólo se enteraba el vecindario. Él compraba el semanario El Caso, dedicado precisamente a esos temas y calculó que sólo les permitían tres o cuatro muertos por semana. Personalmente vivió, en Jávea, la tragedia de un marido que sorprendió a su mujer con un amante y que la mató introduciéndole un petardo en la vagina. El Caso no se hizo eco de tal acontecimiento. La pobreza y la incultura hacían de las suyas. Sí, se padecía hambre y sed. Por eso los trenes iban tan abarrotados que algunos viajeros -Ignacio hubiera recordado su luna de miel- hacían sus necesidades a través de la ventanilla que les pillaba más cerca. Los había que, para poder entrar en el fútbol, recurrían a vender su ración de tabaco o café. Se comían perros y setas de todas clases. Particularmente las setas, causaban muchas muertes. Al igual que la disentería y el tifus en los campos de trabajos forzados. Él se había familiarizado con la micología, lo que le permitía elegir las setas buenas de las malas. Había setas en Gerona? Sí, muchas? Pues ojo avizor, porque muchas destilaban veneno mortal.

' La Voz de Alerta' le preguntó si no había advertido hechos de signo positivo en la nueva España. Por supuesto que sí. Podía dar fe de que los pantanos que se construían en Entrepeñas, Buendía y en Benaréger abastecerían de agua las provincias de Cuenca y Valencia. En Murcia se había cosechado el primer algodón producido en la comarca. Y el programa de construcción naval era gigantesco y respondía a una realidad. También la prohibición del despido libre era un gran adelanto en el haber del ministro Girón. La gente tenía el empleo seguro y eso, en tiempos de escasez, era una bicoca, a la que también contribuían las oficinas de colocación que funcionaban en los Sindicatos.

Él, Óscar Benítez para lo que gustaran mandar, con sólo entrar en el Ayuntamiento y echar un vistazo a las oficinas sabía si el alcalde funcionaba bien o no, si se preocupaba de los problemas o les hacía ascos. En Gerona, en seguida vio que la cosa marchaba bien, por lo que daba sus plácemes al poseedor de la vara de mando. Era dentista! Un momento, que quería anotarlo en su agenda. Su agenda, al terminar el periplo -ahora se dirigiría hacia Aragón y el País Vasco- sería un caudal de anécdotas y de sucesos pintorescos, que tal vez reuniera en un libro titulado Andanzas de un vagabundo o algo así. El título no acababa de gustarle. La palabra vagabundo era llamativa, pero impropia de su caso, puesto que él era simplemente un ex voluntario de la División Azul que en el frente de Possad, y habiendo caído prisionero de los rusos, hizo tal promesa y pudo fugarse y ahora la estaba cumpliendo, un poco gracias a su voluntad y un poco gracias al Pedacalor.

' La Voz de Alerta' se hubiera pasado mucho rato charlando con el peregrino, pero éste tenía prisa por devorar kilómetros. Quería llegar pronto a la frontera, aunque le habían dicho que era peligroso por los maquis. ' La Voz de Alerta' le tranquilizó. "Esto se ha terminado", dijo. Óscar Benítez negó con la cabeza. Tal vez se hubiera terminado en la línea fronteriza, pero en el interior de España, ni hablar. £1, en la zona levantina, se había tropezado con varias patrullas, que al suponer que se trataba de un mendigo le permitieron seguir adelante. Pero era evidente que se estaban organizando en todas partes y que se trataba de hombres curtidos como los siberianos que luchaban en Rusia.

Fuera Osear Benítez -el hombre, antes de ausentarse comió en Auxilio Social y, como de costumbre, visitó al patrón de la ciudad, que era san Narciso, en la iglesia de San Félix-, la Voz de Alerta partió para el monasterio cisterciense de Poblet, donde tenían lugar unos ejercicios espirituales para periodistas, dirigidos por el célebre don Ángel Herrera, fundador de El Debate. Salió de allí reconfortado, pues se encontró con muchos monárquicos que estaban al aparato. Y el día de la clausura, nada menos que con don Anselmo Ichaso! Ninguno de los dos hombres había citado al otro, de suerte que la sorpresa fue mayúscula. Don Anselmo había engordado un poco más aún, tal vez debido a su contrato en el Valle de los Caídos. A los cinco minutos de estar juntos habían llegado a un acuerdo: la guerra estaba decidida a favor de los aliados. Por si faltara algún dato, ahí estaba el mensaje de Roosevelt al Congreso solicitando la aprobación del "Gran Presupuesto de la Victoria ", que alcanzaba la cifra de cien mil millones de dólares. "Don Anselmo, contra esto no se puede luchar, y creo que sería la ocasión para que don Juan lanzara un manifiesto desde Suiza". "Según mis noticias, esperará todavía un poco; pero lo hará, y lo hará en el momento oportuno".

Al terminar los ejercicios espirituales, durante los cuales la Voz de Alerta nada oyó sobre periodismo que no se supiera ya de memoria, se presentó como opcional la posibilidad de jurar lealtad a España y al Caudillo. La mitad de los asistentes juraron; la otra mitad, no. ' La Voz de Alerta' y don Anselmo Ichaso hubieran jurado sin reticencias fidelidad a España; lo otro, era un tanto peliagudo. Don Ángel Herrera no hizo distinciones de ninguna clase y se despidió de todos y cada uno con la máxima cordialidad.

De regreso a Gerona, la Voz de Alerta se enteró de que los avales también valían dinero. "Mil pesetas y te firmo los avales que quieras". Y que había patronos que contrataban a ex rojos pagándoles poco a condición de no denunciarles. Y que faltaban obreros cualificados, porque muchos de ellos habían emigrado a Alemania. Y que se acercaba Navidad…

Por Navidad, el alcalde quería dar la campanada: comer en Auxilio Social, puesto que a menudo comía con los viejos del asilo. Pero se le anticipó el cantarada Montaraz. Entonces la Voz de Alerta decidió hacer un donativo de 100000 pesetas para que la gente necesitada pudiera recobrar las piezas de ropa más indispensables que habían empeñado en el Monte de Piedad. Fue un gesto muy aplaudido, del que se hizo eco Amanecer. Gracias a él, una porción de los pobres de Gerona pasó menos frío. En efecto, las prendas más solicitadas fueron mantas, bufandas, gorras y guantes…

No obstante, más éxito aún que la Voz de Alerta y el gobernador lo tuvieron Galerías Preciados, inauguradas en Madrid, sistema de ventas a través de unos grandes almacenes y que significaban una revolución dentro del comercio. Para Navidad anunciaron " la Venta del duro". Centenares de objetos valían un duro: zapatos, lámparas, cinturones de piel, estilográficas, seis pastillas de jabón, etc. Ah, si Madrid estuviera más cerca! Pero, como decía el notario Noguer -y como había dicho muchas veces el profesor Civil-, Madrid pillaba siempre lejos…

En casa de los Alvear se celebró la Navidad como Dios les dio a entender. Se reunieron Matías y Carmen, Pilar, Mateo y el pequeño César, Ignacio y Ana María, además del renacuajo Eloy y del seminarista Manuel. Habían invitado también a Paz, pero Paz y la Torre de Babel se iban con Padrosa y Silvia a un restaurante de lujo gastronómico recién abierto en Arbucias. Pero Paz, por la mañana, tuvo la delicadeza de pasar por el piso de la Rambla y felicitar a Matías y a Carmen, a la que obsequió con unos sobres perfumados que decían: "Santa Isabel, reina de Portugal, patrona de los perfumistas". Matías comentó: "Qué tendría doña Isabel? Olía mejor que los demás?". Paz se rió. "En todo caso, no creo que oliera mejor que yo…" Y se fue tarareando una canción de Juanita Reina, que estaba de moda y a la que llamaban Solera de España.

El almuerzo discurrió con el mejor humor. Matías levantó varias veces el índice e Ignacio contestó: Caldos Potax. Matías estaba especialmente eufórico, según su versión, porque se había descubierto que un español, Manuel Dazo, en 1897 había inventado una bomba volante -precursora de las V-I y de las V-II-, que se llamaba tóxpiro. Las pruebas fueron satisfactorias y al no recibir la ayuda necesaria el negocio se fue al carajo. "Pero conste que, como siempre, los españoles hemos sido los adelantados".

Carmen Elgazu estaba contenta porque había adquirido mucha fama un cantante cubano llamado Antonio Machín, que hacía gala de un tal sentido del ritmo que incluso a ella le daban ganas de bailar. Sobre todo una de sus canciones se hizo popularísima, Los angelitos negros. Antonio Machín se quejaba de que en las iglesias sólo aparecían bellos angelitos blancos, siendo así que "a los angelitos negros también los quiere Dios". Carmen Elgazu informó a la concurrencia de que, a resultas de esta canción, el padre Forteza había mandado pintar cuatro angelitos negros en el altar mayor de la iglesia del Sagrado Corazón.

Pilar estaba contenta porque había superado el trauma del parto fallido y porque César era el niño más sano de la ciudad, según el parecer del doctor Morell. Ángel, el hijo del gobernador, le había sacado unas fotografías en las que el niño, rubio de oro, parecía un príncipe. Tales fotografías circularon de mano en mano en el comedor arrancando exclamaciones admirativas. Ignacio pensó para sí: "Es la viva estampa de mi hermano, de César"; y acercándose al pequeño lo izó en brazos y le estampó un sonoro beso en la frente.

Mateo estaba encantado con su hijo. No parecía el mismo que en el despacho de Falange daba órdenes o arrancaba secretos de los alemanes en Caldas de Malavella. Era un papá, papá. Le decía a César "rey mío", "monada" y otras lindezas por el estilo. Le habían acostumbrado a aplaudirse a sí mismo si hacía pis en el orinal y a ser regañado si se ensuciaba los pantalones. Mateo, llegada la ocasión, aplaudía con todas sus fuerzas y a Pilar, viéndolo, se le humedecían los ojos.

Ana María hubiera deseado poder soltar en la mesa: "Nosotros también esperamos un hijo!". Pero el hijo no llegaba. Con todo, Ana María e Ignacio estaban alegres. Ignacio cada día más impuesto en su profesión, más ponderado, más dueño de sus propias reacciones. Ana María, todavía inadaptada en Gerona, pero esforzándose por encajar, sobre todo con respecto a la familia. En aquel almuerzo se mostró especialmente brillante y arrancó aplausos de los presentes cuando, después del postre y el champán, fue a buscar la guitarra e hizo brotar de sus cuerdas, aunque con algún que otro fallo, varias tonadillas catalanas. Ah, sí, Ana María recibía lecciones de Sebastián Estrada, consumado maestro! "Será del Opus Dei -decía la muchacha-, pero a mí no me obliga a decir in aeternum y no regatea un cuarto de hora, habida cuenta de mi afición".

La canción Baixant de la jont del gat fue coreada por todos, marcando el ritmo, con la natural excepción de César que se puso a berrear.

El más callado de todos fue Manuel Alvear, el seminarista. Echaba de menos, en la reunión, a su hermana, Paz. Por lo demás, se sentía feliz porque precisamente aquel día, en la portada de Amanecer, aparecía su fotografía como ganador del concurso de belenes que había organizado Acción Católica, cuyo presidente era Jorge de Batlle. Los belenes estaban expuestos en la amplia sala de la Biblioteca Municipal y Manuel Alvear tuvo la peregrina idea de presentar el portal con todos los elementos del caso, utilizando el corcho, pero con la Virgen acostada en el pesebre, en posición horizontal. Mosén Alberto votó en contra, y Dios sabe lo que le costó!, porque la Virgen horizontal era de raíz protestante; pero el resto del jurado premió la originalidad de Manuel Alvear y le concedió el primer premio.

De pronto, Ignacio fue al vestíbulo y regresó al comedor con un tocadiscos portátil, regalo para sus padres. Con una docena de zarzuelas y otra docena de chotis. Carmen Elgazu gritó eureka! y rompió a aplaudir, por lo mucho que disfrutaría Matías con aquella aportación. Matías encendió el cigarro puro y se dispuso a oír La verbena de la paloma. Marcos Redondo se adueñó del piso de los Alvear. Todo fueron vivas!, como si fuese verdad que cada uno podía construirse su propio mundo, al margen de la guerra y de los bombardeos que asolaban Europa.

Tal vez el más feliz de todos fuese Eloy. A lo largo del almuerzo estuvo casi tan callado como Manuel, y su fotografía no había salido en la portada de Amanecer; pero, al terminarse el número del tocadiscos, corrió a su cuarto y regresó con una miniatura, hecha con palillos, de un clásico caserío vasco, sin que faltara detalle y se lo ofreció a Carmen Elgazu.

Ésta se secó los ojos con el pañuelo y admiró aquella pieza sin atreverse siquiera a tocarla. Eloy salió muy pronto al paso de posibles maledicencias. "Como podéis suponer, el caserío no lo he hecho yo. Ha sido Pedro Ibáñez. Pero la idea fue mía, que conste".

Todos le felicitaron y para el resto de la velada Eloy fue el centro de la reunión.

* * *

El año 1945 entró como de puntillas en la vida de los gerundenses. "Año nuevo, vida nueva". Sería verdad? Posiblemente. Se presentían hechos decisivos referidos a la guerra; pero, en tanto éstos no llegaran -los japoneses, en el Pacífico, eran duros de roer-, cada cual tenía derecho a paladear como mejor pudiera los minutos de cada día.

Hacía frío, mucho frío. La tramontana que venía del Norte, de Francia y que inclinaba los cañaverales hacía buena la previsión de la Voz de Alerta con respecto al Monte de Piedad. La gente andaba de prisa, enfundada en cualquier prenda y cruzar cualquier puente significaba una heroicidad. Matías, para ir a Telégrafos, debía sostenerse el sombrero gris perla que colgaba siempre del perchero del vestíbulo. Al llegar a la oficina encontraba a su colega Marcos arrimado a la estufa de serrín y tiritando. "Qué tal Adela? Cuál es el sistema de calefacción que le puedes ofrecer?". Marcos hacía un guiño picaresco y contestaba: "En lo que a mí atañe, no creo que se pueda quejar".

La víspera de Reyes discurrió como el año anterior. La cabalgata, con los tres ex divisionarios, impuestos otra vez de su papel. A Carmen Elgazu el rey negro -Evaristo Rojas- le recordó la canción de Machín; a Jaime, el librero, la presencia del trío "homicida" le recordaba la paliza que le dieron y que le hizo sangrar. Algún día se tomaría la revancha! La llevaba anotada en su agenda mental, como Óscar Benítez los sucesos más sobresalientes de su peregrinar. Últimamente la gente, además de seguir leyendo El Coyote, los tebeos y las novelas detectivescas, leía aquellas novelas francesas para señoritas que habían anunciado en Amanecer.

El librero Jaime le decía a Facundo que España era, sin duda, el país más onanista de Europa, el que se masturbaba masivamente. "Sobre todo las chicas, no tienen ocasión de desahogarse y se masturban mientras contemplan cualquier fotografía de su galán de cine preferido". Facundo, el primer onanista de la ciudad, al sonreír enseñaba unos incisivos que le daban aspecto de vampiro.

La vida seguía su curso, y también lo seguía don Rosendo Sarro. Éste anduvo demasiado lejos en sus negocios fraudulentos y llegó un momento en que se sintió acorralado. Cometió un desliz. En Madrid intentó sobornar a un coronel del Ministerio de la Guerra, por indicación del coronel Triguero, desterrado en Albacete y con el que mantenía relación, y el coronel de marras, don Roberto Echarri, le tendió una trampa y don Rosendo cayó en ella como un novato. Se trataba del famoso truco de asegurar un barco que transportaba armas a Inglaterra y provocar en él un incendio hasta hacerlo naufragar, como si hubiera tropezado con una mina. El coronel Echarri le dijo a don Rosendo Sarro: "Eso le va a costar muy caro. Además, tiraré de la manta y veremos lo que sale".

Don Rosendo Sarro tuvo el tiempo justo para tomar las de Villadiego. Pasaporte para trasladarse a Portugal y desde Portugal al Brasil, donde pediría permiso de residencia. La excusa para la familia y los amigos y socios -Gaspar Ley, los hermanos Costa, etc.- fue "viaje de negocios". Su mujer, Leocadia, arrugó el ceño, porque le vio mucho más nervioso que de costumbre, sobre todo en el momento de la despedida.

– Cuándo volverás?

– No lo sé, mujer… América no está en la esquina. Calcula un mes o algo así.

Don Rosendo llamó por teléfono a Ana María y ésta también le notó un extraño temblor en la voz. Ignacio pensó para sí: "El Brasil… Ahí suelen ir los que evaden divisas o están a punto de hacer suspensión de pagos". Pero no quiso alarmar a Ana María y se calló.

Pronto se supo la verdad. Antes de fugarse, don Rosendo Sarro había firmado una escritura de poder general a favor de don Javier Cañáis, abogado de profesión, perteneciente a la misma Logia que don Rosendo. El notario elegido fue don Herminio Vilaseca, amigo de ambos. La jugada era arriesgada, puesto que ponía todas las pertenencias en manos de don Javier Cañáis, quien tenía potestad para hacer y deshacer, para vender o comprar a terceros. Incluidos todos los negocios en cualquier lugar del territorio nacional, por ejemplo, dos fábricas de tejidos en Sabadell, el Banco Anís -con Gaspar Ley en Gerona-, la EMER -también en Gerona, con el cincuenta por ciento de las acciones propiedad de los hermanos Costa-, etc. Los poderes incluían también el chalet de San Feliu y el yate Ana María amarrado en el puerto…

A los ocho días justos, don Javier Cañáis recibió un telegrama del Brasil. "Estoy perfectamente. Gracias. Mauricio". Era la contraseña. Era la señal convenida para que el abogado -que en la logia Mercurio tenía grado inferior a don Rosendo- comunicara a la familia la verdad de su situación.

Un mal trago para don Javier Cañáis lo fue el enfrentarse con doña Leocadia. Aun cuando ésta sospechase que algo no marchaba bien, jamás supuso que se tratase de una ruptura tan total.

– Su marido, doña Leocadia, se ha fugado al Brasil porque no tenía más remedio. Había creado un imperio con los pies de barro. Yo mismo le había advertido que tuviera prudencia, pero él confiaba en su buena suerte y en el poder de su fortuna personal. Tengo todos los documentos a mano para salvar lo que se pueda, que a mi entender será mucho. Se había diversificado en exceso. Yo puedo hacer y deshacer, según la escritura que él me rogó que firmara, pero no pienso mover un dedo sin que usted o alguien de su familia me dé la autorización…

Doña Leocadia tuvo una crisis casi histérica. Llevaba mucho tiempo rumiando que aquello no podía durar. Pero don Rosendo era una peña! Con los pies de barro, según se demostró al final.

En cuanto la mujer se hubo desahogado le dijo a don Javier Cañáis que ella, obviamente, no entendía nada de "números" ni de sociedades anónimas y que mejor sería avisar a su yerno, Ignacio Alvear, abogado, que vivía en Gerona, para que estuviera enterado de lo ocurrido.

Doña Leocadia, al pronto, se creyó en la ruina. Ella había oído hablar mucho de la masonería y del concepto de hermandad que reinaba entre los masones del mundo y excepcionalmente entre los pertenecientes a la misma Logia. Pero lo único que ahora sabía es que estaba en manos de aquel caballero de buena presencia y mejores modales, y que de su buena fe dependía todo, desde las cuentas de los bancos hasta el chalet de San Feliu. "Y por qué mi marido se ha ido al Brasil? No le hubiera bastado con irse a Portugal?". Don Javier Cañáis le dijo que no. Se había firmado el llamado Bloque Ibérico y cabía la posibilidad de que las autoridades portuguesas entregaran a su marido a la jurisdicción española. Además, en el Brasil don Rosendo Sarro tenía sus contactos y con poco esfuerzo podría salir adelante. "No parte de cero, se lo aseguro. Nuestros amigos brasileños le ayudarán".

Doña Leocadia, que continuaba acomplejada por el bocio del cuello que tanto la afeaba, sacó fuerzas de flaqueza y le repitió al visitante que era preciso explicar todo aquello a sus hijos, Ana María e Ignacio.

– Puedo llamarles ahora mismo y decirles que vengan mañana…

Don Javier Cañáis hizo un mohín.

– Mejor que me desplace yo mismo y así de paso me entero de cómo están los negocios en Gerona… -De repente, el hombre tuvo una idea que despejaba cualquier posible mal pensamiento-. Puede usted acompañarme. Vamos los dos en coche y así verá usted en qué para todo esto…

Quedaron de acuerdo: salida de Barcelona a las nueve. Don Javier Cañáis se fue y doña Leocadia, rota por dentro, no tardó ni cinco minutos en llamar a Ana María. La encontró en casa; Ignacio estaba en el despacho de Manolo. Ana María palideció. Apenas si daba crédito a lo que estaba oyendo.

– Pero, mamá…

– Así es, hija mía… Éste es tu padre.

Ana María colgó el teléfono y rompió a llorar. Sus sentimientos hacia su padre eran complejos. Por un lado, le inspiraba repulsión; por otro, le admiraba. Y había hecho todo lo posible para que ella fuera feliz e incluso le dio permiso para que se casara con Ignacio.

Cuando éste llegó a casa Ana María se echó en sus brazos.

– Mi padre se ha fugado al Brasil… Mañana viene un abogado a vernos, junto con mi madre, para informarnos de lo ocurrido…

Ignacio procuró consolar a Ana María. La sabía fuerte, pero no tal vez para un golpe de ese calibre. No quiso engañarla, puesto que los hechos estaban ahí.

– Algo tenía que ocurrir, un día u otro… No se puede jugar con la justicia ni, por el hecho de ser masón, poseer una fortuna y vasallos a porrillo… Me lo temía, Ana María.

La muchacha se sonó con más estrépito de lo acostumbrado.

– Sean cuales sean los proyectos de ese abogado, nadie me devolverá a mi padre, que está en Brasil. Y nadie nos librará del escándalo.

– Eh, cuidado! Ahí te equivocas… Si ha sucedido lo que me supongo, sólo nos enteraremos la familia y los íntimos.

* * *

La reunión tuvo lugar en el despacho de Manolo, quien, en honor de Ignacio y Ana María, había dado carpetazo al asunto "Sarro". Desde el primer momento don Javier Cañáis les causó una excelente impresión. "Seguro que es masón", pensó Ignacio para sí.

El asunto estaba tan claro que no hubo necesidad de alargarse demasiado. Con la escritura sobre la mesa, sobraban los comentarios.

– Qué piensa usted hacer con sus plenos poderes?

– Seguir las instrucciones de don Rosendo… Eliminar su nombre de los negocios y ponerlos a nombre de amigos y socios. Y ejercer yo de apoderado… En cuanto a los inmuebles, el piso de Barcelona a nombre de la esposa aquí presente y el chalet de San Feliu de Guíxols y el yate a nombre de Ana María.

Manolo e Ignacio se miraron. Les dolía que un abogado al que ellos no habían visto jamás se quedara con todo el patrimonio y con las cuentas bancarias; pero si don Rosendo lo había elegido, por algo sería. Además, era de esperar que pronto recibieran noticias suyas desde el Brasil y que el asunto quedara definitivamente zanjado.

– Me comprometo -dijo don Javier Cañáis mirando a Ignacio- a presentarle a usted antes de un mes una lista de los negocios de don Rosendo y luego, semestralmente, a darle cuenta del debe y del haber… -marcó una pausa-. Lo único que puede suceder es que reciban ustedes la visita de la policía…

Todo el mundo asintió. Doña Leocadia, encogida en su sillón. Ni siquiera había querido quitarse el abrigo. Ana María, haciendo de tripas corazón iba pensando: "Menudo regalo de Reyes". Y se acariciaba el anillo de boda. Ignacio era un poco el vencedor de la reunión, pues sólo una vez se había desmadrado confesándole a Manolo sus "ilimitadas ambiciones" y Manolo le exigió que hiciera marcha atrás. E Ignacio le hizo caso, obedeció.

A partir de ese momento todo quedó aclarado. Don Javier Cañáis pasaría una respetable mensualidad a doña Leocadia, que le permitiría vivir holgadamente. En apariencia, pues, todo continuaría igual, excepto la ausencia física de don Rosendo, quien se había ido con aquella opresión cardíaca que a veces le obligaba a reflexionar. Ana María se empeñó en que su madre se trasladase una temporada a Gerona, hasta que decidiese por sí sola lo que quería hacer. Ignacio aprobó la idea y doña Leocadia les dijo: "Muchas gracias".

Una semana después doña Leocadia estaba instalada en el piso de la avenida del Padre Claret y comenzaba una nueva etapa. Recibieron carta del Brasil. Don Rosendo les pedía perdón y añadía que "los amigos le habían recibido con los brazos abiertos".

Gaspar Ley, Charo, los hermanos Costa y el hijo del profesor Civil, gerente en funciones de la EMER, se quedaron estupefactos. A los hermanos Costa se les derrumbó el mundo. Ignoraban los proyectos de su nuevo "amo", don Javier Cañáis. Por de pronto, el paraguas que les cubría se había ido a América.

CAPÍTULO XXV

GUERRA EN EL PACÍFICO. El general Mac Arthur, al huir de la isla Corregidor en marzo de 1942 proclamó: "Volveré…" Por aquel entonces nadie le dio crédito, puesto que los japoneses habían sorprendido y machacado a los norteamericanos en Pearl Harbour. Pero en los últimos meses de 1944 la aviación de los Estados Unidos lanzó millares de toneladas de bombas sobre las islas Filipinas, preparando el desembarco.

Mac Arthur cumplió su palabra. En el golfo de Leyte tuvo lugar la más grande batalla marítima de la historia. Era el corazón del gran archipiélago, paso previo para la ocupación de la isla Luzón y de su capital, Manila. Ante Iwo Jima, penoso y desolado, se concentraron 800 barcos estadounidenses, escoltados por varios acorazados y portaaviones, entre ellos el Franklin, el Enterprise, el Saratoga… En el momento preciso llegaron los kamikaze. La idea de los aviones -de los pilotos- suicidas había germinado en el Japón ya antes de la guerra. No era el resultado de una propaganda reciente. Para todos los japoneses de la casta samurai y para un inmenso número de plebeyos japoneses, no había fin más deseable que la muerte deliberadamente aceptada en servicio de la patria. La gloria aquí abajo y el acceso al paraíso de los antepasados eran su recompensa inmediata.

Los voluntarios para el cuerpo de kamikaze se presentaron en número elevadísimo. Una vez admitidos, eran objeto de privilegios y honores especiales, cuyo esplendor daba lustre también a sus familias. En vida, ya eran héroes nacionales. En el momento de su ataque supremo, estaban autorizados a vestir ropajes de ceremonia tradicionales: vestidos de blanco, el color del luto entre los japoneses. Pronto cayeron tres aviones sobre el puente del Saratoga, que tuvo que retirarse y dos sobre el Bismarck Sea, que se hundió lentamente. Además, en la base del cono volcánico situado al suroeste de la isla había unos 800 blocaos con japoneses en su interior dispuestos al contraataque. Se pensó en el empleo del gas contra esas tumbas horadadas en las rocas, pero el temor de las represalias japonesas aconsejó desistir. Se utilizaron lanzallamas, trinitrotolueno, morterazos y cohetes lanzados por los aviones o por los camiones. Se necesitaron 26 días para avanzar 9 kilómetros.

Por fin empezó a despejarse la situación y Mac Arthur, en medio de una lluvia torrencial, se dirigió a los nativos: "Filipinos, ya me tenéis de nuevo entre vosotros. Por la gracia de Dios todopoderoso, nuestras fuerzas han vuelto a poner pie en el suelo de Filipinas, un suelo ya consagrado por la sangre de nuestros dos pueblos… Unios a mí. Que el espíritu invencible de Batán y de Corregidor sea con vosotros… Levantaos y luchad. Luchad en cada ocasión favorable. Por vuestras familias y vuestros hogares, luchad!".

Poco después la batalla decisiva se inclinó del lado de Mac Arthur, quien entró en Manila con todas sus fuerzas. Los japoneses, al retirarse, hicieron gala de una extrema crueldad, en especial contra las posesiones españolas. Asesinatos a mansalva en el consulado. Mostraron particular violencia contra las religiosas, de las que perecieron más de cincuenta. Se dedicaron a la destrucción sistemática de la propiedad urbana española y causaron grandes destrozos en la Compañía General de Tabacos de Filipinas.

Tales noticias llegaron a Gerona y Matías le dijo a Ignacio:

– Ya lo ves, hijo… Eso de las religiones orientales, que te tienen chiflado, me está resultando sospechoso. Cómo se llama la religión japonesa?

– Sintoísmo…

– Lo que sea… Pues vaya! Se ve que España se les indigestó y han entrado a sangre y fuego contra nosotros -Matías continuó-: Supongo que ahora quitarás de tu despacho esa imagen de Buda que se contempla el ombligo…

– Por Dios, padre! Eso no tiene nada que ver…

* * *

El doctor Chaos había ampliado considerablemente la clínica que llevaba su nombre. Formaba un equipo bastante completo, junto con dos internistas, doctores Casellas y Rovira, ambos pertenecientes a familias gerundenses y que tenían, aparte, su consulta particular. Completando el cuadro, Moncho, el anestesista Carreras -pieza fundamental- y una serie de monjas y enfermeras disciplinadas. Por el jardín de la clínica se paseaba Goering, el perro, cada día más fuerte y salvaje.

Buena etapa la del doctor, tan inmerso en su trabajo, principalmente con los refugiados de la guerra, que parecía haber olvidado su pecado capital. Ya no se abalanzaría sobre Rogelio ni sobre el Niño de Jaén. Se había concedido una tregua, a pesar de que el doctor Andújar meneaba la cabeza y le decía a Solita: "Cualquier día volverá a las andadas".

Había organizado un par de ciclos de conferencias sobre cultura general, complaciendo con ello al camarada Montaraz, que más que nunca quería "distraer" a la gente. Fracaso total. Apenas veinte asistentes, siempre los mismos. El propio doctor Chaos las calificó de "monólogos tristes para auditorios mudos". El camarada Montaraz le propuso hacerse cargo de un par de emisiones semanales radiofónicas, pero el doctor rechazó. "Ahí está el doctor Andújar, con sus Pildoras para pensar, que satisface a toda mi posible clientela…"

Con todo y con eso, la fama del doctor Chaos iba extendiéndose porque con su bisturí y sus guantes de goma había salvado muchas vidas. Por Navidad recibió en casa toda suerte de regalos. Su fama llegó hasta Núñez Maza, en Caldetas, donde éste se debatía en un estado progresivamente inquietante, aunque conservaba toda su lucidez y toda su fibra temperamental.

Núñez Maza le pidió a Mateo -éste le visitaba de vez en cuando-, que mediara ante las autoridades para que el doctor Chaos le echara un vistazo. Mateo se ocupó con éxito de la tarea, y consiguió el beneplácito de los gobernadores de Barcelona y Gerona para que el falangista disidente pudiera trasladarse a Gerona y quedarse allí unos días si la exploración lo hacía necesario.

– A ti no te puedo negar eso -le dijo el camarada Montaraz a Mateo-. Pero que conste que a mí este bicho no me gusta ni pizca.

Tampoco le gustaron ni pizca a Moncho los bichitos que descubrió con el microscopio y que halló en el cuerpo de Núñez Maza. El diagnóstico fue tuberculosis y la única solución, la estreptomicina. El doctor Chaos le dijo a Núñez Maza:

– Tardaré de cuatro a seis días en encontrar la dosis que te conviene. Dónde quieres esperar? Aquí hay un lecho para ti…

Núñez Maza, que no había perdido la potencia de su voz, aunque expectoraba de vez en cuando, contestó rápidamente:

– Prefiero esperar en casa de Mateo…

Fue tan contundente que Mateo no pudo oponerse. Además, y al margen de sus diferencias ideológicas, no podía olvidar el curriculum de aquel camarada ex consejero nacional y que tanta compañía le hizo en el hospital de Riga. Así que le dijo a Pilar:

– Prepara una cama para Núñez Maza… Pasará aquí una semanita.

Pilar se quedó asombrada. Sabía de Núñez Maza todo lo que había que saber y no comprendía que Mateo hubiera tomado semejante decisión. Mateo era consciente de ello. En el fondo, estaba un poco cansado de odiar… Una vez le había oído a Cefe, el pintor: "Odiar no conduce a nada". Y otra vez a Moncho: "Odiar es una lata. Entre la palabra adversario y la palabra enemigo hay una distancia que los ex combatientes deberíamos recorrer".

Él recorrió esta distancia acogiendo en su hogar a Núñez Maza. Éste se mostró encantado, aunque desde el primer momento sus incisivos ojos se clavaron en Pilar y pensó para sí: "Una niña. Es una niña…" No dijo nada y se alojó en la habitación que le habían destinado y no quiso acercarse a César para no contagiarle.

– Le dedicaría mi mejor soneto, pero vuestro hijo no tiene la culpa de que mi infección sea contagiosa…

Éste era el único punto que Pilar le había exigido a Mateo, puesto que Moncho fue contundente: "Que no lo tome en brazos. Que no le dé ningún beso… Ya comprendéis".

Núñez Maza se instaló en aquel hogar con una sensación casi dulce… Estaba acostumbrado a las isbas, a las fondas y hoteles asépticos. La chimenea ardía en casa de Pilar, porque un camión de Falange les traía los troncos necesarios. A pesar de eso, de pronto notaba frío. Pilar le traía una manta y con ella se cubría las rodillas.

– Estoy hecho un vejete… Pero si ese medicamento llega, menguis dará mucho juego aún.

Las discusiones con Mateo empezaron a ser la tónica dominante. Desde la primera vez que se entrevistaron en Caldetas los hechos le habían dado la razón a Núñez Maza: había caído Filipinas -la población, loca de alegría al sentirse liberada-, y la acción conjunta de 32 bombarderos Lancaster había terminado con la vida del acorazado Tirpitz, el último vestigio de las fuerzas navales de superficie del Reich. Sin contar con los avances hacia Alemania por el oeste -Francia-, por el sur -Italia- y por el este -Rusia-. -Mateo, no hay nada que hacer. Acuérdate de mi diagnóstico: o don Juan o el caos. Las fuerzas aliadas pueden tomar España como se toma un bocadillo en cuanto hayan terminado con Hitler y con el emperador japonés… Ah, si cuando concebí la División Azul hubiera pensado de ese modo! Ahora tengo remordimientos… Sí, obré de buena fe; pero en parte he sido responsable de las cruces de palo que quedaron allí… y de la bala que te destrozó la cadera.

Mateo había coincidido con el gobernador en que las perspectivas eran dramáticas. Efectivamente, la lucha estaba perdida. En Europa, cuestión de unos pocos meses; el Japón tardaría un poco más, puesto que allí se aprestaría a morir hasta el último hombre. Núñez Maza añadía: "Es impensable que los aliados no le den a Franco el pasaporte para que se vaya al Brasil… O directamente al cielo".

Pilar asistía a esos diálogos. Había momentos en que detestaba a Núñez Maza porque éste había embarcado a tanta gente y ahora hacía marcha atrás. Otras veces se sentía prendada por su personalidad y por su léxico y porque ofrecía una alternativa, don Juan, del que -Pilar no podía olvidarlo- eran partidarias María Fernanda, Carlota y Esther. Sólo Marta le había dicho en una ocasión que don Juan "era un borracho y un mujeriego y que no serviría para gobernar España".

Mateo, de acuerdo con el gobernador, estaba convencido de que nadie le tocaría un pelo al Caudillo. No sólo por las declaraciones de Churchill a su favor sino por sentido común: a las dos democracias, Inglaterra y los Estados Unidos, no les convendría que los "rojos" volvieran al poder en la península Ibérica. Necesitaban de una plataforma para pararle los pies a Stalin y esta plataforma eran España y Portugal. Partiendo de esta base protegerían al Caudillo, aunque tal vez, para disimular, hicieran concesiones verbales a sus oponentes.

Cuando Ignacio y Ana María estaban presentes -a ambos les interesó conocer a Núñez Maza-, Mateo se sentía casi acorralado. La pareja opinaba lo que el ex consejero nacional, con una salvedad: que Núñez Maza no pretendiera ahora, si conseguía recobrar la salud, erigirse en líder de la oposición al Régimen. Había llegado demasiado lejos para que esto fuera tolerable.

– Siento hablarte tan claro -le decía Ignacio-, pero un hombre que fue uno de los soportes de Franco durante la guerra civil y que mandó a Rusia dieciocho mil combatientes, si ha llegado a la conclusión de que se equivocó lo que debe hacer es retirarse a una isla desierta, o casarse y tener hijos. Pero jamás adoptar ese aire prepotente que a menudo adoptas -Ignacio utilizaba su boquilla con anillo de oro-. Los conventos de clausura también sirven para ese menester.

A Núñez Maza le gustó Ignacio. Era brutalmente sincero, coherente, jamás hablaba por que sí. No llevaba la carga de dinamita que llevaba Mateo y tal vez ello explicase que uno ejerciera de abogado y el otro solamente se acercara renqueante al ecuador de la carrera.

Núñez Maza se defendía. Él no trataba de erigirse en líder. Simplemente, pretendía aprovechar su prestigio en pro de lo que creía que podía ser la salvación de España. De Madrid le llamaban constantemente y Caldetas era un desfile de falangistas decepcionados, porque los católicos les acusaban de ateos, los monárquicos, de totalitarios y su idea, que era "reducir la diferencia de clases", chocaba con la burguesía dominante.

– Si contribuyo a popularizar la candidatura de don Juan me daré por satisfecho y tal vez escuche tu consejo y me retire a un convento de clausura a escribir sonetos, que en el fondo es lo que más me gusta.

Mateo había leído un volumen de sonetos de Núñez Maza y le parecieron realmente espléndidos: un cerebro privilegiado. Le gustaba más que Antonio Machado, que cometió la torpeza de dedicar varios panegíricos a Líster, a la Rusia comunista y demás. Tal vez los sonetos de Núñez Maza tuvieran un defecto: demasiado exactos. Parecían labrados en piedra y no emanados de la sangre caliente. Mateo no era un experto en cuestiones literarias. Ana María había leído diez veces más que él; incluso había leído novelas francesas para señoritas. Y mucha literatura anglosajona, de la que Mateo estaba en ayunas. Ana María opinó que los sonetos de Núñez Maza eran excelentes.

– Estoy de acuerdo contigo -le dijo la muchacha- en que el papel de la Falange se acabó; pero yo no achacaría la culpa ni a los monárquicos, ni a los católicos, ni a los aliados, sino al propio Régimen. El Régimen se corrompió al día siguiente de la victoria. Yo era una niña y me di cuenta. De aquellas montañas de muertos y de héroes sólo ha quedado esto: la corrupción. Y te hablo así con conocimiento de causa, puesto que mi padre, que estuvo preso en el Uruguay, pasó luego factura y se dedicó a negocios ilícitos, hasta el punto de que ahora, que lo iban a cazar, se ha largado al Brasil…

Núñez Maza se agarró a este argumento.

– Es cierto… Mujer, te felicito. Esa espontaneidad la echo de menos en la gente que trato. Y ya ves con qué tipo de noticias pretenden deslumbrar al pueblo… Ahí tienes el Amanecer de hoy: treinta y cinco mil ferroviarios de la RENFE han aclamado al Caudillo, éste ha regalado un lote de carneros para que los musulmanes pobres puedan celebrar la Pascua de Aid-El-Que-bir y, sobre todo, la cosecha de capullos de seda que antes de la Cruzada era de ciento veinticinco mil quilos, este año ha sido de quinientos mil -Núñez Maza se sacó el pañuelo-. De modo que, ya lo sabes: nos salvaremos gracias a los capullos de seda.

Tanta ironía acabó por molestar a Mateo, quien dijo: "Basta ya… Voy a respirar aire fresco". Y se fue a la alcoba, donde en una cuna preciosa dormitaba el pequeño César.

Pilar se mantuvo en el comedor, a la luz de la lumbre. Enfadada consigo mismo porque no parecía tener criterio propio. Hablaba uno y pensaba: tiene razón. Hablaba otro y pensaba lo mismo. Pilar, sobre todo ante Ana María, se sentía acomplejada. Especialmente desde que ésta había "heredado" el chalet de San Feliu de Guíxols y el yate. Menudo salto el de Ignacio! Claro que se lo tenía merecido… Mateo, el pobre, cojeando y especulando sobre si la Falange iba a desaparecer o no. Si desaparecía, qué iban a hacer? Se acabaría el coche, se acabarían los troncos de leña, se acabaría el racionamiento extra -tal vez injusto…- y se acabarían las prebendas. Menos mal que nadie les quitaría a César… y tampoco la amistad de Marta, quien andaba preocupada por el porvenir inmediato.

* * *

Washington, 25 de enero de 1945 Querida familia Alvear:

Estamos bien, y contentos por haber recibido noticias vuestras, por mediación de Matías. Enhorabuena a Ignacio, abogado ilustre, casado con un bombón y haciendo excursiones por la montaña. Enhorabuena a Pilar, madre jovencísima, diría yo. Claro, es de suponer que Mateo, acostumbrado a luchar, no le haga ascos a la familia numerosa, que según tengo entendido recibe un premio del general Franco…

Por aquí todo sigue igual. Los Estados Unidos son siempre los mismos; es decir, avanzan cada día varios quilómetros. Un día es en Normandía, otro en Italia, otro en Filipinas… Y en casa, no digamos. Investigación, investigación. Como continúen así, esos hombres son capaces de llegar a la Luna, aunque Amparo pretende que una vez allí se aburrirían de muerte.

He estado charlando con Rosendo Sarro. Le localicé a través de un amigo -de un "hermano"- y fui a Río de Janeiro, viaje de ida y vuelta. Le encontré un tanto desmejorado pero con ganas de luchar. Ha emprendido varios negocios, con éxito, al parecer. Dicho de otro modo, el hombre ha levantado cabeza. Sólo me dijo que, a veces, echa de menos a su mujer, Leocadia, si no me equivoco, a quien no tengo el gusto de conocer.

David y Olga, haciendo las maletas. Están convencidos de que de un momento a otro saltarán al aire los obstáculos y que podrán ir a saludaros otra vez. Yo no soy tan optimista, porque no acostumbro a analizar los hechos a través del sentimentalismo. Sospecho que la fruta no está todavía madura. No me quejo, que conste. Desde mi última carta la cosa ha mejorado mucho; pero en la vida hay que tener en cuenta los imponderables, palabra difícil, que Amparo no sabe en qué consiste exactamente.

El problema de los negros sigue igual. Lo peor son sus encías de color de rosa y el olor de su piel. Aunque los pequeños son una "monada". Hay un botones en el hotel que a gusto me lo ahijaría y lo mandaría a la escuela; pero el muy tunante de eso último no quiere ni oír hablar y me dice ademas que echaría de menos el servir el desayuno a las "viuditas" americanas en sus lujosas habitaciones…

Nada más por hoy. Tenéis noticias de José Alvear? Supongo que vivirá en lo alto de la torre Eiffel. Roosevelt está muy mal. Lo maquillan antes de presentarse en público, pero está muy mal. Y ese Truman, nombrado vice, nadie sabe quién es. Creo que vendía corbatas o algo así. Pero este país funciona como la Iglesia Católica, por inercia. Nunca habrá una hecatombe, como no sea meteorológica.

Un abrazo a todos

JULIO GARCÍA

Posdata: Me gustaría conocer al "renacuajo" Eloy. Le explicaría -le explicaré- en qué consiste el fútbol norteamericano.

* * *

Doña Leocadia llevaba un par de semanas en Gerona. Contenta porque veía a Ana María cada vez más enamorada de Ignacio, pero descontenta con la ciudad. Gerona le parecía estrecha y de pocos vuelos. En primer lugar, la humedad; luego, la falta de espectáculos: ni ballet, ni orquesta sinfónica, ni ópera… Ella estaba acostumbrada a esas veladas, con su marido o con alguna amiga. A las amigas de "su condición" las echaba mucho de menos. Además, en Barcelona hubiera dispuesto de coche y chófer, pero en Gerona eso hubiera sido un alarde casi de mal gusto. También fe parecía diminuto el piso de Ana María. Ella estaba acostumbrada a los "grandes espacios", según frase de Ignacio, lo mismo en Barcelona que en San Feliu de Guíxols y el "nido" de amor de su hija la tenía sobre ascuas.

Por si fuera poco, no estaba enamorada de su marido -éste tenía demasiados defectos y olía siempre a tabaco-, pero le quería. En cuestiones de amor el análisis no contaba. Ella también echaba de menos a don Rosendo, que al margen de cualquier cuestión tenía una enorme personalidad, más enorme aún que su barriga. Doña Leocadia en el fondo se sentía halagada por la añoranza de don Rosendo e inmediatamente decidió darle la sorpresa y plantarse en el Brasil, a su lado.

Ana María e Ignacio trataron de hacerla reflexionar. Y si aquello no le gustaba? Y si significaba un estorbo? Al fin y al cabo, la alusión de Julio García podía ser una simple frase cortés. Doña Leocadia negó con la cabeza. Los masones -los "hermanos"- no hablaban nunca a la ligera. Ella conocía el paño. Debía irse al Brasil y sanseacabó.

Ignacio, por supuesto, tampoco insistió demasiado buscando argumentos en contra. Doña Leocadia era insoportable, y ello al margen del bocio en el cuello. Atildadita, como de porcelana, se pirraba por los caprichos. Se quejaba de todo: de Mari-Luz, la sirvienta, de la comida -lo compraban todo en el mercado negro-, de la falta de salones de té, de lo menguada que era la Rambla y del polen de los árboles de la Dehesa. Y del frío! No tenían calefacción central. "Aquí algún día nos encontraremos yertos, como si estuviéramos en el frente ruso".

Ana María dio su consentimiento y el viaje fue un hecho. Don Rosendo vivía en Río, en el hotel Continental. Seguro que sería uno de los mejores de la ciudad. Por un momento doña Leocadia temió hacer el viaje trasatlántico sola; pero hubiera sido ridículo pedirle a Ana María que la acompañara. Mateo se ocupó del pasaporte con suma rapidez y el día 8 de febrero -día de la conferencia de Yalta, en la que iba a debatirse el porvenir del mundo-, doña Leocadia emprendió el viaje "hacia lo desconocido".

* * *

Otra vez solos Ana María e Ignacio. Les pareció que reemprendían la luna de miel. Ignacio quería mucho a su mujer, cumpliéndose con ello las predicciones de Ezequiel. Lo que más le gustaba de ella era el sentido común, innato, dada su falta de experiencia. Si alguna vez el muchacho no le hacía caso, fiasco seguro. Ana María le decía siempre: "tus mejores amigos en la ciudad son Manolo y Esther, Moncho y Eva, y Cacerola…" Bien sopesadas las cosas, la muchacha tenía razón.

Ignacio, en el bufete, cumplía como siempre – la Audiencia y la toga le eran ya familiares-, y adquirió la costumbre de darse a la salida una vuelta por Gerona, improvisando el itinerario. Lo mismo tomaba la dirección de la Dehesa, donde él no notaba polen de ninguna clase, como se daba una vuelta por el barrio antiguo, empezando por la catedral. Allí, a la izquierda, en el convento del Corazón de María se había educado Pilar. Ignacio quería también mucho a su hermana y la fachada de aquel edificio le emocionaba. También subía a las murallas -Dios mío, restos de una guerra ya lejana- y se iba al valle de San Daniel. De vez en cuando entraba en alguna iglesia. Acompañó a Eloy al fútbol! El Gerona ganó por 1-0. Eloy, al marcarse el gol, saltó disparado al terreno de juego -Amanecer dijo: un espontáneo-, a abrazar al autor del tanto. Ignacio visitó asimismo a mosén Alberto y al padre Forteza. La cuestión religiosa le tenía turbado. Le había ganado una extraña indiferencia, sólo salpicada por Buda, por Confucio, por el hinduismo… y por el emperador del Japón! Éstos tenían la ventaja de que no se habían proclamado "hijos de Dios". En cambio. Jesús el Cristo… Ignacio no quería de ningún modo socavar la posible fe de Ana María, quien a veces también se formulaba preguntas sin respuesta. Por supuesto, ni mosén Alberto ni el padre Forteza iban a solucionarle la papeleta, pero en ambas visitas preparó el terreno para ulteriores diálogos en torno al tema de lo "sobrenatural".

A los pocos días recibieron una larga carta del Brasil. Sus padres estaban perfectamente. El hotel Continental era para rajas y don Rosendo había recibido, en efecto, pronta y eficaz ayuda de los "hermanos", gracias a los cuales se había convertido en poco tiempo en un poderoso e influyente constructor de viviendas, que en realidad era lo suyo.

Ana María no pudo disimular su alegría. Con un suspiro de alivio le dijo a Ignacio:; -Ya estoy más tranquila… -Luego añadió-: Y ahora sólo te tengo a ti…

Ignacio le acarició la larga cabellera.

– Procuraré librarte de todo mal…

– Amén -remachó Ana María, sonriendo.

* * *

La conferencia de Yalta (Livadia), según Amanecer podía resumirse en cuatro palabras. El gran vencido, Churchill; el gran responsable, Roosevelt; el gran vencedor, Stalin.

Éste jugó como quiso con sus dos "aliados". El reparto del pastel para después de la contienda le fue enteramente favorable. Se entregaba al comunismo la mitad de centroeuropa y todas las naciones del Este, desde Letonia, Lituania y Estonia hasta Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Albania, etc. Berlín se lo repartirían todos los participantes en la guerra contra Hitler, incluida Francia. Churchill sólo consiguió poner el veto a la pretensión de Stalin y de Roosevelt de liquidar 50 000 alemanes para acabar con la casta de los oficiales prusianos. A cambio de esto, Stalin se comprometía a declarar la guerra al Japón -4 000 000 de japoneses estaban todavía en pie de guerra- y a no ocupar ninguno de los países mediterráneos, si bien en las Naciones Unidas -ratificación de la conferencia de San Francisco- se discutía su porvenir. La espada quedaba, pues, en alto con respecto a España y significó un alivio, por lo menos momentáneo, para el general Sánchez Bravo, el camarada Montaraz, Mateo y Marta. Mateo le dijo a Pilar:

– Si en Yalta se hubiera acordado que Stalin podía ocupar España, nadie le hubiera objetado nada. Así que, de momento, ello es buena noticia y tal vez no se cumplan las matemáticas predicciones de Núñez Maza…

Pocos días después don Juan hizo público un manifiesto desde Lausana: "La responsabilidad que me incumbe me obliga a levantar mi voz y requerir solemnemente al general Franco para que abandone el poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de respetar la religión, el orden y la libertad". Franco declaró a su vez: "Yo no haré la tontería que hizo Primo de Rivera. Yo no dimitiré".

* * *

Núñez Maza, en el hotel de Caldetas se atiborraba leyendo periódicos. Y subrayaba noticias, como antaño hicieran Jaime el librero y más tarde los contertulios del café Nacional: Desde primeros de año -1945- subrayó lo siguiente, porque entendió que establecía una suerte de síntesis de lo que estaba ocurriendo en España.

– Presentación en sociedad de la señorita Carmen Franco Polo, en el palacio del Pardo. Baile para los invitados. La señorita Carmen llevaba un traje blanco precioso y fue muy alabado su gesto de servir, junto con varias amigas, la comida a 240 desamparados, además de regalar su coche para que fuera subastado.

– Franco ha sido quien ha impuesto como costumbre, al final de los discursos, decir: "Muchas gracias". Antes se decía: "He dicho".

– Don José María Pemán, poeta insigne, autor de El divino impaciente, ha sido nombrado presidente de la Real Academia Española.

– El ministro de Marina presidió la inauguración de la exposición de barcos en botella.

– Gran fiesta en el Ritz, organizada por la revista Hola.

– Gran exportación de naranja a Inglaterra.

– Importante factoría bacaladera en Galicia.

– El Times publica su número 50000!

– Se declara obligatorio el doblaje de las películas, "evitando así que nuestro público se habitúe a fonéticas extranjeras".

– Aparece el insecticida DDT. Churchill le dedicó un párrafo en un discurso, diciendo que gracias al DDT se pudo evitar en Napóles una epidemia de tifus exantemático.

– Se ha concedido la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio al abad coadjutor de Montserrat, padre Aurelio María Escarré.

– Normas para el fomento de la raza bovina karabul, de la que se importarán ejemplares.

– Entierro de dos falangistas asesinados en Madrid. Asistieron 300 000 personas.

– Petición de aparatos ortopédicos para los mutilados del otro bando, que a los seis años de haber terminado la guerra civil todavía no han podido proveerse de una prótesis que haga más llevadera su desgracia.

– La empresa INI empieza la fabricación en serie de los camiones Pegaso, que figuran entre los mejores del mundo.

– Barcelona ha consumido en un mes dos millones y medio de kilos de carne.

– Ha llegado a Barcelona el piloto alemán Haigen Papejhagen, que ha alcanzado los tres millones de kilómetros de vuelo. Ha sido muy agasajado por las autoridades.

– Cuando esté erigido el Cerro de los Angeles se celebrará una ceremonia de desagravio a los Corazones de Jesús y de María, con asistencia de 50 generales, 1 500 oficiales, el gobierno en pleno y, naturalmente, el Caudillo.

– El embajador de los Estados Unidos, mister Hayes, destaca que el convenio aéreo suscrito entre su país y España crea un nuevo lazo de amistad entre España y América. Etcétera.

* * *

Núñez Maza había mejorado mucho. Con la estreptomicina que el doctor Chaos -bendito fuera!- le proporcionó, empezó a notar un alivio y transcurrida sólo una semana expectoraba menos y respiraba mejor.

Desde su destierro, cuánto quería a España! "España me duele", solía decir. Cuántos prohombres lo habían dicho antes que él. Coleccionaba esos recortes de periódico en álbumes, como si fueran una colección de sellos. Atendía a todas las visitas, que a veces le dejaban agotado. Recibió a Ángel, que quería conocer su Ideario. Y a Jorge de Batlle y Asunción. Se había dejado crecer la barba! A todo el mundo les decía que España debía unirse. Hombres como Ortega, Marañón y Cambó debían regresar al país y preparar un plebiscito que respaldara la nueva Monarquía. La barba le confería diez años más; tanto mejor. Como un gurú -expresión de Ignacio-, su aspecto era así más respetable.

A veces se sentía solo. Y quién no? Al anochecer, Caldetas apenas si era pueblo: las aguas termales, que no funcionaban y el hotel Colón. A través de la ventana miraba las lucecitas de las barcas allá en el horizonte y oía sus motores al regresar. Se había llevado la gran sorpresa al comprobar que todo el mundo hablaba catalán; lo mismo el gerente del hotel, que el maitre, que los camareros y que los pescadores. Y esto era así en toda Cataluña. Ello le llevó a replantearse también el problema de la unidad, de la uniformidad. Cómo arrancar de los seres humanos la lengua materna? Y el País Vasco. Y Galicia. La unidad, en el sentido que él tanto había reclamado, era un acto contra natura. La cuestión era no hacer de eso un arma arrojadiza. "Si yo hubiera nacido en Caldetas en vez de Segovia, ahora escribiría los sonetos en catalán". Idioma, por cierto, que también empezó a interesarle, porque, al ser básicamente monosilábico, era muy apto para la poesía, al igual que ocurría con el inglés. Empezó a leer a Maragall, a Eugenio d'Ors y la revista Destino, en la que destacaba un tipazo ampurdanés llamado José Pía, que por lo visto llevaba boina, vivía aislado como él y liaba los cigarrillos.

Le gustaba ver a los pescadores jugar a los bolos en la explanada que había frente al hotel. Costumbre francesa. Por qué no? "Hay que sumar, nunca restar". Los pescadores tenían un defecto agrio, abrupto: blasfemaban. Blasfemaban mucho. Eso le sonaba fatal. Pero era posible que no hubiera en ellos malicia alguna. Era su costumbre, su interjección, su ignorancia…

Si bien eso de la ignorancia había que ponerlo en cuarentena. Hablando con ellos -Núñez Maza, durante el día, se acercaba a la playa donde remendaban las redes y pintaban las barcas-, se daba cuenta de que tenían un decálogo personal, un sistema de pesas y medidas harto peculiar. Formaban una comunidad. El que engañase a uno quedaba excluido del clan. Él se ganó su confianza porque sabían que sufría y que lo que quería era la paz. Con ellos sobraban las grandes palabras. Era preciso ponerles ejemplos concretos. "Yo soy como uno de esos tiburones que se despistan y que van a morir en una playa lejos de la manada".

Les propuso que le llamaran "camarada", pero fue imposible. Se rieron. Se rieron en sus "barbas". Uno de ellos, el Chiquitín, llevaba un mostacho de cosaco. "Eso de camarada es una coña. Usted es un señorito". Ramón remachó. "En el buen sentido de la palabra, se entiende".

Les costaba esfuerzo hablar castellano. Si Salazar les conociera! Si les conociera Pilar Primo de Rivera! En Madrid vivían de espaldas a la realidad. La filosofía de aquellos pescadores se basaba en el estoicismo -soportaban las tempestades-, en la poesía natural -les gustaba la luna llena-, y en los placeres sensuales. Eran de una sensualidad carnal, arterial, que se manifestaba en los nombres que les ponían en las barcas, casi todos nombres de mujer. Les gustaba la buena mesa, el yantar y el vino tinto. Fumaban con delectación, sin prisa. Se rascaban la frente con la uña del dedo índice. Núñez Maza tenía en el pueblo todas las casas abiertas, incluida la del cura, y a excepción de la del alcalde y jefe local del Movimiento. El cura, joven y solícito, no le preguntó nunca si creía en Dios. Y nunca le echó en cara que no asistiera a misa. Jugaba con él interminables partidas de damas, estrategia en apariencia simple pero en la que Núñez Maza llevaba inexorablemente las de perder.

Un día se presentó en el hotel el gobernador, camarada Montaraz; al volante del coche, Miguel Rosselló…

– Arriba España!

– Arriba! -contestó Núñez Maza.

– Lo lamento mucho, camarada, pero he recibido orden de Madrid de registrar tu habitación…

Núñez Maza le clavó sus ojos antaño enfebrecidos.

– Pide la llave al conserje -le indicó Núñez Maza.

– Te quedas aquí, o prefieres subir?

– Prefiero quedarme aquí.

El camarada Montaraz se encontró con varias pilas de periódicos y revistas y también con muchos ejemplares de ' La Codorniz'. De hecho, afrontó aquella tarea con espíritu dual. Por un lado, le gustaba porque Núñez Maza era un "bicho" que se había merecido el paredón; por otro, la mirada de su "enemigo" le dejó helado. Éste tenía burbuja personal, magnetismo. En el lavabo había muchas medicinas; en la almohada, la huella de su cabeza. Muchos libros de poesía en catalán. Pediría permiso para hacer con ellos una hoguera. La orden había sido: "Toma nota de lo que encuentres, pero déjalo intacto". Borradores de sonetos… Uno de ellos, dedicado a fray Luis de León.

De pronto, en un cajón, una pistola. El camarada Montaraz se acarició la cicatriz de la mejilla izquierda y lamentó no tener a mano un cacahuete. Era una pistola rusa, calibre 16, que posiblemente se trajo de la División Azul. Por qué la tenía allí? Qué mosca le había picado?

El camarada Montaraz se pasó una hora husmeando papeles y leyendo en diagonal ensayos sobre José Antonio y sobre el marxismo. No lograba aceptar tal dicotomía, tal contradicción. Vio el retrato de José Antonio y el de una pareja ya mayor, que probablemente fueran los padres del ex consejero nacional. También descubrió una foto dedicada de García Lorca y otra de Salvador Dalí.

Levantó la correspondiente acta y bajó. El camarada Núñez Maza estaba dialogando con el Chiquitín y otros pescadores. Le llamó.

– De acuerdo. Misión cumplida… Tienes permiso de armas?

– No…

– Pues te he encontrado una pistola.

El camarada Núñez Maza sonrió melancólicamente.

– No te sorprenda. Hay momentos en que a un disidente le entran ganas de pegarse un tiro.

CAPÍTULO XXVI

EL 4 DE FEBRERO se celebró en Gerona el VI aniversario de la "liberación" de la ciudad. Como en los años precedentes, ésta se engalanó. Con dos novedades: primera actuación en público de la banda de cornetas y tambores del Frente de Juventudes -obra de Mateo-, en la que Eloy tocó el tambor con todas sus fuerzas y el Niño de Jaén el cornetín. Los dos chavales se entusiasmaron más aún que el público, que aplaudió a rabiar. El director fue Quintana, el compositor de sardanas, que consiguió sacar un brillante partido de aquellos novatos.

El segundo número consistió en la visita a Gerona de una "tuna universitaria" de Barcelona. Con sus capas, sus banderolas, sus panderetas y sus saltos se llevaron de calle a toda la población. Manolo y Esther, desde su balcón, aplaudieron también, mientras acariciaban las cabecitas de Jacinto y Clara. Clavelitos, Triste y sola, Cielito lindo, etc., iluminaron por unos momentos el cielo gris de Gerona. Matías, desde su casa, les saludó con el sombrero y Carmen Elgazu comentó: "Si hubiera habido tuna en Gerona, Ignacio hubiera sido el solista".

La familia Martínez de Soria se erigió en protagonista de aquelias jornadas. Por una parte, José Luis ascendió a capitán jurídico y decidió casarse, precisamente el día de su santo -19 de marzo-, fecha que la novia, Gracia Andújar, aprobó. Tenían previsto un viaje a Canarias de un mes de duración! Pero, de repente, antes de que febrero finalizara, la madre de Marta murió de un ataque cardíaco mientras ayudaba a servir la comida a los "desamparados" de Auxilio Social. La mujer preparaba el postre -manzanas- para los niños y de repente soltó los platos, se llevó la mano a la garganta y se desplomó. No dio tiempo a intervenir, sino a llorar. Cuando se arrodillaron a su lado tuvo unas 'contracciones y su corazón dejó de latir.

Sus hijos, José Luis y Marta, se quedaron anonadados. Comprendieron lo que significaba la palabra "huérfano". Había tantos en España! Marta se echó en brazos de Pilar y de Gracia Andújar, José Luis apretó a ésta contra sí como sellando la prolongación de la vida. Todas las jerarquías locales se movilizaron, empezando por el general Sánchez Bravo y el gobernador y terminando por el coronel Romero y el delegado de Sindicatos. Para el entierro no llegó nadie de Valladolid. Apenas si les quedaba familia a los Martínez de Soria. Una tía de José Luis y de Marta, inválida en un sillón de ruedas y un primo hermano que estaba cumpliendo el servicio militar en Ceuta. Fue una ceremonia triste, silenciosa, honda. El comandante había sido enterrado en una fosa común, de modo que estrenaron nicho. Al sepulturero y a los albañiles ni siquiera se les ocurrió fumar. Mosén Alberto hubiera rezado gustosamente el responso, pero se interpuso mosén Falcó, con su medalla militar en el pecho y cayó en la tentación de decir que "un día u otro se reunirían con la difunta en el cielo".

La perplejidad de Gracia Andújar era total. Y la de José Luis; y la de Marta. Qué debían hacer? Aplazar la boda? Decidieron que no. Era preciso reaccionar. La boda se celebraría el día de San José, tal y como estaba previsto, con la sola presencia de los íntimos, de las jerarquías y de un primo hermano de Gracia Andújar, que era sacerdote en Granada, precisamente en las cuevas del Albaicín. Éste bendeciría su unión y en vez del largo viaje proyectado a Canarias se irían sólo quince días a Córdoba y Granada, como era de rigor. Pasando antes por Madrid, para ver el Museo del Prado y visitar El Escorial.

A la hora de "desalquilar" el piso que a los novios les había procurado Agencia Gerunda, el acuerdo fue unánime. No iban a dejar sola a Marta en su casa de la calle Platería. Sobraba espacio y acondicionarían una habitación para los recién casados. La Torre de Babel asintió. "Comprendo, comprendo". Y el día 18 llegó el sacerdote Higinio Fuentes, de la misma edad que José Luis y se instaló en casa de los Andújar. Hombre totalmente opuesto al talante de mosén Falcó. En Granada él estaba muy cerca de las cuevas del Sacromonte y en contacto permanente con el mundo gitano. Detestaba el nacional-catolicismo y todo lo que oliera a pompa o boato. No sabía qué decirle a Gracia Andújar, que en cuestión de un mes habría vivido dos episodios decisivos: un entierro y su enlace -"hasta que la muerte os separe"- con José Luis Martínez de Soria.

Higinio, que hablaba con una rapidez vertiginosa, comiéndose las eses y alguna que otra vocal, advirtió en seguida que el doctor Andújar no estaba excesivamente satisfecho de la boda de su hija. "Primero un alférez, que acabó suicidándose; ahora un capitán, que parece muy sensato pero que lleva uniforme militar y que ha intervenido en innumerables sentencias. Yo hubiera preferido para Gracia un médico, como yo, un abogado, un ingeniero… La vida castrense es peligrosa y henchida siempre de grandes palabras".

Gracia Andújar estaba nerviosa. Todo aquello era excesivo para sus entendederas. La muerte de la madre de José Luis le había llenado de congoja el alma. Pero también estuvo de acuerdo en no amortajarse el corazón. Además, estaba enamorada. Su padre apenas conocía a José Luis. Éste era cariñoso, sensato, con cierta tendencia al pesimismo, por sus teorías sobre el Maligno, sobre Satanás, pero capaz también de soltar grandes carcajadas cuando la ocasión se lo merecía. "Tiene el corazón alegre, eso es". Mosén Higinio la felicitó. "Habrás tenido tiempo de pensártelo, digo". "Pues claro que sí!". "Entonces, mañana ha de ser un gran día, faltaría más!".

Y lo fue, por descontado, pese a que planeaba sobre los asistentes, casi los mismos que estuvieron presentes en el entierro, la sombra de la muerta. El rostro de ésta se embelleció con el traspaso definitivo. Había sufrido tanto! Irradiaba una gran paz. Marta le cerró los ojos y cruzó sus manos sobre el pecho. Y en el último momento colocó en el féretro todas las condecoraciones obtenidas por su padre, el comandante Martínez de Soria.

Todos los hermanos de Gracia Andújar estuvieron presentes en la ceremonia. Y la Voz de Alerta y Carlota. Y Manolo y Esther. Y Solita. Mosén Higinio dio con las palabras justas que las circunstancias requerían. Se refirió a la "ausente", pero sólo de pasada. Más bien hizo hincapié en que la pareja humana era una de las más admirables obras del Creador, lo mismo si daba frutos como si no. El amor era algo en sí mismo, al margen de la procreación. Ni que decir tiene que Carmen Elgazu se escandalizó al oír tales palabras. También se escandalizó Carlos Andújar, del Opus Dei, pues las enseñanzas de monseñor Escrivá iban en otra dirección.

No se celebró guateque alguno, ni hubo jolgorio ni baile, sólo una comida íntima en casa del doctor Andújar, quien no cesó un momento de observar a su yerno, el cual, sin saberlo, obtuvo una excelente calificación. Doña Elisa cuidó de todos los detalles del almuerzo, al que mosén Higinio, siempre hambriento, hizo los honores debidos. El momento del brindis fue particularmente dramático, porque Gracia Andújar estuvo a punto de echarse a llorar. José Luis la asió de la mano y la consoló. "Anda, mujer, que la vida sigue y mañana estaremos en Madrid".

Y en efecto, así fue. Al día siguiente estaban en Madrid, en el hotel Bristol, que íes recomendaron Ignacio y Ana María. Visitaron el Prado y El Escorial y dieron un paseo montados en un faetón. Y vieron toda clase de uniformes y toda clase de vendedores ambulantes. "Franco ha prometido hacer navegable el Manzanares". "Ahí apuesto a su favor. En cambió, se muestra incapaz de facilitar alimento al pueblo, y creo que esto es prioritario".

Córdoba les encantó. Sobre todo la mezquita, una de las maravillas del Islam. Por cierto, que Ignacio hablaba siempre de las religiones orientales y no mencionaba para nada el islam. "Debería visitar esta mezquita y tal vez se lo tomara más en serio". El Cristo de los Faroles lo visitaron de noche. Era una noche sin luna, lo cual les traicionó. Recorrieron a pie largos trechos, pareciéndoles que se sumergían en la Edad Media. José Luis era noctámbulo, Gracia Andújar, diurna. A él le atraía el misterio, a ella, la luz del sol. "Si no nos ponemos de acuerdo sólo podremos estar juntos al alba y al anochecer, y la gente nos tachará de crepusculares".

Granada les hipnotizó. Su guía y mentor fue mosén Higinio. Sacerdote del Albaicín, del Sacromonte! Era su gran condecoración. Mosén Higinio era un admirador de lo árabe, los únicos que habían entendido el significado del agua. Su libro de cabecera era la Biblia, pero también el Corán. Los llevó a las "cavas", como él las llamaba, para que Gracia Andújar, directora de ballet, se extasiase con el flamenco, con las zambras, con las sevillanas y demás.

En aquel ambiente -horadadas las rocas, todo encalado-, la muchacha se entregó. Dejó de pensar en la muerte, pese a los "quejíos" y al texto de las canciones. No era lo mismo ver bailar a las "faraonas" en su salsa que, solitariamente, al Niño de Jaén. Aquello formaba parte de un todo, empezando por el fulgor de las estrellas y terminando en las vasijas de barro. Allí había muerto García Lorca, quien habló mejor que nadie de aquella tierra y de los calamares borrachos. Mosén Higinio tuteaba a aquellas gitanas, que no tenían nada que ver con las que habían emigrado a Gerona. Éstas vivían del arte y algún día, cuando desaparecieran las guerras, sus ritmos serían escuchados en todo el planeta.

Una gitana, a la que llamaban Rafaela, les leyó la buenaventura. Era una mujer gorda, que nunca tuvo hijos pero que siempre parecía estar encinta. Repitió por tres veces "ay, ay, ay…", sobre todo al leer las rayas de la mano de José Luis. Vio espadas a mitad de camino. Vio la vida corta. En cambio, la mano de Gracia Andújar hizo que pidiera a los gitanos que tocaran la guitarra y bailaran un zapateado. "Hija, que veo aquí mucho deleite y mucho amor…" Gracia Andújar se rió. "Deleite", y dónde estaba el amor si la vida de José Luis fuera corta? Mosén Higinio le dijo: "Rafaela, anda, ahí tienes un duro, uno solamente, que me huele que hoy no estás en contacto con el más allá".

Estas palabras fueron claves para lo que aconteció después. De regreso a la casa del sacerdote, éste, achuchado por José Luis, se despachó a gusto sobre el tema del Maligno, de Satanás. José Luis veía su huella en todas partes, en la muerte y en la vida, en los reyes y en los gitanos, en las putas y en las mujeres que despiojaban a sus hijos en la calle de la Barca y en aquel barrio de Granada. Y, naturalmente, en la guerra. El propio Hitler había dicho: "Si mis enemigos fueran demonios, también los vencería". Satán, en hebreo, significaba el Adversario, el Enemigo; en griego, el Diablo, es decir, el Acusador, el Calumniador. Le era lícito a un cristiano odiar al enemigo? Les era lícito, a los hombres honestos, calumniar al calumniador? Cristo, ejemplar divino del cristiano, habló con Satanás durante cuarenta días y recibió el beso de aquel en quien Satanás se había encarnado para llevarlo a la muerte.

– A veces pienso, mosén Higinio, que las verdaderas causas de la rebelión de Lucifer no son las que comúnmente se cree y que las verdaderas relaciones entre Dios y el Diablo son mucho más cordiales de lo que suele imaginarse.

Gracia Andújar se llevó las manos a la cabeza, pero, ante su estupor, vio que mosén Higinio sonreía.

– Más de una vez he pensado en eso, José Luis… Por desgracia, sólo vivimos de palabras y de traducciones de traducciones. Yo también creo que el Maligno existe, incluso que lo llevamos dentro y que pulula por ahí, en la actitud de los ricos, de los terratenientes y también en la actitud de un pueblo cansado e indolente. Estoy de acuerdo contigo y no me siento capaz de discutir. Ni quiero hacerlo. Mañana he de decir misa, he de decir "éste es mi cuerpo", "ésta es mi sangre" y no quiero que mis pensamientos sean impuros…

– Quién lanzó la primera bomba, mosén Higinio? -continuó José Luis-. Satanás. Quién ha lanzado, desde entonces, millones de bombas? Satanás. Cómo es posible, si Dios todo lo puede, que no impida esa hecatombe? El Mal y el Bien coexisten y no aceptarlo es andar a tientas por el mundo…

Mosén Higinio asintió.

– Pero yo no quiero creer en el infierno, aun a sabiendas de que si me oye el cardenal Segura me va a excomulgar.

– Si admitimos que Satán es la sombra de Dios, el infierno desaparece -agregó José Luis-. Si Dios es el Todo y Satán es lo contrario, Satán sería la Nada. Pero puesto que actúa sobre los vivos y sobre los muertos, resulta que la Nada debe de ser también algo…

Llegados aquí, Gracia Andújar intervino. El tema la crispaba. No se sentía capaz de meter baza, pero intuía que aquello no era un problema dialéctico y que podía dársele vueltas y más vueltas sin parar. Además, no era una cuestión demasiado adecuada para una luna de miel. Sería mejor que mosén Higinio les hablara del pequeño, o grande, mundo de los gitanos…

El sacerdote y José Luis sonrieron. Admitieron que Gracia Andújar tenía razón. Entonces mosén Higinio se despachó nuevamente a su gusto. Dijo que los gitanos constituían una comunidad difícil, que tampoco podía despacharse en términos dialécticos. La sociedad los marginaba, pero también se marginaban ellos de la sociedad. En términos universitarios eran analfabetos, pero poseían una sabiduría antigua, sin duda milenaria, que se remontaba a los egipcios y posiblemente al norte de la India. Su lenguaje, el caló, era muy hermoso y evidenciaba un arte muy desarrollado para ganarse la voluntad de los demás, para convencerles. Eran capaces de llorar por fuera y reír por dentro. Claro que los había de muchas clases. En realidad, su razón de ser era el nomadismo, el vagabundeo, de modo que aquellos que, como Rafaela, tenían domicilio fijo, aunque fuera una cueva, en cierto modo eran desertores. El olor de los gitanos era distinto del olor del "payo", del hombre mediterráneo. Sus leyes nunca fueron escritas, se basaban en la fidelidad al clan, al jefe, al esposo, a la palabra dada a otro gitano… En sus creencias se advertían ciertas pervivencias de adivinación y culto a las divinidades femeninas, por lo que, los convertidos al cristianismo, veneraban sobre todo a la Virgen. Sus santuarios lo indicaban así, e incluso en Polonia existía la "Virgen del Rocío". Siempre fue un pueblo perseguido; y lo era ahora mismo, en la Alemania nazi. Hitler se había decidido a exterminarlos y Dios sabía lo que habría hecho con ellos en centroeuropa. De mentalidad impenetrable, el adulterio se castigaba con la pena de muerte. En fin, el tema daría también para hablar de él hasta el final de los tiempos…

Mosén Higinio concluyó:

– No me gusta tratar esto a la ligera, establecer síntesis, que siempre son erróneas si se confrontan con la realidad… Si verdaderamente el tema os interesa alquiláis un piso en Granada, os quedáis aquí un par de años y me acompañáis cada mañana al Albaicín. Yo hubiera querido convivir con ellos, pero el señor obispo me lo prohibió. Por lo visto la fruta no está madura todavía… La Iglesia debe procurar no contaminarse. De eso al suicidio hay un paso.

La pareja de recién casados agradeció a mosén Higinio la lección -"por Dios, eso lo encontráis en cualquier enciclopedia"-, y distendieron la charla hablando de la situación de Andalucía en general, región que por lo prolífera a no tardar sumaría, junto con las de Extremadura y Galicia, casi la mitad de la población española…

– Ya me explicaréis si el panorama es optimista o no. La demografía cuenta mucho, pesa lo suyo. Dentro de unos años el peso de Andalucía se hará sentir como la climatología o como las conquistas del Gran Capitán…

Aquí terminó la charla, y Gracia y José Luis se retiraron a su improvisada alcoba experimentando un agotamiento que no acertaban a explicarse.

* * *

La pareja regresó a Gerona. Y encontraron a Marta presa de una pena honda. Y de una honda soledad. Ellos procurarían aliviarla, pero no iba a ser fácil. La madre de Marta, pese a sus largos silencios, había dejado un hueco imposible de llenar. Madre e hija se complementaban al máximo, sin fisuras. La madre se llamaba Inmaculada Concepción; ahora se la comerían los gusanos.

Marta se pasaría un tiempo ordenando los recuerdos de su madre en aquel piso que, en tiempos, oyó resonar la voz del comandante Martínez de Soria, con el que la muchacha había cabalgado -caballo blanco- por la Dehesa. Encontró cartas de amor fechadas en Valladolid en los años 1920, 1921, 1922. Vivían en la misma ciudad y a pesar de ello se escribían. Él firmaba con letra gótica, ella con letra redondilla. Se decían lo de siempre, lo eterno: "Mi corazón está a tu lado". "Te mando mil besos". "Sólo pienso en ti". Con frecuencia aludían a "los hijos que llegarían -milagrosamente- debido a su unión", Los hijos habían llegado y ahora uno de ellos, Marta, leía aquellas cartas arrugadas y apergaminadas por el tiempo, pero que conservaban la recia grafía de los dos.

Marta se formulaba pensamientos absurdos. Por ejemplo, si muerta su madre ella tenía derecho a proseguir coleccionando muñecas. José Luis y Gracia sacudían la cabeza. Precisamente le habían traído de Andalucía varios ejemplares con que enriquecer su colección, que empezaba a ser impresionante, pues las tías de Pilar y de Ignacio -Josefa y Mirentxu, de Bilbao-, cada año por Santa Marta, patrona de las amas de casa, de los bodegueros y de los taberneros, le enviaban un lote con "las últimas novedades". Marta también se preguntaba si debía guardar en los armarios de la alcoba los trajes de su madre o entregarlos a Auxilio Social. Decidió guardarlos, puesto que los uniformes de su padre estaban todavía allí, firmes, prestos a presentar armas. "Sí, sí, ya lo sé, es una tontería -le decía a su hermano, partidario de traer a la casa aire fresco-. Pero así me parece que en cierto modo ella está todavía conmigo". José Luis, sin pedir permiso, procedió a desinfectar la habitación en la que su madre estuvo de cuerpo presente una noche y una mañana enteras. "Aire fresco, Marta. La vida debe continuar".

Era fácil hablar de esta guisa. José Luis tenía a su mujer, Gracia y políticamente no era, ni mucho menos, un obcecado. Cumplía con su deber, había deseado el triunfo del Eje, pero no por ello se hacía mala sangre. Marta, sí. Era como Mateo, tal vez más fanática aún. Los aliados habían ocupado Colonia y Bonn, las dos hermosas ciudades alemanas y todas las noticias que llegaban coincidían en que el fin de la guerra en Europa se acercaba. Las armas secretas anunciadas por Hitler y Goebbels no habían sido suficientes para darle un vuelco a la situación. Ni siquiera la súbita muerte de Roosevelt, por hemorragia cerebral, había frenado el incontenible avance de las democracias. Le sustituyó en el acto el oscuro Harry Truman, al que la prensa llamaba "el hombre que no quería ser presidente". Gracia Andújar le dijo a su cuñada: "Tal vez la ventaja de las democracias sea ésta: la continuidad. Aquí, si muriera Franco, qué ocurriría?". Marta no quería ni pensar en tal posibilidad. Y se agarraba a noticias mínimas para mantener alta su moral y dar órdenes a "sus muchachas" repartidas por Gerona y la provincia. Por ejemplo, que De Gaulle acababa de ordenar a los maquis españoles que evacuaran los consulados que habían ocupado en el sur de Francia. Y que pronto habría una concentración de la Sección Femenina en Madrid y que el jefe nacional del SEU había lanzado la iniciativa de costear y reconstruir la Universidad de Manila, destruida por los japoneses, y que en Valencia se había botado un nuevo petrolero español, bautizado Campeón. Y que en la catedral se había celebrado un Te Deum el día del Papa, quien acababa de recibir al antiguo rabino de Roma, Eugenio Poli, que se había convertido al catolicismo.

Era el pro y el contra, la partida de ping-pong que la vida jugaba con los seres. A Marta no le gustaba nada que en Nueva York empezara a publicarse un periódico titulado España Libre, del que, a través del gobernador, le había llegado un ejemplar. Periódico espléndidamente confeccionado y con artículos insultantes pero espléndidamente escritos. Oh, claro, no todos "los que se fueron" eran tontos de capirote. Había muchos intelectuales que preparaban el retorno, con la solapada ayuda de personas como Núñez Maza.

Marta se esforzaba en no ser el aguafiestas de José Luis y Gracia. No tenía ningún derecho a ello. De modo que procuraba estar en casa lo menos posible y, al estar en ella, sonreír. La pareja advertía el esfuerzo de la muchacha y se lo agradecía teniendo para con ella toda clase de atenciones e infundiéndole ánimo. "Que el Eje pierda la guerra no significa que los que editan Espa'ña Libre vayan a plantarse aquí. Va a resultar que nosotros confiamos en Franco más que tú misma…" Marta se apartaba el flequillo de la frente. "No es que no tenga confianza. Pero ayer mismo el Caudillo rompió las relaciones con el Japón". "Y eso qué tiene que ver? Es la respuesta a las salvajadas que los japoneses cometieron contra España en Filipinas…"

A todo esto, Ignacio había ido a casa de Marta a darle el pésame, mientras José Luis y Gracia estaban en Andalucía. Al encontrarse los dos solos, mil sentimientos les invadieron. Marta llevaba en las ojeras la huella del luto y fue tal su sobresalto que apenas si le salían las palabras. Ignacio estuvo perfecto. El peligro radicaba en que se le notara aire de vencedor… Nada de eso. Ignació había admirado siempre mucho a la madre de Marta y comprendía la situación de la muchacha. Fue una escena penosa, por descontado, pues no podían hablar del pasado, ni del presente, ni del porvenir. Ignacio había dudado entre llevar o no consigo a Ana María. Ésta se puso en contra. "Parecería un desafío". Pero he ahí que Ignacio, solo, se sentía incapaz de resolver la papeleta. Finalmente hablaron de la boda de José Luis y Gracia, y Marta de pronto se levantó y le invitó a admirar la colección de muñecas… Ignacio se impresionó. Parecían seres humanos que sólo esperaban el aviso, el soplo, para lanzarse a vivir. El muchacho la felicitó. "Yo sólo colecciono libros, presididos por un precioso icono que Mateo nos trajo de Rusia y nos regaló".

Ignacio se despidió a tiempo y Marta se quedó más meditabunda aún. Le saltaron las lágrimas. Había amado a Ignacio con toda el alma y ahora, en secreto, envidiaba a Ana María. Sólo un consuelo lejano, brumoso, en el horizonte: Ángel, el arquitecto, rondaba por Falange cada dos por tres y trataba a Marta con indisimulable delicadeza… Qué pretendía? No se sabía. El muchacho tenía fama de solterón Y además era ajedrecista… a ciegas. Imposible adivinar cómo y en qué momento movería las piezas; pero, entretanto, en los momentos de angustia, Marta también se agarraba a esta posibilidad. Ella misma se sorprendió de su propia reacción. Durante mucho tiempo creyó que la Sección Femenina se bastaría para llenar su vida; ahora se daba cuenta de que no era así. Todo el mundo formaba un hogar: Ignacio y Ana María, Alfonso Estrada y Asunción, Jorge de Batlle y Chelo Rosselló, Paz Alvear y la Torre de Babeü, José Luis y Gracia Andújar… La camisa azul no estaba reñida con el matrimonio. La propia María Victoria, en Madrid, se había casado con el capitán Sandoval. Como ejemplo estaba sólo Pilar Primo de Rivera, pero ésta pertenecía a una dinastía que no era propiamente la suya…

Manolo le preguntó a Ignacio:

– Qué pensáis hacer con la herencia que os ha llovido del cielo? El chalet de San Feliu de Guíxols y el yate Ana María… Si pertenecierais al Opus, la solución sería" fácil.

La pregunta dio en el clavo. Ignacio y Ana María se la habían formulado desde la marcha de don Rosendo Sarro y sobre todo desde la marcha de doña Leocadia. Ambos se sentían incapaces de habitar los veranos en un chalet tan enorme y pretencioso como el de don Rosendo; y en cuanto al yate, casi les parecía una agresión.

Sopesaron el pro y el contra y, finalmente, entendieron que lo que debían hacer era venderlo todo y alquilar una casa en San Feliu de Guíxols, bien situada, tal vez en la montaña de San Telmo, que dominaba el puerto, la playa y el pueblo.

Así lo acordaron, en fecha muy próxima a la Semana Santa, que aquel año -año tal vez último de la guerra- se presentaba con carácter muy particular. Ignacio fue a la Agencia Gerunda y la Torre de Babel y Padrosa le recibieron con todos los honores. Vieron la escritura, así como fotografías del chalet y del yate. "Esto es pan comido. Esto se va a vender en quince días… Tal vez tardemos un mes".

Se pusieron de acuerdo en el precio -por aquel entonces, una pequeña fortuna-, y la Torre de Babel y Padrosa empezaron a marcar números de teléfono.

Antes de ocho días el asunto quedó resuelto. Compradores: los hermanos Costa. Sin regatear. En el chalet cabían los dos matrimonios y el yate colmaba sus ambiciones, siempre y cuando recibieran permiso de don Eusebio Ferrándiz para hacerse a la mar…

La transacción se hizo en el despacho del notario Noguer, quien continuaba con su ex libris en forma de serpiente. Los fondos fueron depositados en el Banco Arús, ante el regocijo de Gaspar Ley. Ignacio no había estrechado nunca las manos de los hermanos Costa. Al hacerlo, se le antojó que estaban húmedas. Luego pensó que acaso estuviera húmeda la suya propia. Los Costa no cometieron la torpeza de invitarlo a brindar, tal vez porque Ana María estaba presente. Pero se advertía su euforia y como si hubiesen olvidado por completo aquel pleito en el que Ignacio debutó y derrotó a su competidor, el abogado Mijares.

Ignacio y Ana María estaban perplejos. Una pequeña fortuna! Había tanta hambre en el mundo, había tanta hambre en Gerona… De acuerdo con el gobernador hicieron un donativo para que la gente pudiera -había un precedente- recuperar las ropas empeñadas en el Monte de Piedad. Conservando el anonimato. Carmen Elgazu les dio también un pellizco para el ropero parroquial y Matías le pidió a su hijo: "Anda, Ignacio. Ayúdanos a modernizar la cocina y a empapelar la casa que, como ves, lo necesita. Y cómprale a Eloy un equipo completo para jugar al fútbol, puesto que el renacuajo empieza a entrenar con los juveniles y va para fenómeno".

Igualmente modernizaron la casa que Agencia Gerunda les proporcionó entre San Feliu de Guíxols y S'Agaró, no muy lejos de la vde Manolo y Esther. Ahí intervino Ángel, "demasiado vanguardista", a juicio de Ana María. Hecho esto, la pareja brindó en su casa con champán, mientras Ignacio entregaba a Pilar una discreta suma "para gastos" extra, sin que Mateo se enterase.

En resumen, tal y como Manolo había previsto, Ignacio estaba un poco endiosado. Todo le salía a pedir de boca, empezando por sus relaciones con Ana María, quien, pese a ello, echaba un poco de menos la vida barcelonesa, al igual que, según la última carta recibida, le ocurría a doña Leocadia en el Brasil. Ignacio en el bufete de Manolo iba de éxito en éxito, hasta el punto de que Manolo le advirtió: "Esta racha no puede durar. Esta profesión es muy dura y cuando menos lo esperas en la Audiencia te das el gran topetazo".

Así ocurrió. Antes de finalizar el mes de marzo Ignacio perdió su primer pleito, y ello por no hacerle caso a Manolo, quien le había dicho: "Rechaza este asunto… Lo perderás". Se trataba del despido de unos colonos de Jorge de Batlle. Éste, que había heredado un enorme patrimonio en masías de toda la provincia, había despedido "por rojos" a una familia de Vilajuiga, en su época de persecución. Al principio, la "denuncia" fue suficiente y los colonos malvivieron una temporada en una casucha del pueblo. Pero las leyes se habían suavizado al respecto, gracias a la Delegación Provincial de Sindicatos, y los colonos impugnaron la sentencia. Y ganaron, ante el asombro de Ignacio. A éste le pareció que se le hundía el mundo, y ni siquiera acertaba a explicarse por qué dramatizaba tanto la situación, y menos aún qué interés podía tener él en perjudicar a los colonos. Jorge de Batlle tenía un fortunen! Era el amor propio. No estaba acostumbrado a la derrota. Llegó a casa desencajado y tiró la toga sobre el diván.

Ana María comprendió. Fue la primera escena que enfrentó a la pareja. Ana María prestaba ya atención al endiosamiento de Ignacio, que no le gustaba ni pizca y creyó para sus adentros que aquella lección le convenía… Ignacio la regañó porque no parecía que el fiasco la hubiera afectado. "Te das cuenta? El primer pleito perdido". Ana María no dio su brazo a torcer. "Te convenía, Ignacio… Piensa lo que quieras, pero te convenía. La soberbia es mala consejera y tú ibas por ese camino. Mejor que tropieces ahora en una nadería que no que tropieces más tarde, cuando ya tengas bufete propio y te caiga un asunto de gran responsabilidad".

Fue la primera vez que Ignacio se marchó dando un portazo. Ana María, sorprendentemente, le pidió a Mari-Luz que le sirviera el té y se puso a silbar. Claro que le dolió el portazo, muestra inequívoca de mala educación. Pero estaba segura de que Ignacio se arrepentiría y le pediría excusas. Y había oído decir que lo mejor de los matrimonios era la reconciliación…

CAPÍTULO XXVII

LA SEMANA SANTA FUE, en efecto, peculiar. La impresión general era que la guerra en Europa daba sus últimas boqueadas, pero, por lo mismo, cualquier noticia que llegaba a la calle volvía a adquirir una importancia singular. Se confirmaba la aseveración de un corresponsal: "El primer bombardeo es tan trascendental como el último". El último no había llegado todavía, pero, por de pronto, Tito había permitido la entrada de tropas rusas en Yugoslavia y en los alrededores de Madrid se había acondicionado un aeropuerto americano para la expedición de socorros a Europa, la Europa que estaba hambrienta en medio del terremoto.

Con motivo de la Semana Santa, el Caudillo había conmutado la pena a trescientos condenados a muerte, lo cual arrancó lágrimas de gratitud entre las familias afectadas. En Gerona, una de las personas que lloró fue el patrón del Cocodrilo. Se libró de la muerte un cuñado suyo, de Teruel, que cuando los "rojos" conquistaron la ciudad clavó tres puñales consecutivos en los cuerpos de tres cadáveres enemigos. También se dieron por conclusos los expedientes por responsabilidades políticas.

Carmen Elgazu, que andaba preocupada porque en Bilbao había aparecido una bandada de grandes peces que causaban graves destrozos a la pesca de sardinas y anchoas, sabía algo del estado de ánimo que imperaba en su propia casa al llegar Semana Santa. Todos se acordaban de César, el hijo ausente. Y reprochaban al pobre doctor Gregorio Lascasas que su proceso de beatificación no anduviera más de prisa. Pobres mosén Alberto y padre Forteza! Hacían cuanto estaba en su mano y ellos hubieran dado carpetazo al asunto, convencidos de que el muchacho podía subir al altar. Pero el arzobispo de Barcelona, doctor Gregorio Modrego, exigía más y más pruebas, siguiendo, era de suponer, las instrucciones de Roma. Matías se enojaba con este asunto. "Al final exigirán que descienda con alas de ángel del campanario de la catedral".

Se hizo un gran silencio en la ciudad con motivo de la Semana Santa, contrariamente a lo ocurrido en las ferias y fiestas, durante las cuales se había inaugurado el mercado de abastos, se habían iluminado muchos monumentos, se tocaron muchas sardanas y se celebró un concurso de escaparates que ganó Perfumería Diana, gracias a que Paz Alvear acudió a darle a Dámaso unos cuantos consejos que, según el perfumista y peluquero, rayaban en lo genial.

Mosén Alberto colaboró en la expectación con una "Alabanza al Creador", publicada en Amanecer, que dejó estupefactos a mosén Falcó y al padre Jaraiz: el auténtico Cáliz de la Santa Cena se encontraba en la sala capitular de la antigua catedral de Valencia. Cáliz de comería oriental, con oro purísimo en las astas. Por testigos de la época. Plutarco entre ellos, ya se sabía que en aquellos tiempos tanto griegos como romanos, egipcios y hebreos usaban cálices preciosos en los convites de reyes y príncipes. "No podía ser menos para el Rey de Reyes".

Por su parte, Mateo, a modo de contrarréplica, informó a través del periódico que, en Sevilla, la duquesa de Osuna, la marquesa de San Joaquín y otras damas de la nobleza de la ciudad habían cedido sus valiosas joyas para que, durante aquellas jornadas, las luciera la Virgen de la Amargura. "Al terminar Semana Santa, la Virgen, como es de suponer, devolverá tales joyas a las marquesas y duquesas sevillanas".

Se proyectó en el cine Albéniz la película Jesús de Nazareth. Carmen Elgazu asistió, al lado de su marido y en vez de aplaudir, lloró. Lo que no comprendía era que, según el calendario, en la misma pantalla aparecieran "amantes" y pecadores de toda laña o "aquel gran profeta nacido en Israel". Aunque no le parecía que la palabra profeta fuera apropiada para aludir al hijo de Dios. Matías se abstuvo de cualquier comentario, si bien no veía claro por qué el centurión le clavó a Dios la lanza en el costado. "Aquí hay algo que mosén Alberto tiene que explicarme".

La procesión del Viernes Santo fue pródiga en sorpresas. Llevaban cadenas atadas a los tobillos. Agustín Lago, Sebastián Estrada y Cacerola. Los dos primeros, no se sabía por qué, puesto que las Constituciones -el reglamento- del Opus Dei se desconocían; Cacerola pedía un milagro. El milagro de que Lourdes recobrara la vista o, por lo menos, que el bebé que estaban esperando naciera sin esa tara.

Pero la sorpresa mayor la dio Alfonso Reyes, el cajero del Banco Anís, ex trabajador en las canteras del Valle de los Caídos. Su propio hijo, Félix, no acertó a comprender. Alfonso Reyes participó en la procesión llevando en lo alto un crucifijo de pequeño tamaño. No había precedentes de que el hombre fuera creyente, ni nadie le había visto jamás entrar en una iglesia. Pero, siguiendo en la línea de "perdonar" con la que asombró a todos a raíz de su liberación, había ido madurando y un buen día se confesó con mosén Alberto. "No sé por qué estoy aquí -explicó él mismo-, pero me gustaría que me diera la absolución". Mosén Alberto no lo dudó un instante. No le hizo la menor pregunta. Ego te absolvo… Luego resultó que Alfonso Reyes, en Cuelgamuros, en un momento de depresión, había prometido que si salía con bien de aquellos barrenos y su hijo, Félix, estaba a salvo, un día asistiría a la procesión con un crucifijo en la mano.

El hombre, pues, no había hecho otra cosa que ser fiel a sí mismo y cumplir. Lo que no le gustó fue aparecer al día siguiente en Amanecer, en primer plano, con el rostro compungido por la emoción. "Lo ves? -le dijo Félix-. Esa gente aprovecha cualquier ocasión para pregonar su mercancía". Alfonso Reyes terminó por alzar los hombros. "De acuerdo, de acuerdo. Pero de este modo yo estoy más tranquilo".

Paz Alvear y la Torre de Babel contemplaron la procesión desde el piso de la Rambla. Paz, desde que el Eje aparecía como derrotado, estaba siempre dispuesta a la generosidad del vencedor. Carmen Elgazu murmuró: "A lo mejor se convierte". Matías susurró: "No creo que los tiros vayan por ahí". Mateo iba con las autoridades, detrás del Cristo yacente y Pilar le enseñó a su hijo, izándolo como si fuera un estandarte. Ignacio se acordó de aquel año en que él llevaba capuchón y les dijo a los suyos que levantaría por tres veces el cirio para que le reconocieran. Contempló el desfile, junto con Ana María, desde el balcón de Manolo y Esther. Nadie reconoció a la hermana de don Eusebio Ferrándiz, ex sor Genoveva, la cual, con la ayuda del doctor Andújar, andaba venciendo su tenebroso mundo de escrúpulos.

El general Sánchez Bravo, mientras caminaba al lado del gobernador, camarada Montaraz, se preguntaba si el año próximo podrían celebrar tamaña procesión. De pronto, sus cálculos militares se habían derrumbado y las sonrisitas que entreveía incluso en los cuarteles lo tenían apabullado. Su hijo, el capitán Sánchez Bravo, hubiérase dicho que gozaba poniéndolo nervioso. Todos los días se plantaba ante el mapamundi y clavaba las banderitas a su antojo, ante el pasmo de Nebulosa. El territorio perteneciente al III Reich era ya muy exiguo, una pequeña mancha roja. Y pronto el rojo desaparecería por completo y sólo quedaría por resolver la contienda en la inmensidad del océano Pacífico.

Las esposas de los jerarcas, a excepción de Pilar -María Fernanda, Carlota y doña Cecilia- contemplaron el paso de la procesión desde el balcón de la Voz de Alerta. María Fernanda y Carlota estaban eufóricas porque veían a don Juan ocupando el trono antes de terminar el año; doña Cecilia no comprendía por qué, siendo Semana Santa, aquellas dos mujeres irradiaban satisfacción. Ella, desde que se casó, sólo había faltado a misa siete días, que fue lo que le duró un leve ataque gripal. "De qué os reís, si puede saberse?". "De ese hombre que va detrás de los de los caballos con una escoba y una pala". "Pues vaya. Él pobre… Ahí os querría yo ver".

Antes de que finalizara la procesión estalló un pequeño artefacto frente al palacio episcopal. No causó más que ligeros daños en la fachada y en la puerta. Pero conmocionó a toda la ciudad. En seguida empezaron las especulaciones y la Andaluza y sus pupilas, que habían esperado en el templo ocupando las últimas filas, huyeron hacia su casa de lenocinio. Se especuló sobre los maquis, en quienes, de un tiempo a esta parte, recaían todos los desaguisados. Los tres ex divisionarios especularon sobre el librero Jaime, cuyas heridas habían ya cicatrizado. Charo sospechó de Alfonso Reyes, que entendía de explosivos y que muy bien pudo hacerse el hipócrita… Todas las pesquisas, incluidas las de la brigadilla Diéguez, resultaron negativas. Sin embargo, aquel artefacto adquirió caracteres simbólicos. "El año pasado esto era inimaginable". "El reloj empieza a señalar la medianoche". "A saber adonde iremos a parar".

Al doctor Gregorio Lascasas le temblaban un poco las manos. Él se acariciaba el pectoral, pero le temblaban un poco las manos. Por primera vez se sintió solo en la inmensidad del palacio episcopal y recordó que, en cierta ocasión, el padre Forteza le sugirió transformar aquello en un museo. Él no prestaba oídos a chaqueteos de ese tenor; pero en las habitaciones retumbaban sus propios pasos y por primera vez se dio cuenta de lo que significaba que las monjas, ante él, esbozaran una genuflexión. " La Iglesia triunfante…" Qué decía el Papa? El Papa pedía rogativas por la paz. Pero, en España, la paz acaso supusiera más artefactos, esta vez en el interior del palacio y en su propia alcoba.

El desfallecimiento le duró unos pocos minutos. Mosén Iguacen hizo como que no se daba cuenta y el monseñor se dirigió al salón presidido por el obispo que le precedió y que murió mártir en los comienzos de la guerra civil. Aquello le infundió ánimo. "Si tú moriste mártir, también puedo hacerlo yo. Pero, en este caso, que sea con dignidad". Y dio orden para que, el Domingo de Resurrección, repicaran todas las campanas de la ciudad. Y para que se colocara un ramo de flores en el lugar preciso donde estalló el artefacto. Y se acordó del bombardeo de la basílica del Pilar, una de cuyas bombas dejó en la acera una señal en forma de cruz.

El camarada Montaraz, que no quería aparentar la menor vacilación o el menor temor, convocó a un guateque en el Gobierno Civil a todos los falangistas de ambos sexos que tuvieran a bien asistir. Acudieron incluso de los pueblos, capitaneados por Mateo y Marta. Acudió incluso Rogelio, que de buen grado cerró por unas horas la cafetería España. Acudió el cónsul alemán, Paúl Günther, quien fue el más aplaudido de la reunión! Paúl Günther, con las ojeras amoratadas, vestía de uniforme y saludó a lo nazi como sólo los nazis sabían hacerlo. Habló de una terrible venganza del III Reich, de su confianza en el Führer y de no sé qué paz que habría de durar mil años. Llevó consigo, burlando las leyes españolas, dos de los "internados" en el balneario de Caldas de Malavella y que también habían pertenecido a la Gestapo. Los falangistas, por un momento, se entusiasmaron como en los mejores tiempos. Se inventaron el milagro. El camarada Montaraz gritó: "Arriba España!", y todo el mundo le coreó. Especialmente Marta. Ésta se olvidó por completo de la existencia de Ángel -que no apareció allí por ninguna parte- y volvió a pensar, también por un momento, que la Falange, que la Sección Femenina, se bastaría para llenar su vida.

* * *

A todo esto, se consumó el derrumbamiento de Italia. Mussolini había pasado un invierno negro. Sólo un día, el 6 de diciembre, en la plaza de Milán, había vuelto a hablar como agitador de masas, saludando ante cinco mil entusiastas el advenimiento de la "República Social Italiana" y recobrando los acentos revolucionarios de sus años jóvenes. Pero, en realidad, en su villa del lago de Garda, estaba prisionero de los alemanes. Les odiaba y sabía que habían perdido la guerra, pero tenía conciencia de ser él mismo quien había fabricado la cadena que le mantenía unido a su fatal destino.

En los últimos días de abril se consumó la tragedia, que tanto había de afectar a los partidarios del Eje, como el camarada Montaraz, el general Sánchez Bravo, Mateo y Marta. Las noticias llegaban confusas, incluso las emitidas por la BBC y sus corresponsales. No obstante, se supo lo suficiente. Mussolini, el día 19 de abril, decidió dejar el palacio Fratinelli e ir de nuevo a Milán. Los alemanes trataron de disuadirle y de convencerle de que se trasladara a Austria y a Baviera. Sus íntimos le aconsejaban refugiarse en Suiza y la familia de Clara Petacci, su amante, le ofreció organizarle una falsa muerte para cubrir su partida hacia España o la Argentina. Él resistió a todas estas presiones. "Nunca abandonaré Italia". "He jugado y he perdido. Dejaré la vida sin odio y sin orgullo".

Había pasado semanas clasificando sus papeles de Estado, tomando notas, preparando su defensa; y también yendo de noche, en barca, a sumergir ciertos papeles en el lago Garda. En Milán esperaba negociar con el "Comité de Liberación Nacional". Le ofrecería la capitulación del fascismo. Pediría clemencia para los Camisas Negras, quizá para sus jefes, quizá para él mismo…

En ese momento estalló en Milán la insurrección del pueblo. Entonces la comitiva, un convoy de varios coches, se dirigió hacia Como, camino de la frontera suiza y del Brennero. Mussolini iba en un Alfa Romeo, con chaqueta de cuero y una metralleta en las rodillas. Graziani y otros ministros se amontonaban en otro Alfa Romeo. Otro coche en el que ondeaba la bandera española transportaba a Clara Petacci, su hermano y su cuñada. A las diez de la noche llegaron a Como y Mussolini fue a dormir a la prefectura. La frontera suiza estaba a diez kilómetros.

Mussolini pasó el día siguiente en Menaggio, en un cuarto de hotel, trabajando en sus documentos o escuchando la radio, que sólo le hablaba de derrotas y desastres. Pavolini llegó a su lado. Le había prometido llevarle tres mil voluntarios dispuestos a correr su suerte, y sólo le llevaba doce! Doce hombres… Era lo que quedaba de las falanges que tantas veces habían gritado: "Creer, obedecer, combatir!" y que habían aclamado el lema del Duce: "Mejor vivir un día como un león que cien años como corderos".

La columna volvió a partir. Clara le acompañaba, con una gorra que la hacía parecer un soldado y se acurrucaron juntos, bajo la cúpula de acero, con los dedos enlazados.

Una patrulla de partisanos detuvo la columna. El jefe, un tal Barbieri, ofreció dejar pasar a los alemanes, a condición de que no llevasen italianos. Pasaron los camiones alemanes, con Mussolini en uno de ellos. Clara Petacci pasó con el coche que llevaba la bandera española.

Diez kilómetros más allá la carretera atravesaba la pequeña ciudad de Dongo. Esta vez los partisanos habían sido alertados. Un ministro de Mussolini había declarado durante su largo interrogatorio: "Mussolini está con nosotros".

Media docena de hombres reivindicaron el honor de haberle reconocido. Mussolini se dejó detener sin ofrecer resistencia. Los alemanes no movieron un dedo para defenderle.

Los partisanos temblaban por la seguridad de su prisionero, al ignorar lo que las jerarquías querían hacer con él. Le taparon la cara con una gasa, para hacerle pasar por herido. Mussolini, debajo de su capote alemán, tiritaba de frío.

En Dongo reconocieron a Clara Petacci, la cual pidió seguir la suerte de Mussolini. Se le concedió el favor.

Llegaron a una casa de campesinos en la aldea de Azzano, en las pendientes que dominan el lago. Mussolini y Clara hablaron largamente, y luego él se durmió con un sueño ruidoso.

La mañana del 27 se levantó radiante. Mussolini y Clara se despertaron tarde. Ella se desayunó con un plato de polenta. Él trató en vano de tragar un poco de pan. Luego Mussolini se sentó en el alféizar de la ventana y contempló las montañas.

El ejecutor llegó a las cuatro de la tarde, un contable que en la Resistencia tomó el nombre de "coronel Valerio". Traía la orden de Palmiro Togliati de fusilarlos.

Al irrumpir en el cuarto dijo: "Dense prisa, vengo a salvarles". Clara se retrasó hurgando en la cama. "Qué busca?", le preguntó Valerio. "Mis bragas".

El "coronel Valerio" hizo subir a su coche a Mussolini y a Clara. El chófer, Geminazza, veía la pareja en el retrovisor. Él muy pálido, ella muy tranquila y sin aparentar ningún miedo.

El coche se dirigió a la aldea. Valerio lo hizo detenerse ante la villa Belmónte, desierta, rodeada de una verja. Al parecer, Clara intentó cubrir con su cuerpo a Mussolini, gritando: "No! No podéis matarlo así!". Hicieron falta varias descargas y el tiro de gracia para abatir a Mussolini.

En Dongo fueron fusilados 15 fascistas de la comitiva, entre ellos Pavolini, Martello Petacci y Bombaci, "el traidor" que delató la presencia de Mussolini. Todos fueron llevados a Milán, donde fueron arrojados con otros cadáveres, algunos anónimos, en la plaza Loreto, no lejos de la estación central. Se desencadenó la ira de la multitud. Mussolini, muerto, fue golpeado, desfigurado, traspasado de balas, colgado por los pies por el mismo pueblo que perdió los pulmones aclamando al Duce vivo.

* * *

Pocos días después llegó el fin de Hitler, quien se había refugiado en un formidable bunker construido exprofeso en el propio Berlín. Goering le envió un telegrama pidiéndole permiso para tomar el mando de la situación y hacer lo que más conviniera al país. Hitler entrevio que Goering quería pactar con el enemigo y ello le arrancó del abatimiento a que se había entregado. Insulto a Goering en los términos más ultrajantes y luego redactó sus órdenes al jefe de las SS. Hermann Goering, culpable de alta traición, debía ser privado de sus títulos y dignidades y condenado a muerte. Hitler, en consideración a sus pasados servicios, le conmutó la pena, pero ordenando que fuera detenido inmediatamente.

Una mujer, la bella aviadora Hanna Reitsch, consiguió llegar al bunker, en compañía de Von Greim, herido. Escenas de indignación, de emoción y de lágrimas tuvieron lugar entre el Führer, el herido y la aviadora. Hitler aulló contra la traición de Goering y a través de ráfagas de esperanza gimió por su suerte fatal. Su estado físico -decía- no le permitía morir con las armas en la mano, ni quería caer vivo en manos de los rusos; entonces, pondría fin a sus días.

Hanna Reitsch y Von Greim le pidieron el favor de compartir su suerte. Hitler rehusó, nombró mariscal a Von Greim y le ordenó que se pusiera al mando de la Luftwaffe y se fuera al frente. Pero no había ningún avión preparado para el vuelo y habría que esperar.

Entretanto, los rusos entraban en Berlín, ocupándolo poco a poco, en una batalla que duró una semana. Todo iba cayendo al compás de los bombardeos. Una formidable detonación conmovió a toda la ciudad cuando un depósito de Panzerfaüste saltó en Potsdamreplatz, causando una horrible carnicería. Una tragedia todavía más horrible tuvo lugar debajo de la calzada. Los zapadores habían dado orden de hacer saltar las compuertas del Ladwehr Kanal, para inutilizar los túneles del Metro que utilizaban los rusos. En las tinieblas, los millares de civiles que se habían refugiado allí huían a tientas ante la subida de las aguas. Centenares de no combatientes, con una fuerte proporción de niños, perecieron ahogados o asfixiados.

Tres millones de berlineses y de refugiados se agazaparon en los sótanos, en los túneles del Metro, en los bunkers de la defensa pasiva. El miedo, el hambre y la sed se habían apoderado de ellos.

Algunos salían un momento y bebían en los charcos, buscando las ruinas de un almacén de alimentación o la gran suerte de un caballo muerto. Volvían a su cueva cargados con un trozo de carne sangrante o un cubo de agua procedente de las alcantarillas.

En otros sitios, había ahorcados balanceándose al soplo de las explosiones. Soldados desbandados que habían tenido la mala suerte de encontrar una de las patrullas de jóvenes SS encargados de hacer obligatorio el heroísmo, llevaban letreros en el pecho: "Cuelgo aquí porque soy un desertor". "Cuelgo aquí porque soy un cobarde". "Cuelgo aquí porque he dudado de mi Führer".

El día 28 trajo un nuevo desgarrón: un comunicado de la agencia Reuter reveló que Himmler había tratado de negociar, por mediación del conde de Bernadotte, la rendición del Reich a cambio de la sucesión de Hitler. Éste clamó: "Otro traidor!". Eva Braun no tuvo más que un suspiro: "Pobre Adolfo! Todo el mundo le traiciona!".

El día 29 tuvo lugar la boda de Eva Braun e Hitler. Los testigos fueron Goebbels y Bormann. El funcionario del registro civil se llamaba Walter Wagner. La escasa corte, una decena de hombres, tres o cuatro mujeres, entre las cuales se encontraba la cocinera vegetariana de Hitler, Manzialy de nombre, desfilaron ante los recién casados. Éstos se retiraron luego para un desayuno nupcial y luego Hitler dejó a su mujer y se encerró con su secretaria, Frau Junge, en la celda que le servía de gabinete de trabajo. Dictó su doble testamento, el político y el privado, los cuales habían de serle muy útiles al doctor Andújar para sus carpetas sobre la personalidad del Führer.

El testamento político era un alegato y una maldición. Hitler se defendía de haber querido la guerra y hacía responsables de su pérdida a los oficiales cobardes y traidores. Estigmatizaba a Goering y a Himmler; designaba su sucesor: el almirante Dóenitz y se ocupaba de los principales puestos del Estado. Concluía con un grito de odio: el pueblo alemán debía mantener con todo su rigor las leyes raciales y de manera implacable "contra los envenenadores de todas las naciones, los judíos".

En su testamento privado, Hitler legaba todos sus bienes personales al Partido; si el Partido no existía, al Estado; si el Estado también era destruido, "toda disposición sería superflua". Pidió que las obras de arte que había reunido constituyesen un museo en Linz, su ciudad de origen. Explicó su matrimonio. Tras de muchos años de sincero afecto, Eva Braun había decidido libremente compartir su camino hasta el fin y él había querido llevarla consigo como su mujer a la gran partida. "Mi mujer y yo hemos decidido morir para evitar la vergüenza de una captura. Queremos que nuestros cuerpos sean inmediatamente quemados en el lugar donde, durante doce años, he cumplido la mayor parte de mi esfuerzo al servicio de mi pueblo".

Goebbels quiso seguir el ejemplo. Redactó lo que él llamó un apéndice al testamento político de Hitler. "En el torbellino de traiciones que rodea al Führer, debe haber al menos un hombre que siga a su lado, incondicionalmente fiel hasta su muerte. Pasaría el resto de mis días considerándome un traidor despreciable y vulgar si obrara de otro modo". Goebbels, pues, declaró que se quedaría en Berlín hasta el final, poniendo fin a su vida ya sin objeto. Su mujer compartió su decisión, en lo que la concernía y en lo que concernía a sus seis hijos, demasiado pequeños para poder pronunciarse por sí mismos. No era concebible para ellos ninguna existencia fuera del nacionalsocialismo; morirían con su muerte.

Hitler declinó toda proposición de posible huida, por lo demás harto inverosímil. No quedaba más que morir. Ya había dado orden de suprimir a su perra alsaciana, Blandí, signo indudable de su resignación.

Al comienzo de la noche, Hitler se despidió de sus secretarias, excusándoles de no darles como último recuerdo más que un poco de veneno y lamentando no haber tenido generales tan fieles como ellas. Fuera había oficiales y gentes de las SS que se levantaban la tapa de los sesos, algunos en medio de festines últimos con champán y mujeres.

Hitler todavía almorzó. Estaba en la mesa, en el paso central del bunker, mientras su chófer, Erck Kempka, ayudado por cuatro soldados, transportaba al jardín de la cancillería los 180 litros de gasolina que debían servir para poder carbonizar su cuerpo y el de Eva. Se reunió con su esposa en la celda donde ella se había quedado durante la comida, volvió a salir con ella y pasó ante Goebbels, Bormann, Kregs, Burgdorf, Naumann y algunos subalternos y secretarias. No hubo manifestaciones oratorias; sólo silenciosos apretones de manos. En ese momento los rusos no estaban ni a cien metros del bunker.

Adolfo Hitler y Eva Braun volvieron a su apartamento. Se oyó una detonación. Hitler se había disparado con un revólver en la boca. La señora Hitler había muerto silenciosamente con un sello de veneno. Sus cadáveres fueron incinerados. Pocos días después, el 7 de mayo, el general Jold, en representación del almirante Dóenitz, firmó con el general Eisenhower la capitulación de Alemania.

* * *

En Berlín cesó el estrépito de la batalla. Multitudes lívidas salieron de los refugios. Lo que vieron era espantoso. Las ruinas eran las más extensas que nunca hubiera acumulado el furor de los hombres. Los rusos, dueños de aquella situación, hicieron lo que les vino en gana. Las mujeres quedaron entregadas al ultraje del vencedor. Asimismo llegó la orden de transportar las fábricas berlinesas a la URSS. El desmontaje llegó cuando aún se luchaba.

Ahora bien, entregado Berlín y firmada la capitulación de Alemania, quedaban aún muchos ejércitos alemanes en pie de guerra. Ocupaban Noruega, Dinamarca, la mayor parte de Holanda, incluidas Amsterdam y Rotterdam. En Francia, grandes extensiones. En el Mediterráneo, posesiones tan lejanas como Rodas y Creta. Toda Checoslovaquia. Tres millones de soldados alemanes estaban aún en armas desde el cabo Norte hasta el mar Egeo. Los refugiados agravaban la situación. Sumaban, quizá, siete millones.

El mariscal Keitel firmó la rendición sin condiciones de todos los ejércitos del III Reich. Poco después, varios generales alemanes se suicidaron. Himmler acabó por entregarse a un puesto inglés, pero en el momento de iniciarse el cacheo masticó una pastilla de cianuro y cayó rígido. La guerra en Europa había terminado. Sólo continuaba en Asia, donde la situación del Japón seguía siendo impresionante.

* * *

En Gerona se vivieron aquellos acontecimientos -se tuvo noticia de ellos- poco a poco y con la natural confusión. Resultó curioso que, excepto los directamente afectados y los germanófilos a ultranza, que formaban legión, el resto continuó con sus labores habituales, como si nada ocurriera. La costumbre había puesto una coraza en muchos hogares y en muchos corazones. La gente sólo se preguntaba qué iba a ocurrir a partir de ese momento, pero sin exceso de curiosidad. Muchos barruntaban que se acercaban días peores -el bloqueo del Régimen español-, otros intuían, casi supersticiosamente, que Franco se saldría con la suya y se mantendría en el poder.

Mateo se pasaba el día yendo y viniendo de un lado para otro, con su cojera a cuestas. Coincidía con la Voz de Alerta en la redacción de Amanecer. Mateo copiaba muchas noticias del periódico Arriba, órgano oficial de Falange, según el cual -los militares habían hecho los debidos cálculos-, la ocupación de las zonas asiáticas en poder del Japón y la del Japón mismo, costaría a los aliados 500 000 muertos.

– No es profetizando cifras de muertos como tranquilizarás a la población -le decía la Voz de Alerta a Mateo.

– No se trata de tranquilizar a nadie, porque en España no va a pasar nada -replicaba Mateo-, pese a los pronósticos de Núñez Maza. Se trata de que vivan de realidades los que festejan la victoria, que en definitiva es la victoria de Rusia, no sólo por el tratado de Yalta, sino por haberles entregado Berlín.

Ésta era la clave de la cuestión, que el camarada Montaraz veía también con claridad. Rusia, la gran vencedora. Cien millones de europeos ofrecidos graciosamente a sus garras, que no iban a soltar un solo palmo de terreno.

– Churchill y Roosevelt subestimaron siempre el peligro comunista -argumentaba el gobernador-. Y ahora Truman otro tanto. Con el tiempo abrirán los ojos, pero ya será tarde. Da la impresión de que Churchill está cansado de tantos años de lucha. Cansancio de consecuencias incalculables, como la historia demostrará…

Por las calles no se notaba el menor cambio. Además, era primavera. La palabra mágica por excelencia. La Semana Santa quedaba atrás y la naturaleza festejaba la resurrección del Señor, según palabras del obispo, doctor Gregorio Lascasas. Alfonso Reyes estaba tranquilo. Solita, en la consulta del doctor Andújar, también pese a que el número de "neuróticos" había aumentado de forma considerable, tal vez debido al vapuleo informativo. Lourdes, la mujer de Cacerola, dio a luz un hermoso varón, sin la menor lesión en los ojos! Cacerola fue a San Félix y besó la urna del Cristo yacente y, luego, invitó a todos los clientes de la fonda Imperio a brindar con él. Santiago Estrada, alegre por temperamento, que cumpliendo su promesa llevaba todavía la gorra de marino tocó la guitarra. Tenía una alumna: Ana María. Ésta se había decidido por fin a aprender a tocar el instrumento, a la vez que Esther le daba clases de inglés y Eva de alemán. Ignacio sonreía. Sonreía feliz viendo que Ana María no había perdido un ápice de curiosidad y ganas de superarse. Todo aquello era la compensación de no existir en Gerona la posibilidad de estudiar para bibliotecaria.

Tal vez Eva fuera la mujer más feliz de Gerona, aunque lo disimulaba. De cuerpo enclenque, incluso se cambió de peinado -peluquería Charo- y se colocó pestañas postizas, que arrancaron de Moncho una sonora carcajada. Eva estaba contenta por el derrumbamiento de Hitler y de todo lo que él representaba. Por culpa del Führer ella se había quedado sin familia y habían muerto -y morirían aún- millones de seres humanos. Lástima no haberlo podido juzgar. Por lo visto una serie de grandes responsables, empezando por los mismísimos Goering y Bormann, habían caído prisioneros. El Führer se disparó en la boca, en aquella boca que había hipnotizado a todo un pueblo considerado culto, especialmente a la juventud, que se le entregó totalmente.

Hubiérase dicho que Eva había perdido la timidez, que se abría a un mundo nuevo y hablaba ya un castellano bastante correcto, si bien con un acento alemán que resultaba gracioso al oído. Ana María estaba encantada con ella. Eva le proporcionaba muchos datos. Por ejemplo, que Pétain había solicitado regresar a Francia para ser juzgado. Que en Madrid desfilaron gran número de personas por la embajada alemana a firmar en los pliegos de pésame por la muerte del Führer; que el gobierno de Portugal había decretado dos días de luto por dicha muerte y que De Valera, en Irlanda, había expresado públicamente su pesar. Que, por el contrario, en Nueva York la alegría era indescriptible, habiéndose iluminado la antorcha de la estatua de la Libertad y considerándose el 8 de mayo como el día de la victoria de las Naciones Unidas en Europa. Que Jorge VI había pronunciado un discurso emocionante dirigido a la Commonwealth y que en Gibraltar se celebraban grandes festejos. Asimismo, Franco recibía felicitaciones de todas las corporaciones oficiales de España "por haber librado al país de entrar en la guerra" y en la catedral de Toledo se había celebrado por la misma causa un Te Deum de acción de gracias.

Pero la noticia que mayormente impresionó a Ana María fue que, según Eva, a medida que se ocupaban los territorios del Reich se iba conociendo la existencia de "campos de exterminio", sobre todo contra los judíos. Al parecer, el de Dachau y el de Belsen eran una pesadilla fuera de toda concepción humana, así como el de Auschwitz, si bien era muy presumible que la población alemana, por lo menos en su gran mayoría, no sospechara siquiera que existían tales campos. "En Auschwitz, además de los judíos, han perecido miles de gitanos, lo que sin duda dolerá a José Luis y Gracia Andújar".

Ignacio, al enterarse de esto, casi lanzó un alarido. Por influencia de Eva y de Moncho -y, naturalmente, de Manolo y Esther-, el muchacho había ido acumulando rencores contra Hitler y sus secuaces. Pero lo de los "campos de exterminio" colmó su indignación. Discutió agriamente con Mateo y también con el camarada Montaraz, quienes negaban toda verosimilitud a tales noticias. "Ahora los aliados se inventarán lo que les parezca". Ignacio replicó: "A mí me basta con ver la facha del cónsul Paúl Günther para creer a los nazis capaces de todo".

Paz Alvear se subía por las paredes. No estaba tan aburguesada como hubiera podido pensarse. Quería secuestrar a Paúl Günther o algo así. O envenenar a sus perros. La Torre de Babel le acariciaba la barbilla. "Hala, tozuda. Lo máximo que te permito es que vayas a depositar una corona de flores a la tumba de tu primo, José Alvear, que si ahora estuviera en Berlín alcanzaría el éxtasis".

Jaime, el librero, vio ante sí un porvenir espléndido. Supuso que las jerarquías españolas no tendrían más remedio que autorizar la venta de muchos libros prohibidos durante años. Por de pronto, el 2 de mayo se había celebrado una conferencia, a cargo de mosén Alberto, por el aniversario del nacimiento de Verdaguer y había anunciado en Amanecer la venta de sus Obras completas. Para despistar había sacado una fotografía del ramo de flores depositado ante el palacio episcopal, en el lugar donde estalló el artefacto y, debidamente ampliada, la exhibió en el escaparate.

Ángel, que efectivamente miraba a Marta de un modo muy particular, se sentía incómodo en casa, donde su padre, el gobernador, continuaba defendiendo a ultranza al III Reich, "el único que se había enfrentado al comunismo". Ángel se refugiaba en su profesión de arquitecto y en su afición al ajedrez y a la fotografía. No sólo había ya publicado con mosén Alberto la monografía sobre el arte románico en la provincia -que estaba obteniendo una excelente acogida-, sino que ahora se dedicaba a retratar niños. De los viejos y los locos había pasado a retratar niños… y bebés. De acuerdo con el doctor Morell, fotografiaba bebés en el preciso momento en que salían del vientre de la madre. A Sara, la comadrona, aquello no le hacía pizca de gracia. "Es una especie de masoquismo -decía-, pues los crios al nacer parecen ranas untadas y pegajosas". Pero a Ángel le servía de experimento y además le desvelaba una importante parcela del misterio de la vida. Por lo demás, también retrataba niños ya creciditos y ufanos. A Augusto, el hijo de la Voz de Alerta y Carlota, le sacó una fotografía deliciosa, en el momento en que el niño, con un babero, se llevaba a la boca una cucharada de papilla. A César le quitó el chupete, le colocó un cigarrillo entre los labios y disparó. Fue éste el gran regalo primaveral para la familia Alvear. Pilar le preguntó bromeando: "Cuánto te debo?". Y Ángel estampó en su mejilla un beso tan rotundo que arrancó de Mateo un comentario alarmado: "Eh, qué pasa aquí?". También el niño de Cacerola le salió muy "majo". Lourdes acarició la cartulina y preguntó: "De qué color tiene los ojos?". "Azules", contestó Cacerola. Y el niño, que se llamaba Eladio, como su padre, rompió a llorar.

* * *

La tertulia del café Nacional continuaba con su ritmo sabático. El primer sábado del mes de mayo se reunieron todos sus componentes y algún "mirón". Anecdotario nacional, que contrastaba con los acontecimientos que vivía el mundo.

Matías puso sobre la mesa de mármol la primera noticia: "En las últimas fallas de Valencia se presentó una en la que se veía a Manolete pinchando con su estoque un fardo de billetes de mil". El canario Grote repitió una frase entresacada de un sermón del cardenal Segura: "Nuestro Papa Pío XII, felizmente reinante y al cual yo no voté…" Galindo, preocupado, de un tiempo a esta parte, por el estreñimiento, levantó en alto un recorte de La Vanguardia: "Laxer Busto. Laxante que educa el intestino". Matías comentó: "No sabía que tuviera usted el intestino mal educado". Jaime, el librero, blandió otro anuncio: "Por qué la casa Pujol es la que vende más bragueros? Visítenos y se convencerá". Herreros, el dependiente madrileño de la peluquería Dámaso, intervino con otra cita: "No tenga usted manos de fregona. La cera Aseptina, mágica, las transformará en delicadas y suaves". Leopoldo, el contable de los Costa acudió con una frase del camarada Montaraz: "Según la Falange, el obrero y el técnico no venden sino que ponen su trabajo. Son socios que se unen al empresario para producir y formar con él una sola sociedad". Marcos, el marido de Adela, trajo una noticia inesperada: en Barcelona iban a celebrarse cursillos especiales para capellanes de prisión. "Qué podrán enseñarle, que no sepa, a mosén Falcó?". Ramón, el camarero, dijo que lo que a él le gustaría sería visitar Hollywood, donde acababa de filmarse en tecnicolor la película Virginia.

Terminado el turno, y en honor de la situación mundial, la velada se prolongó. Se supo que Churchill, en sus ratos libres, era pintor y que había expuesto varias obras en París con el seudónimo de Charles Maurin. Que el Gerona se había proclamado campeón nacional de hockey sobre ruedas. Que habían sido concedidos seis millones para reformas urbanas en Gerona. Que en Madrid se había inaugurado el III Salón de la Moda Española, por el que desfilaron 80 modelos. Que la canción de moda era: "La muchacha que patinando se cayó. Y en el suelo se le vio… qué se le vio? Que no sabía patinar". Que Nuestra Señora de Montserrat era la patrona de los pasteleros y de los confiteros. Que en Lisboa un hombre comía exclusivamente serrín desde hacía tres años. Y que Franco, en un discurso a los asesores religiosos de Auxilio Social había dicho: "La batalla que hace nueve años nosotros hemos emprendido es la batalla que no se pierde: la batalla de Dios".

Llegados aquí, todos los que no intervenían en las partidas de dominó se dispersaron, excepto el camarero Ramón. Matías, aquella tarde, espoleado porque su nieto, César, empezaba a deletrear "a-bue-lo" les pegó a sus adversarios una paliza fenomenal.

CAPÍTULO XXVIII

– QUÉ ESTAMOS HACIENDO EN UpA? Podemos regresar a Moscú…

Así lo hicieron. Los tiempos habían cambiado. ' La Pasionaria', Cosme Vila, su mujer e hijo, Regina Suárez y el madrileño Ruano, además de algunos mutilados que se les habían unido, cargaron con la emisora Radio España Independiente y volvieron a la capital de la URSS.

Su euforia estaba justificada. Suponían que el régimen de Franco tenía los días contados. Desde Moscú, en sus emisiones, bombardearon a la población española con frases que parecían ultimátums. Invitaban a la gente a que secundara la lucha de los maquis que, en efecto, estaban efectuando actos de sabotaje en diversas zonas del territorio nacional. En Francia acababa de crearse el Buró Político, al mando de Santiago Carrillo, para cursillos intensivos de tres meses. Según noticias, las zonas más activas eran Levante y Aragón. También Andalucía, bien que el individualismo andaluz era más proclive al anarquismo que a una acción coordinada. También Galicia, donde todo lo que fuera "clandestino" y "misterioso" tenía buena acogida.

Uno de los slogans utilizados por Cosme Vila en la emisora era que la URSS, después de su victoria, convertiría en democracias las naciones ocupadas. Cosme Vila, al decir esto, sonreía por lo bajines. ' La Pasionaria' no se manifestaba al respecto. Regina Suárez se encogía de hombros. "Lo que haga Stalin lo doy por bien hecho. Ha demostrado ser el hombre más astuto y más fuerte del planeta".

La mujer de Cosme Vila entreveía la posibilidad de volver a Gerona, con su hijito, que era casi trilingüe: catalán, castellano y ruso. Muchacho avispado, al que Ángel gustosamente hubiera sacado una colección de fotografías. Cosme Vila era el más escéptico del clan. No tenía la menor confianza en las "democracias occidentales", las cuales, de haber querido derribar a Franco, lo hubieran hecho ya y hubieran juzgado al Generalísimo como se aprestaban a juzgar a Pétain y a Laval. No obstante, no daba el pleito por perdido. A lo mejor, una vez vencido el Japón, Stalin se decidía a exigir el desmantelamiento del franquismo.

' La Pasionaria' estaba contenta porque muchas fábricas y centros de la URSS continuaban siendo bautizados con el nombre de su hijo, Rubén, y el estandarte bajo el cual cayó muerto figuraba ya en el Museo del Ejército de Moscú. Cosme Vila, en cambio, estaba preocupado. Su mujer había empezado a perder peso y desmejoraba a ojos vistas. Una inmensa fatiga se había apoderado de su cuerpo y la comida le sentaba fatal. En Moscú visitaron a su médico de cabecera -doctor Stronsky, antiguo combatiente en la guerra de España- y el diagnóstico, previos los análisis de rigor, fue fulminante: leucemia. La noticia cayó sobre Cosme Vila y camaradas como un rayo. No había nada que hacer. Ni siquiera la medicina soviética podía detener el acelerado avance del mal.

– Cuánto calculan que podrá vivir?

– Tres meses a lo sumo…

Tres meses. Tal vez lo suficiente para que la victoria fuese total y se distribuyeran definitivamente las zonas de influencia. Cosme Vila simuló la mayor consternación. En efecto, el jefe comunista de Gerona se había cansado a la postre de tener a su lado una mujer que se lamentaba de noche y de día, y había encontrado consuelo en una maestra amiga de Regina Suárez, llamada Leonor. Era de Alicante y alegre como unas castañuelas. Se veían a escondidas y Leonor, enamorada casi escandalosamente de Cosme Vila, debía hacer verdaderos esfuerzos para que no se descubriera su secreto. Era la hija de un militar republicano que voló por los aires en el frente de Madrid. Tres meses le pareció mucho tiempo…, pero sabría esperar. Incluso, en prueba de honestidad, le propuso a Cosme Vila una tregua hasta que éste quedara libre y pudieran unir sus vidas.

Cosme Vila había entrado en contacto con varios desertores de la División Azul, que le habían contado verdaderas atrocidades sobre la represión franquista. El hombre no se acordaba en absoluto de su debe en esta materia, de los desmanes y asesinatos que había cometido al inicio de la guerra civil. Ignoraba la palabra remordimiento. La causa por la que luchaba era sublime: redención universal. Estaba convencido de que, a la larga, el mundo sería comunista, aun sin necesidad de una tercera guerra mundial. Leonor compartía su parecer. Detectaba en las "democracias" flaquezas inadmisibles, candidez, hedonismo, que irían socavando su poderío. Y pensaba que los países colonizados por tales democracias se levantarían con gesto agrio exigiendo la justicia primero y la independencia después. Claro que, para que todo ello ocurriera, sería preciso esperar más de tres meses…

En Gerona había quien escuchaba Radio España Independiente. Además de los comunistas anónimos, el padre Forteza. El padre Forteza volvía del revés los argumentos y no temía, a la larga, ninguna catástrofe para Occidente, porque donde él detectaba "flaquezas" y "candidez" era en los planteamientos de la URSS. Sin religión el hombre no podía vivir. Y aunque el comunismo era una suerte de religión, le faltaba la trascendencia, el consuelo de saber que no todo acababa con la muerte.

Tal vez la mujer de Cosme Vila, de haber oído al jesuíta, le hubiera dado la razón. No hubo necesidad de comunicarle el diagnóstico de los médicos: sentía cómo el mal se apoderaba de su ser. Y siendo esto así, de qué le servirían Lenin, y Stalin, y la redención universal? De qué le serviría la conferencia de Yalta? Miraba "Cosme Vila y pensaba: "Qué será de él?". Miraba a su hijo, rebautizado Wladimir y se preguntaba: "Qué será de él?". Leonor intentaba consolarla. "Anda, mujer, que la naturaleza da muchas sorpresas y a lo mejor te curas. No olvides que los médicos rusos también se equivocan".

No se equivocaron. Antes de que finalizara el mes de mayo la mujer murió. Fue enterrada muy cerca de donde lo fuera José Díaz, el secretario general del Partido Comunista, que se suicidó. Aquel día la emisora Radio España Independiente se dirigió a los españoles como si nada hubiera ocurrido…

Y entretanto, todavía quedaban varios miles de niños españoles repartidos por la URSS y los territorios ocupados. Cuándo podrían "repatriarse"? Y cómo? Regina Suárez hubiera querido reunirlos a todos y enviarlos por vía aérea a Madrid.

También habían cambiado las cosas en Gerona. Ignacio ya no era un abogado "novato" sino que, en la Audiencia, daba muestras de una claridad mental y de unas facultades persuasorias que, dada su juventud, causaban el asombro de los magistrados. Falta le hacía a Manolo que su "pasante" se comportara así porque su bufete era ya, con mucha diferencia, el más prestigioso de la provincia. Hasta el extremo de que se permitían el lujo de rechazar determinados asuntillos y cedérselos a Mijares, el abogado de la Agencia Gerunda, el cual, dicho sea de paso, era un segundón.

A todo ello había que unir la herencia que le cayó del cielo a Ignacio a través de Ana María, a través de la fuga de don Rosendo Sarro, quien, según noticias, se estaba afianzando cada vez más en el Brasil. Esther tomó la iniciativa.

– No crees, Manolo, que deberías concretar, en el bufete, la situación de Ignacio?

– Concretar…? Qué quieres decir?

Esther, como siempre, se acurrucó en el diván.

– Modificar las condiciones… Ahora le tienes a sueldo, no es eso?

– A sueldo, más comisiones… -Manolo añadió-: No creo que tenga queja.

Esther insistió. Era evidente que una idea fija le bailaba por la cabeza.

– El muchacho, que yo sepa, no se ha quejado…

La mujer añadió, después de una pausa:

– Admitirías que, para ti, es una pieza fundamental?

Manolo miró expresivamente a Esther. Empezó a barruntar que la cosa iba en serio, pues la mujer fumaba con su larga boquilla.

– Sí, lo admitiría -asintió Manolo-. Ignacio es mucho más que un pasante. Es un abogado de tomo y lomo.

– De tomo y lomo… -Esther midió bien sus palabras-, que por lo mismo entraña un peligro.

– Cuál?

– Que cualquier día se te escape.

– Escaparse…?

– Sí. Quiero decir… que te diga adiós muy buenas y se establezca por su cuenta.

Manolo sacudió la cabeza, como si le picara un mosquito.

– Bah…

– O que coja el portante, puesto que a Ana María no acaba de gustarle Gerona, y se plante en Barcelona…

– En Barcelona? Mi padre, si te oyera, soltaría una carcajada…

Esther no prolongó la conversación. Le repitió: "Piénsalo. Que no se te escape…", y la mujer le dio un beso a Manolo y se fue a la peluquería Charo.

Manolo, al quedarse solo, reflexionó. Fue él quien, esta vez, se sentó en el diván, a horcajadas y encendió un pitillo. Sabía que Esther no hablaba nunca porque sí. Y en esta ocasión el tono de su voz no mentía. Era algo que sin duda había meditado largamente.

El tira y afloja duró un par de días. Manolo inspeccionaba de reojo a Ignacio, quien volcaba toda su concentración en los expedientes. Y según como le fuera en el Juzgado o en la Audiencia regresaba de malhumor o con aire triunfal.

La idea de Esther se clarificó de forma meridiana: sugirió el ascenso de Ignacio a la categoría de socio, a todos los efectos. "Cambiar la placa de la puerta y poner: Bufete-Abogados. Manolo Fontana-Ignacio Alvear". Así, de pronto, podía parecer exagerado; a largo plazo, sacar la lotería. Amarrar al muchacho, tal vez para siempre…

Manolo, después de darle vueltas y más vueltas, cedió. Los argumentos de Esther se le antojaron convincentes. Era un cambio brutal, pero preñado de sentido común. "Para que no se te escape…"

– De acuerdo! Mi socio… Y beneficios a medias -luego añadió-: Ignacio se lo ha ganado a pulso y mi padre repite siempre: caballa ganador.

Esther sonrió, halagada. A veces a Manolo, muy suyo, se le olvidaban cosas elementales. Y se acercó al ventanal y miró fuera, a la Rambla.

– Me alegro mucho… Y no te arrepentirás.

Manolo se le acercó y le dio un beso.

– Pleito decidido…

* * *

Cuando Ignacio se enteró de la noticia quedó estupefacto. Confiaba, cómo no!, en sus propias fuerzas, pero jamás se le había ocurrido semejante distinción, ni había pensado nunca en emanciparse. Tenía mucho que aprender. También sabía que don José María Fontana, en sus periódicas visitas a Gerona, soltaba siempre lo de caballo ganador.

Se alegró lo indecible y Ana María pegó un salto y llamó por teléfono a Manolo y Esther. "Me habéis hecho muy feliz, muy feliz…" Los dos matrimonios acordaron celebrar con cierto fausto el acontecimiento. "Socios, a todos los efectos…" Se reunieron a cenar en el restaurante de la Barca y sellaron el pacto, que luego ratificarían en el despacho del notario Noguer. A Ignacio le pareció que subía en globo. Ana María llegó a pensar que Gerona le gustaba un poco más… Acordaron publicar la noticia en Amanecer. Un anuncio. "Bufete-Abogados. Manolo Fontana-Ignacio Alvear". Luego, encargarían la placa, que debía ser dorada y con las letras bien visibles. Luego, contratarían otra secretaria. Luego, le harían un regalo al viejecito que se sabía de memoria el Aranzadi…

En el piso de la Rambla hubo repique de campanas por tres motivos: por el triunfo de Ignacio, porque el Barcelona Club de Fútbol acababa de proclamarse campeón de Liga 1944-1945 -Eloy-, y porque el Papa estaba a punto de convertir en dogma la creencia popular en la Asunción de María.

Carmen Elgazu preparó un almuerzo especial en honor de los nuevos socios. Matías encendió su mejor cigarro habano, como en los tiempos en que vivía don Emilio Santos, director de la Tabacalera. Luego quiso evitar que a Ignacio se le subieran los humos a la cabeza y le puso el ejemplo de Churchill, quien, inmediatamente después de su victoria en Europa, en vez de reclamar aumento de sueldo había presentado su dimisión al rey Jorge VI como primer ministro, como primer lord del Tesoro y como ministro de Defensa, quedando encargado de formar nuevo gobierno.

– Ésta es una lección, Ignacio… Misión cumplida; ahora, a trabajar, empezando de nuevo.

Ana María sentía una especial inclinación por Matías, dentro de los límites que imponía la diferencia de clases. Su buen humor -pese a las punzadas del reuma- era contagioso, lo mismo que su ironía. Los Sarro eran de otra pasta, pero tal vez por ello tuvieron que emigrar. Carmen Elgazu dramatizaba demasiado las cosas. Dramatizaba incluso los festejos y las celebraciones. La Asunción de María! María llevada incorrupta al cielo por los propios ángeles! Lloró con sólo imaginarlo. Matías, en cambio, comentó: "Largo viaje… Claro que se conocen el camino".

Por si fuera poco, hubiérase dicho que Carmen Elgazu le "pedía" responsabilidades a Ana María porque pasaba el tiempo y no les decía: "Van ustedes a ser abuelos otra vez". Claro que, en todo caso, el responsable debía de ser Ignacio, pero Carmen Elgazu sostenía la tesis de que, en el matrimonio, quien a la larga llevaba la voz cantante era la mujer. "Si ella quisiera de veras ser madre… Pero a lo mejor quiere conservar el tipo, lo mismo que le ocurre a Paz".

Carmen Elgazu se equivocaba. Ignacio y Ana María hubieran querido tener hijos. Se habían concedido un plazo a sí mismos, como lo hiciera la Voz de Alerta, pasado el cual visitarían al doctor Morell. A ver quién fallaba de los dos, a ver si encontraba el remedio…

Eloy, aupado por la victoria del Barcelona Club de Fútbol -Pachín, el máximo goleador-, anduvo pensando, a lo largo de aquel almuerzo, y sobre todo en el momento del brindis con champán, en la suerte que había tenido, dada su orfandad. Era dudoso que sus padres "reales" le hubieran querido tanto como le querían los Alvear. "No soy su ahijado. Soy su hijo…" Si no, a santo de qué Matías no se cansaría de perder una y otra vez al futbolín y se escondería en el estadio de Vista Alegre para ver al "renacuajo" jugar con los juveniles?

Carmen Elgazu tenía un proyecto, mejor dicho, un deseo, pero no se atrevió a ponerlo sobre la mesa en aquella ocasión tan propicia: el 4 de junio tendría lugar la III peregrinación a Fátima… Ignacio les hubiera pagado gustosamente el viaje a ella y a Matías! Pero no se atrevió… Delante de Ana María, se sentía a veces un tanto acobardada.

– Habla, habla -la achuchó Matías-. Tú quieres decir algo y no te atreves.

Carmen Elgazu, como siempre que bebía champán, eructó.

– Nada, nada… Cosas mías. No tiene importancia.

Y la peregrinación a Fátima se quedó sin el matrimonio Alvear.

* * *

El doctor Chaos era uno de los hombres más afectados por la derrota del Eje. Siempre había defendido las teorías totalitarias -sobre todo, las de Hitler-, y no iba a desdecirse ahora porque en el campo de batalla las cosas se habían torcido. Más aún. Teniendo en cuenta que quien asestó al Führer el golpe de gracia fue la URSS -otro Estado totalitario-, estaba convencido de que, a la larga, él se hallaba en la buena vía, aunque las circunstancias del momento llevasen a pensar lo contrario.

Pronto, e inesperadamente, tuvo ocasión de demostrar si su postura era meramente teórica o bien si estaba dispuesto a jugarse algo -tal vez, el pellejo- por defenderla. Recibió en la clínica al cónsul alemán Paúl Günther, imponente con sus casi dos metros de estatura y sus dos perros picardos. Paúl Günther estaba enterado de las ideas del doctor y de ahí que lo eligiese como cómplice de su plan.

El doctor Chaos le recibió en su despacho. Sin ambages, el cónsul Paúl Günther le confesó que estaba aterrorizado. La guerra en Europa había terminado y empezarían las investigaciones personales por parte de los vencedores.

– De hecho, desde hace unos meses han empezado ya. Todos los internados en Caldas de Malavella han pertenecido a la Gestapo, como yo, y ya sabrá usted que van reclamándolos uno a uno desde Madrid. Sabe por qué?

– Pues… no.

– Porque existe un acuerdo secreto entre Franco y los aliados. Franco se ha comprometido a entregarles los llamados criminales de guerra, y en compensación le mantendrán en el poder. Los internados en Caldas lo saben y por eso llega un motorista y una furgoneta y cada semana se llevan unos cuantos, y por eso algunos, creo que seis de ellos, se suicidaron…

– Y bien? -preguntó el doctor Chaos, después de marcar un silencio.

– Y bien -repuso Paúl Günther-, cualquier día el motorista puede llegar hasta Gerona y reclamarme a mí.

– Por qué precisamente a usted?

Se hubiera dicho que a Paúl Günther, pese a su gigantismo, le costaba hablar.

– Porque yo he sido criminal de guerra, en el sentido que los aliados confieren a estas palabras. Fui uno de los primeros que, en Alemania, intervino en la planificación de los campos de exterminio que ahora han empezado a descubrirse -tragó saliva-. Mi profesión real es la de comandante de Zapadores.

El doctor Chaos enmudeció. Por fin logró preguntar:

– De modo… que lo de los carrfpos de exterminio es una realidad?

Paúl Günther se sacó la pitillera y, ganado por una súbita calma, ofreció un cigarrillo al doctor Chaos, que éste rehusó. Luego encendió el suyo con un mechero de oro y continuó:

– No sólo es verdad, sino que cuando el mundo se entere de todos los que ha habido y de su funcionamiento interno, clamará venganza…

El doctor Chaos, también ganado por una súbita calma, asintió repetidamente con la cabeza.

– Medios… de tortura? -Marcó otra pausa-. Nuevos si" temas?

– De todo ha habido -contestó el cónsul-. Algunos de los tratamientos, para llamarlos de algún modo, han sido copia de los progroms de la antigua Rusia… Otros, de una eficacia mucho mayor.

– Judíos? -preguntó el doctor Chaos.

– Muchos de ellos, sí, por supuesto… Pero también católicos. Y ancianos. Y locos. Y enfermos. Ya conocerá usted las tesis nazis sobre la eutanasia y la selección de la raza.

El doctor Chaos se encontró en su elemento, porque esta doctrina venía pregonándola él casi desde sus tiempos de estudiante" Lo que ocurría es que apenas si encontraba interlocutor. En Gerona, por descontado. El antiguo gobernador, camarada Sánchez Dávila, hubo un momento en que, oyéndole, a gusto le hubiera metido en la cárcel.

Le dijo al cónsul que podía hablarle con la mayor llaneza, pues en principio estaba completamente de acuerdo con la ideología nazi en este terreno. Él también creía que determinados clanes humanos eran una remora para la humanidad y había sostenido siempre que un buen científico era más rentable que cien hermanas de la Caridad.

Paúl Günther se sintió espoleado. Había elegido bien su presa! O su salvador… Pisaban el mismo terreno.

– Ya se irá usted enterando, porque los aliados no se detendrán ya nunca, de los detalles de esos campos. Me permito adelantarle que uno de los sistemas elegidos fueron las cámaras de gas. No he visto que se haya hablado de ellas todavía…

– Cámaras de gas?

– Sí. Los hombres, desnudos, como para tomar una ducha. Y efectivamente, se trataba de una ducha; pero de gas. Muerte rápida, que además permitiría aprovechar luego… qué le diré?; por ejemplo, las dentaduras de oro.

Todo el rencor acumulado contra sí mismo por el doctor Chaos, víctima de su anormalidad sexual, se apoderó de su cerebro. Tuvo la sensación de estar contemplando una película sádica, excitante; y entretanto, Paúl Günther acariciaba sus dos perros picardos, que jugueteaban a sus pies.

– Cámaras de gas… -repitió el doctor-. Nunca se me hubiera ocurrido.

Paúl Günther añadió:

– Me ha pedido usted un ejemplo; podría proporcionarle un par de docenas… Por de pronto, retenga usted los nombres de Himmler y de Eichmann; pero hay muchos, muchos! Y entre tantos, estoy yo -Aplastó la colilla en el cenicero y prosiguió-: Y he venido a que usted me ponga a salvo del motorista de turno y de la furgoneta.

El doctor Chaos casi había olvidado el motivo de la presencia allí de su interlocutor. Él hubiera deseado conocer más detalles, ya que difícilmente se le presentaría otra ocasión. Los aliados manipularían a su antojo los hechos; acaso se supiera algo cierto gracias a los documentos gráficos que, no se sabía por qué, tarde o temprano aparecían a la luz pública.

La petición del cónsul Paúl Günther era concreta y la había meditado largamente. Debía salir de Gerona en ambulancia, directamente a Portugal. Era su única posibilidad de salvación, después de envenenar a los perros. Si se detenían en Barcelona o en Madrid a hablar con sus superiores estaba perdido. Ninguno de ellos perteneció a la Gestapo, de modo que no corrían peligro. Continuarían con sus tareas protocolarias y burocráticas como si nada hubiese ocurrido.

– Yo soy un caso especial… A mí me echaron de Alemania y me mandaron aquí porque mi mujer, que estaba en contra de mi tarea, a punto estuvo de montar un escándalo.

* * *

El doctor Chaos, después de escucharle atentamente, marcó una pausa y negó con la cabeza. Estaba dispuesto a ayudarle -a facilitarle el viaje hasta la frontera de Portugal-, pero no en una ambulancia. Una ambulancia, precisamente, llamaba siempre la atención. Podía ocurrir cualquier cosa por el camino y el asunto súbitamente se complicaría.

– De acuerdo… Renunciemos a la ambulancia -admitió Paúl Günther-. Pero lo que yo quiero es que me acompañe usted, usted mismo. A cambio, pida usted el dinero que quiera. No importa la cantidad…

El doctor Chaos volvió a negar con la cabeza. No necesitaba el dinero para nada -como no fuera para modernizar más aún su clínica-, y si se decidía a aceptar lo haría por identificación con las ideas y el quehacer de su ilustre visitante.

– Déjemelo pensar… -dijo el doctor Chaos-. Déme tiempo hasta mañana.

– De acuerdo. Mañana déme la respuesta…, pero que sea afirmativa. De lo contrario -añadió el cónsul-, es posible que tenga usted que hacerme la autopsia… -y sonrió, porque le pareció que tenía la partida ganada.

Y en efecto, así fue. El doctor Chaos decidió acompañar a Paúl Günther en su propio coche, pues el coche del cónsul, aunque mucho más potente, llevaba matrícula alemana y del cuerpo diplomático y podía llamar la atención. El viaje era largo, pero no había más remedio. Paúl Günther accedió, sin poner el menor impedimento. El plan rebosaba de sentido común. El doctor Chaos podía dar cualquier excusa a la clínica: que se ausentaba por tres o cuatro días por cualquier asunto a resolver en Madrid. Tocante al cónsul, en cuanto estuviera en Portugal, podía escribir de su puño y letra al gobernador, cantarada Montaraz, diciéndole que se había fugado…

Dicho y hecho. Al día siguiente, de madrugada, se encontraron en el puente de Piedra y el coche arrancó. El viaje duró, en efecto, dos días, con parada y fonda en Madrid. "Mañana por la noche llegaremos a Portugal". Según el cónsul, en Portugal no le pondrían la menor pega. Todo el mundo se refugiaba allí. Además, Portugal era amigo del Eje y él, personalmente, conocía al embajador. En la frontera podrían atestiguarlo. Si todo salía como lo tenía previsto, desde Lisboa se trasladaría a las Américas…

Tiempo tuvieron los dos hombres de charlar a gusto. Mientras no cruzaban ningún pueblo, leían periódicos. "Importante exportación de orejón de albaricoque a Inglaterra". "Suministro de tomates para los norteamericanos instalados en Europa". "El barón de Terrades, nuevo alcalde de Barcelona". "Inauguración de las primeras jornadas médicas de Sevilla, bajo el signo de la catolicidad". "Creación del Consejo del Gran Madrid, presidido por el ministro de la Gobernación ". "Boletín del Estado. Quedan bloqueados los bienes de los súbditos del Eje residentes en España".

– Comprende por qué quería hacerle un donativo, doctor Chaos? El Estado español se hubiera quedado con todo lo mío…

El doctor Chaos negó otra vez. Acaso aquella buena obra le compensara de antiguos y dramáticos errores, que no venían al caso. Tenía ante sí un gigantón -en otras circunstancias, le hubiera deseado-, comandante de Zapadores y uno de los pioneros de los campos de exterminio. No era moco de pavo. El cónsul estaba contento por dos motivos: porque veía posible, cerca, su salvación y porque no hubo necesidad de envenenar a sus perros. Sus ayudantes cuidarían de ellos.

– Los perros llegan a quererse como seres humanos. En Alemania los utilizábamos mucho… Los había formidablemente adiestrados.

– Yo quiero mucho al mío -apuntó el doctor Chaos-. Aunque ahora corre peligro: se llama Goering.

– Ja, ja!

Ratos de buen humor, ratos de miedo, ratos de cansancio. El paisaje, a trechos, era siniestro. El agua no aparecía por ninguna parte. "En Alemania, los ríos…" Casuchas de barro. "En Alemania, los castillos…" Paúl Günther idealizaba su patria. Era un microcosmos ideal, que se precipitó a declarar la guerra. Hitler debió de haber esperado a tener las V-I y las V-II. Entonces toda resistencia hubiera sido inútil.

– En España tienen ustedes mucho trabajo… Claro que Franco, si todo se le pone de cara, puede darles un empujón.

Llegaron a la frontera de Portugal. En efecto, ninguna traba. Cónsul alemán… adelante!

– Quiere usted pasar? -le preguntaron al doctor Chaos.

– No, no… Yo me vuelvo a Madrid.

Los dos hombres se despidieron efusivamente, dándose un abrazo.

– Nunca podré pagarle lo que ha hecho por mí… -y el cónsul le abrazó de nuevo.

El doctor Chaos le vio partir. Había pasado un miedo atroz! Y les preguntó a los aduaneros dónde estaban los urinarios…

* * *

Mateo aprobó el tercero de derecho, con sólo una asignatura pendiente: el civil. Se presentaría en septiembre. Manuel Alvear, por su parte, aprobó, con dos sobresalientes, el segundo del seminario. La gramática y el latín se le daban bien. Había pegado un buen estirón, por lo que su facha, pelado al rape, era todavía más pintoresca. Cada día se parecía más a Paz. "Pero en feo", matizaba ésta. En la fotografía de fin de curso se le veía dos centímetros más alto que los demás. Cara a las vacaciones, no podía quejarse. Tenía tres puertas abiertas. La del piso de la Rambla, donde podía jugar con Eloy, la de Paz y la Torre de Babel e incluso la del chalet modesto que Ignacio y Ana María habían alquilado en San Feliu de Guíxols, para pasar las vacaciones y los fines de semana.

Y es que, todo el mundo quería a Manuel Alvear. Era un muchacho un tanto tímido, que acababa de cumplir los doce años y servicial como el que más. A raíz de un incendio -tal vez, provocado- en la ermita de los Ángeles, fue de los primeros en llegar y su actividad y eficacia llamaron la atención de la Voz de Alerta y, naturalmente, la de mosén Alberto.

Éste le había nombrado su "secretario particular", por las horas que se pasaba en el museo. Pero el chico se había fijado, al parecer, otro objetivo: las misiones. Pasó por el seminario un misionero, el padre Travessa, que llevaba veinte años en la India y lo que les contó le esponjó el corazón. Ignacio le prestó un mapamundi y Manuel localizó el lugar exacto donde desarrollaba el misionero su labor: Surat, al norte de Bombay, habitado por una colonia de leprosos. "Esto es lo que hacía Cristo: curar leprosos". El padre Forteza le estimuló. "Como bien sabes, yo tengo un hermano misionero en el Japón, en Nagasaki. Claro que no sé nada de él desde que allí estalló la guerra. Pero antes, era el hombre más feliz que yo había conocido". Nagasaki… El nombre le gustó a Manuel. Casi más que el de Surat, al norte de Bombay.

Por cierto, que el padre Travessa les había dicho, en el seminario, que en la India tuvo ocasión de informarse a fondo "sobre las otras religiones" y había llegado a la conclusión de que todas procedían del mismo Dios, pero que el cristianismo era la más adecuada para tener de Él un conocimiento más aproximado. "Eh, qué dices a esto? -le preguntó el chico a Ignacio-. Tú siempre hablando del budismo, del hinduismo y demás". Ignacio se rió. "Lo que debes hacer es terminar la carrera, irte donde el padre Travessa y comprobarlo tú mismo, a lo vivo. Un misionero que llega de allá qué os va a decir? Que adoréis a Gandhi?". Manuel quedó algo turbado, como siempre que la dialéctica andaba de por medio.

Mosén Alberto le alentó. "Pero no te precipites. Todos, un día u otro, hemos sentido ganas de irnos a misiones. La atracción de lo exótico influye en esa dirección… De momento, a estudiar latín, el tercer curso y tiempo tendrás para darte cuenta de si lo tuyo va en serio o es un sarampión pasajero". Manuel le escuchó, pero estaba seguro de que no era un sarampión. Tanto era así, que había cogido al vuelo una frase del padre Travessa: "Para ir a misiones es muy útil saber algo de medicina". A raíz de esto, habló con Moncho. El chaval, con toda ingenuidad, le contó lo que le ocurría. "Dime lo que tengo que hacer. Y déjame mirar por el microscopio. Y enséñame a poner inyecciones". Moncho le atendió lo mejor que pudo y le dijo que Jaime, el librero, vendía unas láminas de anatomía a todo color, que podían serle muy útiles.

Manuel se presentó en la librería, con veinte duros que le había regalado Ignacio. "Quiero láminas de anatomía, a todo color". Jaime puso cara de asombro y le acarició la cabeza al rape. Y tuvo una mala idea: le vendió láminas del ojo, del hígado y de los aparatos genitales masculino y femenino. Creyó que con ello trastocaría el espíritu de Manuel. Y no hubo tal. Excepto Eloy, que quedó hipnotizado ante el aparato genital femenino -el muchacho, en el estadio de Vista Alegre, se había rñasturbado más de una vez con sus compañeros-, Manuel reaccionó alabando la "perfección del cuerpo humano", creado por Dios. "Hay que ver -le dijo a Moncho- cómo funciona el ojo. Qué maravilla. Y el hígado… Y el acoplamiento del hombre y la mujer. Se necesita ser Dios para crear estos prodigios".

Jaime, el librero, se hubiera llevado el gran chasco. Moncho, no. Él también admiraba "la maravilla del cuerpo humano", puesto que era capaz de buscar al microscopio sus reconditeces y sus sistemas de ordenación y engarce. "Anda, hoy podrás poner un par de inyecciones… Y te dejaré ver unas células enfermas, una gota de sangre atacada de leucemia". "Leucemia? Y esto qué es?". "Una enfermedad mortal".

Manuel, en casa de los Alvear, jugaba con Eloy. Al futbolín, al parchís, al ajedrez… Y le acompañaba a Vista Alegre, admirado de la elasticidad del "renacuajo". Y los dos crios acompañaban a Matías a pescar al río Ter, aunque Matías se cansaba más que antes. Y al regreso Carmen Elgazu les preparaba a los tres unos tazones de chocolate.

En casa de su hermana, Paz, era un cascabel. Le dolía la aversión que ésta sentía por todo lo religioso -"eres una comecuras"-, pero Paz le replicaba con las mismas: "Y a mí me duele que te hayan cogido por el pescuezo". Las misiones! Seguramente lo que hacían era pegarse la vida padre… "Estos frutos para mí, para vosotros la absolución". Manuel se enfurruñaba. "Si hubieras oído al padre Travessa! Es un santo". "Hala, pimpollo. El santo es mi marido, la Torre de Babel, que trabaja como un bendito y me satisface todos los caprichos". A Paz la compensaba un poco el saber que Eloy, en materia religiosa, era la mismísima frigidez. Iba a misa para contentar a "tía Carmen". Pero todo aquello de los obispos, los canónigos, las congregaciones y las monjas de clausura le parecía un mundo oscuro e inabordable.

La Torre de Babel quería mucho a Manuel. También le regaló veinte duros: más láminas en color. Se lo llevaba a Agencia Gerunda y, una vez, en casa de Padrosa, Silvia le hizo la manicura. "Nunca me habían hecho esto". "Pues claro… Porque los seminaristas sólo sois medio hombres". Aquella frase se le clavó como un dardo. "Por qué dices eso?". "Por nada, chiquillo. Era una broma…"

Por último, la casa de San Feliu, con Ignacio y Ana María. Ignacio, vacaciones salteadas, pues ahora era "socio" de Manolo. No podían permitirse el lujo de dejar abandonado el despacho ni siquiera los sábados, que eran día de mercado en Gerona y bajaban los clientes de los pueblos. Pero los días que Ignacio libraba, y sobre todo los domingos, se resarcían.

Ignacio y Ana María se habían comprado una barca de remos, bautizada con el nombre de la muchacha. No les importaba ver, amarrado, el yate que antes fue de la familia Sarro y que ahora decía pomposamente: "Roser y Marina", que eran los nombres de las esposas de los hermanos Costa. Tampoco les importaba ver el antiguo chalet. Más bien se sentían moralmente libres, menos hipotecados. La barca Ana María se deslizaba suave por las tranquilas aguas del puerto, a poco que la impulsaran. Manuel era forzudo. Más de lo que su presencia podía dar a entender. Remaba con vigor y ritmo innatos y saludaba a los demás barqueros y veleros que pasaban a su vera.

– Lo que voy a hacer -le dijo Ignacio-, es que una barca de pescadores te haga un huequecito y salgas con ellos a pescar una noche… Yo fui una vez y nunca lo olvidaré.

Tampoco lo olvidaría Manuel. La barca se llamaba Clementina y se fueron lejos, muy lejos, casi tocando el horizonte… En una noche de luna llena. Ambrosio, el patrón, a veces le deslumbraba con los focos y se reía. Manuel pensaba en el lago de Galilea y en que los discípulos de Cristo fueron, en su mayoría, pescadores. Aquello le llenaba el alma de una dulzura insondable. Claro que Ambrosio no descuidaba su negocio y llenaron las redes de lucecitas de plata, cuya agonía a Manuel le dio pena. "Así que tú los devolverías al mar, verdad?". "Yo, sí". "Y mi familia, qué? A comer piedras?". Manolo pensaba: "Me gustaría ponerle unas inyecciones a Ambrosio y que éste devolviera al mar las lucecitas de plata…"

El muchacho advirtió que Ana María e Ignacio vivían muy unidos. A veces, el matrimonio hablaba de la guerra. "Terribles bombardeos contra ciudades japonesas". Y Nagasaki, pues? "Von Ribbentrop ha sido detenido. Vivía, bajo nombre falso, en una pensión de Hamburgo". Quién era Von Ribbentrop? "Miles de checos huían de su país, ante el avance ruso, para conectar con los aliados". Ah, los rusos! Era verdad que a raíz de la guerra perseguían menos la religión? "En las calles de Utrecht se vendía una canasta de fresas por cinco pitillos". Esto Manuel lo comprendió muy bien. Eloy le había invitado a fumar a escondidas y le gustó mucho. Le gustó más que las fresas.

Cuando Ignacio trabajaba en Gerona y Ana María se quedaba en San Feliu de Guíxols a solas con Manuel, la veía estudiar la guitarra -la oía-, con una tenacidad digna de elogio. Y enfrascarse en los manuales de inglés y alemán. Perdía poco tiempo. Lo necesario para bañarse y tomar un poco el sol. Por cierto, que a Manuel no lo traumatizaba en absoluto ver en bañador el cuerpo de una mujer. A Ignacio, esto se le antojaba raro… Pero Ana María le salió al paso. "Le he observado. Es completamente normal… Simplemente, es seminarista y se acabó. Hay hombres y mujeres con vocación de célibes no es eso?". "Claro que sí!". "Pues duerme tranquilo, y no veas al doctor Chaos por todas partes".

Ignacio y Ana María amaban mucho San Feliu de Guíxols. No podían olvidar que allí se conocieron, gracias a un balón azul… Que Ignacio se colaba nadando hacia la "zona de pago" y que huía como un ladronzuelo cuando se acercaba don Rosendo Sarro. Las excursiones que habían hecho por la montaña de San Telmo… En qué piedras habrían grabado sus nombres y un corazón? Inútil buscarlas. Por otra parte, ahora podían grabarlos lo mismo en la alcoba, que en el mar, que en la cabeza rapada de Manuel. El mundo era suyo… En espera de las noticias que les diera el doctor Morell.

CAPÍTULO XXIX

LIQUIDADA LA GUERRA EN EUROPA todas las miradas se dirigían al Japón. El general Sánchez Bravo fue quien trascribió los cálculos hechos por los aliados de que la toma de aquel Imperio les costaría a los atacantes la cifra de 500.000 muertos. Los americanos no podían aceptar semejante holocausto, sobre todo teniendo en cuenta que el triunfo sobre Alemania les había costado 200000 víctimas y que la primera guerra mundial se saldó para ellos con 53.000 muertos.

La capitulación de Alemania había sido recibida en el Japón con frialdad: una prueba más de la debilidad de los occidentales. Ochenta millones de japoneses estaban dispuestos a defender sus territorios. Tenían a su favor los accidentes geográficos, las innumerables islas… y los kamikaze.

Esta palabra había intrigado siempre al camarada Montaraz, quien acababa de recibir con disgusto la carta del cónsul Paúl Günther, enviada desde Lisboa, anunciándole su evasión. Se disponía a comunicarlo a los mandos superiores cuando recibió una llamada telefónica de la embajada de Madrid: enviarían muy pronto un sustituto. Entretanto, los ayudantes de Paúl Günther habían envenenado a sus dos perros picardos, pues "era un capricho exclusivo del cónsul".

En los libros de historia de la biblioteca del casino el camarada Montaraz halló la explicación de la palabra kamikaze, que tanta importancia iba teniendo en la lucha en el Extremo Oriente. Se trataba de un viento divino que, según los japoneses del siglo XIIl, protegían el suelo patrio de los invasores mongólicos. Un nieto de Gengis Khan, llamado Kubilai, en 1281 quiso anexionar el Japón a su inmenso reino. Los tifones lo impidieron: el viento kamikaze. Desde entonces tomaron este nombre los japoneses dispuestos a morir para defender su patria.

El general Sánchez Bravo, agarrándose a una última oportunidad, dijo: "Los americanos aprenden esta palabra en sus propias carnes". Era verdad. Los americanos bombardeaban constantemente Tokio, la fragilidad de cuyas construcciones -en su mayoría, de madera- facilitaban su tarea. La multitud se lanzaba a la calle y perecía abrasada. Se iba conquistando la periferia del archipiélago; pero los kamikaze estaban ahí, no sólo con sus aviones sino con sus lanchas torpederas. Cuando los americanos desembarcaron por sorpresa en Okinawa, los kamikaze convirtieron en chatarra el portaaviones Franklin y averiaron seriamente otros dos: el Wasp y el Yorktown.

Los voluntarios kamikaze se contaban por millares, incluso entre los estudiantes de bachillerato. Mil quinientos muchachos y seiscientas muchachas encabezaron la lista de suicidas, que en días sucesivos se multiplicaron por diez. Las pérdidas americanas se elevaron en pocas jornadas a siete mil muertos entre los combatientes terrestres y a cinco mil desaparecidos en el mar. Desaparecidos en el mar! Esto impresionaba especialmente al general Sánchez Bravo y al camarada Montaraz, quienes le tenían un miedo al agua comparable al de Hitler y que los situaba en la cota opuesta a la de Ignacio, Ana María y Manuel Alvear.

Varios generales japoneses, viendo, pese a todo, perdida la lucha, se hicieron el harakiri. Cho redactó este epitafio: "Chi Igum, teniente general del ejército imperial. Edad, 51 años. Muero sin pena, sin miedo, sin vergüenza y sin deudas". Pero otros muchos jefes, oficiales y soldados estaban dispuestos a combatir hasta el fin.

De ahí que, el 6 de mayo, Churchill sugiriera a Truman la celebración de otra conferencia de los tres grandes parecida a la de Yalta. La reunión tuvo lugar en Potsdam y una vez más Stalin salió vencedor. Churchill, en efecto, se hallaba cansado y Truman se reveló tan ingenuo como Roosevelt, pese a haber comunicado a Stalin que los Estados Unidos podían contar con la bomba atómica, lo que no pareció impresionar demasiado al prohombre de la URSS. "Espero -respondió éste- que se servirán ustedes de esa bomba contra el Japón".

El triunfo soviético en la conferencia de Potsdam fue total. Selló la división de Europa, descuartizó Alemania entre el mundo libre y el mundo comunista y perpetuó inesperadamente la presencia de las tropas americanas en Europa. Su peripecia más espectacular fue la desaparición de Churchill, quien en su país perdió las elecciones, siendo sustituido en la propia conferencia por mister Atlee.

Pese a los kamikazes y a sus efectos mortíferos, pronto las cinco grandes ciudades japonesas -Tokio, Osaka, Nagoya, Koba y Yokohama- cayeron destruidas en un cincuenta por ciento, incluidos los principales objetivos industriales. Simultáneamente, la flota marítima nipona había quedado fuera de combate: hundidos los acorazados Ise, Haruma y Huiga; los portaaviones Amagi, Katsuragi y Ruhiyo; los cruceros; las lanchas torpederas, etcétera.

Truman entregó una nota al Departamento de Estado japonés proponiéndole deponer las armas. El gobierno imperial decidió "ignorar" el ultimátum de Truman. "Somos ochenta millones. No podrán matar a ochenta millones de japoneses. Por lo tanto, Japón es invencible".

Amanecer, por orden del camarada Montaraz, y ante el asombro de Núñez Maza, publicó estas noticias. Ignacio comentó: "Clásico estoicismo oriental. El viento divino les protegerá…" Ana María no daba crédito a lo que leían sus ojos y María Fernanda, siempre con el pensamiento puesto en don Juan, le decía a Cariota: "A veces, Franco me recuerda al emperador nipón. Está acorralado, pero no cede. O cree en su baraka o en el brazo incorrupto de santa Teresa de Jesús".

El camarada Montaraz y Mateo daban vueltas y más vueltas a la situación. Iban enterándose de que a Caldas de Malavella llegaban periódicamente el motorista y una furgoneta: nada podían hacer. Llegó el cónsul sustituto, Mark Steinderk, más bajito que Paúl Günther, pero igualmente soberbio. Le invitaron a cenar y repitió el consabido sonsonete: "El comunismo ha vencido. Las democracias, maldita sea!, nos han dejado en la estacada".

Mateo escuchaba a menudo Radio España Independiente, emisora de Moscú. Pilar le aconsejaba que no lo hiciera, pues al reconocer la voz de Cosme Vila se ponía nervioso. Pero él replicaba: "Lo malo es que no tienen necesidad de mentir. Casi todo lo que sueltan es verdad".

Marta vivía una etapa contradictoria. Contaba con un asidero inexistente medio año antes: Ángel. El muchacho ya no se limitaba a mirarla "de un modo particular". Se hacía el encontradizo. Más aún: la cortejaba. Ella, recordando lo ocurrido con Ignacio, se colocaba a la defensiva; pero sus "hermanos" José Luis y Gracia Andújar la empujaban.

– Espera a ver… Con tu temperamento y todo lo que te ha ocurrido no esperes vivir un amor ardiente. Comprendes, Marta? Pero un amor cálido, por qué no? No, no, nada de la compañía que se hacen los viejecitos! Eres joven, no te das cuenta? Qué sientes al lado de Ángel?

– Pues… -Marta meditaba-, eso, buena compañía. Y protección. A su lado me siento protegida. Tal vez más adelante sienta otra cosa; de momento, no…

Pero Marta reconocía que Ángel era bien educado, honesto y que se estaba labrando un porvenir espléndido. Le repugnaba? No, ni pensarlo… Entonces, a qué esperar?

– No te comportes como una esfinge, que el chico emprenderá el vuelo hacia otras latitudes… Y no le atosigues con la Falange. Ángel es apolítico y eso no es ningún pecado. Debes comprenderle: está harto del fanatismo de su padre.

Marta no conseguía digerir que se llamase fanático a tener una creencia. En este caso, Gracia Andújar sería una fanática del ballet y José Luis un fanático de la ciencia jurídico-militar.

– No compares, mujer… Yo no diría que Mac Arthur es un fanático. Yo diría que es un fanático el emperador del Japón.

* * *

El doctor Andújar sostenía la tesis de que los estoicos eran los españoles. No les importaba nada. No les importaba que Radio Nacional hubiera reanudado sus emisiones normales con América. No les importaba las "calumnias" que contra España aparecían en los periódicos occidentales, los cuales llegaron a afirmar que las V-I y las V-II habían sido fabricadas en Ocaña. No les importaba la actitud agresiva de las Naciones Unidas ni que algunos prisioneros rusos de los alemanes prefirieran suicidarse antes que regresar a su país. Lo que les importaba era la cogida leve de Manolete en Alicante, el 1 de julio -tardaría un mes en curarse, según el parte médico-, y el comienzo de las fiestas de San Fermín, en Pamplona. El propio don Anselmo Ichaso esperó a que el reloj del Ayuntamiento diera las doce campanadas del mediodía y oyó el estampido del chupinazo que daba comienzo al jolgorio. Javier, su hijo, que continuaba escribiendo su novela y que estaba en contra de los encierros dijo: "Este año les veo muy exaltados. Seguro que si no hay ningún muerto considerarán que las fiestas han sido un fracaso".

Dos noticias conmovieron, éstas sí, la opinión popular: Churchill pasaría unas vacaciones en Hendaya -y posiblemente visitaría San Sebastián-, y algunos soldados americanos, antes de regresar a su país, pasarían asimismo sus vacaciones en España.

La estancia de Churchill en Hendaya fue una sacudida. Despertó mucha más alteración en el lado español que en el francés. Desde España se le envió un camión con una tonelada de víveres! En el preciso momento en que el ex premier británico, por consejo médico, había decidido adelgazar. Finalmente la visita a San Sebastián no tuvo lugar y alguien recordó el viaje que también efectuó a Hendaya el entonces todopoderoso Hitler.

Soldados americanos en España… Según Amanecer, un centenar de ellos se acogieron a la medida de gracia; cuatro, en un hotel de Playa de Aro. Cuatro paracaidistas, que habían participado en la batalla de las Ardenas. Fueron recibidos como a "héroes"; pero ellos no hicieron honor a esta condición. Chapurreaban el español, porque eran oriundos de las costas de la Florida. Pero no mostraban la menor curiosidad. Intelectualmente poco desarrollados, ardían en deseos de regresar a su patria. Se reían constantemente y sólo les interesaba el mar. Se pirraban por la pesca submarina. Les proporcionaron todo lo necesario; el resultado fue que se pasaron más tiempo debajo del agua que fuera, con pesca abundante, esto sí.

Se emborracharon. Bebieron como cubas. Y tenían poco que contar. Apenas si distinguían España de Portugal, pese a fray Junípero Serra. No se sorprendieron de que en España hubiera ascensores, pero sí de que éstos funcionasen debidamente. "España es un país pobre, no es así? Eso nos enseñaron en la escuela".

Hicieron una visita a Gerona, por invitación de su cónsul, mister John Stern y mosén Alberto les acompañó al barrio antiguo. Se aburrieron mortalmente. Ni una interjección admirativa, ni una palabra de elogio. A gusto se hubieran ido a joder, pero la presencia del sacerdote les intimidó. Mosén Alberto les devolvió al cónsul y dijo: "Adiós muy buenas". No obstante, la Voz de Alerta se empeñó en sacarlos en portada en Amanecer, pese a las protestas de Mateo. Era de suponer que en otros "hoteles" tuvieron más suerte con sus invitados y que los representantes de la nación más poderosa de la tierra, Norteamérica, causaron una mejor impresión.

A medida que julio avanzaba, avanzaban los acontecimientos. El día 14 fue aprobado por unanimidad, en las Cortes, el Fuero de los españoles; apenas si nadie se enteró, ni mostró interés por saber de qué se trataba. "Qué derechos tenemos los españoles? -comentó Jaime, el librero-. La brigadilla Diéguez continúa aporreando que da gusto y las cárceles continúan llenas". El día 15 La Vanguardia empezó a publicar las Memorias íntimas del conde Ciano. Firmadas: Galeazzo Ciano, celda 27 de la cárcel de Verona, 23 de abril de 1943. Todo el mundo esperó revelaciones sensacionales; de momento, sin embargo, el autor se limitaba a defenderse a sí mismo.

Y llegó el 18 de julio, noveno aniversario del Alzamiento. La Falange se movilizó. En Madrid, el Caudillo entregó 500 viviendas protegidas a productores beneficiarios; en Gerona, cincuenta, construidas por los hermanos Costa. Se celebró un Te Deum en la catedral, durante el cual el obispo, doctor Gregorio Lascasas, sufrió un soponcio. El accidente resultó aparatoso, puesto que el templo estaba lleno a rebosar, presidido por las autoridades. El doctor Andújar acudió en ayuda de monseñor, el cual, en la sacristía, no llevaba trazas de reaccionar. Opresión en el pecho. Fue trasladado a la clínica Chaos, donde los doctores Casellas y Rovira, que estaban de guardia, le sometieron a exploración. Un amago de angina de pecho. Debía guardar descanso y someterse a tratamiento, hasta que le dieran de alta.

– Moriré? -preguntaba el obispo-. Moriré, doctor? Doctores, moriré?

El pánico se cebó en él. Mosén Iguacen le oyó en confesión. Jamás el doctor Chaos, que acudió en seguida, hubiera creído que su ilustre paciente fuera tan cobarde. El obispo, en pijama, casi inspiraba compasión. Tenía mucho pelo en el pecho y se lo acariciaba como si quisiera proteger su corazón.

– De ésta no se muere, monseñor… Pero, esto sí, es un aviso -El doctor Chaos le preguntó-: Ha tenido usted algún disgusto fuerte últimamente?

– Sí, el artefacto que estalló ante el palacio episcopal.

– Ya…

Todas las monjas de la ciudad y diócesis -sin exceptuar la ex, sor Genoveva- elevaron sus preces a Dios para el restablecimiento del doctor Gregorio Lascasas. Para ellas era un pastor ejemplar, que vivía por y para sus ovejas. Nada sabían de su pánico ni de su aspecto vestido en pijama. Sólo le habían visto con ropaje acorde con su jerarquía, acariciándose el pectoral y bendiciendo a la comunidad o a la multitud.

Eclesiásticamente, fue un 18 de julio pasado por agua. Para Carmen Elgazu también, puesto que en Bilbao naufragó un pesquero llamado precisamente Jesús Nazareno. En cambio, para el camarada Montaraz fue un triunfo. Reunió en la Dehesa no menos de diez mil personas a las que dedicó el mejor discurso de su vida. "España triunfará. España resistirá todos los ataques de sus enemigos. El Caudillo no aceptará componendas ni afrentas contra nuestra patria". Las diez mil gargantas corearon los gritos de rigor: "Viva Franco! Arriba España!", del camarada Montaraz. Éste conocía a su grey, mejor que el obispo la suya. Sabía que arrinconar al pueblo español contra las cuerdas era la peor estrategia que sus enemigos podían elegir. El sentimiento patriótico se ponía en marcha y personas como Cefe y Félix Reyes se levantaban al unísono en defensa del suelo que les vio nacer. "En realidad '-comentó el gobernador-, en esto nos parecemos a los rusos. El patriotismo primero, la política después".

Además, el camarada Montaraz estaba satisfecho porque su amigo el ministro José Antonio Girón se había casado con la señorita María Josefa Larrueca Samaniego, a los acordes de la marcha nupcial de Mendhelson. Él lucía uniforme de gala, ella vestido blanco con encajes antiguos y velo tul ilusión. El camarada Montaraz había asistido a la boda, que fue fáustica y se celebró entre abrazos y buenos deseos.

El 18 de julio por la noche, siguiendo la tradición, hubo baile en el casino, amenizado nada menos que por la orquesta barcelonesa Bernard Hilda, la de mayor prestigio de la región. María Fernanda dio todo un recital, pues se mantenía ligera y en forma. Carlota, en cambio, había perdido facultades. ' La Voz de Alerta' le preguntó: "Pero qué te ocurre, querida?". "Nada, señor alcalde. Que los años no pasan en balde". Mateo, debido a su lesión, no pudo bailar, y Pilar pasó ágilmente por muchos brazos. Marcos estaba presente, pero su mujer, Adela, apenas si se daba cuenta. Los ojos se le iban tras Ángel y tras Ignacio, a escoger. Pero ambos se comportaron como era debido. Ángel bailó una y otra vez con Marta -qué torpeza, la de la muchacha!-, e Ignacio basculó entre Esther y Ana María.

Se produjo el inevitable cruce de miradas. En el casino nadie se acordó del auténtico significado del 18 de julio, y menos aún de que en Francia había empezado el juicio contra el mariscal Pétain, quien probablemente sería condenado a muerte.

Núñez Maza le había preguntado a Miguel Rosselló si había alguien en Gerona capaz de pintarle un buen retrato al óleo. "No importa el precio. Mis amigos lo pagarán". Miguel Rosselló, a la mañana siguiente, se presentó en el hotel Colón, de Caldetas, con Cefe, éste con su mejor pajarita en el cuello y con su enorme cabellera.

– A ver, hágame usted un apunte al carbón… -le indicó Núñez Maza.

Quince minutos le bastaron a Cefe para pasar la prueba.

– Adelante. Sobresaliente…

Cefe se pasó quince días yendo y viniendo de Caldetas. Núñez Maza posó en su habitación, abarrotada de libros y de papeles. Se sentía mucho mejor de salud, el espejo se lo ratificaba y de ahí que aprovechara los "tiempos libres" para semejante operación. Al fondo se verían las rocas y el mar. Un Núñez Maza delgado, altivo, fibroso, con la camisa azul y al fondo las rocas y el mar. En alguna de las sesiones estuvo presente la "señorita Semir", de Sabadell, hija de un conocido fabricante de tejidos. Era charlatana y a veces estorbaba a Cefe en su labor; pero lo que decía era interesante.

Al parecer no estaba de acuerdo -Núñez Maza tampoco- con la remodelación del gobierno que Franco había llevado a cabo. Especialmente en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Franco despidió a José Félix de Lequerica y nombró para sustituirle a un católico a ultranza, Alberto Martín Artajo, director técnico seglar de la Acción Católica Española. "Estas injerencias del nacional-catolicismo hacen un daño enorme a la nación. Ministro de Asuntos Exteriores! Como si estuviera el horno para bollos y como si Truman formara parte de las Congregaciones Marianas".

Cefe sabía algo de esas injerencias y les contó lo que acababa de ocurrirle en su taller de Gerona. Mosén Falcó se enteró de que pintaban desnudos -sobre todo para que Félix Reyes cogiera la onda del oficio- y se presentó en casa de Cefe casi blandiendo un crucifijo.

– Precisamente la modelo era una prostituta, la más joven pupila de la Andaluza, que es la patrona gerundense en esas lides. Mosén Falcó la increpó y me increpó a mí. Fue una escena violentísima. Tuve que echarle del taller casi a patadas -Cefe se rió, pues todo terminaba tomándoselo por el lado bueno-. Él y el obispo, si es que éste salva su corazoncito, pueden impedirme que haga una exposición; pero en mi taller, como si quiero pintar desnuda a la esposa del gobernador…

Núñez Maza se rió, porque conoció a mosén Falcó, aunque sólo de pasada, en la División Azul.

– Ése sería capaz de crear un infierno aquí en la tierra, si no estuviera convencido de que existe otro en el más allá.

Cefe añadió:

– Ahora se va a Jaca a unas conferencias sobre el Concilio de Trento… Cuando regrese, seguro que llevará en la maleta ese su infierno particular.

Núñez Maza respiraba hondo. Se sentía dichoso. En la clínica Chaos habían hecho maravillas con él y por primera vez en mucho tiempo notaba que el cuerpo le respondía. Además, la "señorita Semir" era un encanto de criatura. Independizada económicamente por su padre, se interesaba vivamente por la política. Estaba al corriente de todo lo que ocurría en el país y jamás hubiera soñado en conocer tan a fondo a Núñez Maza, del que en tiempos había oído hablar. Se había enamorado de él, pero él le dijo desde el primer momento que hasta nuevo aviso se negaba a corresponder a su amor. "Estoy desterrado. Convaleciente. Sin un céntimo. Te equivocas… Seguro que en Sabadell encontrarás un heredero educado en los jesuítas y mucho más entero que yo…" La señorita Semir -Purita para los amigos- negaba con la cabeza.

– Eres tonto de capirote. O me caso contigo o me meto en un convento.

Fue Purita quien le comunicó a Núñez Maza que, en vista de los acontecimientos, don Juan pensaba dejar Lausana y trasladarse a Portugal, a Estoril, "para estar más cerca de España".

– Por si llega la ocasión…

También le comunicó que Otto Skorzeny, de 1,92 de altura, con cicatriz prusiana en la cara y liberador de Mussolini en el Gran Sasso había sido detenido, pero con la promesa de que pronto sería autorizado a trasladarse libremente a España y a residir en Madrid.

– Oh, en Madrid ocurren muchas cosas! En una fonda puede leerse un anuncio: "Hospedería para el alemán desamparado". Y en las calles de la capital, ante el asombro de la gente, ha aparecido el primer jeep americano…

Núñez Maza sonrió.

– Es lo que dice el conde de Foxá -explicó, ante el entusiasmo de Cefe: El día que se vaya Franco, menuda patada le van a dar en nuestro culo!

* * *

En otro orden de cosas, el notario Noguer vivía días amargos. El hombre, de formación francesa, como su gran amigo el difunto profesor Civil, sentía en la entraña, todo lo que ocurría en Francia. No sólo el mariscal Pétain había empezado a ser juzgado, sino que Fierre Laval, que se había refugiado en España, según noticias estaba a punto de ser entregado por Franco a los aliados. "Es una traición sin nombre. El mariscal, tal vez salve la pelleja; pero a Laval lo van a fusilar".

Por otra parte, en París acababa de fallecer uno de sus escritores preferidos: Paúl Valéry. Tropas francesas desfilaron ante el catafalco instalado en la terraza del Palais de Chaillot. "Francia honra así a sus hombres ilustres; en cambio, aquí, ha regresado del exilio José Ortega y Gasset, en automóvil y nadie ha desfilado ante él. Y ha muerto el pintor Gutiérrez Solana y apenas si la prensa se ha hecho eco del suceso".

Al notario Noguer sólo le compensaba que De Gaulle "hubiera metido la nariz" entre los cuatro grandes. Sin su enorme personalidad, Francia figuraría en la lista de los vencidos en la guerra; ahora figuraría entre los vencedores y sin duda recibiría ayuda masiva de los Estados Unidos para su reconstrucción. Por de pronto. De Gaulle había prohibido a los comunistas españoles que editaran periódicos y organizaran mítines por su cuenta, lo que a los maquis debió de sentarles como un tiro.

El notario Noguer se ocupaba de Carlos Civil, porque el padre de éste, el profesor Civil, antes de morir le encargó: "Vigile usted a mi hijo, que al lado de los hermanos Costa no sé dónde irá a parar". El notario Noguer no podía hacer nada… Carlos Civil era mayor de edad y además los hermanos Costa, pese a la estampida de don Rosendo Sarro, habían demostrado tener bien puesta la cabeza sobre los hombros. Redujeron a la fuerza su volumen de negocios -y de esto sabía algo Gaspar Ley-, pero externamente nadie lo advertía y además habían comprado el chalet y el yate de Ana María a Ignacio. Carlos Civil era la cara opuesta de los hermanos Costa. Introvertido, jefe de la EMER, actuaba bajo mano. Hacía negocios por su cuenta, como antaño el coronel Triguero, convencido de que sus "amos" no se enteraban. Éstos, por descontado, estaban rigurosamente al corriente de todas sus actividades.

Carlos Civil era miedoso y aprensivo. Cualquier cosa le producía sobresalto. Si leía que en Huesca habían lanzado a la piscina a uno de los "guardias de la moral", pensaba: "Esto ocurrirá aquí y Dios sabe la que se va a armar". De haber sufrido la urticaria que turbaba a la Voz de Alerta no se hubiera movido de la clínica Chaos o del hospital Provincial. Detestaba a su mujer, sin saber por qué. Decía que "olía mal", que su aliento era insoportable. Y que de noche, en la cama, la pobre tenía pesadillas y pegaba puntapiés. Qué más? Que leía la revista Hola y las novelas del Coyote y que escuchaba los seriales de la radio. Leopoldo, el contable, le decía: "Pero si eso lo hacen todas las mujeres de Gerona, sin exceptuar la del gobernador". "No digas tonterías, que la mujer del gobernador huele bien".

Muchas veces había pensado en suicidarse. Tampoco sabía por qué. Las cosas se le presentaban de cara, pero no le gustaba un ápice el mundo que le había tocado vivir. De no ser por el recuerdo de su padre, de sus consejos, tal vez se hubiera tirado por una ventana. Pero su padre le había dicho siempre: "Lo que te ocurre es que te saltas la historia a la torera. Todas las épocas han sido iguales. Lo del valle de lágrimas no se dice porque sí. El hombre es insensato; pero cada cual, en su interior, puede formarse un lago en calma. Si tu madre no estuviera tan enferma yo disfrutaría de ese lago. Elige bien tus amistades, tu pequeño mundo, y todo lo verás de otro modo". Carlos Civil pensaba: "Sí, claro, pero el aliento de mi mujer es insoportable".

A raíz del suicidio de Ricardo Montero, el bibliotecario, Carlos Civil se pasó tres noches sin apenas dormir. "Ha sido más valiente que yo". Su mujer era muy desgraciada. "Cuándo te veré sonreír?". Carlos Civil, callado en la oficina, de pronto en casa pegaba gritos a lo Tarzán: "Ho-hé! Ho-hé!". Sus hijos se asustaban. Entonces los cogía y los llevaba al cementerio a depositar un ramo de flores a la tumba de sus "abuelos".

Tal vez fuese un sádico-masoquista. A menudo le castañeteaban los dientes. A Jaime le pedía libros sobre la Revolución Francesa, porque se deleitaba con las cabezas cortadas por la guillotina. Leopoldo le decía: "Fuma, fuma mucho y todo esto se te pasará". Leopoldo le tenía miedo. "Algún día cometerá una barbaridad. Hará saltar la oficina a pedazos, con todos nosotros dentro". Lo malo es que le tenía la moral ganada. Carlos multiplicaba mentalmente a una velocidad vertiginosa. "No te asombres -le decía a Leopoldo-. En el manicomio, y el doctor Andújar lo sabe, hay un loco que multiplica mucho más de prisa que yo…"

Había oído hablar de las teorías de José Luis Martínez de Soria sobre el Maligno, sobre Satán; pero decía:

– Nada de Satán. Aquí es el hombre el que destruirá el universo…

* * *

Los hechos parecieron dar la razón a Carlos Civil. El gobierno imperial del Japón había decidido "ignorar" el ultimátum de Truman que exigía deponer las armas. En vista de esto, se trazaron todas las disposiciones y el 5 de agosto una bomba atómica -no se sabía exactamente en qué consistía- cayó sobre Hiroshima, "arrasando la ciudad y no dejando apenas supervivientes". Sólo los sabios podrían, tal vez, calcular sus efectos; el resto de los mortales, no. En Gerona se oyó un grito de horror y de protesta. Todo el mundo conectó las radios, que daban noticias contradictorias. Se hablaba de un hongo, de un formidable hongo rojizo emergido de la tierra y que había sepultado Hiroshima. Por qué precisamente esta ciudad? Sin duda se trataba de un aviso, de una sirena de alerta.

El asombro se apoderó de las gentes, sobre todo porque, a través de alguna emisora inglesa, se dijo que, en el momento de ocurrir la catástrofe el presidente Truman se hallaba a bordo del crucero Augusta haciendo gala de buen humor. Y que cuando recibió la noticia: "Misión cumplida", le dijo a la tripulación: "Chicos, les hemos metido en el blanco un pepino de 20000 toneladas de TNT!". Veinte mil toneladas… TNT. Eva, física de profesión, se llevó las manos a la cabeza y no daba crédito a sus oídos. Pero las radios facilitaban detalles. El bombardero que llevaba la carga mortífera había sido bautizado Enola Gay, por el nombre de la madre del piloto, coronel Tibbets.

El 9 de agosto trajo consigo el colofón. Una segunda bomba atómica había caído sobre Nagasaki -donde se encontraba de misionero el hermano del padre Forteza-, con daños comparables a los de Hiroshima. Al parecer, las bombas levantaban un viento de 120 kilómetros por hora, derribando los muros y cuanto les salía al paso y calcinando los cuerpos. Y se decía que sólo en Hiroshima los muertos rebasaban los cien mil y que los supervivientes vomitaban sangre por la boca y que la piel les caía a jirones.

El general Sánchez Bravo diagnosticó:

– El Japón se rendirá… De lo contrario, nadie les impide a los americanos lanzar una tercera bomba sobre Tokio.

Por lo visto no había unanimidad en el alto estamento japonés. Varios generales eran partidarios de la capitulación, otros querían luchar hasta el fin. En definitivas cuentas, pronto se dio a conocer la decisión. El emperador, Hiro Hito, dirigió un mensaje a su pueblo optando por la capitulación. En las ciudades y en las aldeas, ochenta millones de japoneses, que nunca habían oído la voz del emperador, se estremecieron. Capitulación! Y el viento divino, el kamikaze? El viento había alcanzado la velocidad de 120 kilómetros a la hora y los kamikaze, con sus aviones y sus lanchas, se precipitaban al fondo del mar, mientras una serie de generales se hacían el harakiri y grupos de patriotas les imitaban a su vez, prosternados en silencio ante el puente Niju Bashi, entrada principal del palacio imperial.

La capitulación se firmó a bordo del acorazado Missouri. Mac Arthur firmó por parte de los americanos, Shigenitu por parte del Japón. Por lo visto el discurso de Mac Arthur fue magnífico. Significaba el fin de la guerra, que había durado exactamente 2194 días y en la que habían participado 110 millones de hombres. El número de víctimas tardaría mucho tiempo en ser evaluado. Pero Mac Arthur habló de que, pese a todo, aquello suponía el comienzo de la paz y que la vida continuaba sobre la tierra, a excepción, tal vez, de Hiroshima y Nagasaki, pues nadie podía afirmar que la radiactividad permitiera proseguir sobre su suelo la existencia.

Todas las personas que en Gerona empezaban a sobrecogerse ante los detalles de los "campos de exterminio" alemanes, y que antes lo hicieran a través de los bombardeos de Coventry y otras ciudades inglesas, tuvieron un argumento que esgrimir a su favor.

– Nada puede compararse a las bombas atómicas -afirmó el camarada Montaraz, respaldado por el general Sánchez Bravo-. Porque, lo más grave de ellas es que, en el momento de ser lanzadas, se ignoraba por completo la magnitud de los daños que podían ocasionar. Podían radioactivar a toda la población japonesa y contornos! Ah, el presidente Truman. Su responsabilidad es histórica. Más le hubiera valido seguir vendiendo corbatas…

Mateo era de su parecer, tanto más cuanto que la aviación inglesa había coventryzado ya una serie de ciudades alemanas, como Dresde, Bremen, Hamburgo, etc. "Los aliados tampoco se han andado con chiquitas y también la historia los juzgará". Marta se fue a rezar a la iglesia del Sagrado Corazón, donde encontró al padre Forteza, arrodillado, sumido en una profunda meditación…

Manolo y Esther no sabían a qué carta quedarse. Lo sucedido era verdaderamente horrible y resultaba difícil justificarlo. Por último se aferraron a un argumento que les facilitó Moncho, analista de profesión. "Tal vez, de no haber usado las bombas atómicas, las víctimas en el Japón hubieran sido mucho más numerosas, dado el fanatismo de quienes no se querían rendir".

– Hubieran tenido que ocupar el archipiélago palmo a palmo… Me gusta hablar con claridad. Tal vez la fórmula elegida haya sido la correcta.

Moncho dijo esto y se volvió a sus microscopios, mientras Manolo y Esther se sentaban frente a frente, ella en su diván amarillo, él con su batín floreado, en su butacón preferido.

– Qué cosas tiene la vida! -comentó Manolo-. Se ha terminado la guerra y todos deberíamos estar eufóricos; sin embargo, esta inesperada massacre me ha puesto un nudo en la garganta…

– Lo mismo te digo -terció Esther, mientras atendía a Jacinto y Clara, que le reclamaban la merienda-. Siento un dolor extraño; sobre todo, porque ese hongo rojizo presupone una incógnita para el porvenir…

– No creo que estemos tan locos -replicó Manolo-. He leído que el científico Fermi estaba en contra del uso de la bomba. Y quién sabe lo que Einstein andará pensando en su interior!

Esther marcó un silencio.

– Si he de serte sincera, ya no me fío de nada… Ahí tienes a Franco, decretando tres días de fiesta nacional.

– De ése puede esperarse cualquier cosa. Ya habrás oído dónde ha pasado estos días: en su amada Galicia, pintando… -y Manolo se levantó y se fue al ventanal, a contemplar la Rambla.

Esther, viendo merendar a sus hijos, sintió que le ganaba un hambre atroz. Pidió a Rosario que les sirviera el té, con abundancia de pastas. Ello la reanimó. Se atrevió a levantar la taza y decir:

– En fin, brindemos por la terminación de la guerra!

– Brindemos… -repitió Manolo, pidiendo que le añadieran una raja de limón.

CAPÍTULO XXX

MÉJICO, 20 DE AGOSTO DE 1945.

Querido Ignacio:

Recibimos tu carta, en la que nos dabas cuenta de que la niña de Pilar nació muerta. Ya puedes imaginar el dolor que nos ha causado esta noticia. Imaginamos lo que ella y Mateo deben sentir. Nosotros no quisimos tener hijos por miedo a que nos sucediera una cosa así o a que nos naciera un niño subnormal. También nos enteramos del fusilamiento de tu primo, José Alvear. Dado su temperamento, este final ha sido lógico…

Después de daros nuestro pésame más sincero, permítenos que expresemos nuestra alegría por el final de la guerra. Ha sido la más cruenta de la historia. Aquí salieron todos los coches tocando los claxons e incluso hubo, en algunos barrios, concierto de cacerolas. Olga y yo, acompañados de algunos amigos del Círculo Catalán -sigo siendo el mandamos-, lo celebramos con champán Codorniu, que no sabemos cómo ha podido llegar hasta América. Y a última hora, con ayuda de una familia valenciana dedicada a fuegos artificiales, lanzamos al aire tres cohetes simbólicos.

Ahora sí que vemos cercano el día de nuestro regreso a Gerona. Ya sabréis -o quizá, no-, que en la reunión de Potsdam se acordó declarar "indeseable" el régimen español y recomendar a todos los países de la ONU que le hicieran el boicot al gobierno de Franco si intentaba presentarse como miembro de la Asamblea de las Naciones Unidas. Simultáneamente, se ha celebrado en el Salón de Cabildos de la ciudad de Méjico una reunión extraordinaria de las Cortes del Frente Popular. De los quinientos y pico de parlamentarios, sólo quedan noventa y siete supervivientes. Hay una lucha por el poder, como siempre ocurre en esos casos.

Que si Prieto, que si Negrín, que si Martínez Barrio, que si Giral. Finalmente creemos que el doctor Giral se llevará el gato al agua. Queremos decir que será nombrado presidente del consejo y del gobierno republicano español.

Todo el mundo está preparando las maletas. Los que tenemos maletas, claro, pues el exilio no ha sido dorado para todos. Ha habido familias que en estos años no han podido salir adelante ni a la de tres. Por ejemplo, el Responsable sigue en Venezuela entre rejas. Y nos ha escrito Antonio Casal diciendo que los alemanes le hicieron prisionero y que ha tenido que cavar muchas trincheras.

Olga tiene juanetes. Le duelen los pies. Ya era hora de que le doliera algo! Tan guapa y tan sana, era casi una agresión para todos cuantos la conocen.

Sin que ello signifique precipitar los acontecimientos, nos gustaría que sepáis que, una vez en Gerona, estaremos naturalmente a vuestra disposición. Contad con nosotros como si fuéramos de la familia. Confiamos en que Matías podrá continuar yendo de pesca y jugando al dominó y que Ignacio podrá perorar en la Audiencia cuanto se le antoje. De la actuación de Mateo sabemos muy poco; así que, sobre este punto, preferimos abstenernos.

Imaginamos los dimes y diretes que en estos días circularán por Gerona. Todo llegará por sus pasos contados, pero, como es lógico, más de prisa de lo que podéis sospechar los que vivís ahí dentro.

Desde Méjico un saludo como siempre. Y con un abrazo tan emocionado como el que hubiéramos querido daros en 1939, cuando nuestra provisional huida de España.

Firmado: David y Olga.

* * *

Washington, 22 de agosto de 1945.

Querida familia:

Terminó la guerra! Aquí se ha iluminado hasta la estatua de la Libertad y la gente todavía anda como loca por las calles. Algunas familias lloran, claro, porque han tenido alguna víctima en Europa o en el Pacífico; pero, en una población como la de los Estados Unidos, constituyen casi como una gota de agua. Y un hurra! para los negros, que se han comportado como los mejores. La explosión de la bomba atómica ha conmovido los cerebros. Personalmente, estoy a favor. Amparo, no, porque dice que la catástrofe hubiera podido tener mucha mayor amplitud. Yo creo que, habiendo hecho previamente una prueba en Alamogordo, sabían bastante lo que se hacían. De modo que son de lamentar las víctimas, pero con la guerra convencional a buen seguro hubieran; sido muchas más.

Lo que da risa es cómo se disputan el poder los prohombres de la República. No se entienden. Discuten entre sí como lo hacían en otros tiempos en Madrid, cuando el presidente de las Cortes les concedía la palabra. Martínez Barrio es un gran tipo; en cambio, el doctor Giral es doctor en farmacia y más le valdría que continuara elaborando específicos o vendiéndolos al por menor.

Churchill se ha puesto a favor de Franco -es un decir-, y su hijo, Randolph, más aún. No quiere que en España haya otra guerra civil. Yo tampoco! Y Amparo, ya podéis figuraros… En todo caso, la cosa tiene que llegar a través de una pacífica transición. Pero Stalin es duro de pelar y se va a llevar la gran tajada. Va a ser el amo desde Vladivostok hasta la mitad de la ciudad de Berlín. Claro que en la lotería de muertos los soviéticos se han llevado el primer premio.

Por la prensa me entero de que De Gaulle ha conmutado a Pétain la pena de muerte por la de cadena perpetua. Me alegro por el viejo mariscal, que le dio a Hitler una puñalada por la espalda.

Don Rosendo Sarro ha venido a visitarme. Anda loco con sus negocios. Aquí ha sido recibido como un "hermano". Parece ser que a su esposa, doña Leocadia, le gustaría venirse a vivir a los Estados Unidos, pero que el problema no tiene fácil solución. La pobre, en Río de Janeiro, se aburre, pese a los carnavales y tal. Lo siento, Ignacio, por tu mujer, por Ana María, a la que imagino que de un momento a otro se paseará por la Dehesa con un carrito y un bebé.

Bien, Matías! Qué tal el reuma? Yo también voy notando mis cositas, pero voy tirando y no pierdo el humor. Sobre todo ahora que la guerra ha terminado. Pienso pedir permiso al dueño del hotel para comprarme una tortuga y tenerla en mi habitación. Echo de menos a Berta, qué le vamos a hacer.

David y Olga viven en las nubes. Hablan de hacer las maletas y de tomar un billete de avión. Son unos idealistas. Lo han sido siempre. Nunca han calibrado las complejidades de la política internacional.

Lamentamos, cómo no!, la muerte de la niña de Pilar y Mateo. Esto sí que es un golpe duro. Deseamos de corazón que la próxima vez haya mejor suerte…

Dadnos detalles de lo que pasa por ahí. La prensa americana responsable dice que la Iglesia española y el Vaticano apoyan a Franco con todo su poder, que es mucho. Algunos correligionarios minimizan este detalle; yo no. Si los Estados del mundo jugaran al ajedrez., yo creo que el Vaticano se proclamaría campeón.

Esperando vuestras noticias, os decimos good-bye. Hasta siempre.

Firmado: Julio García.

* * *

Gerona, 28 de agosto de 1945. Queridos David y Olga:

He recibido, con sorprendente rapidez, vuestra última carta. Yo también brindé con champán, en compañía de Ana María, el día en que el Japón firmó en el Missouri la rendición incondicional. Se acabó la pesadilla. Cuántos muertos? Treinta millones, cuarenta? Cuántos mutilados, inválidos, lo cual a veces es peor? Dicen que los americanos en el Pacífico han tenido lo menos siete mil desaparecidos en el mar, y que van a construir para ellos un cementerio en Manila. Siete mil cruces, sin nombre, sin cadáver. Será el único cementerio sin gusanos.

Lamento deciros que, a mi juicio, en vuestra carta pecáis de optimistas. Lleváis tanto tiempo fuera de aquí! Aquí hay una enorme, incalculable, masa neutra, que no quiere ni oír hablar de jugar de nuevo a soldaditos. Mateo cree que hay un 90 % de la población a favor de Franco; yo rebajaría un poco el listón y lo situaría en un 70 %, con un diez más de indiferencia total. Todo el mundo a su quehacer, a los toros y al fútbol, algunos con doble empleo, aunque ello sólo les sirva para comprar garbanzos y boniatos.

El gobierno republicano de que me habláis, proclamado en Méjico, aquí es llamado "gobierno fantasma". No creo que responda a ninguna realidad actual. Y encima, se pelean! La gente ha olvidado incluso los nombres que me citáis… Lamento desanimaros, pero qué podéis hacer? Franco no cederá. Es una roca… Y una invasión es totalmente inimaginable, teniendo en cuenta la postura imperialista que ha adoptado Stalin. En Gibralíar ha habido una manifestación de aquellos que Amanecer -por cierto, que aparte os envío varios números- llama "rojos". Qué ocurrió? Al cabo de una hora quedaron agotados y se volvieron a sus casas. Lo que sí ha empezado otra vez, masivamente, son las peregrinaciones a Lourdes, a dar las gracias a la Virgen por la terminación de la guerra. Curiosa guerra, a fe! El último acto, la declaración del emperador, Hiro Hito, confesando a su pueblo que él no era dios, ni tampoco descendiente de dioses… Claro que los japoneses continuarán adorándole como si tal cosa. Lo llevan en el corazón.

Enviadme algunos de los libros de texto que escribís y publicáis. Me gustaría ver la interpretación que le dais a la historia de España.

Tomo nota de vuestro ofrecimiento para el caso de que vinierais y os necesitáramos. Pero, como os digo, de momento estamos tranquilos. Ayer, en un partido de los juveniles, nuestro ahijado Eloy metió cuatro goles como cuatro soles.

Vuestro siempre.

Firmado: Ignacio.

* * *

El 1 de septiembre, el tren correo que hacía el trayecto Portbou-Barcelona descarriló, cerca de la estación de Massanet-Massanas. Debido a un corte de la vía -sabotaje-, la locomotora y los tres primeros coches se cayeron a un terraplén y fue una catástrofe, puesto que el convoy andaba hasta los topes. La tercera catástrofe ferroviaria en el país en cuestión de un mes.

En medio del montón de chatarra quedaron aprisionados seis cadáveres, un herido gravísimo y doce heridos de diversa consideración. El maquinista y su ayudante quedaron carbonizados. Los trabajos de rescate fueron laboriosísimos, y también los de identificación. Intervinieron los bomberos, la guardia civil, la Cruz Roja -Solita acudió en una de las ambulancias- y se tardarían veinticuatro horas en reanudar el tráfico. Entre los cadáveres había dos gitanas y un niño. El herido gravísimo, que falleció al llegar al hospital, era nada menos que Evaristo Rojas, uno de los tres ex divisionarios.

Corte de las vías, sabotaje… La población se convulsionó, sin acertar a explicarse. Las autoridades, que habían acudido al instante, supusieron desde el primer momento de qué se trataba: los maquis. Estaban mejor organizados que cuando irrumpieron en el Roncal y en Roncesvalles y en el valle de Aran. Iban en patrullas, dotados de buen material y de una fuerza indomable. La censura era tan severa que impedía que los periódicos dieran las noticias con la debida meticulosidad. Era preciso evitar a toda costa la propagación del miedo. El miedo, para un pueblo, era un arma mortífera. Mejor valía pasar hambre que tener miedo. El miedo era una serpiente de siete colas que se introducía en los hogares y que con sus lengüetazos despedía veneno letal. En este caso, sin embargo, para los habitantes de Gerona y provincia era imposible hacer mutis por el foro. Entre los cadáveres había los de tres muchachos de Bañólas que se iban a Barcelona a participar en la travesía a nado del puerto. Entre los heridos, un par de alcaldes, varios agricultores, además del farmacéutico y el cartero de la población de País.

Los heridos fueron repartidos entre los diversos centros sanitarios, los muertos, con sus correspondientes cajas, fueron enviados a sus lugares de origen. Una capilla ardiente en el local de Falange de Gerona: el cuerpo de Evaristo Rojas, al que se le impuso la última condecoración. "El destino tiene esos caprichos! -escribió Mateo en Amanecer-. Un muchacho sano, que se jugó cien veces la vida durante la guerra civil y luego en la helada inmensidad de Rusia, ha encontrado la muerte en el tren correo de Portbou a Barcelona. Habrá que buscar a los culpables y, caso de capturarlos, condenarlos a la última pena, que es lo que suele hacerse con los criminales". La respuesta de Gerona fue espectacular e Ignacio pensó que hubieran debido presenciarla David y Olga. El cadáver con el féretro atrajo a una multitud, que fue desfilando ante él, persignándose y vertiendo alguna lágrima. Evaristo Rojas, de Abastos, campeón de billar! Aquélla había sido una carambola a tres bandas, con una bola roja que correspondía a la sangre. Sus dos compañeros de la fonda Imperio, Pedro Ibáñez y León Izquierdo, pidieron permiso para formar la guardia en torno al féretro. También; Mateo. El camarada Montaraz, el capitán Sánchez Bravo y mosén Falcó acompañaron la caja mortuoria al cementerio. Ningún familiar, Evaristo Rojas era sinónimo de orfandad. Mosén Falcó aprovechó la ocasión para soltar una perorata y terminar gritando: "Arriba España!"?

Y entonces empezaron las pesquisas para el descubrimiento de los culpables. Corrían rumores de toda suerte. Un par de "supuestos" mendigos habían sido vistos cerca del lugar y también un coche de color gris. Nada, ninguna pista concreta. La brígadilla Diéguez se movilizó, pese a una cierta indolencia por parte del comisario de policía, don Eusebio Ferrándiz, quien desde que tenía en casa a su hermana ex monja parecía alicaído. La guardia civil patrulló de firme. Pero… los maquis] Cómo atraparlos? Dormían en los montes, conocían los caminos, los huecos de las rocas y se pasaban semanas mezclados entre la gente de buena voluntad. Se hablaba de un tal Piyayo, de un tal Chotis, de un tal Valencia. Cómo saber? El anterior sabotaje tuvo lugar cerca de Cádiz. El más sospechoso -el más famoso-, un tal Cristino García, que solía actuar con ocho compañeros más. Comunista y líder de la Resistencia francesa, era una institución. No había forma de echarle el guante. Se disfrazaba de lo que le daba la gana y poseía el don de la ubicuidad. No se había puesto precio a su cabeza, pero aquel que consiguiera llevarlo preso a comisaría sería ascendido a "comandante honorífico".

No, ninguna pista concreta. El camarada Montaraz pegaba puñetazos en la mesa. Clamaba venganza, tenía miedo. Una serpiente de siete colas había entrado en su despacho, en el que no faltaban los cacahuetes de costumbre. Evaristo Rojas había dejado un hueco en la ciudad. Ya no podría hablarse de "los tres mosqueteros"; quedaban sólo dos, Pedro Ibáñez y León Izquierdo. Jaime, el librero, se alegró de la muerte de Evaristo Rojas. Fue uno de los que le pegaron hasta hacerlo sangrar. 'El Niño de Jaén' lloró por las dos gitanas, que vivían en Montjuich y que muchas veces le habían jaleado mientras él se bailaba unas seguidillas.

El miedo. El miedo era paralizante, destructor. Durante unos días la ciudad vivió bajo este signo y la palabra maquis se convirtió para muchos en figura real. El descarrilamiento podía haber ocasionado cien víctimas. En la cárcel, los reclusos no sabían qué partido tomar. A raíz de la terminación de la guerra se preveía otro aumento de las restricciones, del racionamiento, del hambre. El aislamiento. Los estraperlistas volvían a ser metidos entre rejas -osear Pinel, el padre de Solita, fiscal de tasas, se ocupaba de ello-, y éstos manifestaron su repulsa contra el "atentado"; los presos políticos se encogieron de hombros. "Víctimas inocentes, es verdad… Pero todo tiene su precio". Y por dentro bendecían al Piyayo, al Chotis, al Valencia y sobre todo a Cristino García y sus camaradas.

El camarada Montaraz se dio cuenta de que España afrontaba una nueva etapa de su historia. Tres noticias le indujeron a pensar así, aparte de lo que significaba la terminación de la guerra. En el último reajuste ministerial había recibido el cese José Luis de Arrese en su calidad de secretario general del Movimiento sin que se le nombrara sucesor; en el Boletín del Estado se publicó la supresión de la obligatoriedad de saludar brazo en alto; se había abandonado, "en aras de la concordia", el control sobre la ciudad de Tánger. Tánger era el último eslabón colonial… Como no fuera en sentido figurado, ya nadie podría hablar de Imperio.

– Te das cuenta, María Fernanda? Todo esto presenta mal cariz…

María Fernanda se le acercó y le dio un beso.

– Mi opinión ya la sabes… La solución está en Lausana, y si no, en Estoril…

El camarada Montaraz negó una vez más con la cabeza. Precisamente, dadas las circunstancias, lo que menos podía desearse era el chaqueteo y el cambio de guardia. Había que cerrar filas. Elegir a los hombres idóneos para cada cargo. A su vez, don Eusebio Ferrándiz no era el hombre idóneo para el cargo de comisario de policía. Demasiado bonachón. Demasiados escrúpulos. Andaba por la comisaría como pidiéndoles perdón a los "rojos" y a los "delincuentes". Su actuación a raíz del sabotaje del tren había sido decepcionante.

El gobernador decidió actuar. Hizo un viaje a Madrid para entrevistarse con su amigo Girón -a éste la boda le había sentado de maravilla- y regresó con la promesa de que don Eusebio Ferrándiz sería relevado. "Piensa que Gerona es provincia fronteriza y que necesitamos un hombre fuerte".

El relevo no se hizo esperar. A mediados de octubre don Eusebio Ferrándiz fue trasladado a Guadalajara, adonde se marchó acompañado de su hermana, Genoveva. Y llegó en sustitución don Isidro Moreno, superviviente del Alcázar, donde perdió a su mujer. Don Isidro Moreno se presentó con su segunda esposa, Francisca Iglesias y se instalaron en el piso que don Eusebio Ferrándiz dejó vacante.

Don Isidro Moreno tenía cuarenta y cinco años. Policía de profesión, gracias al camarada Montaraz acababa de ascender a comisario. "He de agradecérselo a usted?". "No, no, de ningún modo. A mi amigo el ministro Girón".

Talla mediana, cabello rubio, ojos fríos, de una frialdad que recordaba la de los ojos de Himmler. También llevaba gafas de montura de plata. Se apoyaba en un bastón, cuya empuñadura era una rana. Oriundo de Santander, había entablado amistad con el camarada Dávila, el ex gobernador de Gerona, el cual le había contado muchas cosas. Tenía fama de hombre duro. Trabajador infatigable. Las largas patillas le ocultaban dos verrugas simétricas en las sienes, que le hubieran afeado el rostro. Un tanto grosero, lo mismo en el verbo que en los ademanes, guardaba del Alcázar, además de una herida cicatrizada, una pequeña piedra que llevaba siempre en el bolsillo a modo de talismán. Franquista hasta la médula, se inclinara Franco por la Falange o la dejara en la estacada. Al enterarse de que el gobernador descascarillaba cacahuetes, dijo: "Mi hobby es limpiar la pistola". Al enterarse de que el general Sánchez Bravo decía tutti contenti, barbotó: "Yo prefiero soltar algún rotundo taco español". Al saber que el obispo se había desmayado en pleno Te Deum, comentó: "A lo mejor en el asilo tendría un puesto fijo".

Al tomar posesión de su despacho, preguntó:

– Quién era aquí el comisario antes de la guerra civil?

– Un tal Julio García… Un bicho, masón, pero inteligente y con mucha garra.

– Y qué recuerdo guardan de mi predecesor, don Eusebio Ferrándiz?

– Inmejorable. Buenísima persona.

– Tal vez un poco blando?

– Tal vez…

– Pues yo en el Alcázar vi muchas películas del Oeste y sé como las gastan…

El hombre entró en Gerona como el caballo de Troya. La brigadilla Diéguez le gustó. No le gustó que María Fernanda fuera monárquica, y que lo fuera el alcalde! "Aquí habría que hacer un barrido…" Mateo se puso a su favor. "Creo -le dijo a Pilar- que es el hombre que nos hacía falta". Mateo dijo esto ignorando que don Isidro Moreno había exclamado: "Cómo! Ese falangista divisionario amigo de Núñez Maza? Tendrá cojones! Pues sí que estamos apañados".

Don Isidro Moreno parecía gozar descubriendo los defectos de los demás. Encontró que la ciudad -sobre todo, el Oñar- estaba sucia. Por lo tanto, las promesas del camarada Montaraz, "partidario de la higiene", habían fracasado. Visitó la cárcel y se mostró decidido a hacer trabajar a los presos. "No se puede tener a los hombres así, tumbados todo el día como lagartos. En Guadalajara temamos imprenta y taller de carpintería". Visitó la Barca y Montjuich. "Un nido de piojos y de navajas cabriteras… Por favor, fuera gitanos". Pero para desalojar a los gitanos necesitaba el permiso del gobernador.

Fue aquel el primer enfrentamiento entre los dos hombres.

– Cómo que no se pueden desalojar? Si usted quiere, mañana mismo…

– Son gente… Son personas. Adonde los llevaría usted?

– A los hombres, a trabajar en las canteras; a las mujeres, a limpiar los cuarteles… En, los gitanos! Si los conoceré yo…

El camarada Montaraz preguntó, simulando sonreír:

– Actuaría con ellos… como actuó Hitler?

– Alto el carro! Yo no he dicho eso… Pero que son un cáncer para la sociedad… vamos! -y se tocó la piedra del Alcázar que llevaba en el bolsillo.

En casa mandaba él. A su mujer, Francisca Iglesias, la tenía asustada con sus raptos de cólera. Era muy exigente, sobre todo a la hora de comer. Un temor: quedarse ciego. Continuamente iba al oculista a que le revisaran los ojos y le graduaran de nuevo los cristales. Cuando conoció a Lourdes, la mujer de Cacerola, le dijo a éste: "Es lo peor que puede ocurrir". Cacerola le agradeció el interés y desde entonces defendió a ultranza al recién llegado.

No comprendía el problema catalán. No comprendía que la gente hablara catalán. El alcalde y su mujer! Podía ello consentirse? Tampoco comprendía el misterio de la Santísima Trinidad. Y que hubiera personas que tocaran el saxofón. Y que el general Sánchez Bravo mirara con telescopio las estrellas.

Algo en su haber: sentía una inmensa ternura por las mujeres solteras. Por ello apreció a Marta. Y a Solita. El doctor Andújar opinó de él: "Unos centímetros más y tendríamos un paranoico. Yo prefería con mucho a don Eusebio Ferrándiz".

* * *

Mosén Alberto le había recordado a Carmen Elgazu que el 8 de septiembre, al ir a misa, se acordara de rezar un padrenuestro por el alma de Quevedo, en el tercer centenario de su muerte. "Quién era Quevedo?", le preguntó Carmen Elgazu. "Un escritor. Un clásico… Ignacio aprendería mucho de él".

Al bajar la escalera de su casa Carmen Elgazu resbaló en el último tramo y fue rodando hasta quedar inmóvil en el suelo. En seguida notó que se había hecho mucho daño. No en la cabeza ni en los brazos, pero sí en una pierna. Era la pierna derecha. Terribles punzadas de dolor. Era el pie. Lo que le dolía era el pie derecho. Eloy, desde arriba, desde el piso, oyó los lamentos y también los oyeron las vecinas. Los teléfonos funcionaron y todo el mundo se movilizó. Al cabo de media hora escasa la mujer se encontraba en la clínica Chaos, donde le sacaron las correspondientes radiografías: fractura del metatarso del pie derecho. El propio Moncho la escayoló, mientras llegaba, sudoroso, en un taxi, Matías.

La rotura revestía cierta gravedad. Mes y medio, tal vez dos, con el pie inmovilizado. De momento, unos días en la cama; luego tendría que aprender a andar con un par de muletas; luego con una sola. Hasta que los huesos se soldaran y adquiriera seguridad.

Aquello fue un mazazo para la familia. Salvando las distancias, todos recordaron su estancia en la clínica a raíz de la extirpación de los órganos genitales, por culpa de un tumor. Carmen Elgazu, al mediodía, se encontró tumbada en la cama -la escayola le llegaba hasta la rodilla-, rodeada de rostros amados. Matías, que pocas veces se azoraba, en esta ocasión andaba por el piso como si hubiera perdido la brújula. "Caray con Quevedo", comentó Ignacio. Moncho, con las radiografías en la mano, les dio su palabra de que no quedarían huellas de la rotura. "Esto, entre los esquiadores, es de lo más corriente". Las fechas exactas de la recuperación no se podían precisar. Dependían de la "calidad" de los huesos de Carmen Elgazu y de su fuerza de voluntad. "Sí, ya sé, esto último está garantizado".

Carmen Elgazu no se hacía a la idea. Tanto tiempo inmovilizada, sin poder andar, sin poder salir de casa! Todo se arregló de la mejor manera. Pilar y Ana María acudirían por turnos a echarle una mano. También Matías, que servía para algo más que para pescar. Quedó demostrado que la mujer tenía muchos incondicionales en la vecindad. Fue un desfile de visitas. Los dueños de las tiendas de la Rambla se ofrecieron para llevarle la mercancía. "Un telefonazo y ahí estamos". Carmen Elgazu descubrió más que nunca la importancia del teléfono, el cual, mediante un suplemento, le llegó a la cabecera de la cama. Telefoneaba a la familia -incluso a Bilbao- y a las amistades. Hubiera querido telefonear a santa Teresita del Niño Jesús, pero tuvo que contentarse con obligarle a Matías a hacer una novena y a ponerle un cirio en la iglesia del Mercadal.

Lo que más le dolía era no poder acudir a misa y recibir la eucaristía. Lo primero tenía remedio: la radio. Fue también trasladada a su cuarto, que empezó a llenarse de cachivaches y todos los domingos, a las diez, mosén Alberto celebraba una misa a través de la emisora Gerona para los enfermos y los impedidos. En cuanto a comulgar, el obispo era tajante. De no tratarse de un enfermo grave, los sacerdotes no tenían permiso para llevar la Sagrada Forma a los hogares. "Menuda tontería -comentó Matías-. No entenderé a la Santa Madre Iglesia aunque me maten".

La radio y la lectura de vidas de santos llenaron mucho tiempo del que le sobraba a la mujer. Se aficionó más que nunca a los seriales. Una palabra le bastaba para reconocer a los locutores. Eloy, en cuanto podía, se plantaba en la cama de Carmen Elgazu y la invitaba a jugar interminables partidas de parchís. A veces se formaba corro alrededor del lecho para jugar a las siete y media. Tantas fueron las demostraciones de afecto que recibió la esposa de Matías que éste, al dar el parte médico en el café Nacional, añadía siempre: "Lo único que me carga son las flores. En seguida huelen. A Carmen no la marean; pero a mí, sí". Galindo replicaba: "Nada, nada, Matías, que está usted al día. Mujer casada, pierna quebrada".

El alud de mimos hizo que Ana María arrugara la nariz.

– A mí me parece -le dijo a Ignacio- que exageráis un poco. Lo que le ha ocurrido a tu madre, tal y como dijo Moncho, es de lo más corriente… Si lo consideras necesario, nos trasladamos todos al piso de la Rambla y le hacemos compañía.

Ana María acertó a hablar así con el tono exacto, preciso, para que Ignacio, que visitaba dos veces al día a su madre, no se enfadara. Por lo demás, era asunto archisabido. Ana María les recriminaba a todos que pusieran a Carmen Elgazu en un altar, antes incluso de que César gozara del suyo. Era un amor desorbitado, una suerte de adoración. Todavía no se había roto el cordón umbilical. Ni siquiera Matías se salvaba de la quema. Al menor gesto de dolor de Carmen Elgazu hubiera llamado a Moncho. Éste subía sólo de vez en cuando. "Hay que esperar". La escayolización había sido correcta y era preciso que pasara el tiempo.

Mosén Alberto no fallaba nunca, a media tarde, a la hora del chocolate. Carmen Elgazu se confesaba de falta de resignación. "Me rebelo, mosén Alberto, me rebelo… En vez de agradecer al señor que me permitiera bajar la escalera durante años sin tropezar ni una sola vez". Mosén Alberto se abstenía de hablarle de la corona de espinas y del Gólgota; pero le decía: "Ofrezca a Dios esta misma rebelión. Y verá cómo le llega la conformidad".

Paz Alvear se comportó como era debido. Demostró tener sentido común. Subió el primer día y luego espació las visitas. Llegó un momento en que Carmen Elgazu pudo levantarse de la cama y andar con muletas por el piso. Entonces exprimió todo el gozo del amor que le demostraban los suyos. "Qué más puedo pedir? Los hay, pobres, que están solos en un lecho del hospital, y mucho más graves".

Mateo le decía:

– Le ocurrirá como a mí. Cuando cambie el tiempo, lo notará -y Mateo se tocaba la cadera.

La radio le dio a Carmen Elgazu cumplida idea de su ignorancia. Se celebraban coloquios, seminarios -por qué seminarios?-, se trataban temas monográficos -qué significaba esta palabrita?-. A veces se quedaba anonadada porque se preguntaban cosas a los niños de las escuelas y éstos las respondían de corrido: cordilleras del mundo, especies botánicas, ondas magnéticas, dónde nació Cristóbal Colón… En una ocasión el doctor Chaos habló de un tal Darwin, quien por lo visto sostenía la tesis de que el antepasado del hombre era el mono… En otra ocasión fue el doctor Andújar quien la aturulló. Habló de una enfermedad que se llamaba esquizofrenia o algo así. Dijo que, de repente, la personalidad se partía en dos mitades… También la Voz de Alerta, dentista, habló de que antaño los hombres tenían los colmillos mucho más desarrollados porque debían comer carne cruda… Y quiénes eran los nipones? Y por qué un tal Einstein, que era un sabio, dijo que hubiera preferido ser hojalatero? "Soy una ignorante, una ignorante… Por eso no entiendo que a Ignacio le guste la pintura de ese Picasso que a cada mujer nos asigna tres caras o más aún".

Josefa y Mirentxu, las hermanas de Carmen Elgazu en Bilbao, hicieron un viaje a Gerona para ver a la paciente. Ana María seguía sin comprender… Pasaron cuatro días en la ciudad, durante los cuales visitaron varias tiendas de Gerona con el flamante muestrario de muñecas que habían diseñado para la próxima fiesta de los Reyes Magos. El 12 de octubre, día del Pilar, se reunió toda la familia en el piso de la Rambla. "Tendremos que tirar esos tabiques", dijo Matías. Fue el día en que Carmen Elgazu pudo andar con una sola muleta. Repantigada en su mecedora, se dejaba mimar. Sus hermanas sintieron celos. Ellas eran solteronas, posiblemente por culpa de la "abuela Mati". De haberlas conocido don Isidro Moreno hubiera sentido hacia ellas un interés especial.

– Y Jaime Alvear? Por qué no ha venido?

– Trabaja en el frontón Gurrea…

– Y Lorenzo, el de Trubia?

– Desesperado porque Hitler ha perdido la guerra…

Cuánta sangre Alvear reunida! Acaso el único competidor de Carmen Elgazu fuera el pequeño César. Había aprendido a decir "abuelo" y "abuela" y conocía ya la letra A. Era archiconocido en la plaza de la Estación porque entraba en todas las tiendas a saludar a la gente. Pilar se sentía orgullosa de él, al igual que Mateo. Éste, pensando en César, no se explicaba por qué guardaba él, sobre el depósito del agua, la bala que le hirió en Rusia.

CAPÍTULO XXXI

MELCHOR FORTEZA, misionero en Nagasaki, salió de esta ciudad el 1 de noviembre, vía Anchorage, Hamburgo, París, Madrid, Barcelona y Gerona. Es decir, tuvo que pasar por el Polo Norte, en un avión de las fuerzas militares norteamericanas. El viaje, en total, le costó siete días, debido a los trasbordos y a las esperas en los aeropuertos. Hermano del padre Forteza, de Gerona, más joven que él, lo daba todo por bien empleado. Se había salvado de la explosión nuclear, junto con los otros cuatro misioneros que estaban en Nagasaki -tres españoles y un mejicano-, en una capilla de la Colina de los Mártires, llamada así porque en ella, en 1597, habían sido sacrificados, en presencia de una gran multitud, veintiséis cristianos, entre los que figuraban tres niños japoneses que murieron cantando el salmo: "Alabad, niños, al Señor, alabad su santo nombre".

El padre Forteza, el "payaso" de la religión en Gerona, abrazó a su hermano con intensa emoción. Recibió el telegrama de Anchorage, telegrama que Matías y Marcos registraron en la oficina. Por él supieron que Melchor Forteza estaba vivo. "Fue un milagro, fue un milagro". "Lógicamente, la onda expansiva hubiera debido arrasar nuestra capilla, pero no fue así". "Nagasaki está situada entre dos montañas, lo cual impidió que hubiera tantas víctimas como en Hiroshima". "Es creencia general que las bombas estallaron al chocar contra el suelo; no es verdad. Las bombas estallaron en el aire, a unos quinientos metros de altitud". Etcétera.

El padre Forteza guardó a su hermano como una reliquia, antes de exponerlo a los medios de comunicación. Todavía llevaba el pánico retratado en su semblante, de extrema palidez. Los dos hermanos no se veían desde hacía diez años, desde 1935, poco antes de la guerra civil. Melchor Forteza se presentó sin sotana, en previsión de posibles complicaciones durante el viaje. Le fue colocada una y al colocársela sintió como si le bautizaran de nuevo. "Mis compañeros se han quedado allí en espera de que yo regrese. Nos iremos turnando. Nos jugamos la prioridad a cara y cruz y tuve la suerte de ser el primer liberado de aquel infierno sin posible descripción".

En la manera de moverse se le notaba al padre Melchor Forteza su larga estancia en Oriente. Parco en los ademanes, las inclinaciones de cabeza, las reverencias, formaban parte de su repertorio expresivo. Continuamente juntaba las manos y daba las gracias. La celda de su hermano, con la ropa puesta a secar y tantos cachivaches, no le causó la menor impresión. En el Japón se había acostumbrado a la promiscuidad, a lo heterogéneo. "Nuestras celdas son pequeños habitáculos donde todo tiene cabida y mucha gente vive así". Sin embargo, Nagasaki era ciudad próspera, preciándose de poseer los más grandes astilleros del Japón. "En principio creímos que Nagasaki había sido elegida por los americanos por causa de los astilleros; luego supimos que no. Fue la fatalidad. Después de Hiroshima, la segunda bomba iba destinada a Kohura, pero al encontrarse los pilotos con que en Kohura la visibilidad era escasa, optaron por lanzar la bomba sobre Nagasaki".

– La prensa española pretende que Truman eligió Nagasaki porque es ciudad católica; y Truman es protestante.

– Calumnia. Nagasaki es, efectivamente, el foco cristiano más importante del Japón. En la misión llevamos contabilizados treinta mil católicos bautizados; pero ésta no fue la causa. Fue la visibilidad, el cielo azul. Kohura se salvó gracias a unas cuantas nubes, aunque sus habitantes lo atribuyen a la intervención de los dioses…

La comunidad en pleno estaba pendiente de las explicaciones del padre Melchor. De repente a éste se le humedecían los ojos pensando en la hecatombe. El estruendo, el terrible estruendo, la elevación del hongo rojizo, la calcinación. El Japón, acostumbrado a los terremotos y a los maremotos, no había vivido jamás nada igual. En una sola zona de la urbe murieron carbonizadas cuarenta mil personas. Todos los relojes de la ciudad se pararon en el momento preciso. La radiactividad alcanzó a todos los materiales, desde el acero de los astilleros hasta las casas de bambú. Los supervivientes, que vomitaban sangre y a los que se les reventaban las encías, hicieron gala de un estoicismo inconcebible para un occidental. Personas sepultadas vivas durante días debajo de los escombros; o con una astilla clavada en un costado o en un ojo; o con quemaduras que les abrasaban el cuerpo. Los que confiaban en ser oídos por alguien se quejaban, claro que sí!; pero los demás cerraban los ojos y esperaban, sin una mueca de desesperación, que llegara el final. Los había que de pronto perdían todos sus cabellos. Todo lo cual llegó al máximo en el momento en que no cupo más remedio que apilar los cadáveres para quemarlos. Se formaron las clásicas pirámides y se les prendió fuego con una serenidad pasmosa, aun cuando figurasen en ellas seres queridos o amigos. Sin que faltaran quienes parecían principalmente preocupados, no ya por esos muertos, sino por las posibles repercusiones de la radiactividad sobre la tierra, de la que se decía que quedaría estéril, que nunca más daría vegetación ni fruto. Aunque algunos científicos opinaban lo contrario, que el suelo sería diez veces más fértil que antes…

– Y en Hiroshima? -preguntó, inquieto, el padre Jaraíz, cuya medalla militar en el pecho había llamado la atención del padre Melchor.

– Yo no he estado allí… Pero sí estaba el padre Arrupe, director de un noviciado y médico de profesión. De momento se calcula que, en Hiroshima, en el primer instante, en la primera milésima de segundo, murieron más de ochenta mil personas, a las que hay que añadir las ciento treinta mil que murieron en los días sucesivos. Por Hiroshima pasa el río Otha; pues bien, el incendio que subsiguió a la explosión fue tan pavoroso que mucha gente, para huir de las llamas, se tiró al agua. El río quedó lleno de cadáveves, que estuvieron flotando muchos días, boca arriba los de los hombres, boca abajo los de las mujeres, nadie sabe por qué…

– Volvamos a Nagasaki… -sugirió el padre Forteza-. Qué fue lo primero que viste, Melchor, al contemplar la ciudad destruida?

– La nada, la muerte… -el padre Melchor volvió a juntar las manos-. Y pronto supimos detalles, referidos al epicentro de la explosión. A menos de quinientos metros la muerte fue instantánea. Entre los quinientos y los mil metros, los afectados sufrieron daños gravísimos, que en muchos casos desembocaron en una pronta muerte. De los mil a los dos mil quinientos metros la radiactividad fue dejando sus huellas, cada vez más tenues. Así, pues, las posibilidades de morir o de enfermar se midieron por metros. Las afecciones más corrientes fueron, en primer lugar, la leucemia. Luego, los vómitos, las diarreas, los keloides o desgarraduras de la carne, los japoneses las llamaban "garras del diablo", el temor a la esterilidad y un sinnúmero de molestias que lo mismo se presentan en seguida como un poco más tarde. Lo terrible es eso: cuáles serán, a largo plazo, las consecuencias de la radiactividad. Las madres gestantes tienen miedo a que salgan niños malformados. Y es que la radiactividad tiene sus caprichos. Por ejemplo, aquellas personas que en el momento de la explosión se encontraban en las piscinas, debajo del agua, resultaron indemnes. Abundaron, desde luego, las mutilaciones y las deformaciones. Personas a las que arrancó de cuajo una oreja. O cuyas manos o pies se empequeñecieron. O cuyo cuerpo, por el contrario, se hinchó increíblemente. También se produjeron abundantes casos de ceguera. Y otra cosa: el envejecimiento de la naturaleza y su alucinante alteración molecular. Las altísimas temperaturas habían hecho temeridades con la materia, habían jugado con ésta a placer. Las piedras, los metales, los vidrios habían sufrido extrañas mezclas y parecían, según la versión corriente, "llorar" o "sangrar". Lo vegetal quedó en gran parte extinguido y en cuanto a la pequeña vida animal, ofrecía singulares sorpresas. Muchas especies habían desaparecido, como, por ejemplo, las ratas. Los pájaros habían emigrado en masa y se ignoraba si regresarían algún día. En cambio se salvaron, quién pudo predecirlo!, las moscas y las hormigas, y hubo un caballo herido que galopó jadeante durante muchos días por entre las ruinas, como si fuera un fantasma, hasta que por fin murió.

El silencio en el convento era total. Y el padre Melchor no daba muestras de cansancio; por el contrario, se tenía la impresión de que aquello era un desahogo para él.

– Los supervivientes, padre Melchor, qué hicieron?

– Emigraron. Buena parte de la población salvada emigró. Todos los días, hombres y mujeres abandonaban lo que fue Nagasaki e Hiroshima para dirigirse a otro lugar. No llevaban más que un hatillo y el horror reflejado en el rostro. No se detenían sino en los toriis sintoístas que les salían al paso, donde alternaban las inclinaciones de cabeza con la elevación de la mirada al cielo, como interrogándolo sobre su porvenir y sobre el porqué de todo aquello. Hasta que, inesperadamente, en medio de las ruinas, se produjo el clásico milagro japonés: florecieron con matemática puntualidad algunos de los cerezos que habían quedado intactos. El asombro fue indescriptible. La noticia circuló de boca en boca, trasmudando la situación. La vida era, por tanto, posible! Viejos y jóvenes vencieron su miedosa expectación o su apatía y no sólo regresaron, sino que se aprestaron a reencontrar de nuevo sus casas, a reconstruirlas, sin pedirle permiso a nadie, con madera talada de los bosques cercanos…

– Y cómo se organizaron los servicios de sanidad?

– Ésta fue otra de las sorpresas. La sanidad funcionó muy mal. Parecía lógico suponer que los heridos y enfermos obtuvieran preferencia, pero no fue así. Si algo se hizo en este sentido, se debió a la iniciativa privada. Tal vez ello se explicara por el estupor que reinaba en todas partes y por el desconocimiento de la realidad en que vivía el resto del Japón, ya que las autoridades nortéamericanas prohibieron, durante un tiempo, divulgar detalles e incluso emplear la palabra átomo. Por contraste, otros servicios se reanudaron con diligencia. Por ejemplo, una semana después del ataque ya llegaban a Hiroshima periódicos de fuera y a los veinte días justos salió el primer número del más importante periódico local, el Chugoku Shimbun. También se reorganizaron en un tiempo relativamente breve servicios como el agua, cuya falta se había traducido en uno de los martirios más penosos…

Llegados a este punto, el padre Melchor palideció. Se sintió mareado. Todos se asustaron. Y si era un efecto retardado de la radiactividad? Ni siquiera él podía contestarlo. Se recuperó pronto, pero lo mismo su hermano, que el padre Jaraíz, que los demás jesuítas del convento, decidieron dejarle tranquilo. Tratándose del primer contacto, no estaba mal. Lo importante era decidir si convenía que diera algunas charlas en Gerona sobre el tema. Sería útil?

Las autoridades, con el camarada Montaraz a la cabeza, prefirieron que él mismo eligiera. El padre Melchor, visiblemente fatigado, prefirió no presentarse en público, pero sí escribir una serie de reportaje escuetos, breves, que Amanecer iría publicando. A Mateo aquello le encantó, porque demostraba de lo que habían sido capaces los americanos. Y la persona más impresionada de Gerona fue Manuel Alvear, el seminarista, aspirante a misionero… El hecho de tener en la propia ciudad un testigo de excepción le dio alas para volar. Valiéndose de mosén Alberto consiguió hablar con el padre Melchor, quien le recomendó al muchacho que tuviera calma. "Estudia, deja que pasen los años… Yo me volveré a Nagasaki dentro de quince días, una vez visitadas las tumbas de mis padres en Palma de Mallorca. Podemos estar en contacto y si perseveras en tu vocación, allí te esperaré…"

A Manuel Alvear se le iluminaron los ojos.

– Ya he empezado a estudiar medicina! Tengo seis láminas a todo color…

– Bien, hijo, bien… Continúa por ahí, que en Nagasaki la aportación de la medicina es lo que va a hacer falta.

No pudo evitarse que el padre Melchor celebrara una misa en la catedral en memoria de las víctimas de Nagasaki e Hiroshima. Asistió incluso el obispo. El padre Melchor, al ver atestado el templo, improvisó una plática, en la que, abreviadamente, facilitó los datos que se le antojaron de interés general. Carmen Elgazu asistió. Ya llevaba unos días sin la escayola y apoyándose con un solo bastón. Mateo la llevó en coche hasta la entrada norte, para evitarle subir las escalinatas. La ceremonia constituyó una manifestación religiosa de singular intensidad. Incluso el doctor Gregorio Lascasas pareció reanimarse y desechar los pesimismos que tanto le afectaban. "En los momentos cruciales, los creyentes suelen responder".

No cabía la menor duda de que aquel momento era crucial. El obispo fue a la sacristía a felicitar al padre Melchor, cuya extraña palidez le desconcertó. Dios, qué confusión! Qué significaba "su" amago de angina de pecho comparado con la hecatombe que el padre Melchor les acababa de describir? Nada. "Señor, perdóname. Señor, acepta mi sentimiento de culpa y dame fuerzas para seguir adelante sin miedo a lo que pueda ocurrirle a mi persona".

* * *

Mister Edward Collins, el cónsul británico, tenía cincuenta y seis años. Desde que una bomba mató a su mujer no lo podía remediar: detestaba más aún a los nazis y en noches de insomnio los perseguía. Por ello le interesó especialmente el tema de los "campos de exterminio". Al acercarse la Navidad pidió permiso para visitar a sus hijos, que estudiaban en Cambridge, y una vez en Londres obtuvo la debida autorización para trasladarse a Alemania.

En Alemania se horrorizó. Sin cesar iban descubriéndose nuevos "campos", o bien anexos, o bien fosas comunes, y los detenidos, de la Gestapo o de las SS, estos últimos a las órdenes de Himmler, empezaban a desembuchar la verdad de lo acontecido, algunos confiando en que de este modo salvarían el pellejo, otros con una increíble sangre fría.

Los hechos objetivos empezaban a perfilarse: varios millones de víctimas. Era posible que el mundo no diera crédito a las cifras, pero las cifras estaban ahí. De momento, se tenía la impresión de que la nación más castigada había sido Polonia -y no sólo por el ghetto de Varsovia-, y por lo general las regiones más cercanas a Rusia, pues al empezar la guerra muchos judíos emigraron hacia el Este, de buen grado o a la fuerza.

Mi lucha, el libro de Hitler, texto de cabecera para los jerarcas del III Reich, evidenciaba, como era sabido, que los judíos eran la obsesión del Führer. Les consideraba la hez de la humanidad, que emponzoñaban la sociedad entera. En la nueva civilización que Hitler preconizaba, los rabinos y sus fieles seguidores no tendrían cabida. En un principio, sin embargo, al parecer la idea no era matarlos, exterminarlos; más bien se pensaba en trasladarlos a todos a algún lugar del planeta, por ejemplo, Madagascar o la Patagonia. Pero una vez desencadenada la tormenta, los lacayos y secuaces del Príncipe del Mal -José Luis Martínez de Soria aplicaba este calificativo a Hitler-, le achucharon para que se inclinara por el genocidio, en aras de la selección y pureza de la raza. Mister Edward Collins, una vez oídos varios militares ingleses, llegó a la conclusión de que la mayoría del pueblo alemán ignoraba la existencia de los campos de la muerte, aunque este extremo no se podría verificar jamás.

Mister Edward Collins visitó preferentemente algunos de los campos que estaban siendo conservados casi intactos para que su análisis fuera exhaustivo y pudiera, poco a poco, establecerse la escueta verdad. Por los interrogatorios se supo que la mano de obra utilizada la constituyeron, por regla general, los propios detenidos. También se supo que hubo judíos que delataban a sus "hermanos" intentando salvarse. Muchas mujeres alemanas, algunas de ellas jóvenes y de gran belleza, pertenecientes a la SS, demostraron una gran crueldad, bien utilizando el látigo, bien contemplando la lenta agonía de las víctimas o disparando contra éstas a placer. Algunas walkyrias encuadernaron sus libros con piel humana o remataron sus muebles con huesos elegidos entre los esqueletos.

Todo cuanto veía iba quedando grabado en la memoria de mister Edward Collins, quien no cesaba de pensar en su mujer y en que algún día sus hijos deberían también visitar tan inmensos cementerios. Igualmente pensaba en sus amigos de Gerona, que eran, en primer lugar, el cónsul americano, mister John Stern, y a seguido Manolo y Esther. Por cierto que, desde Alemania, e incluso desde el propio Londres, Gerona le parecía un oasis de paz, dijeran lo que dijeran los enemigos de Franco. El hotel del Centro, qué descanso! Limpio, rebosante de vida gracias a los huéspedes, sin trazas de bombardeos ni de fosas comunes. El viejo Churchill tenía razón: España se había salvado de la guerra y además cuando el desembarco aliado en África ayudó de forma decisiva a las tropas inglesas.

* * *

Llegado a Gerona, mister Collins llamó por teléfono a Manolo y Esther. Quería hablar con ellos, necesitaba desahogarse. Le invitaron a cenar; antes, empero, el cónsul se dio el gustazo de pasearse un rato por el barrio antiguo. Su calma, su silencio, le impresionaron mucho más que de costumbre. Los campanarios de San Félix y la catedral parecían proteger a aquellos seres que durante varios años habían sido obligados a saludar brazo en alto, a gritar heil Hitler! Incluso ahora, cómo lo harían para enterarse de lo ocurrido? Seguro que la férrea censura los mantendría en la ignorancia. Él se había traído consigo algunas fotografías espeluznantes, de seres cadavéricos agarrados a unos barrotes, con cables de alta tensión a medio metro de sus caras o de sus manos. Y los documentales! Por toda Europa, y por supuesto en los Estados Unidos, empezaban a proyectarse películas tomadas por Dios sabe quién: algún corresponsal, algún prisionero, algún guardián que querría luego refocilarse con ellas en casa o presumir entre las amistades. Nada de eso conocerían los gerundenses. Los gerundenses sólo sabrían que "desde el año 1939 se habían construido en España cuarenta pantanos" y que el arzobispo primado Pía y Deniel había declarado: "La guerra es justa cuando es necesaria".

Manolo y Esther recibieron a mister Edward Collins como a un huésped de honor. No era la primera vez que el cónsul cenaba en su casa. Estaban acostumbrados a sus ademanes, a su voz un tanto chillona y a su peculiar acento inglés. Esther recibió de sus manos un precioso obsequio: un jarrón de cristal de Bohemia.

La cena discurrió amablemente, hablando de las novedades locales -se acercaba la Navidad y Esther andaba ajetreada buscando el correspondiente abeto y elaborando con sus manos las figuritas del belén-, y mister Edward Collins haciendo hincapié en la flema británica ante la adversidad y, asimismo, ante la obligación de rendir honores a los héroes: mister Churchill había perdido las elecciones y actuaba ya desde la oposición.

A la hora del café pasaron a la sala de estar y Manolo le ofreció al cónsul cigarrillos británicos. Inmediatamente le acribillaron a preguntas. Realmente las víctimas podían contarse por millones? Cómo funcionaban las cámaras de gas? Cómo se hacía la selección de los que podrían seguir viviendo? Aparte de los judíos, qué otras etnias fueron las más perseguidas? Y los niños? Y los experimentos llevados a cabo por los médicos SS? Era cierto que en Dachau habíait inoculado malaria a mil prisioneros para estudiar su evolución? Etcétera.

Mister Collins, casi halagado por tanta curiosidad, se tomó el último sorbo de la taza de café y empezó a explicarse. De entrada, les mostró las fotografías, ante las cuales Manolo y Esther palidecieron. Luego les dijo que, aparte los judíos, los más afectados habían sido los católicos, los zíngaros o gitanos y muchos prisioneros rusos.

Al llegar al campo, en camiones o vagones de ganado, eran alineados a golpes de matraca y los condenados tenían que someterse, en efecto, a la formalidad de la selección. La palabra "simpático" daba derecho a la vida; la palabra "no simpático" significaba la muerte. Unos a la derecha, otros a la izquierda, sin preocuparse de ningún estado, edad o sexo… Y esta elección arbitraria, completada con un gesto displicente del látigo, era sin remisión.

Pronto estaréis todos "reunidos", declaraban los comandantes del campo. Y era verdad. Mientras los condenados desfilaban, la banda militar del campo interpretaba la clásica tonada de los Cuentos de Hoffmann. La orquesta estaba compuesta por detenidos; sobre todo, violines y acordeones.

Las cámaras de gas que él había visto tenían capacidad suficiente para amontonar tres mil víctimas. Después de cada ejecución, se subían en ascensor los muertos hasta los crematorios construidos en la superficie. Una sesión de incineración necesitaba un promedio de quince minutos. Pero los crematorios, los hornos, resultaban insuficientes. No permitían quemar más de seis mil cadáveres en veinticuatro horas. Entonces se cavaron "fosas de fuego" o se levantaban hogueras. Una contrafosa recogía durante la combustión dos kilos de grasa humana y proteínas por cadáver. Estos productos, metidos en toneles, eran expedidos a las fábricas de jabón. Este jabón se llamaba "flotante" a causa de su poca densidad. El laboratorio anatómico de Dantzig se encargaba de la buena marcha de esta fructífera industria basada en la utilización de residuos humanos, y la Europa ocupada se lavaba -sin saberlo- con las materias grasas recogidas en Polonia.

Muchos niños. Muchos niños fueron gaseados y quemados así. Sólo dos categorías de niños eran indultados y se libraban del horno crematorio: los mellizos y los enanos, quienes vestidos con la indumentaria rayada de los presidiarios eran destinados a servir de cobayas para los experimentos biológicos de los médicos de las SS sobre la gemelidad, el enanismo y el gigantismo.

En las cámaras de gas, ventiladas después de cada ejecución, los cuerpos eran ante todo rociados con agua de lejía por medio de mangueras. Un equipo compuesto de barberos y dentistas se esmeraba entonces para recuperar el pelo y la dentadura, cuyo empleo se revelaba útil para la economía de guerra alemana. Molinos de motor trituraban los huesos y el polvo procedente de la operación era vendido como abono químico a los granjeros de la región. Día y noche salía de la chimenea de los crematorios un hollín gris e impalpable, que a cien kilómetros a la redonda lo cubría todo con el polvo de la muerte. En la reja de entrada del campo de Auschwitz un letrero decía: "El trabajo es libertad".

Antes de ser ejecutados, los condenados debían despojarse de sus prendas y de todos los objetos personales. Los relojes, joyas, monedas y cosas de valor, cogidas a las víctimas, al igual que los zapatos, gafas, coches de niños, maletas, muñecas, juguetes, etc., eran seleccionados en las llamadas "Cabanas del Canadá" y enviados, con los dientes de oro, bien a Alemania para los siniestrados de los bombardeos, bien al frente, para ser distribuidos a título de recompensa a los soldados que cumpliesen actos de valcu. Se calculaba que fueron toneladas de dientes de oro. Los cabellos de las mujeres, rasuradas después de la ejecución, eran expedidos a las fábricas y servían para hacer medias de fieltro y zapatillas de descanso.

En Auschwitz un médico llamado Mengüele formó, mediante injertos progresivos, "hermanos siameses", sin que se supiera la utilidad del experimento.

El hambre era tal que en los sectores reservados a los prisioneros de guerra rusos se dieron frecuentes casos de canibalismo. El hígado de muchos cadáveres fue devorado crudo por hombres en el umbral de la tumba a los que el hambre volvía antropófagos.

En Mauthausen se liquidaba a los enfermos inyectándoles Lysole o eran colgados a los acordes de unos valses de Strauss. En Dachau muchas mujeres fueron colgadas por los pies y, en esta posición, fecundadas por inseminación artificial. Después de cuatro meses de gestación vigilada, se provocaba el aborto y los fetos pasaban de la matriz a un recipiente, a fin de ser sometidos a estudios biológicos. Las madres eran en seguida conducidas a los hornos crematorios, a pie, desnudas y perdiendo sangre.

En Buchenwald, que significaba "campo de hayas", había especialistas en la reducción de cráneos, médicos nazis confeccionaban momias y obligaban a las mujeres a cruzarse con enormes perros y monos procedentes del parque zoológico. Previo pago de los gastos, a veces las familias tenían derecho a recibir los restos de los desaparecidos -cenizas- en una caja de puros…

Llegados aquí, Esther hizo un gesto, se levantó y se fue al lavabo, convencida de que iba a vomitar. No llegó a tanto, pero el último pitillo le había repugnado y sentía una intensa molestia abdominal. Al regresar pidió perdón. También mister Collins se lo pidió por la crudeza del relato. No se dio cuenta de que la pasión que puso en el mismo podía provocar esa reacción. Por su parte, Manolo se mostraba también muy afectado y entre todos acordaron dejar el tema para mejor ocasión.

Comentaron, eso sí, que difícilmente podría encontrarse parangón con lo ocurrido en Alemania y territorios ocupados. Comparado con aquello, el episodio de las fosas de Katyn eran una pura bagatela. Claro que posiblemente los rusos tenían también sus campos de exterminio, pero tratándose de uno de los pueblos vencedores jamás lograría conocerse la verdad.

Manolo era jurista. Y como tal, se sentía desbordado. Cómo actuar para 'hacerse con el mayor número posible de culpables?

– Perdona, Esther, pero permíteme hablar de esto. Ahora empezarán las denuncias en cadena, la búsqueda de pruebas, las confesiones. Sin duda éstas serán forzadas, y las exageraciones abundarán. La papeleta no es fácil y no la desearía para mí…

Mister Collins miró a Esther. Le hubiera gustado verla sonreír, pero todavía no había llegado el momento. Estaba pálida y con una infinita tristeza en la mirada. Nunca el cónsul la había visto así. No obstante, contestando a Manolo añadió:

– Sin duda se abrirá un proceso legal, público, ante el mundo entero, para esclarecer los hechos en la medida de lo posible. Según mis noticias, hay ya una lista de personas declaradas criminales de guerra, que van desde Goering y Von Ribbentrop hasta Himmler, Rudolf Hess, Keitel y demás… Ésos fueron los principales responsables, la punta del iceberg. Luego se buscarán los criminales de guerra digamos inferiores, pero merecedores igualmente de un castigo inapelable. Y serán muchos, por descontado! Serán millares… Sí, la tarea será delicada, pero en muchos casos las pistas que se van encontrando, decumentos, partes, órdenes por escrito, fotografías, etc., facilitarán la labor. Manolo asintió con la cabeza.

– Claro, claro… Es de suponer que su propia soberbia les delatará. Estaban tan convencidos de la victoria que resulta lógico pensar que estampaban tantas firmas como su cometido les exigía. Pese a ello, yo no veo el castigo adecuado para tanta monstruosidad.

Esther parecía haber reaccionado. Pidió otro café. Y encendió un pitillo! Todo un símbolo. Mister Collins la miró con suma simpatía. Sentía por Esther una inclinación especial, por su impermeabilidad ante tanta deformación informativa como tenían que padecer los españoles.

– El castigo adecuado es el que yo apunté: proceso público, filmado por las cámaras; y los culpables, al paredón…

– Y quiénes serán los jueces?

– Me imagino que magistrados de las potencias aliadas. Claro que cada expediente será mucho más voluminoso que los que usted, mi querido amigo Manolo, abre en su despacho.

– Lo ideal -intervino Esther- sería que usted pudiera publicar en Amanecer, o mejor aún en La Vanguardia, una serie de reportajes como los que el padre Melchor Forteza ha publicado sobre las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

– He leído esos reportajes -dijo mister Collins-. Están muy bien y escritos por una cabeza clara y una pluma culta. Pero echo de menos en ellos algo: una alusión a las monstruosidades que han cometido también los japoneses… -Advirtiendo la aceptación de su tesis añadió-: Los japoneses son también culpables de genocidio y espero que los americanos y los rusos cuidarán de hacérnoslo saber…

La fatiga les venció. Sí, fatigaba hablar de tanta venganza. El tema podía durar siglos y no era cosa de pretender agotarlo después de una apacible cena. El cenicero de Manolo estaba repleto, también el de mister Collins. Todavía quedó un resquicio para comentar que Fierre Laval, entregado por Francia a los aliados, había sido condenado a muerte, que antes intentó suicidarse ingiriendo una dosis insuficiente de cianuro y que fue acribillado por once balazos.

A partir de aquí, se habló de la Navidad. Mister Collins era protestante; consecuentemente, pues, estaba de acuerdo con la presencia de un abeto en el comedor. Sería la primera Navidad de la paz…

El mundo entero la celebraría con júbilo y repique de campanas. En Inglaterra, el Ejército de Salvación se afanaba por recoger donativos para los menesterosos. Porque, una de las secuelas de la guerra era la miseria y contra ella había que luchar. En España, era de suponer que las autoridades se volcarían. Habría turrón? No, no habría? Bueno, algunos se las ingeniarían para que no les faltara en la mesa! "Cómo? Sí, sí, aceptado! Por Navidad volveré a esta casa a comer un poco de turrón…"

La velada se prolongó hasta medianoche. Al oír las doce campanadas, mister Collins se levantó. Era preciso retirarse. Les pedía perdón por la visita macabra, pero supuso que todo aquello les interesaría y él necesitaba comunicárselo a algún "español". Porque, no faltarían los incrédulos, los que se alzarían de hombros y exclamarían: "Y a mí qué me cuentas!". Bien, se sentía mejor que cuando subió la escalera. Ahora daría de nuevo una vuelta por las silenciosas calles de Gerona, aprovechando la paz reinante y la benignidad de aquel invierno.

Le acompañaron hasta la puerta de abajo -la placa dorada decía: "Bufete-Abogados. Manuel Fontana-Ignacio Alvear-, y mister Collins se esfumó en la oscuridad de los soportales de la Rambla. Allí oyó el croc-croc del bastón del sereno y vio su farolillo. Aquella estampa bucólica le recordó Inglaterra, su país natal. Ah, si su mujer viviera! Pasarían la Navidad en la modesta casa que poseían en uno de los barrios periféricos de Londres. No necesitaría el poquito de turrón… Vio abierta la cafetería España y dentro, radiante, a Rogelio, el barman, ex combatiente en la División Azul. Le dieron ganas de sacarse la pistola y disparar contra los cristales. Él mismo se avergonzó de la idea y bifurcó hacia la plaza del Ayuntamiento. Recordó que el gobernador, camarada Montaraz, exhibía en la dentadura varias piezas de oro. De haberlo internado en Dachau, se las hubieran arrancado al extraerlo de la cámara de gas.

* * *

Manolo y Esther cuidaron de repetir a otras personas las palabras del cónsul. Por ejemplo, a Ignacio y Ana María. Y a Moncho y a Eva. Eva! Ésta se puso a llorar. Imaginó que sus padres, judíos, habían terminado en alguna cámara de gas. Su padre, Hans Berstein, tocaba el acordeón. Quién sabe si figuró a la fuerza entre los que debían tocar los Cuentos de Hoffmann o valses de Straus!

En opinión de Eva, la versión dada por mister Collins era correcta. Ella había vivido la persecución nazi contra los judíos ya antes de la guerra. Soñaba con hacer un viaje a Alemania y ver de encontrar alguna pista de sus padres y hermanos. "Debe de haber listas… En alguna parte debe de haber listas". Moncho intentaba quitárselo de la cabeza.

Ignacio y Ana María dieron crédito a las palabras de mister Collins. Por qué iba a mentir? Ni siquiera era necesario oír las emisoras extranjeras o leer los periódicos de fuera. Los propios corresponsales españoles daban a entender la verdad, aunque a veces por mera alusión o utilizando eufemismos. Ignacio, además, se acordaba del episodio de Guernica. Las fuerzas capaces de cometer aquel crimen podían serlo de cualquier otra matanza. Y las fotografías! Pasaban de mano en mano arrancando expresiones de condolencia. Si Jaime, el librero, hubiera podido sacar copias!

Además, se decía que entre las víctimas había muchos españoles de la Resistencia que cayeron prisioneros. Y habían regresado a Gerona algunos trabajadores de los que emigraron a Alemania, y por haber presenciado alguna escena protagonizada por los SS, afirmaban con la cabeza.

Esther, ganada por un súbito entusiasmo expansionista, habló con Charo, con María Fernanda, con Carlota. SuS palabras iban siendo repetidas. Funcionaba el boca-boca. María Fernanda comentó: "Los italianos son incapaces de una cosa así".

Mateo vivía horas azarosas. Quien se encargó de informarle fue Pilar. "Sólo me creo la mitad de la mitad", dijo. Y al ver las fotografías se contuvo, disimuló su desabrida sorpresa y comentó que "haría falta ver las fotografías de los crímenes que cometieron los de la Resistencia ". Sin embargo, el muchacho eludió el tema. En el fondo, recordando la soberbia de los nazis que él conoció gracias a la División Azul les consideraba capaces de cualquier tropelía. No a los simples soldados, pero sí a los jefes. Éstos practicaban de hecho un racismo que clamaba al cielo. "Los españoles éramos enanitos meridionales", le repitió a Pilar. Ésta, con la mejor dulzura de que fue capaz, le dijo que procurara abrir los ojos y vivir de realidades. "Total, dentro de poco en los cines de Gerona podrás ver esos documentales filmados en directo". Mateo, acongojado, no sabía qué replicar y soltó aquello de la leña y el árbol caído.

El camarada Montaraz se enfureció. Dio órdenes de denunciar a quien propagara "bulos". Él no podía olvidar que el Führer les ayudó decisivamente durante la guerra civil. Y había estrechado la mano de Himmler, con motivo del viaje de éste a España! No le pareció un ser "frío", sino todo lo contrario. Una especie de místico de las teorías racistas del III Reich. "Claro, corría el peligro que corren los fanáticos de cualquier religión… Durante siglos la Iglesia católica ha prometido el infierno, infierno eterno, a los herejes. Y ya en vida les sometía a torturas y les cortaba la cabeza. "Leed cualquier libro sobre las Cruzadas!".

María Fernanda, punto en boca. No se atrevía siquiera a rozar el tema. Ángel, sí. Ángel se enfrentó con su padre y le dijo: "Antes de nada se celebrará ese proceso público… Se habla de celebrarlo en Nuremberg. Allí los máximos acusados tendrán ocasión de defenderse. Veremos cómo se las arreglan". Ángel, en tanto que arquitecto, de buen grado se hubiera también trasladado a Alemania para estudiar las complicadas construcciones de los crematorios y las cámaras de gas. Su padre le objetaba: "Es curioso. Dentro de poco nadie se acordará de las bombas atómicas lanzadas desde el aire con la frialdad de un autómata. Se diría que aquello fueron caramelos… Dónde se celebrará el proceso contra Truman? Si te he visto no me acuerdo".

El doctor Andújar vivía jornadas de tristeza. Conocía la tesis de Nietzsche y, por azar, había leído las del teórico del nazismo, Rosenberg. No le sorprendía nada de cuanto le contaban. Hablaba con Solita. La naturaleza humana era mitad ángel, mitad demonio. El libre albedrío le permitía elegir lo peor. Basculaba entre Francisco de Asís y Tamerlán. Por supuesto, no se podía comparar la bomba atómica con los campos de exterminio. Aquélla tenía un objetivo primordial: abreviar la guerra, y si los alemanes hubieran dispuesto del artefacto lo hubieran lanzado sobre Londres. En cambio, el objetivo de los campos de exterminio era un freudiano deseo de lograr una raza superior, de reafirmar la propia personalidad, impotente en algún sentido. Seguro que en el fondo de cada culpable -por ejemplo, de las walkyrias- había un componente sexual.

Cacerola estaba anonadado. "Yo anduve por allí y no me di cuenta de nada". El padre Forteza, durante su estancia en Alemania, se olió lo que podía pasar. El general Sánchez Bravo prefería contemplar el universo a través de un telescopio.

El camarada Núñez Maza se pasaba el día escuchando la radio, especialmente, las emisoras francesas e inglesas. También estaba horrorizado, bien que él lo estaba por los dos motivos: por las explosiones atómicas y por los campos de exterminio. Sabía que las explosiones nucleares no eran caramelos y habría barrido de la lista de seres humanos a mister Harry Truman; pero lo de Alemania tampoco tenía calificativo. Él intuyó algo en el hospital de Riga, cuando un enfermo de la región de Auschwitz le habló del hedor que despedían unos hornos instalados recientemente en aquella comarca. Sin embargo, rechazó el pensamiento. Pensó que los campos lo eran de trabajos forzados, como los había en España y, por descontado, en Rusia. El resto le pilló de sorpresa y la radio facilitaba demasiados detalles para que todo aquello fuera un puro invento.

Por lo demás, si el camarada Montaraz hubiera asistido a un pleno en el café Nacional, no habría tenido más remedio que retirar su afirmación de que la gente pronto olvidaría el crimen de las bombas atómicas. Todo lo contrario! La ignominia y el espanto de aquel acto contra natura había calado hondo incluso en el camarero Ramón. Y lo de Alemania colmó el vaso. Por dos semanas consecutivas se olvidaron del anecdotario nacional y hablaron, como el doctor Andújar, de la naturaleza humana.

Matías casi se exaltó, contrariamente a su temperamento. No llegó a hablar de que "el hombre es un lobo para el hombre", porque huía de los tópicos; pero se afectó mucho, como se había afectado con la guerra civil española. Y tuvo mucho miedo. La desintegración del átomo era, a buen seguro, el comienzo de una nueva era. Quien poseyera el secreto sería el amo del mundo. Ni tan sólo tendría necesidad de amenazar a nadie. El mero hecho de poseerla -en este caso, los Estados Unidos-, le daba una preponderancia sin oposición posible. Era de suponer que otros países estudiarían en esa línea y que la espiral no tendría fin.

El pueblo, el pueblo llano, la gente de a pie, las mujeres en el mercado, los hombres en los cafés y las barberías, reaccionaron como Matías. Tuvieron miedo. Aquella serpiente de siete colas se introdujo también en sus hogares. Los fantasmas de la guerra civil volvieron a ocupar su pensamiento y, por ejemplo, Alfonso Reyes, volvió a acordarse, como si se tratara de ayer, de los barrenos en el Valle de los Caídos. Miedo difuso, miedo latente, en el interior de cada cual. Miedo al miedo. La Navidad no podía ser feliz. Entre las familias y la cueva de Belén se interponían millones de vidas sacrificadas, inocentes en su mayoría, hipnotizadas en pos de una bandera o huyendo de la persecución.

José Luis Martínez de Soria era el triunfador. Nada le hubiera sido más fácil que recabar para sí el nombre de Satán, que exhibirlo como un triunfo personal. Se abstuvo de ello y Gracia Andújar se lo agradeció pensando: "Es un detalle por su parte".

Caso peculiar era el del doctor Chaos. Los dos ayudantes del ex cónsul Paúl Günther habían desaparecido, dejando vacantes las plazas. El doctor Chaos hubiera entregado su clínica a cambio de poder visitar los campos de exterminio. Y se preguntaba qué habrían descubierto los médicos en sus estudios biológicos. Lograr, mediante injertos, hermanos siameses! A lo mejor la miopía de los vencedores hacía tabla rasa de tales científicos, con lo que la humanidad perdía la gran oportunidad de dar un paso adelante. A él no le importaban los agonizantes sin remedio, ni los locos, ni los subnormales profundos. Creía en la eutanasia como creía en el mundo cainita. El hombre era cainita y los Abel de turno caerían en sus garras por los siglos de los siglos. Habló con el doctor Andújar sobre el particular. Fue un diálogo tenso y demoledor. El doctor Andújar terminó convencido de que, en el caso de haber nacido en Alemania, el doctor Chaos hubiera desollado a los seres vivos para observar sus reacciones y anotar lo que ocurría. "Y también Solita -decía el doctor Andújar- se trasladaría gustosa a Hiroshima y Nagasaki para analizar los efectos radiactivos en las especies animal, vegetal y mineral. El doctor Chaos, ya en la Facultad, pedía permiso para intervenir en las autopsias".

Doña Cecilia, la mujer del general, negaba rotundamente que lo de los campos nazis fuera cierto. "Ese mister Collins, y los periodistas extranjeros, con tal de atacar a Franco son capaces de cualquier cosa".

Entretanto, el Consejo Mundial Judío agradecía a Franco públicamente la ayuda prestada por España al pueblo errante de Israel durante la guerra mundial.

CAPÍTULO XXXII

RÍO DE JANEIRO, 18 de octubre de 1945 Querida Ana María:

Perdona la tardanza en contestar a tus cartas. No estoy acostumbrado a escribir y además ando muy ocupado. Ya me conocéis. Invento negocios incluso donde no los hay. He alquilado un despacho con un par de mecanógrafas y también un piso amueblado en la avenida Camoens, 1498. A partir de ahora escríbenos a estas señas. Y para que lo sepas, debo decirte que el servicio de Telégrafos funciona muy bien.

No me ha gustado nada, pero que nada, que os vendierais el chalet de San Feliu y el yate. Yo os los dejé para que los disfrutarais vosotros. Eso de querer vivir modestamente es posible que satisfaga a Ignacio, pero tú, Ana María, estás acostumbrada de otra manera. Me temo que a la larga esas renuncias serán una carga para ti. Ni siquiera me gusta que continuéis viviendo en Gerona. Qué puede hacerse en Gerona? Dormir y escuchar las campanas de la catedral. Lo único que me consuela es que los compradores hayan sido los hermanos Costa, porque de este modo cuando yo regrese recuperaré mi patrimonio.

Estuve en Washington, con Julio García. Este hombre es un íipazo. Tiene mucha influencia. Se ha nacionalizado americano, lo mismo que Amparo, su mujer. Yo creo que tiene influencia incluso en la Casa Blanca, en cuya construcción al parecer se utilizó piedra de una cantera de un pueblo llamado Macael, en la provincia de Almería. Curioso, verdad? Julio García continúa con su sombrero ladeado y su boquilla irónica. Su mujer es muy simpática, aunque le cuesta mucho aprender inglés. Yo creo que se llevaría bien con tu madre, la cual en Río se aburre hasta el punto de que querría irse a vivir a los Estados Unidos. De momento no puedo. He montado mi tinglado en el Brasil y lo primero es lo primero.

Aquí todo el mundo anda asustado con eso de las bombas atómicas y de los crímenes de los alemanes. Pero se les pasará muy pronto. El brasileño es incapaz de guardar rencor. Al brasileño le gusta vivir al día, lo cual, bien pensado, no deja de tener su aquél. Ojalá yo supiera hacerlo, pero echo de menos España, lo mismo que tu madre.

La campaña internacional contra el Régimen español aumenta por días. Si coleccionara caricaturas de Franco, con su barriguita y su fajín de general, podría llenar un montón de álbumes. Es un asunto que está muy liado y no sé lo que va a pasar. Depende mucho de la estrategia que adopten los exiliados, que tienen un Gobierno, dinero y muchos compadres afines. Pero les ocurre como siempre, que andan a la greña. Ahora mismo Negrín y Prieto están a matar.

Y la cigüeña, qué tal? A esperar. No puedo negar que me gustaría tener unos cuantos nietos. Ah, y celebro que Ignacio sea ya socio del ilustre abogado Manolo Fontana! Veo que, dentro de sus límites, va progresando.

Nada más por hoy, que me están esperando. Un abrazo a los dos, Firmado: Rosendo.

Posdata: Mi querida Ana María. Ya ves que tu padre continúa siendo el de siempre. Sí, es verdad que me aburro en Río y que el idioma portugués se me atraganta y lo encuentro un poco cursi. Esperemos a ver lo que ocurre en España. A mí no me duele que os vendierais el chalet y el yate. Pasé en ellos horas muy amargas. Sí, dadnos un nieto, por favor! Y por favor, que no se llame Rosendo.

Firmado: Leocadia.

* * *

El general Sánchez Bravo mató dos pájaros de un tiro. Recibió orden de reforzar la frontera a causa de los maquis, que el general De Gaulle no consiguió liquidar puesto que muchos fueron héroes en la lucha contra Alemania. Distribuyó, pues, considerables fuerzas a lo largo del Pirineo. Y puesto que estaba muy descontento de su hijo, el capitán Sánchez Bravo, le mandó a la capital de la Garrotxa, Olot, casi en segunda línea, al frente de una compañía. "A ver si se olvida del poker en el casino, de la bebida y de las calaveradas".

Doña Cecilia rompió a llorar. "Precisamente ahora, vamos a quedarnos solos! Y si los maquis le pegan un tiro?". El general se enfureció. "Viste uniforme, no? El lema de la milicia es el riesgo".

El capitán Sánchez Bravo, que tenía buena facha, obedeció a regañadientes, al término de una discusión con su padre que el asistente Nebulosa no olvidaría jamás. El capitán estaba harto de guerra y, en determinados momentos, a punto de pedir la baja del Ejército. Menos mal que en Olot se sintió a gusto, en el hotel Regente, que prácticamente estaba lleno de oficiales, brigadas y sargentos. El hotel era propiedad de unos tíos de la camarada Pascual, jefe local de la Sección Femenina e íntima amiga de Marta. El capitán Sánchez Bravo no podía sospechar que la camarada Pascual, jefe de la Hermandad de la Ciudad y el Campo, tan uniformada, estuviese esperando el príncipe azul. "Yo soy tu príncipe azul", le dijo el capitán, al cabo de ocho días. Y la camarada Pascual casi se lo creyó y empezó para ella una vida nueva.

El capitán Sánchez Bravo descubrió que Olot tenía vida propia. Un paisaje maravilloso, volcánico, repleto de robledales y de encinares. Vivía desde antiguo de la industria textil y de la imaginería religiosa. Ah, sí, aquel muchacho tan famoso, César Alvear, había trabajado en el taller Bernat, el más importante de la población! Taller que, en la posguerra, había quintuplicado sus ventas, a causa del desmantelamiento de las iglesias. El capitán lo visitó. Al encontrarse rodeado de Cristos, vírgenes, santos, ángeles y, sobre todo, Sagrados Corazones, experimentó una sensación extraña. Llevaba mucho tiempo sin entrar en una iglesia. El dueño del taller le permitió darle una pincelada de rojo al costado de Cristo. "Aquí no pretendemos hacer arte -matizó el dueño-, sino artesanía. Pero es lo que exige el mercado. En cuanto intentamos alguna innovación, algún acercamiento a la Capilla Sixtina, el negocio se va al carajo".

Cuántos pintores residían -o habían pasado- por Olot! Los más famosos, Martí Alsina, el maestro, Vayreda, Russiñol, Casas, Urgell… Este último estaba especializado en crepúsculos vespertinos y le daba cien vueltas al melenudo Cefe. Robledales, encinares, olmos y choperas componían una sinfonía que invitaba a embadurnar telas. El capitán, una noche en que en el hotel ganó un "fortunón", compró un crepúsculo de Urgell, que por su tamaño no supo dónde colocar. La camarada Pascual se ofreció para guardárselo en su casa y él consintió.

Ésta era la pega para el hijo del general y de doña Cecilia. En Olot encontró también su casino -el propio hotel-, donde pudo jugar al póquer con varios propietarios de la comarca, simples aficionados. Él era casi un profesional. Y también empezó a beber de nuevo. Tenía buen saque pero a menudo se emborrachaba y se tendía rendido en la cama., Cama en la que la camarada Pascual conoció por primera vez, avergonzada y jadeante, los placeres del amor.

Entretanto, la tropa a las órdenes del capitán andaba repartida estratégicamente por la comarca. Tropa que engordaba, pues la cocina en la Garrotxa era excelente, destacando los embutidos y la pastelería. Los soldados de la otra compañía, la fronteriza -primera línea-, acusaban a los del capitán Sánchez Bravo de enchufados. Y es que los maquis no cejaban. Golpes de mano, cortes de energía eléctrica, cortes de la línea telefónica y algún que otro pastor muerto dejando a su rebaño a la deriva.

El general Sánchez Bravo, enterado de la conducta de su hijo, estaba a punto de presentarse de improviso en el hotel Regente y de proceder a arrestarle. Pero los acontecimientos desviaron sus intenciones. Se produjo un choque de envergadura entre unos guardia civiles y los maquis y el capitán Sánchez Bravo recibió la orden de acudir al lugar del encuentro. Se comportó intrépidamente! Ya nunca más nadie le llamaría "enchufado". Arrebatado por un incomprensible empuje dio una batida con sus hombres, rodeó la patrulla enemiga, les causó doce bajas e hizo dos prisioneros. Y en seguida se dio cuenta de que uno de estos prisioneros debía de ser "alguien", algún jefazo, por el porte, la barba, la mochila y las bombas de mano.

Conducidos a Olot, el capitán hubiera querido proceder él mismo a los interrogatorios. Pero ahí se interpuso su padre, el general. "Metedlos entre barrotes, que va para allá el comisario de policía, Isidro Moreno, experto en esas cuestiones". El capitán se enfurruñó y tuvo que esperar. Pero fue una espera fructífera. El comisario, por primera vez, pudo dar la medida de su capacidad de persuasión. Interrogó a los prisioneros, que no soltaban prenda. Entonces, dirigiéndose al que parecía un novato, le introdujo astillas entre las uñas y la carne. El dolor fue tan insoportable que el muchacho cantó. "Yo me llamo Pedro Gandía y mi compañero, mi jefe, es el Chotis".

El Chotis! Uno de los maquis más buscados del país. El comisario Moreno se encariñó con él. El Chotis, baqueteado y ante la amenaza de las torturas, confesó. Confesó que su objetivo era atracar un banco e internarse luego hacia Teruel, donde le esperaban sus camaradas. Confesó que él, al mando de media docena de maquis, fue el responsable del descarrilamiento del correo Port-bou-Barcelona. Santo Dios! El comisario lamentó no estar mascando chicle y sin darse cuenta se palpó la pistola del cinto.

El Chotis, esposado, no podía acariciarse la barba y ello le puso frenético.

Costó mucho tirarle más aún de la lengua. Costó horas de focos de luz, de hacerle crujir los huesos, de abofetearle con extrema dureza. Pero por fin, exhausto, desembuchó toda la trama de la operación maquis, que era mucho más seria de lo que podía presumir el camarada Montaraz.

En las "Escuelas de Preparación Guerrillera" se enseñaba que había que buscar un terreno escabroso. Que las masías fueran aisladas. Que faltaran teléfonos y medios de comunicación. Y allí instalar, en lugares escondidos, "campamentos". Que hubiera mucha vegetación, pero de difícil acceso, sin caminos. Escaso de pastos, para que los pastores no circularan por el lugar. Que hubiera concavidades o cuevas naturales. Proximidad del agua, arroyos y cañadas. En las fuentes tratar de no dejar señales de vida, que pudieran orientar a la Guardia Civil. Mucho cuidado con utilizar jabón, pues el agua se llevaba corriente abajo burbujas, que podían ser una pista.

La vida diaria se hacía a base de lectura de textos comunistas, exposición de temas, crítica de doctrina, etc. Para proteger a los compañeros de los campamentos se idearon sistemas. Uno de ellos, los perros. Pero el aullido de los perros se demostró que era lo que a veces alertaba a la Guardia Civil. También se tendían cables con campanas o cencerros; pero ocurría lo mismo, si un guerrillero entre la maleza las hacía sonar.

Estafetas: recipientes en determinados árboles donde se dejaban las consignas o las órdenes. Medicamentos. Cada individuo debía llevar un pequeño botiquín con vendas, gasas, algodón y yodo, rara vez alcohol. Sulfamidas para las infecciones, que surgían a menudo por beber agua de las lagunas. La colitis y la disentería eran muy frecuentes. Por último se descubrió que los apositos con resina fresca de los pinos no sólo evitaban las infecciones sino que aceleraban la cicatrización.

No solían andar durante el día, a no ser que la necesidad obligara. Se recomendaba siempre el mayor silencio posible, reprimir la tos, pisar con sigilo, evitar tropezones, no producir ruidos y andar en fila india con una distancia de varios metros de uno a otro. Sólo se fumaba en los descansos y enterrando luego las colillas para no dejar pistas. Durante las marchas se comía más. Se abandonaban las gachas de maíz o de almortas, que era comida casi rutinaria y se sustituía con una más abundante de pan y carne. Los medios de información a distancia eran muchos: cohetes, petardos, hacer salir humo denso, ropa blanca puesta a secar en una ventana en caso de que estuvieran en un caserío…

El comisario Moreno asintió con la cabeza. Un mecanógrafo había ido tomando nota de la declaración. El Chotis no se merecía ser fusilado allí mismo, sino conducido a la cárcel de Gerona, en una celda aparte, hasta que el mando ordenase lo que más conviniera hacer con él.

El miliciano quedó muy sorprendido al ver que no le fusilaban en el acto. Tenía todos los componentes de un rostro humano -orejas, ojos, nariz, boca, etc.-, pero todos mal colocados. Su voz, rotunda al principio, fue perdiendo fuerza hasta terminar en un hilillo apenas audible.

– Te llevaremos a Gerona y allí decidirán…

Sospechó que querían sonsacarle más. Sería difícil. Lo había contado todo y con enorme precisión. Al enterarse de las víctimas que había ocasionado el descarrilamiento del tren correo sonrió: "Lo lamento… La lucha es a muerte".

Se sabía sentenciado. El comisario Moreno, en la furgoneta, le invitó a fumar. Sentado al lado del conductor, el capitán Sánchez Bravo. Esperaba ser recibido por su padre como un héroe, por su comportamiento en la emboscada y efectivamente en un principio fue así.

– Estoy orgulloso de tu acción en él combate. Cumpliste con tu deber. Ahora bien, no puedo perdonarte que continuaras con tu obsesión del juego y con tus borracheras. De modo que te pasarás ocho días en el calabozo del cuartel de Infantería, bien alimentado, pero sin radio ni periódicos…

El capitán sonrió con ironía. Su padre era un obcecado. Se cuadró ante él y a la media hora escasa estaba en el calabozo, solo con sus pensamientos y echando de menos a la camarada Pascual de Olot.

En cuanto al Chotis y su compinche Pedro Gandía fueron, a lo largo de cuatro días, las grandes vedettes del periódico Amanecer, Se publicaron sus fotografías junto a la de Evaristo Rojas, el ex divisionario víctima del descarrilamiento. Por más que Mateo porfió, el comisario Moreno se negó a facilitar más información. "Secreto del sumario". Al quinto día, en el cementerio de Gerona, se dio carpetazo al asunto fusilando a los dos maquis. Los compañeros de Evaristo Rojas, Pedro Ibáñez y León Izquierdo, hubieran querido formar parte del pelotón de ejecución. Pero su solicitud les fue denegada. No se trataba de un acto de venganza sino de estricta justicia.

El capitán Sánchez Bravo, completamente aislado del mundo exterior, no se enteró de que, entretanto, las fuerzas norteamericanas en Europa habían decidido clausurar sus oficinas de compras en España, lo que significaba un duro golpe para la economía, y que Franco había prometido la próxima celebración de un Referéndum, sin señalar la fecha. Fueron ocho días auscultando su conciencia. Tal auscultación no le llevó a detestar a su padre, el cual, de hecho, tenía razón. Lo que le ocurría es que se había cansado, efectivamente, de la milicia. Que no servía ni para obedecer ni para mandar. Preferiría tener una fábrica de embutidos, dedicarse a la pastelería o fabricar imágenes religiosas. Cuando recobrara la libertad tomaría una decisión.

* * *

Matías recibió una carta de Julio García. Éste le comunicaba que, en efecto, él y Amparo habían obtenido la nacionalidad norteamericana. Esto les abría las puertas de España, por lo menos desde el punto de vista oficial. Fueron al consulado y les dijeron: "Cuando quieran, les damos el visado". Él no se fiaba de las ventanillas, de forma que prefería que antes Amparo, sola, hiciera un Viaje de exploración, pulsando el terreno. Si la versión era optimista, él se arriesgaría a ir a Gerona, para oler la tierra y saludar a las amistades.

Julio le preguntaba a Matías si estaría dispuesto a hospedar en su casa a Amparo. "En caso afirmativo, telegrafíame, por favor. Todo esto, claro, contando con que el metatarso de Carmen Elgazu funcione ya como es debido". Julio terminaba diciendo: "No se trata de un capricho, compréndelo. No sabéis lo que es el exilio. Aunque el nuestro es un exilio dorado, pasarse tanto tiempo sin pisar la patria pesa como una losa de plomo. Matías, sé bueno y mándanos el telegrama, que en la oficina te saldrá baratito".

Revuelo en el piso de los Alvear. Carmen Elgazu y Pilar rechazaron la idea, mientras Ana María se declaraba neutral. Pero prevaleció el criterio de los varones, Matías e Ignacio. Mateo, que subestimaba a la mujer del policía se encogió de hombros y dijo: "Qué más da! No tengo nada en contra de esa mujer". En consecuencia, a las veinticuatro horas salió para Washington el telegrama aceptando la estancia de Amparo en el piso de la Rambla. Eloy palmoteo: "Ole, ole! Nos contará cosas de América".

Amparo hizo el viaje en el buque Covadonga, de la Compañía Trasatlántica, que a los nueve días de travesía la depositó en Bilbao. La acompañaba una amiga llamada Sonia Howard, que quería visitar el Museo del Prado "y otras maravillas que no tenían en los Estados Unidos". En Bilbao se separaron. Sonia Howard se trasladó a Madrid, Amparo llamó por teléfono a Matías. Su voz, trémula de emoción, delataba un ansia largamente contenida. "Mañana tomo el tren y pasado mañana, si no hay novedad, me planto en vuestra casa".

Amparo en Gerona! Matías e Ignacio la recibieron en la estación. Estaba desconocida. Llevaba un traje coloreado, se había teñido de rubio y calzaba zapatos de tacón alto. Grandes gafas de color negro, varias joyas de valor y mucho equipaje.

– Bien venida, Amparo!

– Bien hallados, Matías e Ignacio! Oh, Dios mío, qué ilusión!

Los besuquees de rigor y la primera sorpresa de Amparo: Ignacio disponía de coche propio, por lo que no era necesario alquilar un taxi.

– Ahí viven Pilar y Mateo -informó Ignacio, al cruzar la plaza de la Estación.

– Oh, cómo me gustará ver a Pilar! Traigo unos regalitos para el pequeño César…

Amparo se había quitado las gafas negras y sus ojos resplandecían, mirando a derecha y a izquierda.

– Ahí tienes la plaza Marqués de Camps…

Amparo soltó, de pronto:

– Qué pequeño es todo esto!

Matías comentó:

– Mujer, no lo compararás con Nueva York.

A los diez minutos justos aparcaban en la Rambla, frente a la casa de los Alvear. A Amparo todo le parecía a la vez exótico y familiar, a la vez lejano y próximo. Eloy, que estaba esperando en el balcón, al verles bajó corriendo para ayudar a subir el equipaje.

– Ah, claro! -exclamó Amparo-. El niño vasco… Se me olvidó el nombre!

– Me llamo Eloy.

– Gracias, pequeño.

Arriba esperaba Carmen Elgazu, ya sin bastón. Carmen no acertó a disimular del todo. Besó fríamente a Amparo; en cambio, ésta la abrazó y se pegó a sus mejillas.

– Carmen Elgazu! La columna del hogar…

– Y que lo digas -terció Matías.

Amparo pidió permiso para ducharse y cambiarse de ropa. Quince minutos después se encontraba en el comedor, ante una taza de café caliente y unas galletas.

– En el tren he comido unos bocadillos… Olían muy mal. Esto me sentará mejor.

– Cuéntanos -abrió el diálogo Ignacio-. Sí, ya sé, todo esto te parecerá muy pequeño. Pero es lo nuestro, comprendes? Y también aquí se puede ser feliz.

Amparo retó al muchacho con la mirada.

– Y quién dice lo contrario? A Julio se le ha subido América a la cabeza; pero a mí, no.

– De veras?

– De veras. Uy, lo que yo me he aburrido en Washington! Decidme. Cuántos negros tenéis en Gerona?

Matías, que terminaba de liar su cigarrillo contestó:

– Que yo sepa, ninguno… No sé si Eloy, en sus correrías, ha descubierto alguno. En, qué dices, renacuajo?

– No, no, ninguno… -reafirmó el muchacho-. Y me gustaría que los hubiera.

– Por qué?

– Porque en el cine bailan muy bien.

"Qué pequeño es todo esto!". Esta frase iba a ser la constante de Amparo durante su estancia en Gerona. Aquel piso "entrañable" le pareció chato, pobre, con una estufa al rojo vivo que apestaba a carbón. La personalidad de Matías e Ignacio, intacta; en cambio. Carmen Elgazu se le antojó basta, una mujer muy de su casa y nada más, con manos de fregona. Se acercó al ventanal y vio el Oñar: sucio, sin apenas agua. Salió al balcón y contempló la Rambla. Acostumbrada a las grandes avenidas, tuvo una decepción. Apenas si aquello debía de servir para bailar sardanas.

– Oh, qué bien se está aquí! Me siento como de la familia…

– Eres como de la familia -corrigió Matías.

– Ya lo sé. Me lo habéis demostrado.

Amparo estaba en plena forma y se había refinado un poco. Apenas si notaba el cansancio del viaje. "Y ha sido duro, no creáis! Esos trenes… No comprendo cómo no están al día, puesto que España no ha entrado en la guerra".

Ignacio comentó:

– Hay prioridades, comprendes? Lo primero es alimentar a la gente, que, en su gran mayoría, lo pasa fatal…

Pronto Amparo pudo comprobar por sí misma este aserto, porque se empeñó en salir y dar una vuelta antes de cenar. La acompañó Matías, puesto que en Telégrafos volvía a tener turno de noche. Las personas le parecieron raquíticas, como si fueran ellas las que regresaran del exilio. En las tiendas no había nada, excepto en las zapaterías. Las paredes desconchadas. Muchos papeles en el suelo y de los restaurantes y los urinarios públicos salía un hedor que le recordaba el de los barrios negros. En una lencería vio el retrato de Franco y el de José Antonio. Contuvo la respiración y Matías le dijo:

– Hay miles de retratos de esos caballeros. Y si llegas hace un año, hubieras visto por todas parte a Hitler y a Mussolini.

– Dios mío! -exclamó Amparo; y no añadió nada más.

En resumen, la estancia de Amparo en Gerona, disparados los mecanismos comparativos, se saldó con un fiasco. Los Estados Unidos pertenecían a otra galaxia. "Lo curioso es que a mí aquello no me va; pero comparado con esto…"

Echaba de menos el aire de libertad de Norteamérica. Gerona parecía hipotecada por algún maleficio o alguna vigilancia que impedía que la gente respirara a su aire. La tal gente andaba algo cohibida, los mobiliarios eran aptos para el trapero, el café de la cafetería España, tan horrible como el que le sirvieron en el tren.

Matías e Ignacio no sabían cómo explicarle que aquello era así y no de otra manera. España era una dictadura, habían ganado los aliados y, por lo tanto, "quedamos marginados desde el principio. Y ahora, mucho más". Las autoridades eran dioses y la Falange campaba por sus respetos. "Pero, es que Julio no te lo advirtió?". "Sí, claro… Julio sabe siempre a qué atenerse; pero yo lo imaginaba de otro modo".

– Piensa que todo está racionado -intervino Matías-. Que la mitad de la ropa se amontona en el Monte de Piedad; que las familias han de recurrir al pluriempleo; que no se puede mover un dedo sin permiso del gobernador… -Matías esbozó una sonrisa-: Los Alvear vamos tirando gracias a la influencia de Mateo y a que a Ignacio le tocó la lotería. También van tirando los hermanos Costa y los de su calaña; pero los demás, con el culo al aire, lo cual, en invierno, debe de resultar desagradable…

Amparo pensaba: "Si me pusiera aquí uno de los sombreros que llevo en Washington!". Carmen Elgazu la achuchaba: "Pero aquí tenemos paz. Te parece poco? Y puedes salir de noche sin miedo a que un negro o un blanco te tire del bolso o te robe la cartera".

A Matías le hacía gracia que Amparo fuera norteamericana. "A ver, enséñame otra vez el pasaporte". Amparo se reía y se lo enseñaba. Por su parte, Ignacio no podía olvidar que Amparo fue la primera mujer que conoció, tan íntimamente como más tarde conocería a Canela y a Adela.

Los regalos que se había traído eran discretos, pero prácticos y de buen gusto: tres pitilleras para los hombres, con las iniciales, un buen lote de medias de nylon para las mujeres. Para el pequeño César, un juguete chino en que tocaban muchas campanillas. Todos fueron bien recibidos y Matías andaba pensando: "Pues sí, lo que se ha refinado esta mujer!". Llevaban casi siete años sin verse.

Pilar fue la que con mayor dureza trató a Amparo. No podía olvidar que Julio García sometió a Mateo a varios terroríficos interrogatorios. "Las gentes como ustedes son las culpables de todo lo que ha ocurrido en España. Pero no se hagan ilusiones. Aquello no volverá. Franco cuenta con el apoyo de la mayor parte de la población".

Lo mismo le dijeron los hermanos Costa, en los que había supuesto encontrar apoyo. Le dijeron que Franco estaba bien pertrechado en su trono. "Y si tienes alguna duda, esta tarde contempla desde el balcón la manifestación convocada por el gobernador bajo el lema: "Franco, sí, comunismo, no". Toda Gerona estará presente".

– Y las matanzas, pues? Y los campos de trabajo?

– Esto es la España subterránea… -le contestaron los Costa-. Salvo los directamente afectados, nadie se acuerda de ella -Advirtiendo la mueca escéptica de Amparo añadieron-: Habla con Paz Alvear. Te será fácil… Escucha su versión. Llegó aquí dispuesta a arrasarlo todo y ahora tiene a su hermano en el seminario y ella se casó con la Torre de Babel, que anda pisándonos los talones…

Los hermanos Costa añadieron que ellos no se podían quejar; les estaba prohibido salir de la provincia y debían presentarse semanalmente a la policía; pero, por lo demás, los negocios les iban viento en popa. "Ya se sabe. Después de un terremoto, el que sabe aprovecharse sale adelante".

Amparo se acarició el mentón. Llevaba la cara muy maquillada.

– Es exactamente la teoría de Julio García. Dice que mimando a unos cuantos le basta a Franco para mantenerse en el poder. Y cuando dice unos cuantos incluye también a franceses, ingleses y norteamericanos, a los que permite hacer grandes negocios…

– Pues qué te creías! Este mes hemos importado no sé cuántas toneladas de papel de Noruega y hemos exportado a Inglaterra otras tantas de cebollas… Te das cuenta, Amparo?

– Sí, claro…

Con Paz Alvear fue distinto. Paz, que le había oído contar a Matías las mil y una sobre Julio García, se mostró más optimista, aun admitiendo que ella vivía como una burguesa, "tal vez gracias a las plegarias de su hermano, Manuel".

– Yo creo que a Franco lo echarán… La campaña extranjera en contra debe fructificar. Hay que ver lo que sueltan la BBC y Radio Moscú! Estoy segura de que en las conferencias de los tres grandes tuvieron ya en cuenta el destino de España… -Paz se acarició el discreto collar que llevaba-: En la guerra se demostró que los aliados tardan en reaccionar, pero que cuando lo hacen no hay quien los pare.

La invitaron a cenar. La Torre de Babel estuvo muy locuaz. Se acordaba tanto de Julio García! Gerona, sin Julio García, era "otra cosa". Era como si a la catedral le faltara el campanario.

– A lo mejor lo veis pronto por aquí… -dijo Amparo-. No para quedarse, claro, pero para echar un vistazo.

– Habla usted en serio?

– Completamente.

Paz volvió a lo suyo: "A Franco lo echarán". La Torre de Babel negó con la cabeza. "A menos que pierda el cacumen y les provoque, cosa impensable, a Inglaterra y a los Estados Unidos les conviene tener aquí una dictadura de derechas. Podrán hacer en España lo que les dé la gana. Ya se empieza a decir que España será su portaaviones…

Amparo asintió. Iba haciéndose su composición de lugar. Claro que sólo había hablado con personas que llegaban holgadamente a fin de mes; pero la opinión del resto, de los del Monte de Piedad, qué podía aportarle? Tal como le aconsejaran los hermanos Costa, había visto desde el balcón del piso de la Rambla la manifestación "Franco, sí, comunismo, no". El Frente de Juventudes entero -el futuro-, y una masa arrolladura y chillando como en los Estados Unidos en un estadio de béisbol. Y por todas partes, en efecto -incluso en las oficinas de la Agencia Gerunda-, retratos de Franco y de José Antonio. Mateo se negó en redondo a ver a Amparo, a estrecharle la mano. "Menuda cucamonas! Responsable, como su marido, y dejándose querer…"

En cambio, Ignacio invitó en su casa a Amparo, aun en contra de la opinión de Ana María. Ésta no se mostró neutral. Cada vez que Amparo se disponía a hablar de la España que estaba encontrando le cortaba la palabra y le pedía algún dato sobre los Estados Unidos. Pronto ella e Ignacio se dieron cuenta de que Amparo apenas si sabía nada de su inmenso país. De vez en cuando decía ockey y antes de cenar pidió un whisky. Qué diferencia había entre Truman y Roosevelt? Habían cruzado en tren el recorrido Este-Oeste? Era cierto que Nueva York era veinte veces mayor que Barcelona? Y los indios? Cuántos ejemplares quedaban? Y cómo un país de seres humanos pudo llegar a fabricar tres mil aviones diarios? Cuál era el secreto? Le gustaba el jazz negroide? Y los westerns? Y las universidades? Era cierto que las universidades de los Estados Unidos eran las mejores del mundo, con especialistas en temas tan abstrusos como la poesía primitiva africana o la vida secreta de Nerón?

Amparo se sintió apabullada. Se dio cuenta de que no estaba enterada de nada, como tampoco se enteró de nada durante su estancia en París. Era un apéndice de Julio, nada más.

– Entonces -le dijo Ana María-, de qué sirve la libertad si no se utiliza para ampliar conocimientos? Yo, en esta Gerona tan raquítica, y en efecto, lo es, estudio inglés, alemán y empiezo a tocar la guitarra…

Ignacio gozó por dentro al advertir que Ana María estaba embalada y tenía una noche brillante. En algún momento fugaz miró a Amparo con intención; pero ésta se sentía incómoda. Sin Julio García al lado, en ocasiones así se notaba indefensa. Ya en el buque Covadonga, durante la travesía, le ocurrió lo mismo: su amiga Sonia le formuló gran número de preguntas sobre España y ella no las supo contestar. Conocía Gerona y un poquitín Madrid. Pero no sabía lo que era el gótico, ni quién fue Pepe Botella, ni qué significaba Palos de Moguer.

A la hora del café se presentó Matías. De improviso, como casi siempre. Le gustaba sorprender a Ignacio, levantar el índice y que el muchacho contestara: Caldo Potax. Matías se percató en seguida de lo que ocurría en la casa y procuró convertirse en moderador.

– Vengo de casa de Pilar… -dijo-. Hay que ver cómo juega el pequeño César con las campanillas que le trajiste! Fue un acierto, Amparo. No podías elegir mejor.

Ana María comprendió e hizo marcha atrás. Sabía que su suegro quería a Julio García como a un hermano. Por cuestión de amor propio no iba ella a tirar por la borda las posibilidades de comprensión. A partir de ese momento el clima fue otro. Y Amparo suspiró. Hablaron del barrio antiguo de Gerona y de la Dehesa, que fueron los dos únicos lugares de la ciudad que no decepcionaron a Amparo. " La Dehesa es preciosa, la verdad… En Washington hay mucho verde pero no creo que tengamos nada parecido. Y la Casa Blanca no es tampoco la catedral. Siempre parece que se acaba de estrenar".

Hablaron del proceso de Nuremberg, que se había iniciado el 25 de noviembre, que acumulaba 25 360 documentos y cuyo tribunal estaba constituido por cuatro magistrados de cada potencia vencedora. Los inculpados eran veinticuatro, capitaneados por Goering, Hess y Rosenberg. "Ésos irán todos a la horca, sin la menor duda".

Amparo le agradeció a Matías que le echara una mano. Hablaron de las pitilleras que aquélla les trajo. Ignacio comentó: "Oh, sí, son estupendas!". Y terminaron contando chistes. El último aludía al desfile de falangistas de Madrid con pancartas que decían: "Si ellos tienen onu, nosotros tenemos dos".

Por último, Amparo se interesó por el puesto que antaño desempeñó Julio.

– Quién es el actual comisario de policía?

– Bueno! -contestó Ignacio-. Casi puede decirse que acaba de llegar. Se llama Isidro Moreno. De momento ha fusilado a dos maquis y parece dispuesto a mantener el orden cueste lo que cueste…

– Ya… -Amparo añadió-: No me gustaba nada que Julio lo fuera! Prefiero que se dedique a lo que se dedica hoy.

– A qué, si puede saberse?

– A hacerme compañía… -y Amparo pidió permiso para levantarse y dar por terminada la velada.

* * *

Amparo y su amiga Sonia Howard se encontraron en Bilbao, dispuestas a embarcarse en el buque Montserrat, también de la Compañía Trasatlántica, para regresar a Nueva York. Sonia estaba entusiasmada. España entera era una obra dé arte. Los museos de Madrid -y no sólo el del Prado- la dejaron boquiabierta. No daba abasto, ni encontraba los calificativos adecuados. Además, se notaba que en la capital habían residido los reyes. Qué palacios! La plaza de Oriente, por ejemplo. "Los reyes, por donde pasan, dejan su impronta". También estuvo en Toledo. Fue la primera catedral que visitó. Luego visitaría las de Burgos y León. Y estuvo en Salamanca. "No tengo palabras para explicar lo que he sentido".

Amparo, sorprendida ante la reacción de su amiga, no supo qué decir. Ella le habló a Sonia de "la otra cara de España", la del racionamiento, restricciones, mendicidad. Ahí Sonia le dio la razón.

– En esa línea, todo lo que quieras… Es un país pobre y encorsetado por los de arriba. La cantidad de vendedores ambulantes y mendigos es abrumadora. Delante mismo del hotel Palace, donde, como sabes, me hospedé en Madrid, había un hombre con una sola pierna tocando el violín. Horas y horas tocando, con un plato en el suelo en el que de vez en cuando caían algunas monedas. Pero me da la impresión de que nadie se rebela, de que aceptan la situación, a cambio de disfrutar de orden público, de paz.

– Éste es el chantaje -dijo Amparo.

– Yo no sé si lo llamaría así… -objetó Sonia-. No es un chantaje. Es un hecho. La paz es lo más preciado para un país.

– Más que la libertad?

Sonia vaciló. Llevaba un sombrero estrafalario.

– Como norteamericana, te diría que prefiero la libertad; pero como Sonia Howard, te diría que prefiero la paz…

Poco después las sirenas del barco llamaron a los pasajeros. Unos mozos forzudos -y alguno, enclenque- les subieron los equipajes a bordo. Era un día lluvioso, con viento fuerte. Casi daba miedo hacerse a la mar. Menos mal que el capitán y los oficiales, en cubierta, infundían seguridad. Además, el Montserrat se conocía la ruta… Llevaba años yendo y viniendo y el peligro de los submarinos había desaparecido.

– Seguro que llegaremos a buen puerto.

– Seguro…

– Adiós, España!

– Adiós…

* * *

Ocurrieron muchas cosas. En Pamplona se convocó una manifestación de boinas rojas, de requetés, en la plaza del Castillo, protestando contra la atonía del régimen, que parecía no advertir las amenazas provenientes del exterior. La policía actuó de forma contundente y hubo varios heridos leves. Los heridos no tenían importancia; el hecho, sí. Los manifestantes eran los mismos que el año 1936 se presentaron voluntarios para iniciar la "Cruzada". Don Anselmo Ichaso telefoneó a la Voz de Alerta y éste publicó en Amanecer un editorial en defensa de los boinas rojas.

Fue la gota que colmó el vaso. El gobernador, de acuerdo con Mateo, destituyó fulminantemente a la Voz de Alerta de sus dos cargos: del cargo de alcalde y de director de Amanecer. El camarada Montaraz dio pocas explicaciones, porque contaba con el apoyo del general. Al general, lo mismo que al camarada Montaraz y a Mateo no les gustaba ni pizca la filiación monárquica de la Voz de Alerta y menos aún de su mujer, Carlota.

' La Voz de Alerta' tuvo una reacción violentísima contra el gobernador y Mateo. Había quemado su vida por España y ahora se veía postergado, sin previo proceso, sin derecho a defenderse, sin tener en cuenta los servicios prestados. El gobernador rompió un par de cacahuetes y le dijo:

– Ordenes superiores… Lo siento -y la Voz de Alerta, dando un portazo, se fue a su casa, donde contempló casi con dolor su sillón de dentista.

Carlota, su mujer, se había quedado de una pieza. Sabía que la estructura piramidal del Régimen les impedía contraatacar. Apenas si conocían a nadie en Madrid, donde, por si fuera poco, les tacharían de catalanistas. No había más remedio que tragarse el sapo y ver la estrategia de don Juan, quien de un momento a otro se trasladaría de Lausana a Estoril, desde donde lanzaría un manifiesto.

El pequeño Augusto correteaba por allí. ' La Voz de Alerta' lo tomó en sus brazos y lo besuqueó.

– Augusto, monín… Tu padre ya es un don nadie. Ni alcalde, ni director de Amanecer. Un dentista como otro cualquiera, que desde ahora tendrá la consulta abierta mañana y tarde.

Dolores casi vociferó:

– Ese gobernador, aficionado a la caza! Hoy se ha cobrado la pieza que desde tiempo andaba persiguiendo.

El relevo en el periódico resultó fácil. Mateo fue nombrado director. La dirección incluiría también la censura, para que no se "colara" ningún editorial. El relevo en la alcaldía fue más arduo. Se analizaron uno por uno los candidatos posibles. Se pensó en el notario Noguer, en el doctor Chaos, en Jorge de Batlle, en el camarada Revilla, delegado de Sindicatos. Finalmente, Mateo hizo diana: José Luis Martínez de Soria, capitán jurídico, franquista a ultranza, de trayectoria impecable. Y hermano de Marta! Y casado con Gracia Andújar…

– No hay más que hablar.

José Luis Martínez de Soria recibió la noticia con estupor y con cierto escepticismo.

– Yo no sé lo que es una alcaldía… Cómo se lleva un municipio? Habladme de expedientes de "rojos" y de amarillos, pero no de alcantarillas ni del asfaltado de las calles…

– No importa. Ya te irás enterando. En estos momentos necesitamos hombres de confianza…

José Luis pidió ocho días para responder. Y se encontró rodeado de opiniones a favor. Gracia Andújar palmoteo: "Alcaldesa! Qué ilusión! Podré seguir de directora de ballet?". Marta fue más comedida pero aprobó la propuesta. "Creo que, por la edad, el sentido de la disciplina y tu buena facha, eres el hombre idóneo para ese puesto".

– Además -añadió-, creo que a nuestra madre le hubiera gustado… Y a nuestro padre también.

José Luis terminó por aceptar. "De acuerdo. La vara de mando la regalan o tengo que comprarla?". El camarada Montaraz y Mateo aplaudieron y le dieron golpecitos en la espalda. "De momento, podrás compaginarlo con tu capitanía jurídica… Más tarde, tú verás".

En Amanecer se publicó una extensa nota elogiando a la Voz de Alerta y afirmando que el relevo se llevaba a cabo "a petición propia y por razones personales". La población se lo creyó. En cuanto a la figura de José Luis Martínez de Soria, era una incógnita. Todo el mundo le conocía, pero en su faceta profesional. Había salvado muchas vidas… En la alcaldía? Estaba por ver. El doctor Andújar le dijo a Solita: "Es un hombre demasiado joven… Para ser un buen alcalde se necesita mucha experiencia. Yo creo que la Voz de Alerta lo llevaba muy bien". Mosén Alberto echaría de menos las "Ventana al mundo" que la Voz de Alerta escribía en el periódico. "Supongo que ahora se negará a colaborar". El obispo, cuya opinión había sido requerida, dio su beneplácito, porque José Luis Martínez de Soria cumplía con la Santa Madre Iglesia y nunca dio motivo de escándalo.

Alegría de Gracia Andújar! Tal vez la alcaldesa más joven de España… Se enfrentó con su padre. "José Luis tiene la edad ideal.

Joven y con mucha experiencia. Y si no, espera y verás. Tiene muchos proyectos!".

Los proyectos de José Luis, todavía embrionarios -no quería precipitarse- pronto fueron conocidos. Quería una ciudad más "alegre". Gerona era triste, era gris, y para darse cuenta de ello no era necesario llegar de Washington. Remozar las fachadas y las paredes, empezando por las que colgaban sobre el río Oñar! Se armó la marimorena. Quería pintarlas de colores vivos, a semejanza de las que colgaban sobre el Amo en Florencia. Se pusieron en contra mosén Alberto, el notario Noguer, los artistas de la ciudad, incluso Ángel, el arquitecto. La cochambre y los colores delatando la pátina del tiempo formaban parte precisamente de su encanto natural. Eran producto de la lluvia, otra constante de Gerona, aunque ahora desde hacía meses no cayera una gota. José Luis dijo: "Veremos a ver". Proyectaba también cambiar de fecha las ferias y fiestas de San Narciso. A finales de octubre hacía frío y, casi siempre, caían tormentas. "Las trasladamos a junio y tenemos resuelto el problema". Otra vez las fuerzas "culturales" de la ciudad se pusieron en contra. "Ese hombre quiere cargarse la tradición". Hubiera querido iluminar más las calles de la población! Pero en época de restricciones eléctricas hubiera parecido un escarnio. De momento, pues, sólo fue bien visto y posible el aumento de sueldo de todos los funcionarios del municipio, desde el pesador del matadero hasta los guardia urbanos y los bomberos.

El padre Forteza le ponía una objeción al nombramiento de José Luis: éste magnificaba la figura de Satanás. Creía en el Maligno de una forma muy personal, como si se le hubiera aparecido alguna noche en su habitación. "No hay que tentar al diablo". José Luis replicó que ello no tenía nada que ver y que su convicción era realista -rebelión de Lucifer- y de ningún modo supersticiosa.

Júbilo entre los gitanos de la calle de la Barca y Montjuich… Una comisión fue al ayuntamiento. Por fin serían escuchados y tal vez dispusiesen de viviendas. El más contento de todos, el Niño de Jaén, que vio la posibilidad de regalarle a su madre muchos espejos…

CAPÍTULO XXXIII

EN EL CAFÉ NACIONAL se reanudaron las sesiones de chismorreo y dominó, estimulados los asistentes por una noticia fechada en Burdeos: "En Burdeos se ha celebrado la elección de Miss Atómica". Grote comentó que la raza humana no tenía remedio, pero que acaso fuera mejor así. "Si lloráramos por todas las catástrofes que acontecen, moriríamos ahogados".

Matías aportó su noticia particular: "El jefe del Estado se interesa por el ganado español". Galindo aportó la suya: "Ha muerto en Buenos Aires el famoso ilusionista chino Wu-Li-Chang. Era catalán y se llamaba Bassó". Marcos, pensando en su oficio, gritó Eureka!, porque próximamente iba a ser reparado el cable telegráfico entre España e Italia, que estaba averiado. "Pero, por lo visto, será difícil detectar dónde está la avería". Jaime, el librero, depositó sobre la mesa su variada aportación cultural: "Habían muerto los pintores Ignacio Zuloaga y José María Sert, se había constituido en Madrid la Asociación de Amigos de Bécquer, y la escritora chilena Gabriela Mistral había obtenido el Premio Nobel de Literatura". El camarero Ramón, viajero impenitente, les recordó que dos ingleses habían atravesado el Atlántico a bordo de un barril, desde Toronto a Londres, invirtiendo en el trayecto ochenta días justos. Matías le reprochó: "Te quedas corto! Eres antifranquista… Y los españoles qué? Ha empezado a construirse en Barajas un aeropuerto transoceánico".

En esta ocasión, en otro lugar se celebraba también una reunión -la última-, en la que se despedía al padre Melchor Forteza, que regresaba al Japón. Estaban presentes el padre superior, el padre Forteza y el padre Jaraíz. El padre Melchor Forteza había sabido por la radio que todos los pelotaris españoles que actuaban en el Próximo Oriente se hallaban sin novedad y que los japoneses se pasaron un día entero sin hojear los periódicos, porque en ellos se veía a Mac Arthur mirando al emperador desde un plano superior, lo cual estaba prohibido. "Al emperador no se le puede mirar de arriba abajo. Él, por su estirpe divina, debe ocupar siempre el lugar más alto".

La despedida del padre Melchor fue emotiva. Había recibido muchos plácemes por los reportajes que publicó en Amanecer y había prometido enviar desde Nagasaki fotografías sobre las consecuencias de la explosión nuclear. Le esperaba una dura labor. Lástima que ni él, ni ninguno de sus compañeros de misión, fueran médicos. Sin duda la asistencia sanitaria sería lo más urgente. "Sobre todo se necesitarían dermatólogos, pues la piel de los radiactivados se les cae a jirones". Nagasaki! Madame Butterfly! Todo el mundo conocía la ópera. Ahora se haría todavía mucho más popular, pues el escenario de la acción era precisamente Nagasaki.

Los jesuítas gerundenses habían aprendido muchas cosas durante la estancia del padre Melchor en la ciudad. Que la religión oficial del Japón era el sintoísmo -el emperador-, pero que la religión mayoritaria era el budismo, con alta representación del budismo Zen. "Esta religión es insustituible para lograr el autodominio. Sin embargo, me parece imposible trasladarla a Occidente. El soma milenario interviene en esas cuestiones". También supieron que el teatro Kabuki duraba horas y horas, con sólo mímica y los hombres representando por igual los papeles masculinos y femeninos. "Todos los japoneses asisten periódicamente al Kabuki; en cambio, en Gerona no se dispone siquiera de una compañía teatral, y tampoco de una orquesta sinfónica. Menos mal que ese nuevo alcalde, tan joven, ha prometido preocuparse de esta cuestión". También les habló, por fin!, de las crueldades cometidas por los japoneses durante la guerra. "Quiero tanto a ese pueblo, que no quería rozar ese tema; pero mi obligación es ser imparcial y declarar que los japoneses se merecen también un proceso Nuremberg".

El padre Melchor regañó a su hermano. "Comprendo tus intenciones al jugar a ser payaso. Comprendo lo que significa que te rías a carcajadas ante el Sagrario; pero corres el peligro de que la gente piense que un día el Sagrario se reirá de ti. En tu lugar haría marcha atrás y manifestaría de otro modo la alegría interior que te embarga. Sabes? En estos días de estancia aquí me ha parecido observar que el pueblo es un tanto inconsciente, fruto tal vez de la ignorancia. Inconsciente e insensible. Resbala por encima de las cosas y cada cual actúa por libre, teniendo como límite el clan familiar y los amigos. Echo de menos la solidaridad. Hay un punto de egoísmo, de egoísmo casi feroz. Y eso lo mismo en las clases altas que en las bajas. Contra eso debes luchar e inculcar a tus congregantes la solidaridad y el amor a los viejos, que están, los pobres, muy desasistidos y deseando interiormente la eutanasia pasiva".

Los dos hermanos se abrazaron y el padre Melchor se volvió a misiones, después de despedirse dé Manuel Alvear. En Barcelona le indicarían qué ruta debería seguir, pues llegar a Alaska, a Anchorage, al parecer era difícil. "Pero llegaré, mi querido hermano. Los misioneros llegamos puntuales siempre. Llegamos puntuales incluso a la muerte".

* * *

La partida del padre Melchor coincidió con un giro de ciento ochenta grados de la actitud, de la personalidad, de mosén Falcó. Éste asistió a uno de los diversos cursillos que se celebraban para capellanes de prisiones y el último día entonó el mea culpa y se confesó de "abusos intolerables" en el ejercicio de su misión. Este cursillo tuvo lugar en el monasterio de Poblet, regentado por cistercienses. Fray Raimundo Abadal fue su director. Mosén Falcó, al despedirse, se quitó la medalla militar del pecho y en su lugar colgó una diminuta cruz.

Labor de introspección. De regreso a Gerona, repasó como en una película su actuación como capellán de la cárcel. Se horrorizó. Sobre todo al volver de la División Azul -ah, aquellos Christus, Christus, de los ancianos ortodoxos!-, se había mostrado implacable, hasta el extremo de que en cierta ocasión le escupieron a la cara. Odiaba a los llamados "rojos" y les decía que eran seres privilegiados porque conocían la hora exacta en que deberían presentarse ante el Señor. Qué barbaridad! Qué mosca, qué moscardón, le había picado? Lloró amargamente, ante la satisfacción de su hermana, Sara, la comadrona en la consulta del doctor Morell, la cual estaba cansada de advertirle que el cristianismo era amor, amor incluso a los enemigos.

Mosén Falcó se acordó de todo. De que había entrado por los estancos gritando: "Fuera las postales con beso!". De que en la piscina de la Dehesa, en cierta ocasión, armó un escándalo porque descubrió que un par de chicas exhibían un escueto bañador. De que le había pedido al señor obispo cerrar las casas de prostitución, aun en contra de la opinión, manifestada al respecto, por san Agustín. Etcétera. Un ser marmóreo, con apetencias represivas, que posiblemente arrancaban de la niñez. Porque su madre le inculcó el odio al pecado, sin matizar la cuestión. Y porque en el seminario le castigaron varias veces por sus poluciones nocturnas. Era preciso cambiar. El resultado había sido una actividad sacerdotal sin apenas fruto y que en Gerona inspiraba temor incluso a los niños. "Dimitiré. Dimitiré de capellán de prisión. Y seguro que el señor obispo me aceptará la dimisión".

En efecto, así fue. En vez de él, se ocuparía del cargo el padre Jaraiz, con lo que los reclusos no iban a ganar gran cosa. Él fue nombrado consiliario de Acción Católica, institución que, bajo la batuta de Jorge de Batlle, se abría camino día tras día, ante el asombro de Agustín Lago y Santiago Estrada, del Opus Dei, quienes no concebían que los católicos practicantes se contentasen con tan poca cosa.

Pronto la ciudad se dio cuenta del cambio operado en la persona de mosén Falcó. El doctor Andújar opinó: "Un triunfo de la psicoterapia". El doctor Chaos y Moncho más bien lo atribuyeron, bromeando, a un tratamiento de cirugía espiritual. "Las neuronas, las neuronas. Ahí está el quid de la cuestión". Mosén Falcó empezó a andar por las calles saludando a todo el mundo, regalando caramelos y pastillas Andreu a los chiquillos y repartiendo tebeos. Tebeos que antes había anatematizado porque en ellos solía imperar la violencia. Jaime, el librero, quedó estupefacto. "Me lo han cambiado", murmuró. Mosén Alberto le sugirió: "Yo, en tu lugar, mosén Falcó, haría una visita a la cárcel y les pediría perdón a los presos que creas haber ofendido. A los que estén vivos, claro… Esa humillación puede hacerte mucho bien".

Por los clavos de Cristo! Esto no se le había ocurrido a mosén Falcó. Dispuesto a obedecer, realizó esta gira purgante. Los reclusos -la cárcel estaba repleta- le recibieron de uñas. Él fue llamando a los que conocía, a los que habían sufrido su trato inquisitorial. Los más le dieron la espalda, convencidos de que les tomaba el pelo. Pero hubo dos que le miraron primero con extrañeza y luego con compasión. Uno al que había profetizado el infierno y al que en última instancia se le conmutó la pena de muerte le preguntó: "Qué quieres, macho? Estoy a tus órdenes". Mosén Falcó, que tenía las cejas hirsutas y el cuello excesivamente ancho, le contestó: "Nada. Pedirte perdón y estrecharte la mano". El hombre, contrabandista del Pirineo, le miró fijamente a los ojos y dijo: "De acuerdo". Y le estrechó la mano. El otro, un exhibicionista sexual, le espetó: "A qué vienes? A darme la absolución?". "Nada de eso. Vengo a pedirte excusas. Ya no me verás más por aquí…" El recluso le miró también a los ojos y se reblandeció. "Mira por dónde! Quién te ha convencido de que la naturaleza tiene sus caprichos? La bomba atómica?". Y le estrechó la mano.

En resumen, fue más fácil de lo que había supuesto. Mosén Alberto le aplaudió. "Bravo! A que te sientes más ligero?". "Mucho más". "Pues pásate un año entero haciendo eso, pidiendo perdón".

Las Santas Escrituras habían anunciado: "Los cadáveres de este pueblo serán pasto de las aves del cielo y de los animales de la tierra". A raíz del proceso de Nuremberg, empezaban a conocerse más noticias sobre los campos de exterminio que los expuestos por mister Edward Collins en sus reportajes. Los responsables iban declarando uno a uno ante los magistrados, y al parecer los más inteligentes eran Goering y Dóenitz. Lo que sobrecogía era la frialdad de que, en ciertos momentos, hacían gala los inculpados. Les pasaban documentales y películas sobre las atrocidades cometidas en los campos y ellos, sin apenas pestañear, acaso con la excepción de Rudolf Hess.

Se supo que el pan distribuido entre los condenados a muerte en Varsovia en algunos casos contenía una tercera parte de serrín de madera, serrín suministrado precisamente por las fábricas de ataúdes, que funcionaban a pleno rendimiento. Muchos bebés, balanceados por los pies, fueron estrellados contra las paredes. Otros recién nacidos, empuñados y arrojados al aire, sirvieron de blanco a los mejores tiradores SS y fueron empalados al vuelo por las bayonetas. En Mauthausen, al borde mismo del precipicio, a veces los SS, como juego, obligaban a cuatro hombres, dos contra dos, a una lucha a muerte. Prometían salvar la vida al equipo que consiguiera despeñar al otro al vacío. Monstruoso torneo que en ocasiones duraba varios asaltos. Los árbitros excitando a los perros daneses y riendo a mandíbula batiente, al final echaban a patadas a los dos vencedores, que también caían al abismo desplomándose junto a sus compañeros. En Dachau, un abad pidió permiso para guardar su crucifijo. Éste le fue clavado al sacerdote en pleno esternón y con los dientes angulares. En Bergen-Belsen, varios sacerdotes fueron, al igual que Cristo, coronados de espinas por medio de zarzas artificiales trenzadas y luego crucificados.

Los corresponsales del mundo entero tenían derecho a comunicar todo esto a los lectores; en España, debían andarse con mucho cuidado. La censura era implacable. Lo contaban entre líneas y no había forma de hacerse con un documental. Los empresarios de los cines protestaban; en Gerona, el camarada Montaraz no quería ceder. Su tesis era: "Si los aliados hubieran perdido, ahora los documentales serían a la inversa". Ángel se enfrentó otra vez con su padre negando rotundamente que, Rusia aparte, existiera en el orbe otro país capaz de tales salvajadas. Ángel tenía que dedicarse ahora a consolar a Marta, quien, a pesar suyo, debía bajar la cabeza y admitir que sus "adorados" nazis habían seguido al pie de la letra la consigna "liquidación total del sionismo", englobando en esta palabra a todos los enemigos del III Reich y a decenas de millares de personas y niños inocentes.

El doctor Andújar le decía a Solita que en los manuales de la paranoia no estaba previsto un caso como el del Führer y sus sicarios. En el pasado, la pureza de la sangre, la pureza de la raza, habían sido, por lo general, más que hechos consumados, símbolos apetecibles. Lo que le llamaba la atención era que al margen de Nuremberg, funcionaban otros muchos tribunales que juzgaban a los "mandos inferiores", igualmente asesinos y cuya cifra se elevaba, por el momento, a unos 80 000. Repitió que sería injusto condenar por ello a todo un pueblo, que en su inmensa mayoría ignoraba lo que estaba ocurriendo. "Lo que puedo afirmar, como psiquiatra, es que los culpables se dividirán, se están dividiendo ya, en dos tipos: los que no se inmutarán ante las acusaciones y los que, por vergüenza retroactiva, se suicidarán".

La palabra "suicidio" interesaba mucho, como es natural, al doctor Andújar, porque se trataba de la situación límite a la que llegaba el hombre. Le contaron que Julio García coleccionaba casos de suicidio en un fichero. "Si pudiera encontrar ese fichero!". Como tantas cosas secretas, se encontraría en Washington. En el manicomio de Gerona salían a dos suicidios mensuales, cuyos protagonistas eran casi siempre esquizofrénicos o depresivos. "Y durante las guerras, ya lo sabe usted. Mientras las fuerzas están igualadas, apenas si hay suicidios; cuando uno de los bandos empieza a perder, tiende a autoeliminarse".

Solita, que estaba leyendo Mi lucha, de Hitler, había subrayado este párrafo, entresacado del capítulo "El Estado racista": "Desaparecen las decisiones por mayoría y sólo existe la personalidad responsable. Bien es cierto que junto a cada hombre-dirigente hay consejeros que le asesoran, pero la decisión definitiva corresponde adoptarla a uno solo".

' La Voz de Alerta', ahora con mucho tiempo libre, se aficionó al tema del nazismo. Incluso visitó a Núñez Maza, el cual estaba desquiciado ante lo que empezaba a saberse. "Yo había gritado heil Hitler!, comprende usted? Cómo iba a sospechar lo que estaba ocurriendo?". Por supuesto, una noche, solo, en la playa de Caldetas, había hecho una hoguera con el uniforme alemán que se trajo de Riga y con la medalla militar.

Paz Alvear, por su parte, pegaba brincos de protesta. Rebrotaban en ella antiguos reflejos. No le gustaba haber caído en la trampa de la comodidad. Franco fue hitleriano hasta la médula y había copiado del Führer no pocas de sus directrices. Cómo era posible que ahora ella viviera como una reina y dispusiera incluso de una cubertería de plata?

La Torre de Babel no admitía discursos. "Trabajé hasta que logré lo que ambicionaba: salir de la mediocridad. No me vengas ahora con sermones de sacristía o de confesonario. Si no te gusta lo que tienes, vuélvete a la calle de la Barca ".

Paz no dio su brazo a torcer. Tenía un medio infalible para taparle la boca a la Torre de Babel: la cama. Pero en esta ocasión no le sirvió. Ella sentía deseos de volver a las andadas -estimulada por el librero Jaime-, y la Torre de Babel tenía ganas de proseguir la venturosa marcha de la Agencia Gerunda. Silvia le servía de poco, pues estaba encinta y más preocupada por su barriga que por el proceso de Nuremberg. Además, Silvia iba a misa. Incluso había logrado que Padrosa la acompañara, el hombre luciendo siempre su corbata roja. Paz sabía que en el "seno" del pueblo había millares de "camaradas" que le darían la razón; pero para presentarse ante ellos hubiera tenido que disfrazarse. Sólo el patrón del Cocodrilo creía en su sinceridad. "La cabra tira al monte". La Torre de Babel temió que su mujer se metiera en un lío, que cometiera alguna barbaridad. Y con el nuevo comisario, aviados estarían. Paz le dijo: "Sí, es verdad, tengo una idea; pero no sabrás nada hasta que a mí me apetezca".

Manuel Alvear, en el seminario, continuaba con su latín y su gramática, asignaturas preferidas, sin olvidar el semanal examen de conciencia. Había entrado en un mundo de escrúpulos, por culpa del profesor-orador mosén Oriol, el de la voz tronitronante. Por fortuna, mosén Alberto iba a visitarle de vez en cuando y se desahogaba con él. "Mosén Alberto, hasta jugar al frontón y ganar me parece un pecado. Por favor, ayúdeme!". Mosén Alberto le acariciaba la cabeza rapada. "Anda, hombrecito, que ya no eres un bebé. No soy yo tu confesor? Pues escucha mi voz y las demás escóndelas debajo de la cama".

* * *

Ignacio y Ana María decidieron acudir a la consulta del doctor Morell, porque el hijo que tanto esperaban no llegaba. El doctor Morell, que se acordaba muy bien de la operación a que tuvo que someter a Carmen Elgazu, les recibió con suma amabilidad. Ignacio era ya muy conocido en la ciudad, lo cual le beneficiaba en sus relaciones con el prójimo.

– Vamos a ver, vamos a ver…

Primero reconoció a Ignacio y no encontró nada anormal. "Podría usted tener los cien mil hijos de san Luis". Luego reconoció a Ana María y al término de una minuciosa exploración le detectó un quiste en el ovario, que obturaba la trompa de Falopio.

– Ya lo tenemos… Ya tenemos al culpable! -el doctor Morell era un ser alegre y cuando podía resolver un caso lo celebraba casi con champán.

– Será preciso operar… Una operación rutinaria, salvo complicaciones. En su caso, no creo que las haya.

La palabra "operar" asustó a Ignacio. Se lo había dicho muchas veces a Moncho: "Todo lo que huele a quirófano me da grima". Pero esta vez no había opción. O el quiste, o renuncia a la paternidad.

No podían ocultarlo a la familia, puesto que Ana María debería permanecer un par de días en la clínica. Matías, inesperadamente, se emocionó mucho. Por fin, tal vez, nacería otro Alvear. Porque el hijo de Pilar se apellidaba Santos. Carmen Elgazu tuvo que confesarse de "juicio temerario", ya que siempre estuvo convencida de que la culpable era la pareja, que no quería complicarse la existencia. Pilar se emocionó también, recordando la niña que le nació muerta.

Operación feliz. Sara ayudó al doctor Morell en el quirófano, el quiste era benigno, todo resuelto en un abrir y cerrar de ojos. La habitación de Ana María -dos días de internamiento, debido al trauma y a la anestesia- se hubiera llenado de flores a no ser que a Ana María la mareaban. Ignacio montó la guardia para que no se colasen extraños. Esas cosas debían resolverse en familia.

– La trompa de Falopio… -comentaba Matías-. Con este nombre, cómo no va a formarse un quiste?

Ignacio quiso velar las dos noches a Ana María, que sufrió mucho menos de lo que cabía esperar. Apenas si pegó ojo, tanta era su impaciencia. De día, se turnaban Carmen Elgazu y Pilar. AI tercer día la paciente regresó a su casa y reanudó la vida normal.

Éxito del doctor Morell. Al cabo de dos meses no hubo flujo de sangre y Ana María sospechó que estaba encinta. Pronto ello se confirmó e Ignacio pegaba saltos de alegría. En un rapto de emoción, abrazó a Manolo y Esther.

– Os dais cuenta? Voy a tener un hijo!

– No alardees tanto… Millones de seres humanos te han precedido. Y si tú vas a tener uno, nosotros tenemos dos.

– Ja, ja!

El cambio de Ignacio fue radical. Él, habitualmente tan sensato, perdió esta vez el sentido de la proporción. Hubiera querido inmovilizar a Ana María, que no se moviera de la butaca.

– Estás segura de que te conviene la postura que adoptas al tocar la guitarra?

– Segurísima… Tal vez lo que más me preocupa sean las clases de alemán.

Ana María, como siempre, se mantuvo serena. Manolo tuvo razón: millones de seres humanos les habían precedido. Procuraría cuidarse al máximo, pero sin caer en la extravagancia. Moncho era su consejero y le daba hierbecitas que Ana María se tomaba sin rechistar. Y les profetizó que, andando el tiempo, mucho antes del parto de una mujer los médicos podrían ya afirmar si el bebé sería varón o hembra.

– Pero, hablas en serio?

– Completamente. Las radiografías son tan sólo la prehistoria de lo que en este campo acontecerá…

Alegría en el clan Alvear. Y una carta de Ana María que salió hacia Río de Janeiro, anunciando la noticia a sus padres. Esta vez quien contestó fue doña Leocadia y quien puso la simple posdata fue don Rosendo Sarro. Leocadia admitía la posibilidad de viajar hasta Gerona cuando se aproximase la fecha del alumbramiento. De momento, pues, todo perfecto. Ana María empezó a hacer unos ejercicios gimnásticos especiales, aconsejada por el doctor Morell. Éste llegó a querer a la pareja, la cual le demostraba extremo agradecimiento. Le regalaron un cuadro de Cefe que representaba, cómo no!, las casas mugrientas colgando sobre el río Oñar, cuadro que sería histórico si el nuevo alcalde, José Luis Martínez de Soria, se decidía a emprender la aventura de pintar con colores vivos los edificios.

Paz se mostró celosa de Ana María. Celos insensatos, puesto que era ella la que se negaba a tener hijos. Hasta que la Torre de Babel se cansara de la esterilidad voluntaria y fecundara a Paz, actuando como mandaban los cánones.

Ignacio vivía una época placentera. El bufete iba viento en popa: el mejor de la provincia. Se acostumbró a estudiar de noche, dado que Manolo le encargó del capítulo de testamentaría, tan importante desde que terminó la guerra civil. Ana María, después de la cena, se dedicaba a leer. Leía a Papini, a Chesterton, al nonagenario Bernard Shaw. El dramatismo de Papini, su lucha interior en busca de la Verdad, la conmovía. Con Chesterton y Bernard Shaw se reía mucho, por su ironía genuinamente anglosajona. Pero también leía Hola y de vez en cuando escuchaba algún serial, más que nada para contentar a Mari-Luz, la sirvienta. En este sentido quien le tenía celos era Pilar, la cual continuaba acomplejada en las reuniones de la élite femenina. No podía olvidar una frase de Mateo: "La cultura es importante incluso para estornudar".

* * *

El mes de enero de 1946 fue pródigo en pequeños y grandes acontecimientos. Truman ingresó en el Museo de Cera de madame Tussaud, de Londres, aunque no en la "cámara de los horrores", como Mateo hubiera deseado. También en Londres se inauguró oficialmente la ONU, cuyo presidente fue el belga Spaak. Éste, que se refugió en España huyendo de los alemanes y fue mandado a un campo de concentración, era un enemigo acérrimo de Franco y no cabía esperar de él ningún gesto de buena voluntad. De Gaulle, que el 14 de noviembre había sido elegido por unanimidad jefe del gobierno francés, dimitió irrevocablemente, por sus diferencias con las izquierdas, sobre todo con los comunistas. Un sevillano admirador de Churchill le envió a éste un cigarro puro de ochenta centímetros y Churchill le contestó de su puño y letra agradeciéndole el detalle y añadiendo: "La vida es humo". Arturito Pomar, el niño prodigio del ajedrez español, ganó un torneo en Londres y a su regreso fue recibido en el aeropuerto de Barajas por una enorme multitud. Un hermano de Hitler pidió permiso a las autoridades para que le dejaran cambiar el apellido por el de Hiller. Algunos periódicos afirmaban que se trataba de un hermanastro. Todos los médicos de Gerona estaban contentos porque se había establecido en Barcelona un depósito de penicilina. Grandes bandadas de estorninos ocasionaron graves destrozos en los olivares de Murcia. Se buscaba petróleo por todo el territorio español. Las máquinas perforadoras eran norteamericanas y los técnicos, en su gran mayoría también. Al camarada Montaraz la noticia le entusiasmó. "A ver si tenemos suerte de una puñetera vez!". De momento, pero, lo que cayó sobre territorio español, al término de muchos meses de sequía, fue una gran nevada.

Gerona bajo la nieve. Cambió por completo el aspecto de la ciudad. La metamorfosis fue total. Lo que antes era un farol ahora era un cucurucho. El campanario de la catedral se colocó un sombrero y el de San Félix una capucha. Las locomotoras se tineron de blanco y las ratas se guarecieron en las alcantarillas. La Dehesa fue la eclosión. Paisaje inmaculado, con los árboles hieráticos y silenciosos. Sí, un gran silencio se apoderó de la ciudad, hasta que los niños empezaron a salir y a esculpir monigotes con un gorro y una pipa. Eloy y el Niño de Jaén se encontraron en la Rambla e intentaron reproducir el perfil del señor obispo. No les salió y entonces la emprendieron a puñados contra los soportales. En el cementerio se produjo el milagro de la igualdad. Todos los panteones aparecieron iguales y las fotografías de los nichos daban la impresión de tiritar de frío.

Frío. Ésta fue la nota dominante en muchos hogares. El gas, el carbón, el serrín, la leña, todo servía para calentarse. El panorama más glorioso lo ofrecía la montaña de Montjuich, que desde el llano parecía haber crecido. Panorama glorioso pero triste, puesto que sus pobladores, los gitanos, no tenían más refugio que chabolas. Fue la ocasión para que el flamante alcalde, José Luis, diera la primera campanada. En compañía de varios funcionarios municipales subió a Montjuich y trasladó los gitanos a unas viviendas protegidas, cercanas al barrio de San Narciso, que iban a estrenarse próximamente. Los gitanos le aplaudieron y le leyeron a gritos la buenaventura. En cambio, los vecinos se quejaron. "Virgen Santa! Ya no habrá quien los mueva de aquí". "Harán lo que yo les ordene", replicó José Luis, quien por dentro pensaba: "Y por qué habrán de moverse?". Ángel salió disparado a sacar fotografías y Cefe y Félix Reyes a pintar acuarelas. En el asilo de los ancianos éstos se acurrucaban y esperaban la llegada de la Voz de Alerta. Pero la Voz de Alerta ya no tenía poder. El camarada Montaraz, junto con las damas del ropero parroquial, repartió un buen lote de mantas y desempeñó del Monte de Piedad las ropas pignoradas. Manolo salió a la calle con un abrigo y bufanda de calidad y le gustó ver que las botas dejaban en el asfalto sus propias huellas.

Mejor aquello que una inundación. Las inundaciones eran la gran amenaza de Gerona y se hablaba de una presa o embalse que acaso se construyera en Susqueda y que evitaría el gran desastre. El camarada Montaraz llevaba un año ocupándose de este asunto, sin conseguir nada positivo. Existían las prioridades… Gerona, al noreste de la península, estaba un poco dejada de la mano de Dios y por ello habían sido enviados a la ciudad tantos "depurados", como si Gerona fuera un destierro, fueran las Hurdes.

A las veinticuatro horas los tejados empezaron a llorar y las aceras y bordillos a convertirse en barro. Todo el mundo sacó sus palas y sus escobas y los camiones municipales iniciaron su labor de limpieza. Mosén Alberto publicó una "Alabanza al Creador" en la que comparó la nieve con la pureza de las almas. Fue un desliz por su parte, puesto que la pureza se había convertido muy pronto en lodazal.

Tres días después, apenas si quedaban restos de nieve en la ciudad y llegó la tramontana. El viento frío procedente del Norte, de Francia, que en el campo inclinaba los cañaverales y los árboles y que en Gerona se llevaba los sombreros, algunos de los cuales iban a parar al río Oñar. El frío fue intensísimo y se evidenció la falta de cristales en algunos edificios, incluidas las escuelas. El cielo de enero apareció azul, sin una mancha, sin una nube y los serenos por la noche pudieron hablar de las estrellas.

El comisario de policía, Isidro Moreno, comentó: "Son noches ideales para los contrabandistas". Las monjas adoratrices rezaban para que no se cayera ninguna cornisa. Los locos en el manicomio bailaban en el patio como al impulso de una fuerza secreta. En los cines la gente se apiñaba para ver Siguiendo mi camino, El sargento York y Compañeros de mi vida.

Pero el gran acontecimiento del mes fue la detención, en Madrid, de Cristino García y nueve compañeros. Cristino García era el maquis más buscado del país. Líder dé la Resistencia francesa, donde alcanzó el grado de comandante, gozaba de un gran prestigio en la nación vecina. Al conocerse que iba a ser sometido, junto con sus compañeros, a juicio sumarísimo -ley de Bandidaje y Terrorismo-, se desencadenó en toda la prensa occidental una intensa campaña contra el régimen español. Franco no hizo marcha atrás. Se celebró el juicio y Cristino García y sus cómplices, acusados de un sinnúmero de sabotajes, fueron ejecutados. La respuesta de París no se hizo esperar y fue cerrada a cal y canto la frontera francesa, al tiempo que se hacía pública una declaración tripartita -Francia, Inglaterra y los Estados Unidos- condenando el totalitarismo imperante en España.

El general Sánchez Bravo comentó:

– Estamos aislados…

Doña Cecilia le preguntó:

– Y por qué ese asesino se llamaba Cristiano?

– Se llamaba Cristino, mujer, se llamaba Cristino,

* * *

Don Juan de Borbón residía ya en Portugal, en Estoril, adonde llegó el 2 de febrero y por donde vagaba como un fantasma el ex cónsul Paúl Günther. Don Juan se mantuvo a la espera de los acontecimientos. Lanzó otro manifiesto proponiendo la solución monárquica. La situación en España era comprometida y en Nuremberg se reclamaba incluso, para ser sometidos a juicio, la presencia de los generales Muñoz Grandes y Esteban-Infantes, que habían mandado la División Azul. El fusilamiento de Cristino García fue el trampolín para que algunos políticos occidentales declarasen una vez más que "España era un peligro para la paz" y que Franco "había situado un millón de hombres a lo largo de los Pirineos". Otros políticos, en cambio, entre ellos mister Bevin, de Gran Bretaña, declaraban que el mayor peligro para la paz de Europa y del mundo era el comunismo y al mismo tiempo mister Churchill hablaba por primera vez del "telón de acero".

Millares de firmas de adhesión llegaron a Estoril, enviadas por los monárquicos a ultranza. Don Anselmo Ichaso no lo dudó un instante y la Voz de Alerta y Carlota tampoco. En cambio, María Fernanda no se atrevió a sumarse a la lista porque su marido, el camarada Montaraz, se lo prohibió.

En Madrid se produjo una enorme conmoción. Sin embargo, Franco fue fiel a su temperamento. No se inmutó. Sus palabras fueron lapidarias y constituyeron una respuesta a todas las especulaciones posibles: "El Régimen ha llegado por la fuerza de las bayonetas y no se irá como no sea derrotado por las mismas armas, sin hueco para plebiscitos ni monsergas".

CAPÍTULO XXXIV

"CACEROLA" ESTABA BIEN SITUADO para conocer intimidades del Opus Dei, puesto que tenía en la fonda Imperio a Agustín Lago, quien recibía constantemente la visita de Santiago Estrada y, a menudo, la de Carlos Andújar. Éste continuaba en Barcelona estudiando medicina -andaba por el cuarto curso- y vivía fascinado por la personalidad de monseñor Escrivá de Balaguer, hasta el punto de que hubiera deseado estar a su lado siempre, en calidad de monaguillo.

Tres cosas habían llamado la atención de Cacerola. La primera, que Agustín Lago tuviera en la habitación una figura de paja representando un burrito con albardas; la segunda, que tuviera en la mesilla de noche una rosa de madera; la tercera, que hubiera clavado en la pared una postal representando la ermita de Torreciudad, en la provincia de Huesca.

Tanto insistió Cacerola por conocer el origen de aquellos "amuletos", como él los llamaba, que una tarde, cuando todavía quedaban restos de la nieve en Gerona, Agustín Lago decidió confiarle su secreto. El burrito con albardas se debía a que, antes de la guerra, en una ocasión en que monseñor Escrivá esperaba el tranvía se le apareció Satanás en persona y le empujó con violencia hasta hacerle perder el equilibrio. El diablo le llamó: "Burro!". Y monseñor Escrivá contestó: "Burro, sí, pero burro de Dios". La rosa de madera se debía a que, al huir el monseñor de la España "roja", él y sus acompañantes se metieron en el bosque de Rialp y descansaron en una ermita destruida. El padre entró en la sacristía y al cabo de poco rato salió llevando en la mano una rosa de madera. Sus acompañantes se quedaron estupefactos. Nadie dijo nada, pero se interpretó como que se le había aparecido la Virgen y le había entregado la rosa. "El nombre de Rialb, desde entonces, está vinculado al Opus Dei". En cuanto a la ermita de Torreciudad, se trataba de un prodigio. De niño, monseñor Escrivá cayó enfermo de gravedad. Desahuciado por los doctores de Barbastro, de Fonz y de Huesca le llevaron a dicha ermita, en brazos, ante la Virgen. Al regreso, cuando el médico fue a la casa y preguntó: "Cuándo ha muerto el niño?", le contestaron: "Ahí lo tiene". El niño había curado completamente y estaba jugando con sus amiguitos.

Cacerola se quedó tan estupefacto como los acompañantes del padre ante la rosa de madera. No supo qué hacer ni qué decir. Lo más fácil hubiera sido reírse, mofarse; pero la figura de Agustín Lago le inspiraba respeto. Era modélico en todos sus actos. Puntual, jamás protestaba por la comida, saludaba al resto de los huéspedes con suma delicadeza. A Lourdes la trataba con un afecto especial y siempre le decía que fuera al "Lourdes francés", al santuario, en busca del milagro para sus ojos ciegos. Ahora la frontera estaba cerrada -gracias al ministro monsieur Bidault-, pero en cuanto se abriera otra vez, a peregrinar se ha dicho! Cacerola no estaba decidido, pero su mujer, ahora que tenían un hijo, sí. "Quién sabe! Cómo afirmar que no se producen milagros?". Agustín Lago estaba satisfecho de la marcha del Opus Dei. Santiago Estrada era un constante motivo de alegría y el primogénito de los Andújar y Carlos Godo le contaban siempre que en Barcelona, Madrid y Valencia la institución se abría paso día tras día. Dando ejemplo de trabajo y honestidad. "El Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tan importante, puede decirse que nos pertenece, gracias a José María Albareda, su secretario general. Y el ministro de Educación y Ciencia, Ibáñez Martín, nos abre las puertas de las cátedras. El pronóstico es bueno, pues, como sabéis, los banqueros que habían ofrecido una ayuda están cumpliendo con su compromiso y pronto podremos formar, en Madrid, Colegios Mayores, que deben de ser las células de expansión".

Cacerola discutía con Ignacio sobre el Opus. Ignacio, que al leer Camino se había horrorizado, los trataba de fanáticos, de sectarios, de reprimidos sexuales. "Si esto no es una secta, que venga Cristo y lo desmienta". Cacerola dudaba. "Si todo el mundo fuera como Agustín Lago y Santiago Estrada, viviríamos en paz y armonía". La última conquista del inspector de enseñanza había sido aumentar, a través del Ministerio, el sueldo de los maestros de la provincia y conseguir un suculento donativo para mejorar los edificios escolares, cuyas deficiencias la reciente nevada había puesto de relieve.

– Si todo el mundo fuera como Agustín Lago -le replicó Ignacio-, con su voto de castidad, ni tú serías padre, ni yo tampoco, se acabaría la especie humana y la Andaluza iría a verte a Sindicatos a pedirte un empleo…

– Esto es una broma de mal gusto, Ignacio.

– También es de mal gusto que en Camino a los seglares se nos trate de clase de tropa…

* * *

Marta no cabía en sí de gozo. Ángel Montaraz, el apetecible solterón, de treinta años de edad, hijo del gobernador y de María Fernanda, arquitecto de profesión, con un espléndido taller cercano a la Dehesa y dos delineantes y dos aparejadores trabajando para él, la pidió en matrimonio. Ella, sin dudarlo un instante, dijo sí, aceptó.

A decir verdad, no la pilló de sorpresa y de ahí que contestase con tanta prontitud. Ángel llevaba tiempo cortejándola y el día de Reyes le había mandado a su casa aquella reproducción que, utilizando exclusivamente palillos, el camarada Izquierdo había hecho de la catedral. Ángel le ofreció a éste una suma que le deslumbró y León Izquierdo se desprendió de algo que, en principio, quería conservar para siempre. Ángel le advirtió: "Prohibido hacer otra copia exacta!". León Izquierdo, sonriendo, juró por su honor. "No hay cuidado. Ahora ando trabajando en el convento de las Escolapias, cuya fachada es una maravilla".

Marta fue muy sincera. Lo fue desde el primer día. Marta había sufrido un desengaño amoroso que la llevó al borde de la neurosis -Ignacio Alvear-, y aunque pasaran los años no podría olvidarlo. Sin embargo, la herida había cicatrizado y la estima en que tenía a Ángel era suficiente para entregarse a él de por vida. Ángel conocía la historia. Pero no conocía los celos y le bastaba con un amor sereno, dignamente compartido.

– Sé que puedo hacerte feliz -dijo el muchacho-. Y me consta también que tú me serás fiel.

– Lo mismo te digo. Este pacto es formal ya desde ahora mismo, sin necesidad de que mosén Alberto nos dé la bendición.

La noticia corrió de boca en boca. Los maledicentes habían profetizado que la jefe de la Sección Femenina se quedaría para vestir santos. El chasco fue morrocotudo. Charo se alegró y el día que se celebrase la boda "la peinaría gratis". Se alegró Esther, que admiraba la reciedumbre de Marta. "Es consecuente con sus ideas y ello merece un respeto". Se alegró Carlota, se alegró Pilar! Pilar pegó un salto y abrazó a su amiga con tanta fuerza que Marta se conmovió. La familia Alvear entera festejó el acontecimiento, especialmente, por supuesto, Ignacio. A Ignacio aquel noviazgo le quitaba un peso de encima. "Por fin podré mirar a Marta a los ojos; hasta ahora no me atrevía a hacerlo". Mateo le preguntó a la muchacha: "Crees que podrás compaginar el matrimonio con tu tarea en la Falange?". Marta se mostró contundente: "No la compaginas tú? Pues cállate y saluda brazo en alto". Mateo se cuadró ante la chica y luego la besó en ambas mejillas.

Ángel tenía plena conciencia de que más de la mitad del corazón de Marta pertenecía a la Sección Femenina. Pero la quería y se arriesgó. La quería mucho. Era la mujer más digna que había conocido. Alguien le dijo que era el fiel retrato de su padre, el comandante Martínez de Soria, íntegro a carta cabal y que tantas veces había acompañado a su hija a montar a caballo -un caballo blanco- por las avenidas de la Dehesa. También había heredado de su madre aquel toque de elegancia y de seriedad que era sólo el patrimonio de unos cuantos elegidos.

Ángel no sentía ningún entusiasmo por la Falange, pero tampoco estaba en contra. "Es como pertenecer a un club. Qué puede pasar? Nada. Ya no hay banderines de enganche ni nada que se le parezca. Además, el ajedrez me ha enseñado a mover las piezas y puedo jurar que esta partida no la jugaré a ciegas".

Alegría del camarada Montaraz! Su hijo no podía elegir mejor. "Te felicito, muchacho. Conozco bien a Marta… Es un diaman" te pulido y me garantiza que mis nietos cantarán Cara al sol". Ángel sonrió y negó con la cabeza. "Esto, ni pensarlo. Pero qué más da! Que canten lo que quieran, mientras no hieran tus sentimientos". El gobernador asintió. "Así se habla, hijo. Pero ahora falta convencer a tu madre".

En efecto, éste era el único obstáculo para que el gozo fuera generalizado. María Fernanda, politizada en extremo, hubiera deseado que su nuera no vistiera camisa azul. "Esto no me lo esperaba yo. No, no me lo esperaba… Pero, si la amas, bendito seas. Y conste que las virtudes de Marta me las sé de memoria".

No precisaron la fecha de la boda. Ni pensaban hacerlo, de momento. Tal vez en verano, tal vez en otoño. José Luis, flamante alcalde, le decía a su hermana: "Cuanto antes, mejor. Mira por dónde tendré un cuñado arquitecto! Yo siempre me había figurado que sería algún militar". Gracia Andújar, futura cuñada, que continuaba circulando por Gerona sobre la moto Soriano, le dijo a Marta: "Escucha lo que voy a decirte: la jugada es perfecta. Fui enfermera de mi padre y se me pegó algo de psiquiatría. Unión perfecta, ya lo verás".

En el fondo, Ángel no comprendía por qué todo el mundo se empeñaba en darle su opinión. "Soy mayorcito, no creéis? Y he elegido libremente. Si me pego un topetazo no culparé a nadie más que a mí".

Ángel, en Gerona, profesionalmente había triunfado de lleno. Cierto que el apellido Montaraz le había ayudado; pero también su competencia. Con sólo ocuparse de Regiones Devastadas -conquista del Régimen-, le hubiera bastado para vivir. Era una institución modélica, que hizo milagros desde la terminación de la guerra. Ahora andaba proyectando, para la zona de Sarria, un monumental edificio con destino al Seguro de Enfermedad. Ahí no podría lucirse porque el presupuesto era menguado. Pero sí que tal vez pudiera hacerlo en la montaña de Montjuich, la cual, aprovechando que los gitanos se habían marchado, fue adquirida por los hermanos Costa pensando en convertirla en zona residencial. Ello satisfacía plenamente las ambiciones de Ángel, quien continuaba diciendo: "No soy arquitecto, soy urbanista". La palabra no cuajaba, no conseguía penetrar en los cerebros gerundenses; pero los hermanos Costa le otorgaron su confianza y, de momento, Ángel hizo una maqueta de esa zona residencial, cruzada por varios caminos asfaltados y plagada de chalets que conformaran una unidad. Al cabo de un mes habían vendido ya tres parcelas: una a Gaspar Ley y a Charo, otra al perfumista Dámaso, otra a Moncho y Eva. Desde allá arriba se divisaba en espléndida panorámica toda la ciudad, el meandro del Ter y la explanada de Gerona hasta Rocacorba. El aire era puro, de modo que, tarde o temprano, aquello se poblaría. La única dificultad estribaba en llevar allá arriba los servicios necesarios: electricidad, agua, líneas telefónicas, etc. "Pero en eso José Luis y mi padre pueden echarme una mano".

José Luis estaba dispuesto a "echar una mano" siempre y cuando no se tratase de un privilegio. Por ello rechazó de plano un proyecto en el que Ángel había depositado muchas esperanzas: el famoso paseo Arqueológico de Gerona, ideado por mosén Alberto. Se trataba de adecentar el cinturón en torno a la parte trasera de la catedral y de las murallas, plagándola de miradores, plantando cipreses, de suerte que pudieran contemplarse a placer el valle de San Daniel y las antigüedades de la ciudad. "Nada de eso -cortó José Luis-. Eso es un lujo. Tiene prioridad el edificio del Seguro de Enfermedad".

Ángel lo comprendió. Y también Marta.

– Prohibidas las patentes de corso… -dijo la chica.

– No del todo -replicó Ángel-. Yo querría una patente de corso para amarte a ti.

– En ese terreno, todo lo que quieras.

* * *

Primero fue un corte en un dedo con un cuchillo de la cocina. No había forma de contener la hemorragia. Luego, picores en todo el cuerpo. Luego, ciertos trastornos visuales. Luego, la gordura.

Carmen Elgazu experimentó esas anomalías. El diagnóstico de Moncho, previo análisis, fue fulminante: diabetes. No muy acusada, de momento, pero diabetes. Serían necesarias la dieta y la insulina. Nada de azúcar -con lo golosa que era Carmen Elgazu-, nada de farináceas -con lo que le gustaba el pan-, nada de alcohol. E inyecciones de insulina dos veces al día. Lo que mayormente preocupaba a los diabéticos eran la vista y el corazón.

Alarma en el piso de la Rambla. Qué le ocurría a la mujer de Matías? Apenas curado su metatarso, diabetes y peligro para sus ojos y para su corazón. Esta última palabra sonaba fuerte, sonaba como un toque de tambor. Moncho procuró quitarle hierro al hecho, pero el hecho estaba ahí. "A partir de ahora, tendrá que cuidarse mucho. Claro que depende de la evolución de la enfermedad".

– Es el antes y después?

– Exactamente…

– Y eso no se cura?

– En principio, no. Pero, siguiendo el tratamiento, tampoco mata y acaba uno acostumbrándose.

Carmen Elgazu se echó a llorar. Todo el mundo la rodeó intentando consolarla. La excepción, como siempre, Ana María, a la que las muestras de conmiseración le parecieron exageradas.

– Por lo visto en vuestra familia no ha habido nunca enfermos…

– Afortunadamente, no -ronzó Ignacio-. Excepta yo, que de chaval contraje una enfermedad venérea.

– Cómo? Qué estás diciendo?

– Lo que oyes. La mujer se llamaba Canela. Era una prostituta.

Ana María se quedó con la duda de si Ignacio hablaba en serio o había tenido un exabrupto. Efectivamente, lo había tenido, porque Ignacio, al igual que los demás, sabía que la diabetes solía ser hereditaria. Pilar había recibido también el impacto y Matías se pasó dos semanas sin acudir al café Nacional. El padre de Carmen Elgazu fue diabético, de manera que Pilar podía serlo algún día, o podía serlo Ignacio, o podían serlo los dos. Lo consultaron con Moncho y éste se lo confirmó. "Claro que hay muchas clases y grados de diabetes, pero lo más probable es que en cualquier momento se manifieste en cualquiera de vosotros".

– Y en nuestros hijos, naturalmente… -sugirió Ignacio.

– Así es.

En el momento en que el pequeño César estaba radiante y en que Ana María esperaba un bebé! La familia se conmovió más de lo debido, hasta que Matías e Ignacio se enfrentaron con la realidad y dijeron en voz alta que con ello no se hundía el mundo. "Hay millones de diabéticos que conviven con su dolencia -comentó Matías-. Si no me equivoco, el notario Noguer lo es y no por ello la familia se pasa el día llorando". Moncho reforzó tal argumento diciendo que con la insulina se conseguía casi siempre la necesaria compensación. "Lo más necesario es ir controlándola, hacerse periódicamente los debidos análisis. Y aquí me tenéis".

La crisis fue remitiendo y volvió la calma en el clan Alvear. La más preocupada, Carmen Elgazu, no por haber sido ella la elegida, sino por la calamidad que suponía trasmitirla a su vez a alguno de sus hijos. "Dios mío! Es que he cometido algún pecado grave?". Mateo miraba a Pilar pensando: "Vaya! La que faltaba…" La muchacha e Ignacio competían en generosidad. "Prefiero que me toque a mí", pensaba Ignacio. "Prefiero que me toque a mí", pensaba Pilar. De haberlo sabido, Matías se hubiera sentido orgulloso. Otra novena a santa Teresita del Niño Jesús. Aunque, en esta ocasión, Matías rezó en serio y cada día cuidaba de encenderle a la santa un nuevo cirio.

* * *

Cosme Vila estimó que su labor en Moscú había terminado y, de acuerdo con la Pasionaria y Regina Suárez, decidió trasladarse a Francia, concretamente a Toulouse y reforzar la emisora Radio Pirenaica que allí funcionaba. Se llevó consigo a Leonor, su amante, hija de un coronel republicano que voló por los aires en el frente de Madrid. También, naturalmente, le acompañó su hijo, que contaba ya diez años de edad y que en Ufa le rebautizaron con el nombre de Wladimir. Wladimir hubiera querido quedarse en Rusia. Hablaba el ruso perfectamente y le gustaba el país, su inmensidad, sobre todo desde que había terminado la guerra y podían circular libremente. Habían hecho una excursión con el Transiberiano hasta casi el otro confín y entendió que la riqueza que contenía aquel subsuelo podía diseñar el futuro del mundo. Pero quería mucho a su padre, no dijo ni pío y se aprestó a ir a Toulouse, pese a que consideraba que los franceses habían sido unos cobardes.

' La Pasionaria' le dio a Cosme Vila las últimas instrucciones. Ella permanecería una temporada en una dacha que le habían asignado en las afueras de Moscú, en compañía de la maestra Regina Suárez. En cuanto al madrileño Ruano, se quedó en la capital soviética, porque en Ufa se había enamorado de una rusa, Tatiana de nombre, que le había ofrecido hospitalidad y la posibilidad de especializarse en lenguas orientales.

Cosme Vila, pues, junto con Leonor y Wladimir atravesó toda Europa en ferrocarril -Dios, cuánta destrucción!-, y al llegar a París se detuvo. No conocía la capital francesa y era la ocasión. Allí, en el local del SERÉ, se encontró con Antonio Casal y familia: la mujer y los cuatro hijos. Los dos hombres se abrazaron -no se veían desde 1939- y se contaron las respectivas odiseas. A Antonio Casal, que todavía llevaba el algodón en la oreja, todo lo que Cosme Vila le contó de la URSS lo puso en cuarentena. Él era anticomunista, porque el comunismo le parecía de un fanatismo dogmático que a la larga haría desgraciados a quienes vivieran bajo sus garras. Antonio Casal, tipógrafo, continuaba creyendo en el socialismo como cuando era su máximo representante en Gerona. No sólo había encontrado empleo en París sino que estaba en contacto, por fin!, con Julio García y los arquitectos Ribas y Massana, miembros todos, como el mismo, de la logia Ovidio, que a lo mejor resucitaría de sus cenizas.

Antonio Casal, en efecto, cayó prisionero de los alemanes y cavó muchas trincheras en el Muro del Atlántico, proyectado para contener el desembarco aliado en Europa. La victoria aliada había transformado a Casal. Ya no era el hombre pesimista, quejumbroso, de siempre. Su mujer no se explicaba 'el cambio; él, sí. "Entreveo la posibilidad de regresar a Gerona y organizar aquello a nuestro gusto. Naturalmente, contando ahora con la experiencia acumulada en estos años". Cosme Vila no veía tan claro el porvenir. "Vengo de Rusia. Desde allí todo se ve de otro modo. No creo que arriesguen ni un pelín para cambiar el régimen de ese pequeño país que figura en el mapa en el sudoeste de Europa". Antonio Casal quedó clavado. "No es ésta la opinión de Julio García. En su última carta…" Cosme Vila cortó: "Je, Julio García! Querrá levantarte la moral, que habitualmente la tenías por los suelos".

Cosme Vila y los suyos se trasladaron a Toulouse, donde aquél se enteró de la muerte de Gorki, el perfumista, y del fusilamiento, en Gerona, de José Alvear. Se adueñó de Radio Pirenaica, en contacto con el Buró Político. Le parecía bien lo de los maquis, que al menos les causaban trastornos intestinales a los franquistas. Leonor estaba eufórica. Tenía una hermosa voz de locutora y se dispuso a leer los partes diarios, al mediodía y por la noche. Leía mucha prensa y recortaba las noticias que pudieran interesar. Recibían Amanecer, aunque con ocho días de retraso! Cosme Vila, ante el primer ejemplar que vio, se agarró la cabeza entre las manos como si hubiera descubierto un tesoro arqueológico. "Director, Mateo Santos". Por las cachas de Lenin! Se acordó de aquel muchacho de camisa azul al que tanto había subestimado. Leyó algunos artículos de mosén Alberto. El muy canalla! Siempre tan bien afeitado… Se alegró de no topar nunca con la firma de Ignacio Alvear.

Los comunistas franceses se le antojaron a Cosme Vila como pasados por mantequilla. Hablaban de Rusia con un descarado irrealismo. "El paraíso…" Nada de eso. Millones de muertos, destrucción, etnias combativas, etnias indolentes y allá a lo lejos la fascinación de la conquista universal para el auténtico socialismo, que no era precisamente el de Antonio Casal.

Y he aquí que, a primeros de marzo, recibió en Radio Pirenaica una visita inesperada: el Responsable y su sobrino, el Cojo.

– Pero… Responsable! El Cojo! De dónde salís?

Se abrazaron y se miraron como dos gallos de pelea dispuestos a iniciar su danza.

– Estábamos en Venezuela, entre rejas. Pero nos fugamos y aquí nos tienes, dispuestos a abrir la boca y a comernos España con sólo los colmillos…

– Y tus hijas?

– Nada! Se liaron con un par de anarquistas de Caracas y se han quedado allí, pegándose la gran vida.

El Responsable continuaba con la gorra clavada hasta las cejas y con una banda roja que inspiraba respeto. Había envejecido, pero daba la misma impresión de indomable fuerza. El Cojo, su sobrino, continuaba sonriendo, lleno de pecas y con las manos apoyadas en las nalgas.

– Cómo se llama esta gachí?

– Se llama Leonor.

El Responsable le hizo un saludo versallesco y el Cojo le dijo: "Tanto gusto, cachonda".

Cosme Vila le preguntó al Responsable:

– Qué se dice por América?

El Responsable matizó:

– No te referirás a la América del Norte?

– No, claro que no.

– Pues…, en la América que yo conozco, que no es sólo Venezuela, pues he hecho muchos viajes por las naciones vecinas, la cosa está que arde. Ríete de las diferencias de clase que pueda haber en Gerona. Aquello es el no va más. Desde Méjico hasta la Tierra de Fuego… Sí, sí, no pongas esa cara! Los que poseen mucha plata, al cielo; los demás, sobre todo los niños, se comen entre sí.

Cosme Vila se acarició la calva.

– Y qué solución le ves al asunto?

– La nuestra. Cuál va a ser! La revolución…

– En España la ensayasteis, y salió fatal.

– Porque en España los anarquistas éramos pocos… Y porque vosotros, los de Moscú, nos aplastasteis la cabeza. Pero en Centro y Sudamérica hay guerrilleros natos. Comprendes lo que quiero decir? Nacieron para hacer saltar la Banca… Como José Alvear, como Porvenir… Lee los periódicos y verás lo que ocurre antes de nada en Cuba, Guatemala, Bolivia, Chile, en la propia Venezuela! El despipórrense, vamos.

Cosme Vila sonrió… a medias. Oyendo al Responsable y viendo al Cojo a su lado, sonriendo como siempre, reencontró el léxico que a veces echaba de menos. El Responsable estaba en plena forma, no cabía duda. Por lo visto la cárcel venezolana le había sentado bien. "Estuvisteis juntos entre rejas?". "Sí… No faltaría más! Mi sobrino es mi sombra".

Después de un leve escarceo, durante el cual el Responsable censuró duramente a la URSS, que les traicionó durante la guerra civil, que primero firmó un pacto de amistad con Hitler y luego la combatió y que ahora se había quedado con la tajada del león -objeciones que Cosme Vila no se atrevió a impugnar-, soltó una parrafada sobre lo que le hervía en la mollera: la posibilidad de que la tesis anarquista se extendiera por todo el "coloso iberoamericano", empezando por el Brasil.

– Aquello no es Europa, compañero… No, no, tu camarada lo será Lenin! Tú eres mi compañero, como lo son mis hijas, mis yernos y Santi, que también se ha quedado allí -el Responsable encendió un pitillo Gauloise, que le sentó fatal-. Te he dicho, y te lo repito, que aquello está que hierve. Patrullas por todas partes, que se están adiestrando para entrar en acción. Faltan armas, ya lo sé. Pero se sacarán de los cuarteles. Desde aquí no podéis saber lo que son los indios, los mestizos, los criollos, los negros, los cuarterones. Llevan en la sangre algo que yo no sé lo que es. Y tienen tantos hijos que les permitirá dar carne a la fiera. Aquello es un volcán, como lo es el África negra y como lo son todas las colonias repartidas por el mundo… Cosme, compañero, no te repantigues en tu sillón. Aquella gente me entendía. A ti, a los diez minutos de oírte te dejarían con el rabo entre las piernas! Primero hay que arrasarlo todo, comprendes? Quiero decir que no hay que arrasar nada, porque esto ya lo hicimos en España y, como muy bien has dicho, salió mal. Consignas de Bakunin, no de Lenin, ni de Trotsky, ni de Stalin… He leído, sabes? Tanto calor! Mucha hamaca y me entraron ganas de que me abanicasen y de leer. Ahora no permitiría que el alcalde de Gerona fuera Gorki; ahora sería yo. Y si me pusierais obstáculos, sé cómo emplear la dinamita. Ay, Europa, con tanta catedral y tanto Vaticano! Aquí no hay nada que hacer. Sales a la calle y echas un vistazo: camenibert, baguette, restaurantes, "s'il vous plalt". Y dentro de cuatro días, Alemania otra vez. No pongas esa cara, que me despistas! Alemania otra vez, ya lo verás. Cojo! Tengo razón o no la tengo? Lo ves…? Allí sales a la calle y venga niños desnudos, que se dedican a limpiarte las alpargatas. Pirámides, supersticiones, petróleo, Dios es el sol, jeroglíficos en la jungla. Y bichos. Alacranes, loritos, serpientes, los Andes y tal. El comunismo no tiene nada que hacer allí; el anarquismo, la guerrilla, sí… No, no, no me interrumpas! Me sé de memoria lo de los maquis. Estáis haciendo el ridículo y Franco los va matando uno tras otro. Mira que José Alvear metiéndose en la boca del lobo! Se lo tenía pronosticado y no me hizo caso. Y tú ahora andarás pensando: el Responsable está tan loco como antes… Te equivocas! Sé controlarme. Tengo mis planes. Aunque, de momento, me pongo a tus órdenes, para lo que gustes mandar…

Ante aquel torrente de palabras Cosme Vila no supo cómo reaccionar, porque advirtió que Leonor, que tenía mucho sentido común, escuchaba con suma atención al Responsable… Sin duda había algo en él recio, fortachón, aunque con sólo guerrillas no veía la menor posibilidad de éxito. Los cascarían uno a uno como en el tiro de pichón. Claro que la demografía contaba. "Y tienen tantos hijos que les permitirá dar carne a la fiera". Y algo había que hacer. Pero, en los años pasados en Moscú, apenas si había oído hablar de Iberoamérica. Por lo visto era un plan a más largo plazo y ello podía ser un peligro. Y cuáles serían los planes que podía tener el Responsable?

– Responsable…, cuáles son tus planes, vamos a ver? Has dicho que estás a mis órdenes. Pues yo te ordeno que no tengas ningún plan.

– Y yo me cago en la madre que te parió -y el Responsable se encasquetó la gorra hasta las cejas, le dijo au revoir a Leonor y salió zumbando, acompañado del Cojo, éste frotándose las nalgas y escupiendo de vez en cuando.

* * *

Si Núñez Maza hubiera asistido a esta escena se hubiera desmoralizado. Ésos eran los que tenían que rescatar España y convertirla en un país libre? Naturalmente, sabía que Cosme Vila, el Responsable, Leonor y el Cojo no eran los jerifaltes de los planes que trazaban los exiliados en Méjico y en Nueva York. Pero, salvando las distancias, sobre todo de lenguaje, se le parecían mucho. Los "rojos" de Méjico acababan también de lanzar un manifiesto: alianza con Rusia, eliminación de la religión, la propiedad, el ejército y los tribunales especiales. Y tomar represalias y venganza. Todo un programa de fiesta mayor, que había rechazado el mismísimo Indalecio Prieto. Con eso querían encandilar al pueblo español? En un momento en que Ortega y Gasset había dictado en el Ateneo de Madrid una conferencia en la que afirmó: "Entre una gran multitud de países enfermos España goza de una salud magnífica, casi podríamos decir que de una salud indecente". En el momento en que el general Perón había ganado las elecciones en Argentina y le había concedido a España un fabuloso crédito destinado a comprar cereales y trigo. En el momento en que los expedientes contra el estraperlo se elevaban a 700000 y cuarenta niños refugiados polacos habían encontrado en Barcelona familias dispuestas a adoptarlos.

Núñez Maza se había recuperado espectacularmente. Jugaba a los bolos con los pescadores y algunas noches los acompañaba en sus faenas de alta mar. Noches de luna llena. Entonces todo le parecía mágico y olvidaba sus sonetos y los libros de formación política que estaba leyendo.

– Me he recuperado gracias a ti… -le decía a Purita de Semir.

– No seas tontaina. Te has recuperado gracias al doctor Chaos.

El idilio entre ambos estaba a punto de convertirse en noviazgo formal. Pero Núñez Maza no quería comprometerse en tanto él fuera un desterrado. "Cuando me devuelvan el pasaporte hablaremos de esta cuestión". Dijo esto porque se rumoreaba un próximo indulto muy generalizado, "para salvar la fachada". De momento, se había indultado a todos los condenados por delitos de rebelión militar cometidos hasta el 1 de abril de 1939, es decir, hasta el día de la victoria.

Núñez Maza continuaba leyendo mucho y recibiendo a mucha gente. Entre los más asiduos figuraba el camarada Salazar, el cual en la última visita le trajo la lista de autores "importantes" que estaban proscritos: Kant, Nietzsche, Marx, Freud, Proust, Gide, Hesse, Anatole France, Joyce, Huxley, Steinbeck, Madariaga, Sender, Cernuda, Sánchez Albornoz y un largo etcétera.

– Si quieres leer novela, tienes que contentarte con Cecil Roberts, Maurice Bering, Lajos Zilay y Daphne du Maurier. O con El Coyote.

Salazar le había hablado también de la censura de películas. La cosa funcionaba más o menos así: Suprimir los planos en que la chica se pone las medias sujetándolas con el portaligas. Suprimir los planos en que la chica empieza a desabrocharse el corpino. Los amantes tienen que pasar por novios; las prostitutas, por actrices; los casados, por hermanos; los besos, reducidos a unas décimas de segundo, recortando las imágenes… Etcétera. Siendo lo más curioso que Manuel Machado había formado parte de la censura, aunque al final dimitió. Pero el hombre había dedicado muchos versos a ensalzar la Cruzada y a Franco. Salazar se carcajeó al contarle a Núñez Maza lo ocurrido en Madrid con el anuncio-cartelera de la película Arroz amargo, de Silvana Mangano. "Para tapar los muslos de la actriz se hizo crecer el arroz sobre el que aparecía Silvana hasta convertirlo en trigo…" También le contó la prohibición de celebrar concursos de belleza. El decreto provino de la Iglesia y el argumento era el siguiente: "En los concursos de ganado se atiende sólo al cuerpo de los animales, que carecen de alma racional, pero en los concursos de hombres o de mujeres, por ser personas humanas, hay que atender a algo más que al cuerpo".

Salazar estaba también decepcionado. Tanto como lo estaba su cachimba. Él no había combatido para llegar a esta represión. Tampoco había ido a Rusia para que Stalin llegara hasta Berlín. Y si se hubiera olido lo de los "campos de exterminio" se hubiera quedado en casa.

– Hay que ver qué poca historia sabemos los que formamos parte de ella o estamos forjándola…

– A mi entender -comentó Núñez Maza-, no podremos juzgar la época hasta dentro de veinticinco años.

CAPÍTULO XXXV

A “ LA VOZ DE ALERTA" le dolía haber sido depuesto de su cargo de alcalde. Estaba acostumbrado a mandar y sin la vara simbólica se sentía desvalido. Amanecer ya no hablaba nunca de él y había recibido pocas muestras de condolencia. Era como si todo cuanto hizo por la ciudad hubiese sido borrado de un plumazo. Carlota estaba indignada y hablaba del rodillo de Falange, que se lo llevaba todo a su paso como si fuera una inundación.

La profesión de dentista no le llenaba. No sabía qué hacer. De repente le habían repugnado las muelas cariadas, las lenguas sucias, las bocas fétidas. Sus grandes distracciones eran el pequeño Augusto y censurar la labor del nuevo alcalde, José Luis. "Demasiado joven. Se estrellará. El primer desliz serio, ese asunto de los gitanos".

Los sentimientos dé la Voz de Alerta eran contrapuestos. Sin saber cómo se encontraba en la "oposición", pese a que su primera mujer, Laura, había sido emparedada por los "rojos". Todo lo ponía en cuarentena y la figura de don Juan, posible mediador, se agigantaba en su mente. El nacionalcatolicismo lo ponía nervioso. La última aportación era la de un padre dominico, llamado Venancio Marcos, al que Radio Nacional había encargado un programa de difusión que inmediatamente adquirió una resonancia extrema. Las mujeres podían hacerle preguntas por teléfono y él las contestaba con rotundidad. A una señora que le preguntó por qué no se aceptaba en España el designar el día de San Valentín como día de los enamorados, al igual que se había hecho en algunos países anglosajones, la respuesta del clérigo fue: "Señorita: si los enamorados quieren tener un patrono que no mezclen en esto a san Valentín. Que elijan a don Juan Tenorio!". Don Juan Tenorio… Precisamente por aquellas calendas se representaba en el Rialto de Madrid la obra, en la que la actriz Ana Mariscal encarnaba el papel masculino. Una mujer haciendo el papel del macho ibérico! Las reacciones fueron violentas y el padre Venancio Marcos fulminó a la actriz con rigurosos anatemas.

' La Voz de Alerta' y Carlota decidieron tomarse unas vacaciones, coincidiendo con la Semana Santa. Se irían en coche a Pamplona, a darle un abrazo a don Anselmo Ichaso y a su hijo, Javier, y luego se llegarían a Santander para charlar un rato con el ex gobernador de Gerona, camarada Juan Antonio Dávila. Dejarían a Augusto en manos de Dolores, en la que confiaban absolutamente y pasarían dos o tres días en Barcelona, en casa de los padres de Carlota y asistiendo a algunos espectáculos.

Así lo hicieron. Salieron un lunes por la mañana. El aire era puro, el sol radiante. Carlota temía que a la Voz de Alerta le cansara conducir. Ni por asomo. "Me cansa más extraer una muela, sobre todo si es la muela del juicio". Al pasar por Arenys de Mar se encontraron con que había llegado a la playa, muerto, un gran cetáceo y toda la población estaba allí presente para contemplarlo.

Los padres de Carlota les recibieron como a príncipes. Conspiraron juntos y ello siempre era un desahogo. Además de los museos de pintura, pudieron contemplar una colección de obras de arte donadas por el escultor Mares a la ciudad. Estaba integrada por cinco mil objetos, entre los que se encontraban maravillosas tallas. También visitaron una colección de trenes miniatura, en la que destacaba una réplica exacta del cremallera de Montserrat. Tocante a espectáculos, asistieron a la representación de Melodías del Danubio, de los vieneses, en la que actuaba Raquel Meller y la famosa revista La blanca doble, denostada por el cardenal Segura. Uno de los estribillos de dicha revista decía así:

En un carro de basura

me he subido el otro día

que por sucio y por cansino

me creí que era un tranvía

Ay qué tío! Ay qué tío!

Qué puyazo le han metió!

* * *

Satisfecha su curiosidad, siguieron viaje. El trayecto hasta Pamplona fue más duro de lo que imaginaban. Baches en las carreteras, pasos a nivel sin guarda, la noche, carros sin luces y una retahila de obstáculos. En realidad, a Regiones Devastadas le quedaba mucho por hacer. Y en los pueblos se advertía una extrema miseria, un extremo abandono. "Ya se sabe. Cataluña es una isla. Te adentras un poco en España y te sube un nudo a la garganta". En los bares en que se detenían oían hablar de que en los trenes la gente robaba bombillas, grifos, redecillas e incluso los asientos.

En Pamplona, don Anselmo Ichaso y su hijo, Javier, les recibieron como a huéspedes de honor, si bien ellos, para no molestar, prefirieron hospedarse en el hotel Regina. Pero se pasaron los tres días con los Ichaso. Había tanto de qué hablar!

Don Alselmo continuaba dirigiendo El Pensamiento Navarro. No le habían depuesto, pero sí le habían multado varias veces por difundir "rumores contra la Administración ".

– No se puede criticar ni a un simple concejal…

– Ya lo sé. Ni al portero de Sindicatos.

Don Anselmo Ichaso admitió que él no se podía quejar. Orondo como siempre, aficionado a los trenes eléctricos, su empresa Ichaso y Cía continuaba trabajando para el Valle de los Caídos, cuya faraónica construcción avanzaba con lentitud, y obtenía material a precios muy bajos. Sin embargo, él no se vendía por un plato de lentejas. También veía en la figura de don Juan al posible salvador y le había enviado a Estoril la consabida carta de adhesión.

– Pero voy más allá -dijo, arrellanado en su butaca-. Se me ha ocurrido que, entre todos, podríamos organizar una entrevista entre Franco y don Juan, para ver si se puede llegar a un punto de coincidencia.

Asombro en los rostros de la Voz de Alerta y Carlota. No se les había ocurrido semejante carambola. Pues claro que sí! La astucia podía dar resultado y dependía acaso de la capacidad persuasoria del heredero de la Corona y, por descontado, de la terquedad de Franco.

– Una idea fabulosa, don Anselmo… Fabulosa! Quién sabe si, en medio de tanta confusión, ello aclara de una vez por todas las posturas de uno y otro -'La Voz de Alerta', rascándose con disimulo a causa de la urticaria añadió-: Parece imposible que una cosa tan simple no se nos hubiera ocurrido…

– Lo más difícil -prosiguió don Anselmo Ichaso- tal vez sea hallar el lugar del encuentro. Resulta inimaginable que Franco se desplace para ello a Portugal, y tampoco creo que don Juan acepte pisar tierra española después de tantas humillaciones. Alguien ha sugerido un barco, un barco en alta mar…

Carlota estuvo a punto de aplaudir.

– Magnífico! Un barco… Qué curioso! Un barco, en zona neutral.

– Exacto.

Después de darle vueltas a tan tentadora perspectiva intervino Javier, el mutilado Javier. Quiso llevar el agua a su molino y hablar de la novela "que había terminado ya y que la censura había rechazado".

– La tengo ahí, en un cajón -dijo, dirigiéndose a la Voz de Alerta-. Y en parte, como usted sabe, es obra suya. No, no, no proteste! Siempre he dicho que usted, en San Sebastián, me abrió el hermoso paisaje de las ideas.

' La Voz de Alerta' se sintió halagado y manifestó deseos de leerla. "Está a su disposición. Lo que ocurre es que es muy larga. Son casi ochocientos folios a máquina".

– Santo Dios! -exclamó Carlota, la condesa de Rubí.

– No he podido abreviarla. Se trata de una primera parte, en la que intento explicar las causas por las cuales España se enfrentó en una guerra civil que duró tres años. Todo el mundo habla de la guerra, pero, que yo sepa, nadie se ha interesado por indagar sus causas… Pronto abordaré la segunda parte, que tratará de la guerra en los dos bandos y luego, quizá, una tercera, analizando las consecuencias.

Javier no perdía el tiempo. Había recorrido media España preguntando, preguntando, abiertos los ojos de par en par. Y había llegado a la conclusión de que aquélla no fue una guerra de "buenos" y "malos", sino de malos en ambas partes. Tan peregrina, tan obvia conclusión, no había sido tratada por nadie en letra impresa. "Ustedes conocieron los horrores de la FAI. Yo he conocido los horrores de falangistas y requetés".

Javier se despachó a gusto. Escribió con amor, con amor a España y a todos los personajes, atento a la sentencia o consejo de Dostoievski: "Hay que escribir con amor. El amor avanzará siempre un centímetro más que el odio, un centímetro más". Amó a todos los personajes sin distinción y sin pretender juzgarlos. Juzgar es lo más fácil, pero se corre el peligro de marrar el tiro y equivocarse. Procuró ser imparcial. Pasado un tiempo, los muertos inspiran respeto. Por lo menos se lo inspiraron a él. Trató con idéntico cariño al general Mola y a Negrín, a Moscardó y a Durruti. Él creía firmemente en la importancia del lugar de nacimiento y del entorno en el transcurso de la niñez. Partiendo de esas bases desarrolló la historia. Una historia que empezaba amablemente en 1931, con la llegada de la República y que terminaba en hecatombre el 18 de julio de 1936. Fueron cinco años de errores por ambas partes. Los odios entre hermanos fueron acumulándose, las familias se partieron en dos mitades y el triste final fue su consecuencia. A medida que iba escribiendo, España se le apareció como un monstruo bicéfalo, o, mejor dicho, con dos corazones. El odio entre dos corazones es lo más cruel que puede existir. Tropezó con muchas dificultades, pues siempre se tiende a idealizar a zutano o a mengano. Tal vez de todo el relato sólo saliera indemne la figura de un muchacho místico que al final daba la vida por un ser desconocido. Los místicos formaban una especie aparte y podía haberlos incluso por causas que negaran la trascendencia. En todo caso, si algo era preciso odiar era la guerra misma, como se vio recientemente en la conflagración mundial. Kamikazes por ambos lados y al término de ello una cruz o la fosa común. Mentiría si dijera que sufrió mucho describiendo horrores. Por lo visto, el oficio de escribir inmunizaba contra una serie de sentimientos que encorsetaban a la persona en su vida normal. Podría hablar horas y horas de ese parto suyo que dormía en un cajón. Pero corría el riesgo de sentar unas premisas que luego la novela, leída con objetividad, con frialdad, desmintiera. Si la Voz de Alerta y Carlota deseaban leerla se la prestaría con mucho gusto y aguardaría impaciente su sentencia.

– Pues claro que sí! -exclamó la Voz de Alerta-. Después de tu discurso, querido Javier, no queda más remedio. La leeremos con mucho gusto, pero en Gerona, a nuestro regreso. Cuando nadie nos estorbe y no podamos ser víctimas de tu contagioso entusiasmo.

Con la novela en una de las maletas del equipaje el matrimonio prosiguió viaje, rumbo a Santander. Desde que entraron en Navarra el paisaje era hermoso y lo era cada vez más. Pastos, verde, al lado de cada pueblo o aldea, inexorablemente, el cementerio.

Tres días permanecieron en Santander, bajo los auspicios del gobernador, camarada Juan Antonio Dávila y su esposa, María del Mar. Ambos ofrecían un aspecto saludable y en cuanto a sus dos hijos, Pablito y Cristina, habían pegado un enorme estirón. Pablito estudiaba ya el primer curso de filosofía y letras y Cristina cuarto de bachillerato. Practicaban mucho deporte. Pablito, hockey sobre ruedas; Cristina, baloncesto, aunque el obispo las obligaba a llevar unas faldas largas que les daba aspecto de penitentes.

Juan Antonio Dávila se acordaba mucho, cómo no!, de Gerona y provincia.

– Todavía siguen ahí los campanarios?:

– Claro. Son eternos.

– Y el lago de Bañólas? Y la Costa Brava?

– Eternos también.

– Qué tal mi antiguo chófer, Miguel Rosselló?

– Es el chófer del nuevo gobernador. No podría vivir sin el volante en las manos.

Pasaron revista a la gestión del camarada Dávila. En su conjunto, y dadas las circunstancias, resultaba aceptable. El gobernador actual, camarada Montaraz, era mucho más duro e inflexible. Tal vez hubiera establecido una excesiva distancia entre él y la población.

Pronto debatieron la cuestión política. Juan Antonio Dávila era pesimista, no lo ocultó. No creía en la solución don Juan. Franco no cedería un ápice y, aparte de eso, don Juan, por su temperamento liberal, sería la antesala de una vuelta al Frente Popular. Franco, sensible en la intimidad, era marmóreo en sus decisiones. Él le visitó una vez en El Pardo y pudo ver sobre la mesa dos carpetas. Una decía: "Problemas que el tiempo ha resuelto"; la otra decía: "Problemas que el tiempo resolverá". Mientras los demás se devanaban los sesos, él seguía pescando y pintando. Sí, sí, pintaba cuadros al óleo, a imitación de Churchill! Ninguno de los dos eran Velázquez. Bucólicos, naíf, que era una manera elegante y educada de decir: aficionados.

– Contentos en Santander?

– Mucho. Es nuestra patria…

A juicio de Juan Antonio Dávila, Santander, Gerona y Guipúzcoa eran las tres provincias más ricas y completas de España. Al revés de Galicia, donde había empezado otra vez la emigración a América. Del incendio que arrasó Santander no quedaba ni rastro. Racionamiento escaso, como en todas partes. Ahora mismo había que enviar mucho aceite a Italia en pago de las deudas contraídas durante la guerra civil. Los maquis tenían poco que hacer allí. Algunas escaramuzas, sobre todo en centrales eléctricas, algunas ejecuciones y pare usted de contar. Lástima que no pudieran ver Santander iluminado. "He tenido que prohibir la luz en los escaparates, porque era un despilfarro".

Juan Antonio Dávila no había perdido la costumbre de hacer inhalaciones y de paladear caramelos de eucaliptos. Miró fijamente a la Voz de Alerta y le preguntó:

– Conque…, en la oposición, eh?

– Yo no diría tanto… Busco una salida, nada más.

– La buscaba también cuando se apoyaba en la vara de alcalde?

– Exactamente lo mismo. El porvenir de España me interesa más que mi trayectoria personal…

– Nunca fue usted amigo de la Falange, verdad?

– No, nunca. Ya lo sabe usted… Nací monárquico y monárquico moriré.

– Pues yo sigo en las mismas, fíjese… Con la camisa azul y el yugo y las flechas. Sé que ahora no estamos de moda, pero el sarampión pasará y los Núñez Maza de turno tendrán que tragarse sapos y culebras.

Carlota, la condesa de Rubí, intervino:

– En Cataluña hay cierto malestar… -dijo-. La guerra civil terminó hace seis años y todavía no se pueden publicar ni libros ni periódicos en catalán. Y todos los rótulos, en castellano. Me gustaría saber por qué.

El camarada Dávila miró con fijeza a Carlota. No la conocía y no sabía si aquello era o no era un desafío.

– El idioma es fundamental para mantener la unidad de un pueblo. O no lo cree usted así?

– Lo creo así. Por lo tanto, y teniendo en cuenta que Cataluña es un pueblo, nuestro idioma debería ser el catalán…

La intervención de Carlota dejó perplejos a todos, incluso a la Voz de Alerta.

– Vamos a ver, vamos a ver si nos entendemos… -prosiguió el camarada Dávila-. Quiere usted decir que el castellano debería prohibirse en Cataluña?

– Nada de eso. El que quiera hablarlo, que lo hable… -marcó una pausa-. Pero el catalán debería ser el idioma oficial.

El camarada Dávila estuvo a punto de levantarse. Por fin, respiró hondo y se sacó el tubo de inhalaciones. Se dirigió a la Voz de Alerta intentando sonreír y le preguntó:

– Su señora está hablando en serio, o es una broma que se traía preparada?

' La Voz de Alerta' carraspeó. Vaciló unos instantes.

– Sería inútil andarse con circunloquios… Ella piensa así, y así se ha expresado.

María del Mar decidió mediar en el asunto.

– Lo que usted ha dicho, Carlota, es un poco fuerte… Quiere darnos a entender que es usted separatista?

– No forzosamente… -contestó, con mucha calma, la condesa de Rubí-. No querría imponer la cuestión a la fuerza. Pero se podría celebrar, por ejemplo, un plebiscito, un referéndum, para ver lo que opina el pueblo de Cataluña.

El gobernador tuvo que apelar a su buena crianza para no soltar un exabrupto. ' La Voz de Alerta' hubiera querido esconderse debajo de una mesa. Quién diablos les obligó a ir allí?

– Señora… -comenzó el camarada Dávila, inhalando una ración de mentol-. Aquí no hay más que un pueblo: España. Cataluña es una región dentro del marco español, y nada más. Lo demás está, incluso, castigado por las leyes…

– Qué leyes? Las que dictaron ustedes al terminar la guerra civil?

– Exacto. Las leyes que dictamos los vencedores. O es que usted hubiera preferido que ganaran los rojos?

– Yo deseaba que ganara Franco, el Ejército español. Pero nunca pude imaginar que luego se dedicara a quemar nuestras banderas.

– Nuestras banderas? -el camarada Dávila hacía grandes esfuerzos para contenerse-. Una es la catalana. Y las otras?

– La del País Vasco y la de Galicia. Los tres países tenemos historia y cada uno su propia lengua, y le juro a usted que esto no se suprime por decreto…

El camarada Dávila se levantó. Dio unos pasos alrededor de su propio sillón y volvió a sentarse. Entonces intervino de nuevo María del Mar.

– A usted no le importaría desgajarse de España…? Formar una nación aparte?

Carlota no lo dudó un instante.

– Personalmente, me encantaría. Pero no estoy segura de que todos los catalanes piensen igual. Por eso he hablado de plebiscito o referéndum…

' La Voz de Alerta' rompió su mutismo.

– Para empezar, a mí me importaría. Yo me siento, primero español, luego catalán.

– Yo no -remachó Carlota.

Cartas boca arriba. La cosa estaba clara. Carlota vertió un torrente de palabras parecido al de Javier en Pamplona. Cataluña poseía los tres atributos requeridos para constituirse en nación: historia propia, cultura propia, lengua propia. Sola con su destino, saldría adelante sin problemas y con holgura, dados el temperamento y la virtud laboriosa de sus habitantes. España sería siempre para ella un lastre. Qué tenían en común un catalán y un andaluz? Y un vasco y un castellano? Absolutamente nada. Unas fronteras trazadas al azar, que hubieran podido ser completamente distintas. El idioma catalán, tal vez más antiguo que el castellano, en otros tiempos se difundió por todo el Mediterráneo. Ella, en Madrid -y por supuesto, en Santander- se sentía extranjera. Y suponía que los señores Dávila se sintieron siempre extranjeros en Gerona. Había hechos diferenciales que no podían obviarse. Con las bayonetas en la mano podía obligarse a los catalanes a decir: sí, madre; pero en cuanto se retiraran las bayonetas volverían a decir: sí, mare. Era una herejía malsana la manipulación de los libros de texto para imbuir a los pequeños la noción de que no había más patria que España. El chantaje podía durar diez años, veinte, cuarenta, pero algún día las aguas volverían a su cauce y los catalanes blandirían de nuevo su señera, cantarían sus canciones y celebrarían sus fiestas folklóricas. Ya se bailaban sardanas: primer paso. En 1939, ello hubiera supuesto el paredón. Poco a poco, por la inercia de la historia, Cataluña recobraría sus derechos inalienables y su personalidad. Franco obró muy astutamente enviando a tantos "depurados" a Cataluña y procurando que los guardia civiles se casaran con sirvientas catalanas. Creó una ambigüedad, algo híbrido, que no conducía a ninguna parte. Cataluña se había calado hasta los huesos para ser lo que era. Sin riqueza subterránea, sin minas de acero o de hierro, sin materias primas para crear una industria metalúrgica poderosa o unos astilleros, había tomado el tren de la revolución industrial y andaba a la cabeza de la renta per cápita. Su propio padre, el conde de Rubí, era un capitoste de la industria textil y Dios sabe lo que le costó, pues los Rubí se arruinaron y él empezó con seis telares nada más. Para pegar el salto de la sociedad agrícola a la sociedad industrial se necesitaba mucho esfuerzo y mucha imaginación. Cataluña suministraba prohombres en todas las parcelas: pintura, escultura, literatura, música, canto, artesanía, etc. Lo único que no sabía crear eran grandes bancos, tal vez porque la moneda no era el motor de su laboriosidad. Fueron los viajantes de comercio catalanes, con el muestrario al hombro y durmiendo en fondas infectas, las correas de transmisión para muchas zonas rurales de España, que quedaban a trasmano de cualquier novedad. Sin contar con la riqueza creada en América. Los catalanes en el exilio habían sido una bolsa de oxígeno para aquellos países de indolencia generalizada. Les habían dado un empujón, como se lo habían dado a esa abstracción llamada España. En fin, no quería seguir tocando este tema, para ella muy querido, puesto que su título de nobleza, condesa de Rubí, era más antiguo que los monumentos de Santander. Prefería callarse, puesto que advertía que no podría convencerles nunca; pero había expuesto una síntesis de sus argumentos y ahora los señores Dávila decidirían si le servían otra taza de té o la esposaban y la mandaban a la cárcel.

Carlota dijo esto último en tono tan sincero y amable que estaba segura de que le servirían otra taza de té. Y no se equivocó. María Fernanda tocó una campanilla y apareció una sirvienta. Mientras tanto, el camarada Dávila, en vez de mirar a Carlota, miraba a la Voz de Alerta, quien abría las manos como diciendo: "Qué le vamos a hacer".

El camarada Dávila no se tomó la molestia de replicar una por una las afirmaciones de Carlota. Lo que le sorprendía era que, durante su estancia en Gerona, nadie le hubiera hablado así. El profesor Civil y el notario Noguer -qué habría sido de ellos?- le aconsejaron huir de paternalismos baratos. Pero jamás se declararon separatistas. Tal vez fuera por miedo, claro… Habían pasado cinco años y, en efecto, la gente podía bailar sardanas y era la propia Sección Femenina -qué habría sido de Marta?- la que cuidaba de recuperar el folklore de la región. Región? Qué le ocurría? Ahora la palabra le parecía chata. Tan hondas eran aquellas raíces?

– Condesa… -dijo, por fin, mirándola de nuevo fijamente-, desde un punto de vista jurídico todo lo que usted ha dicho es delictivo y si se lo hubiera oído en otras circunstancias con toda seguridad se le hubiera abierto un expediente… Pero, siendo la esposa de este caballero, con cuya amistad me honro, en vez de la cárcel prefiero la taza de té.

No hubo ocasión de desplazarse a otro tema. Entre los dos matrimonios se había abierto un abismo. Juan Antonio Dávila no se atrevió a evocar grandes palabras como unidad, imperio, evangelización. No era la España bicéfala de que habló Javier; era la España cortada en pedazos. El gobernador no hizo el menor esfuerzo por paliar la situación y María del Mar se sintió impotente para hacerlo. Así que, al cabo de un cuarto de hora, la Voz de Alerta y Carlota se encontraban en su habitación del hotel Cosmos, discutiendo.

' La Voz de Alerta' reprochó a su mujer que hubiera expuesto de forma tan brutal sus convicciones. Por fortuna, Juan Antonio Dávila era un ser civilizado y la cosa no pasó a mayores; pero corrieron un riesgo innecesario y sobre todo, siendo ellos los invitados, no tenían derecho a provocar.

– Es que estoy harta de andar disimulando… Siempre refiriéndose a Cataluña como si fuera un apéndice molesto. A partir de ahora no pienso callarme. Y si el camarada Montaraz (por qué camarada?) o el general Sánchez Bravo quieren meterme en la cárcel, que lo hagan cuanto antes.

' La Voz de Alerta' consiguió calmar a su mujer. Delante del hotel había un cine en el que ponían la película Pigmalión. "Vamos allá. A ver si el viejo Shaw te enseña a comportarte como es debido".

CAPÍTULO XXXVI

NADA HUBIERA PODIDO hacer desistir a Julio García del programa que se había trazado. Ni siquiera lo consiguieron sus "hermanos", los masones de la logia Cavour, de Washington, quienes le advirtieron que ellos no podrían protegerle si, en el país de Franco, las cosas se le torcían. Julio llevaba clavada en el pecho la espina del exilio, la añoranza, y confiaba en el color de su pasaporte.

A lo largo de la travesía Nueva York-Bilbao, a bordo del Covadonga -el mismo que tomara su esposa-, tuvo tiempo de meditar. El mar le importaba un bledo, de modo que no acostumbraba, como otros pasajeros, a acodarse en la barandilla para bañarse de azul. Además, en este caso el azul le hubiera recordado las camisas de Falange y ello no sería de agradecer. En el comedor y en el bar hizo algunas amistades, pero a lo que mayormente se dedicó fue a pensar en sí mismo. Dio un lento repaso a su vida, desde su gris infancia en Madrid, donde conoció a Matías Alvear, hasta su prepotencia actual. Se lo había ganado a pulso. Simple policía, había llegado a comisario y a través de las distintas Logias consiguió amasar la gran fortuna de que ahora disfrutaba. Fue durante la guerra civil española, en sus viajes al extranjero comprando armas francesas, inglesas, belgas, rusas! La mayoría de vendedores, judíos. No importaba la calidad del material. Él cobraba una comisión y el resto se lo encontrarían los milicianos en el frente de batalla. Se rió pensando en una frase que le soltó en París a Amparo: "Tengo tanto dinero que un día de éstos voy a comprarte un abrigo de pieles de algún animal raro…"

Los exiliados le querían. Había ayudado a muchos. A los arquitectos Ribas y Massana; a don Carlos Ayestarán, tío de Moncho; a Antonio Casal, siempre muerto de miedo; a David y Olga, cuyo negocio editorial era próspero y de cuyas ganancias él percibía un suculento porcentaje. En París se instaló en un confortable piso de la avenida Foch, en el que organizaba cenas con la élite y por el que se paseaba con un batín de seda. Cuando la ocupación alemana se trasladó a Londres, de donde huyó hacia Washington por temor a los bombardeos. Su mujer, Amparo, siempre a su lado. En París, aprendiendo a decir bon jour y múdame; en Washington, aprendiendo a decir ockey.

No tenía miedo, pese a que Matías, en su última carta, le decía que "esperara un poco más". Además del pasaporte tenía en la mano varios triunfos: él salvó a Marta al comienzo de la guerra civil, llevándola en el propio coche de la jefatura de policía hasta depositarla en casa del fotógrafo Ezequiel, y más tarde había salvado de una muerte segura a don Emilio Santos, padre de Mateo, sacándolo de la checa de San Elias. Marta y Mateo se acordarían de aquello… Seguro que sí! Esas cosas no se olvidan. Los dos muchachos actuarían de "Detente bala", que era el escudo con el que se protegían los requetés. Sabía que el Tribunal de Responsabilidades Políticas había abierto expediente contra él, pero no se atreverían a tocarle un pelo a un ciudadano norteamericano.

Amparo le había pintado un programa más bien macabro de la España actual. Oligarquía. Unos cuantos arriba y el rebaño abajo; con una zona intermedia -como los Alvear- que aceptaban la situación como si fuera normal, o que no moverían un dedo para modificarla. Muchos retratos de Franco y de José Antonio? Qué más daba! Él estaba cansado de ver los retratos de Roosevelt y de Truman. Fanatismo patriótico? También existía en los Estados Unidos. Él vivió el regreso de los combatientes al término de la guerra mundial, cuando la rendición del Japón. El número de banderitas fue inconmensurable y más que regresar de Europa y del Pacífico parecían regresar del planeta Marte. Y por encima de todo, confiaba en su "corazonada". Nunca le traicionó. Ni siquiera cuando en el año 1933 ganó Gil Robles las elecciones. Tenía un sexto sentido, un amuleto en forma de tatuaje que se llamaba Berta.

* * *

Llegado a Bilbao, siguió la misma trayectoria que doña Amparo. Llamada telefónica a Matías -con voz trémula-, y el tren hasta Barcelona. Matías le aconsejó -también con voz trémula- que en Barcelona alquilara un taxi que le depositara directamente en el piso de la Rambla. "A tu mujer, en este último trayecto, le dieron dos bocadillos que le sentaron fatal. Tú enseña un paquete de dólares y verás que te tratan como si fueras Clark Gable".

Julio siguió las instrucciones. La estación de Barcelona le pareció la antesala del infierno. Cafarnaúm. Riadas humanas se cruzaban de un tren a otro y en los andenes mucha gente -muchos soldados- en el suelo, dormitando, con la mochila por almohada. Tuvo que ir a los urinarios y casi salió vomitando. Compró varias revistas y periódicos – La Vanguardia!- y salió fuera de la estación. Una hilera de taxis con gasógeno que apestaban. Eligió un chófer de mediana edad y le dijo, entregándole el equipaje: "A Gerona". "A Gerona?", le preguntó el taxista, asombrado. "Sí, a Gerona. Es que no figura en el mapa? Si mal no recuerdo la distancia es de cien kilómetros". "De acuerdo. Pero aguarde un momento… Voy a decirle a un compañero que avise a mi mujer".

Poco después enfilaron la carretera. El taxista llevaba a la derecha del volante una imagen de la Virgen de Montserrat, una chapa con la efigie de san Cristóbal y un retrato de Franco. También un ramillete de flores. El hombre, completamente calvo, andaría por los cincuenta. Hubiera resultado inútil pedirle más velocidad. "El gasógeno, sabe usted… Y ya ve cómo está la carretera".

Julio iba acordándose de los nombres de los pueblos. Badalona, Montgat… De repente, otra vez el mar. Le sorprendió que no hubiera controles, como en aquellos tiempos de la FAI. Controles de guardia civiles. En América no cesaban de despotricar contra la guardia civil y el poema que les dedicó García Lorca aparecía en todas las publicaciones literarias.

– De dónde es usted, si puede saberse? -preguntó Julio.

– De Logroño.

– Qué tal el negocio del taxi?

– Psé…

Julio se dio cuenta de que el hombre no le contestaría más que con monosílabos. Por lo visto era algo completamente fuera de lo corriente una carrera de cien kilómetros. Probó hablarle de la guerra… "Dónde estuvo usted?". "Por ahí, pegando saltos, como todo el mundo". "Yo vengo de América… Llevaba tiempo fuera de España". "Ya…"

Le ofreció un cigarrillo americano.

– Oh, muchas gracias! -y el hombre lo tomó y lo encendió con fruición.

Julio encendió uno a su vez, con su boquilla de oro, que provenía de su estancia en la avenida Foch. Se ladeó un poco más el sombrero, como siempre y desplegó La Vanguardia. Por todos los santos, por todas las logias del mundo! Marzo, 30. Pasado mañana, gran desfile de la Victoria, A eso se le llamaba hilar delgado. Pasado mañana, 1 de abril, séptimo aniversario de aquel 1 de abril de 1939, en que Franco firmó el histórico parte: la guerra ha terminado. Julio notó que se le revolvían las tripas. Franco aparecía vestido de Generalísimo y medio periódico era hagiográfico. Qué lenguaje! Seis, siete, ocho artículos laudatorios, desde todos los ángulos, destacando el del director, Luis de Galinsoga, quien proclamaba a Franco "El eco de Dios". Julio empezó por sonreír. Luego soltó una carcajada. "Ja, ja!". El taxista le miró por el espejo retrovisor, pero no soltó una sílaba. Y Julio, sin ánimo para seguir leyendo, de repente se sintió un poco cansado y se adormeció.

* * *

Gerona!

– Dónde le dejo?

– Hotel Peninsular…

– Conoce usted el camino?

– Cuando yo le avise, tuerce a la derecha…

Julio hubiera deseado prolongar aquel instante. Le faltaban ojos para mirar. Reconocía los comercios, los edificios. Amparo le había advertido: "El hotel Peninsular está en la calle José Antonio Primo de Rivera, antes calle Francisco Ascaso". Allí se hospedaba también el cónsul norteamericano, mister John Stern. Llegaron frente al hotel, un mozo salió por el equipaje y Julio arregló cuentas con el taxista, añadiendo una propina que le hizo temblar.

El recepcionista le reconoció. Era evidente que le reconoció. Y al ver el pasaporte norteamericano expresó su asombro. Tampoco hizo el menor comentario y Julio rellenó la ficha. Inmediatamente después subió a su habitación, se duchó, se mudó de ropa y por fin llamó al piso de la Rambla, al piso de los Alvear.

Matías estaba esperando la llamada y al oír el ringgg pegó un salto.

– Julio!

– Matías!

– Vente en seguida… Te acordarás del camino, verdad?

– Lo intentaré!

Minutos después, en el piso de la Rambla los dos hombres se fundían en un fuerte, interminable abrazo. A seguido Julio abrazó a Carmen Elgazu, a la que encontró muy desmejorada; Matías, en cambio, era el de siempre, con algunas canas más y las gafas, que le sentaban muy bien.

– Estás hecho un chaval! -dijo Julio.

– Sí, del Frente de Juventudes…

Julio parpadeó unos instantes.

– Ah, claro! Ya caigo…

Eloy salió de su cuarto y ofreció la mano a Julio. Éste le correspondió. Amparo le había hablado del muchacho: "Se llama Eloy y se pirra por el fútbol". "Pues le llevaré una pelota de rugby, con la que podrá presumir".

Julio y Matías no cesaban de mirarse, mientras Carmen Elgazu les preparaba sendas tazas de café-café. Un manantial de recuerdos brotó en sus cerebros, desde el Madrid que ellos habían conocido hasta el día en que Matías le pidió al ex policía que le buscara un empleo para Ignacio, que finalmente resultó ser el de botones en el Banco Arús.

– Ya no te acordarás del chotis…

– Cómo! En Washington no se baila otra cosa…

– Ja, ja!

Julio preguntó:

– Y la tertulia del café Neutral?

Matías sonrió.

– Aquí no hay nada que sea neutral, excepto un seguro servidor… Ahora se llama Nacional… -marcó una pausa-. Pues la tertulia sigue adelante! Claro que con los nombres cambiados. Ahora hay un tal Marcos, que está conmigo en Telégrafos; un tal Galindo; un tal Grote… Y Ramón, el camarero! Ése sigue todavía.

– No me digas! Con su manía por los viajes?

– Exactamente.

– Pues le invitaré a que se venga conmigo a América!

– No lo hagas, que le da un colapso y se nos muere…

Julio, al oír "se nos muere", palideció. La alusión a la muerte, soltada inesperadamente, le trajo otro tipo de recuerdos. Recordó los inicios de la guerra civil y luego las playas de Argeles y de Banyuls-sur-Mer, convertidos en campos de refugiados. A Matías le ocurrió lo propio y se acordó de César. Por fortuna, Carmen Elgazu estaba al quite y les sacó del atolladero.

– Un poco más de café?

– No, gracias.

– Y tu mujer, Amparo? Se marchó contenta?

– Cómo! Me dijo textualmente: no hay palabras para agradecerles a los Alvear lo que han hecho por mí…

– Bah. Aquello fue un soplo y se marchó… -Matías añadió-: Me pareció que Gerona, la Gerona actual, no acababa de gustarle.

– Bueno! Ya sabes. La tengo mal acostumbrada.

– Me pareció que lo que más le dolía era no poder llevar sombrero…

– Je, qué curioso! Como siempre, has dado en el clavo…

Matías interrumpió el diálogo.

– Qué te parece si llamo a Ignacio para decirle que estás aquí?

– Ignacio! Cómo no se te ha ocurrido antes? Y yo que creí que toda la familia estaría esperándome…

Matías llamó al bufete de Manolo y a los diez minutos Ignacio llegaba, saltando los peldaños de dos en dos.

– Ignacio, ilustre abogado…!

– Julio, el ilustre yanqui…!

Se fundieron también en un abrazo. Julio quedó impresionado ante el aspecto del muchacho. Era la viva estampa del vencedor. Cabeza despejada, ojos negros y un bigotito que, al igual que las gafas a Matías, le sentaba muy bien.

– Qué tal el viaje?

– Agua… Mucha agua!

– Pues aquí hay una sequía que no veas.

– Tengo ganas de conocer a Ana María…

– Comienza a estar un poco gordita.

– Ah, pillín!

– Lo natural, no es cierto?

Julio echó una bocanada de humo.

– Para quien crea en la especie humana, sí…

* * *

La noticia de que Julio García estaba en Gerona corrió de boca en boca. Quedaba claro que el nombre les resultaba familiar incluso a los llegados después de la guerra civil. Más conocido que las moscas, que las moscas de San Narciso. "Ahí va!", exclamó la Andaluza. "Ahí va!", exclamó el patrón del Cocodrilo. Y algo parecido exclamaron Dámaso, el perfumista-peluquero, y Quintana, el compositor de sardanas, y el notario Noguer, y Jorge de Batlle, y los hermanos Costa y un largo etcétera. La Torre de Babel le dijo a Paz: "Ya tienes aquí a tu hombre". Paz había oído hablar tanto de Julio García que ardía en deseos de conocerle. Ahora tendría ocasión. Rogelio, en la cafetería España comentó: "Me gustará que entre aquí a pedir una copita de coñac. Le pondré un poco de dinamita dentro y que Dios reparta suerte".

La tónica general fue la curiosidad. Excepto para las autoridades y para los falangistas. Don Isidro Moreno, el comisario de Policía, que tenía en comisaría un expediente de unos trescientos folios que decía: "Julio García", barbotó: "Algo hay que hacer". Lo mismo pensaba el camarada Montaraz, quien a través de Miguel Rosselló se conocía la vida y milagros del ex policía. Miguel Rosselló reaccionó como Rogelio y el general Sánchez Bravo, que una vez más se había reconciliado ya con su hijo, le dijo a doña Cecilia: "Esto es intolerable". ' La Voz de Alerta' y mosén Alberto se quedaron con la boca abierta. "Qué osadía! Qué provocación!". Solita le dijo al doctor Andújar: "Ahí tiene usted un cerebro digno de estudio".

Reunión urgente en el Gobierno Civil, al igual que cuando llegó la primera noticia de la entrada de los maquis por la frontera del valle de Aran. Todo el mundo estaba de acuerdo. "Algo hay que hacer". Pero ese "algo" no era nada fácil. Rogelio tenía razón: se merecía una buena carga de dinamita o vaciarle en el pecho un cargador entero. Sin embargo, había un inconveniente, ya previsto por el interesado: el pasaporte norteamericano. Era obvio que el cónsul, mister John Stern, estaría al quite y que los dos hombres se darían un paseo juntos por la Rambla para que todo el mundo les identificara. "Para mayor inri, los dos se pasearían hablando inglés".

A la reunión asistieron incluso José Luis Martínez de Soria y Mateo. El único miembro de las fuerzas vivas que no hizo acto de presencia -estaba "acatarrada"- fue Marta. Tampoco asistió Cacerola. Se discutió la jugada desde todos los ángulos. "Algo hay que hacer". Se descartó la pena de muerte, que hubiera sido lo correcto, a juicio de don Isidro Moreno. Pero a éste, precisamente, los Estados Unidos le tenían la moral ganada. En su lugar, los ex divisionarios León Izquierdo y Pedro Ibáñez, junto con Miguel Rosselló, se ofrecieron voluntarios para pegarle "la paliza del siglo", mucho más cruenta que la que recibiera en su día el librero Jaime. La propuesta ocasionó un momento de perplejidad. "Tal vez fuera factible".

Pero hubo tres votos en contra.

El del camarada Montaraz:

– No puede tocársele ni un pelo.

El del alcalde, José Luis:

– Yo no puedo opinar, porque salvó a Marta.

Y, sobre todo, el de Mateo:

– Yo tampoco puedo opinar, porque salvó a mi padre.

– Si empezamos con salvaciones, estamos condenados a no hacer nada! -argumentó León Izquierdo, director de la Biblioteca Municipal a raíz del suicidio de Ricardo Montero.

– Es masón, como lo fue mi padre! -terció Miguel Rosselló-. Y mi padre está enterrado en el penal de Santa María.

Pedro Ibáñez, empleado en Abastos, obsesionado por las cartillas de racionamiento, apuntó que tal vez pudiesen secuestrarlo por espacio de tres o cuatro días y tenerlo a pan y agua.

Todas las propuestas caían por sí solas, ante la indiferencia general, exceptuando a don Isidro Moreno, que hubiera querido aceptarlas y ponerlas en práctica todas a la vez.

Llegó un momento en que se sintieron acomplejados, humillados. Con la cantidad de gente que entre todos los reunidos habían metido en chirona y llevado al paredón, y he aquí que ahora, un pez gordo, ex comisario, masón por más señas, amigo y protector de todos los comités habidos y por haber, un cínico, un pícaro de siete suelas, iba a pasearse ante sus narices y no podían echarle el guante. Por qué? Por el color de su pasaporte y porque se dedicó a dos o tres obras benéficas, posiblemente en previsión de si algún día tenía que rendir cuentas.

Mateo, a quien la cadera, en aquella reunión, dolía de un modo especial, aceptó de plano que aquello era humillante, sobre todo teniendo en cuenta que había milicianos en la fosa común cuyo único delito fue estar afiliados a Izquierda Republicana o a Acción Catalana y haber montado guardia, detrás de unos sacos terreros, en el puente de Piedra o a la salida de la ciudad. Pero cada quisque era cada quisque; cada conciencia tenía su sonido particular y él no podía olvidar que su padre, don Emilio Santos, le hizo prometer una vez: "Si algún día se presenta Julio García y tú tienes voz y voto, acuérdate de que me salvó el pellejo jugándose él la vida, o poco menos".

Hubo un momento de silencio, que rompió el alcalde, José Luis, quien hablaba en nombre propio y en nombre de Marta. Antes de salir de su casa Marta le dijo: "Yo no voy a ir, primero por el catarro y luego porque el nombre de Julio García me repugna; pero haz lo que puedas para que no le ocurra nada".

Don Isidro Moreno era el más duro de roer. Se había traído consigo el expediente de casi trescientas páginas y desde su llegada a Gerona no había tenido ocasión de dar la campanada. Abrió la carpeta al azar y leyó: "Se enriqueció comprando armas para los rojos". Al lado de esto, su predecesor, don Eusebio Ferrándíz, había anotado tres cruces.

– No hay una cruz sola, señores -indicó-. Hay tres!

El camarada Montaraz rompió el sexto cacahuete y remató:

– Como si hubiera anotado cuarenta cruces. Esta mañana me ha llamado el cónsul, mister John Stern, con un pretexto absurdo y me hizo saber que había llegado al hotel un compatriota suyo, de origen español, llamado Julio García.

Estas palabras, y el tono con que las pronunció, cayeron como un jarro de agua fría sobre los componentes de la reunión. Hubo una pausa, marcada por la tensión, hasta que Miguel Rosselló se levantó y ante el asombro de todos declaró:

– Ésta es la decisión oficial… Pero supongo que nadie impedirá a nadie obrar bajo su personal responsabilidad.

– Por supuesto, camarada -habló, con voz tranquila, el gobernador-. Siempre y cuando quien actúe sepa que sobre él caerá el imperativo de la ley.

– De acuerdo -aceptó Miguel Rosselló.

La reunión se dispersó, y a la salida se formaron varios grupos. Obedientes a la tesis de las afinidades electivas, a los diez minutos los ex divisionarios y Miguel Rosselló se encontraron en la cafetería España, situada a menos de cien metros del piso de los Alvear. Colgaron el letrero de "Cerrado" y Rogelio descorchó para sus camaradas una espacial botella de coñac. Tomaron asiento. Discutieron apasionadamente. Ninguno de los presentes quería dar por perdida la batalla. Era de suponer que Julio García permanecería en la ciudad lo menos una semana, tal vez un mes. Podían ocurrir muchas cosas. Lo más urgente era mandarle al hotel Peninsular un anónimo amenazándole. Podían escribirlo a máquina y el texto podía ser muy simple: "Distinguido señor cabrón. Si no desapareces antes de una semana te levantaremos la tapa de los sesos. Recuerdos a tus hermanos de la logia Ovidio".

Pedro Ibáñez intervino:

– Yo me encargo de esto. Antes de una hora el papelito estará en su casillero. Luego esperaremos a ver cómo se comporta el caballero cabrón…

Los cuatro camaradas se levantaron y se despidieron al grito de "Arriba España!".

* * *

Lógicamente, Matías se convirtió en el mentor de Julio García. Éste le recitó la lista de las personas a las que le gustaría saludar. En primer lugar, a toda la familia, incluido Mateo, si ello era posible… Luego, a Ana María, para quien traía recuerdos de su padre, don Rosendo Sarro. Luego, los hermanos Costa. Luego, los ex empleados del Banco Arús, es decir, Alfonso Reyes, el cajero -el Valle de los Caídos!-, la Torre de Babel y Padrosa -Agencia Gerunda!-. Matías le habló de su sobrina Paz, la ex animadora de la Gerona Jazz. "Matarás dos pájaros de un tiro, puesto que está casada con la Torre de Babel". Luego, le gustaría asistir a una tertulia del café Nacional, que estaba allí enfrente. "Me presentas a tus correligionarios y armamos la gran juerga". Luego, Jaime, el librero, a quien Julio recordaba vestido de pobre y repartiendo periódicos…

– En fin, poco a poco iremos completando la lista. Matías dio la cara por su amigo. Se lo llevó primero a los soportales de la Rambla, deteniéndose en los escaparates y viendo al paso expresiones de asombro. Luego, a la Dehesa, cuyos árboles, por la proximidad de la primavera, empezaban a vestirse de gloria. Luego al barrio antiguo, pasando por delante de la jefatura de Policía, de la que antaño fue amo y señor! San Félix, la catedral, los baños árabes, el palacio episcopal… Matías iba comentándole: "Está en proyecto un paseo arqueológico… El obispo actual, que se llama Gregorio Lascasas, sufrió hace poco una angina de pecho y pidió ser oído en confesión…" Julio, de vez en cuando, le interrumpía. "Y la Andaluza? Está todavía por ahí?". "Pues claro. Y sigue abanicándose hasta en invierno". Iba acordándose de todo el mundo. Y Matías, a su lado, también. Hablaron del gigantón Teo, con su carro desbocado. Y de Porvenir, el gimnasta suicida. Y del Responsable y sus hijas y de su sobrino el Cojo…

"Teo y Porvenir están bajo tierra, ya lo sé. Pero los demás, por dónde andarán?". En las escalinatas de la catedral se acordaron de Cosme Vila, que quería incendiarla. "Cómo se las hubiera arreglado?". En las murallas se acordaron del coronel Martínez de Soria, padre de Marta. "Me hubiera gustado salvarle, pero no pudo ser". Bajaron hacia el barrio de Pedret, San Pedro de Galligans y la calle de la Barca. Ahí pensaron en César, pero ninguno lo nombró. Entraron en el bar Cocodrilo y se llevaron la gran sorpresa. El patrón les dijo: "Perdonen, pero en este momento me disponía a cerrar".

Julio comprendió. El patrón acababa de darle con la puerta en "las narices. Matías comentó: "Me lo temía. Todo el mundo está muerto de miedo". Nadie les saludaba al pasar, aun cuando Julio reconocía muchas caras.

Matías estaba desolado.

– Ya te lo advertiría Amparo. El ambiente es hostil… Todo el mundo teme comprometerse.

– Pero, Jaime…! Los hermanos Costa!

– Ésos más que nadie. Un resbalón y les pegan un palo.

Julio meditaba. Se ladeó el sombrero. Dónde sería bien recibido? Tal vez en la cárcel… Recalaron en el café Nacional, pese a no ser día ni hora de tertulia. Albricias! Ramón, el camarero, se acercó a Julio y le apretó con fuerzas las manos.

– Qué les sirvo?

– Dos cafés…

– Ah, don Julio! Qué tiempos aquellos… Me contará cosas de América, verdad?

* * *

Subieron al piso de la Rambla. Eloy estaba contentísimo con la pelota de rugby que trajo Julio.

– Se la he enseñado al mister y le ha gustado mucho.

– Quién es el mister?

– El entrenador del Gerona Club de Fútbol.

– Ah, claro!

Matías intervino.

– Eloy juega de delantero centro. Es una promesa.

– Una promesa? Pues a ver si la cumples, majo.

La caminata había sido de aupa y Carmen Elgazu les invitó a que descansaran.

– Una taza de chocolate? Es de estraperlo…

– No, gracias. Carmen. Acabamos de tomar café ahí enfrente, en el Nacional.

Ni una palabra sobre los chascos recibidos. Matías no quería que Carmen Elgazu se enterara. Y para evitar que Julio se pusiera de malhumor se acercó al teléfono y empezó a marcar números para concretar citas. El resultado fue estimulante. Estaba invitado a comer o cenar en casa de Ignacio y Ana María. En casa de Alfonso Reyes y su hijo, Félix, el de los pies planos. En casa de la Torre de Babel y Paz. Manolo y Ésther, que vivían en el piso que antaño ocuparan Julio y doña Amparo, no podían concretar fecha. "Esto, de entrada. Luego ya veremos. Pilar vendrá aquí con el niño, para que le conozcas. Ya sabes que se llama César. Lo que no sabes es que crece tanto que si sigue así pronto hará el servicio militar".

Julio suspiró. No estaba acostumbrado a ser rechazado. Al contrario. Lo mismo en París, que en Londres, que en Washington, se disputaban su compañía. Y he ahí que en Gerona cualquier mequetrefe se atrevía a darle la espalda.

En aquel momento se oyó en la cocina un plaf! estruendoso. Eloy fue el primero en llegar y gritó: "Tío Matías!". Éste y Julio acudieron en seguida y encontraron a Carmen Elgazu tendida en el suelo. No había perdido el sentido, pero estaba pálida, tenía un sudor frío y balbuceó:

– Azúcar, por favor… Y un poco de chocolate.

Coma diabético. Moncho se lo había advertido a ella y a Matías. La diabetes daba estas sorpresas. De pronto se producía un bajón de azúcar y el enfermo sentía sudores de muerte, una gran fatiga, mareo y un hambre atroz. Matías actuó con la rapidez del rayo. Trasladaron a Carmen Elgazu a la cama y en seguida le dieron a beber un vaso de azúcar mezclado con agua y una buena porción de chocolate. Entretanto, llamaron a Moncho. Cuando éste llegó, al cabo de un cuarto de hora, Carmen Elgazu ya se había recuperado. Incluso se había incorporado y estaba sentada en el balancín del comedor.

Moncho le tomó el pulso, la tensión, le miró el fondo de los ojos y diagnosticó: "La crisis ha pasado". No obstante, ello les serviría de aviso. Carmen Elgazu debía llevar siempre consigo azúcar. A lo mejor el coma no le repetía, a lo mejor sí. Ello era imprevisible.

– Supongo que ha guardado la dieta necesaria…

– Cómo! Ni mirarme los pasteles. Y todo sin azúcar. Ya estoy acostumbrada.

Moncho fue presentado a Julio García. Ignacio le había hablado mucho de él.

– Lamento conocerle en estas circunstancias.

– Ya tendremos ocasión.

Eloy lloriqueaba en un rincón. Él hubiera deseado que "tía Carmen" se quedara en la cama. Le pareció imprudente, casi temerario, que se fuera al balancín.

Moncho se marchó, ante el desespero de Eloy.

– Eloy, hijo, ya todo ha pasado. No lo ves? -y Carmen Elgazu se puso en pie.

– Sí, pero yo preferiría que Moncho estuviera en casa.

Matías le acarició la cabeza.

– Anda, tranquilízate… Y luego desafías a don Julio a un partido de futbolín…

La conversación se generalizó en torno al tema de las enfermedades. Matías tenía reuma y era hipertenso. Debía cuidarse. El último invierno, con la humedad de Gerona, lo pasó fatal. Carmen Elgazu, desde que le diagnosticaron la diabetes sufría trastornos visuales, pero no había perdido un ápice de su energía habitual. Daba gloria verla planchar y limpiar los cristales. Julio sólo había tenido, en Londres, un amago de angina de pecho, "lo mismo que el ilustrísimo señor obispo". Pero se había recuperado por completo. Amparo, una salud insultante, con sólo periódicos sofocos debidos a la edad.

– Y Pilar?

– Excepto el accidente del parto, perfecta.

– Ignacio?

– No lo viste? Hecho un atleta. Moncho lo vigila y le obliga a hacer excursiones y a esquiar.

– Mateo?

– La lesión de la cadera, nada más… -Matías añadió-: Se empeñó en ir a Rusia y se trajo como recuerdo un icono y una bala.

Hablaron de Rusia y de los Estados Unidos. Posiblemente fueran las dos potencias que habían ganado de verdad la guerra. "Aunque los Estados Unidos llevan la delantera. Su dios es el dólar y parece ser que es un dios que protege a quienes creen en él y le son fieles".

La velada terminó con el partido de futbolín de Eloy y Julio. Eloy le demostró que era algo más que una promesa. "Quiero llegar a ser internacional, como Pachín".

Al llegar por la noche al hotel Julio García se encontró con el anónimo: "Distinguido señor cabrón. Si no desapareces antes de una semana te levantaremos la tapa de los sesos. Recuerdos a tus hermanos de la logia Ovidio".

Subió a su habitación. Intentó sonreír, pero no pudo. Encendió únicamente la lámpara de la cabecera de la cama, se sentó en la butaca y nuevamente se puso a meditar. Procedió por eliminación. Mister John Stern le había dicho: "Desde el punto de vista oficial no tiene usted nada que temer. Ni le llamarán para declarar, ni le encerrarán en la cárcel, ni tomarán decisión alguna contra usted". Pero, claro, mister John Stern no conocía lo bastante el temperamento español y conocía mucho menos la actuación que él, Julio García, tuvo a lo largo de la preguerra y al comienzo de la guerra. Tampoco, como buen americano, le daba importancia al hecho de ser masón. A decir verdad, a Julio le hubiera extrañado que sus "adversarios", los fanáticos del Régimen, no dieran fe de vida. El propio Matías le había contado la paliza que recibió el librero Jaime y mil detalles de la represión. Seguro que el anónimo procedía de la Falange. Pero los máximos responsables de la Falange eran el gobernador, Mateo y Marta. El gobernador no querría de ningún modo enfrentarse con el cónsul y dedicarse a enviar papelitos. Y Mateo y Marta quedaban descartados, a menos que él no entendiera ni jota acerca del corazón humano.

Podrían haber sido unos bromistas? Tal vez. Al pueblo español le gustaban las bromas macabras. Se había informado sobre Jorge de Batlle, al que los milicianos habían fusilado los padres y siete hermanos: llevaba una vida tranquila, cuidando de su mujer, la maestra Asunción y de sus propiedades. Alfonso y Santiago Estrada, a quienes habían fusilado el padre, vivían apartados de la política. Quedaban los falangistas, los ex divisionarios, que podían haber obrado por su cuenta, sin el consentimiento de Mateo. Resumiendo, el anónimo tal vez fuera demasiado fuerte para responder a una realidad. "Te levantaremos la tapa de los sesos". Eso no podía hacerse en la Rambla ni a plena luz. Por lo tanto, debía abstenerse de excursiones nocturnas y de salir solo. A su lado, siempre Matías o Ignacio. O Alfonso Reyes. O la Torre de Babel…

Julio García tuvo miedo. El ataque podía producirse por sorpresa en el propio hotel Peninsular, como ocurriera aquella vez con el doctor Relken, al que los falangistas -quién sabe si Mateo tomaría parte en ello- entraron brutalmente en su habitación y le dieron a beber aceite de ricino y le pelaron al rape. Dejando dos colillas en el cenicero, llamó por teléfono a mister John Stern y pidió permiso para verle con urgencia. "Si no le importa, venga usted a mi habitación". Mister John Stern, que se hospedaba en el mismo piso, al cabo de unos minutos llamaba a la puerta y se presentaba ante Julio en pijama y con un espléndido batín que le cubría.

La conversación fue breve y no aportó ninguna novedad. Oficialmente, nada que temer. Ahora bien, él conocía a los falangistas y los sabía capaces de todo. Especialmente los ex divisionarios, acostumbrados a ver la muerte de cerca en Rusia, no le daban importancia a la vida, ni a la propia ni a la de los demás. Contra ellos, en tanto que cónsul, nada podía hacer para protegerle. "Hablé con el gobernador. Sabe que estoy a su lado. Les habrá advertido de lo que supondría que usted sufriera el menor daño. Pero yo no podré evitar que un par de locos se tomen la justicia por su mano y le descerrajen a usted un par de tiros".

El cónsul se marchó y Julio cerró la puerta por dentro. En una reacción infantil, incluso la atrancó con la mesa y la butaca. Y se acostó. Había sido un día cargado de vivencias. Fue adormeciéndose mezclando las imágenes. Le daban una semana de respiro. Buena gente. Se acordó del plaf! de Carmen Elgazu en la cocina. Del "ilustre yanqui" con que le había saludado Ignacio. Imaginó al obispo. Vio al patrón del Cocodrilo dándole con la puerta en las narices. Le invadió un sueño pesado. Apagó la luz. Y acabó soñando que Ramón, el camarero, se encontraba en Washington haciéndole la corte a su mujer.

* * *

Despertó tarde. Su estado de ánimo era distinto. Una semana de tregua. "Soy un veterano luchador", repitió varias veces, mientras hacía sus ejercicios de gimnasia ante el espejo. El miedo se volatilizó. Contribuyó a ello que los croissants del desayuno estaban muy ricos.

Le trajeron Amanecer. Había olvidado que era el 1 de abril, séptimo aniversario de la Victoria. Habría un desfile en la Rambla, en el que tomarían parte el Frente de Juventudes, la Sección Femenina y trescientos productores. Supuso que "productores" equivalía a "obreros". Luego, audición de sardanas. En los cuarteles, rancho extraordinario. Un donativo del gobernador para las familias más necesitadas.

Miró a la calle por la ventana. Muchas colgaduras en los balcones: la bandera nacional y la de Falange, azul y roja como antaño la de la FAI. Pocos transeúntes. Casi ninguno llevaba el periódico debajo del brazo. En su mayoría se habían "endomingado", pese a lo cual no podían ocultar su raquitiquez. Pocos coches.

Matías le había dicho: "No compararás esto con Nueva York".

Cerca del mediodía se bajó y salió en dirección al piso de la Rambla, con el pasaporte en el bolsillo. Con los comercios cerrados, la ciudad parecía más triste aún. Pasó una patrulla de la guardia civil. Amparo se lo había advertido: "Tiene uno la sensación de que viven en estado de libertad vigilada". En el puente de Piedra, un mutilado de guerra, Arroyo, dirigiendo el tráfico, moviendo los brazos como aspas de molino. Matías le había hablado de él. "Está allí, plantado, desde la terminación de la guerra. Y a veces se sirve de su pata de palo para esconder alguna joya y venderla de estraperlo".

Llegó al piso de la Rambla a las once y media. El desfile empezaba a las doce y vio instalado enfrente el tablado para las sardanas. Pilar y el pequeño César! Pilar hizo de tripas corazón. A Mateo le sentó como un tiro que fuera a saludarle, pero la muchacha le dijo: "Le daría a mi padre un gran disgusto".

– Pilar, hija…! Cuando me fui eras una niña…

– Pues ahora, ya ve usted -le besó en las mejillas, brevemente y le dio en brazos a César, quien le serviría de escudo.

César llevaba en la mano derecha el chirimbolo con campanillas que le trajo Amparo. Era un detalle. Estaba hecho un hombrecito. Tenía cinco años. Se podía hablar con él. Por lo visto, en el colegio era el más travieso. Se llamaba Santos Alvear. Santos! Claro, Mateo Santos, que llegó el año 1933 a fundar la célula falangista de la ciudad.

Julio se daba poca maña para tratar a los crios, por lo que devolvió el pequeño a su madre y le dedicó a ésta un par de requiebros muy merecidos. Pilar volvía a tener un espléndido aspecto, gracias a que Mateo no le daba ningún disgusto y Esther buenos consejos estéticos. Carmen Elgazu también parecía totalmente recuperada del trauma de la víspera, aunque Moncho a primera hora había pasado a "echarle un vistazo".

– Matías, el hotel Peninsular es estupendo. Silencio. He dormido toda la noche de un tirón.

– Y los ronquidos del cónsul?

– Los americanos tienen prohibido roncar fuera de casa…

Se oyó a lo lejos un toque de tambores. El desfile estaba ahí. Todos salieron al balcón y vieron a Mateo encabezando la banda de trompetas y tambores del Frente de Juventudes. Al atacar los primeros pasos de la Rambla la cojera se hizo más visible. Pilar se alborotó y le decía a César: "Mira, papá!". Julio García, viendo al muchacho, pensó mil cosas a la vez. Frases suyas le quedaron grabadas de cuando los interrogatorios: "Nosotros trabajamos para que España recobre su identidad de Imperio". "No nos asusta la violencia. Estamos acostumbrados a ella. Es nuestro pan de cada día". Pensaría ahora lo mismo Mateo? Era posible que sí. Ni siquiera movió la erguida cabeza para mirar al balcón. Matías sonrió. "Caramba, Pilar. Una miradita no le hubiera costado un céntimo". César no dijo "papá" porque se encandiló con los tambores. Quien sí miró al balcón fue Eloy, dedicándoles su mejor sonrisa.

Después del Frente de Juventudes desfiló la Sección Femenina. Marta en cabeza. Julio experimentó de nuevo un hormigueo. La muchacha tenía buen aspecto, con su camisa azul y su boina roja. Recordaba a su padre, el comandante Martínez de Soria. Tampoco miró al balcón. Las chicas tenían aire alegre y apariencia saludable. Seguro que las había llegadas del campo para la ocasión. Y las autoridades? Dónde estaban las autoridades? Matías le informó: "Sencillamente, no están… De hecho, no se trata de un desfile, sino de un acto de presencia. El desfile se celebra el dieciocho de julio".

Trescientos "productores". Enfrente, el delegado sindical, camarada Revilla. Bien alineados, cantaban Cara al sol y levantaban el brazo. Se les veía convencidos y arrogantes. Eran obreros. Las mujeres, desde los balcones, les saludaban agitando pañuelos. Si vieran aquello los ciudadanos americanos que creían que Franco se comía crudos a los trabajadores! Si vieran aquello los arquitectos Ribas y Massana! Y David y Olga! Julio se impresionó vivamente al oír de boca de Pilar que en Madrid debían de desfilar unos trescientos mil…

Julio no daba abasto recibiendo impactos, como si fuera un monigote de pim pam pum. Apenas alejado el último "productor" se acercaron al tablado, vacío, Quintana y sus muchachos. La cobla de sardanas. Subieron, riendo y fueron instalándose en sus puestos. Carmen Elgazu era una ferviente admiradora de las sardanas y se acodó en la barandilla del balcón. Mientras afinaban los instrumentos, Julio se acordó del altercado que armó José Alvear el día en que interrumpió la audición y aboñegó el trombón golpeándolo contra la madera. "Te acuerdas, Matías?". "Claro que me acuerdo. Aquel día conocimos a David y Olga".

Sonó el flabiol y a continuación la cobla atacó l'Empordá. Se formaron los ruedos y las manos se juntaron siguiendo el ritmo. En cada ruedo había un director, al que a veces obedecían, a veces no. Julio se emocionó viendo a hombres casi ancianos, a jóvenes parejas, a chiquillos, enlazados al son de la música. Pasos largos, pasos cortos, todos a saltar! De pronto, Matías advirtió, debajo de los soportales, la presencia de un matrimonio singular, visiblemente absorto ante el espectáculo: la Voz de Alerta y Carlota. "En, Julio, mira quién está allí". Julio reconoció a la Voz de Alerta, que fue desde siempre uno de sus enemigos. "Le hubiera reconocido a la legua". A su lado, Carlota, condesa de Rubí. "Condesa?". "Lo que oyes. Y separatista. Para que te enteres. En los últimos tiempos hemos tenido a la esposa del alcalde, separatista. Ahora el alcalde es el hermano de Marta, que también debe de andar por ahí".

Julio llegó a una conclusión: tenía que revisar sus esquemas. Matías le empujó en esa dirección.

– La Falange ha perdido fuerza, porque era muy aparatosa; pero eso del Sindicato Vertical, que se presta a tanto chiste, hay que tomarlo en serio. A la chita callando va haciendo su labor. Pilar te ha hablado de trescientos mil productores en Madrid… Creo que se ha quedado corta. Yo calcularía medio millón.

Terminada la audición de sardanas, entraron en el piso. Pilar pidió excusas y se fue, con el crío en brazos, sin invitar a Julio. Éste tuvo la impresión de que ya no volvería a ver a la muchacha.

* * *

Después de almorzar, Matías le dijo a Julio:

– Hoy es sábado. Sabes lo que eso significa?

– Pues no…

– Que tenemos tertulia en el café Nacional.

Eureka! Juio se relamió los labios.

– Vamos los dos, y veremos qué pasa… Primero nos dedicamos al chismorreo y luego jugamos al dominó.

Se despidieron de Carmen Elgazu y cruzaron la calzada. En el café Nacional estaban todos presentes, excepto el librero Jaime. El único que, al ver entrar a Julio, se levantó ostentosamente y salió del local fue Marcos. "Qué mosca le ha picado?". Los demás, Galindo y Grote, "también depurados", mostraron su satisfacción por poder estrechar la mano de Julio.

Tomaron asiento alrededor de la mesa de mármol, mientras Ramón volvía a saludar a Julio y a servirles las correspondientes tazas de café. Julio les invitó a todos a tabaco americano y todos aceptaron, excepto Matías. "Perdona, pero yo prefiero la picadura y liármelo yo mismo".

Orden del día: anecdotario nacional. Julio prestó oídos. Matías se ajustó el sombrero y empezó: "El ingeniero español García Tirado ha declarado que ha construido una maquinaria capaz de captar la fuerza cósmica y susceptible de producir fluido eléctrico". Galindo, que pensaba siluetear con su máquina de escribir el perfil de Julio, aportó la noticia siguiente: "En Ciudad Real, un gitano apadrinó a un hijo de un guardia civil en el acto del bautismo. Luego el gitano invitó a dulces, champán, cantó y bailó". Grote no se quedó atrás: "El presidente de las Cortes hizo el solemne voto de defender la Asunción de la Virgen al cielo y la mediación universal". Ramón intervino a su vez: "Los veterinarios rinden un especial homenaje al jefe del Estado". Matías le dijo a Julio:

– Ahora te toca a ti.

Julio, que entendió la jugada y se desternillaba de risa, reflexionó un momento y finalmente se decidió:

– A mí lo que más me ha impresionado es que una jerarquía del Régimen haya declarado: "No podemos tolerar que un delantero centro gane más que un coronel!".

– Bravo, bravo!

Los espejos del Nacional, al igual que antaño, reflejaron hasta el infinito la figura del ex policía. La conversación se generalizó, en contra de lo acostumbrado. Todos, y no sólo Ramón, querían saber cosas de Norteamérica. Se produjo un choque, puesto que lo que quería Julio era saber cosas de España. Ganó la mayoría, de suerte que al recién llegado no le cupo más remedio que contar una serie de tópicos sobre su país de adopción. Los avances técnicos, los tres mil aviones fabricados diariamente, el patriotismo, las banderitas, la Quinta Avenida, la revolución estudiantil. "En el cine veréis reflejados todos los aspectos de la vida de Norteamérica. En el cine se abre en canal la sociedad y se ridiculizan desde la policía hasta la figura del presidente. La mejor cualidad de los norteamericanos es que creen en el trabajo de equipo, que aquí sólo se utiliza para bailar sardanas. El trabajo de equipo es el secreto de ese gran país".

– Tendrán algún defecto… -sugirió Grote.

– Uy, muchos! Aunque no lo parezca, el quince por ciento de la población, inmigrantes en su mayoría, llevan una vida miserable. Otro defecto: la soberbia. Otro defecto: la ignorancia de todo lo que no es Norteamérica. Un embajador al que enviaron a Ceilán preguntó al recibir la noticia: "Y dónde está eso?". A los europeos nos miran como a una raza residual, que ha creado algunos monumentos y algunas obras de arte. Sin tener en cuenta que, a no ser por los europeos, aquella gente todavía andaría con plumas en la cabeza…

Julio se sentía incómodo. No le gustaba sintetizar. Corría el riesgo de deformar la realidad. Apenas hacía una afirmación le venían a las mientes docenas de razones que probaban lo contrario. Además, qué sabía él de los Estados Unidos? Apenas si había salido de Washington y del Imperial Hotel. No había visitado el campo, las granjas, no sabía nada de las diferentes leyes que regían en los diferentes estados, excepto aquellos en que estaba permitido el divorcio. Se dedicó a contar anécdotas más o menos graciosas, con un denominador común: Amparo. Su querida mujer, Amparo Campos. Alérgica a cualquier idioma que no fuera el castellano, sólo podía cotillear con los hispanoparlantes. Sus grandes amigos eran los botones del hotel, que habían aprendido unas cuantas palabras para hacerla feliz y recibir copiosas propinas. Todos sabían decirle: "guapa". Y el día que el limpiabotas le dijo "cachonda", ella le largó cinco dólares y se fue a la peluquería, pasando antes por una sauna.

Cuando las risas se apagaron, Julio les conminó a que le hablaran de España.

– He venido a eso. A ver y a enterarme…

Grote se disponía a complacerle, cuando entraron en el café el capitán Sánchez Bravo, acompañado de León Izquierdo y de Pedro Ibáñez. Se hizo un silencio.

– Qué ocurre, si puede saberse?

– Han entrado dos sabuesos. Dos ex divisionarios. Mejor que juguemos al dominó…

CAPÍTULO XXXVII

EN LOS DÍAS SUCESIVOS JULIO GARCÍA se dedicó a vagar por la ciudad. Tenía miedo y se hacía acompañar por Matías, por Ignacio o por Paz Alvear. Cada vez se hundía más y más en los recuerdos. Entró en la catedral, para contemplar el Tapiz de la Creación. Entró en San Félix, para contemplar el Cristo yacente "-las reliquias de san Narciso eran de madera", subrayó- y subió al Museo Diocesano, donde mosén Alberto le hizo una discreta inclinación de cabeza. Nunca dejaba de mirar hacia el piso que antaño ocuparan él y doña Amparo y en el que ahora tenían el bufete Manolo e Ignacio. Esperaba que éste le invitara en nombre de Manolo y Esther; pero Ignacio se callaba. Julio llegó a la conclusión de que los jefes de Ignacio también le rechazaban.

El domingo almorzó en casa de la Torre de Babel y de Paz. Fue un almuerzo afortunado. Paz se desahogó con su huésped, en quien reencontró viejas ideas en cierto modo olvidadas. Quedó claro que detestaban las mismas cosas, sobre todo el fascismo en cualquiera de sus manifestaciones. Hablaron de la democracia. Era la fórmula política ideal; era la libertad. Por eso Paz admiraba a los Estados Unidos, los cuales, a su entender, fueron quienes ganaron la guerra. La Torre de Babel dijo que, en política, el ideal no existía, que el ideal era Agencia Gerunda, puesto que lo resolvía todo, incluso los problemas que planteaba una mujer ambiciosa y contradictoria como Paz. Julio se derritió contemplando a la sobrina de Matías, la cual no tenía necesidad de ir a la sauna ni de que le llamaran "cachonda" para subirse al séptimo cielo. Con un ramo de flores rojas le bastaba. Y con alusiones a quellos tiempos en que galvanizaba a las parejas cantando en la Gerona Jazz y en que regalaba sobrecitos de la perfumería Diana. La Torre de Babel se interesó por el funcionamiento de los bancos en Norteamérica. Julio le contestó: "Yo, de esto, no entiendo ni jota. Tengo mis ahorros en el National Bank y cuando necesito dinero voy y me lo dan".

El domingo por la noche cenó en casa de Alfonso Reyes. Fue, también, un encuentro afortunado. Julio quería mucho al cajero del Banco Anís, al que en tiempos había hecho varios favores, aprovechándose de su amistad con el director. Se interesó por su trabajo en el Valle de los Caídos, del que Matías le había hablado. Ahí Julio se llevó la gran sorpresa. Alfonso Reyes seguía en sus trece: fuera resentimientos. Prefería almacenar buenos recuerdos y descartar los malos. En el Valle vivió horas inolvidables de compañerismo, y no sólo entre los condenados, sino entre éstos y los vigilantes. Cuando pasó al economato, no le faltó ni comida ni tabaco. Reconocía que el Régimen cercenaba libertades elementales y que había cometido abusos sin nombre. Pero y en los comienzos de la guerra civil? Qué hizo la República? Entregar las armas al pueblo. Primero se adueñaron del cotarro los anarquistas y luego los comunistas. Se hablaba de siete mil sacerdotes asesinados. Él se había jurado a sí mismo no creer nunca más en medallas de una sola cara. Ahora vivía tranquilo, no metiéndose con nadie y posando a menudo para un formidable pintor que decía llamarse Félix Reyes.

Julio admiró la entereza y la campechanía de su anfitrión. En cuanto a Félix, al término de la cena le sacó un apunte a Julio, en el que le arrancó las entrañas. Un apunte al carbón, ligero al parecer, pero de una profundidad psicológica que desconcertó al ex policía. "Dónde has aprendido todo esto?". "Mi profesor es Cefe. Debe usted acordarse de él…" "El de la pajarita en el cuello?". "Pajarita y melena. Y discípulo de Miguel Ángel".

Puesto que era de noche, Alfonso y Félix le acompañaron al hotel, en cuyo vestíbulo le estaba esperando el cónsul, mister John Stern. "No debe usted andar por las calles a estas horas -le recriminó el cónsul, con cierta aspereza-. No pienso convertirme en su niñera. A partir de ahora, juegúese el tipo cuantas veces quiera".

El martes almorzó en casa de Ignacio y Ana María. Ésta impresionó mucho a Julio García. Aparte la comida, que fue espléndida, la muchacha rebosaba clase por los cuatro costados. Naturalmente, Ana María le preguntó por su padre, don Rosendo Sarro. "Sé que se han visto ustedes un par de veces. Me gustaría saber cómo está, si ha cambiado mucho". "Ha engordado -le contestó Julio-. Pero continúa trabajando como si tuviera treinta años. Lleno de energía y de ambición. No puedo decirte lo mismo de tu madre, que no logra acostumbrarse al Brasil. Yo les aconsejo que se vengan a Washington y que, cuando puedan, pidan también la nacionalidad norteamericana. Pero tu madre es testaruda. Dice que por nada del mundo renunciaría a ser española y olé".

Ana María se interesó vivamente por el tema de la masonería. Ahí había un misterio que ella nunca pudo desentrañar. Julio hizo un expresivo ademán. "Habíame de lo que quieras, pregúntame lo que quieras, pero no toques este tema. Es demasiado serio para; hablarlo entre plato y plato o en una sobremesa. En Gerona teníais un especialista: el subdirector del Banco Arús. Era compañero de Ignacio. Por desgracia le mataron y no puede informarte. Pero Ignacio aprendió mucho con él".

– Poca cosa -protestó Ignacio-. Era la suya una visión desde fuera, libresca. Sé algo del triángulo, de la plomada, del martillo, de los ritos de iniciación… Pero no alcanzo a comprender cuál es vuestro vínculo de unión, que abarca toda la tierra… -Ignacio guardó un silencio-. Sé, por ejemplo, que Roosevelt fue masón, que lo son Truman y Churchill. Mi pregunta es: "Cómo, teniendo tanta fuerza, se dejaron ganar la batalla en Yalta y en Potsdam?". Yo diría que han hecho ustedes el ridículo y que con su chaqueteo le han asestado un golpe mortal a la democracia…

Hubiérase dicho que Julio no se daba por enterado. Se arrellanó en el sillón, sosteniendo entre los dedos la boquilla de oro, humeante. Finalmente replicó, en tono aparentemente humilde:

– No puedo satisfacer tu curiosidad… yo no soy más que una especie de monaguillo de la logia Cavour, de Washington. Como lo era también en la logia Ovidio, de la calle del Pavo, de la que seguramente te acordarás…

– Monaguillo! Si usted era monaguillo en la calle del Pavo -ironizó Ignacio-, yo soy aquí el cardenal primado…

Julio se puso serio.

– Por favor, no insistáis… -y pidió permiso para ir al lavabo.

Al regreso, el clima se había distendido. Hablaron de la próxima maternidad de Ana María. "Todo bien, por el momento?". "Todo bien". "Tu padre, Ana María, no consigue entender que os vendierais el chalet de San Feliu y el yate…" "Mi padre es mi padre, y nosotros somos nosotros". "Has logrado aclimatarte en Gerona? En alguna de las cartas destilabas una cierta añoranza…" "Donde esté Ignacio, allí estaré yo". "Bravo! Es lo mismo que contesta Amparo cuando le preguntan si se aburre en Washington".

El comentario no acabó de gustarle a Ana María. Una cierta frialdad se apoderó del ambiente, que los esfuerzos de Ignacio no lograron aminorar.

* * *

Era el 4 de abril de 1946. Carmen Elgazu estaba preparando la cena para Matías y Eloy. Tal vez luego pasara Julio García a rematar la jornada. De repente, Matías y Eloy oyeron otra vez "plaf!" en la cocina. Corrieron hacia allí. Otra vez Carmen Elgazu en el suelo. Entre los dos la llevaron a la cama y Matías preparó con toda urgencia el vaso de azúcar y el chocolate. Sudores fríos, fatiga, mareos, un hambre atroz. Lo mismo que la otra vez.

– Anda, tómate esto… Es el azúcar. Luego te daremos el chocolate.

Entretanto, Eloy llamaba desesperado a Moncho. Por fortuna, estaba en su laboratorio.

– Voy corriendo… La tenéis en la cama?

– Sí.

– En seguida estoy ahí.

La diferencia con la otra crisis estribaba en que esta vez Carmen Elgazu no reaccionaba. Al contrario. Cada vez más pálida, más sudores, apenas si acertaba a balbucear: "Más azúcar… Más". Matías no sabía qué hacer. Le tomaba el pulso, débil, le secaba el sudor de la frente, controlaba su respiración, un tanto agitada: Y si le pusiera una inyección de insulina? Moncho les había dicho que no.

Moncho llegó como un rayo. Carmen Elgazu vivía aún. Moncho miró el vaso de azúcar, que estaba vacío y sin soltar una sílaba le inyectó una dosis de suero glucosado. La auscultó y su rostro no acertó a disimular la desesperanza. Masaje cardíaco. Carmen Elgazu había cerrado los ojos y balbuceaba palabras inconexas, que Matías intentaba comprender. Eloy, al borde de la cama, se había arrodillado y rezaba jaculatorias. De repente, el muchacho se levantó y fue a la alcoba conyugal a buscar un rosario e intentó colocarlo en las manos de "tía Carmen", pero Moncho se lo impidió.

No hubo nada que hacer. A las nueve menos cuarto, Carmen Elgazu expiró. Moncho hizo un gesto de impotencia y Matías cayó materialmente sobre la cama. La almohada casi chorreaba. "Coma diabético…", repetía Moncho. "El corazón ha fallado". Eloy se dio cuenta de lo que ocurría y se precipitó a besar también a "tía Carmen". Eloy no había visto nunca una persona muerta, pero con "tía Carmen" le bastó. Comprendió que la muerte era la absoluta inmovilidad, era el vacío inmenso, la mudez, la nada. Moncho cerró los párpados de Carmen Elgazu y ahora sí depositó en sus manos el rosario.

Matías enloquecía. Perdió la serenidad. Hubiérase dicho que todavía le quedaban esperanzas porque ponía la mano sobre la frente de su mujer, que se estaba enfriando por momentos.

– Moncho…! -y se le echó al cuello.

– No me esperaba yo esto… -admitió el muchacho.

– Moncho, yo querría morirme también… El analista no supo qué decir.

* * *

El teléfono se puso en marcha y a la media hora el piso estaba repleto. El primero en acudir fue mosén Alberto, que le administró la extremaunción. Luego acudieron Ignacio y Ana María, Pilar y Mateo, Manolo y Esther, Paz Alvear, Manuel Alvear, los contertulios del café Nacional, Julio García! En la habitación ardían dos cirios y el semblante de Carmen Elgazu revelaba una gran paz. La crispación y el llanto se había apoderado de los que quedaban. Carmen Elgazu pertenecía ya al reino de la otra orilla, que no se sabía dónde estaba, que no se sabía lo que era, ni en qué consistía, puesto que nadie había regresado de ella. Marta hizo también su aparición. Y Cacerola… Y todas las vecinas de la Rambla. En cambio, faltaron el camarada Montaraz y la Voz de Alerta.

Mosén Alberto hubiera querido rezar un rosario, pero los llantos y el entrar y salir de las personas se lo impidieron. Llamó aparte a Mateo, que era el que se mostraba más sereno, para programar el funeral y el entierro. A Mateo le pareció una responsabilidad excesiva y llamó a Ignacio, quien tenía los ojos enrojecidos y el alma rota. El funeral en la parroquia del Mercadal, al día siguiente a las cuatro de la tarde. En el acto del entierro, en vez de caballos, la furgoneta de la Funeraria. El dueño de ésta se personó en la casa. Ellos cuidarían de todo: del ataúd, de las flores, del nicho, de los recordatorios… De todo, menos de devolverles a Carmen Elgazu.

– Quieren que traigamos el ataúd hoy, o mañana por la mañana?

– Mañana por la mañana.

Querían verla en la cama un poco más… Matías se sintió incapaz de cualquier gestión y Moncho tuvo que cuidar de él. Ignacio hizo de tripas corazón y fue recibiendo y abrazando a quienes entraban. Paz estaba también al cuidado, pendiente de que llegara la Torre de Babel. Al verle, suspiró.

– Creí que no venías…

– Mujer, no faltaría más!

Aparecieron Alfonso Reyes y Félix. Éste llevaba la carpeta, por si venía a cuento sacarle un apunte a "la muerta". Pronto renunció a su proyecto y abandonó la carpeta y los apuntes en un rincón.

Pilar no se movía de la cama. Dejaron en casa, en manos de Tere, a César y se arrodilló a los pies de su madre y no había forma de que se apartara de allí. "Mamá, mamá…" Le pareció que el mundo era injusto y al ver el rosario depositado en manos de Carmen Elgazu miró la crucecita como diciendo: "Hubieras podido evitar esto". Llegó Eva, la esposa de Moncho y le tranquilizó. Moncho andaba preguntándose si, después de la primera crisis, no hubo imprevisión por su parte.

– Que no, que no… Que pasó porque tenía que pasar.

Ninguno de los presentes quería ausentarse del piso e irse a su casa a dormir. Pero tampoco podían quedarse todos y pasar la noche en vela. Finalmente se acordó que se quedarían los miembros de la familia, además de Manolo y Esther y de Julio García. Era la primera vez que Matías veía a Julio García llorar. Mateo no saludó al ex policía. Siempre se las arreglaba para mirar hacia otro lado o para entrar en la cocina a prepararse otra taza de Ca Fue una noche lenta, preñada de fantasmas. Por el ventanal del Oñar se veían las lucecitas de las casas de enfrente. De vez en cuando llegaba, como un eco, la voz del sereno, anunciando la hora con la apostilla: "Ave María Purísima!". Cuantas veces Carmen Elgazu había oído aquella cantinela, mientras iba pensando en todos y cada uno de los miembros de la familia, especialmente en César y en la hija muerta que nació de Pilar.

Mosén Alberto repetía:

– Conformidad, conformidad… y sus palabras resonaban como un trueno.

* * *

A las cuatro de la tarde niel día siguiente, el funeral en la parroquia del Mercadal. El templo estaba abarrotado. Matías apenas si se mantenía en pie. Ignacio, a su lado, le sostenía disimuladamente por el codo. Ignacio aparecía sorprendentemente sereno, porque se dio cuenta de que alguien debía desempeñar ese papel. Si él se hundía, el barco se iba a pique.

Había gente de toda edad y condición. Los hombres a la derecha, las mujeres a la izquierda. Las mujeres no podrían ir al cementerio: era la regla. Incluso la muerte -la muerte de Carmen Elgazu- era varonil.

Por fortuna, mosén Alberto dio con las palabras adecuadas para no encrespar a los deudos y para no suscitar en el ánimo de los demás presentes comentarios malévolos. No habló para nada de "la suerte de Carmen Elgazu, que les había precedido en el disfrute de la gloria". Tampoco dijo nada sobre "las gracias que desde allí ella podía derramar sobre todos nosotros, especialmente sobre la familia". No dijo: "Alegraos. Un ángel ha entrado en el cielo, a la mayor gloria de Dios". Pidió resignación, esto sí e imitar a la fallecida en todas sus virtudes. "Puedo garantizar que era un alma cristiana, que sembraba el bien por dondequiera que pasaba".

El silencio en el templo era tan absoluto que se palpaba que el duelo no era sólo protocolario. Los espíritus estaban de luto. Manuel Alvear, en el altar, ayudaba con unción a mosén Alberto y su cabeza rapada infundía un extraño respeto.

Julio García llevaba años sin asistir a una ceremonia religiosa. No pudo evitar la comparación entre un funeral y un rito de iniciación. Miraba fijamente el féretro, a los pies del altar y las iniciales: C. E. L. Carmen Elgazu Letamendía… Letamendía! Hay apellidos que se arrinconan para siempre, incluso a la hora de la muerte.

La comitiva salió hacia el cementerio. La furgoneta, lenta como la noche en el piso de los Alvear. La familia detrás, Mateo, cojeando. Una gran multitud. Sólo hombres. Las mujeres se quedaron en el piso de la Rambla, ocupándolo por entero rezando el rosario.

Una vez más el cementerio se convirtió en la gran noticia. Como cuando fue fusilado el comandante Martínez de Soria. Y el coronel Muñoz. Y mosén Francisco. Y César. Y José Alvear. Y los maquis. Aquél era el punto de cita de los gerundenses. Tarde o temprano todos se reunían allí, a contarse unos a otros su anecdotario y a jugar la última, la eterna, partida de dominó. Era una tarde radiante, que se prolongaba para dar tiempo al tiempo. Los panteones relucían, especialmente el de los padres de Jorge de Batlle y el destinado a la Voz de Alerta, a Carlota y al pequeño Augusto. Los cipreses no se movían. Sólo la Torre de Babel podía comparárseles. Paz recordó a su padre, muerto en Burgos y cesó de llorar. El camarada Montaraz -que por fin, después de discutirlo con María Fernanda, asistió- llevaba su uniforme falangista de gala y era como una mancha blanca que desentonaba del resto.

Los sepultureros, sin prisa, con la boina en la cabeza -sin la colilla en los labios-, emparedaron a Carmen Elgazu. La lápida ajustó plenamente: sólo unas paletadas en los bordes. Allá dentro quedaba para siempre aquella mujer que había parido tres hijos y había hecho feliz a un hombre cabal llamado Matías Alvear. Sus hermanos del Norte -Josefa, Mirentxu, Jaime y Lorenzo- llegarían al día siguiente. La muerte andaba más de prisa que los trenes.

– Padre nuestro que estás en los cielos…

Mosén Alberto rezó. Y le contestaron todos los presentes. Incluso Julio García, notando un cosquilleo que nunca pudo imaginar. Cómo era posible que se acordara de aquella oración? Y quién era aquel Padre que estaba en los cielos? Los cielos eran una entelequia, el universo en expansión, limitado pero infinito. Eso por lo menos decía un físico que pertenecía a la Logia Cavour.

A Matías se le cayó el sombrero que sostenía con las dos manos y Eloy se agachó y se lo recogió. Cerca del cementerio estaba el Estadio de Vista Alegre. Eloy pensó: "Ya nunca más volveré a jugar al fútbol".

Manuel Alvear, el seminarista rezaba. Había cerrado los ojos y rezaba desde el fondo de su corazón. Todo cuanto mosén Alberto no dijo en el Mercadal se lo decía él a sí mismo: "Tía Carmen" les había precedido, les protegería desde la gloria, era otra alma que "veía" de frente al Creador.

Mosén Alberto dio por terminada la ceremonia. Se produjo el repliegue, la evasión. La arenilla crujía bajo los pies. Decenas de fotografías y de florecillas muertas contemplaban desde los nichos la comitiva en retirada. El primero en despedirse -"mi pésame más sincero"- fue el gobernador. Mateo e Ignacio escoltaron a Matías, Matías se resistía a abandonar el cementerio. Pero le introdujeron en el coche de Ignacio y el hombre se preguntó cómo su hijo iba a ser capaz de conducir.

Las mujeres esperaban en la casa. Matías, antes de entrar, vio a Ramón, el camarero del Nacional, de pie bajo los soportales, con la servilleta al hombro y la actitud respetuosa.

CAPÍTULO XXXVIII

POCO DESPUÉS LA ONU decretó la retirada de los embajadores. España quedó aislada. Qué iba a suceder? Matías se decía: "España romperá el bloqueo un dio u otro. El aislado soy yo, que lo soy para siempre".

Arenys de Munt, empezado el 11 de septiembre de 1984 y terminado el 24 de octubre de 1985.

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PERSONAJES DE FICCIÓN

José María Gironella

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